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LITERATURA MEDIEVAL ESPAÑOLA

POEMA DE MIO CID. ANÓNIMO

CONTEXTO HISTÓRICO.

Convencionalmente se da como inicio de la Edad Media el


siglo V d. C., con lo que se llama, también
convencionalmente, “la caída del Imperio Romano”. Esta
desaparición del Imperio como entidad política, en realidad,
es un lento proceso de paulatinas incursiones de las tribus
germánicas en las zonas fronterizas del Imperio, unidas a la
debilidad política de éste. La organización militar y política
desaparecen y las provincias imperiales son ocupadas por
los pueblos germánicos (los romanos los llamaban
“bárbaros”, es decir, extranjeros), que se constituyen en
reinos autónomos, generalmente hostiles entre sí.

La consecuencia cultural más importante fue la pérdida de la


comunicación con una metrópoli unificadora. A esto se le
agrega el hecho de que estas antiguas provincias romanas,
ocupadas ahora por las monarquías germánicas, eran
pueblos conquistados por Roma, cuya lengua oficial era el
latín y cuya lengua popular estaba en distintos grados de
latinización. A este estado lingüístico y a la desmembración
se le suma la influencia de las lenguas germanas, de modo
que el latín de cada provincia comenzó a evolucionar en
forma independiente dando origen a las llamadas “lenguas
romances”.

En el plano económico, continuó la tendencia de los últimos


años del Imperio, en el sentido de la decadencia de las
ciudades y el comercio y la acentuación de la vida rural.
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Como acontecimiento geopolítico importante sobresale el


fenómeno islámico. En el siglo VII, los árabes, un pueblo
hasta entonces nómade y habitante del desierto, concibe un
nuevo ideal religioso: el Islam, en nombre del cual se lanza a
la conquista de nuevos territorios para convertirlos a su fe;
se transforma en un pueblo conquistador y constituye el
Imperio Islámico, que a fines de ese siglo ya abarcaba el
Asia Menor y el norte de África. En el siglo siguiente
conquistaron la península ibérica y entraron en el reino
franco (Francia), del cual fueron expulsados (Poitiers, 732)
pero permanecieron en España, en estado de beligerancia
con sus habitantes, durante toda la Edad Media.

La Edad Media europea, y especialmente la española, está


marcada por el ideal guerrero y esto responde a una
realidad social y política: las continuas incursiones y
saqueos de otros pueblos (húngaros, musulmanes,
normandos) hace que se presente un frente de batalla
disperso y que los distintos “señores”, dueños de las
tierras, armaran su propio ejército para defenderlas y
extender sus límites. Surgen así y se amplían y afianzan los
“señoríos” o feudos, que, además, rivalizaban y batallaban
entre sí. El poder no reside ya en un monarca, sino que está
parcelado entre los señores feudales y depende de la
eficacia militar. En España, este ideal guerrero se hace
particularmente fuerte y dura más que en otros países
europeos porque su territorio está ocupado por el invasor.
Pero la lucha por la reconquista no es un ideal nacional
porque no existía un concepto de nación, sino que es
llevada a cabo por los distintos reinos romano-germánicos
en forma parcializada.

El período medieval que conforma el contexto histórico de la


poesía guerrera es el denominado Alta Edad Media y
comprende los siglos IX al XIII. El período anterior, o sea la
temprana Edad Media, no ha dejado literatura en lengua
castellana y la Baja Edad Media (siglos XIV y XV) se
caracteriza no por su ideal heroico, sino por la intención
didáctica.
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La organización social de la Alta Edad Media está


representada por el feudo o señorío, conformado por una
fortificación, generalmente un castillo, y sus tierras
adyacentes. Es un área cerrada que obedece al poder
político omnímodo del Señor, cuyo título de nobleza
depende de sus éxitos guerreros; económicamente, el feudo
se autoabastece con la producción rural y artesanal que
depende del trabajo de los colonos (ocupantes libres de las
nuevas tierras conquistadas o reconquistadas por el señor,
pero obligados a él y a la Iglesia por fortísimos impuestos y
por el trabajo personal) y los siervos (especie de esclavos).
La subordinación al Señor era absoluta, ya que él ejercía
también el poder judicial sobre los habitantes del señorío.
Además de una unidad política, militar, económica y judicial,
el feudo era también una unidad religiosa, ya que dentro de
él se construía una iglesia o capilla cuya jurisdicción
coincidía con la del feudo. Éste es un núcleo social
fuertemente estratificado, jerarquizado y sin fluidez, donde
el señor mantiene tanto con sus caballeros (los que
combaten a su servicio montados a caballo), como con sus
colonos, un vínculo de vasallaje, que él mantenía con el rey.
El vasallaje consistía en que el Señor se comprometía a
defender y preservar a sus vasallos; éstos, a su vez, juraban
fidelidad a su señor, obligándose a combatir a su lado. El
vínculo vasallático era tan fuerte que el vasallo debía
combatir contra sus propios parientes o amigos, si eran
enemigos de su señor.
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Todos los derechos correspondían a la clase militar y


