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Mamá Margarita

La madre de San Juan Bosco se llama-


ba Margarita. Se fue a vivir a Turín para
ayudar a su hijo. Hizo las veces de ma-
dre de todos aquellos muchachos que
no tenían el calor de alguien que cui-
dara de ellos.

1. La aguja de Mamá Margarita


La aguja de Mamá Margarita, no sólo
remendó pantalones y camisas. Estu-
vo muchos años con aquellos chicos
que no tenían una madre ni un hogar
y también remendó muchos "corazo-
nes rotos".
Imagina una situación en la que cola-
borara Mamá Margarita: inventa el diá-
logo que tuvo Mamá Margarita con
algún chico que se acercara a hablar
con ella.
Escribe el siguiente diálogo:
- Don Bosco ha reñido a un muchacho
por portarse mal... Ha hecho una tra-
vesura algo fuerte. El chico, triste y ape-
sadumbrado, se encuentra con Mamá
Margarita...
- Un chico del Oratorio se ha enamora-
do de una muchacha que a veces va
al taller donde él trabaja como apren-
diz. No tiene ganas ni de comer. Se le
nota raro... y habla con Mamá Mar-
garita.
- A otro chico le han despedido del tra-
bajo. Ahora no podrá ganar un poco
de dinero para colaborar... ¿Qué le
dice Mamá Margarita?

2. Cinco razones para que se quede


Imagina que eres un muchacho del Ora-
torio. Ves a Mamá Margarita desani-
mada. Ha decidido marcharse...
Debes pensar cinco razones por las cua-
les no debe abandonar ni a Don Bosco
ni a vosotros. ¿Cómo y dónde habla-
rías con Mamá Margarita? ¿Qué le di-
rías?
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Mamá Margarita
Don Bosco fue el «Buen Pastor» para los jóvenes; signo y portador del amor de Dios para los muchachos
de su tiempo. Fue su madre «mamá Margarita» quien le educó en la fe cristiana y le acompañó en su
vocación sacerdotal. Mamá Margarita estuvo siempre a su lado.
Esta buena mujer pasó los últimos diez años de su vida siendo también la madre de los muchachos de
Don Bosco.
Nació el 10 de abril de 1788 en Capriglio (Asti) y el mismo día fue bautizada.
Vivió en su casa hasta unirse en matrimonio con Francisco Bosco. Más tarde, se trasladó a vivir a I Becchi.
Tras la muerte prematura de marido, Margarita, viuda a sus 29 años, sacó adelante a su familia de tres
hijos y una anciana suegra en un tiempo de hambruna cruel.
Mujer fuerte y de ideas claras. Decidida en sus opciones, observaba un estilo de vida sencillo y austero. Se
mostraba, sin embargo, amable y razonable en cuanto se refería a la educación cristiana de sus hijos.
Más de una vez se vio obligada a tomar decisiones extremas, tal como tener que mandar fuera de casa al
más pequeño, Juanito Bosco, a fin de preservar la paz en casa y ofrecerle la posibilidad de estudiar. Con
gran fe, sabiduría y valentía, miraba de comprender la inclinación de cada hijo, ayudándoles a crecer en
generosidad y en espíritu emprendedor.
Con un cariño especial acompañó a su hijo Juan en su camino hacia el sacerdocio. Luego, a sus 58 años
abandonó su casita y su tranquila vida de campesina, para ayudar a su hijo Juan Bosco en su misión con
los muchachos pobres y abandonados de Turín (1848).
Durante diez años fue la primera y principal cooperadora de Don Bosco. Ejerció de madre de aquellos
chicos de la calle de la ciudad de Turín que acogía su hijo. Colaboró con don Bosco en la educación de
todos ellos.
Era analfabeta, pero estaba llena de aquella sabiduría que viene de lo alto. Para ella Dios era lo primero;
así consumió su vida generosamente, en la pobreza, la oración y el sacrificio.
Murió a los 68 años de edad el 26 de noviembre de 1856, hace ahora 150 años. Una multitud de
muchachos que lloraban por ella como por una madre, acompañó sus restos al cementerio.
Hoy damos gracias por esta sencilla mujer que fue madre buena y educadora de los chicos de Don Bosco.

Un domingo por la tarde, mientras una enorme cantidad de muchachos, atraídos por el son de la trom-
peta, asistía complacida a las maniobras, tuvo lugar un desastre en uno de los contraataques. El ejército
"derrotado", en plena huida, se refugió en el huerto de Margarita, y acosado por los vencedores envalen-
tonados aplastó lechugas, tomates y perejil.
La "mamá" que asistía al desastre, quedó desalentada.
- «Varda, varda Gioanin lo ca I'an fait» -murmuró al hijo que estaba a su lado-, a I'an guastame tüt (Mira,
mira Juan, lo que me han hecho, me lo han estropeado todo).
Fue probablemente a la tarde siguiente cuando Margarita no pudo más. Los muchachos se habían ido a
dormir, y ella tenía como siempre ante sus ojos un montón de ropa para remendar: al pie de la cama le
dejaban la camisa rasgada, los pantalones descosidos, los calcetines agujereados, Y ella tenía que apañár-
selas junto a la luz del candil, porque los muchachos no tenían otra prenda que ponerse a la mañana
siguiente. Don Bosco, al lado, le ayudaba a remendar los codos de las chaquetas y a componer los
zapatos.
- Juan -murmuró de repente-, estoy cansada. Déjame volver a I Becchi. Trabajo de la mañana a la noche,
soy una pobre vieja, y esos muchachotes me lo destrozan todo. No puedo más.
Don Bosco no contó ningún chiste "para levantarle el ánimo". No pronunció una palabra: no la había para
poder consolar a aquella buena mujer. Sólo hizo un gesto: le señaló el crucifijo colgado de la pared. Y la
Mamá Margarita entendió. Inclinó su cabeza sobre los calcetines agujereados, sobre las camisas desga-
rradas y siguió cosiendo.
Nunca más pidió volver a su casa. Consumirá sus últimos años entre aquellos muchachos alborotadores,
mal educados, pero que tenían necesidad de una madre. Y ella supo ser la madre de todos ellos.

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