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Nacionalismo y movilizacion politica: un andalisis pluridimensional de la construccién de las naciones Ramon Maiz 1 CONSTRUCTIVISMO FRENTE A EXPRESIVISMO La proliferacidn en los htimos afios de los estudios sobre el na- cionalismo ha originado una multiplicacién de los desacuerdos entre los investigadores en torno a métodos. perspectivas. facto- res explicativos. etc.. que se pone una y otra vez de manifiesto en reuniones como las de Santiago de Compostela. Warwick 0 Barcelona (Beramendi. Méiz y Nunez. 1994: Smith, 1996: San- chez et al., 1997). Al hilo de los debates, sin embargo. he comen- zado a fraguarse un creciente consenso entrecruzado en tomn0 a, ‘cuanto menos. tres puntos fundamentales: 1. El nacionalismo se considera como un fendmeno estric- tamente moderno. e inseparablemente vinculado al Estado. De esta suerte, la génesis de los nacionalismos se inscribe, cuales- guiera sean sus raices etnohistéricas, en una especifica arena po- litico-institucional, ora por ser inducido desde el Estado-nacién, ora por canalizar la impugnacién de un Estado-nacién 0 un Im- perio multinacional o colonial y reclamar un Estado propio. 168 ZONA ABIERTA 79 (1997) 2. La nacién no constituye un dato primordial, objetiva- mente cristalizado, sino el producto contingente de un proceso de construcci6n social y politica que tiene ugar en determinados contextos institucionales y sociales. 3. El concepto de nacién deviene, por lo tanto, una catego- ria préctica més que objetiva o sustancial, destinada a dar cuenta de la percepcién politica, compartida en la conciencia de los ac- tores, de una identidad colectiva especifica nacionalitaria y por ello, necesariamente, de un fenémeno de masas y no de elites. Ahora bien, este nuevo y creciente consenso viene a cuestio- nar, empero, aspectos fundamentales de la l6gica y la morfologia de ta explicacién tradicionales en los estudios sobre el naciona- lismo. Y no nos referimos a los primordialismos de uno u otro signo, a la concepcién de la nacién como una comunidad reifica- da en torno a una serie de rasgos diacriticos objetivos (raza, Jen- gua, cultura, tradici6n, mitos y simbolos). que se perpetuan en ei tiempo y cuyos pretendidamente remotos origenes resulta preci- so explorar para dar cuenta de sus manifestaciones politicas pre- sentes. Como ha acabado por admitir uno de los mds brillantes cultivadores de este modelo. la nocién de una identidad nacional como fenémeno primordial ha sido generalmente descartada por los investigadores (Armstrong, 1995). El propio Smith — ludioso erréneamente incluido en ocasiones entre Jos cultivado- res de esta perspectiva, por su atencién a los origenes étnicos de los nacionalismos comtempordneos— aboga en la actualidad por tuna perspectiva que pondere la influencia del pasado étnico con cl impacto de la actividad nacionalista (Smith, 1995). La duda que se plantea, sin embargo, es si resulta suficiente el abandono a grandes rasgos del perennialismo y el reconoci miento de lo que de “comunidad imaginaria” tienen las nacio- nes. para alcanzar una perspectwa explicativa mas plausible y completa del fenémeno. Pues por detris del consenso en torno a la modernidad. construccién politica y centralidad estdtal de las, naciones, puede muy bien permanecer, mas activa de lo deseable. la harto problemética Iogica argumental subyacente en 10s estu dios tradicionales. Nos referimos al modelo explicativo que. re- tomando una iluminadora conceptualizacion de Bowles y Gintis a otros efectos, podemos denominar nacionalismo exprexivo y etnicidad exégena, La secuencia argumental de este razonamien- ZONA ABIERTA 79 (1997) 169 to, las mis de las veces implicito en la explicacién de los subna- cionalistnos, puede sintetizarse como sigue: 1. Una previa emicidad, diferenciada objetivamente en tor- no a una serie de rasgos (lengua, “raza”, cultura, tradici6n, terri- torio, etc), 2. Genera una matriz prepolitica de intereses nacionales co- munes, de los cuales la comunidad, mediante la labor de sus eli- tes € intelectuales, resulta progresivamente consciente, hasta el extremo de 3. Conformar una identidad colectiva asumida por sectores mas 0 menos amplios de la poblacién, y cuya expresién politica origina tarde o temprano ‘4, Un movimiento nacionalisia que, descubriendo y genera- lizando la diferencia nacional a sectores més amplios, reivindica, en fin, 5. El derecho de autodeterminaci6n y la exigencia de un propio Estado, que permita el autogobierno y canalice la defen- sa de los intereses propios de la comunidad. Esta secuencia resulta bésicamente aplicable asimismo al na- cionalismo del Estado-nacién, si bien alterando el orden del ulti- ‘mo factor —en el sentido 1-2-5-3-4—, de tal suerte que el Esta- do, como institucionalizacién de una etnicidad y unos intereses prepoliticos dados. refuerza la territorialidad cultural, econmi- cay administrativa de la nacién. con el apoyo de y el incentivo al nacionalismo, como discurso compartido por los partidos politi- cos que se reclaman expresi6n de los intereses nacionales. in embargo. a lo que apunta el nuevo consenso, bien que ra- ramente ilevado hasta ahora a sus tiltimas consecuencias. es a un radical abandono de este modelo subyacente del nacionalismo expresivo y su sustitucion por lo que podriamos llamar una 6pti- ca constructivista, El eje de esta linea argumental residiria en que el nacionalismo no resulta ya considerado como la manifes- tacién o exteriorizacién de una nacién objetivamente dada, sino que. al contrario. es la nacién misma la que constituye el produc- to, siempre dinamico e inacabado, de un proceso complejo de construccién politica y social que tiene lugar. bajo el impulso del nacionalismo. en determinados contextos culturales. econémicos y politicos. 370 ZONA ABIERTA 79 (1997) Asi, la eventual produccién de una nacién requiere, mas allé de la sola diferencia etnocultural, la concurrencia de una serie de mas exigentes condiciones. en Jos ambitos tanto de la estruc~ ura como de la accién, que podemos sintetizar del modo si jenie: 1. nas precondiciones émicas diferenciales que. sin ember ‘20. se consideran no como un dato. sino como el producto de un trabajo de seleccién, filtrado e invencién que realizan los nacio: nalistas sobre una "materia prima” étnica de mayor o menor ri- ‘queza. 2 su vez producto de elaboraciones pasadas de elites e in: telectuales. 2. Unas precondiciones sociales que favorezcan la existen: cie de una naci6n: por ejemplo: una matriz de intereses comunes generalizables y potencialmente conflictivos con otro grupo © ‘Frupos: una crisis econdmica de modemnizaci6n que eenere dese rraigo v necesidades dc idemtficacion en sectores de la poble: cidn que han perdido los Jaz0s tradicionales; unos umbrales mi nimos de movilidad social 0 de comunicaci6n supralocal que coadyven a la percepcién de un espacio social comtin, etcetera. 3. Une propicia Esructura de oportunidad politica: sea for ‘mai: descentralizacién politica (Estado consociativo, federal. etc.). apertura del acceso politico (nivel de democracia real) que in- centiven Ia politizacion de la diferencia nacional; sea informal: politicas piblicas y estrategias facilitadoras de los gobernantes. desalineamientos electorales. conflictos intraelites. eventual dis- ponibilidad de nuevos aliados. etc. 4, Una movilizacién politica eficaz que, a través de su tra- bajo organizativo y discursivo. consiga generalizar, en el seno de tun amplio bloque social. Ja existencia de la naci6n como una evi- dencia politica indiscutible. en torno a unos intereses nacionales compartidos y unos objetivos de autogobierno determinados. En definitiva, no existe un momento fundacional étnico y vung matriz prepolitica de intereses nacionales, sino que cada movilizacién politica produce, esto es, selecciona, jerarquiza y vulgariza, una etnicidad diferencial y unos intereses nacionales especificos y contingentes. en el seno de unas precondiciones so- ciales y politicas determinadas que, a su vez, pueden verse alte- radas por la incidencia del propio movimiento y otros factores ZONA ABLERTA 79 (1997) 1 externos ¢ internos, Esta Optica constructivista y dinémica rein- troduce, pues, la politica como momento fundamental, propia- mente constitutive y no meramente expresivo d¢ la nacién. El objetivo de las paginas que siguen es sintetizar, al hilo de Jas aportaciones de los més recientes estudios sobre el naciona- lismo y Jos desarrollos de 1a teoria de los movimiemtos sociales, alguno de los factores de mayor relieve en la construcciGn de las naciones como procesos de movilizacién politica LA PROBLEMATIZACION DE LA ETNICIDAD Elcreciente acuerdo en tomo a la naturaleze maleable, hist6rica y no natural, de los rasgos diacriticos que configuran la etnicidad de as naciones (Jengua, territorio. tradiciones. etc.) y el abando- no de su consideracién primordial v organicista, remite a dos se- ries bien distintas de cuestiones. En primer lugar, a la constata- ccidn de que. por si misma, una etnicidad diferenciada constituye un elemento necesario pero insuficiente para la génesis de una nacion: puede muy bien existir un grupo dotado de caracteristi- cas propias de lengua. cultura, wradici6n. costumbres © econo- mia, sin gue ello se traduzca en la aparicién de une nacionalidad (Stavenhagen, 1996: Gurr, 1993). Es preciso que la diferencia ét- nica se active socialmente mediante opresién, desigualdad 0 ex- plotacion compartida y, politicamente. por empresarios politicos ¢ inlelectuales que fraguen un bloque social en torno a determi- rnadas caracteristicas etnonacionales. Pero, en segundo lugar, la problematizacién de la etnicidad que se inaugura con la nueva perspectiva constructivist. cues- tiona no s6lo Ja supuesta evidencia de sv potencial relativo de nation-building. sino su propia naturaleza interna. A saber, a et- nicidad no constituye una diferencia pristina, un conjunto estati co de factores objetivos dados de antemano, sino el resultado di- némico de un proceso de produccién politica ¢ intelectual inscrito en la movilizacién misma, en el seno de la cual se fijan ro s6lo los objetivos, sino los criterios mismos de adscripcién co- ‘munitaria, los rasgos especificos de pertenencia al grupo. Ahora bien, si la etnicidad constituye una matriz de marcadores de identidad, social y politicamente elaborados y seleccionados, que en modo alguno puede darse como cristalizada de una vez im ZONA ABIERTA'79 (1997) para siempre, la explicacién de los mecanismos.de fijacién.de los criterios de adscripcion étnica en cada proceso.de construccién nacional conereto, debe pasar.al primer plano del andlisis. Se trata, por lo tanto, de dar cuenta no sélo-de.la fluctuacién y ma- leabilidad de los criterios de adscripcién, sino de la dinémica so- ciopolitica de su configuracién mediante la accién colectiva na- cionalitaria. En este sentido resulta de utilidad, bien que limitada, una preliminar distincién conceptual (Olzak, 1983; Hetcher, 1987; Chai, 1996) entre emicidad, solidaridad émica y movilizacién na- cional. Bajo el concepto de etnicidad se engioban los diversos factores (lengua, cultura, historia, tradicién, territorio, econo- ‘mia, mitos y simbolos) social y politicamente construidos, y no primordiales, que se atribuyen hacia el interior y el exterior de! grupo fijando la frontera nosotrosellos (Barth, 1969; Van den Berghe, 1981; Smith, 1986, Connor, 1994; Hedetoft. 