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WALT WHITMAN

1. Comentario de “Yo canto al cuerpo eléctrico”

Lo que en la edición de 1867 de Hojas de hierba iría encabezado por el célebre “I sing
the body electric” tuvo una primera versión en 1855 que no incluía dicho arranque ni otros
ajustes posteriores.
Desde el principio de este bloque, aparecen dos elementos que articularán toda la serie
versal: por un lado, la interacción del yo poético con el mundo que lo rodea y, más
concretamente, con los seres humanos que habitan ese mundo dinámico y en construcción del
que Whitman pretende ser nueva voz; por otra parte, aparece el cuerpo como protagonista
absoluto de dicho canto. Este cuerpo que acapara el interés del poeta no se presenta ya como
el inevitable soporte físico del alma, sino que es en sí mismo algo sagrado y territorio del
espíritu por ser precisamente cuerpo. ¿Si el cuerpo no fuera alma, qué podría ser ésta?
a) Tras esos versos 3-4 que encontrarán eco de cierre al final de la serie, se inicia la
ponderación y descripción sucesiva de los cuerpos masculino y femenino. Ambos son
expresamente juzgados como perfectos (v. 6) antes de que el poeta trate de describirlos
poéticamente. El cuerpo que se describirá corresponde a un ideal armónico y equilibrado en
partes y órganos; y en él la salud física va de la mano de la limpieza moral.
a1) Se empieza por el cuerpo masculino.
-Del verso 7 al 12, el texto se detiene en la descripción del cuerpo del hombre. En ella,
la enumeración de partes del cuerpo no sigue ningún orden, sino que se mueve de arriba
abajo, de lo particular a lo general, etc., según el caos que mejor convenga a la impresión
de la percepción de ese cuerpo cuya visión sobrepuja el mejor poema.
-A partir del verso 13 se abre paso una de esas enumeraciones tan caras a Whitman
con miembros de esa nueva sociedad democrática que está construyendo la nación
americana. Todos estos personajes (los bebés que se estiran, las mujeres que van por la
calle, el nadador desnudo en la laguna, los constructores manos a la obra, los remeros
bogando, las mujeres en sus quehaceres domésticos, la madre calmando a su hijo, la chica
que trabaja con el ganado o el huerto de la familia, el leñador que tala ágil, el agricultor, el
conductor del trineo, los luchadores, los bomberos que desfilan tras atender un aviso, e
incluso los jornaleros almorzando) están en acción, en ese puro dinamismo cinético
(véanse sólo los tres versos dedicados a los luchadores) que impregna las páginas de Hojas
de hierba. Como en acción está también el poeta, no sólo mediante el canto de su palabra,
sino en virtud de su propia identificación con sus conciudadanos y sus cuerpos hermosos
por activos: “(...) y estoy al pecho de la madre con el niño,/ y nado con el nadador, y lucho
con los luchadores, y desfilo en formación con los bomberos, y me paro y escucho y
cuento”.
-En este momento, el poeta se detiene en un ejemplo concreto: el de un granjero
corriente. En este caso, se pone ya claramente de manifiesto que la prosopografía (la
descripción física, exterior) y la etopeya (la descripción moral o psicológica) van de la
mano, porque este cuerpo bello de un hombre de generosidad, modales y prudencia genera
el amor: el de su familia, el de otras personas cercanas y hasta el de esa 2ª persona del
singular generalizadora que incluye también al propio poeta: “hubieras deseado estar con él
tiempo y tiempo... hubieras deseado sentarte a su lado en la barca de manera que vuestros
cuerpos se tocaran”.
→Y éste ejemplo permite unos versos de generalización en los que el poeta subraya el
deleite de pasar siquiera entre estos cuerpos bellos: “estar rodeado por hermosa carne
curiosa que respira y que ríe es bastante”. Y la satisfacción de ese placer no estriba ya en el
goce sensorial, sino en la complacencia del alma que es cuerpo o no es: “Hay algo en estar
cerca de los hombres y las mujeres y en mirarlos y en su contacto y olor que complace al
alma,/ todas las cosas complacen al alma, pero éstas le complacen en mayor medida.
a2) Se ocupa ya del cuerpo de la mujer:
En ella corporeidad y misticismo se hacen claramente patentes (“irradia una aureola
divina”), y de ese hálito espiritual que subyuga y todo lo abole y desencadena, surge la
descripción física que ahora sí sigue un orden (del cabello a las manos, de arriba hacia
abajo) y el ámbito de la cópula que deja fluir el espíritu y abre puertas a éste y a la salida
de la vida. La mujer es algo tan físico como la fusión sexual y algo tan etéreo como la
aurora; por ello, el poeta habla a las mujeres para decirles “sois las puertas del cuerpo y
sois las puertas del alma”.
Finalmente, panteísmo, misticismo y fisicidad se funden en acabada comunión: el
alma de Whitman reflejada en la naturaleza, la perfección de la belleza y hasta la
inmortalidad se presentan a la vista en la cabeza y el busto de una mujer.