terrateniente y a las jerarquías eclesiásticas, cuyos
individuos provenían de la aristocracia y que constituían
también señoríos feudales con propiedad territorial, poder
social y tantos privilegios como la aristocracia guerrera. Las
clases no privilegiadas sólo podían tener deberes hacia los
guerreros y hacia el alto clero, principalmente el deber de
alimentarlos con sus cosechas. En estos plebeyos fue donde
arraigó el sentimiento cristiano impulsado desde los
monasterios. Frente a una realidad lacerante: guerras,
hambres colectivas, pestes y miseria, los religiosos no
jerarquizados (párrocos y monjes) ofrecían el consuelo de
otra vida donde la justicia divina recompensaría todos esos
males con una inefable felicidad. Por lo tanto, la vida
terrenal no era más que un tránsito hacia otra más plena,
que era la que verdaderamente contaba. De este modo
todo lo humano estaba referido a lo divino y en cada cosa se
evidenciaba un sentido religioso y la voluntad de Dios. El
clero mantiene una constante excitación religiosa
organizando peregrinaciones y cruzadas y predicando el fin
del mundo y la penitencia. La cosmovisión se hace así
teocéntrica y jerarquizada, hasta tal punto que la religión
absorbe el ideal heroico del guerrero que lucha en nombre
de la fe para expulsar a los infieles de Tierra Santa
(Cruzadas) o de los territorios cristianos (España). Por otra
parte, también la sociedad rígida, piramidal y estratificada
tiene una justificación divina: esa organización es
fundamentalmente válida en cuanto está ordenada por Dios.

El caballero o el señor feudal que defendía al mismo tiempo


los territorios y los ideales cristianos (aunque en realidad no
cumpliera estos últimos) es una figura heroica admirada, a
veces legendaria, y sus acciones dignas de ser contadas
para que todos las conozcan y las recuerden. Surgen así,
como la literatura característica de esta época, los cantares
de gesta, largos poemas que narran las hazañas de los
señores.
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Las artes plásticas y la escritura, o sea la ilustración y el


copiado manuscrito, se desenvolvían exclusivamente en los
monasterios, que fueron los únicos centros culturales de la
época. En arquitectura, el estilo que corresponde a esta
época es el románico, aplicado a las grandes iglesias de los
monasterios y a las primeras catedrales. Es un estilo
voluminoso, serio y grave; las iglesias románicas son
firmes, enormes, macizas como los castillos feudales, de
formas simples. No fueron construidas tanto para los fieles,
como para simbolizar la enorme autoridad de la Iglesia. La
escultura no es un arte independiente, sino que está al
servicio de la arquitectura, como ornamentación. Las
figuras humanas son alargadas en actitudes forzadas y
rígidas, con una cierta incorporeidad, evitan toda alusión a
lo sensible y a lo sensual; los artistas se centraban
especialmente en la expresión espiritual. Por otra parte,
pretende ser un arte ilustrativo al servicio de la predicación
religiosa y dentro de esta finalidad, el tema más importante
y abundante lo constituye el Juicio Final, de acuerdo con la
idea de una Justicia Superior que recompensará a los fieles
por las injusticias sufridas en la Tierra.

Edad Media: entre la historia y la leyenda.

