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Cuando sal del bar caminando, soplaba un viento helado que me congelaba la
cara. Me sub el cierre de la campera, me puse el gorro de lana, met las manos
en los bolsillos, y empec a caminar lentamente a mi casa, rodeando la orilla
del lago en la oscura noche. Todo me daba vueltas lentamente, como en esos
juegos de las ferias en los que se sientan un montn de personas en un disco
gigante que gira, mientras la fuerza centrfuga los empuja hacia fuera, y a
veces una persona que se para en el centro es capaz de mantener el equilibrio.
Ahora no recuerdo exactamente cmo se llaman.
En cierto momento, vi mi cara reflejada perfectamente en el agua del lago. Vi
mi cara y vi tambin la luna: triste, distante, indiferente; e inmediatamente
pens en lo derrotado que estaba. No era un libro imposible de escribir el que
me derrotaba, ni una cuenta bancaria poco abultada: era la sensacin
permanente de no poder convivir con las decisiones que haba tomado, ni con
los errores que haba cometido. La vida me haba pasado por encima, y la
fuerza centrfuga de las cosas me alejaba cada ms del centro. Intent
consolarme un poco con ese pensamiento de Kundera que dice algo as como
que si todas las acciones suceden slo una vez, entonces juzgarlas no tiene
sentido, su fugacidad las hace leves, y con el tiempo son poco ms que
ancdotas. Por
que no hay
siempre culpas que echar, que a veces las cosas simplemente dejan de
funcionar porque no es el momento correcto para que funcionen. Es el azar, la
mecnica cuntica aplicada a los sentimientos, la teora del caos, todo junto.
Puede ser un xito, fallar rotundamente, o funcionar bien por un lapso de
tiempo impredecible. Que uno debe solamente estar agradecido por lo que le
ha tocado y arrepentirse de la menor cantidad posible de cosas.
Ahora, con los pies mojados y casi congelados, con el viento helado soplando
ferozmente contra mi cara descubierta y roja, me pregunto si Mercedes no
intent darme alguna pista
interpretar del todo, porque,