1995). Cada etnicidad especifica enfatiza, selecciona o incluso “inventa” de- terminados criterios diferenciales de adscripcién comunitaria (lengua, “raza”, territorio o tradiciones); mientras otros se dese- chan o minoran, especialmente aquellos que puedan implicar di- ferencias internas en la comunidad (Hobsbawm, 1992: Ander- son, 1983). La solidaridad émica supone algo més, implica una identifi- cacién consciente de determinados individuos con un grupo 0 comunidad y requiere no solamente tna vaga conciencia de pue bio diferenciado, sino el més s6lido soporte de redes de interac- ciOn y comunicativas. e incluso instituciones formales o informa- les que sociaticen a los nuevos miembros y refuercen los lazos sociales intracomunitarios (Tilly, 1978; Olzak. 1983). La solidari dad étnica se genera tanto por medio de précticas sociales diver. sas. tales como la endogamia. la especializacion econémica en el mercado de trabajo: 0 politicas. tales como represién cultural experiencias bélicas. de limpieza étnica 0 genocidio etc. (Het cher, 1978: Bonacich y Modell, 1980: Stavenhagen. 1996), Con el concepto de movilizaciin émica, finalmente. se desig na la acciGn colectiva que selecciona determinadas caracteristi cas étnicas como criterio de pertenencia a una comunidad y las Vincula a determinados objetivos politicos de autogobiemno. E! nivel de movilizacién se mide, clésicamente, a través de indica. dores como el porcentaje de voto a partidos nacionalistas (Het- ZONA ABIERTA’79 (1997) 173 cher, 1975; Ragin, 1977; Nielsen, 1980; Olzak, 1982), 0 el nivel de conflicto étnico (Smith, 1981; Gurr y Harff, 1994; Stavenhagen, 1996), etoétera. EI problema, sin embargo, es que esta titil distincién puede reintroducir, de modo subrepticio, el linealismo del concepto ex- presivo que hemos apuntado al inicio, de la mano de una progre- sin continua que llevaria desde una etnicidad diferenciada, pa- sando por la progresiva conciencia de la diferencia para, finalmente, concluir en movilizacién politica reivindicativa de la nacién. Como se ha sefialado, sin embargo, no resulta suficiente. admitir la maleabilidad de los criterios étmicos de adscripcién, es preciso, ademés, explicar como y por qué cristaliza una determi- nada version de la etnicidad, o lo que es lo mismo, de los limites de exclusién ¢ inclusién en torno 4 unos elementos diacriticos, supuestamente objetivos. que se naturalizan como evidencia so- cial y politica. Y a tal efecto resulta imprescindible asumir que la etnicidad no constituye ¢! punto de partida, sino uno de los pro- ductos contingentes, indeterminados, de la movilizacién misma. EI reto del cientifico social consiste, pues, en retener el ca- récter no primordial, y por lo tanto producido, y en este sentido inventado o imaginado, de la etnicidad que conforma una na- i6n, sin desatender por ello el papel constructivo y productivo de realidad social y politica que juega esa supuesta evidencia nacional postulada por los nacionalistas. Pero esto requiere. a su vez, una atencién sustantiva a la cambiante matriz étnica de cada naci6n, que no disuelva su sustantividad, remitiéndola sin ‘més a los factores estructurales socioeconémicos que la activan, © a Ja resolucion de los problemas de la i6gica de la acci6n co- lectiva que se le plantean a un grupo determinado. La etnicidad fs un constructo, ciertamente, pero posee una eficacia politica propia de la que es preciso dar cuenta con la mayor precision posible. De los elementos que se seleccionen y generalicen por las elites e intelectuaies nacionalistas como definidores de la identidad colectiva diferenciada: lengua, cultura, territorio, tra- diciones. mitos y simbolos... dependerd tanto la naturaleza de la contraposicion nosotrosiellos. cuanto la indole democratica, violenta o xenéfoba de las fronteras y practicas de inclustén/ex- clusién. El problema de algunas teorfas clésicas del conflicto étnico, como la de la “divisi6n cultural del trabajo”, de la “division del 174 ZONA ABIERTA 79 (1997) mercado de trabajo” o de la “‘competicion étnica” que luego ve- remos, reside, precisamente, en que tienden a diluir os factores Einicos en el seno de los factores estructurales econdmicos que los activan, de tal suerte que aquéllos pierden su fuerza causal independiente y explicativa y, a la postre, se obvian como facto- res de andlisis. El caso més patente de esta elisidn analitica de la etnicidad Jo constituye la teoria de la “escisiOn del mercado de trabajo” de Bonacich, Banton y otros. En efecto, el primero (Bonacich, 1972, 1979) otorga relevancia causal exclusivamente 4 los factores estructurales socioeconémicos, especialmemte a las iferencias de salarios y desigualdades en el seno del mercado de trabajo para los diferentes grupos de tal suerte que Ja etnici- dad se supone integra una constante desprovista de variaciones sustantivas. Banton, por su parte, se centra en la competicién ét- nica generada por la monopolizacién de un grupo de determina- dos recursos econémicos y, de modo similar, Ia etnicidad resulta irrelevante en su textura especifica, ante el peso explicativo de- sempefiado por los factores sociales (Banton, 1977) Este desplazamiento de la etnicidad hacia los factores estruc- turales y movilizadores resulta asimismo perceptible, si bien en menor medida, en investigadoras como Olzak, cuyo concepto de “recursos étnioos” resulta en extremo significativo en este sentido. Para esta autora los recursos étnicos designan fundamentalmen- te, no los materiales de la etnicidad con que trabajan politice- mente Jos lideres y las organizaciones, sino factores organizati- vvos tales como redes. circuitos de informacién o instituciones que mantienen en el tiempo interacciones estables. De este ‘modo, la etnicidad en si misma permanece como algo autoevi- dente en su cardcter accesorio desde e] punto de vista de la mo- vilizacion y deviene una suerte de “caja negra”. en cuyo andlisis ‘no se entra en ningin momento (Olzak, 1983, 1985). El propio Hetcher, pese a reconocer la centralidad de la diferencia cultu- ral, fundamentalmente religiosa y lingiistica, asi como lo proble- mético de la interpretaciGn del significado a través de los limites €tnicos, postula su dependencia causal explicativa del desarrollo desigual (hip6tesis del colonialismo interno) que deviene, asi, el factor decisivo que margina el estudio de la etnicidad, asumida [poco menos que como transparente en su evidencia. Algo seme- jante puede afirmarse, en su conjunto, de toda la escuela del co- lonialismo interno y del desarrollo desigual, sobre la que hemos ZONA ABIERTA 79 (1997) 1s de volver enseguida: una y otra vez Ja etnicidad se reenvia:a.los factores estructurales que la catalizan que, de este modo, pasan a erigirse en el centro del andlisis, descuidando el estudio siste- mético de la matriz émnica de las naciones (Geliner, 1964; Nairn, 1977: Ragin, 1979) No mejor suerte ha corrido el andlisis de las precondiciones émicas de la mano de los estudios derivados de la eleccién racio- nal. En este caso, debido al énfasis que la logica de 1a accién co- lectiva sitia en tomo a jos incentivos para la acci6n y la supera- cidn de los problemas de la movilizacién, el andlisis de este tipo de cuestiones prescinde, asimismo, del sustantivo tratamiento de la produccién de las precondiciones étnicas de los nacionalismos Yy su articulaci6n interna. Véase, como muestra, el concepto de stigmata de Rogowski: estas caracteristicas grupales de fécil identificaci6n y dificil alteracion por los miembros del grupo s6lo resultan consideradas come base p= encia de i centivos seiectivos negativos que dificultan, en razén de la visibi- jidad de la conducta de los individuos, la conducta free rider (Rogowsky, 1974). Otro tanto puede afirmarse de dos de los mas recientes andlisis del nacionalismo desde la Gptica de la elecciOn racional: Hardin y Chai. Para el primero, la atencién a Ja racio- nalidad del nacionalismo, incluso en sus més violentas manifes- taciones, alumbra, como veremos, la generacién de poder y el beneficio que los individuos singulares obtienen del mismo. Pero deja ayuno de examen €! peso de las tradiciones y mitos aprend dos y transmitidos en ia comunidad y su capacidad de generar una evidencia indiscutible, cuasi natural, con una orientacion po- Iitica decisiva para e} conflicto (Hardin, 1995). Pero incluso Chai, ‘a quien se debe un muy interesante intento de repensar la for- macién de Jas fronteras étnicas, a partir de una similar posiciOn en el mercado de trabajo, cambios estructurales como migracion y modernizacién, y la aparici6n de preferencias altruistas que ge- eran conductas cooperativas, en un tratamiento, por vez prime- +a explicito, de la formacion de las fronteras éinicas, se abstiene sorprendentemente de toda referencia sustantiva a los factores ‘que configuran, en cada caso especifico, la etnicidad con muy va- rias consecuencias politicas y sociales (Chai, 1996). Ahora bien, del hecho mismo de que la etnicidad y sus ele- mentos, lejos de ser objetivos y naturales, constituyan el produc- to de un proceso de elaboracién y seleccién, y que, ademis, sean 176 ZONA ABIERTA 79 (1997) susceptibles de relativos cambios y reformulaciones por parte de las elites e intelectuales nacionalistas, se deriva la necesidad ina- plazable de atender tanto a su configuracién cuanto al proceso de su produccién como un momento cemtral del andlisis de la movilizacién nacionalista. Asi, resulta preciso dar cuenta del contenido, esto es, de qué especifica versidn se impone, de entre las muchas posibles, de l2 propia lengua, cultura, historia, mitos, y simbolos; de qué valores se articulan con qué intereses. Pero, también, de los procesos de generalizacién por los que unos y otros alcanzan ese estatuto de verdad autoevidente compartida por todos los nacionales (Pérez-Agote. 1993, 1994; Gurrutxaga. 