Otra noche de insomnio provocada en parte por los sucesos que
sacuden la familia y, también, por el post operatorio de la hernia que ha sido largo y doloroso, solo mitigadas gracias a la compañía de la lectura que de una u otra forma desvía la atención del mundo de la realidad, tan áspero y complejo, al mundo de la ficción, donde por muy comprometidos que estén los personajes sabemos que el fin de la obra nos proporcionara una satisfacción así sea ella feliz o dramática. Lo importante de la lectura, cuando uno ya está más allá del bien y el mal, es decir cuando la edad supera los 65 años, es que nos parece inaceptable leer mal y aun más vivir en medio de dificultades, porque el tiempo, el pequeño lapso de tiempo de nuestra actividad vital transcurre implacable hacia el abismo, como afirma Porfirio Barba Jacob en su Canción de la Vida Profunda: “Mas ¡ay! También, ¡oh tierra! un día, un día, un día
En que levamos anclas para jamás volver…
Un día en que discurren vientos ineluctables.
¡Un día en que ya nadie nos puede retener!
O como lo interpreta Charles Baudelaire: “El alma imita las
batallas de la lámpara y del día, el aire estas lleno de los estremecimientos de las cosas que nos persiguen, y en lo más hondo de los hospicios los agonizantes lanzan entre desiguales sollozos su ultimo lamento.
Con los años nos acostumbramos, o al menos así lo creemos, a
saber que la muerte está cercana. No sé si la naturaleza o los dioses determinan nuestra muerte. La verdad no me importa, es un asunto que carece de importancia, al fin y a la postre debemos entender, acercándonos a la filosofía Budista que, quien silencia su yo y mantiene su mente vigilante ve que no hay nacimiento ni muerte, por ello, pertenezcamos a la colectividad que pertenezcamos nadie puede exigirnos ser mediocres ni menos rebeldes de lo que hemos sido, toda vez que es el único legado cierto que le dejaremos a las nuevas generaciones de ciudadanos.
Leí algunos pasajes de “La luz de la Noche” de Pietro Citati, un
recorrido por los mitos de la historia universal: desde las estepas Asiáticas hasta la Grecia Clásica, de China al mundo del Islam, de la Roma pagana al cristianismo primitivo, de la cultura Azteca a la cultura Incaica y me detuve en las reflexiones sobre la Flauta mágica de Mozart, ese itinerario perpetuo en que la luz se convierte en tinieblas y de las tinieblas volvemos a la luz como la reflexión permanente del hombre sobre su naturaleza y su destino.
Pasé , también, con no menos asombro por la leyenda o el mito
de la creación del pueblo incaico con muchas similitudes y connotaciones con otras culturas incluida la cristiana. Cuenta la leyenda que, después del diluvio universal, los primeros tenues rayos de sol se posaron sobre el lago y la isla de Titicaca. El Dios Viracocha, se poso junto al lago, y esculpió piedras con figuras humanas, de las que nacieron los primeros hombres. Muchos siglos después la raza humana vivía aun bajo la barbarie, cuando el dios supremo, El Sol, para redimirlos deposito una hija y un hijo, en las aguas del lago. Les ordeno simular ser humanos ocultando su chispa solar. Así mismo les ordeno clavar una barra de oro allí donde se detuvieran para dormir, descansar y construir la casa. Saliendo del lago los hijos del sol emprendieron su largo viaje sin conseguir nunca que la tierra aceptara ser penetrada por la barra de oro, se negaba la tierra a aceptar aquella petrificada chispa de luz, la esencia vivificante del Sol; todo intento era fallido y ellos seguían adelante, cuando ya sus fuerzas flaqueaban llegaron a lo alto de una montaña, allí clavaron la barra de oro que penetro con gran facilidad en la tierra y desapareció rápidamente como si la hubiera estado esperando desde siempre en su trémulo regazo. Alrededor de este lugar se erigió Cuzco, la ciudad puma, la fortaleza de Sacsahuman, en una elevada cumbre edificada con bloques de granito gigantescos que aun hoy nos parece imposible que brazo humano alguno hubiese desplazado aquellos sillares de piedra hasta esas alturas, la fortaleza era la cabeza de la fiera, la ciudad el cuerpo y el rio que se movía al fondo del abismo, el Vilcamay, la móvil e inatrapable cola del puma.
Una llamada telefónica me saco del ensimismamiento de la
lectura y me devolvió a la realidad. De Bogotá me comunicaban que a pesar del diagnóstico de una hemiplejia del lado izquierdo que quedaría sufriendo Pablo, contra todo pronóstico y ante la perplejidad de los facultativos, el estado de salud de Pablo mejoraba sensiblemente hasta el punto de comenzar a mover la mano izquierda y el pie izquierdo y a recuperar la visión que la tenia perdida mostrando una voluntad de supervivencia mas allá de lo común, un espíritu de lucha que tenia perplejos a los médicos y un ejemplo de superación digno de tener en cuenta. No sé porque mientras hablaba por la línea telefónica iban pasando por mi cabeza las proezas de Odiseo, de Ulises que se ve perseguido por su propio destino azaroso y aventurero. Aparece ante nuestros ojos bajo luces y sombras diversas, bajo diferentes ropajes y con diferentes mscaras. Es un hombre nobilísimo, un héroe, pero también un truhan y un mendigo, es un león que con ojos de fuego acecha su presa o un pulpo insidioso y viscoso presto a adherir sus tentáculos sobre cualquier superficie, es un águila que posa su aguda mirada desde las alturas esperando la oportunidad para abalanzarse sobre su desprevenida presa, pero también un hombre humilde y generoso. Si queremos acercarnos más a su figura tenemos que convenir que es el hijo predilecto de las divinidades que le protegían y a las cuales se parecía: Hermes de quien descendía, y Atenea, que lo protegió con su amor. Ulises tenía una naturaleza y una voluntad tan múltiple y versátil como la de ellos: tomaba las formas que más le convenían, era sinuoso y envolvente, imaginativo, práctico y fácil de palabra.
El destino lo hizo viajar errabundo, durante diez años: Se
enfrento a los Cíclopes, a la amargura y tristeza del Hades, a las tempestades y a los naúfragios, a la larga prisión, a los sufrimientos del alma y del corazón, viajó hasta los confines del mundo, hasta perder el rumbo y luchar contra todo y contra todos hasta volver a encontrarlo. Sin duda, como ocurre con todos los hombres, este era su destino, el único que podía conocer; los laberintos por los que discurrió su vida, en los que corrió el riesgo de perderse y de perder la vida eran la encarnación de su propia fuerza. Nunca cedió ante ningún alago, derroto una y otra vez las fuerzas adversas que querían avasallarlo, preservo intacta su integridad, su memoria y su inteligencia recorriendo insomne los vientos, las olas y las tempestades del Mediterráneo, en síntesis la parábola de su vida. Pensando en todo ello, y mimetizando a Pablo con Ulises, tranquilizado mi espíritu por las noticias y por la lectura, busque la almohada para descansar un poco.