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La tentación fascista:

el caso Maurice Blanchot

Por Nicolás González Varela

Blanchot, el oscuro: Maurice Blanchot es


indudablemente uno de los ensayistas y
literatos más fascinantes de la posguerra.
Tanto como crítico literario en sus
contribuciones a las más prestigiosas revistas
de lettres contemporáneas, ha ejercido una
función canonizadora sobre la literatura
contemporánea. No sólo eso: la importancia
de Blanchot ha excedido y desbordado la
mera teoría literaria: ya sea por su propio
discurso literario o por la naturaleza
filosófica de sus reflexiones, Blanchot a
generado –¿sin proponérselo?– una
corriente de pensamiento desde los años ’50
de larga influencia. Barthes, Bataille, Derrida,
De Man o Foucault no han ocultado el
impacto blanchotienne en sus obras. El filósofo Jacques Derrida, el día de la
incineración de sus restos decía gravemente: “Un hombre del que admiro tanto
la fuerza de exposición, en el pensamiento y en la vida, como la fuerza de
retirarse, el pudor ejemplar, una discreción única en estos tiempos. Que le
mantuvo siempre lejos, deliberadamente, por principio ético y político, de todos
los rumores y de todas las escenas, de todas las tentaciones y de todas las
seducciones de la cultura, de todo lo que nos urge y precipita hacia la inmediatez
de los medios de comunicación, de la prensa, de la fotografía y de las pantallas.”
Pero su importancia teórica se contrapone a un hombre misterioso, un escritor
invisible. Aparentemente, según los hagiógrafos, es un caso de hombre invisible,
que ha decidido llevar una existencia anónima, en un retiro de soledad
essentielle. Su obra es como su vida: externa, silenciosa, no coincide con
ninguno de los movimientos de la posguerra, ni con el existencialismo, ni con el
estructuralismo, ni con el postestructuralismo. La lectura de su obra conocida y
publicada contribuye todavía más a este halo misterioso: un lector corriente la
encontrará aparentemente simple pero oscura, con un style denso, opaco, casi
inaccesible (incluso para los estándares de la industria filosófica parisina).
Deliberadamente Blanchot provoca en el lector falsos pasos, hacia atrás o hacia
delante, en busca de una comprensión que no existe. Su lenguaje intenta
independizarse de las cosas, ser lenguaje desnudo, extraño a toda matriz o a
todo servicio. Muchos intento de comprender su obra (repetimos: su obra
literaria más o menos consagrada), han terminado en fracaso debido a esta
evanescencia perfectamente buscada y lograda. Resulta imposible relacionar
obra y mundo histórico, una obra que parece estar ausente de lo
contemporáneo. Pero que sucede si intentamos lo contrario, interrogar a
Blanchot, no ya desde su consagración sino desde sus inicios e invertir la
fórmula. Si la literatura en términos de Blanchot es el lugar de la experiencia
original, busquemos los orígenes de la obra. Situar a Blanchot en sus inicios, en
sus dudas, en sus elecciones teóricas, en su lento transformarse, para intentar
descubrir las bases en que reposa la arquitectura de su ouvre. La reflexión ya no
es un programa mitológico para comprobar el origen de la obra como
experiencia imposible, sino más bien la más modesta tarea de cómo aparece y se
elabora una reflexión política sobre la literatura. O cómo se elabora literatura
desde el compromiso político. Silencio y neutralidad de la palabra literaria como
problemática ideológica. Uno de los peligros que nos acechan es el llamado
“Vichy Syndrome”. ¿De qué se trata? Su nombre se debe al gobierno de Vichy,
establecido en 1940 en la parte de Francia ocupada, y que no sólo colaboró
ampliamente con el esfuerzo nazi, sino intentó un fascismo a la francesa,
autóctono y bien galo. Como nos lo recuerda el autor del mejor libro sobre el
régimen de Vichy, Rousso, el síndrome de Vichy consiste en un sistema
heterogéneo de síntomas, de manifestaciones, en particular en la vida política,
social y cultural de Francia, que revelan la existencia de un enorme traumatismo
generado por la Ocupación nazi entre 1940 y 1945, particularmente ligado a las
divisiones internas, a los alineamientos políticos con respecto al invasor,
traumatismo que se ha mantenido, e incluso se ha desarrollado y perfeccionado,
mucho después del fin de la guerra. Como Rousso argumenta, este síndrome
colectivo, en algunos casos promovido y generado desde el estado (la Vª
república gaullista), ha producido que los conflictos abiertos en esos años
continúen sin conclusión y que los propios franceses no se hayan reconciliado
con su propia historia. Ha sido una política estatal “desconstruir” la
colaboración francesa con el nacionalsocialismo… El caso Blanchot es uno de los
mejores ejemplos del síndrome de Vichy, quizá paradigmático. Como señala un
estudioso de Blanchot “es simplemente deshonesto adular piadosamente la
dimensión de lo heterogéneo en los escritos de uno de los más grandes
escritores del siglo… borrando totalmente el fragmento más indigerible de su
obra”.