1991, 1996). El primer paso, sin duda, ha de centrarse en la delimitacién y ponderacién de los elementos étnicos. su configuracién y articu- lacién interna, en cuanto factores fundamentales que constituyen la matriz de adscripcién a una comunidad determinada: cultura, lengua, historia, tradiciones, costumbres, territorio, economia, raza, religién..., etc. Un extremo decisivo comtin a todos los ele- mentos genético-nacionalitarios, sea cultura o lengua, raza 0 re- ligidn. es que, para la formacién discursiva nacionalista constitu- yen factores “orgénicos”, esto es. que los nacionalistas derivan de su sola presencia la inequivoca existencia de una nacién sea ésta 0 no mayoritariamente asumida. De esta suerte, la nacion. constructo politico, se presenta como un ente reificado y existen- te desde tiempo inmemorial, 0 lo que es lo mismo, como una realidad no politica, ajena a la voluntad y conciencia de los indi- viduos. como “la naturaleza misma que se impone”. en su evi- dencia. a los nacionales. La eficacia performativa de esta defini- ci6n organicista de la nacién va a la par, como puede verse. con las dificultades de articulacién democratica de un discurso de esta indole: pues por principio se expulsa de! nicleo definidor de la nacién, étnico y *sencializado. el momento politico. conside rado marginal y puramente expresivo. de su construccién Asi pues. del hecho de que. por decirlo en palabras clasicas de Kohn, ninguno de los elementos conferidores del carisma nacionalitario (lengua. territorio. tradiciones. religion. costum bres. etc.). sea imprescindible para la constitucién de la comuni dad nacionalitaria. que de hecho puede fundamentarse en com: binaciones y variaciones muy diferentes de los mismos (Kohn. 1949), se deriva, ain mas si cabe. la necesidad de un analisis del ZONA ABIERTA 79 (1997) 77 porqué y el cémo determinados elementos diacriticos se vuelven politicamente significativos para un grupo que los representa ‘como naturales y autoevidentes. Y esto constituye una dimen- sin clave que ha de ser inexcusablemente explorada, sin que se diluya ni en las precondiciones sociales que la activan o los pro- blemas de la accién colectiva que debe resolver el grupo en cuestion. En efecto, los especialistas insisten una y otra vez en que el nacionalismo se caracteriza por poseer una doble faz, una pecu- liar y explosiva combinacién de intereses y laz0s afectivos (Rothschild, 1981). La identidad étnica se configura, de hecho, como una mezcla tinica de lazos emotivos y expresivos, sen- timientos y lealtades con intereses politicos instrumentales y calculados, de tal suerte que estos uiltimos son explicados y al- canzan su significado tan s6lo mediante los primeros (Nagata. 1981). Pues bien, ora desde una éptica més etnicista (Smith), ora desde una perspectiva mas instrumentalista (Brass). se ha subra- vyado igualmente que las tradiciones, historias. mitos y simbolos son signos potentes que generan emociones de afinidad o exclu- sin, de cercania u odio entre grupos y sucesivas generaciones, ue son utilizadas y reproducidas por ias elites nacionalistas en el decurso de! movimiento para construir la dicotomia del noso- trosfellos, de fo propio y lo ajeno y. en su caso, del amigo y el enemigo. Esta es. precisamente, la pertinencia ilkima del anélisis mitico- simbélico de la forinacién étnica de las naciones (Armstrong, 1982: Smith. 1986). pues resulta irrenunciable dar cuenta de los materiales heredados disponibles para los nacionalistas en cada coyuntura, habida cuenta de que estos auténticos repertorios de emicidad. si bien no predeterminan, condicionan. empero. y orientan de modo notorio las formulaciones posteriores y. de he- cho. restringen. las posibilidades de produccién futura de la idea de nacién en cada contexto especifico, Materiales étnicos: cultu: ra, religidn. lengua, mitos y simbolos. etc. que. a su vez, como ya se ha sefialado. tienen su propia historia politica: son el producto de la depuracién. seleccion e invencidn de generaciones previas de elites ¢ intelectuales nacionalistas ‘Al margen de su eficacia movilizadora. del proceso de su ge- neralizaci6n como evidencia indiscutida para una comunidad. es 178 ZONA ABIERTA 79 (1997) preciso detenerse en sv estructura tanto como en su genealogia en el pormenorizado andlisis diacrOnico y sincrénico de su relate. fundador de Ja comunidad. Pues en modo alguno es indiferente que el mito fundador que se postule sea un dios belicista como Rama, en el nacionalismo hindutva, o que Jos mitos de la edad de Oro y la nobleza universal se enraicen en un catolicismo tra: dicionalista e intolerante como en el primer nacionalismo vasco (Elorza. 1995). Por ello resulta tan decisiva la matriz de elemen: tos diacriticos sobre las que se edifica e) “nucleo duro” de la et- nicidad: consecuencias politicas muy diversas se derivan, por ejemplo. de una biologizacidn de la idea de nacién a partir del factor “raza” 0, por el contrario. de sv culturizacion de la mano de elementos como la “cultura popular”. el “carécter nacional” © incluso el Volksgeist (Maiz. 1997). Y ello, debemos precisar. no s6lo en cuanto e} nacionalismo se articule externamente con otras ideologias como racismo, fascismo o liberalismo. y se re: formule segiin sus principios. sino previamente. por la propia ar- ticulaci6n interna de los elementos diacriticos seleccionados en cada caso para configurar la nacién. El repertorio étnico hereda- do. en definitiva, conlleva no pocas orientaciones para ¢] de- sarrollo de los nacionalismos posteriores. toda vez gue constituye el capita! ideoldgico necionalisia. que se transmite y reformula parcialmente de generaciOn en generacion y que. articulado con diversas ideologias. mantiene por mucho tiempo su especifico polencial de inclusién o exclusién, de fijacién de objetivos. de demarcacién de lo propio 0 lo ajeno. No debe perderse de vista. sin embargo. que el propio punto de partida del etnonacionalismo. esto es. Ja fundamentacion de ‘una comunidad de origen sobre la presencia de criterios de ads- cripcidn objetivos. independientemente de la conciencia que los nacionales posean de los mismos. margina hasta en sus formula~ ciones més culturalistas. e! momento politico de la idea de na- ci6n y oculta su cardcter de constructo aleatorio y dindmico. con lo que se soslava, por definicidn. la génesis de la voluntad a tra- vvés de la participacién y movilizacién democréticas. as{ como la latente pluralidad de proyectos competidores en la edificacién de una misma comunidad. Cada generaciOn construye su propio mapa cognitivo de la nacién, si bien lo hace en el seno de una matriz heredada, articu- lada én tomo a una serie de especificos complejos mitico-simbé- ZONA ABIERTA 79 (1997) 179 licos, de suerte que los nacionalistas “redescubren” y reinterpre- tan (Smith, 1986, 1996) el capita) ideolégico nacional a partir de esa materia prima, y segiin los requerimientos y urgencias de cada coyuntura. Y las naciones devienen asi. inevitablemente, “comunidades imaginadas” (Anderson, 1983), dotadas de tradi- ciones parcialmente inventadas (Hobsbawm y Ranger, 1983; Hobsbawm, 1992) al hilo de su movilizacién politica. Por todo, ello, el andlisis de las precondiciones étnicas, mas que @ la evi- dencia cientifica. hist6rica o arqueolégica (Smith. 1996) de una serie de caracteres objetivos. debe prestar atencién a la narrative nacionalista en el seno mismo de la movilizacién que. sobresigni- ficdndola, produce le nacionalidad. Y como tal marco interpreta- tivo de la accién, luego lo veremos. debe ser analizada. LLAS PRECONDICIONES ECONOMICO-SOCIALES ACTIVADORAS DEL CONFLICTO ETNONACIONAL ‘Que Ja atencién a Jas condiciones estructurales que facilitan la movilizaci6n nacionalista pudiera traducirse en la desconsidera- cidn sustantiva de la matriz étnica y su produccién, no ha de ocultar el hecho de que es en este campo en el que las investiga ciones sobre el nacionalismo aportan. hasta la fecha, uno de sus mas s6lidos bagaies. ‘Ahora bien. sila generalidad de las teorias coincide en que la movilizacion nacionalista es producto de la modernizacién. di- vergen no s6lo. como ya hemos visto en el pardgrafo anterior. sobre la naturaleza residual o explicativa de las precondiciones éinicas, sino, y esto es lo que ahora nos interesa, sobre los facio- res que catalizan la movilizacién nacionalitaria. Como quiera que una nacién existe cuando es asumida como tal por una ma- yoria de la poblacién. esto es. cuando se configura como un fe- ‘némeno de masas y no de elites (Connor. 1994) 0. por decirlo en Ja terminologia de Hroch. cuando consigue pasar de la fase B. de agitacién politica. a la fase C de identificacién nacional amplia- mente asumida (Hroch. 1985), la pregunta que se ha de respon- der en este caso es: ,qué precondiciones sociales facilitan e] éxi- to de la movilizacién politica nacionalista? A tal efecto se han sugerido diversos facilitadores socioeconémicos plausibles que podemos sintetizar muy brevemente. 180 ZONA ABIERTA 79 (1997) Las teorias del desarrollio politico suelen ser injustamente ol- vidadas en sus aportaciones sobre los factores estructurales en raz6n de una serie de muy discutibles asunciones ideolégicas, (que se revelarfan por ende empiricamente falsas, que acompaiia- ban a sus tesis fundamentales; ast: la equiparaciGn de desarrollo y asimilacién cultural y, en consecuencia, el declinar de la movi- lizacién étnica a medida que la modemizacién reemplazara los lazos tradicionales por relaciones instrumentales y urbanas: la en exceso lineal causalidad que postulaba la existencia de la dife- rencia étnica como previa a la movilizacidn politica, lo que impi- de comprender que, en muchas ocasiones, 1a diferencia es asi- mismo un producto politico y la identidad se construye como parte del conflicto politico mismo, eteétera. Sin embargo, investigadores como Hroch han recordado re- cientemente que, si bien el linealismo y asimilacionismo de Deutsch (Deutsch, 1953) 0 Rokkan (Rokkan, 1970) se revelan insostenibles en la investigacién comparada —en no menor me- dida que la inicial vinculacién entre industrializacién y nacio- nalismo postulada por Geliner (Gellner, 1964)— existen otras precondiciones, sefialadas por estos autores. que deben ser teni- das muy en cuenta. En concreto, el grado de “movilizacién so- cial” (panticipacion en el sistema educativo, participacién electo- ral, etc.) asi como de “movilidad social” vertical y una relativa densidad de redes y canales de comunicacién social. constituyen otros tantos factores que favorecen el desarrollo de movimientos nacionalistas (Hroch, 1993). De este modo. la construccién de Jas naciones, al margen del modelo lineal de la paulatina extin- cidn de la etnicidad. se explica. no tanto mediante la exterioriza- cidn y reivindicacién de formas de vida tradicionales amenaza- das 0 en trance de desaparicién. sino mediante la disoluci6n de los previos vinculos sociales. econdmicos y psicoldgicos. y la adopcién de nuevos modos de soclalizacién y de comportamien- to, por mas que a la saz6n se invoque reiteradamente la vuelta a la “tradicién”. En definitiva, toda nacidn es. en cuanto construc: cién social y politica, una comunidad naciente. articulada en tor- no a unas fronteras étnicas e identitarias y movilizada por nue- vos valores e ideologias. Por lo demés. tanto Deutsch como Rokkan apuntaron asi- mismo en su dia el probable efecto contradictorio de la moderni- zaci6n y la movilizacién social. Pues si de un lado aquélla tiende ZONA ABIERTA 79 (1997) 181 ‘a favorecer la asimilaciSn, de otro, y @ causa de su rapidez, pue- de originar procesos de resistencia de la periferia frente al cen- tro, de tal suerte que los mismos canales que sirven para la asi- milacién en el Estado nacional, se pueden convertir en vehiculos de la contencién subnacional, de defensa de la propia cultura, lengua 0 tradiciones, dando {ugar a un proceso inverso de “revi- val etnico” (Deutsch, 1953; Rokkan y Urwin, 1982, 1983). A su ver, autores como Brass, Breuilly 0 Linz han mostrado que, depurado del linealismo que auspiciaba la coincidencia me- cénica de los procesos de nation building y state building, el na- cionalismo, como fenémeno central de la modernidad, debe ser referido explicativamente a un segundo elemento clave: el Esta- do. Asi, frente a lo sostenido por el discurso nacionalista, la na cin se revela como producto del Estado, y no el Estado la ex- presiOn de una Nacién que le precede y. por asi decirlo, lo requiere. La etnicidad y el nacionalismo constituyen fendmenos modernos inseparablemente vinculados a la actividad del Estado (Brass. 