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Era primavera de nuevo, aunque en la ciudad nunca pareciera. No hay

transeúnte sin abrigar, sin gripa ni prisa. Como siempre apurados a ganarse el

pan de cada día o aquel añorado descanso que después de cinco minutos en

su oficio necesitan tanto como al aire mismo. Las calles resuenan como la

orquesta del diablo: gritos, maldiciones irracionales, motores

endemoniadamente ruidosos que rivalizan con las bocinas de aquellas

maquinas flatulentas, movimiento caótico a pesar de la ausencia de vientos,

entre otras pesadillas citadinas de las que ahora están invadidas las grisáceas

y sólidas veredas que enmarcan los hogares de cada ser a la redonda...: c

Es la orilla de ese río metálico incoloro en donde espero por la balsa que me

deje sano y salvo en casa, lejos de este manglar mefistofélico, cuando veo

entonces un rayo de vida entre tan mecanizado ambiente. Era una visión

celestial, fuera de este mundo pero tan propia de si como la flor de la tierra. Su

piel, blanca y tersa daba la impresión de ser tan fría como la nieve que veía en

las fotos de las tundras del norte, su cabello, tan largo y oscuro como el mismo

universo, salía de su gorro color verde tejido y caía en su espalda al ritmo de

las pequeñas ráfagas de viento, su mirada fija en un libro de pasta azul m arino

con las hojas gastadas, escapaba de su trance para ver si el autobús se

acercaba. Y mientras quedaba idiotizado por aquel aroma que irradiaba sonaba

el rugir de la enorme maquina: Era mi camión, y ella subía en el. c

El autobús estaba medio vacío. Una señora anciana dormitaba en el asiento

delantero mientras que en el siguiente estaba un trovador tocando canciones

llenas de folclor y lamentos por su desdichada vida. Mas desdichado me sentí

yo al no estar junto a ella entablando una buena conversación sobre Hesse o


þorges, escuchando de sus problemas, anécdotas o incluso tratando de

enamorarla y hacer la otra mitad del trabajo, pues ya había caído en un

profundo ensueño por ella al comprobar la existencia del amor a primera vista. c

Ella bajo del autobú s diez minutos antes que yo, cerca del cementerio de la

ciudad, pero su esencia había quedado tan presente en mi mente que esa

misma noche la retrataba en cuantas maneras posibles me eran en el papel.

Era como si dios tomara el lápiz que yo blandía y escribiera poesía en cada

trazo. Versos llenos de sensualidad y estéticas sensaciones desbocadas

siendo provocados por la mujer que se convertía ya en mi dulcinea. c

Salí tratando de hacerlo al mismo tiempo que el día anterior para llegar a su

encuentro una vez más, pero sin éxito. Espere a que ella se presentara,

autobús tras autobús sin conseguir verla de nuevo. "Un nuevo sueño: pasajero

y bello por terminal" pensé al mismo tiempo que tomaba el ultimo autobús que

paso después de haber aceptado mi derrota. Esta vez estaba a reventar salvo

dos asientos a un lado de la ventana del extremo del camión. Era el día más

helado de las últimas semanas, pero preferí dejar las ventanas abiertas para

sentir el frío que imagine que expulsaría la suave piel de mi musa. c

El camión se detenía y aceleraba, cargaba y descargaba pasajeros sin hacer

cambio en el espacio del mismo, como ocurría en toda monótona vida de

chofer. Solo me acurrucaba en el asiento, para hacer de mi abrigo de piel un

refugio de las temperaturas gélidas cuando junto a las viélas debajo de mis

pies sentía algo en mi hombro: ¿Me permites? c


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Incluso debajo de mi chaqueta sentí ese frío que creí que solo existía en ella, al

voltear hacia arriba lo confirme y mi mirada quedo clavada en la suya por un

momento. Era ella con su lóbrego cabello, su libro añil y su helada presencia a

un lado de mí. Me sentí como si la mismísima Palas Atenea me mirara en un

momento de consagradísima conexión entre lo divino y lo mortal. Mi parálisis

era inevitable, entonces asentí con mi cabeza para que tomara asiento. c

Ese frío que sentía en su piel con el roce de la mía cuando turbulaba el autobús

acentuaba el aroma a jazmín que, de tan penetrante manera, llego a mi nariz.