Revolución de la derecha: durante los años ’30 en Francia Maurice Blanchot


fue, antes que nada, un intelectual comprometido, radicalmente engagé.
Inimaginable si uno considera sus posiciones teórico-prácticas o sus discusiones
contra Sartre de la posguerra. Impensable para la mayoría de sus admiradores
de la escritura “pura”, ausente, de los márgenes. Un contraste cegador entre el
esteta del silencio, el littératteur construido después de 1945 que pocos pueden
imaginar. A modo de ejemplo, daré dos, un reciente biógrafo de Blanchot, Pierre
Mesnard, en su libro “Maurice Blanchot: Le sujet de l’engagement”, define al
escritor como “novelista y crítico, nacido en 1907, su vida fue devotamente
entregada a la literatura”, y según el autor si bien coqueteó con la extrema
derecha en 1938 ingresó en la literatura pura; en español, en especial el año de
su muerte, aparecieron diversos homenajes autóctonos en el mundo español, la
mayoría pequeñas páginas miserables de hagiografía, “copy&paste” y culto al
teórico de la decepción, textos cercanos al extravío, como cuando un
comentarista poco avispado nos previene que “al revés de sus ensayos, su obra
narrativa es prácticamente desconocida en nuestra lengua”. Justamente lo poco
conocido de Blanchot son sus ensayos, en especial aquellos que escribió entre
1930 y 1945, eminentemente políticos, y que suman la impresionante cifra de
doscientos, muchos nunca republicados o traducidos al español. Otro
comentarista lo llama el “maldito ilustrado” y aunque menciona sus artículos en
la prensa chauvinista, todo queda como un accidente en la gran ruta del ser
literario. Retrospectivamente podemos decir que si Blanchot estaba
comprometido con su tiempo, lo estaba del lado equivocado: su escritura y su
talento se pusieron al servicio de un arco rocambolesco de revistas y diarios de
la extrema droite francesa. Blanchot era, sin lugar a dudas, un activista de la
nueva derecha y violento ideólogo antirrepublicano. Participaba personalmente
como militante en los grupos de disidentes maurrasianos (discipulos críticos de
Charles Maurras, el fundador de la Action Française). Y su pluma se puso al
servicio de un variopinto número de revistas y órganos protofascistas. Todas
estas publicaciones pertenecían a la corriente conocida como Jeune Droite, que
critican a los maurrasianos su inmovilismo, su aceptación del marco de lucha
política liberal, su legalismo y falta de acción concreta. Es la deriva fascista de la
Action Française, con una mezcla ideológica de neotradicionalismo,
antimaterialismo y personalismo católico integrista. Se pueden distinguir dos
grandes agrupaciones de los jeunesses: 1) Las cobijadas bajo el liderazgo de
Jean-Pierre Maxence, que editaban revistas como “Les Cahiers”, “La Revue
Française” y la furibunda antijudía “L’Insurgé”; 2) Y la troika de Robert
Brasillach, Thierry Maulnier, Jean de Fabrègues, que editaban “Je suis partout”,
“La Revue universelle”, “Réaction”, “1933” (luego “1934”), “Combat” (con Pierre
Drieu la Rochelle), “La Revue du siècle”, “Civilisation” y “A l’assaut”, entre otras.
La ideología y la importancia de estos grupos y revistas es difícil de calibrar,
pero todos tenían algunos denominadores en común con el amplio espectro del
“modernismo reaccionario”: anti-democracia, anti-igualitarismo,
anticomunismo, corporativismo neomedieval, crítica de los derechos del
hombre y de las libertades civiles, anti-universalismo, racismo. A los ojos de
estos círculos por más de un siglo las “ideas de 1789” habían sido responsables
de la decadencia de la nación francesa, de su integridad, honor y virilidad. A la
crisis económica de 1929, se le sumó el ascenso del nacionalsocialismo, la
consolidación de Mussolini y la ascensión de las izquierdas en España y Francia
con los frentes populares. Francia se dividió, y el polo de la extrema derecha se
movió hacia el golpe militar y la insurrección. Paradójicamente, mientras la
izquierda institucional representaba la defensa de la legalidad democrática
burguesa, la derecha protofascista se hacía insurreccional y antisistema. Como
Blanchot escribía en Le Rempart en el artículo “Quand l’Etat est
revolutionnaire” (24 de abril de 1934), en el contexto de un intento de golpe de
estado derechista fallido: “Hoy los signos de crisis política general están en
todas partes. Después de haber vivido por muchos años con el sentimiento de
orden y seguridad… nos encontramos enfrentados con una delegación de los
intereses privados guardados celosamente por sus representantes: no hay
estado a la izquierda”.