1991), hasta el extremo de que el Estado moderno mode- Ja el nacionalismo y lo provee politicamente de su fundamento objetivo, la posesin del propio Estado (Breuilly. 1993). Linz ha subrayado recientemente que la atencién a los procesos de state- building y sus-crisis pueden ayudar a entender las razones de por qué naciones potenciales de un mapa ideal étnico-lingdistico fra- casan, sin embargo. en su construccién (Linz, 1995). De hecho. como Tiryakian, entre otros. ha puesto de relieve, las tres olea- das histéricas del nacionalismo: los Estados-nacién. los naciona- lismos coloniales y los nacionalismos dirigidos contra el Estado- nacién tienen, de un modo wu otro. como referente inequivoco al Estado (Tiryakian y Rogowsky. 1985): y Brubaker, por su parte. ha demostrado con brillantez que la “multinacionalidad institu- cionalizada”, que se encuentra en la base de los nacionalismos emergentes en la ex URSS. debe ser referida a la peculiar es- tructura territorial del Estado soviético. sustantivadora e incenti- vadora de las nacionalidades (Brubaker. 1996). Finalmente. el estudio Minorities At Risk ha concluido que existe abrumadora evidencia empirica de que la extensién relativa del poder de los, Estados genera reacciones defensivas en su interior, por parte de los grupos afectados. que radicalizan el conflicto y constituyen fuentes de numerosas rebeliones etnonacionales a escala mun- dial (Gurr. 1993). 182 ZONA ABIERTA 79 (1997) Otras precondiciones sociales catalizadoras de la moviliza- cidn nacionalista sefialadas por esta corriente revisten asimismo gran interés y ban sido reiteradamente refrendadas por la poste- rior investigacién comparada de los nacionalismos. Asi por ejemplo, la atenuacién de los cleavages de clase, que deja dispo- nible a efectivos de 1a poblacin para ser incorporados a parti- dos nacionalistas de tipo catch-all; e! mayor nivel de desarrollo econdmico de una zona periférica en comparacién con un centro einoculturaimente diferenciado y mas atrasado; la correspon- dencia y concentracién territorial en el seno de unos mismos Ii mites geograficos de poblaciones éinicamente homogéneas, et- cétera (Lipset y Rokkan, 1967; Linz, 1973; Petrosino, 1991; Linz y Stepan, 1996). Recientemente Diaz Medrano he formulado ‘una variante de las teorias de desarrollo, atendiendo a los dife- rentes modelos —mas que al nivel— de desarrollo: uno de los factores que explicarian las diferencias del nacionalismo vasco y el catalan seria la mayor producciGn, especializada y combinada, de bienes de capital en e} Pais Vasco, frente a la dominante pro- duecién, endégena y especializada, de bienes de consumo en Ca- talufa (Diaz Medrano, 1995). La escuela de la Division cultural del trabajo, relativamente devaluada por su imbricacién con el modelo del colonialismo in- terno (Heicher, 1975: Nairn, 1977; Gourevitch, 1979), presta alenci6n, sin embargo, a una serie de precondiciones sociales del nacionalismo que retienen todo su interés explicativo. En efecto, Ja obra inicial de Hetcher tiende en exceso a idemtificarse con la reformulacién de las tesis gramscianas del “‘colonialismo inte- rior”, de tal modo que el desarrollo desigual capitalista constitui- ria la variable independiente de la movilizacién nacional en el seno de los Estados plurinacionales occidentales. La relacién centro/periferia actuaria, asi, en el imerior de los Estados occi- dentales, superponiendo a la divisién entre un centro desarrolla- do y Jas nacionalidades periféricas subdesarrolladas. una dife- rencia etnocultural entre la nacién hgeménica en el Estado y las nacionalidades histéricas “previas” a la construccién del Es- tado-nacidn. De este modo, la explotacién econémica y le opre- sign cultural se reforzarian reciprocamente para dar lugar a mo- vimientos nacionalistas en las periferias pobres de los modernos Estados nacionales. El andlisis empirico posterior mostraria, de hecho, todo lo contrario (Ragin, 1977, 1979; Connor, 1994; ZONA ABIERTA 79 (1997) 183, ‘Smith, 1981; Nagel y Olzak, 1982; Diaz Medrano, 1995): es en los territorios étnicamente diferenciados, pero con mayor grado de desarrollo donde se producen Jos movimientos nacionalistas con mayor éxito politico. Quizds seria de utilidad a este respecto reintroducir la nocién de “privacién relativa” de Gurr, pues lo decisivo no es la grievance padecida por e! grupo, sino la percep- cin que, derivada de Ja distancia entre expectativas y realida- des, generalizan los lideres del mismo (Gurr, 1993). A ello ha- bria que aftadir el déficit ya sefialado en el pardgrafo anterior, el excesivo énfasis en la activacidn de la etnicidad comporta el des- cuido de la produccién de las precondiciones étnicas. con el con- siguiente problema de falta de explicacién de por qué la solidari- dad étnica prevalece sobre, por ejemplo. la de clase en sentido estricto u otras. De hecho, existe un evidente desacuerdo entre los investigadores sobre los efectos de! conflicio de clase sobre la movilizacién nacionalista: mientras Laitin lo evaléa como un de- bilitador del nacionalismo (Laitin, 1985). Diaz Medrano postula que cuanto més intenso es el conflicto interno de clase, mayor es la posibilidad de desarrollo de movimientos separatistas (Diaz Medrano, 1995). ‘Sin embargo, la hipétesis de la division cultural del trabajo resulta mucho més plausible. Cuando se produce una superposi- cin de la diferencia cultural y una distincién ocupacional en el mercado de trabajo. Ja opresién cultural y lingiistica sobredeter- nina la marginaci6n en el mercado laboral. de tal modo que se incentiva no s6lo la persistencia de la cultura subordinada. sino Ja movilizacién sobre e) cleavage cultural de quienes comparien tun similar estatuto de subordinacién laboral. La solidaridad de grupo se refuerza doblemente en razon tanto de la estratificacion, cuanto de la comunicaciGn interna sobre tradiciones. cultura y engua comunes. Si los miembros de una minoria son sisteméti- camente relegados a ocupaciones de bajo estatus y retribuciones inferiores. la articulacién del imerés de clase con la interaccién social y comunicativa potencia extraordinariamente la solidari dad étnica del grupo. Si, por ende. la divisién segmental del tra- bajo se traduce en que determinados grupos étnicos se concen tran en un abanico reducido de trabajos, las redes informales 0 asociativas refuerzan asimismo los limites étnicos, soldando los intereses culturales, laborales y econdmicos (Hetcher y Levi, 1985). Esta categoria especifica de minorias nacionales, las etno- 184 ZONA ABIERTA 79 (1997) clases (minoria magrebi en Francia, coreanos en Japén, inmi- grantes de color en Inglaterra o EE UU, turcos en Alemania, etc.), por mas que, como el propio Hetcher reconoce, presenta problemas de operacionalizacién (Hetcher, 1978), permite ar- ticular analiticamente explotacién y dominacién sin incurrir en economicismo y ha demostrado su virtualidad analitica en pro- yectos comparativos de vasto alcance (Gurr, 1993; Gurr y Har. 1994). Queda por investigar sisteméticamente sin embargo, has- ta la fecha, el papel muchas veces decisivo que estas minorias juegan tras el retomo al pais de origen en la activacién de los na- cionalismos correspondientes. Por lo demés. en un estudio comparado de la formacién de los limites étnicos en Nigeria, Malasia, Zaire y Pakistan, Sun Ki Chai ha subrayado asimismo. muy recientemente, la perti- nencia de Ia hipdtesis de la division cultural del trabajo. En efecto, un grupo étnico dificilmente se movilizara con eficacia en ausencia de intereses compartidos que pudieran beneficiarse de una conducta cooperativa. toda vez que la heterogeneidad de intereses cortocircuitaria la incorporacién de aquéllos que se verian perjudicados por la movilizacién. Pues bien, el modo més frecuente de que un grupo de individuos comparta similar matriz de intereses es mediante una comtin posicién en el mer- cado de trabajo, De ahi que. ora para mantener el estatus, ora mas frecuentemente para mejorarlo, esta similar posicién en el mercado ocupacional constituira un factor determinante, no para la mera “expresién”. sino para la produccion y cristaliza- cin misma de las fronteras étnicas (Chai, 1996). Precisamente por ello. Chai incluye fa modernizacion y la emigracién a cen- tros urbanos 0 plantactones como precondicién social de la movilizaci6n. toda ver que la divisién cultural del trabajo, afia- dida a la relativamente simple conformacién del grupo con cri lerios adscriptivos étaicos (lengla, religién. costumbres. etc.) potencia la cooperacién entre los individuos y su predisposi cidn para la accién colectiva. Una preexistente posicién comtin en el mercado de trabajo constituye, pues. una precondicion necesaria para la movilizacién étnica. pero solamente se activa a raiz de cambios estructurales y la emigracién a centros urba nos. Ello constituye. sin embargo. como veremas en la tltima seccién, una condicin necesaria pero no suficiente para la mo: vilizacién nacionalista ZONA ABIERTA 79 (1997) 185 Otro tanto cabe afirmar respecto a la teorfa de la Segrega- ccidn del mercado de trabajo, que comparte con la anterior la asuncién de que los roles ocupacionales condicionan el grado de activaciGn de la solidaridad y la movilizacién étnicas. En una primera versién de la misma, la precondicién social facilitadora de la movilizacién étnica es la competicién entre dos o més gru- pos étnicos, pero sin divisién cultural del trabajo, esto es, en el seno del mismo mercado ocupacional. De este modo, una estra- tegia de division étnica de la fuerza de trabajo por parte de los propietarios de los medios de produccién, agudizaria la movili- zaci6n competitiva de las diferentes etnias para la consecucién de las mejores ocupaciones y salarios (Bonacich, 1972, 1979). Una segunda versién del modelo subraya, ademés, que la persistencia de la solidaridad étnica y la movilizacién pueden ser explicadas en ocasiones por el juego de las instituciones y las re- des de solidaridad grupal. La ocupaci6n de nichos especificos marginales del mercado de trabajo por parte de los inmigrantes bloquea la asimilacién cultural en el seno del pais de recepcién, ala vez que refuerza mecanismos de cooperacién y solidaridad, redes de ayuda, apoyo y socializacién que perpetuan las tradicio- nes, generan hostilidad sobre la dicotomia nosotroselios hacia la poblacién del pais huésped y ponen a punto mecanismos de ac- cion colectiva de autodefensa econémica o social (Bonacich y Modell, 1980). Analisis todos estos, en suma, extraordinaria- mente titiles para abordar por extensi6n los varios nacionalismos interiores en los Estados plurinacionales. Finalmente, para concluir con este répido examen de las pre- condiciones sociales més frecuentemente apuntadas en la litera- tura, resulta preciso referimos a los modelos de competicidn ét rica. Inspirados en la ecologia humana (Nielsen, 1980) y la teoria de movilizacién de recursos (McCarthy y Zald, 1977). es- tos andlisis postulan que la competicién de varios grupos étnicos ‘o nacionales en los mismos mercados y por recursos escasos. in- centivard la movilizaci6n politica de los mismos, que se acrecen- tard con el progresivo acceso a los recursos disponibles. De este modo la etnicidad o la nacionalidad deviene un factor estratégi- co y no natural 0 biolégico. que se definiré relacionalmente (Barth, 1969; Van den Berghe. 