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LOS OFICIOS TERRESTRES En la m&s temprana y cenicienta luz del mes- de junio, después de Ja misa y la escudlida ceremo- . nia de] café con leche tibio en el tazén de lata que mantenia con vida al pueble todas las mafianas, el cajén de la basura se alzaba tan alto, poderoso y pleno en la lefiera, detrds de la cocina y frente al campo, que e! pequefio Dashwood empezdé a. bailo- . tear y patear el suelo e incluso las tablas del cajén en un ataque torrencial de furia mientras gritabe “Me cago en mi madre”, cosa que al fin multiplics, su dolor, cdlera y vergiienza, porque amaba a su ma- dre por encima de todas las cosas y la extrafiaba cada, cada noche cuando ge acostaba entre lag sAbanas, he- ladas oyendo lejanos trenes que volvian a su casa y lo partian en dos, una mano acariciante y un lloroso cuerpo defraudado. : : Pero el Gato meramente laded la boca; prendié un pucho y apoyé el largo cuerpo contra Ja pared, vigilandolo con una ambigua sonrisa que resbalé so~ bre el pequefio Dashwood como un pincel pintandclo amarillo de burla y desprecio y desquite largamente postergado. Era el dia siguiente al de Corpus Christi, el afio 1939, cuando como es sabido el sol se alzé sin obs- t&éculos ni interrupciones a partir de las 6.59, cosa que ellos no vieron, ni les importaba, ni resultaba ereible, porque esa luz enferma yacfa desparramada - 69 sobre ios campos en jirones lechosos o flotaba entre 103 Arboles en espectros y penitentes de niebla. En amaneceres mAs claros, un horizonte de vascos lecheros, negros, dgiles y vociferantes, detras de las grandes vacas y su aterida cria, se recortaba contra e] cielo en los fondos del campo que la cari- tativa Sociedad de Damas de San José nunca se re- signaba a vender —aunque cada ajyio recibia una oferta mas ventajosa— porque en su centro sé al- zaba alto y desnudo el edificio que ellas mismas construyeron en los afios diez para colegio de pu- pilos descendientes de irlandeses. _ La caritativa Sociedad nos amaba, un poco-abs- tractamente es clerto, pero eso es porque’.nosotras éramos muchos, indiferenciados y grises, nuestros padres andénimos y dispersos, y en fin, porque nadie sino ella pagaba por nosotros. Pero el amor existié, y de ahi que las Damas en persona vinieran a cele- brar con nosotros el dia del Cuerpo de Cristo, tra- yendo consigo al auténtico obispo Usher, que era un hombre santo, gordo y violeta, y ojala siga siéndolo si no fue sometido contra su voluntad a una de esas - raras calamidades que ocurren justamente a cada muerte de un obispo. EI obispo Usher ecelebré los oficios divinos y después gozamos un dia de afecto casi personal con ‘Jas Damas, que se desparramaron por el edificio como una banda de cotorras alegres y parlanchinas, queriendo ver todo al mismo tiempo, acariciando tiernamente la cabeza’ mds pelirroja o mas rubia 70 y haciendo preguntas extranas, verbigracia quién construyé el palacio de Emania en qué siglo y qué le ocurrié finalmente a Brian Boru por rezar de espaldas al combate, Curiosidad que originé ese pin- toresco pareado de Mullahy, que conoeia las reglas de] arte poética: Oh Brian Boru I shit on you! Pero éstas eran preguntas que sdélo el padre Ham podia responder, y no respondid, mientras se ponia cada vez mas colorade y sus ojos perforaban su propia mascara de sonriente compromiso, dispa- rando sobre nosotros una oscura promesa de justicia que vendria apenas las Damas dejaran de ser tan encantadoramente tontas y entrometidas, es decir ‘ mafiana, queridos hijos mios. Aquellas piadosas se- fioras, sin embargo, no tomaron nuestra ignorancia a mal, sino como excusable condici6n de nuestra tierna edad. Y apenas e) padre Ham restablecié su prestigio demostrando que aiguno de nosotros podia sumar quebrados en el] pizarrén, ellas recordaron que Ja fiesta era de guardar, y declar4ndose ente- ramente satisfechas de