El concepto de “Edad Media” fue establecido por los


historiadores del siglo XVII, quienes fijaron su comienzo en
la caída del Imperio Romano (476) y su término, en la caída
de Constantinopla (es decir, del Imperio Romano de Oriente
o Imperio Bizantino) en manos de los turcos (1453).
Lógicamente, es imposible englobar con un solo término
todo un milenio de historia humana, como es imposible
juzgarlo en bloque. A lo largo de este milenio, Europa y la
civilización del Mediterráneo (ámbito geográfico al que se
refiere estrictamente este concepto histórico) pasaron por
momentos de retroceso cultural y momentos de esplendor.
El período medieval tuvo tantos logros y miserias como
cualquier otra época de la historia. La Edad Media

como período histórico es artificial, puesto que puede dividirse


en períodos independientes: el feudalismo
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(modo de producción basado en la explotación de la tierra


mediante contratos personales entre un señor y un vasallo)
–Alta Edad Media-, el de la caballería cortesana –Plena Edad
Media- y el de la burguesía ciudadana –Baja Edad Media-.
Esta división tiene lugar en tanto que cada uno guarda
profundas diferencias respecto de los otros períodos.

No obstante, un rasgo domina el arte y la escultura de esta


época: la fundamentación metafísica de la imagen del
mundo. Durante este período medieval el único “soberano”
reconocido era Dios. La creencia de que éste acabaría
prevaleciendo sobre la injusticia dio a los hombres fortaleza
para soportar penalidades y violencia cuando no existía un
Estado poderoso capaz de imponer justicia. En el plano
humano, los hombres no tenían más remedio que depositar
su confianza en el clan, en sus vecinos y amos, y con
frecuencia, sufrir. Su religión no les permitía ambicionar la
condición de dioses a causa de su heroísmo, por lo que se
hacía necesario aceptar la condición humana y mirar hacia
la figura divina. Por otro lado, las doctrinas de la Iglesia
eran confortadoras por cuanto corroboraban que las malas
acciones serían castigadas indefectiblemente en la otra
vida. Entonces, la sumisión a la ley divina permitía, de
alguna forma, disfrutar por lo que vendría y, las miserias
del presente eran el precio necesario que comportaba el
pecado. Nadie dudaba de que Dios prodigaría sus cuidados
a los suyos por toda la eternidad, por corta o dificultosa que
pudiera ser la vida del individuo. Estas enseñanzas
fortalecían a los que trabajaban para la Iglesia y, los reyes,
bendecidos por ésta, accedían a un destino especial. Así se
consideraba que la Tierra era el centro del universo, y la
Iglesia, el pueblo de Dios.

Por otra parte, podría sostenerse que, desde la literatura, de


alguna forma, se reflejaban ciertos caracteres de lo
medieval centrados en la exaltación de algunos aspectos y
temática recurrente como: los valores heroicos y
aristocráticos y su relación con la guerra, el amor, el deber
y la fidelidad. De la misma manera, adquirieron relevancia
la aceptación de una jerarquía social y la función del clero
que acompañaba a esta jerarquía. El camino hacia las
verdades sólo hallaba acceso a través de la ruta de la fe. La
razón, por sí misma, no podía llevarlos a ellas, puesto que
comportaba una manifestación del pecado de orgullo y
soberbia humanas. De allí que se considere este período de
la historia como un monumento de concepción teocéntrica
que ha regido, directa o indirectamente, los aspectos
sociales y culturales de los hombres que de ella
participaron.
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Literatura medieval.

A pesar del descubrimiento de las llamadas “jarchas”,


pequeñas manifestaciones líricas que constituirían las
formas literarias más antiguas, se opta por el estudio de la
épica, en tanto aquellas conforman fragmentos muy breves
de romance mozárabe adheridos a composiciones arábigas y
hebreas.

Por otra parte, determinar la prioridad de aparición entre la


épica y la lírica se hace prácticamente imposible dado que
es muy difícil precisar cuál de los dos géneros poéticos
nació primero. Lo más probable es que surgieran a la vez, y
que ni siquiera se distinguieran en sus comienzos. Así, no
se sabe a ciencia cierta cuáles serían las primeras obras
escritas en romance (castellano primitivo surgido del latín),
pues estas primeras manifestaciones no han llegado hasta
nosotros. Sólo se cuenta con el Poema de Mío Cid, primera
obra épica de extraordinario valor.

La epopeya surgiría de esta manera contemporáneamente


con los héroes que en ella se cantan. El Cid, los Infantes de
Lara, el conde Fernán González inspiran a los anónimos
autores dando origen a estas primitivas gestas heroicas.

El Mester de juglaría. Los juglares.


