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DIARIO 3

Otra noche de insomnio provocada en parte por los sucesos que


sacuden la familia y, también, por el post operatorio de la hernia
que ha sido largo y doloroso, solo mitigadas gracias a la
compañía de la lectura que de una u otra forma desvía la
atención del mundo de la realidad, tan áspero y complejo, al
mundo de la ficción, donde por muy comprometidos que estén
los personajes sabemos que el fin de la obra nos proporcionara
una satisfacción así sea ella feliz o dramática. Lo importante de
la lectura, cuando uno ya está más allá del bien y el mal, es decir
cuando la edad supera los 65 años, es que nos parece
inaceptable leer mal y aun más vivir en medio de dificultades,
porque el tiempo, el pequeño lapso de tiempo de nuestra
actividad vital transcurre implacable hacia el abismo, como
afirma Porfirio Barba Jacob en su Canción de la Vida Profunda:
“Mas ¡ay! También, ¡oh tierra! un día, un día, un día

En que levamos anclas para jamás volver…

Un día en que discurren vientos ineluctables.

¡Un día en que ya nadie nos puede retener!

O como lo interpreta Charles Baudelaire: “El alma imita las


batallas de la lámpara y del día, el aire estas lleno de los
estremecimientos de las cosas que nos persiguen, y en lo más
hondo de los hospicios los agonizantes lanzan entre desiguales
sollozos su ultimo lamento.

Con los años nos acostumbramos, o al menos así lo creemos, a


saber que la muerte está cercana. No sé si la naturaleza o los
dioses determinan nuestra muerte. La verdad no me importa, es
un asunto que carece de importancia, al fin y a la postre
debemos entender, acercándonos a la filosofía Budista que,
quien silencia su yo y mantiene su mente vigilante ve que no hay
nacimiento ni muerte, por ello, pertenezcamos a la colectividad
que pertenezcamos nadie puede exigirnos ser mediocres ni
menos rebeldes de lo que hemos sido, toda vez que es el único
legado cierto que le dejaremos a las nuevas generaciones de
ciudadanos.

Leí algunos pasajes de “La luz de la Noche” de Pietro Citati, un


recorrido por los mitos de la historia universal: desde las estepas
Asiáticas hasta la Grecia Clásica, de China al mundo del Islam, de
la Roma pagana al cristianismo primitivo, de la cultura Azteca a la
cultura Incaica y me detuve en las reflexiones sobre la Flauta
mágica de Mozart, ese itinerario perpetuo en que la luz se
convierte en tinieblas y de las tinieblas volvemos a la luz como la
reflexión permanente del hombre sobre su naturaleza y su
destino.

Pasé , también, con no menos asombro por la leyenda o el mito


de la creación del pueblo incaico con muchas similitudes y
connotaciones con otras culturas incluida la cristiana. Cuenta la
leyenda que, después del diluvio universal, los primeros tenues
rayos de sol se posaron sobre el lago y la isla de Titicaca. El Dios
Viracocha, se poso junto al lago, y esculpió piedras con figuras
humanas, de las que nacieron los primeros hombres. Muchos
siglos después la raza humana vivía aun bajo la barbarie, cuando
el dios supremo, El Sol, para redimirlos deposito una hija y un
hijo, en las aguas del lago. Les ordeno simular ser humanos
ocultando su chispa solar. Así mismo les ordeno clavar una barra
de oro allí donde se detuvieran para dormir, descansar y
construir la casa. Saliendo del lago los hijos del sol emprendieron
su largo viaje sin conseguir nunca que la tierra aceptara ser
penetrada por la barra de oro, se negaba la tierra a aceptar
aquella petrificada chispa de luz, la esencia vivificante del Sol;
todo intento era fallido y ellos seguían adelante, cuando ya sus
fuerzas flaqueaban llegaron a lo alto de una montaña, allí
clavaron la barra de oro que penetro con gran facilidad en la
tierra y desapareció rápidamente como si la hubiera estado
esperando desde siempre en su trémulo regazo. Alrededor de
este lugar se erigió Cuzco, la ciudad puma, la fortaleza de
Sacsahuman, en una elevada cumbre edificada con bloques de
granito gigantescos que aun hoy nos parece imposible que brazo
humano alguno hubiese desplazado aquellos sillares de piedra
hasta esas alturas, la fortaleza era la cabeza de la fiera, la ciudad
el cuerpo y el rio que se movía al fondo del abismo, el Vilcamay,
la móvil e inatrapable cola del puma.

Una llamada telefónica me saco del ensimismamiento de la


lectura y me devolvió a la realidad. De Bogotá me comunicaban
que a pesar del diagnóstico de una hemiplejia del lado izquierdo
que quedaría sufriendo Pablo, contra todo pronóstico y ante la
perplejidad de los facultativos, el estado de salud de Pablo
mejoraba sensiblemente hasta el punto de comenzar a mover la
mano izquierda y el pie izquierdo y a recuperar la visión que la
tenia perdida mostrando una voluntad de supervivencia mas allá
de lo común, un espíritu de lucha que tenia perplejos a los
médicos y un ejemplo de superación digno de tener en cuenta.
No sé porque mientras hablaba por la línea telefónica iban
pasando por mi cabeza las proezas de Odiseo, de Ulises que se
ve perseguido por su propio destino azaroso y aventurero.
Aparece ante nuestros ojos bajo luces y sombras diversas, bajo
diferentes ropajes y con diferentes mscaras. Es un hombre
nobilísimo, un héroe, pero también un truhan y un mendigo, es
un león que con ojos de fuego acecha su presa o un pulpo
insidioso y viscoso presto a adherir sus tentáculos sobre
cualquier superficie, es un águila que posa su aguda mirada
desde las alturas esperando la oportunidad para abalanzarse
sobre su desprevenida presa, pero también un hombre humilde y
generoso. Si queremos acercarnos más a su figura tenemos que
convenir que es el hijo predilecto de las divinidades que le
protegían y a las cuales se parecía: Hermes de quien descendía, y
Atenea, que lo protegió con su amor. Ulises tenía una naturaleza
y una voluntad tan múltiple y versátil como la de ellos: tomaba
las formas que más le convenían, era sinuoso y envolvente,
imaginativo, práctico y fácil de palabra.

El destino lo hizo viajar errabundo, durante diez años: Se


enfrento a los Cíclopes, a la amargura y tristeza del Hades, a las
tempestades y a los naúfragios, a la larga prisión, a los
sufrimientos del alma y del corazón, viajó hasta los confines del
mundo, hasta perder el rumbo y luchar contra todo y contra
todos hasta volver a encontrarlo. Sin duda, como ocurre con
todos los hombres, este era su destino, el único que podía
conocer; los laberintos por los que discurrió su vida, en los que
corrió el riesgo de perderse y de perder la vida eran la
encarnación de su propia fuerza. Nunca cedió ante ningún alago,
derroto una y otra vez las fuerzas adversas que querían
avasallarlo, preservo intacta su integridad, su memoria y su
inteligencia recorriendo insomne los vientos, las olas y las
tempestades del Mediterráneo, en síntesis la parábola de su
vida.
Pensando en todo ello, y mimetizando a Pablo con Ulises,
tranquilizado mi espíritu por las noticias y por la lectura, busque
la almohada para descansar un poco.

Carlos Herrera Rozo.

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