Derivas fascistas: “No es fácil escribir sobre Maurice Blanchot”, recordaba su


amigo el filósofo Emmanuel Lévinas, y sabía por qué. ¿Lévinas conocía el viaje
sin retorno de Blanchot al fascismo? Los primeros artículos del joven Blanchot
datan de 1931, aparentemente son literarios. “Mahatma Gandhi”, el primero,
fue publicado en el último número de una revista marginal, “Cahiers de
littérature et de philosophie”, editada por estudiantes católicos reaccionarios,
aunque se reclamaban “cristianos revolucionarios”. La idea blanchotiana es que
la renovación espiritual europea, comparándola con la de la India en rebelión,
sólo puede realizarse como una empresa de “purification nationale”. El editor de
la revista es un seminarista apasionado y fanático de Maurras, ya lo
nombramos, Jean-Pierre Maxence (por cierto: reciclado en la industria editorial
francesa omitiendo su pasado); la ideología tiene mucho de la teología de
Maritain y en ella se mezclan artículos literarios con conclusiones bien políticas.
Se pueden leer artículos de Maritain, Bernanos, Chesterton, Marcel, Eliot,
Jacob, Supervielle, incluso un monográfico dedicado a antimoderno Charles
Péguy (una de las fuentes del fascismo, según palabras del mismo Mussolini). Al
inicio de los años ’30 el discurso blanchotiano es una crítica literaria y cultural
que se transforma progresivamente en pensamiento político y en llamada a la
acción, a tal punto que lo literario queda eclipsado por lo político. Blanchot cree
que la crítica literaria debe tener siempre un juicio de valor, esencialmente
antimarxista y nationaliste. Todos los biógrafos y hagiógrafos coinciden en que
existe un punto de ruptura entre los años 1931 y 1933: si en los primeros años de
la década se mezclan artículos de crítica literaria con corolarios políticos más o
menos solapados, ya en 1933 Blanchot se transforma en un escritor político
puro y duro. Se trata de una radicalización y politización extrema de toda
Francia, se diría epocal, los prolegómenos de una verdadera guerra civil
encubierta, pero la de Blanchot en especial refleja casi sismográficamente la
evolución de la “Jeune Droite” en particular. El cambio radical fue la coyuntura
histórica de 1932, año fatal en lo económico (llegan los efectos del crack del ’29 a
toda Europa) y político (las izquierdas se unifican en un Bloc des gauches, un
experimento político inédito y están al borde de conquistar el poder por medios
pacíficos). Blanchot declama contra la perspectiva demoníaca, no sólo del
liberalismo, sino del previsible triunfo del Front Populaire liderado por el judío
bolchevique Leon Blum. Negativamente habla de la necesidad de un
renaissance político, contra el individualismo burgués, contra la decadencia
democrática, “fille du nombre et de la quantité”, denuncia el estatismo y la lucha
de clases. A su vez defiende la soberanía monárquica (el principo de gobierno
decisionista de una sola cabeza), la sumisión de nuestra vida a un “bien común”
corporativo (el orden católico integrista y su utopía comunitaria). Si Maurras y
la vieja guardia se basaban en la filosofía política del neotomismo, la “Jeune
Droite” se basa en la fenomenología existencial de Martin Heidegger y en las
conclusiones políticas derivadas de su libro de 1927, “Ser y Tiempo” (Sein und
Zeit). Ya en aquellos años la mentalidad protofascista francesa sacaba las
conclusiones más reaccionarias de la filosofía heideggeriana sin problemas. El
