You are on page 1of 13

El pensamiento de Mariano Moreno

El primer politólogo de la República Argentina

Por Mag. Sylvia Ruiz Moreno

Introducción

Una ciencia joven y débilmente institucionalizada, probablemente


tironeada por el vaivén de su objeto, convulsionado por las dificultades
para la consolidación institucional y la recurrente represión de sus sujetos,
ha sido el derrotero de los estudios de la política en la Argentina.

Si a esto agregamos la fuerte influencia de las corrientes europeas y


norteamericanas, fruto de la predilección cultural de varias generaciones
de intelectuales y la necesidad de completar sus estudios en el exilio de
otras, es comprensible la dificultad para afirmar la identidad de nuestra
ciencia política y más aún, para hallar el reconocimiento social del aporte
que puede ofrecer esta disciplina a la comunidad política en la que se
desarrolla.

Motivados por estas preocupaciones, queremos ofrecer un humilde aporte


a la caracterización de los orígenes de la ciencia política argentina, que
identificamos en el legado de Mariano Moreno. Nuestra hipótesis sugiere
que el Secretario de la Primera Junta pudo enunciar por primera vez –en el
orden político fundado en mayo de 1810- el problema de las instituciones y
de los sujetos políticos en la realidad concreta de la sociedad política
naciente. A partir de esta afirmación proponemos ofrecer un aporte para el
reconocimiento de Mariano Moreno como primer politólogo argentino.

La búsqueda de los orígenes del pensamiento argentino nos conduce a la


decisión primera sobre el nacimiento de nuestra patria. Una vez que
establecemos el comienzo de la narración en el fragor de las luchas de los
“criollos” de 1810, contra los “peninsulares” que hasta entonces basaban
su supremacía en la legitimidad de la corona real, a partir de que el trono
borbónico fuera usurpado por Napoleón y entregado a su hermano,
podemos avanzar en la selección de sus ideas políticas.[1]

Así nos encontramos con la prosa desplegada por el Dr. Mariano Moreno, a
través de su breve pero fecunda trayectoria política en los albores de la
Revolución de Mayo. Sobre su obra, compuesta en líneas generales por sus
escritos jurídicos, los decretos de la Primera Junta redactados de su pluma
de Secretario, y los artículos publicados en La Gaceta de Buenos Aires, por
él fundada para difundir la acción gubernativa, mucho se ha polemizado.

La filiación de sus ideas con los pensadores de la Ilustración o con los


juristas españoles, la ambigüedad de sus conceptos vertidos en la cresta
de la ola revolucionaria donde todo era incertidumbre y creación, la
veracidad de su autoría en los textos que se le atribuyen, ha constituido la
arena del conflicto que generan en los historiadores de las ideas, las
sentencias provocadoras que Mariano Moreno fue sembrando a su paso.

Dejando de lado estas interesantes controversias, que deberán ser motivo


de otros estudios monográficos, queremos continuar aquí la senda trazada
por la historiadora Noemí Goldman, quien halló en el enfoque teórico-
metodológico del análisis del discurso, una manera novedosa de encarar el
estudio de los textos políticos. A diferencia de las habituales técnicas de
los historiadores de las ideas, que consisten en glosar los textos políticos e
insertarlos como justificación de una matriz ideológica preestablecida, la
autora propone acceder a las concepciones políticas y sociales de Moreno
“a través de sus propios discursos y en su propio vocabulario político.”
(GOLDMAN, 1989 (a): 101)

Consideramos que esta perspectiva se ajusta mejor a nuestro interés


politológico que los tradicionales estudios de historia de las ideas que han
abordado la obra de Mariano Moreno durante más de un siglo y que por
esta vía interdisciplinaria –entre ciencia política, historia y análisis del
discurso- es posible iniciar un recorrido frondoso de estudios sobre las
ideas políticas en la Argentina.
De modo que nuestra propuesta de trabajo consiste en realizar un estudio
de campos semánticos en un corpus seleccionado de la obra de Mariano
Moreno. analizando las ocurrencias de las palabras utilizadas como
indicadores, según sus relaciones de equivalencia, asociación y oposición,
así como las redes verbales con las que se articulan (acción de / acción
sobre), siguiendo los criterios propuestos por Noemí Goldman.
(GOLDMAN, 1989 (a): 103)

