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El Ojo Breve/ Debates sobre el rol curatorial

Por

Cuauhtémoc Medina

(30-Ene-2002).-

Acudí al primer Simposio Internacional de Teoría sobre Arte


Contemporáneo (SITAC), realizado en el Teatro de la Danza del 24
al 26 de enero, con un cierto prejuicio. Tras varios años en que la
actividad de conferencias y talleres de los museos capitalinos ha
girado primordialmente en torno a la visita y charla de curadores
internacionales, temía que centrar la agenda del simposio en torno
a la discusión del oficio de curar podría volverse un tanto
redundante. Pocas cosas hay más estimulantes que equivocarse.

El SITAC demostró una multitud de cosas. Por un lado, la amplitud


y el apasionamiento de un público que, a despecho de las
parrafadas recientes de la autoridad cultural, atiborró el Teatro de
la Danza con un entusiasmo que sólo puede ser producto de la
irreversible diseminación y el creciente refinamiento que ha ido
logrando la cultura del arte contemporáneo en esta ciudad.

Pero, por sobre todo, el evento fue una muestra de la densidad y la


madurez que, al inicio del siglo, ha adquirido la autorreflexión de
la curaduría, lo mismo en las metrópolis como en la antigua
periferia. Pues más que un mero despliegue de carreras personales
o visiones metodológicas sobre cómo formular y reformar
instituciones, los ponentes de SITAC volvieron una y otra vez sobre
dos conceptos clave: la relación entre curaduría y contexto y los
dilemas éticos de la intervención curatorial.

Por un lado, implícita o explícitamente, los ponentes pusieron en


relieve que la curaduría es un oficio que depende esencialmente de
una situación específica, por lo que no es posible formular nada
parecido a un estilo de época o un discurso curatorial dominante,
sino una diversidad de estrategias que tratan de dar salida tanto a
actitudes artísticas muy diversas, como a circunstancias casi
incomparables de visibilidad, recepción y recursos institucionales.

De hecho, varias ponencias confrontaron con gran sutileza la


paradoja política que encierra el globalismo de la curaduría, no del
todo lejana a los dilemas que supone la extensión del internet. Por
un lado, construye lo que Yu Yeon Kim describía como "un espacio
transnacional donde las transacciones de economías y culturas se
inclinan en favor de las sociedades económicamente más
poderosas que venden sus ideologías consumistas a la llamada
periferia", al tiempo que es también el terreno dialógico donde se
antoja posible efectuar, mediante la interpretación y la absorción,
"un cambio radical en nuestra relación con otras culturas." En esa
perspectiva, incluso las estimulantes directrices de Hans Ulrich
Obrist para exhibiciones como Laboratorium (concebir el trabajo
curatorial como un catalizador de procesos impredecibles,
fluctuantes e inestables de auto-organización e investigación,
donde el curador rechaza la idea de un plan maestro a favor del rol
de "invitar, invitar e invitar" tanto a artistas, como a intelectuales y
arquitectos a fin de crear zonas de autonomía temporal) tenían
carácter localizado en relación a los dilemas que describían otros
practicantes.

Especialmente cuando la tarea curatorial, como expuso Virginia


Pérez Ratón de TEOR/éTica en Costa Rica, no puede ser ya el
reporte cartográfico del "ombliguismo de las glorias locales", sino
la creación del "LUGAR con mayúsculas": el "espacio mental antes
inexistente" que anima a una determinada localidad a concebirse
como un territorio significativo de actividad, más allá de la mera
exportación de artistas a las bienales y los centros artísticos.

Algunos de esos argumentos aparecieron en forma de una


autocrítica de los efectos del despunte de la figura del curador
global. En una ponencia que será recordada por su claridad y
sentido del humor, Olu Oguibe repasó los perjuicios derivados del
poder de dos clases fundamentales de curaduría: la del supuesto
conoisseur que, amparado en su genio y excentricidad, descubre
un territorio supuestamente virgen de artistas, pero casi
irremediablemente se vuelve "cómplice en la diseminación de ideas
problemáticas sobre ciertas culturas y sociedades". Pero también
advirtió las fallas políticas del nuevo tipo de curador que opera
como un broker cultural que, por desgracia, acaba por convertirse
en el único e inescapable filtro de la visibilidad de los artistas.

Ante las evidencias de los saldos negativos de esas nuevas formas


de poder cultural, Oguibe hizo un llamado apasionado a asumir la
"carga curatorial" concebida como una modesta pero eficaz
colaboración con el artista, que haga justicia incluso al origen
etimológico de la palabra "curar": cuidar, nutrir, facilitar y servir de
catalizador del arte contemporáneo.
El dilema, como sagazmente planteó el artista Eduardo Abaroa, es
encontrar alternativas a la visión que concibe al curador como algo
similar al encargado de un zoológico que "selecciona aquellas
bestias interesantes por bonitas, feas, elegantes, grotescas,
grandes, chicas, amables, peligrosas, antiguas (o) nuevas" o las
pretensiones y angustias del "curador curandero" que se comporta
como si lo que exhibe fuera a "servir de bálsamo espiritual" para
sanar los males del resto de la sociedad. Al proponer la visión de
una "curaduría homeopática" que "selecciona los elementos
cancerígenos, virulentos, depresivos o venenosos del sistema y,
cuidadosamente, los administra en su lugar de origen.

" Abaroa nos ha brindado la que quizá sea la más ingeniosa visión
del rol del curador en sociedades que, como México, enfrentan no
sólo el subdesarrollo de sus instituciones y la pequeñez del
nacionalismo, y las obsesiones puramente pedagógicas de la
burocracia cultural, sino las paradojas del capitalismo global. Pues
este es un terreno donde el curador, a decir de Abaroa, debe
comprende que "contrariamente a lo que se opina con frecuencia,
las mejores causas requieren más de entusiasmo que de
sabiduría".

cmedin@yahoo.com

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