discurso revolucionario de Blanchot tendrá una estructura paralela a la forma
de las críticas literarias que luego se condesaran en su obra “Faux Pas” (1943),
netamente antimodernista (como por ejemplo, al rechazar la claridad como
cualidad adecuada para evaluar la perfección de la literatura francesa) y
nacionalista (como por ejemplo, en un artículo sobre el crítico alemán Curtius,
al defender la especificidad francesa en los temas psicológicos del hombre y al
defender una idea de hombre, no isolé et abstrait, sino la personne vivante, el
hombre-en-el-mundo, en su relación más ontológica con la sangre y la tierra).
Ya en esos años aparece una de las ideas fundamentales de la concepción
literaria blanchotiana: la creación literaria exige la transformación de lo
accidental en un orden y armonía necesarios. La literatura verdadera realiza l
´harmonie concrète, entre lo puro y lo esencial y una acción real que cumple el
destino de una persona existente. En sus artículos en Le Rempart, Blanchot
polemiza agriamente contra la “inhumana Declaración de los Derechos del
Hombre”, contra la “Idée 1789”, es decir, todos los ideales de la revolución
francesa, que desde su punto de vista habría redefinido desastrosamente el
concepto de libertad, descontextualizada de sus antecedentes históricos,
liberada de las relaciones naturales (no es otra cosa que la crítica de Burke y De
Maestre reciclada). La única solución al desencantado y disfuncional
republicanismo decadente, observa Blanchot, es una insurrección de nuevo tipo,
tal como lo demuestran las exitosas aventuras de Italia y Alemania: “cuando el
estado es incapaz de trabajar para el estado y a favor de la nación, el bien
público sólo puede ser defendido por la resistencia contra los poderes políticos…
las aventuras de Italia y Alemania son, en este aspecto, plenas de promesas…” El
6 de febrero de 1934, en el contexto internacional del fortalecimiento de Hitler y
la remilitarización de Alemania, y en el de una crisis gubernamental por el
Affaire Stavisky, se produce un intento de golpe de estado de las organizaciones
de la extrema derecha francesa en la Place de la Concorde. Los disturbios
callejeros y represión policial dejen 15 muertos y 3000 heridos. El golpe falla al
dudar el ejército y levantarse una oposición de la izquierda y los sindicatos. En
un artículo en Combat, “Le Fin du 6 Février, 1934”, Blanchot recordará esta
magna fecha y calificara al intento de putsch como “magnifico por la virtud de
su ardor, por su devoción y sus acciones sublimes”. Otra vertiente ideológica de
la Jeune Droite será, por supuesto, Nietzsche, aunque mucho de sus escritos no
se han traducido al francés, el recurso ideológico vendrá de segunda mano. Las
profecías neonietzscheanas concernientes a la declinación de las naciones
blancas, la aristocracia de los mejores y más fuertes, al advenimiento de una
nueva Edad Media, abundan entre Blanchot y sus compañeros de ruta. Thierry
Maulnier (Jacques Talagrand), el editor de Combat y amigo de Blanchot,
escribirá uno de los primeros estudios franceses importantes: “Nietzsche”
(1933) y Drieu La Rochelle escribirá el mismo año “Nietzsche contre Marx”.
Maulnier, dicho sea de paso, ha escrito la introducción exultante de la
traducción al francés del libro protofascista del jungkonservative alemán Arthur
Moeller van den Bruck Das Dritte Reich, “El Tercer Reich”.

