pre feliz y sin dificultades. Don Bosco también tuvo momentos difíciles. Pero no se desanimó. Con la ayuda de Dios y de María Auxiliadora siguió adelante, venció los contratiempos y dio solución a los pro- blemas.
1. Sigue la pista a las mantas
Imagina el camino siguieron las mantas desde el momento que salieron de casa de Don Bosco, y cómo debían ser los chicos que las robaron - ¿Cómo eran los muchachos que roba- ron? Piensa algo de sus vidas. Situacio- nes familiares, trabajo, amistades, diver- siones... - ¿Qué hicieron con esas mantas...? ¿A dónde las llevaron? ¿Qué utilidad les dieron? - ¿Piensan algo de aquel cura que les ha ayudado?
2. La oración de Don Bosco
Don Bosco se ha levantado. Descubre que los muchachos a quienes acogió, han marchado llevándoselas mantas. Se siente defraudado. Va a decir misa, y en el camino reza a Dios, pensando en lo ocurrido... Intenta escribir la oración que dirige a Dios, mientras piensa en las mantas y, sobre todo, en aquellos pobres mucha- chos.
3. Las primeras Buenas Noches
Mamá Margarita acogió a aquel chico con unas buenas palabras, animándole a ser buena persona y a superar las difi- cultades. Fueron las primeras «Buenas Noches», que nosotros realizamos como «Buenos Días». Imagina que tienes que dar unos «bue- nos días» sobre Don Bosco. ¿Qué con- tarías de él? sdb valencia www.salesianos.edu Primeras experiencias difíciles «Mientras se organizaban los medios para poder impartir la instrucción religiosa y la cultura ge- neral, apareció otra necesidad imperiosa que había que afrontar: No pocos jóvenes de Turín y forasteros se mostraban llenos de buena voluntad para entregarse a la vida honesta y laboriosa; pero, invitados a que la emprendieran de verdad, solían responder que no tenían pan ni ropa, ni casa donde morar, al menos durante algún tiempo. Para alojar a unos cuantos siquiera que no sabían adónde ir a dormir, adapté un pajar, en que se podía pasar la noche sobre camastros de paja. Pero varias veces nos encontramos con que algu- nos se habían llevado las sábanas, otros las mantas y hasta hubo quienes robaron la misma paja y la vendieron» Memorias del Oratorio, nº 63 Una casa para la acogida «Sucedió entonces que una tarde lluviosa de mayo de 1847 se presentó hacia el anochecer un jovencito como de unos quince años, totalmente calado. Pedía pan y alojamiento. Mi madre lo recibió en la cocina, lo arrimó al fuego y, mientras se calentaba y secaba la ropa, le dio sopa y pan para que restaurara sus fuerzas. Entre tanto yo le preguntaba si había ido a la escuela, si tenía padres y en qué oficio trabajaba. El respondió: - Soy un pobre huérfano venido del valle de Sesia en busca de trabajo. Tenía tres francos, pero los he gastado antes de que pudiera ganar nada, y ahora no tengo nada ni a nadie. - ¿Has hecho la primera comunión? - Todavía no. - ¿Estás confirmado? - No. - ¿Te has confesado? - Alguna vez. - Y ahora, ¿adónde vas? - Pues no lo sé; le pido que, por favor, me dejen pasar la noche en cualquier rincón de esta casa. Dicho esto se echó a llorar. Mi madre lloraba también. Yo estaba conmovido. - Si supiese que no eres un ladronzuelo, te ayudaría. Pero otros se me han llevado parte de las mantas y tú me vas a llevar las que quedan. - No, señor. Esté usted tranquilo: soy pobre, pero no he robado nunca nada. - Si quieres, -intervino mi madre-, yo le prepararé para que pase esta noche, y mañana Dios dirá. - ¿Y en dónde? - Aquí mismo, en la cocina. - Se nos va a llevar hasta los pucheros. - Yo me las arreglaré para que no ocurra. La buena mujer, ayudada por el muchacho, salió fuera, recogió algunos ladrillos, y con ellos hizo cuatro pequeñas pilastras en la cocina; colocó encima algunos tableros, y puso encima un jergón, preparando así la primera cama del Oratorio. Mi buena madre le hizo después un sermoncito, (a modo de buenas noches) sobre la necesidad del trabajo; sobre la honradez y sobre la religión. Al final le invitó a rezar las oraciones. - No las sé. - Las rezarás con nosotros, - y así se hizo. Para que todo quedase bien seguro, se cerró con llave la cocina y no abrimos hasta la mañana siguiente. Este fue nuestro primer residente. A éste se le juntó en seguida otro, y luego otros; pero, por falta de sitio, aquel año tuvimos que limitarnos a dos. Corría el año 1847. Al advertir que para muchos chicos era inútil todo apostolado si no se les daba asilo, me apresuré a tomar unas habitaciones en alquiler, aunque fuese a precio exorbitante» Memorias del Oratorio, nº 63 sdb valencia www.salesianos.edu Una casa para la acogida