nuestra educacién, propusie- ron suspender Ja clase, a lo que el padre Ham acce- di6é en seguida aunque sin apagar los fuegos de la mirada: esa pequefia peste de fastidio puesta en cada ojo, Salimos, pues, vestidos de azul dominical, a] patio de piedra cuyos muros crecian altos hacia el cielo, y jugamos a] ainenti y la bolita bajo Ja mi- rada carifiosa de las Damas hasta que llegé Ja hora’ 7 del almuerzo y entramos en fila al comedor donde dimos gracias al Sefior por éstos tus dones y nos sentamos a las mesas de marmol. ' Adi ocurrié el milagro. El primero que entré, encabezando el equipo de seis que servia las mesas fue Dolan, con una ban- deja de asade tan enorme que apenas podia soste- nerla, y detrds de él vinieron los otros con nuevas bandejas de asado y montafiags de ensalada de po- rotes, y ya Dolan sacerdote de hecatombes regresa- ba mds cargado que antes con los brazos mas abier- tos como dibujando un himno de victoria, Nos refregdbamos los ojos. Alli habia comida para mantenernos con vida una semana, segiin los criterics comunes. De modo que empezamos a comer y comer y comer, e incluso el celador que Jlamaba- mos la Morsa traicioné en Ja cara un trasluz de es- condide jolgorio mientras nos miraba hundir !os dientes en la carne que chorreaba su tibia grasa do- rada sobre cada extatica sonrisa, TransfigurAébamos la memoria del hambre, besAbames la tierra en la tierna harina de cada linula blanca, cada transpa- rencia de lechuga, cada fibra memorable a sangre. Pero después, hilera tras hilera de botellas de lime- nada se asentaron en las mesas, y cuando ocurrié esa cosa extraordinaria, ni siquiera la presencia te- mible de Ja Morsa pudo impedir una espontanea de. mostracién del pueblo que se alzé en una ola repen- tina desde las mesas blaticas;iclamando a las que- ridas Damas, y arriba cada brazo, y abajo, y arriba 72 nuevamente aclamando a la querida Sociedad, y nue- vamente abajo, arriba, aclamando a la Morsa pro- piamente dicha, las voces concertadas sonando como el trueno el viento o las rompientes en su libre ad- misién de felicidad y de justicia sentida en Jas en- trafias. Y las Morsa tragé saliva y abrié la boca como si fuera a decir algo, mostrando asi los dos enormes dientes por los cuales era mal nombrado, presa -es- quiva de la contradiccién, aclamado a través de la injuria. En ese momento, afortunadamente para todos, la gran forma violeta del obispo Usher lené la puer- ta, seguida por Ia forma esquelética nudosa in- ereiblemente alta del padre Fagan, el rector, a quien apoddbamos Techo de Paja por el pelo albino que peinaba simétricamente a los costados sobre su larga cara de caballo, Y cuando todos volvieron a sentarse y reiné el silencio, el obispo dio: un. paso al frente y cruzando las manos anilladas y manicuradas sobre el vasto vientre, —Bueno, muchachos —dijo~, me alegra com- probar que tienen est6magos tan capaces, y solamen- te espero que no sea necesario usar Ja sal inglesa que guardamos en la enfermeria, detonando una enorme explosi6n de risa —cosa que seria de mal gusto, renovada en cirevlos de incontrolable camaraderfa, espasmédicos movimientos de pura alegria fisica ‘que arrancaron lagrimas a los ojos de ios mAs emo- cionados. 73 —sin mencionar su dudoso patriotismo. ¥ ahera el pueblo entero velvié a alzarse en un sclo impulso de amor y de adhesién, aclamando para siempre a! guerido abispo Usher, que lentamente al- zé la regordeta y anillada mano pidiendo a todos que volvieran a sentarse, y componiendo lentamente los rasgos de la cara como si fuese una prenda de vestir donde cada pliegue debe estar en su lugar, que era ya el lugar de{ orden y de un poco de silencio, por favor, —Mucho me alegra —dijo— comprobar el mag- nifico aseo, limpieza y esmero que reinan en este colegio. Aqui vuestro rector me dice que todo es obra de ustedes, que ustedes limpian y lavan y secan y lustran y barren y cepillan los