El corpus se compone de los cinco artículos publicados por Mariano Moreno


en La Gaceta de Buenos Aires, entre los meses de noviembre y diciembre
de 1810 sobre el Congreso Constituyente convocado por la Junta
Provisoria. La elección se realizó tomando como criterio la uniformidad
temática de los textos seleccionados –todos refieren al Congreso
convocado- y de soporte (artículos publicados por el editor en el
periódico). Los textos incluidos en el corpus[2] son:

o “Sobre las miras del congreso que acaba de convocarse, y


Constitución del Estado” Primer artículo. (Buenos Aires, 28 de octubre de
1810). Publicado en Gaceta de Buenos Aires n° 22, jueves 1 de noviembre
de 1810.
o “Sobre las miras del congreso que acaba de convocarse, y
Constitución del Estado” Segundo artículo (Buenos Aires, 2 de noviembre
de 1810). Publicado en Gaceta Extraordinaria de Buenos Aires, martes 6
de noviembre de 1810.
o “Sobre las miras del congreso que acaba de convocarse, y
Constitución del Estado” Tercer artículo. Publicado en Gaceta
Extraordinaria de Buenos Aires, martes 13 de noviembre de 1810.
o “Sobre las miras del congreso que acaba de convocarse, y
Constitución del Estado” Cuarto artículo (Buenos Aires, 15 de noviembre
de 1810). Publicado en Gaceta de Buenos Aires, n° 24, jueves 15 de
noviembre de 1810.
o “Sobre las miras del congreso que acaba de convocarse, y
Constitución del Estado” Quinto artículo (Buenos Aires, 28 de noviembre
de 1810) . Publicado en Gazeta de Buenos Aires, n° 27, jueves 6 de
diciembre de 1810.
Para dirigir el objeto de nuestro estudio al planteo de la hipótesis,
decidimos concentrarnos en el análisis del campo semántico de las
palabras “Constitución” y “pueblo(s)” porque consideramos que a partir de
esas expresiones presentes en el corpus podemos acceder a una lectura de
la concepción que Mariano Moreno tenía acerca de las instituciones y los
sujetos políticos.

Antes de presentar las interpretaciones extraídas de la elaboración de los


campos semánticos, dedicaremos una primera parte de este trabajo a
señalar los aspectos principales de la vida de Mariano Moreno,
mencionando otros elementos que nos conducen a considerarlo como el
primer politólogo argentino. Formularemos además, una breve referencia
al contexto de producción del corpus propuesto.

Consideramos que, junto al objetivo principal de nuestra monografía, que


consiste en brindar argumentos a favor del carácter politológico de las
ideas de Mariano Moreno, la perspectiva aquí desarrollada para el estudio
de sus escritos puede contribuir a la apreciación del aporte teórico que
nuestros primeros intelectuales ofrecieron para la construcción de una
ciencia política a partir de la especificidad de nuestros problemas
proveniente de nuestra experiencia política.

Trayectoria vital de un politólogo

Apenas 32 años de existencia le bastaron a Mariano Moreno para forjar un


ideal y procurar realizarlo transformando la vida política de su tierra. Tan
solo un lustro de actividad profesional le alcanzó para desempeñar
aquellas tareas que hoy definen a la profesión del politólogo: asesoría
política, reflexión filosófica e histórica, participación en la acción política y
en el gobierno.

Nacido el 23 de septiembre de 1778 en Buenos Aires, Mariano Moreno


cursó sus primeras letras en la Escuela del Rey y el Colegio San Carlos,
donde completó los estudios superiores de teología, hacia el año 1798.
Probablemente tuvo acceso allí, por vez primera, a la obra de Jean-Jacques
Rousseau, que circulaba clandestinamente en el Colegio.[3]
En la Universidad de Chuquisaca cursó estudios superiores gracias a la
iniciativa de un sacerdote pleitista, quien advirtió su capacidad intelectual
y lo envió con cartas de recomendación a casa de su amigo, el canónigo
Matías Terrazas. Aunque la idea originaria era doctorarse en Teología, el
ambiente revolucionario de la casa de estudios alto peruana que era en
aquel entonces la usina de las ideas de la Ilustración en el Nuevo Mundo
(BIAGINI, 2000: 13.), convenció al joven porteño de abandonar la sotana
por el camino del derecho.