Terrorismo de derecha y antisemitismo: de 1936 a 1939 Blanchot será un


colaborador regular de dos revistas de la extreme droite: L’Insurgé y, como
vimos, Combat. L’Insurge tenía un curioso lema: “Contre les oligarchies, au
service du Peuple et de la Patrie” y poseía vínculos con una de las principales
organizaciones terroristas de la extrema derecha activas durante la década de
los ’30, la "Organisation secrète d'action révolutionnaire nationale", conocida
como La Cagoule de Eugène Deloncle. La revista funcionará en las mismas
oficinas de La Cagoule en la calle Caumartin. Brevemente la organización
intentaba a través del terror desestabilizar la república (con asesinatos, uno muy
famoso como la ejecución por orden de Mussolini de los hermanos Rosselli, dos
intelectuales antifascistas exiliados en Francia; con atentados a la izquierda,
contra aviones comprados por la República Española, o contra la derecha,
contra la sede de la patronal francesa, para acusar a la izquierda). Con apoyo
financiero de Mussolini y Franco (quien incluso le envía armas), La Cagoule
intenta otro coûp de main en noviembre de 1937. Fracasa y unos 120 miembros
son arrestados a lo largo del año 1938. La mayoría de sus integrantes y sus
cuadros dirigentes luego de 1940 participarán en el gobierno fascista y
colaboracionista de Vichy o en la zona ocupada por los alemanes. Se rumoreaba
que en la organización paramilitar participaba incluso De Gaulle y otros
generales en actividad.
En sus sesenta y siete artículos en L’Insurge, Blanchot profundizará sobre la
tercera vía entre la democracia liberal y las ideas colectivistas del socialismo y el
comunismo, y llamando al uso de la fuerza contra el régimen, hasta que en
marzo de 1937 las autoridades lo detengan (hecho poco conocido entre sus
admiradores), junto con cinco miembros del comité editorial, por incitación al
asesinato. Desde la revista los articulistas pedían venganza a sus lectores y
militantes por la reciente muerte de dos activistas de extrema derecha a manos
de la policía, y la venganza debía recaer en las muertes de León Blum y el líder
del PCF, Maurice Thorez. Blanchot razonaba que si la democracia no es capaz de
proteger a sus ciudadanos, si su justicia es sectaria, es tiempo que los
ciudadanos más conscientes tomen el asunto en sus manos. El periodismo
literario-político de Blanchot será un ejemplo paradigmático de este ethos
protofascista, insurrecionalista de derechas, sediciosamente
extraparlamentario, donde el climax será el artículo “Le Terrorisme, méthode de
Salut Publique” de 1936. A un poder injusto, a un parlamento que erosiona la
economía nacional, tiránico, arbitrario, que anuncia “la ruine” de Francia, un
ruina en la que confluyen la democracia liberal, el socialismo de los profesores y
el marxismo, se opone un “juste révolte”, la promesa de una magnifica
revolución “nécessaire et nationale”, que salvará a Francia y fundará un Orden
verdadero. La democracia liberal, en ese momento gobernada por El Frente
Popular, difama a la verdadera fuerza nacional y produce sólo desorden. La
ideología republicana, basada en “l’absurde philosophie pacifiste” ignora o
pretende subestimar la superioridad de la violencia. ¿Y el marxismo? No es ni
un partido revolucionario, ni un ideal, ni puede pretender inspirar ninguna
fuerza verdaderamente revolucionaria… el marxismo es sobre todo extraño a la
idea, a la acción, a la fe revolucionaria, porque, como el socialismo, ignora la
verdadera fuerza subversiva: la pulsión Nationale. Si localmente el acceso al
poder de las izquierdas en junio de 1936 se vivió como una catástrofe en la
nueva derecha francesa, en el preludio de la bolchevización de Francia, el golpe
de estado de Franco en julio de 1936 en la España republicana despertó sus
esperanzas. Blanchot se transforma en un entusiasta de la causa nacional de la
Falange, argumentando fervientemente a favor de que Francia interviniera, al