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Esta épica (poesía o narración en la que se relatan hazañas


heroicas) primitiva que no era compuesta para ser difundida
por escrito sino por vía oral, debe su difusión a la persona
del juglar. La palabra juglar proviene del latín iocularis
(iocus= juego, alegría). Estos juglares recorrían los pueblos
recitando relatos de variada índole y cantando
composiciones líricas que acompañaban con instrumentos
musicales, y recibían su paga de los oyentes; alegraban a
todas las clases sociales, atendiendo a una variedad de
público que contemplaba desde reyes y grandes señores
hasta la gente de pueblo, en plazas y mercados. Sin
embargo, ejercían muy diversas actividades en el entorno
cultural medieval con su carga de relatos y de noticias,
representaban al mismo tiempo, el espectáculo y el
informativo. Existían muchas especies de juglares según
sus habilidades y públicos: hacían pantomimas, acrobacias,
baile, canto, juegos y muchas veces, se acompañaban de
mujeres que complementaban las actuaciones haciéndolas
más atractivas.

El trabajo, oficio o arte de estos juglares es lo que se conoce


con el nombre de Mester de juglaría.

No es lo mismo juglar que trovador, porque si bien pueden


aparecer como figuras similares, el juglar generalmente no
componía las obras que recitaba –aunque hacía negocio con
ellas-, mientras que el segundo escribía pero no hacía de su
recitación una profesión al modo juglaresco. Además, la
poesía trovadoresca aparecía más refinada y cortesana,
mientras que la juglaría era más ruda y popular.

Los Cantares de gesta.

Los cantares de gesta (nombre particular que recibe la


poesía épica medieval española) son poemas primitivos que
daban noticia de los sucesos bélicos coetáneos con los que
se comprometía el pueblo entero. En España, el entorno lo
otorgaban las luchas de reconquista por el dominio árabe
que tuvo lugar durante ocho siglos. En estas largas
narraciones se contaban las hazañas de los héroes
nacionales. De ahí su denominación (del latín, gesta=
hazaña).
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Estos cantares se transmitían de generación en generación,


e iban variando por la incorporación de elementos ficticios o
imaginativos que modificaban el contenido histórico, pero
que daban unidad artística al cantar y, además, operaban
como movilizadoras del interés de los oyentes.

Estas gestas reciben el nombre de “cantar” porque no se


componían con el objetivo de ser leídas, sino para ser
cantadas por un juglar, quien de alguna manera,
concentraba la misión de darle al pueblo un sentido a su
identidad político-histórica.

Es rasgo fundamental de estos cantares su carácter


anónimo, puesto que esta anonimia es general en toda
época de orígenes literarios y sólo más tarde comienzan a
aparecer obras con autoría. A ésto debemos añadir el
realismo, ya que la epopeya española se ocupa de sucesos
reales sujetos a datos topográficos y ambientales, y donde
los elementos poéticos están muy cercanos a esta realidad.
Por otra parte, esta épica medieval se caracteriza por su
tradicionalidad o, dicho de otro modo, su capacidad de
resistencia al tiempo y perduración.

Origen de los cantares de gesta.

Existen distintas teorías sobre el origen de los cantares de


gesta:

Tradicionalista (Gastón Paris): Las gestas proceden de los


cantos épico-líricos y eran manifestaciones individuales de
los distintos pueblos. Los romances, característicos de la
literatura castellana (series indefinidas de versos
octosílabos con rima asonante en los versos pares,
quedando libres los impares), precedían a las gestas

Individualista (Joseph Bédier): El estudioso anuncia que las


gestas son producto de la creación de un autor individual,
dependiente de un monasterio , y que los textos no son
primitivos.
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Neotradicionalista (Ramón Menéndez Pidal: A partir de la


segunda versión de la teoría tradicionalista, Pidal dice que
los textos de las gestas son primitivos. Su reconstrucción
sólo es posible si se sustenta en los tradicionales textos
perdidos y que son aunados por un juglar que los recoge,
limpia y compone. Esta es la teoría más acorde con la
realidad.

Períodos de la épica castellana.

Menéndez Pidal divide en cuatro períodos a la épica


castellana. El Poema de Mío Cid pertenece al segundo
período.

Época primitiva: desde los orígenes hasta 1140. Se caracteriza


por cantares breves sobre el Conde don Julián, el conde
Fernán González, la condesa traidora enamorada del moro
Almanzor, los hechos de Zamora con la muerte de Sancho II
por Vellido Dolfos, etc.