1981) y. por lo tanto, sera relati- vamente maleable al hilo de la competencia por el acceso a re- cursos. Entre estos tltimos. por cierto, se debe incluir asimismo 186 ZONA ABIERTA 79 (1997) Ja propia organizacién de Jos grupos, como veremmos en e! tltimo apartado de este articulo Nagel y Olzak subrayan, ademas. cvatro procesos vinculados a la modernizacion que constituyen otras tantas precondiciones socioecondmicas favorecedoras de la movilizacion étnica y na ional: industnializacion, urbanizacion, expansidn del sector poli: tuco € independencia de un imperio o metrépoli (Nagel y Olzak, 1982, 1986). La teoria de la competicion étnica liquidaria defini- tivamente, por ende, la plausibilidad de las tesis del colonialismo interior y confirmaria la validez de las hipotesis de la division cultural del trabajo. Asi, por una parte 12 movilizacién étnica y nacionalista se muestra mds prociive en territorios econémica- mente desarrollados. urbanizados ¢ industrializados: por otra, se verifica empiricamente asimismo que los procesos de industriali- zacién y urbanizaciGn tienden a generar resistencia etnonacional (Nielsen, 1980; Olzak. 1983). ‘A jwicio de Chai, el modelo de Ja divisién cultural del trabajo debe ser completado, en Jo que se refiere @ las precondiciones sociales de Ja movilizacién étnica, con Ia debida atenci6n a la di ‘mension competitiva, toda vez que la cooperacién en e] seno del grupo genere altruismo (y confianza). con Jo que se produce un inferior consumo interno de recursos para asegurar la coopera cién y con ello se mejors la eficiencia de] grupo como unidad or- ganizativa en competicién (Chai. 1996). Esta dimension competitiva urge. sin embargo. le ampliacion del estrecho horizonte econémico de las precondiciones sociales antevistas. para incluir un ambito clave en la movilizacién nacio- nalista: a saber: los {actores politicos ¢ institucionales facilitado- res de la misma 4. LAESTRUCTURA DE OPORTUNIDAD POLITICA DEL NACIONALISMO ‘Si bien las precondiciones socioeconémicas —movilizacion so- cial, comunicacién, intereses compartidos. etc.— desempefan un papel fundamental en la activacién de la movilizacion naciona- lista, tanta o mayor importancia juega un grupo de factores, mu- cho més descuidados sin embargo por la literatura; a saber: el contexto politico institucional y estratégico al que se enfrentan Jos nacionalismos, habida cuenta de que. més alld de la dimen- ZONA ABIERTA 79 (1997) 387 sién econmica, la competicién entre grupos se desenvuelve principaimente en ta arena politica. En este sentido, dos dimen- siones resultan especialmente relevantes para é] éxito 0 fracaso de la movilizacién politica: en primer lugar, le instirucionaliza- cin de la etnicidad. esto es, la regulacién normativa y estructu- racidn territorial del poder politico: en segundo lugar. en su ver- tiente més dinémica. las politicas y las estrategias de regulacién de los problemas y conflictos étnicos. La asuncién central, va se- alada en el parégrafo 2. que reside tras la centralidad de estos factores de activacion de Is movilizacién étnica, es que la etnici- dad lejos de ser un dato previo y ya cristalizado de antemano, constituye en menor medida un antecedente que una consecuen: cia de Jos diversos procesos politicos reguladores mediante los que se construye. De hecho. las instituciones y las politicas lejos de, unicamente. contextualizar y restringir el abanico de posibili- dades a disposicién de los actores, de enmarcar sus intereses ¢ incidir exteriormente sobre la accién, son directamente constitu- tivas de los actores en presencia, de sus intereses y sus Teperto- sios de accién (Brubaker. 1996). Como Nagel ha sefialado al res- pecto, no sélo la movilizacién étnica resulta mas probable cuando la estructura de acceso politico y participacion se en- cuentra organizada sobre bases étnicas. asi como cuando las po- Iiticas piiblicas implementadas “reconocen” ¢ institucionalizan las diferencias étnicas, sino que la propia regulacion de limites, Etnicos crea, en ocasiones. nuevas identidades colectivas antes inexistentes (Nagel, 1986). El contexto politico deviene. asi, decisivo para “traslada el potencial de movilizacién nacionalista, generado por las an- tedichas precondiciones étnicas y sociales. @ la accién. Y en este orden de cosas, ha de introducirse en el anélisis de los na- cionalismos un concepto en extremo pertinente, acuhado en e! anélisis de los movimientos sociales: el de estructura de oportu- nidad politica (EOP) pues da cuenta de una serie de {actores politicos, estratégicos e institucionales que facilitan o dificultan. en su_caso, el desarrollo de la movilizacién nacionalitaria (Titly, 1978; Tarrow, 1988, 1989, 1991; Kitschelt, 1986: Kriesi. 10995; Jenkins y Klandermans, 1995). Si bien la EOP, atenta a la “conductividad estructural” de un contexto para un determina- do movimiento se integra fundamentalmente por variables re- feridas a caracteristicas del sistema politico en que se desarro- 188 ZONA ABIERTA 79 (1997) a la movilizacién (apertura o cierre del sistema, estabilidad 0 inestabilidad de los alineamientos politicos, presencia 0 ausen- cia de eventuales aliados, divisiones en el seno de las elites en el poder, etc.) ello no debe traducirse, en modo alguno, en un anilisis estatico de sus componentes. A los efectos que aqui in- teresan, tres son las matizaciones a tener en cuenta: en primer lugar, que a la estructura politica formal deben afiadirse las ¢s- trategias y practicas informales de los gobernantes que la de- sarrollan (Kriesi, 1992). En segundo lugar, que el cardcter di- némico de la BoP se traduce en una eventual ampliacién de las, ‘oportunidades disponibles con el desarrollo de! movimiento que fabrica, asi, sus propias oportunidades (Tarrow, 1994). En tercer lugar, que la EOP presenta una dimensi6n subjetiva de “oportunidades percibidas” por los actores, que relativiza par- cialmente la indole estructural de! concepto para ponerlo en conexién con la produccidn del sentido que acompana a la “lectura” que los actores hacen de la apertura o cierre de la zor (Gamson y Meyer. 1996: Klandermans, 1997). Ante todo, debe ser subrayado que uno de los componentes més usualmente incluidos en el seno de la EOP, el grado de des- centralizacién o centralizacion del Estado en el que se desen- vuelve e! movimiento, y formulado por Kitschelt originariamen- te sobre la distincién entre Estados “débiles” 0 “fuertes” (Kitschelt, 1986). no puede resultar mds idéneo para la materia que nos ocupa. Si. como hemos venido sosteniendo, la etnicidad e un producto de diversos factores entre los que se encuentran las politicas y las estructuras del Estado. el abanico de marcos constitucionales y legales, asi como las estrategias que se adop- ten por los gobiernos, resultan decisivos para el decurso y vicisi- tudes de a movilizacién (Gurr, 1993: Stavenhagen, 1996). Podemos agrupar las mas importante politicas de regulacin de conflictos étnicos. con vistas exclusivamente a sintetizar algu- nos de su posibles efectos sobre la movilizacién, en dos grandes apartados: politicas de supresion y politicas de acomodacién, Las politicas de supresién tratan de eliminar, de un modo u otro. la diferencia subnacional. con el objetivo de unificar etn0- culturalmente un territorio, de tal modo que la desactivacién étnica se implementa desde el Estado con diversa intensidad y resultados, pero en todo caso alumbrando un Estado “nacionali zador” (Brubaker, 1996) 0 “etnocratico” (Stavenhagen, 1996) al ZONA ABIERTA 79 (1997) 189 servicio exclusivo y excluyente de una etnia dominante y sus in- tereses. La asimilacion fue, sin duda, la estrategia preferida a escala ‘mundial para resolver de raiz el problema: se trata de una politica en la que la ausencia o reduccién de derechos colectivos se acompafa simulténeamente del suministro de incentivos negati- vos y positivos para el abandono de las identidades colectivas, tradicionales y subnacionales y la paralela adopcién, en el seno de un proceso de construcién del Estado-nacién, de la lengua, cultura y valores de la nacién dominante, Es preciso distinguir, sin embargo, las politicas de asimilacién propiamente dichas, Que tienen como objetivo explicito la eliminacién progresiva de las diferencias nacionales interiores, con vistas a la creacin de tuna identidad étnico-culturs! comtin; de las politicas de integra- cidn, encaminadas a la construccién de una identidad comin meramente “civica” y no étnico-cultural (McGarry y O'Leary. 1993), Estas iiltimas pueden ser compatibles con algun grado de reconocimiento de las minorias nacionales, y resultan més flexi- bles que las primeras, destinadas aquéllas abiertamente a la pro- duccién de una nacién exclusiva. Las politicas de estricta asimi- lacién resultan por definicién mayoritarias y anticonsensuales incorporan estrategias que en el ambito cultural tratan de impo- ner una tinica lengua oficial en la administraciGn, la ensefianza y ‘medios de comunicacién; en el émbito politico fomentan la so- brerrepresentacién de los miembros de la nacionalidad domi- nante en los cargos publicos: en el émbito juridico privilegian las instituciones y convenciones de derecho privado de la nacién dominante: y en el Ambito econdmico, en fin, otorgan trato pre- ferencial a empresas o regiones con intereses de las elites de la nacion hegeménica (Linz y Stepan, 1996). El andlisis comparado muestra ef retativo éxito de la homo- geneizacién llevada a cabo en los procesos histéricos de construc- cidn de muchos de los modernos Estados-nacién, al margen del elevado coste cultural y democratico de tas politicas de asimila- cidn. De hecho, del mayor éxito 0 fracaso histérico asimilacio- nista de la construccién de los Estados nacionales depende ca- balmente la menor © mayor posibilidad de reactivacién de los nacionalismos interiores de los Estados plurinacionales, siendo aquéllos més probables alli donde 1a nacionalizacién fue mas tardia y deficiente desde el punto de vista politico. econdmico. 