Mariano Moreno se recibió de bachiller en leyes en el año 1804, con una


tesis doctoral que condenaba el sometimiento de los aborígenes por parte
de las autoridades españolas a través de la mita y el yanaconazgo titulada:
“Disertación Jurídica sobre el servicio personal de los indios”. Este escrito
tiene un interés politológico y jurídico como fundamento empírico del
estado de naturaleza en las Américas, ya que “ciudadaniza” a los indios
cuando sostiene su estatus originario de libertad:

“Al paso que el nuevo mundo ha sido por sus riquezas el objeto de la
común codicia, han sido sus naturales el blanco de una general
contradicción. Desde el primer descubrimiento de estas América empezó la
malicia a perseguir unos hombres que no tuvieron otro delito que haber
nacido en unas tierras que la naturaleza enriqueció con opulencia. Cuando
su policía y natural cultura eran dignas de la admiración del mundo
antiguo, no trepidó la maledicencia dudar públicamente en la capital del
orbe cristiano acerca de su racionalidad; y para arruinar un delirio que
parecía no necesitar más anatemas que los de la humanidad, fue necesario
que fulminase sus rayos el Vaticano.

Si esta calumnia injurió notablemente a los habitantes de estas provincias,


no fue menor la herida que recibieron con el tenaz empeño de aquellos que
solicitaron despojarlos de su nativa libertad.” (MORENO, 1961: 15)

Según este razonamiento, fue la codicia de los europeos la que condenó a


la esclavitud a los primeros habitantes del nuevo mundo. La misma codicia
de aquél “a quien, tras haber cercado un terreno, se le ocurrió decir esto
es mío y encontró gentes lo bastante simples para creerle...”. (ROUSSEAU,
1985 (a): 119). Así como Rousseau trazó una serie de especulaciones y
deducciones para construir “el origen y fundamentos de la desigualdad”,
Moreno, modestamente, inició un estudio empírico de la legislación de
Indias que mantuvo la opresión de los indios en estas tierras. Pero esta
investigación tiene un sentido político que se develará cuando por voluntad
de la Primera Junta, se traduzcan sus decisiones a las lenguas vernáculas.

El paso por Chuquisaca no sólo definió las ideas de Mariano Moreno y


cambió su profesión, sino que también signó su vida personal, a partir del
momento en que vio el relicario con el rostro de la niña María Guadalupe
Cuenca, la que sería su mujer y madre del pequeño Mariano. Con su título,
la quinceañera “Mariquita” y el bebé de ambos, partió para Buenos Aires
donde solicitó autorización para ejercer, incorporándose a la nómina de
abogados de la ciudad donde enseguida se distinguió por sus habilidades
como defensor. Al poco tiempo fue designado Relator del Tribunal de la
Audiencia y consejero del Cabildo.

En 1909 representó a los hacendados porteños en su reclamación contra


las medidas restrictivas que imponía el monopolio, sobre los negocios de
los criollos. El escrito de defensa, dirigido al virrey Baltasar Cisneros, y
conocido como La representación de los hacendados, establece una
decidida toma de posición a favor del libre comercio y contiene algunas
definiciones reveladoras de su visión de la política y la administración
pública:

“La política es la medicina de los estados y nunca manifiesta el magistrado


más destreza en el manejo de sus funciones, que cuando corta la maligna
influencia de un mal que no puede evitar, corrigiendo su influjo por una
dirección inteligente que produce la energía y fomento del cuerpo político”.
(MORENO, 1953:18)