Era como si la ligera gripa desapareciera con el paso de su e sencia a través de

mis poros nasales haciendo reverencia a algo tan santo como

incomprensiblemente bello. Mi mirada no llegaba a sus ojos pero percibí a

Wilde en las páginas que hojeaba tan delicadamente en el viaje. c

La parálisis desapareció cuando sin d arme cuenta susurré: c

-- El misterio del amor«c

--«Es incluso mas profundo que el misterio de la muerte. Wilde. c

Completo ella al mismo tiempo que volteaba a verme. Su mirada se clavo al

instante en que soltaba una pequeña risa y yo tomaba un poco de a ire para

calmar el pánico que ya me invadía. Pero tan pronto exhalaba ella se

marchaba, de nuevo en el cementerio donde bajo la ultima vez. Mi cuerpo


empezaba a producir sensaciones que nunca había tenido, mi dopamina se

elevo tanto como mi esperanza al saber que podría alcanzarla como Prometeo

al fuego. Esa misma noche, al terminar de dibujar, dormí como no lo hacia

desde niño: con ilusión. c

Era el segundo día, y no iba a ser la excepción. La espere de nuevo para estar

a su encuentro y efectivamente a la misma hora llego a la estación. c

Que bueno encontrarte de nuevo por aquí. ²Dijo al mismo tiempo que se

acercaba unos pasos más para sentarse a mi lado. ²Sabía que te encontraría

de nuevo aquí« al parecer mi libro permanecerá cerrado en los viajes ya que

tengo a alguien que escuchar y que me escuche. c

Subimos al camión sin parar de hablar un solo instante. De Nietzsche a Santo

Tomás, de Quevedo a Ende, sin tiempo para el silencio el viaje se tornaba

calido a pesar del tiempo y ella, conversaciones de estas solo las veía posibles

entre mis dibujos, letras y películas favoritas. Todo empezaba a ser tan

parecido a mis sueños y anhelos mas profundos que empezaba a tomarlo

como uno hasta que tocaba su piel por a ccidente en algún movimiento brusco

del camión y el frío me regresaba a la realidad. A esta hermosa realidad que se

me mostraba sin haberla esperado siquiera. c

Las rejas, los árboles retorcidos y las lapidas se hacían visibles junto a su

inevitable despedida y a mi ferviente deseo de permanecer un momento mas

con ella. Tan inevitable como mis líneas y curvas plasmadas en papel y lienzos
que exigían ser delineados con la belleza de mi inspiración encarnada, mi

nueva sensación y razón como ser nombrados. c

Era el tercer día, y mi decisión de invitarla a tomar un café en la galería en

contra esquina del cementerio era inminente y decidí hacer lo mismo que hace

varios días atrás. Y mientras caminaba a la estación, sentía en mi estomago la

llegada de la ansieda d. ¿Y si no le gusta el café? ¿Y si tiene ya pareja? ¿Y la

veo con el? ¿Y si me dice que si? Una fugaz explosión de posibilidades hacía

desfile en mi mente llenando de respuestas incompletas a cada una de ellas.

Pero ni el Danubio me hubiese detenido a enc ontrarme con ella de nuevo para

dar el siguiente paso en este sueño hecho realidad. c

No llegaba, a pesar de que volteaba a todos lados, corría a la esquina o la

buscaba entre la multitud que se aglomero sin razón alguna en la estación.

Pero el camión llego y subí lleno de esperanzas en encontrarla de nuevo. c

Aquella turba abordó justo después de mí. Los apretujones no se hicieron

esperar y todos los que pudieron tomaron asiento mientras que los otros

molestos quedaban de pie y agarrados del tubo de acero que colgaba del

techo. Se amontonaban en la parte delantera como si quisiesen defender el

camión de nuevos pasajeros y dejaron casi intacta la parte trasera del autobús.