zapatos y hacen las camas y sirven las mesas. As{ es como debe ser, porque ninguno de nosotros nacid en cuna de seda, -y cada hombre honrado debe aprender sus oficios ‘terrestres, y cuanto antes mejor, para ser indepen- diente en Ja vida y ganarse el pun que lleva a la boca, como nosotros mismos debemos ganarlo, el padre Fagan y yo que les hablo, celebrando los oficios di- vinos y ‘cuidando ‘de vuestros cuerpos y de vuestras buenas almas. Trabajando y estudiando como uste- des hacen, y no olvidando el respeto y devocién de- bidos a Nuestro Sefior, seraén buenos ciudadanos y dignos hijos de vuestra raza, vuestro pais y vuestra "Iglesia. Dicho Jo cual vird con la majestad de un viejo galeén y se fue viento en popa, pero aun antes que aA se extinguiera el eco de los tiitimos aplausos, e] pue- blo Ianzé un asalto general contra los restos del asa- do, envolviéndolos en pafiuelos o pedazos de papel e incluso en los bolsillos desnudos arruinando mas de un traje dominguero —lo que venia a ser un comen- tario o prondéstico sobre Ia escasez de los dias fu- turos— hasta que la Morsa reprimié a los mas re- calcitrantes con un par de bofetadas. Pero aun este episodio fue olvidade cuando entraron los secuaces de Dolan con cestas de naranjas y bananas amarillas delicadamente matizadas de violeta y dulcemente perfumadas. Por Ia tarde, tras el forzado descanso que cl festin impuso, hubo un partido de futbol en que los dos equipos batallaron fieramente por quedar gra- bados en el corazén de las Damas, especialmente Gunning, que treinta afios mas tarde sigue figuran- do en zonas de la antigua memoria, recortado en oro a ja luz de un sol largamente ido, en eSe mo- mento unico de la chilena que dio a au equipe un aullante triunfo: las piernas en el aire, la cabeza casi rozando el suelo, el botin izquierdo disparando hacia atras aquel tiro tremendo que entré silbando entre los postes enemigos. Pero aun mientras esta gloriosa fiesta progresa- ba, tristeza- caia del aire, porque sabiamos que el tiempo se acortaba y que las queridas Damas se irfan antes del anochecer, dejdndonos de nuevo desmadra- dos y grises, superfluos y promiscuos, bajo la norma -de hierro y la mano de hierro. Asf ocurrié, y las 75 miramos irse desde jas ventanas de los estudios y los dormitorios, saltando sobre el césped verde como paéjaros multicolores, agitando las manos y tirando besos entre Jas oscuras araucarias del parque. {:.Ma- ravillesas Damas! Alguna de ellas, tal vez, era her- mosa y joven, y su imagen solitaria presidid esa noche encendidas ceremonias de oculta adoracién en Ia penumbra de las frazadas, y asi fue amada sin saberlo, como tantas, como tantos. Ese efluvio de amor que subia de las camas en movimiento llené el enorme dormitorio, junte —es cierto— con el acre olor que evecaba las montafias de porotos y sus re- cénditas transformaciones, enloqueciendo de tal ma- nera al celador O’Durnin que abandoné su lecho en- murallado de sdbanas y empez6 a rugir, correr. y patear, arrancando a les presuntos culpables de su ensimismamiento, acaso del suefio, y batallando por asi, decir con una invencible nube espiritual. Los tltimos en dormirse oyeron acercarse la !lu- via que caminaba sobre las arboledas, sintieron tal vez el olor a tierra mojada, vieron los vidrios en- cenderse de relimpagos y gotas. Pero ya el grueso del pueblo descansaba, parapetado contra el amena-._ zante amanecer, ° ¥ ahora el Gato, apoyado en la pared de la le- fiera, fumaba con una sonrisa de desdén mientras el pequetio Dashwood saltaba y maidecia el cajén de la basura, que debfa llevar por primera vez y que nunca habia estado tan Ileno con los restos de: la fiesta: huesos pelados y porotes blanquecines, com- 76 pactos bloques de sémola que nadie comié en Ia cena, colgantes cAscaras de naranjas y bananas y, coro- ndndolo todo como un insulto, un botin de fiitbol con la suela abierta, lengua flanqueada