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Laurence Steinberg
*
“Autonomy”, en Adolescense, 5ª ed., EUA, McGraw-Hill College, 1999, pp. 275-284. [Traducción de
la SEP realizada con fines didácticos, no de lucro, para los alumnos de las escuelas normales.]
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En Delia Ephron, Teenage Romance: or How to Die of Embarrassment (Nueva York, Viking, 1981).
de ver la adolescencia como época de rebelión espectacular y activa, los
investigadores hoy ven el aumento de la autonomía durante la adolescencia como
algo gradual, progresivo y −aunque importante− relativamente poco dramático.
Como los adolescentes de hoy pasan tanto tiempo lejos de toda vigilancia
directa de los adultos, ya sea solos o con sus compañeros, aprender a dominar su
propia conducta de manera responsable es una tarea crucial para la juventud
contemporánea. Como lo hemos visto en capítulos anteriores, con el incremento de
familias en que sólo está uno de los padres o en que ambos son profesionistas, se
espera que hoy más jóvenes sean capaces de autovigilarse durante una buena parte
del día (Carnegie Council on Adolescent Development, 1992). Muchos jóvenes se
sienten presionados –por los padres, los amigos y los medios informativos− para
crecer con rapidez y actuar como adultos desde temprana edad (Elkind, 1982). Un
muchacho de 13 años debe reservar sus boletos de avión para volar de ida y vuelta
entre los hogares de sus padres que están separados. Otra, que está embarazada y
temerosa de decirlo a sus padres, debe arreglárselas por su cuenta. Un tercero debe
cuidar de sus hermanitos menores todas las tardes porque sus padres trabajan. En
muchos aspectos, las demandas que se hacen hoy a los jóvenes para que actúen
con independencia son mayores que nunca.
Sin embargo, en todo esto hay una extraña paradoja. Al mismo tiempo que se
pide a los adolescentes ser más autónomos psicológica y socialmente, se han vuelto
menos autónomos en lo económico. Al extenderse los años de escuela para la
mayoría hasta los primeros años de la edad adulta, la independencia financiera
puede llegar hasta mucho después de establecida la independencia psicológica.
Muchos jóvenes que son emocionalmente independientes encuentran frustrante
descubrir que tienen que atenerse a las reglas de sus padres mientras estén siendo
sostenidos económicamente. Pueden sentir que la capacidad de tomar sus propias
decisiones no tiene que ver con la dependencia financiera. Por ejemplo, un
muchacho de dieciséis años que conduce, que tiene un empleo de medio tiempo y
una relación seria con su novia puede ser independiente en estos aspectos y, sin
embargo, sigue dependiendo de sus padres en materia de alimentos y hogar. Sus
padres acaso consideran que, mientras su hijo viva en su casa, ellos pueden decidir
a qué hora debe llegar por la noche. El adolescente puede sentir que sus padres no
tienen derecho de decirle cuándo entrar y cuándo salir. Esta clase de diferencias de
opinión puede ser una verdadera causa de dificultades y confusión para los
adolescentes y sus padres, especialmente cuando a éstos les resulta difícil decidir el
nivel de independencia que deberán dar al adolescente. Los desacuerdos por
asuntos relacionados con la autonomía ocupan el primer lugar en la lista de cosas
que provocan querellas entre los adolescentes y sus padres (Holmbeck y O’Donnell,
1991: Montemayor, 1986).
Recapitulación
84
12
-12
-36
-60
5 6 8 9
Grado
Figura 1. Diferencias de edad en cuatro aspectos de la autonomía emocional (Steinberg y Silverberg).
Los psicólogos creen que la desidealización puede ser uno de los primeros
aspectos de la autonomía emocional que se desarrollan, porque los adolescentes
pueden librarse de sus imágenes infantiles de sus padres antes de reemplazarlas por
otras más maduras. Aunque los adolescentes medianos se aferran menos
probablemente que los jóvenes adolescentes a imágenes idealizadas de sus padres,
cuando se trata de ver a sus padres como personas, los muchachos de 15 años no
son más autónomos, en lo emocional, que los de 10 años. Aun durante los años de
bachillerato, los adolescentes parecen tropezar con cierta dificultad para ver a sus
padres como personas, aparte de su función de padres. Este aspecto de la
autonomía emocional tal vez no se desarrolle hasta mucho después; acaso hasta los
principios de la adultez (Smollar y Youniss, 1985; White, Speisman y Costos, 1983).