lado de la Alemania nazi y la Italia fascista, del lado de Franco. El artículo, “Les
deux trahison? Le Front Populaire a ruiné l’internationalisme et ‘turquifié’ la
France”, reclama que Francia apoye la lucha antirrepublicana del fascismo
español para poder re-establecer sus credenciales de potencia en el juego de la
geopolítica mundial; además, Blanchot daba la voz de alarma que como Hitler
era el aliado más confiable de Franco, los franceses estaban perdiendo un esfera
de influencia históricamente francesa. El antisemitismo y xenofobia normal de
la extrema derecha de la época no se hace esperar: en un artículo sobre León
Blum, titulado irónicamente “Blum, notre chance du salut”, se lo califica como
“el representante de lo más despreciable de nuestra Nación… una ideología
atrasada, una mentalidad senil, una raza extranjera”. En ese número en
especial, para que calibremos el contexto de la diatriba, en la cubierta de la
revista aparece una caricatura antisemita de Blum: el líder socialista aparece
con los típicos rasgos judíos exagerados (nariz ganchuda, protuberancia craneal,
ojos saltones, labios libidinosos) blandiendo un Menorah apoyado en una pila
de ataúdes (una alusión a cinco trabajadores muertos por la Guardia Nacional
en el curso de una marcha antifascista de la izquierda). Es la misma época en
que Céline inicia su propia deriva antisemita con su pamphlet “Bagatelles pour
un massacre”. Como bien señalan dos estudiosos de la cuestión judía en
Francia, Pastón y Marrus, “el antisemitismo jugó un importante rol en la
derecha francesa para oponerse violentamente al gobierno del Frente Popular
de Blum. La sensibilidad antijudía del francés medio es remodelada desde una
visión del mundo que engloba lo económico, lo social y lo político,
transformándose en un arma combativa, el cri de coeur de un movimiento
opositor que se presentaba como defendiendo a Francia de un cambio
revolucionario”. La ensayística de Blanchot se encuadra perfectamente en estas
coordenadas. Cuando Hitler reocupa militarmente la zona industrial y minera
del Rhin en abril de 1936 (violando todos los tratados) y la guerra parece
inminente, Blanchot escribe “Après le coup de force allemande” que “nada es
tan pernicioso como la propaganda del ‘honor nacional’ promovida por
sospechosos oficiales extranjeros [judíos] en las oficinas del Quai d’Orsay
[Ministro de Relaciones Exteriores] que intentan forzar a jóvenes franceses a
entrar en una guerra en nombre de Moscú o Israel”. En otro artículo de 1936
sobre el terror como método de salud pública, “Terrorismo comme méthode du
salud publique”, Blanchot distingue un antisemitismo razonable en tanto
anticapitalismo (recordemos que una de las fuentes del fascismo francés es la
izquierda) del vulgar antisemitismo basado en la biología de los nazis. Vuelve
sobre los temas trillados (antirepublicanismo, antiliberalismo, heroicidad y uso
de la violencia sin límites) para calificar al gobierno de Blum de detestable, “eso
que con solemnidad se ha llamado el experimento Blum… una espléndida
unión, una alianza sagrada… de soviéticos, judíos e intereses capitalistas”. Allí
está la paranoica conspiración de comunistas, judíos y plutócratas, un clásico de
la demonología fascista y parte indisoluble de la imaginación paranoica de la
extrema derecha. El 1º de septiembre de 1939 Alemania invade Polonia y estalla
la Segunda Guerra Mundial; poco tiempo después, entre mayo y junio de 1940,
Francia es derrotada ignominiosamente en seis semanas por la Blitzkrieg
alemana. Pero para los jóvenes turcos de la Jeune Droite la derrota es la
oportunidad de un nuevo inicio y la demostración que la era de la indecisión y
de la democracia liberal fue la causante de la humillación más grande vivida por
los franceses. Como dijo el maestro, Charles Maurras, el triunfo extraño de
Alemania fue una “sorpresa divina”. Blanchot también se comprometerá con
este Nuevo Orden, y es quizá la parte de su vida más oscura.

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