por dientes de hierro. Dashwood mentalmente pes6é tede este contra la invagora, angustiada certeza de que nunca, nunca podrian llevar la enorme carga al basural que estaba, tal Vez, al “Guintentas” "yardag de distancia, tras los: empapados campos, camines y distante hilera de ci- preses. Pero entonces el Gato tiré el pucho, lo aplasté y mirando a Dashwood desde los amarillos ojos en- tornados al acecho, —Vamos, pibe —-dijo, agarrando el lado de la -izquierda y tomando con la derecha la dura manija de cuero. Dashwood estaba gordo. Su ultimo oficio terres- tre habia consistido en servir durante un mes la mesa de los maestros, que era una mesa poblada y diferente donde pudo —a costa de perder el fatbol después del almuerzo y el recreo después de la ce- na— devorar monumentales guises, conocer exdticas Salsas y hasta embriagarse a medias con largos y furtivos. tragos de vino, sin contar los panes unta- dos de manteca y de aziicar que guardaba en los bol- sillos y que a veces, harte, cambiaba por bolitas o pinturas. De ahi que sus ojos verdes, liquidos, des- aparecieran casi en la hermosa cara hinchada, y que los tres puléveres bajo el guardapolvo le dieran el aspecto final de una pelota gris con pelo rubiec, El Gato, en cambio, seguia tan flaco, alto y elusivo co- TT mo (3 tarde en que llegé a] Colegio, pero un poco mds saludable, astute y seguro de si mismo, como si hubiera descublerte las reglas fundamentdles que go- bernaban Ja vida de la gente-y aprendido a extraerles una sombria satisfaecién. Tiré el Gato de su manija y Dashwood de la suya, y mientras el cajén se alzaba lentamente, sintié el chico en cada hueso y tejido e incluso en la fugi- tiva memoria de pasadas dificultades, Jo pesado que - realmente era, cémo tiraba hacia abajo con el peso de.Ja tierra o del pecado, de cualquier cosa que qui- siera degradarlo y humillarlo. Se mordié el labio y no hablé y salieron al campo ' y la mafiana con el cajén torcide, una punta rozando el suelo porque el Gato era cinco pulgadas mas alte y seguia creciendo mientras Dashwood arqueaba el - cuerpo con pasos de cangrejo, hasta que-el otro dijo: —~{Eh, mas arriba}, e. BO ' dando a su manija un sacudén{maligno que voleé un ‘bloque de sémola ‘sobre e] botin del chico, quien ya gritaba: —Qué hacés, boludo, y el Gato volvié a sonreir, mostrando sus dientes man- chados, una sonrisa abominable en la cara sembrada de astucia. Y ahora Dashwood sintié desgarrarse lentamente, como una tela podrida, la piel de los de- dos atacados de sabafiones que ni el agua caliente en la enfermerfa ni el jugo de céscara de mandarina en los rituales secretos de la comunidad habian podido curar, No quiso mirarse, temeroso de ver e] liquido 78 amarillento con, tal vez, un toque de sangre, que re- zumaria de la piel. a Dejaron atras y a Ja izquierda el tanque de agua, atras y a la derecha la cancha de paleta y Negaron al primer camino de tierra que’ Dashwood aproveché para descansar la carga y observar la mano dolorida donde sélo vic entre dos nudillog un breve corte rojo y seco como mica, Pensé que podrian cambiar de lado, pero aj cotejar las treinta yardas que habian . recorrido con la extensi6n de campo nebuloso que los separaba de Ja meta, desistié. El Gato lo miraba co- mo si fuera un montoncite de bosta, ' ~4Esperamos a alguien? —dijo. Cosa que Dashwood negé, encogiéndose de hom- bros mientras reanudaban Ja carga y la marcha, in- ternandose en el campe pelado de hurling contiguo. a la huerta donde otro grupo de chicos cavaban y sem- braban papas, las manos negras de barro y las caras violetas de frio, riendo y brameando sin embargo, ‘sus gritos ahogados y opacos en el aire opaco. Y cuando estuvieron mas cerca, vieron a -Mulligan que parecia esperarlos, los brazos en jarras, un gesto in- descifrado en la care picada de viruelas, mientras los miembros del grupo descangaban apoyados en sus palas y una expectativa