Este aspecto de la autonomía emocional parece desarrollarse más tarde en las
relaciones de los adolescentes con sus padres que con sus madres, porque los
padres parecen interactuar menos a menudo con adolescentes en formas que les
permitan ser vistos como individuos (Youniss y Smollar, 1985).
Recapitulación
No es difícil ver por qué la clase de toma y daba que se encuentra en las
familias autoritativas es apropiada para la transición del niño a la adolescencia.
Debido a que las normas y los lineamientos son flexibles y adecuadamente
explicados, la familia no tiene dificultades para adaptarlos y modificarlos conforme el
niño madura emocional e intelectualmente (Smetana y Asquith, 1994), los cambios
graduales en las relaciones familiares, que permitan mayor independencia a la
persona joven y fomenten mayor responsabilidad, pero que no amenacen el nexo
emocional entre padres e hijos –en otras palabras, los cambios que promueven una
creciente autonomía emocional –, son relativamente fáciles para una familia que ha
sido flexible y que ha estado haciendo desde el principio este tipo de modificaciones
en las relaciones familiares (Baumrind, 1978; Vuchinich, Angeletti y Gatherum, 1996).
En las familias autoritarias, en que las reglas son impuestas rígidamente y rara
vez explicadas al niño, adaptarse a la adolescencia resulta más difícil para la familia.
Los padres autoritarios pueden considerar que la creciente independencia emocional
del niño es algo rebelde e irrespetuoso, y pueden oponerse a la creciente necesidad
de independencia del adolescente, en lugar de reaccionar a ella abiertamente. Los
padres autoritarios, al ver que su hija empieza a interesarse en los muchachos,
pueden aplicar una hora de llegada rígida para limitar su vida social. En lugar de
favorecer la autonomía, los padres autoritarios pueden mantener inadvertidamente
las dependencias de la niñez, al no dar a su hijo práctica suficiente en tomar
decisiones y en ser responsable de sus acciones. En esencia, los padres autoritarios
pueden obstaculizar la individuación del adolescente.
Tanto en las familias indulgentes como en las familias indiferentes, surge una
clase distinta de problemas. Esta clase de padres no ofrece guía suficiente a sus
hijos y, como resultado, los muchachos que fueron criados con excesiva tolerancia
no adquieren unas normas de conducta adecuadas. Alguien que nunca se ha atenido
a las reglas de sus padres siendo niño, se enfrentará a enormes dificultades para
aprender a respetar las reglas cuando sea adulto. A falta de guía y de reglas de los
padres, los adolescentes criados con excesiva tolerancia buscan a menudo consejo y
apoyo emocional en sus compañeros -práctica que puede ser problemática cuando
los compañeros mismos son relativamente jóvenes e inexpertos. No es de
sorprender que los adolescentes cuyos padres no les dieron guía suficiente queden
psicológicamente dependiendo de sus amigos -emocional- mente separados de sus
padres, tal vez, pero no auténticamente autónomos (Devereux, 1970). Los problemas
de la excesiva tolerancia de los padres se exacerban por una falta de intimidad,
como ocurre en las familias indiferentes.
Algunos padres que han criado con excesiva tolerancia a sus hijos hasta la
adolescencia son tomados por sorpresa por las consecuencias de no haber sido
antes más estrictos. La mayor orientación de los adolescentes criados con excesiva
tolerancia hacia el grupo de compañeros puede hacer incidir a la persona joven en
una conducta que sus padres desaprobarían. En consecuencia, algunos padres que
han sido demasiado tolerantes durante toda la infancia de su hijo cambian de táctica
cuando entra en la adolescencia y se vuelven autocráticos, como medio para
controlar al joven sobre quien sienten que han perdido todo control. Por ejemplo, los
padres que nunca han puesto restricciones a las actividades vespertinas de su hija
durante la primaria empiezan de pronto a supervisar su vida social de adolescente
cuando entra en la secundaria. Cambios como éstos son sumamente difíciles para
los adolescentes −precisamente cuando empezaban a buscar mayor autonomía, sus
padres se vuelven más restrictivos. Habiéndose acostumbrado a una relativa
tolerancia, los adolescentes cuyos padres cambian las reglas en mitad del juego
pueden tener dificultades para aceptar unas normas que, por primera vez, se les
imponen estrictamente.