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1954 recibió el Nobel de Literatura.
“Este es un premio que pertenece a Cuba porque mi obra fue pensada y creada en Cuba, con mi
gente de Cojímar de donde soy ciudadano. A través de todas las traducciones está presente esta
patria adoptiva donde tengo mis libros y mi casa”.
* http://nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/1954/
Ocupación: Escritor
Obra
Relatos
• Tres relatos y diez poemas (Three Stories and Ten Poems) (1923)
• En nuestro tiempo (In Our Time) (1925)
• Hombres sin mujeres (Men Without Women) (1927)
• El que gana no se lleva nada (Winner take Nothing) (1933)
• La quinta columna y los primeros cuarenta y nueve relatos (The Fifth
Column and the First Forty-Nine Stories) (1938)
Novela
Otras
“Aquel encuentro para la historia entre Ernest Hemingway y Fidel Castro tuvo lugar
el domingo 15 de mayo de 1960. Un estrechón de manos unía a dos personas que se
admiraban mutuamente antes de conocerse”.
Un modesto cuarto sin número del hotel Ambos Mundos devino durante pocas
horas primer refugio cubano de Ernest Hemingway en abril de 1928. Allí retornó
y en la misma pieza del quinto piso del inmueble, unos años más tarde (1934)
comenzó a escribir “Por quién doblan las campanas”.
La actual habitación 511, convertida en santuario que honra la estancia del
novelista, atesora varios objetos en sus 16 metros cuadrados: cama
matrimonial de madera, dos mesitas de noche y una mesa de escribir con su
silla, aunque él prefería hacerlo descalzo y de pie, apoyando su máquina
portátil en el alféizar de la ven
Palmo a palmo recorrió las adoquinadas y estrechas calles de una ciudad que
lo iba envolviendo cada vez más. Con frecuencia acudía al restaurante El
Floridita, para refrescar el cuerpo y tal vez su alma con el daiquirí, uno de los
tragos más exquisitos de la coctelería nacional.
Sentía una inmensa deuda con un pueblo que lo quiso y lo admiró. Eso se
explica tal vez en su decisión de ofrendar la medalla del Premio Nobel a la
Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba.
1928: El primero de abril, a las 10.50 de la noche, con cielo nublado y brumoso,
hace escala en el puerto de La Habana el vapor Orita, de paso hacia la Florida.
Hemingway viajaba allí acompañado de su segunda esposa Pauline Pffeifer,
que estaba embarazada. El barco había zarpado desde La Rochelle, Francia.
El pescador y el escritor eran el uno para el otro. Tan inseparable como lo fue
de Cojímar aquel hombre alto y simpático que andaba contando anécdotas
entre los pobladores. Tanto quiso al lugar que llegó a calificarlo como “mi patria
chica”.
Allí, en el rústico muelle, solía verse el yate Pilar, cuando “Papa” regresaba a
su remanso en San Francisco de Paula, después de las jornadas de pesquería.
Allí comenzó a forjarse la idea de escribir “El viejo y el mar”.
Los 20 000 vecinos de Cojímar saben que Hemingway les pertenece. Su figura
honra el parque y desde allí otea el azul del mar. Los más jóvenes conocen su
real dimensión como escritor; los más viejos se acuerdan de su risa y su
carácter jovial, pero tal vez no sepan que “Jemin” escribió “Adiós a las armas”,
“Las nieves del Kilimanjaro” o ¿Por quién doblan las campanas?
El Floridita
Un caluroso mediodía habanero Ernest Hemingway visitó por primera vez El Floridita,
un bar restaurante de la calle del Obispo. Se sentó -y siempre lo haría en el mismo
lugar- en la primera banqueta, sitio donde fue develado un busto en su honor, en 1954.
El Floridita le sirvió de refugio y allí departía con muchos amigos y hasta con
coterráneos que venían a visitarlo. Allí prácticamente creó un trago especial de daiquirí
con su nombre. Se trata del “Papa Doble” o “Hemingway Especial” una variente a base
de ron blanco cubano, jugo de toronja limón, marrasquino y hielo. Al trago original le
suprimió el azúcar, pero le duplicó el ron.
De esos “daiquiries” se bebía a veces durante algunas horas unos 12 vasos y como si
fuera poco, se llevaba uno en cada mano para continuar con su hobbie en el viaje de
regreso a La Vigía.
Las visitas de Papa Hemingway fueron más seguidas a partir de 1940. Allí creó un
círculo de amigos cubanos que se reunían en torno a él en “su esquina”.
Al pie de un dibujo que identifica el lugar exacto donde frecuentaba el novelista se leyó
en la revista Esquire: El bar El Floridita, en La Habana, es una institución de probidad,
donde el espíritu del hombre puede ser elevado por la conversación y la compañía. Es
una encrucijada internacional. El ron, necesariamente, domina, y como en el caso de
muchos grandes bares, el estímulo de la presencia de un hombre famoso presta una
atmósfera especial, una sensación de amistosa filosofía por la bebida: el residente
cubano Ernest Hemingway.