Segunda época: desde el 1140 hasta 1236. En este período


Lucas de Tuy acaba su “Chronicon Mundi”. En ella se
sintetizan las historias de Bernardo del Carpio, la Mora
Zaida, la peregrinación del rey Luis de Francia, etc.

Tercera época: desde 1236 a 1350. Es el momento más


importante de la poesía narrativa, juglaresca y docta. La
clerecía adquiere preeminencia sobre la juglaría. Ya no se
compone sino se arregla y funde.

Cuarta etapa: desde 1350 a 1480. Aparición de los juglares de


romances.

La literatura europea medieval.


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Cuando se lee un texto medieval en un libro impreso, se está


realizando una actividad absolutamente impensable en la
Edad Media. En principio, porque no existía la imprenta en
aquel tiempo (precisamente la invención de la imprenta y la
difusión de los libros impresos fueron acontecimientos
culturales que marcaron, entre otros, el final de este
período histórico). Toda obra literaria se originaba en la
oralidad o en la manuscritura, es decir, que la actividad
literaria dependía completamente de la voz y de la mano.
Sí, además, se tiene en cuenta que la gran mayoría de la
población era analfabeta, se comprenderá la enorme
importancia de la difusión oral. Casi toda la literatura
medieval fue compuesta para ser escuchada, ya fuera
mediante la recitación o la lectura en voz alta.

La composición de las obras.

El hecho de saber que la obra literaria que se compone no va


a ser leída sino que va a ser escuchada, forzosamente
afecta el modo de componerla: la expresión será más
enfática, se apelará a diversos tipos de repeticiones, en fin,
se usarán todos los recursos para dejar una impresión
fuerte en la imaginación de la audiencia y para asegurar una
correcta comprensión del sentido (puesto que no existe la
posibilidad de volver la página atrás y releer hasta entender
lo que se quiere decir). Por supuesto que el público
medieval tenía una memoria auditiva muchísimo más
desarrollada, y ésta fue una condición fundamental para
que el fenómeno literario fuera posible.
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A esto habría que agregar que la palabra pronunciada y la


palabra escrita no tienen la estabilidad y la exactitud
mecánica de la palabra impresa. Cada vez que un poema
oral se recitaba, cada vez que una obra escrita se copiaba –a
mano-, inevitablemente se producían cambios y variaciones
involuntarios o premeditados. En consecuencia, la obra
literaria medieval era muy inestable; estaba en proceso de
variación permanente. Por supuesto que esta inestabilidad
no era la misma para todos los géneros. Si se trataba de
transmitir la Biblia o los autores clásicos de la Antigüedad
escritos en latín, el prestigio y la relevancia de estos
modelos provocaba en los copistas un afán por respetarlos
minuciosamente y no introducir la menor modificación. En
cambio, si se trataba de una obra escrita en lengua
vernácula (es decir, en la lengua moderna de raíz latina o
germánica, según los países, hablada por cada nación y que
comenzaba a consolidarse en la Alta Edad Media), se la
consideraba parte de un patrimonio común en cuya
elaboración podían participar todos los que se considerasen
dignos de hacerlo.

La actuación juglaresca.

Los juglares fueron durante este período toda una institución


cultural porque cumplían la función de intermediarios entre
la memoria colectiva y la comunidad, de custodios del
patrimonio cultural comunitario. Su recitación y canto
servían no sólo para entretener al público, sino que
constituían un acto de celebración compartida.

La poesía épica medieval.

Sus características son las siguientes.


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Es una poesía centrada en la figura de un héroe, a través del


cual se exaltan las virtudes más apreciadas por una
comunidad (fuerza, valentía, voluntad, ingenio, astucia). El
héroe épico otorga dignidad al género humano porque
muestra lo que es capaz de lograr el hombre; ensancha los
límites de su experiencia, encarna el afán de superar la
fragilidad humana para alcanzar una vida más plena. El
héroe épico no posee poderes sobrenaturales sino las
capacidades propias de cualquier mortal, sólo que en grado
superlativo.

