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William Blake fue el tercero de los seis hijos que concibieron James y Catherine
Blake. Nació en Londres, en un lejano Noviembre de 1757.
Sabemos que James Blake fue un próspero dueño de una mercería que atendía las
necesidades de las clases medias-altas en un concurrido Barrio del Londres más
comercial y bullicioso.
Ultra lo expuesto, cabe decir que las señales que el contra-anglicanismo labra en
William Blake derraman el cuenco de la sencilla fe, pues los mitos y textos sagrados
son, a su vez, un substratum que el artista utiliza con asombrosa generosidad,
confabulando así una senda extraña, iniciática y reveladora, en donde visiones y
sueños estructuran un todo profético que llama a un nuevo hacer, a una nueva
humanidad que escribe: “Sé y Haz”.
La lámina que aquí analizaré se titula ‘The Ancien of Days’, ‘El Anciano de los días’.
El Anciando de los días es la eternidad y el tiempo de todas las cosas anteriores a los
días, la eternidad y el tiempo (Pseudo-Dionisio Aeropagita). No es aún el Dios al que
sirven los hombres, se trata de una incongruencia, es el todo reducido a la unidad.
FORMACIÓN:
Parece ser que William adquirió con considerable presteza el arte de la pintura.
En la escuela de Pars los alumnos copiaban estampas o pequeñas reproducciones
de las obras culminantes del período clásico. Con mucha audacia Malkin dijo que
tal hecho podría explicar la insólita semejanza que existe entre la pintura de Miguel
Ángelo, por ejemplo, y la de William Blake pese a la disparidad de períodos y
lugares.
Cabe aclarar que William Blake no deslumbró a su período del mismo modo en que
lo hizo siglo después.
Existen, ciertamente, algunos encargos de considerable importancia - tal es el caso
de los dibujos llevados a cabo en la abadía de Westminster - mas su espíritu no fue
desplegado en toda su profundidad hasta que los tiempos se vieron empujados a
luchar contra lo que W. Blake ya había experimentado en cuerpo y alma, esto es -
que se perciba en toda su inmensidad - la opresión de las cadenas de la razón…
Tanto Nietzsche como William Blake entendían que la creación era la facultad
nuclearmente más genuina y originaria del ser humano; la Revolución Industrial
dejaba entrever las atrocidades que la ceguera del positivismo tecnócrata permitiría,
ejemplificadas en un colectivo de asalariados totalmente faltos de derechos, de
recursos suficientes... El gran logro de algunos pensadores del Romanticismo fue
desvelar tal problemática; y no es necesario andar muy lejos para percibirla, pues
todavía impera en nuestros tiempos… W. Blake es, aquí, el visionario oportuno que,
aderezando el fuego del vitalismo más mítico y errático, levantó un hilo conductor
que sigue vigente, de facto, en la falsa ética actual.
El cronista Luís Racionero explica que Allen Ginsberg solía declararse heredero de
la poesía de W. Blake, pues en ella el poeta hallaba: “un saber mágico, oculto” si
bien Blake “fue el primero en vislumbrar que la razón proporcionaría una visión única, de
esclavización mental en el mundo”.
Ciertamente, muchos otros también fueron críticos del ‘sueño de Newton’. El mismo
Rimbaud consideraba que la liberación mental y social eran un todo inseparable en
el que solamente la imaginación - o el acto creativo – podía proporcionar certeras
conclusiones y dignas resoluciones a los eternos problemas de la especie una vez
sociabilizada.
Recuérdese la gran sentencia de ‘Las Cartas del Vidente’: ¿Yo? ¿Trabajar? ¡En la
vida!
Aquí encontramos una muestra de por qué W. Blake es adjetivado como “el último
gran visionario”, pues no está claro hasta qué punto debemos entender a Urizén
estrictamente como una divinidad, o bien, por el contrario, en su sentido más
metafórico y sentenciador, éste es, el de aquello que conduce a un pueblo humano
a gritar progreso y raciocinio cuando todavía se muestra falto de felicidad y equidad.
Lo que preocupaba a William Blake, así como a la mayoría de Románticos, era que
los novedosos sistemas de producción que imperaban en las industrias eran
autoritarios; reducían - y reducen aún hoy - la diversidad, el individualismo, la
espontaneidad y muchos otros componentes triviales, necesarios para que una
persona pueda manifestarse en su bien encontrada complejidad humana.
¿En qué debe sentirse realizado un trabajador de una gran ‘cadena de montaje en
serie’? ¿Acaso sabe en qué parte de producto será útil su trabajo? ¿Por qué habría
de luchar más de lo debido para la corporación empresarial?
William Blake “Si las puertas de la percepción estuvieran limpias, veríamos todo tal y como
es: infinito y eterno.”
En el aguafuerte ‘El Anciano de los días’ podemos ver a una figura humana
arrodillada, centrada en el interior de una pequeña circunferencia.
Otro detalle de merecido análisis es el haz de luz que se desata del brazo de la
divinidad, la luz primigenia, cuyas únicas características son la pureza -
ejemplificada en W. Blake por el color blanco - y la dualidad, fenómeno que habla
de vida y de muerte, enigmática cuestión ad infinitum que diseccionará la realidad
evanescente. En ‘El Anciano de los días’ el espectador podrá apreciar con cuanta
pujanza es confeccionado éste principio ontológico, el de los contrarios, que Blake
propone como irrefutablemente oriundo del acto de la Creación mayúscula o Divina.
Así pues, el Dios de William Blake es a la vez Luz, Oscuridad, Infinitud y Perfección.
Muchos artistas podrían haber cavilado durante endosísimas horas para llegar a
concebir, finalmente, una imagen representativa de un poderío tan inconcebible e
indeterminable; sin embargo, William Blake culmina éste logro con solamente tres
símbolos telúricos del todo representativos, ancestrales y místicos. (el
antropomorfismo de los dioses, la esfericidad y la dualidad en lo existente, dígase también
del ciclo de la vida)
William Blake, pues, deja en el trasfondo de ‘El Anciano de los días’ un llamada si
no a la rebelión, a la creación, a la imaginación de unas nuevas directrices para el
mundo, último remedio contra la ponzoña que llama a la racionalización de la
especie, a la destrucción del mundo y a la hipocresía de la humanidad toda.