Al acercarme al asiento vacío de atrás note el azul de un libro: Era ella c

Su cabello caía desde sus hombros casi hasta sus rodillas, abrigada como de

costumbre y volteando hacia abajo, como si su mirada ya fuera propiedad de


aquel texto. Había llegado a unas páginas rojas que no había notado antes,

pero se veía un gran avance en la lectu ra del mismo. c

Le toque el hombro para hablarle, pero no respondía. Nunca tome tanto interés

a Wilde como ella lo hacia. Insistí pero no recibí respuesta alguna. "Pudo

haberse quedado dormida en el viaje" pensé, pero mis impulsos me obligaban

a poder escucharla una vez más. Se había vuelto una necesidad tener su

atención sobre mi.c

Esta vez insistí con un movimiento un poco más brusco cuando de pronto, mi

llamada de atención junto a un movimiento del camión hizo que se moviera su

cabeza. Mi esperanza poco a poco se convirtió en un terror tan fuera de lo

común que el solo hecho de intentar describirlo haría que las articulaciones de

cualquier hombre empezasen a retorcerse de una manera brutal y dolorosa. El

hecho de ver el cuello de mi amada cercenado hast a llegar a la medula espinal

sin completar el corte, la sangre escurriendo por su bufanda y su cabello hasta

las paginas del libro y la mirada perdida y vacía que expresaban sus muertos

ojos hizo que instintivamente me moviera hacia atrás para tener un poco de

apoyo. Mi grito lleno de horror y destrucción desato la histeria en mi y los

pasajeros que al verla, les provoco una serie de sensaciones parecidas a la de

ver algo aun mas aterrador y horripilante que el mismísimo demonio. Pero

cuando la mirada de lo s pasajeros se volvió hacia mi, el horror que le acabo de

describir se convirtió en algo aun mas pesadillesco, incluso, de la imaginación

de alguien tan depravado y perverso que el mismo mal se quedaría corto. c

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Al momento de querer tomar uno de los tubos de los asientos que estaban

detrás de mi, mi mano estaba tan forzada en si que no pude tener el apoyo que

deseaba. Al querer hacer responder mi mano me di cuenta que empuñaba una

navaja tan ensangrentada como mis puños, tan rojos como las paginas de

aquella historia que no pudo terminar la mujer que tanto quise encontrar. c

El autobús se detuvo, y las sirenas empezaron a sonar. En mi se comenzó a

presentar un colapso nervioso, mi cuerpo empezó a desobedecer mis

comandos y el horror se convertía en algo inimaginablemente abisal, como si el

mismo tártaro empezara a reclamar mi alma, y sentía a mis sueños

desgarrándose centímetro a centímetro de mi mente, como si mi piel fuese

arrancada del músculo poco a poco para que el dolor no cesase. c

De un momento a otro fui arrastrado desde el camión a la ambulancia que se

encontraba a varios metros del cementerio de la ciudad. Todo se volvía

confuso y voraginoso. Poco a poco caía en un sueño tan terrible como

extraterrenal, una inconciencia tan caótica que solo provoca el deseo de la

muerte que por alguna razón sabes que no llegara pronto para librarte de tan

oscuro destino. c

A pesar de toda esa confusión sentía un dolor en mis brazos que sentí muy

familiar pero que no recordaba por más que quería. Mi concentración estaba

enfocada en hacer sentir la menor desorientación posible en mi cerebro. c

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Poco a poco caí en ese sueño del cual no deseaba enterarme. Mucho menos

sentir.c

Poco a poco tome conciencia de mi estado. Estaba d e nuevo en casa, libre al

fin de aquella pesadilla salida del mismo infierno. Sentado entre mis cuatro

paredes blancas y acolchadas, con mis ya familiares vendas y dolores en mis

muñecas y los retratos de mi amada, mi soñada y añorada Sophie. c

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