Los acontecimientos de mayo de 1810 lo encuentran entre los ciudadanos


que no se conformaron con el permiso del Virrey Cisneros para convocar al
Cabildo Abierto, ni con la Junta provisoria que lo mantenía en el poder,
designada el 24 de mayo. Su fama de brillante abogado y el escrito en
defensa de los Hacendados fueron quizás los factores que más influyeron
para que el nombre de Moreno se incluyera en la lista urdida por French y
Berutti. Así se convirtió en el Secretario de la Junta provisional de gobierno
proclamada el 25 de mayo de 1810.
Uno de sus mayores aportes a la ciencia política ha sido la difusión del
Contrato Social de Jean-Jacques Rousseau[4], encargada por la Primera
Junta, cuyo prólogo contiene una verdadera síntesis del valor de la difusión
del conocimiento político hacia la sociedad y de la responsabilidad del
intelectual en defender con sus herramientas teóricas los principios
republicanos:

“...si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada


hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que se le debe, nuevas
ilusiones sucederán a las antiguas, y después de vacilar algún tiempo entre
mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos, sin
destruir la tiranía.”

“En tan críticas circunstancias todo ciudadano está obligado a comunicar


sus luces y sus conocimientos; y el soldado que opone su pecho a las balas
de los enemigos exteriores, no hace mayor servicio que el sabio que
abandona su retiro y ataca con frente serena la ambición, la ignorancia, el
egoísmo y demás pasiones, enemigos interiores del Estado, y tanto más
terribles, cuanto ejercen una guerra oculta y logran frecuentemente de sus
rivales una venganza segura.” (MORENO, 1953: 119)

Mariano Moreno tuvo oportunidad de cumplir esta máxima, al participar


activamente en la revolución de mayo y en los primeros meses del
gobierno patrio. Su pluma trazó los decretos de la Primera Junta, la
redacción del primer periódico argentino, La Gaceta de Buenos Aires,
creado para cumplir con el principio republicano de la publicidad de los
actos de gobierno y tribuna de opinión y reflexión política para su mente
inquieta, y posiblemente definió la estrategia para defender las
instituciones nacientes a través del Plan de Operaciones encargado por la
Junta[5].

Las fricciones al interior de la Junta llegaron a su punto culminante con la


redacción del Decreto de Supresión de Honores, que había intentado frenar
las aspiraciones virreinales de Cornelio Saavedra. Allí sostuvo el principio
de la igualdad jurídica de los ciudadanos y que su libertad se funda en la
paridad con aquellos que ejercen la función pública.

“La libertad de los pueblos no consiste en palabras, ni debe existir en los


papeles solamente. Cualquier déspota puede obligar a sus esclavos a que
canten himnos a la libertad; y este cántico maquinal es muy compatible
con las cadenas y opresión de los que lo entonan. Si deseamos que los
pueblos sean libres, observemos religiosamente el sagrado dogma de la
igualdad. ¿Si me considero igual a mis conciudadanos, por qué me he de
presentar de un modo que les enseñe que son menos que yo? Mi
superioridad sólo existe en el acto de ejercer la magistratura, que se me ha
confiado; en las demás funciones de la sociedad soy un ciudadano, sin
derecho a otras consideraciones, que las que merezca por mis virtudes.“
(MORENO, 1953: 225)

Sus férreas convicciones lo condujeron a la renuncia a su cargo de


Secretario de la Junta, el destierro camuflado en una representación
diplomática ante las cortes del Brasil y Gran Bretaña, y una prematura
muerte en el mar, el 4 de marzo de 1811.
El acta de la reunión del 18 de diciembre glosaba su último discurso, con
un dejo de esperanza cifrada en “que el pueblo empieza a pensar sobre el
gobierno, aunque cometa errores que después enmendará,
avergonzándose de haber correspondido mal a unos hombres que han
defendido con intenciones puras sus derechos.” (MORENO, 1910: 207.)

“Sobre las miras del Congreso que acaba de convocarse...”