Aquel encuentro para la historia entre Ernest Hemingway y Fidel Castro tuvo lugar el
domingo 15 de mayo de 1960. Un estrechón de manos unía a dos personas que se
admiraban mutuamente antes de conocerse.
Era la décima ocasión que se realizaba un torneo de pesca de la aguja con el nombre
del afamado escritor estadounidense y los organizadores del certamen hicieron las
coordinaciones pertinentes para que se produjera el trascendental momento.
Hemingway acudió a la cita con su Pilar; Fidel lo hizo a bordo del Cristal y estuvo
acompañado por Ernesto Che Guevara. El pretexto no podía ser mejor, porque
consistía en que ambos participaran en la contienda tras agujas, casteros y dorados.
Ocho horas de competencia fueron suficientes para que el Jefe de la Revolución
cubana, sin apartarse un instante de la vara y el carrete, se erigiera como máximo
acumulador individual.
Alguien allegado al autor de “El viejo y el mar” comentó que Ernest, al entregarle el
trofeo a Fidel le dijo: “Tal vez usted sea un novato en la pesca, pero ya es un pescador
afortunado.”
El hombre que solía vestir de guayabera con pantalones cortos jamás ocultó su
admiración por el proceso que comenzaba a gestarse en Cuba en los primeros años
de la década de los 60 del pasado siglo. “Después de tanto tiempo en este país me
considero un verdadero cubano”, dijo.
“Nunca vi algo tan maravilloso como “El viejo y el mar”, ha comentado Fidel, para
quien sus títulos fueron para él fuente de conocimientos históricos y geográficos.
Igualmente aseveró que “Por quién doblan las campanas” tuvo una gran influencia en
una etapa de su vida cuando buscaba una salida a una situación complicada en la Isla.
Sentenció que Cuba no merece ningún agradecimiento por la labor realizada en la
preservación de la documentación existente en La Vigía (Museo Hemingway), pues no
haberlo hecho sería una muestra de incultura.
Gregorio Fuentes
"Todo sobre él era viejo, excepto sus ojos, que eran del mismo color del mar, alegres e
inderrotables", escribió Hemingway en su obra cumbre. Así describía al inseparable
amigo Gregorio Fuentes, nacido el 11 de julio de 1897 en Islas Canarias y trasladado
a Cuba junto a sus padres cuando él tenía seis años.
A estos hombres los unía la pasión por la pesca. El mar abierto fue el telón de fondo
de una gran carrera literaria y una leyenda. Fuentes era un marinero nato: cabalgó
cuatro huracanes, cruzó a nado aguas infestadas de tiburones para rescatar a un
hombre que se estaba ahogando, y podía sentir en sus huesos el lugar exacto por
donde pasarían el pez vela, el pez aguja o el tarpón más grandes. Al menos, así lo
afirmaba Hemingway.
Unos meses antes del adiós, Gregorio recibió el título honorifico de Capitán de la
Asociación Internacional de Pesca Deportiva (IGFA). Ese día, en el Club Náutico que
lleva el nombre de su patrón, aquella leyenda viviente contó anécdotas y charló
animadamente, siempre con su inseparable tabaco en las manos.
Después del suicidio de Hemingway, Fuentes jamás regresó al mar y tampoco tomó
una caña de pescar. Siempre se negó a aceptar la realidad de la muerte de Papa al
calificar de absurdas las causas del suicidio y en más de una ocasión se refirió a su
muerte como una conspiración.
“Yo no he dejado de llorar a “Papa” un solo día en todos estos años”, comentó el viejo
pescador el día en que rodeado de amigos festejó sus 100 años de edad. Antes
Hemingway, refiriéndose a Gregorio escribió simplemente: “Fue una suerte
encontrarlo”.
Allí concibió varias de sus obras más difundidas y el apacible recinto se mantiene tal y
como lo dejó cuando emprendió el último viaje a Estados Unidos, cuando su salud se
quebrantaba de manera irremediable.
Hoy en día esta casa es un verdadero museo sobre uno de los más famosos
escritores norteamericanos, lleno de muestras únicas de su personalidad, estilo de
vida y últimos años. Tal parece que de un momento a otro irrumpirá el escritor para
revisar sus escritos inconclusos.
Los estudiosos de su obra tienen especial interés en la colección de 9 000 libros que
reposan en estantes diseminados hasta en el baño, muchos de estos libros tienen
anotaciones en los márgenes y esos apuntes pueden ayudar a conocerle mejor.
El Museo Hemingway resulta un sitio atractivo para cualquier visitante en la Isla, sobre
todo de quienes admiran la obra del excelente
autor.
Jaimanitas
Ubicado al oeste de la capital, Jaimanitas -al igual que Cojímar- es también un poblado
de pescadores frecuentado por Ernest Hemingway en la década de los años 30 del
pasado siglo.
Distante a unos 300 metros de la actual Comunidad Turística que lleva el nombre del
célebre escritor estadounidense, Jaimanitas cobró notoriedad a partir de rumores de
incursiones por mar de contrabandistas de alcoholes y licores, según investigación de
Mario Masvidal Saavedra.