190 ZONA ABIERTA 79 (1997) educative y cultural (Rokkan, 1970; Tyrvakian y Rogowsky, 3985). Ahora bien, y al hilo de lo argihide al abordar las precon- diciones sociales en los procesos de desarrollo desigual, la divi- sién cultural del trabajo y la competicién interterritorial: a lo {ue habria que afiadir jos incentivos democréticos a la represen tacin territorial y la descentralizacidn. la crisis de} Estado- nacién centralista y soberano, asi como la revaloracién de las culturas y lenguas iocales, etcétera. emergen otros tantos incen- tivos para que ¢] modelo asimilacionista se vea crecientemente desafiado por demandas de autonomia cultural y politica. La ge- neralizada presencia de elites beneficiarias de tna activacién de las demandas etnonacionales constituye. por ende. una novedad contemporénea que alienta por doguier los conflictos etnonacio- nales (Linz y Stepan, 1996). En el extremo de las politicas de supresién se sitéan las di- versas modalidades de limpieza émica, que constituye una estra- tegia. directa 0 indirecta. de estimulo del abandono del territorio por parte de un etnia mediante presién no s6lo militar, sino en ‘ocasiones social. cultural y lingufstica, con politicas de normali- zaci6n coactiva, ostracismo. discriminacién, etc.. sobre los miem- bros de una nacién minoritaria. para “aclarar” asi el espacio na- ional en favor de la nacién hegeménica y de quienes asumen resignadamente 1a aculturacién renunciando a su patrimonio cultural. Le supueste eficacia resolutiva de este tipo de repula- cién. en principio liquidadora de la movilizacién etnonacional. a ‘margen de su valoracion ética y politica. ha sido desmentida rei- teradamente por la capacidad de generacin de resentimiento historico y encapsulamiento del grupo. asi como el fomento de tuna espiral de odio. violencia y deriva fundamentalista que, lejos de desactivar el problema. lo atrincheran. lo exacerban y Jo vuel- ven politicamente innegociable. ‘Como quiera, sin embargo. que Ia estabilidad democratica de Jos Estados, que con raras excepciones suelen ser plurinaciona- les © multiétnicos (Linz, 1995: Cénnor. 1994) depende, entre otros factores, también de la solucién del problema territorial. es frecuente la institucionalizacién de formas no mayoritarias de descentralizacién del poder politico y la implementacién de poli ticas de acomodacién superadoras det modelo de Estado nacio- nalizador. Las tres variantes fundamentales de estas poltticas. con efectos diversos sobre la movilizacién. son el federalismo. la ZONA ABIERTA 79 (1997) 191 democracia consociativa y, con los matices pertinentes, la sece- sién democratica. E| federalismo, definido como descentralizaciGn politica que atina el autogobierno con el cogobierno, constituye, en su va- riante que aqui interesa de federalismo asimétrico —esto es, en cel que Jas unidades federadas coinciden en lineas generales con la localizacién territorial de los diversos grupos etnonacionales existentes en el pais— una de las soluciones mas contrastadas de acomodacidn de Estados plurinacionales. Ahora bien, de la evi dencia de que esta politica de acomodacién haya mostrado su éficacia 2 la hora de abordar, desde un punto de vista democrati- 0, los confictos territoriales en el seno de un mismo Estado, no debe colegirse que sus efectos sean desactivadores de la movili- zacion nacionalista. En este sentido debe atenderse no solo a la estructura de oportunidad politica formal, sino a las estrategias y procedimientos informales empleados por los gobernantes y su specifica lectura del marco institucional formalizado. Pues de- pendiendo no sélo de las estructuras institucionales estables. sino también de Jas politicas de regulacién y desarrollo de las mismas. los efectos pueden ser en exiremo ambivalentes. De he- cho, para algunos investigadores el federalismo no era conside- rado tradicionalmente como estrategia de acomodacién puesto que estimulaba crecientes demandas de autonomia y, finalmen- te, la secesion (Nordiinger, 1972). En efecto, en cuanto estructura territorial descentralizada y democratica, el federalismo constituye un activador de le partici- pacion y de la movilizacién politicas etnonacionales. Si esta acti- vacién contribuye a la estabilidad del sistema o, por e} contrario, se dirige al cuestionamiento de] mismo, depende de factores adi- cionales varios estratégicos, politicos ¢ institucionales. Desde el punto de vista'que ahora nos ocupa, la EOP, un elemento decisi- Vo parece situarse en torno al equilibrio entre ambas dimensio- ines del federalismo: el autogobierno y la coimplicacién solidaria de las unidades federadas en un proyecto politico més amplio. Elementos como le Jealtad a la federacién resultan imprescindi- bles, pero en modo alguno garantizados por la EOP formal, sino por el consenso y confianza mutuas de los diversos actores parti- cipantes en el pacto. En cualquier caso Ja dinémica ampliacion/ Tecorte de las competencias y recursos resulta inherente como entorno estratégico de los actores en presencia. 192 ZONA ABIERTA 79 (1997) Similar ambivalencia puede observarse, por lo demés, en la democracia consociativa. Esta se caracteriza cldsicamente por el abandono de los criterios mayoritarios y el gobierno por consen- so de los principales grupos en el seno de un Estado, propension 1a gobiernos de gran coalicién, proporcionalidad en el recluta- miento de elites y funcionarios y, en fin, un alto grado de auto- noma en las decisiones que afectan a asuntos propios (Lijphart, 1968, 1977). Bl consociativismo, que ha sido ensayado con éxito para la desactivacién relativa y la democratizaci6n de los conflic- tos étnicos en diversos paises, genera, sin embargo, dos efectos problemiticos sobre la movilizacién etnonacionalista que aqui interesa. Por un lado, privilegia una politica elitista, reforzando el protagonismo y poder de los dirigentes de los diversos grupos y ello implica que, de un modo u otro, pospone la movilizacién ‘democratica de las masas, desatendiendo la dimensién competi- tiva y la creacién de una ciudadanfa activa (Barry, 1991). En se- gundo lugar. la consociacion, y de modo en extremo conflictivo con lo argiiido en esta lineas, presupone que las diferencias sub- nacionales y étnicas son datos objetivos y cristalizados de una vez por todas. cuando por e! contrario constituyen construccio- res politicas muy dinémicas que reaccionan a estimulos estraté- {gic0S € institucionales. modificando en el tiempo sus interés, ras- 0s y demandas. Ello quiere decir que sanciona y refuerza las, fronteras étnicas existentes, la version dominante de una cultura © los eriterios de adscripcién. deudores como ya se ha dicho de los intereses de elites y lideres concretos (Brass, 1991) Referencia aparte merece la secesidn, considerada como una accién colectiva por la que un grupo intenta independizarse del Estado en el que se encuentra integrado, de tal modo que ello implique asimismo la separaci6n de parte del territorio del Esta- do existente (Buchanan, 1991). Al margen de cuestiones éticas y politicas de varia indole. en el seitido especifico que aqui intere- sa, la EOP de la movilizacion nacionalista, un tema de relieve que plantea la secesién es su consustancial dimensién estratégica. Esto €s, el proceso de movilizacién nacionalista, al hilo de sus maleables metas de autodeterminacién, se presta en numerosas ocasiones a la utilizaciOn estratégica de las demandas de sece. sidn a fin de conseguir objetivos varios de menor alcance, ora externos (mas competencias y autogobierno). ora internos (ma- yor solidaridad interna de la comunidad). Ello, por una parte. ZONA ABIERTA 79 (1997) 193, induce un discurso comunitarista que exacerba la contraposicion nosotros/ellos e hipostatiza las diferencias nacionales, Io cual, si bien deviene de gran utilidad movilizadora, genera una peculiar espiral maximalista a la que resulta dificil sustraerse. En efecto, el dilema que se les presenta a los Ifderes nacionalistas al respec to es, en numerosas ocasiones, un trade-off entre un radicalismo maximalista, con dificultades de alcanzar la mayoria suficiente para extender y consolidar el movimiento, o la moderacién, acompafiada de! mero uso retérico de la autodeterminacién como eventual amenaza 0, a efectos internos, de refuerzo iden- titario de la militancia, a cambio de mayor apoyo electoral. La ausencia de autonomia de los Lideres respecto a las bases y la competicién entre elites en el seno de los propios partidos nacio- nalistas impulsa la adopcién de demandas maximalistas y suele contribuir al extremismo. En efecto, los acuerdos entre grupos en torno a posiciones moderadas resultan dificultados por los in- centivos ane nesan sobre los Ifderes nacionalistas para adoptar posiciones maximalistas que les permitan mejorar sus posiciones ante las bases. generando una peculiar espiral de radicalizacién interna que se retroalimenta (Meadwell, 1993). ‘Asf pues, lejos de resultar fenémenos externos o previos a su institucionalizacién. los conflictos étnices. como sugicre la evi- dencia empirica, son susceptibles de diversas férmulas de aco- modaci6n que poseen efectos constitutivos sobre los mismos (Gurr, 1993: Stavenhagen, 1996). Ello no ha de inducir. empero, a la confusién entre potenciacién y democratizacion del contflic- to, resultado de las politicas de acomodacién: y desmovilizacién de las demandas nacionales, objetivo este ultimo de las politicas de asimilacin y limpieza étnica, Volviendo a la formulaci6n ini- cial de Kitschelt, si los Estados descentralizados activan e impul- san la movilizaci6n (Kitschelt, 1986) ello resulta més cierto atin, si cabe, en el caso de la movilizacién nacionalista De todo lo anterior se desprende no s6lo la necesidad de atender a la antevista doble dimensién: formal (estructuras de descentralizacién) e informal (politicas de regulacién) de la BOP, sino asimismo de relacionar el grado de descentralizacién con la apertura o cierre del sistema politico. esto es, su grado de demo- cratizacién En efecto, como es sabido. la represién del movimiento (ausen- cia de canales de representacién., precariedad de derechos, re- 194 ZONA ABIERTA 79 (1997) presin policial y judicial, etc.) dispara los costes de la accién co- lectiva y dificulta Jos comportamientos cooperatives de los acio- res (Tilly. 1978; Tarrow. 1994), con lo que 1a movilizacién en. cuentra serias dificultades para su desarrollo. En general. el andlisis de los movimientos sociales postula que altos niveles de facilitacidn, al bajar los costes de la acciGn colectiva, no sdlo in- centivan le movilizaciOn, de tal suerte que la protesta aumenta justo cuando los sistemas se vuelven mas abiertos v flexibies. sino que favorece. ademés. la adopcin de estrategias modere. das por parte de los lideres del movimiento (Kriesi. 