Es poesía de acción porque el héroe manifiesta sus virtudes en


la acción, de eso resulta una poesía esencialmente narrativa
que atrae el interés hacia su héroe mostrando lo que hace:
busca el honor a través del riesgo. En ésto aprovecha la
tendencia general de todo público a disfrutar de un relato
bien contado y a rechazar las moralizaciones y los
adoctrinamientos; por eso, la poesía heroica carece, por lo
general, de comentarios e intromisiones del narrador en la
historia contada.

Su narración es objetiva y de carácter realista, por lo tanto, no


hay introspección psicológica de los personajes y sus
acciones transcurren no en ámbitos fantásticos, sino en
ambientes cotidianos para el público: castillos, bosques,
caminos, monasterios, poblaciones.

Posee linealidad y unidad de acción, es decir, que el


argumento relata las hazañas del héroe en forma continua
sin distraerse en digresiones ni abordar argumentos
secundarios.

Su unidad de composición es le verso y no la estrofa; la


versificación se organiza en tiradas de versos de extensión
muy variada.

Se trata de poesía de génesis oral, de allí su carácter lineal y


su versificación no estrófica, porque para hacerla
comprensible y memorizable debía tener una estructura
simple.
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Remite a una edad heroica, es decir que los hechos que narra
se ubican en un tiempo pasado (reciente) en que esa
comunidad habría alcanzado su máxima gloria. Ese tiempo
heroico sirve de modelo que los hombres de cada
comunidad intentan alcanzar y es motivo de orgullo y de
afirmación de un identidad cultural. La referencia a una
edad heroica está ligada a la función social que cumple la
poesía épica consistente en la exaltación de los valores de
un pueblo o de los valores de un grupo social (los guerreros,
por ejemplo) que se ofrecen como modelo para toda la
comunidad (además, por supuesto, de la función recreativa
y la conmemorativa). La épica también es una forma
popular de la historia.

POEMA DE MIO CID

Anónimo

La Edad Media en España.

En España se superponen las dos grandes cultural


medievales, pues en el 711 los musulmanes la invaden por
el sur. Rodrigo, último rey visigodo, no puede detenerlos
siendo derrotado.

La Península Ibérica queda dividida en dos partes cuya línea


fronteraza fue el Río Duero. El norte cristiano de vida
retrasada sin una estructura coherente, y el sur islámico,
progresista y abierto.
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Después de un primer momento de verdaderos


enfrentamientos entre invasor e invadido, comenzó la
convivencia de ambos pueblos al margen de los
enfrentamientos por la Reconquista que se extendieron por
ocho siglos, “la historia de la Edad Media española es la
historia de las relaciones y luchas contra el Islam”. La
superioridad militar de los invasores era destacable, a pesar
de la oposición de Fernán González, los Infantes de Lara,
etc., quienes por su valor en las luchas por la Reconquista,
se convirtieron en personajes de gestas.

La importancia de Castilla.

La Reconquista fue impulsada por los reinos de Navarra y


Castilla.

Esta última representa la fuerza avasalladora, dueña de una


actitud liberadora que tomó cuerpo desde el siglo X, y por la
que instituyó sus reyes y creó su propia legislación de
justicia. La innovación castellana se produce en todos los
órdenes, desde los aspectos lingüísticos hasta los sociales –
aparece la pequeña nobleza, los infanzones-. La población
de Castilla permanecía libre con sólo entrar bajo la
protección de un señor escogido. Las diferencias entre la
Castilla innovadora y el León tradicionalista, se van
acentuando, pero existen matices que hacen a la unidad.
Uno de ellos es el sentido de emperador cristiano que tiene
Fernando I, en cuya corte se crió el castellano Ruy Díaz de
Vivar, el Cid Campeador del poema futuro.

La gesta del Cid.


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El llamado Cantar de Mío Cid, que está basado libremente en


la parte final de la vida de un personaje histórico, Ruy Díaz
de Vivar, el Cid Campeador, famoso guerrero que vivió entre
los años 1403 y 1099; sirvió al rey Alfonso VI de Castilla, fue
desterrado en dos oportunidades, y con un ejército propio
conquistó la ciudad y reino de Valencia en poder de los
moros. Su actuación tuvo como marco histórico la guerra de
la Reconquista que enfrentó a cristianos y moros en España
durante siete siglos.

Pero el poema no relata con fidelidad de cronista la gran


empresa política y militar del Cid, sino que selecciona
algunos hechos de su vida –primeros éxitos guerreros, la
conquista de Valencia- e inventa otros de acuerdo con los
patrones épicos comunes a todas las obras del género.