Cuenta el investigador que las visitas, tanto por tierra como por mar, fueron muy
frecuentes por parte de Hemingway, quien entre otras personas, había conocido allí a
los esposos George Grant y Jane Mason, dueños de una embarcación de recreo
llamada Pelícano II.
La otra es más bien una sospecha. Se trata del relato “Nadie nunca muere”, editado al
año siguiente y para algunos especialistas y estudiosos el escenario del cuento es la
playa de Jaimanitas, más exacto: la casa donde el héroe se esconde es la mansión de
los Mason en ese poblado, lugar frecuentado de tal manera por Ernest, hasta el punto
de suscitar rumores de un posible romance suyo con la señora Jane.
Creó lazos de amistad con una familia de origen mayorquín. Muchas anécdotas
quedaron por escribir, sobre todo aquellas que atesoraba Guillermo Cunill, fallecido
hace algunos años y quien se enorgullecía cuando contaba a ratos: “Yo muchas veces
tomé “wisky” con “Papa”. Él y yo éramos iguales: ¡pescadores y de los buenos!
Martha fue una pasajera, una visitante, al igual que todos los que desfilaron por
la mansión, tal el caso de Jean Paul Sartre, Ava Gardner, Gary Cooper,
Graham Greene, entre otros. Ella tenía “historia propia” y cuidaba su carrera
más que la relación afectiva. Quedaría demostrado el celo de Hemingway,
cuando Martha recibió un pedido de la revista Collier’s para escribir una serie
de crónicas sobre la actividad alemana en el Caribe. Gelhorn para no
contrariarlo desecharía la oferta, pero, a fines de 1943, aceptaría escribir desde
Inglaterra, África del Norte e Italia. Es ahí donde la felicidad de la pareja
empieza a fracturarse. A tal punto llega la rivalidad de ambos que Hemingway
no dudaría en ofrecerse a Collier’s como corresponsal de guerra. Participará
así, el 6 de junio de 1944, del “Día D” en Normandía. También se uniría a la
Cuarta División de Operaciones y llegaría triunfante a la liberación de París el
25 de agosto de ese año. En esos momentos, de paso por Londres, conoce a
Mary Welsh y allí se le divide el corazón. En noviembre Martha, ya cansada, le
comunica su deseo de divorciarse. En diciembre se dejan de ver. Cuatro meses
después, el 11 de abril de 1946, Hemingway ya no se separaría de Mary
Welsh, la mujer que estaría a su lado hasta el día de su muerte.
Haroldo Conti, en una nota publicada en la revista Crisis, del mes de julio de
1974, titulada “La breve vida feliz de Mister Pa”, recrea un diálogo mantenido
con Gregorio Fuentes Betancourt —alias “Pellejo Duro”—, quien trabajaría para
Hemingway durante 27 años asistiéndolo en el Pilar, la embarcación que
formara parte de la vida aventurera de Ernest. En esa conversación íntima,
Hemingway dice:
“—Viejo, los dos somos hijos de la muerte. Quiero a este barco tanto como si
fuera un hijo más. No sé cómo disponer de él, pero en caso de que me pase
algo, ¿tú qué harías, viejo?
—Lo sé.
La casa vacía
No hace falta decir que para Cuba este lugar es sagrado. Forma parte de su
cultura y es un atractivo sin discusión para el turismo. Por muchos años, la
voluntad de las autoridades del hoy museo hizo posible que la mística de la
poltrona del comedor se mantuviese ocupada y en silencio, y que esa figura del
hombre con torso desnudo, barba canosa y bermudas gastadas, cruzara el
parque buscando a los gatos.
Queridísima Pickle:
Ha caído nieve, nieve y más nieve y además, lluvia, lluvia y más lluvia.
Un clima de mierda. Espero que donde estés el tiempo haya sido
mejor. La nieve empeora terriblemente los problemas. Ayer iba en un
jeep que tenía el parabrisas tan lleno de barro y nieve que no se veía
casi nada. Estuvimos a 20 metros de un campo minado, atravesado
por una carretera que nos habían dicho que estaba limpia, mientras
nos dirigíamos a una aldea que también nos habían dicho que no tenía
problemas, pero que estaba finalmente ocupada por alemanes. Ya ves,
este tipo de cosas puede provocar resultados inesperados.
Soy de lo más alegre y juego todo el tiempo con los muchachos, así
que no pienses que soy un eterno tristón.
Te amo, querida
Sólo tuyo.
Desde el mes de febrero de 2005, a pesar del rechazo, los cubanos ponen
empeño en continuar las obras de restauración bajo la supervisión del Consejo
Nacional de Patrimonio Cultural y la Empresa de Restauración de la Oficina del
Historiador de la Ciudad de La Habana, a un costo estimado de 600.000 pesos
(650.000 dólares).
Como para agregar más leña al fuego, el día que se cumplían 45 años de la
muerte de Hemingway se colocaron flores blancas frente al busto instalado en
el portón de la entrada a la casa. El administrador de la casona, José Manuel
García, en medio de las refacciones, sentenció: “Pusimos una estatua con su
rostro en la entrada y un búcaro con flores blancas. Para nosotros es un gran
escritor, él quería que hubiera buenas relaciones entre Estados Unidos y
Cuba”.
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