Si los actos políticos de Mariano Moreno y el trayecto de su obra escrita en


el escaso tiempo que le tocó vivir, no resultaran para el lector argumento
suficiente para acreditar el carácter politológico de su desempeño
profesional, tal vez logremos persuadirlo a través del análisis que
proponemos a continuación, basado en la que juzgamos como la más
contundente de sus piezas políticas.
La serie de cinco artículos publicados por Moreno en la Gaceta, a la luz de
las discusiones sobre el devenir del Congreso que debía establecer un
gobierno definitivo que afirmara los sucesos revolucionarios de mayo,
contienen a la vez un componente teórico en el que se enuncian las ideas
democráticas de Moreno y una significación política que resulta del
fundamento de las decisiones de la Junta impulsadas por Moreno, que
estaban resultando “molestas” a los grupos moderados.

En este sentido, creemos que en sus palabras se puede hallar la síntesis de


lo que fue su acción en el primer gobierno patrio, según el concepto de
Tulio Halperín Donghi:

“...Moreno ofreció a la vez una teoría y una línea política para la


revolución. Una teoría basada en los principios de la democracia, tal como
los había hecho suyos la Revolución Francesa (con la cual Moreno se
solidarizaba por entero) y se encontraban expuestos en el Contrato Social,
del que hizo publicar una traducción. Una línea política, basada en la
renuncia a toda ilusión sobre la provisionalidad de los enemigos
encontrados en el camino, orientada entonces hacia la lucha y dispuesta a
encontrar apoyos para esa lucha utilizando las tensiones existentes en el
cuerpo social; invocando contra la «tenaz y torpe oposición» de los
españoles europeos la arraigada enemiga de la población nativa,
intentando despertar en los indios una corriente de protesta contra la
opresión secular.” (HALPERÍN DONGHI, 1993.)

Esa línea política lo fue distanciando de los grupos de peninsulares que


habían sido inhabilitados para obtener empleos por orden de la Junta y se
habían escandalizado con la ejecución de Santiago de Liniers y sus
cómplices, así como el relegamiento de los milicianos –formados en las
jornadas de las invasiones inglesas, de donde había surgido Cornelio
Saavedra-. Dicen que la orden de Supresión de Honores fue “la gota que
rebalsó el vaso”, pero la estratagema se venía tejiendo de antemano. Y la
convocatoria de la
Junta a un Congreso con representantes designados por las provincias fue
el instrumento para desplazar al inquieto secretario.

La ambigüedad de la orden de la Junta, que en el acta capitular del 25 de


mayo convocaba a los diputados a decidir “la forma de gobierno que se
considere más conveniente”, pero en una circular aclaratoria del 27 de
mayo disponía que se fueran incorporando a la Junta a medida que fuesen
arribando a Buenos Aires, fue aprovechada por los representantes aliados
del presidente de la Junta, encabezados por el deán Gregorio Funes,
enviado por la provincia de Córdoba, para eludir la constituyente y
desautorizar el proyecto político de Moreno y su grupo de revolucionarios.
(GOLDMAN, 1989 (b): 28.)

En consecuencia, los escritos de Mariano Moreno Sobre las miras del


Congreso que acaba de convocarse y constitución del Estado serán un
anatema contra el plan que finalmente se llevará a cabo en aquella sesión
del 18 de diciembre y también, una lección de teoría política rousseauniana
aplicada a la realidad de estas tierras.

Afirma Ricardo Levene que “las palabras Revolución, Democracia y


Constitución fueron escritas y definidas conceptuosamente por Mariano
Moreno en 1810.” (LEVENE, 1948: 25) Tras esas definiciones citadas y
glosadas por numerosos historiadores, podemos detectar las huellas de un
discurso vivo. La palabra que fue acción política cuyas consecuencias
forjaron los primeros pasos de la historia argentina post hispánica.

Definimos discurso como lenguaje en uso o interacción verbal, lo que


implica a su vez una comunicación de creencias y una interacción social.
(VAN DIJK, 1996: 23.) En estos términos, nos interesa hallar a través de
las marcas dejadas en el texto, los rastros de la interacción social que
supuso la publicación de los artículos en La Gaceta –en este caso limitada a
un análisis en producción, para acotar los límites de nuestro trabajo y
concentrarnos sólo en el corpus propuesto-.