irénica crecia a su alrededor como en la vispera o la necesidad de una renovada ‘ confrontacién entre el viejo orden que era Mulligan y el abominable intruso que ilamaban el Gato, cas- tigado pero indémito desde su memorable arribo al Colegio, 79 —Eh, Gato —-dijo Mulligan—, Eh. El Gato siguié caminando, llevando con soltura su lado del cajén, con apenas un movimiento lateral del ojv, de la boca o de ambos, una oculta tensién del largo cuerpo, —Tomaé una cosa —dijo Mulligan, que sobrena- daba ahora en el secreto regocijo de los demas, en sus risas sofocadas—. Eh, Gato. Y de golpe habia en su mano una papa grande y terrosa, que de golpe estaba hendiendo el aire en direccién al Gato que meramente se esquivé en un movimiento tan facil y natural y breve o simple que apenas parecid moverse mientras la papa silbaba a su lado y se estrellaba en ja cara de Dashwood: Quien ahora maldeeia con todas sus fuerzas y tomando el botin de futbo] corrié en pos de Mulligan sin esperanzas de alcanzarlo entre las risas y gritos de chacota de todos mientras Mulligan con las manos en las orejas fingia una liebre asustada, hasta que al fin se cansé y enfrentaindolo abiertamente grande y poderoso, dijo: —Bueno, tira. Dashwood tird en un gesto futil y exhausto, erré el cercano blanco por mds de dos yardas, y no le quedé otra cosa que volver, jadeando y renegando, al cajén de Ja basura donde el Gato no se habia movido ni refdo, ni dicho una palabra, indiferente y gris en la. mafiana, indiferente y gris, ’ 7¥ ahora, mientras caminaba, el chico sentia un continfo manantial de compasién que surgia en su 80 interior come agua tibia, curando cada dolor y se- ereta herida inscriptos en e] tiempo que podia recor- dar, y de algin mode igualandolos a todos, los saba-_ fiones de las manos y la muerte de su padre, y cada cosa que perdié y cada ofensa y cada despedida_mez- clandose en el futuro con la total Soledad y tristeza al menos para él. ¥ el Gato mirando de soslayo noté que el chico Iloraba despacito o que, sencillamente, lagrimas han Yesbalando por su cara a juntarse con el flujo de Ia nariz y el aliento brillante de la boca: cosa fea de ver esa hermosa cara hinchada y sucia con el chichén de la frente cada vez mds grande y azulado. Pero el Gato no dijo nada porque atesoraba | en su corazén la memoria de aquella noche en que fue: perseguido casi hasta la muerte, y el pequefio Dash- wood era uno de ellos. Asi vendrian todos 4 caer,. incluso Mulligan, que empezaba 2 tenerle miedo a ‘pesar de sus bravatas, af La idea alegré tanto el-corazén dei Gato, que en un brusco arranque de exultacién marcial y anticipo del futuro comenzé a silbar la marcha de San Lo- renzo. Tras los muros del histérico colegio, Seally y Ross habian encontrado la tinica linea recta en que cabian cincuenta cabeeeras de camas, Murtagh son- refa como un mono a su propia cara que realzada a ~fulgores de moneda Ie sonrefa desde las profundida- des de un bronce lustrado hasta la demencia, y Collins . aplicaba una sopapa de goma a un reticente agujéro : ot . 81 de letrina, meditande en cémo su ofieio se verfa per- judicado durante muchos dias por los severos corola- rios del banquete. En el pequefio Dashwood, el esfuerzo de la carga y dela marcha habia reflotade sobre la tristeza meta- fisica con la fuerza de la insumergible actualidad. Una y otra vez pretendié cambiar la mano de posi- ci6n en torno ala manija de cuero, no sentirla como un alambre que le cortaba la piel y la carne y le Ile- gaba hasta e} hueso. Cuando lo asalté esta idea in- tolerable, se pardé, abandoné un momento el cajén y se miré: la palma no estaba cortada, pero los nudi- ‘Iles sangraban en una forma tonta y acuosa que no era verdadera sangre, sino algo enfermizo, espectral. Fue entonces que propuso formalmente cambiar de lado, y el Gate se negé con un movimiento de cabeza. —jPero no doy mas! —Joderse —repuso estoicamente el Gato, De