La organización del poema.

El poema se organiza en tres cantares que la crítica ha


llamado: el “Cantar del Destierro”, el “Cantar de las Bodas”
y el “Cantar de la Afrenta de Corpes”; pero, en rigor, su
estructura argumental tiene dos partes: se narra un doble
proceso de pérdida y recuperación de la honra.

La primera línea argumental comienza con el destierro del


héroe, injustamente castigado por el rey Alfonso, que ha
prestado oídos a falsas acusaciones de los cortesanos
enemigos del Cid (la pérdida del primer folio del único
manuscrito conservado del poema, impide saber cuáles
fueron esas acusaciones –aunque se suponen-). Una vez en
tierra de moros, el desterrado logra una serie de victorias
que van acrecentando sus riquezas y que van acercando
más guerreros que quieren compartir su gloria, hasta que
alcanza su mayor triunfo con la conquista de Valencia.
Luego de enviar tres embajadas con regalos al rey Alfonso
consigue reunirse con su familia en la nombrada ciudad y,
por último, se reconcilia con su rey a orillas del río Tajo. El
tema central de esta línea narrativa es la relación entre el
señor y el vasallo: el Cid demuestra ser un buen vasallo y,
finalmente, el rey se convierte en un buen señor.
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La segunda línea argumental comienza allí mismo con la


concertación de las bodas de las hijas del héroe con los
Infantes de Carrión, hijos del Conde de Carrión y, por lo
tanto, miembros de la alta nobleza enemiga del Cid, que
como infanzón, pertenece a la baja nobleza rural. Los
Infantes de Carrión se rebelan como cobardes en el palacio
del Cid (episodio del león) como en la batalla y, ante tal
deshonra, planean vengarse golpeando y torturando a sus
esposas. El Cid reclama justicia al rey, que convoca a un
juicio en Toledo. El juicio termina con unos duelos donde los
Infantes son vencidos y deshonrados, al tiempo que las hijas
del Cid se casan con mejores partidos: los príncipes de
Navarra y Aragón. El tema central aquí es el
enfrentamiento entre la alta nobleza y la baja nobleza en el
marco de las relaciones domésticas de la familia del héroe.

La figura del héroe en el “Cantar de Mio Cid”.

El héroe épico reúne en su figura las virtudes más apreciadas


por la comunidad en la que surge el cantar de gesta.
Encarna los deseos de la humanidad de superar su
fragilidad y ampliar los límites de su experiencia vital. Sus
hazañas son la prueba de lo que el hombre es capaz.

Y ésto es así, porque el héroe épico no posee poderes


sobrenaturales: sus facultades son las mismas que cualquier
persona, sólo que las tiene en grado superlativo. Según la
cualidad que predomine en él, el héroe resultará el más
valiente, el más fuerte o el más astuto de los mortales.

En el mundo épico, no hay lugar para las ambigüedades: los


buenos son claramente buenos y los malos son
despreciablemente malos. También son extremadas las
pasiones que mueven a los personajes: el villano de la
historia sufre algún tipo de ofensa que lo mueve a cumplir
una terrible venganza sobre el héroe o su clan que, a su vez,
el héroe castigará de manera sangrienta. Esto en el Cantar
de Mio Cid, aparece atenuado. No en vano se dice que el
Cid es el último de los héroes épicos: su carácter tardío (el
poema se compuso a fines del siglo XIII) ha influído en la
condición heroica del personaje.

Un personaje virtuoso.
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El Cid aparece como un personaje virtuoso, caracterizado por


la mesura (es decir, la prudencia y el buen sentido). No es
un héroe definido por la ferocidad guerrera o la rebeldía,
sino un personaje que enfrenta las desgracias y se lanza al
combate con prudencia y sensatez: en éso reside su
grandeza. El Cid asume con resignación las injusticias que
sufre y evita responder de manera violenta y airada. Tanto
es así, que la reparación de su honor mancillado por la
terrible afrenta que recibe de los Infantes de Carrión no se
logra mediante una venganza sangrienta, sino mediante un
proceso judicial expresamente solicitado por el Cid.
También se manifiesta esa mesura del héroe en el hecho de
que, pese al injusto destierro que sufre, no desea
enfrentarse con su rey y sigue respetando el vínculo de
vasallaje (aunque la costumbre de la época le permitía
romper el vasallaje y aún atacar las tierras del rey sin
considerarse un traidor).