Desde esta perspectiva, la producción del discurso de Moreno sobre la


Constitución y el pueblo –los términos a los que nos remitiremos en este
trabajo- será entendida no sólo en el contexto de las relaciones sociales
que lo rodean, sino que en sí mismo este discurso constituye una acción
social. (VAN DIJK, 1997, 21.)

La técnica utilizada para iniciar la exploración de estos discursos será el


análisis de campos semánticos, siguiendo la propuesta de Noemí Goldman,

“el estudio del campo semántico de una noción permite definir su(s)
sentido(s) por la determinación de las constelaciones semánticas que ella
organiza. El sentido de una palabra en sus múltiples empleos se definirá
así a través del estudio de las palabras a las cuales ella se opone y a las
cuales ella se asocia (identidades equivalentes; de las que indican su
manera de ser (los adjetivos) y finalmente de la red verbal (la acción de, la
acción sobre) en la cual la noción estudiada se encuentra encerrada.”
(GOLDMAN, 1989 (a): 103)

Optamos por trabajar los campos semánticos de las expresiones


“constitución” y “pueblo(s)” porque de acuerdo a nuestra hipótesis,
conforman los términos paradigmáticos de la interacción entre
instituciones y sujetos sociales en el discurso político que analizamos.

El problema de la legitimidad del cuerpo político

La palabra “constitución” registra 39 ocurrencias en el corpus, mientras


que las expresiones “pueblo” y “pueblos” reconocen 116 menciones, pero
lo que nos interesa de las ocurrencias halladas, no es simplemente la
presencia del concepto, sino su funcionamiento en el discurso político que
subyace al corpus y con ese criterio analizamos las relaciones semánticas
de “constitución”. En principio, observaremos el par de relaciones de
equivalencia y oposición, luego la red verbal “acción de”, calificación y
oposición –calificación negativa-, y finalmente el conjunto de relaciones de
asociación, “acción sobre” y oposición. En todos los casos, la relación de
oposición es la que prevalece dado el carácter eminentemente polémico del
discurso político, que construye su adversario. (VERÓN, 1987: 16)

La primera de las formas de equivalencia que debemos señalar es la


equivalencia de la palabra consigo misma, esto es, su carácter polisémico
en tanto cuerpo de leyes fundamentales o en cuanto conformación de un
orden. Podemos decir que son muy pocos los casos –apenas cuatro
ocurrencias- en los que esa segunda posibilidad puede interpretarse.

Esto sucede, a manera de ejemplo, en : “esas convenciones, de que deben


los pueblos derivar su nacimiento y constitución.” (MORENO, 1953: 232.)

En los 35 casos restantes, esa acepción resulta desambiguada por el


contexto, como lo hace unas pocas líneas más abajo en: “la constitución
que publiquen nuestros representantes”. (MORENO, 1953: 232).

Sin intención de agotar al lector con enunciación exhaustiva de los 39


casos, queremos establecer que de acuerdo a nuestro registro, la
frecuencia del uso de “constitución” como cuerpo de leyes nos permite
establecer que cuando Moreno utiliza el término está hablando de
sancionar una constitución, así como los franceses y los norteamericanos
lo hicieron en su oportunidad. Tal vez por las afirmaciones vertidas en
estos artículos, ha sido considerado como “uno de los primeros
constitucionalistas argentinos. (EGÜES, 2000: 152.)

Sin embargo el problema no se termina aquí sino que vuelve a surgir en la


estrecha relación que se plantea entre “constitución” y “pacto social”, que
aparece nueve veces en el texto y cuya conceptualización sigue
puntillosamente los términos de Jean-Jacques Rousseau:

“...como los hombres no pueden engendrar nuevas fuerzas, sino unir y


dirigir solamente las que existen, no tienen otro medio para conservarse
que el de formar, por agregación, una suma de fuerzas capaz de superar la
resistencia, ponerlas en juego con un solo fin y hacerles obrar de mutuo
acuerdo.” (ROUSSEAU, 1985 (b): 40-41.)

Este pasaje del Contrato Social se nos representa inmediatamente cuando


leemos la inquietud que Moreno formula sobre la manera de ejecutar el
pacto:

“¿Quién de nosotros ha sondeado bastantemente el corazón humano para


manejar con destreza las pasiones, ponerlas en guerra unas con otras,
paralizar su acción, y dejar el campo abierto para que las virtudes operen
libremente?”. (MORENO, 1953: 245.)