medo que Dashwood buseé un pafiuelo en sus bolsillos,- y envoiviéndose !a mano con él torné a al- zar el cajon, sintiendo que al préximo paso no podria resistir e] dolor desgarrante en el hombro, el estira- miento de los huesos mismos del brazo. Pero aguanté. Légrimas y mocos se habian secado en su cara en- dureciéndole la piel, Caminaba en una especie de vi- gorosa ensofiacién, mirando los manchones de niebla que surgian y se disipaban alrededor de sus botines Patria, sintiendo é] paste mojado, blando, susurrante que se hundia bajo las suelas y recuperaba despacio su ‘arrastrada forma, amAndola, desedndola y pelean- 82 do por ella aun bajo el peso de repentina catéstrofe, como 61 mismo era capaz de hacer, estaba haciendo. Alamos desfilaban a la derecha, desnudos, flacos y tristes, y Dashwood los vela pasar en la esquina del ojo, pero aun miraba el suelo, las rociadas estre- las de las ortigas, las absurdas florcitas de los ma- cachines, Jas espirales de la bosta de vaca y los cami- nos de-las hoermigas, prolijos y nitidos en el paste diezmado por Jas heladas. El aire se volvié dulce cuando atravesaron un trecho de yerbabuena, y de gelpe fue verano en su memoria, se bafiaba desnudo en el rio con los chicos de] verano, y la voz de su ma- dre lo Namaba musicalmente en el crepisculo: —j Horagacio! —Ya voy —dijo. —i Qué? --grufié el Gato. En el patio e] nifio Mullins, armado de un largo espetén de hierro, pinchaba el Ultimo papelito del ultimo charco en las lajas de pizarra que ahora bri- llaban lisas brufiidas y listus para recibir-n los obre- ros que hubleran concluido sus taress del dic. El pa- dre Keven se paseaba por el claustro, contemplando el edificio, gozando de su limpieza y la limpieza de su mente a esa temprana hora, cuando su tleera estaba tranquila después del repose nocturno, meditando en la asecética belleza de cada piedra gris empinada en eada piedra gris hasta confundirse con el cielo de pel- tre, Después oyé al celador Kielty tocar las primeras campanas, y los dignos trabajadores que habian sido lo bastante rapidos, pero también Jo bastante eficien- 83 tes, se volcaron al patio y recrearon los rituales de Ja apuesta y el desafio, de la prepotencia y Ia hostil amistad, de la charla absurda y la prestidigitacién milagrosa: flamantes hallazgos en los espfritus indi- viduales, viejos sedimentos en el viejo _ corazén dei , pueblo! En quince minutos mas, empezarian lag clases, “Liegaron” al segundo camino de tiérra, habian andado la mitad de la distancia al basural que se di- vigaba como una lengua marrén detras de los cipre- ses, y ahora el Gato mismo pareci6 sentir el esfuerzo porque apoyé el cajon y se quedé en actitnd de refle- xionar. Unas cien yardas a la izquierda, corria per- pendicularmente otro camino. Y enfrente, un rastrajo _ de mafz que podian cruzar en linea recta, : —Por aqui —decreté el Gato sefialando el ras- trojo, El chico yio instanténeamente lo absurdo que seria caminar entre los tallos secos del maizal que se erguian duros, vidriosos y amarilles en sus tdmulos de tierra entre los empapados surcos, pero el Gate parecia tan seguro de si mismo, tan concentrado, la mirada de sus ojos volando casi como un halcén, ten- diendo un puente entre ellos y su mefa detras de los cipreses, que no tuvo dnimos ni fuerza para oponerse ni lo hizo salve en una forma oblicua, empujando des- pacito hacia la izquierda desde su primer paso, en la vana esperanza de que finalmente legarfan al camino. ¥ esto el Gato lo entendié, previno, mediante un solo significativo empujén hacia el lado opuesto. 