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Así, el «bien» de la persona no puede ser otra cosa que su «hacerse hombre»
(«humanizarse»), y su «mal» no es distinto de aquello que no se lo permite
(«des-humanizarse»). Será, pues, «éticamente bueno» lo que humaniza, y
«éticamente malo» lo que deshumaniza. En el fondo, se encuentra entonces la
pregunta fundamental sobre que es «ser hombre», es decir, la verdad
antropológica.
El «bien» de la persona es, pues, irse «haciendo» mutuamente con los demás,
progresivamente «más hombre». Es decir, el «bien del hombre» es su
«humanización», la cuál para ser «real» debe ser concreta e histórica, y que
sólo puede darse en la radical relacionalidad con los otros.
Pero aquí debemos hacer una aclaración no sólo pertinente, sino que nos
conduce a uno de los núcleos fundamentales sobre la verdad sobre «el
hombre»: la diferenciación entre «egoísmo» y «legítimo interés personal».
La «objetividad» del bien integral del ser humano es, en otras palabras, la
objetividad de lo verdaderamente digno de la persona, que a su vez es la
objetividad de lo auténticamente humanizante.
De esa misma objetividad que tiene el bien de la persona es que se derivan las
dos dimensiones de la dignidad humana. La primera dimensión es referida a
que toda persona por ser tal tiene derecho al acceso real a todos los bienes
(materiales, espirituales, etc.) que necesita para alcanzar su bien integral. Así,
es violatorio de la dignidad de la persona, por ejemplo, el quedar excluido del
«circuito de consumo real» de bienes.
Lo que sí ocurre es que la persona persiga lo que considera un «bien» para sí,
pero que en realidad lo conduce a la frustración. En este caso nos encontramos
frente a los «bienes aparentes». Un bien es algo que despierta el «interés» de
la persona, pero al menos desde dos perspectivas ese «bien» puede
constituirse en un «mal». No alcanza, pues, con el «interés» de la persona por
algo para que eso se convierta en un «bien».
No resulta fácil discernir cuáles son «bienes verdaderos» y cuáles son «bienes
aparentes». Para ello es imprescindible, por un lado, buscar seria y
permanentemente junto con los demás hombres la «verdad sobre el hombre»,
de modo de clarificar qué caminos y acciones son objetivamente
humanizadores y cuáles no.
"Que cada uno se preocupe de buscar su propio bien", que es una frase
infinitamente repetida en forma explícita e implícita, debe ser completada para
que manifieste su verdadero sentido con: "sin preocuparse por el bien de los
demás".