b) A partir de ahí, el poema recoge las consecuencias de todo ello y se detiene en los
elementos que están en el carácter masculino, señala que el universo y todas sus fuerzas se
comprenden en ese cuerpo. Y el cuerpo, ya sea de hombre o de mujer, es igualmente
sagrado. La firme proclamación de dicha dignidad es lo que permite la transición a otro
segmento del fragmento.

c) Concretamente, en la penúltima parte de este bloque de versos, se muestra ya de


forma dramática la objetivación del cuerpo, relacionada ahora con la idea de esclavitud.
Como se ha visto en los versos anteriores, la identidad de un ser humano depende de su
propio cuerpo, donde se encarna y construye. La identidad del esclavo quedaría totalmente
destruida a la vez que su cuerpo es fragmentado, como si fuera a venderse despiezado en un
mercado, una vez convertido en objeto de puro consumo:

¡Un esclavo a subasta!


Ayudo al subastador... el haragán poco sabe de su oficio.
(...)
Examinad estos miembros, rojos negros o blancos... de ingeniosos nervios y tendones;
los descubriremos para que podáis verlos.
Sentidos exquisitos, ojos llenos de vida, arrojo, voluntad,
láminas de músculo pectoral, columna y cuello flexibles, carne musculosa no fláccida, brazos y
piernas de buen tamaño,
y aún más maravillas dentro.

Quienes reducen al esclavo a meros trozos de carne le están arrebatando su subjetividad


y su humanidad mismas. La crítica ha venido señalando que el hecho de que el yo poético
auxilie al subastador, como una especie de ventrilocuo, y se apropie del discurso del vendedor
implica una cierta asunción de responsabilidad en esta despreciable orgía de la carne: cuantos
alguna vez han participado, de manera activa o como meros consentidores, en el mercado de
esclavos tienen una responsabilidad por haberlo permitido. Ahora bien, más allá de eso, lo
cierto es que esa voz poética que clama por una humanidad universal proclama, desde el
arranque de esta parte, la dignidad humana del esclavo (no hay dinero que pueda comprar a
ese ser humano que ocupa el lugar central de la creación del mundo y que posee “los atributos
de los héroes”). Ese cuerpo que se contempla fragmentado no se distingue de los otros
cuerpos antes cantados y celebrados (recuérdense los versos anteriores); en él reverbera
igualmente el alma y es capaz de albergar los mismos anhelos que cualquier otro ser humano.
Una vez más, en un elemento físico –la sangre- vive el hálito del espíritu (“Dentro corre la
sangre... la misma sangre de siempre... la misma sangre roja que circula;/ aquí expande y
bombea el corazón... aquí todas las pasiones y los deseos... todos los anhelos y aspiraciones”).
Whitman ha relacionado dos discursos opuestos y, al enfrentarlos, se llega al
reconocimiento de ese lazo que nos une como iguales y, por tanto, nos hace libres. Todo ello
debe conectarse con el papel de Hojas de hierba como canto de esa sociedad norteamericana
en el vigor de su formación (una nueva poética y una nueva poesía –en formas y temas- para
una nueva sociedad) y como utopía poética.
d) Finalmente, el texto se cierra, por un lado, insistiendo en el carácter sagrado del
cuerpo y en cómo la limpieza y firmeza de los cuerpos los dota de belleza, que son los dos
Leitmotive de este fragmento. Además, el poeta vuelve a las cuestiones planteadas en forma
de interrogación en los versos 3 y 4 de la serie y, como si cerrara el círculo poético, las
contesta rotunda e inequívocamente: no cabe escondite para quien deshonra su propio cuerpo
ni hay mayor vileza que incurrir en esa profanación del cuerpo humano vivo.