84 Los tallos y las chalas crepitaban bajo sus pies, el suelo escupfa chisguetes de barro y una o dos he- jas sueltds latiguearon a Dashwood debajo de Jas rodillas, Tropez6 una vez, luego otra, después ese an- dar a los tumbos se volvié tan metédico que parecia su forma corriente de moverse, hasta que cayé de cabeza en una zanja y cuande se leyanté ciego de ba- rro y de furia, simplemente se lanzé sobre el Gato y empezd a aporrearlo, sin llegar jamds a su alta cara aborrecible, a través del muro de sus brazos, a tocar cosa alguna que no devolviera el golpe con triplicada fuerza, hasta que sali6 patinando y despedido como un cachorro de Jas patas de una mula, Cuando reanu- daron Ja marcha, sin embargo, el Gato tomé e] lado dela derecha y enfilaron oblicuamente hacia el cami- no de tierra. Los quince minutos de recreo habfan terminado. ‘La sabiduria esquiva y trabajosa aguardaba a los ciento treinta irlandeses en los bancos de madera, El celador Kielty, de quien se murmuraba en secreto que enloquecia poco a peco, vio a los maestros parados en los arcos de los claustros, frente a sus aulags, Su pelo _ rojo brillaba y su bigote rojo brillaba, y un fuego in- cesante ardia furiosamente en su cerebro. Pero su ' Gnica Misién, a esa hora, consistia en tocar la cam- pana por segunda y ultima vez. Los chicos corrieron a las filas.. El Gato faltaba : de sexto grado, y Dashwocd de cuarto, aunque eso ‘estaba por descubrirse todavia, Dashwood crey6é oir i el tafiido lejano que llegaba en el aire dulzén, habln- - a5 dole con tibia voz humana que sélo él conocfa, y una vez mas respondid: —Voy, terminando de irritar y de asustar al Gate, que ya dijo: —Acabala, querés, pero al pequefio Dashwood e] Gato habia dejado de importarle. En el altimo alambrado habia una gran telarafia con centenares de gotitas y en el brillo de cada una cabian las arboledas, el campo, el mundo. El Gato la pated en el centro, el agua cayé en breve chubasco _ sobre el pasto, y la arafia gris trepaba hacia la nada en un hilo invisible. Pasaron entre dos cipreses: el basural estaba a Ja vista, su indiferente escoria, su pacifica ignominia. Pisaron las primeras botellas y latas enterradas, papeles amarillos y recuerdos de comida terrestre vuelta a la tierra, y mientras vacia- ban el cajoén de la basura, oblicuo, poderose y lleno, algo se vaciaba también en el corazén de los chicos, fluyendo lentamente, chorreando en sordo gorgoteo. Y¥ cuando eso estuve hecho, el pequefio Dashwood no miré siquiera al Gato sino que empezé a alejarse de él y del basural y del.golegio, Sin prisa caminaba entre los tardios visitantes de la niebla que un viento repentino disipaba a su alrededor, dejando atras las apacibles vacas, hacia una franja de cielo que se iba volviendo azul en la distancia, Ignoraba dénde estaba, . no conocfa los puntos cardinales, no habia ningtn 8&6 camino ala vista, pero sabia que se estaba yendo pa- ra siempre, . El Gato eneendié un pucho, metié las manos en los bolsillos y desde Jo alto de Ja pila de basura con- templé al chico que se iba, volviéndose mas chico fo- davia. —Eh —dijo. Dashwood no se volvid, y el Gato dic unas pita- das mas mientras una mueca fea, envejecida, se for- maba en su cara, —jEh, idiota! Pero el pequefio Dashwood balbuceaba una can- cién que nadie le ensefiéd y caminaba hacia su madre. El Gato salté tras él, y en pocos segundos lo al- eanz6, lo tomé del brazo, lo cbligé6 a darse vuelta. E} fugitivo lo miré sin miedo. —Dejadme tranquilo —dijo. Entonces cl Gato hizo algo que no queria hacer. Metié le iano en cl bolsille, sacé un pafiuelo y em- pezé a desatar el nudo que guardaba su inica fortu- na: tres monedas de veinte centavos, Y mientras des- ataba e] nudo, sintiéd que estaba desatando en su in- | terior algo que no entendia, acaso turbio, acaso sucio. Se guardé una de Jas monedas, dio las otras dos al chico que Jas tomé y siguié su camino sin darle las gracias. Y después el Gato, el sobreviviente, ¢] indeseado, refractario, indeseante, volvié al cajén vacio, lo tomd y cargé al hombro y emprendié el regreso, ajustando ‘la expresién de su cara al gesto del edificio alto, des- , hudo y sombrio que lo estaba esperando. 87

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