Javier Marias
Capitulo XXXIIQue trata de lo que sucedié en la venta a toda la cuadrilla de Don Qui-
ote
Lo més llamativo de este capitulo es la discusién que entablan los
personajes acerca de la ficcién y la realidad, 0 -dicho
esde fuera”-
de cémo 1o que la primera relata pasa a formar parte de la segunda y
hasta cierto punto contribuye a configurarla. Curiosamente es el perso-
naje en apariencia més ignorante y simple de la reunién, el ventero, el
que, desde su ingenuidad, resulta més certero en sus juicios y en mayor
concordancia con el conjunto del Quijote. Cémo van a ser mentiras e in-
venciones los hechos y las hazafias contenidos en un libro de caballe-
rias, aduce, "estando impreso con licencia de los sefiores del Consejo
Real, como si ellos fueran gente que habfan de dejar imprimir tanta
mentira junta ..." A lo cual le responde el cura que, en las reptiblicas
bien concertadas, lo mismo que se consiente "que haya juegos de aje-
drez, de pelota y de trucos, para entretener ..., asf se consiente im-
primir y que haya tales libros, creyendo, como es verdad, que no ha de
haber alguno tan ignorante, que tenga por historia verdadera ninguno
destos libros". Y con anterioridad le ha comendado, entre los volimenes
que el ventero guarda para ser lefdos en voz alta y distraccién y pla-
cer de sus huéspedes, la Historia del Gran Capit4n Gonzalo Herndndez de
Cérdoba, con 1a vida de Diego Garcia de Paredes, por contar "historia
verdadera", mientras que le ha sugerido la quema de Don Cirongilio de
Tracia y Felixmarte de Hircania, "mentirosos y ... llenos de disparates
y devaneos".
Parece como si en este capitulo se ilustrara, en forma de disputa
y conversacién, lo que acaba de suceder en el anterior, el XXXI, con
respecto a la figura de Dulcinea del Toboso. En 61 empieza a desarro-
llarse, de manera enteramente ficticia, su personaje. Ella no va a apa-
recer nunca, y sin embargo sf va a existir, tanto en la mente de DonQuijote como en la del lector. Este, por supuesto, va a estar adverti-
do de que cuanto se cuenta de ella es falso o inventado (inventado por
Sancho Panza, que jamés llega a hablar con ella y se dedica a mentir a
su amo y a fabular), pero aun asi no va a poder dejar de tenerlo en
cuenta: més 0 menos como en los juicios de las peliculas, cuando se
pide al jurado que haga como que no ha ofdo una determinada respuesta
0 declaracién u observacién, que haga caso omiso; lo cierto es que las
ha ofdo y para eso no hay vuelta de hoja, no puede evitar tenerlas en
consideracién. Es sélo Sancho quien va a ir dando forma y ser a Dulci-
nea. Y lo curioso es que, sin que éste haya ido siquiera al Toboso, ni
por supuesto la haya visto, ni le haya lefdo carta alguna ni le haya
dado recado de Don Quijote, va a "quedar" una idea de que las cosas
Hen erdglieniP come nse hiee grate te (avendadnoe da que Dulcinea es bruta
y simplona, demasiado alta y grandona, de que despide "un olorcillo
algo hombruno” de que estaba "sudada y algo correosa" y no sabe leer
ni escribir. El motivo de esa “permanencia", de esa invasién de lo que
se sabe ficticio en el énimo del lector, es sin duda que las cosas van
a ser as{ para Don Quijote a partir de anorasgnae a dar por buena y a
tener en cuenta cada palabra de Dulcinea, o referida a ella, inventada
por Sancho. Y a su vez el lector -y esto es una muestra de que al lle-
gar aqui éste ya se ha entregado completamente a la perspectiva de Don
Qu:
ote, y la comparte~, aunque como entre suefios o brumas, la va a
tener en cuenta como verdaderamente dicha y "acontecida", por mucho
que esté informado de que es todo una patrafia. Tanta es la fuerza de
la invencién, de 1a ficcién, que aqui tiene una doble accién (1a de
Sancho como emisor y 1a de Don Quijote como receptor de dicha ficcién),
la cual va a asentarse, borrosa y confusamente si se quiere, en la su-
puesta "realidad" del relato.
En el capitulo XXXII, as{ pues, el ignorante y vehemente ventero,en su defensa de la veracidad de los libros de caballerias, estd dando
voz a lo que no sélo nos sucede a los lectores del Quijote, sino a lo
que acaba de ocurrirle al propio Don Quijote, justo antes: 61, al igual
que cualquier lector de ficcién, no puede evitar ofr -y dar voluntario-
so crédito- a lo que ha ofdo de boca de Sancho; y, puesto que para é1
pasa a ser "verdad", también pasa a serlo para el lector, pese a estar
éste avisado de que el encuentro entre Dulcinea y Sancho ni siquiera ha
tenido lugar. Una vez que “algo” (sea falso o quimérico, sea embuste,
sea calumnia) llega a nuestro conocimiento, pasa a formar parte de lo
imaginado, y por tanto de lo sabido, sobre todo si no hay posterior
mentis y la figuracién no es sustituida por otra. (Y la figuracién de
Dulcinea nunca es sustituida en el Quijote por otra de mayor fuerza.)
Hay historias, personajes, acciones, didiogostrein cuando sepamos que
son leyenda o falacia o f4bula, no podemos dejar de contar con ellos
una vez incorporados a nuestro saber. Es como si lo contado o rumorea~
do o leido, por el mero hecho de haber sido contado o leido, ya fuera
parte de lo acaecido. Para el lector del Quijote, por instruido o culto
que sea, Dulcinea es como la inventa Sancho (porque, ademés, otra no
hay). Exactamente de la misma manera que los imaginarios caballeros
Cirongilio y Felixmarte son reales para el ventero, al encontrarse sus
proezas en libros impresos con licencia de los sefiores del Consejo
Real. Quizd haya un elemento sibilinamente uniformador en la narra-
cién: una vez que algo es narrado, una vez que es contado, resulta ya
secundario que se trate de hechos reales 0 ficticios. La narracién ni-
vela las cosas, y difumina toda frontera entre realidad y ficcién. De
hecho, en el campo de 1a realidad, incluso la difumina entre mentira y
verdad. Estas Ultimas categorias no existen en el otro campo, claro
estd, en el de la ficcién.
Javier Marias