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Con los atributos básicos bien logrados, ella se casó a los 18 años con mi padre,
quien al pedir su mano no contaba con empleo ni dinero y solo ofreció la buena
voluntad para salir adelante.
Quizá mi madre pudo limitarse a cubrir el rol socialmente asignado y esperar a que
mi padre mejorara la economía del hogar. Sin embargo, lejos de eso, fortaleció su
espíritu de lucha y demostró su gran fortaleza para enfrentar cualquier adversidad.
Como madre de 5 hijas y 2 hijos su tarea fue larga y pesada pero siempre con amor
y con alto sentido del deber. Asumiendo en todo momento que tarde o temprano
lograríamos ser profesionistas y no tendríamos que depender de nadie para cubrir
nuestras necesidades y realizar todo aquello que nos hiciera felices siempre con
rectitud.
Estando lejos de las oportunidades educativas, nos enseño a leer, escribir, números
y solución de problemas matemáticos para llevar avance al momento de entrar a la
escuela.
Además de ser nuestra maestra en el hogar, también fue una hábil cocinera,
panadera, costurera y administradora de un comercio de abarrotes, pero sobre todo,
fue nuestra gran consejera. Su estrategia principal fue siempre predicar con el
ejemplo, con firmeza en sus principios, con fe en nuestras posibilidades y con gran
fuerza de carácter para ayudarnos a crecer sin limitaciones.
Puedo decir con certeza, que fue una mujer revolucionaria que sabía perfectamente
que sus semillas estaban sembradas en tierra fértil. Siempre mostró rebeldía ante la
supuesta idea de que ser mujer implicaba debilidad, dependencia, sumisión y
sensibilidad extrema, así fue que optó por ahogar penas y ocultar sentimientos que
la hicieran parecer vulnerable.
Su fuerza le bastaba para partir leña, cargar objetos pesados y hasta para enfrentar
los peligros durante las largas ausencias de mi padre. Su energía parecía inagotable
en ese remolino de su vida donde ni los fuertes dolores de cabeza detenían su labor.
Una lágrima no se veía en sus ojos, aún en momentos difíciles, todo era poco para
detener su afán. Más que ternuras, besos y abrazos, como madre nos dio ejemplo,
palabras de aliento, de sabiduría, de fortaleza y de valoración en cada uno de
nuestros pasos. Nos infundió de mil maneras que la perseverancia y saber elegir
buenos caminos, nos alejaría del servilismo al que se ve sujeta una persona que no
se prepara y lucha por su dignidad.
No dudo que para mi padre tampoco fue fácil asumir su rol tradicional, que
ciertamente lo cubrió de la mejor manera en su tiempo, sin embargo es la vida de mi
madre la que me lleva a pensar, que si bien en todo momento mostró ser portadora
de habilidades diversificadas incluyendo algunas que eran consideradas como
“propias de hombres”, también es cierto que se vio limitada en sus aspiraciones
personales y la manera de encausarlas fue sembrar con perseverancia el deseo de
superación e independencia económica de sus hijas e y hijos.
A sus 43 años de trabajo en el hogar, bien merecía una jubilación pero… ¿Cuándo
se ha visto que una mujer luchona, altamente responsable y hábil para desempeñar
un sin fin de labores reciba un pago por sus servicios si no ha sido contratada por
un patrón?
El pago por sus esfuerzos en vida lo pudo apreciar; una familia unida cuyos siete
hijos logramos ser profesionistas y ejercer nuestra labor con responsabilidad.
Así, satisfecha por sus logros y legándonos su sabia forma de ver la vida, una noche
el remolino emprendedor de su vida, se detuvo. Su corazón dejó de latir y al
dibujarse en sus labios una serena sonrisa asumimos la tarea de despedirla con
honor y desearle un descanso eterno a nuestra gran maestra de la vida.
Hoy, tengo la certeza de que ser mujer no nos aleja de la posibilidad de ser fuertes,
emprendedoras, luchonas, perseverantes, etc. y si bien mi madre renunció a la
manifestación sensible de sus emociones por empeñarse en probar su fortaleza, mi
deseo es vivir a plenitud la manifestación completa de mi ser, aun mostrando
vulnerabilidad al asumir algún rol que tradicionalmente se asocia con la
masculinidad. Sin embargo, soy conciente que a pesar de sus enseñanzas, crecí
con carencias en habilidades propias de “hombres” y ahora me toca aprender a
negociar para dar y recibir lo que necesito sin menosprecio a mi persona.