La cuestión es que de no utiliza la palabra “constitución” en el sentido de


formación de la comunidad política, sino que, inversamente, la sanción del
cuerpo de leyes es asimilada al “pacto social” constitutivo de la sociedad:
“...y respetar en la nueva constitución que se le prefije, el verdadero pacto
social...” (MORENO, 1953: 257.) Este sentido fundacional y fundamental en
todas sus dimensiones de la constitución es tributario de la Revolución
Francesa.
Ahora bien, el juego entre “constitución” y “pacto social” se puede
apreciar desde otro ángulo cuando incorporamos la relación de oposición.
Una de las formas que adquiere la oposición remite al orden político y
jurídico previo a la Revolución de mayo, como puede advertirse en estos
sintagmas:

“fuerza y dominación” (MORENO, 1953: 232.)


“las formas absolutas incluyen defectos gravísimos” (MORENO, 1953:
244.)
“el despotismo de muchos siglos” (MORENO, 1953: 247.),
“estas leyes de Indias dictadas para neófitos” (MORENO, 1953: 240),

Se trata en todos los casos de referencias al régimen colonial y que tienen


como denominador común la ausencia del pacto social.
De hecho, si bien Moreno cuida las formas y las relaciones con la antigua
metrópoli –y posiblemente también con los ingleses que tenían un pacto
con la corona Española- concluye que los españoles sí pactaron para elegir
su gobierno y “establecieron la Monarquía” (MORENO, 1953: 266) sobre
todo teniendo en cuenta que Fernando VII surgió como sucesor de Carlos
IV como producto del Motín de Aranjuez y no pudo ser coronado por la
decisión napoleónica de coronar al hermano, José Bonaparte.

Sin embargo, nada esto afecta a las Américas porque “éste [Fernando] no
tiene derecho alguno porque hasta ahora no se ha celebrado con él ningún
pacto social”. (MORENO, 1953: 258-259.) Y no sólo con Fernando, sino con
ningún monarca español:

“Las Américas no se ven unidas a los monarcas españoles por el pacto


social, que únicamente puede sostener la legitimidad y decoro de una
dominación.” (MORENO, 1953: 265-266.)

Coincidimos con las apreciaciones de Carlos Egües respecto de las


consecuencias de esta equivalencia de términos que analizamos:
“La identificación del acto constituyente con un nuevo pacto social incuba
inocultables consecuencias revolucionarias: implica una ruptura completa
con el pasado político y la consagración del momento fundacional de un
nuevo Estado independiente”. (EGÜES, 2000: 161.)

Así como América no ha sancionado su propia constitución, no ha


formulado su correspondiente pacto social, ergo la organización política y
jurídica previa es ilegítima. Esa ilegitimidad es la base sobre la cual se
monta la legitimidad de la convocatoria a un congreso constituyente.

El problema de la legitimidad que reviste la convocatoria a sancionar la


constitución no puede comprenderse, en la lógica del discurso que estamos
analizando, en forma aislada del sujeto del pacto social. Asombra la
precisión con que se refiere Moreno a la expresión “pueblo(s)” –en este
corpus el uso de plural o singular es indiferente en cuanto a la distinción
semántica-. Actúa como equivalente de “ciudadano” en relación dialógica
con sus representantes políticos –sobre la que nos detendremos más
adelante-: “Que el ciudadano obedezca respetuosamente a los
magistrados” (MORENO, 1953: 243.)

Sin embargo, la primera oposición que nos llama la atención es la que se


opera entre “los pueblos de España” y “los pueblos de América”, o
también “habitantes de la América” (MORENO, 1953: 236) que adquieren
una entidad propia, que según esta línea conceptual, siempre tuvieron “por
naturaleza” a pesar del sometimiento infligido por la metrópoli.