1995), Sin embargo. el estudio de los nacionalismos revela que el efecto de le represién es mucho més ambivalente. Ciertamemte altos niveles de represién elevan los costes de la accién de tal suerte que. en muchos casos. bloquean ¢] desarrollo de! movi miento y hacen descender drasticamente el nivel de protesta. Sin embargo. se ha comprobado que determinados umbrales de re- presion pueden elevar el nivel de organizacidn, incluso penerar tun encansulamiento del movimiento en la clandestinidad, que 1o hace resistir incdlume el paso del tiempo e incluso derivar hacia posiciones fundamentalistas. que generan redes de eran resisten- cia. refuerzo de le identidad colectiva y asunciGn del riesgo. jus- tificando el sacrificio personal de Ia libertad 0 de la vida de los patriotas, mediante dispositivos como el culto a los héroes y las minorias elegidas como portavoces del pueblo. tan frecuentes en Jos nacionalismos minoritarios sometidos a represin (Smith 1986: Guibernau, 1996). ‘Varios estudios han demostrado. ademés. que el tratamiento diferenciado a diversos grupos mediante incentivos negativos y positivos constituye un elemento central de la construccién de Ja solidaridad interna de éstos (Schneider e Ingram. 1993: Gurr. 1993). asf como que el andlisis estryctural de instituciones y le- yes debe completarse con los cambios de apertura o-cierre de las, politicas pablicas que tienen lugar muchas veces bajo similar marco normativo (Della Porta. 1995). Los efectos de la democratizacion, en general. incentivan la movilizacién politica de los nacionalismos (Gurr. 1993), pero no debe desatenderse el hecho de que. en algunos casos, con caréc- ter previo a las transiciones a la democracia exist/a una peculiar institucionalizacién autoritaria del multinacionalismo que origi- aria, en la ex URSS y la ex Yugoslavia por ejemplo, la apari- ZONA ABIERTA 79 (1997) 195 cidn de la triada relacional que ha analizado Brubaker: Estados nacionalizadores, minorias nacionales € irredenta, con sus o- rrespondientes efectos sobre la movilizacién nacionalista (Bru- baker, 1996). Un tercer elemento integrante de la EOP, y que asimismo debe incluirse en el andlisis de la movilizacion nacionalista, es la reconfiguraciGn del sistema de pariidos en estrecha conexiGn con la existencia de eventuales desalineamientos eleciorales, Desde un inicio, los estudiosos del nacionalismo sefialaron que uno de Jos efectos de la movilizacién, asf como un test de la madurez y eficacia del movimiento, venia constituido por la aparicién de fuerzas nacionalistas en el seno del sistema de partidos (Horo- , 1985); de tal suerte que ello equivaldria en el modelo de Hroch a pasar de la fase A. de mera agitacién cultural, a la fase B de actuacion politica explicita (Hroch, 1985, 1993). Como quiera que el nacionalismo es, ante todo, una forma de politica, un mo- vimiento politico por definicién, Ia dimension orgenizativa de li- derazgo y gestion de recursos constituye un elemento central cara 4 le eficacia en un escenario politico competitive (Brass, 1091), Resulta especialmente pertinente, sin embargo, a efectos de no trazar una linea divisorie demasiado rigida entre un mo- ‘mento cultural y un momento propiamente politico, como suce- de en el modelo de Hroch. traer a colaci6n el concepto de campo multiorganizativo (Oberschall 1984; Kriesi, 1993; Klandermans, 1997), habida cuenta de que los movimientos nacionalistas, debi- do 4 la matriz étnica con la que trabajan politicamente, generan una variedad de asociaciones culturales, clubes, editoriales, me- dios de comunicacién, etc., y establecen aliados difusos en Jos campos de la cultura, la religién o la ensefianza, que constituyen redes politicas de apoyo que resultan fundamentales para la ex- tension organizativa del movimiento. De hecho, e} conflicto étni- co-nacional es una forma continua de accién colectiva que re- quiere un relativo umbral de organizacion en sentido amplio y, 2 tal efecto, el andlisis comparado muestra que os movimientos nacionalistas se acompafan de una gran riqueza de catness, por emplear el concepto de Tilly; esto es: categorias de individuos que operan en el seno de redes estructuradas de relaciones so- ciales y politicas (Tilly, 1978). La aparicion y éxito de los partidos nacionalistas dependen ‘en buena medida, a) margen de los trade-off més arriba sefialados 196 ZONA ABIERTA 79 (1997) entre radicalizaci6n y éxito electoral, de la solidez del sistema de partidos existente, as{ como de los sistemas electorales vigentes, que pueden dificultar, caso de ser mayoritarios, la consolidacién politica del movimiento. Un realineamiento politico parcial 0 general que erosione el electorado de algtin partido hegeménico puede suponer una adicional apertura de oportunidades para los partidos nacionalistas. Si éstos aciertan a activar politicamente resentimientos culturales 0 linguisticos, o los negativos efectos de la privacion relativa o de la divisién cultural del trabajo, la EOP puede ensancharse hasta permitir una sélida implantacién. incluso alli donde no existia una tradicién politica nacionalista historica. También aqui el nacionalismo se beneficia. al tiempo que produce sus propias oportunidades: un acento moderado y tun ocasional descrédito de alguno de los partidos hegeménicos puede ser la ocasiGn de sustantivarse politicamente en el sistema © incluso de disputar la hegemonia, creando un subsistema dife- renciado de partidos. Del mismo modo que Dalton analiza en los movimientos ecologistas (Dalton, 1995), también los movimientos nacionalis- tas han ensayado tres vias muy diversas de relacién con el siste- ma de partidos: trabajar en el interior de los partidos existentes como fraccién nacionalista de los mismos. formar partidos na- cionalistas auténomos interclasistas centrados en la defensa de Jos intereses de la patria, tratando de identificarse con la entera comunidad: y. finalmente. mantenerse alejados de la vida pol ca competitiva en una perspective culturalista. Pero el cardcter dindmico de las oportunidades también se produce en direccién inversa, el giro radical en las demandas nacionalistas 0 la asun- cion programética de algunas reivindicaciones por partidos esta- tales. en el seno de la competicién electoral, puede reducir la presencia de los partidos nacionalistas cuando parece que ya te- nian consolidado su espacio: el caso del SNP 0. en menor medida, el Plaid Cymru, constituyen buena muestra de ello (Moreno. 1995). En definitiva, el ascenso lineal de la maduracién politica de la nacién en sf hacia la nacién para si. de la expresion cultural al nacionalismo politico pleno. sélo existe en el relato de las his. torias nacionalistas del nacionalismo. Como se ha sefialado. el voto a un partido nacionalista. en el seno de Estados plurinacio. rales con fuertes partidos, puede resulta deudor no solamente de la insatisfaccién con tas politicas y partidos dominantes. con ZONA ABIERTA 79 (1997) 197 cl reavivamiento de Ia identidad nacional o la habilidad de mo- deracién y catch all del partido, sino de la presencia simulténea de otros temas electorales y la capacidad de los partidos estata- Jes para ponerlas 0 no en primer plano. Los votantes regresarén a los partidos estatales por mecanismos varios: de voto util, por ‘exceso de radicalizacién de las demandas autonomistas, por in- capacidad de conseguir concesiones o suministrar beneficios se- lectivos, eteétera. No debe olvidarse, en otro orden de cosas, que a efectos de la militancia en los partidos nacionalistas resulta de aplicacidn la hipétesis de la “solidaridad de grupo”, de tal suerte que los indi- viduos serdn atraidos més probablemente por una organizacion que ofrece sustantivos beneficios (selectivos o identitarios), que ‘no son suministrados por la competencia. La causa més proba- ble, de acuerdo con lo apuntado més arriba, de una creciente de- ‘manda de los beneficios que proporciona un partido nacionalista reside en la mejora del nivel educativo y de cualificacién profe- sional de una poblacién étnicamente diferenciada, lo que impul- sa a alguno de sus miembros a procurar nuevas oportunidades. Asi, un partido nacionalista debe ofrecer a sus miembros una red social de integracién comunitaria, un discurso de defensa de la propia cultura y bienestar social y econdmico y de acceso al autogobierno, etc., al mismo tiempo que reconocimiento identi- lario y “seguridad ontolégica” como miembro de una nacion que pervive desde tiempo inmemorial, Pero asimismo —pues el nnacionalismo combina. como sabemos. apoyo emocional con es- trategia calculada e intereses— posibles posiciones de prestigio social, poder. estatus. etc. las cuales suelen ser también oferta- das. y en ocasiones ventajosamente, por otros partidos en concu- rrencia, El modelo de la conductividad estructural seftala que la diversidad y pluralidad politica del entorno, presente y pasada, posee efectos duraderos sobre la capacidad de ganar soporte de Jos partidos nacionalistas: la mayor competancia politica dificul- ta histéricamente la implantacién de un movimiento nacionalista en el seno del sistema de partidos (Pinard, 1975: Nielsen, 1986: Diaz Medrano, 1995). Al interés debe sumarse, pues, la movilizacién de recursos necesaria para retribuir de un modo u otro a la militancia y sus- tentar la organizacion: por eso y a diferencia de las tesis del co- Jonialismo interno, cuanto mas desarrollada sea una regién, ma- 198 ZONA ABIERTA 79 (1997) yor serd la capacidad de generaci6n de recursos adicionales a disposicién de ia organizacién que defiende los intereses de la misma. De este modo. es previsible que la militancia en un parti- do nacionalista se incrementaré cuanto mayor sea el mimero de individuos que consideran que su incorporacién constituye el mejor modo de progreso personal y cuanto més aumenten los beneficios, especialmente incentivos selectivos, ofrecidos por el partido (Hetcher y Levi, 1985). Este elemento organizativo de Ja EOP se solapa en ocasiones con la adicional disponibilidad de nuevos aliados en el escenario politico. que refuercen le posicién del movimiento nacionalista, Este factor resulta de no poco interés desde e] punto de vista in- temo, por cuanto Jos aliados. integrando parte del campo mul- tiorganizativo de apoyo. proporcionan recursos, coberture ideo- logica. colaboracién politica, etc.. que resultan vitales para aprovechar las oportunidades abiertas para activar el potencial de movilizaci6n disponible (KJandermans. 