2. Comentario de “Canto del respondedor”

Si Hojas de hierba supone la fundación de una nueva poesía –en fondo y forma- para la
nueva América que se está construyendo ante los ojos de Whitman, es lógico pensar que estas
novedades formales, temáticas, lingüísticas y de mirada irían de la mano de una concepción
de la poesía y del papel del poeta que se pretendiera distinta. El “Canto del respondedor” es
uno de los textos whitmanianos de los que cabe extraer dicha concepción poética.
En él, el poeta se presenta como un respondedor, en tanto en cuanto es capaz de
convertirse en voz para esas respuestas que surgen en forma de señales de la propia realidad
circundante: “Y me quedé ante el joven cara a cara y tomé su mano derecha en mi mano
izquierda y su izquierda en mi derecha,/ y respondí por su hermano y por los hombres... y
respondí por el poeta y envío estas señales”. Es el contacto directo con el pulso de dicha
realiada el que permite al poeta acceder a este caudal de conocimiento y darle adecuado eco.
El poeta puede absorber esa realidad y el sentido profundo de la misma porque, al mismo
tiempo, dicha realidad lo absorbe a él; en este sentido, la asimilación mutua constituye un
signo y una consecuencia a la vez del panteísmo místico que impregna los versos de
Whitman.
El poeta puede atribuir “actitudes a las cosas” porque es capaz de mirarlas con una
mirada nueva, de sumergirse y enfangarse en ellas hasta conocerlas. Su verso, además, es
verso en el tiempo, situación, lugar y contextos precisos que le ha tocado vivir; su verso es el
canto del testigo que está elaborando la nueva épica para la nueva América. En la poesía de
Whitman, el hacedor de poemas es respondedor, y esa voz que responde no elude ningún
aspecto o tema, y da fe incluso de lo que no es capaz de comprender.
El poeta “tiene la llave maestra de los corazones”, de manera que es capaz de acceder al
pulso más íntimo de personas y cosas y recibir y difundir las respuestas que éstas ofrecen.
El abrazo mediante el cual se relaciona con el mundo circundante tiene un carácter
universal, en el vehículo de su expresión y en los temas que aborda. Por un lado, la poesía
incorpora todas las lenguas, no tanto por ser un lenguaje universal, sino por tratarse de un
lenguaje que accede directamente a las propias cosas, tal y como éstas son. También desde
este punto de vista, todos los hombres -de cualquier origen social, cultural, lingüístico-
pueden identificarse con el poeta, que es quien da voz a esa poesía esencial de la realidad.
Éste es un elemento más que incide en la comunión con el otro y con el mundo. Todos pueden
sentir que en la poesía (en una poesía como la que preconiza Whitman) se cristaliza y canta su
hermanamiento. En este sentido y en lo que se refiere a los temas tratados por Whitman, no es
casualidad que en medio de este metapoético “Canto del respondedor” vuelva a introducirse
una enumeración con todos esos seres de la dinámica y democrática realidad americana que
tanto fascinaron al autor (el esclavo, el alto cargo político, los obreros, los soldados, los
marineros, los escritores, los artistas, emigrantes, ingenieros, el caballero de impecable linaje,
los marginados): la poesía, al cantarlos a todos a un tiempo, los transforma en héroes de
idéntica dignidad.
Para concluir, Whitman hace hincapié en que el verdadero ritmo y la auténtica belleza
de la poesía no habitan en la pura melodía de una forma sólo preocupada por sí misma. La
auténtica música y la excelencia estética de la poesía residen en la nueva forma por la que él
apuesta, en la que no importa el cómputo silábico, ni se hace ascos al neologismo ni a cuanto
sea preciso para mejor reflejar el dinamismo de la sociedad que el poeta quiere cantar.
Whitman sabe que la belleza habita en su poesía: no porque él cree tal hermosura, sino porque
acierta a transmitir las señales de lo bello que está en esos múltiples cuerpos, esas diversas
actividades vitales, esas distintas experiencias y esa naturaleza que lo rodean.

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