Otros detalles que muestran esa sensatez primordial del


héroe son su preocupación por el bienestar de los
integrantes de su hueste y su generosidad con los
vencidos..

Dos aspectos más ayudan a configurar ese perfil: su piedad


religiosa y su amor por la familia. En el episodio de la
entrada en Burgos camino del destierro, pese a la situación
de desamparo y a la comprobación del desamor del rey,
momento de mayor desgracia del héroe, se mantiene su fe
religiosa y acude a la Iglesia de Santa María para rezar
antes de la partida. Si se añade a ésto los numerosos
lugares en que el héroe invoca a Dios, a la Virgen y a los
santos en demanda de ayuda o como agradecimiento, se
hace evidente su religiosidad.

Entre la familia y el deber.


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En cuanto al amor familiar del Cid, queda de relieve en tres


aspectos que basta con mencionar: lo dramático de la
despedida entre el héroe y su familia cuando parte al
destierro, la alegría del reencuentro en Valencia, en la
escena en que muestra orgulloso sus ricas conquistas a su
mujer y a sus hijas que miran asombradas la grandeza de
los dominios del Cid, y por último, el hecho de que la peor
deshonra recibida sea la que le causan a través de la
afrenta a sus hijas.

Ésto no anula la faceta de guerrero valeroso e inteligente que,


como héroe épico, el Cid debe mostrar. Esa faceta brilla
especialmente cuando vence a los reyes moros Fáriz y
Galbe, y cuando personalmente mata al rey Búcar con un
golpe extraordinario.

Finalmente, la superioridad de su figura y la dimensión


mítica que alcanza se hacen muy evidentes en el episodio
del león. Mientras que los Infantes de Carrión huyen
atemorizados y los hombres del Cid rodean el escaño
enrollando sus mantos en el brazo izquierdo a modo para
defender a su señor del león suelto, el Cid se levanta con
toda la calma y sin tomar ninguna precaución, enfrenta a la
fiera. El león se humilla ante el Cid y se deja conducir
mansamente de regreso a la red –no existían entonces jaula
con barrotes de hierro- : este hecho extraordinario marca el
agudo contraste entre la bajeza de los villanos y la estatura
superior del héroe ante quien hasta la naturaleza se rinde.

El héroe y sus compañeros.

La figura del Cid queda nítidamente delineada como un


compendio de valor y habilidad guerreros junto con su
mesura, prudencia y sensatez. Definido así el héroe épico,
la trama del Cantar de Mio Cid se traza como un doble
proceso de pérdida y recuperación de la honra por parte del
héroe, que vence ambas pruebas y alcanza la cumbre de
toda buena fortuna.
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Al lado del protagonista se encuentran otros personajes


secundarios que también poseen rasgos de heroicidad.
Está, en primer lugar:

Minaya Álvar Fáñez, sobrino del Cid y su principal


lugarteniente, que se destaca por su fidelidad, su valentía y
su buen consejo.

Pedro Bermúdez, otro de sus sobrinos, que se encuentra en un


escalón inferior, guerrero temerario e inquieto que, por su
misma impaciencia y ansiedad, llega a lanzarse a la batalla
sin esperar la orden del Cid, arrastrando tras de sí a toda la
hueste castellana, pero también, en otros momentos de la
historia, demuestra su corazón noble y una lealtad
incondicional a su tío y señor.

En el poema se observan dos recursos fundamentales de la


composición oral: las fórmulas y los epítetos. Estas
especies de clichés (lugar común, estereotipo) expresivos
sirven de comodines para ir armando los versos mientras se
está recitando. El epíteto épico se aplica sistemáticamente
para caracterizar a un personaje, por lo que viene a ser el
equivalente de la fórmula (en la poesía épica, una fórmula
es una secuencia de palabras fijas o estable, empleada con
frecuencia en el poema para expresar una idea esencial;
siempre en la misma posición del verso) aplicada a
personas. Los más frecuentes son los referidos al Cid: “el
Campeador”, “el que en buena hora nació”, “el que en
buena hora ciñó la espada”. Pero también otros personajes
aparecen señalados con epítetos: Alvar Fáñez, “mi diestro
brazo”, Jimena, “mujer honrada y bendita”, aun puede serlo
una ciudad como Valencia, “la mayor”.
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