1997). Pero asimismo, la presencia de aliados potenciales en el escenario politico resulta clave en una perspectiva externa de apoyo parlamentario, forma cin de coaliciones, etc.. que permiten maximizar las oportuni- dades y suministrar eficacia adicional a la defensa de los intere- ses de los grupos respectivos. Finalmente. y de modo muy esquemético, debemos mencio- nar otros dos componentes de la EOP. menos estudiados en la li- teratura comparada. pero que pueden tener su importancia: 2 saber: el conflicto y division intraelites y el contexto interna- cional E} andlisis comparado ha puesto de relieve que las comuni- dades éinicas se crean y transforman por elites en sociedades en vvias de modernizacin o con frustraciGn de expectativas en re- giones mas desarroliadas. Ahora bien. este proceso invariable- mente implica competicién y conflicto por recursos, poder politi- co y estatus social entre elites centtales y periféricas que, sin embargo, no debe ser sobredimensionado como generador de antagonismo politico etnonacional. Pues. de hecho, las elites locales a menudo encuentran mas beneficioso para sus intereses cooperar con las elites centrales que enfrentarse a ellas: los ejem- plos histdricos de las burguesias vasca y catalana, de la aristocra- cia galesa, l2 nobleza lituana y rumana, etc. constituyen elo- cuente muestra de ello. Si bien Jas elites del grupo dominado ZONA ABLERTA 79 (1997) 199 favorecen la movilizacion nacionalista cuanto mayores son los conflictos de intereses con las elites dominantes, la correlacién de fuerzas en cada caso mostraré la ratio coste/beneficio de las elites locales que. por lo general. sélo agotadas las posibilidades de colaboracién plantean conflicto abierto, usualmente renego- ciable (Diani y Melucci. 1983) Brass ha prestado especial atencién a Jos conflictos de las eli- tes en la transformacién de las etnias en nacionalidades. A sv juicio. los conflicios entre terratenientes locales y conquistado- res ajenos. entre elites religiosas, 0 entre lideres religiosos y aris- tocracias locales constituyen las primeras etapas del proceso de construccién de las naciones. Donde diferencias religiosas. cultu- rales 0 lingGisticas separan a grupos de elites relativamente de- saventajadas de sus competidores de! grupo dominante. esas di ferencias constituyen las bases para la reclamacién de privilegios y trabajos més cualificados. La movilizacién social diferenciada en sociedades multiéinicas en proceso de modernizacién puede. asi, favorecer tanto la diferenciacién cuanto la asimilacién de sTupos particulares, pero casi siempre conduce a alguna forma de conflicio étnico y competicién entre elites, ora por el contro} del poder local. ora en pro de nuevas oportunidades en los sec- tores mas modernos de la economia emergente (Brass, 1991). Asimismo, la division entre las elites del grupo hegeménico ante €l trato a otorgar al nacionalismo periférico —represiGn/facilita- cidn—o de las elites locales —conflicto/colaboracién— en cuan- to a su relaciGn con las centrales constituyen otros tantos facto- res a explorar. Por titimo, y por lo que a los factores exiernos respecta. los andlisis comparados incluyen siempre el apoyo exterior como fa- Gilitador tipico de} desarrollo de! movimiento. Sea la coyuntura internacional favorable. sea la crisis de} Estado-nacién y ¢! difu- sionismo resultante de las oleadas dé nacionalismos. sea el apo- yo directo de otro Estado vecino, etc., son elementos todos ellos ‘mencionados en el andlisis comparado de los nacionalismos y cuyo impacto especifico ha de aclararse empiricamente para cada caso concreto (Diani y Melucci, 1983: Gurr, 1993). Espe- cialmente notorio resulta el caso de las minorias nacionales que se configuran como irredenta apoyadas desde un Estado vecino de nacionalidad o etnia similar (National Homeland). Los casos de armenios en Nagorno-Karabaj, los palestinos en Libano € Js- 200 ZONA ABIERTA 79 (1997) rael, los rusos en Estonia y Letonia... constituyen otros tantos casos de movilizaciOn que cuenta con apoyo exterior econémico, ideol6gico y politico y en los que este factor extemno desempefia un papel fundamental. Gurr y Harf sefialan, ademés, que cuanto mayor es el apoyo externo en condiciones de deprivacién relativa severa, tanto ma- yor es la posibilidad de la utilizacién de medios violentos para desafiar a las autoridades (Gurr y Hart, 1994); y Brubaker sub- raya que el creciente costo politico de la anexién, asf como la pérdida progresiva de valor del control fisico del territorio, esta originando formas mas sutiles de hegemonia ¢ intervencion des- de los national homelands que constituyen factores decisivos de la capacidad y repertorios de movilizacién de determinadas mi- norias etnonacionales (Brubaker, 1996) 5. LOSPROBLEMAS DE LA ACCION COLECTIVA Y EL DISCURSO NACIONALISTA, Unas favorables precondiciones étnicas y socioeconémicas, asi como una propicia estructura de oportunidad politica son pre- rrequisitos necesarios pero no suficientes para la consolidacién de un movimiento nacionalista estable y con implantacién. Este debe, ademas. como cualquier otro movimiento social. re- solver los problemas especificos de la accidn colectiva que amenazan frustrar la movilizaci6n con conductas no cooperati- vas por parte de los individuos interpelados. Como quiera que 4 lo largo de este articulo hemos insistido reiteradamente en ei doble cardcter, emocional e interesado. simbélico y estratégico del nacionalismo. nos centraremos, para concluir. en dos aspec- tos de este tipo de movilizacién politica. entre los que tratare- mos de mostrar que existe un vineulo mas sustantivo de 1o que suele admitirse cominmente: la formacién de las preferencias politicas nacionalistas y los marcos interpretativos de! movi miento. Breton, Hardin, Hetcher, Laitin y Motyl, entre otros, han mostrado la inanidad analitica de la consideracién del naciona- lismo como un fenémeno “irracional”, no desde un punto de vis- ta colectivo, sino desde un punto de vista individual, y han sumi: nistrado explicaciones de la movilizaci6n nacionalista en tas que. ‘ZONA ABIERTA 79 (1997) 21 sin negar la presencia de factores normativos o altruistas, se pri- vilegian los intereses individuales de los participantes. Asi por ejemplo, Hardin ha subrayado que el nacionalismo puede ser fructiferamente analizado desde la perspectiva de la formacion de un grupo dependiente de “poder de coordinacién”, que a di- ferencia de aquéllos que vinculan a alguna suerte de “poder de intercambio”, resultan mucho menos flexibles por cuanto depen- den de la militancia e implicacién de sus miembros individuales. De ahi que, con el fin de mantener la solidaridad grupal, tiendan a emplear mecanismos de hostilidad y exclusién nosotrosiellos sobre arquetipos que gaivanicen la identidad colectiva, mas que 2 pergeiar politicas y programas con objetivos nitidos. La incor- poracién a un grupo basado en el poder de coordinacién contri- buye a reforzar su poder y la posibilidad de que el grupo alcance ‘sus objetivos lo que, a su vez, redundard en beneficio de los inte- reses de sus miembros, estableciéndose asi un vinculo directo entre participaciOn y obtencién de recursos via distribucién de incentivos selectivos. La solucién al problema de la accién colec- tiva del nacionalismo no reviste, para Hardin, la forma de un dilema del prisionero sino de coordinacién, desprovisto de con- flicto de alternativas, en el que el refuerzo de las mutuas expec- tativas genera un proceso de identificacién basado en la satisfac- cin de intereses: se participa conjuntamente con el grupo en los beneficios obtenidos mediante la coordinacién. Como quiera que en un conflicto politico sobre recursos escasos, un grupo coordi- nado genera ventajas en razén de sus bajos costes de transaccién y fuerte identificacién, su potencial politico se incrementa espec: tacularmente (Hardin, 1995). Asi como su potencial de violen- cia, habria que afiadir. pues bajo determinadas precondiciones. grupos nacionalistas altamente organizados pueden recurrir es- tratégicamente a la violencia para elevar los costes de la politica centralista de los gobiernos y obtener concesiones adicionales. Esta peculiar economia de la violencia resulta, asi, parcialmente explicable en términos instrumentales. de tal modo que cuanto menor es le capacidad organizativa y. por lo tanto, menor el con- ‘rol de los militantes. mayor es la posibilidad de una escatada de violencia incontrolada al margen de la relacién coste/beneticio Esto permitiria explicar la diferente administracién de la violen- cia en contextos como Irlanda del Norte, Pais Vasco, Bosnia 0 Ruanda (Hetcher, 1995) 202 ZONA ABIERTA 79 (1997) El andlisis de los movimientos nacionalistas, sin embargo, pa tentiza que la logica de la acciGn colectiva de raiz olsoniana asu: me, de modo poco plausible. que los individvos toman sus deci- siones de participacién y compromiso en aislamiento, como si no existieran los factores (solidaridad, compromiso. confianza, pre. sid. etc.) que. precisamente, hacen que los individuos actien de consuno. Muty conocidas soluciones internas al problema del pri sionero fundamentan la emergencia de la cooperacién en la rei teracién de los encuentros entre los actores de forma indefinida. en la posibilidad de volverse @ encontrar en futuras interacciones, (Hardin, 1982: Axeirod. 1984) y. sobre todo, en la existencia de tuna comunidad. esto es. de un grupo de individuos que poseen creencias y valores comunes, y mantienen relaciones directas y mutiples (Taylor. 1987). Esto ultimo resulta de extraordinario interés para el andlisis de la movilizacion nacionalista. no tanto porque los individuos de un grupo mantengan relaciones directas ¥ lealtad global hacia el entero colectivo étnico. cuanto porque. ‘como se ha indicado. constituye una caracteristica de los nacio- nalismos la existencia en su entomo de un denso campo multior- ganizativo de clubes. sociedades y redes de pequefias organiza- ciones culturales. religiosas. de amistad instrumental, etc... que generan en dmbuos de micromovilizacin la solidaridad, apoyo. confianza y visibilidad que permite desplegar. como es sabido. un vasto repertorio de incemtivos sociales selectivos. De este modo. en las redes y comunidades cara a cara, todos los factores, de bloqueo de la conducta cooperativa tienden a minorarse: des- de Ia invisibilidad de la propia conducta. pasando por la proba- bitidad de recompensa o sancidn. hasta la importancia subjetiva de la propia contribucién. etcétera, Pero ademés. debemos introducir en el andlisis de la movili- zacién naciohalista las soluciones externas al problema de la coo- peraci6n, esto es. aquéllas que implican un cambio en las prefe- rencias y las expectativas de los aciores. Tal es €] caso. por ejemplo. de 1a presencia de los empresarios politicos que asu- men el riesgo de erigirse en early-risers y aportan recursos deci- sivos para cambiar las creencias y expectativas de los demés, fa- cilitando la cooperacién condicional de otsos, si bien son, @ su ‘vez, destinatarios de incentivos selectivos (protagonismo, presti gio. poder en el seno del grupo, etc.). Estos vltimos, sin embar- go. también en Jos movimientos nacionalistas van acompatiados

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