Eso sí, diferentes pueblos por origen, deben ser igualados en sus derechos,
como lo predica el jusnaturalismo. Entonces, el antecedente del Motín de
Aranjuez contra Carlos IV resulta conveniente para justificar la Revolución
de mayo: “Un tributo forzado a la decencia hizo decir que los pueblos de
América eran iguales a los de España” (MORENO, 1953: 250.)

De este modo, la legitimidad de los actos políticos derivados de la


Revolución descansa en la aceptación de la existencia de “pueblos de
América” que son previos al acto revolucionario –porque de otra forma no
podrían producirlo- y porque “un pueblo es pueblo, antes de darse a un
rey” (MORENO, 1953: 247.)

El acto de la constitución y el pueblo como sujeto

La sanción de una constitución supone “reglar el estado político de estas


provincias” (MORENO, 1953: 230.) lo cual no ha de ser una tarea fácil ya
que deben ser “leyes calculadas sobre los principios físicos y morales que
deben influir en su establecimiento [del estado]” (MORENO, 1953: 238).
Por este acto se conseguirá nada menos que la “felicidad” (MORENO, 1953:
230) y la “prosperidad nacional” (MORENO, 1953: 231.) Es por eso que
Moreno define a la ciencia política como “la sublime ciencia que trata del
bien de las naciones” (MORENO, 1953: 238.)

Así el campo de las calificaciones de la “constitución” está sembrado de


“felicidad”, “bien”, “prosperidad” y del respeto de las naciones extranjeras
(MORENO, 1953: 238-239). La otra cara de la moneda es lo que sobreviene
a la ausencia de la constitución:
“ruina de estas inmensas regiones” (MORENO, 1953: 230.)
“cadena de males que nos afligirán perpetuamente” (MORENO, 1953: 231)
“sin ella [la constitución] es quimérica la felicidad que se nos promete”
(MORENO, 1953: 241.)

Decía Norberto Piñero que “Moreno pensaba que la organización y la


constitución del estado eran el problema vital y grande por excelencia, en
el que se refundían todos los demás problemas que el movimiento
revolucionario había planteado. Tenía razón”. (PIÑERO, 1938: 72.) Sin
embargo, como el mismo autor lo reconoce, no era el Secretario de la
Junta un teórico de sociedades abstractas, sino que su pensamiento se
fundaba en un profundo conocimiento de las leyes y la realidad de su
época y su lugar.

El sujeto de la acción de “reglar el estado político”, abre nuevamente el


problema que habíamos dejado más arriba sobre la relación entre
constitución y pacto social. Cuando confrontamos la palabra “pueblo(s)”
como sujeto activo de la creación de su gobierno y de las reglas que lo
modelarán, surge la tensión con otro término de oposición: el “gobierno” y
“los ilustres ciudadanos que han de conformarla [la asamblea
constituyente]”. (MORENO, 1953: 230.) En definitiva, los diputados serán
los que deban legislar, pero como ejecutores de la voluntad general.
Señala Annah Arendt que “es obvia la diferencia existente entre la
constitución que es resultado de un acto de gobierno y la constitución
mediante la cual el pueblo constituye un gobierno. (ARENDT, 1992: 148.)
Sin embargo, de acuerdo a la autora, la confusión producto de la polisemia
del concepto de constitución recorre las instancias de la Revolución
Francesa.

El asunto desemboca nada menos que en el problema de la representación,


que la pluma de Moreno alcanza a rozar y que constituye una de sus
mayores preocupaciones. Veamos los sintagmas que representan las
acciones de los pueblos:

“Esta asamblea respetable, formada por votos de todos los pueblos...”


(MORENO, 1953, 230.)
“... es conveniente que [los pueblos] aprendan por sí mismos lo que es
debido a sus intereses y derechos” (MORENO, 1953: 233.)
“él [el pueblo] debe aspirar a que [sus jefes] nunca puedan obrar mal”
(MORENO, 1953: 236.)
“...de elegir una cabeza que los rigiese [a los pueblos], o regirse a sí
mismos, según las diversas formas con que puede constituirse
íntegramente el cuerpo moral”. (MORENO, 1953: 247).

Vemos que la acción de “los pueblos” de ninguna manera se limita a la


designación de sus representantes, sino que el destino del gobierno y de la
constitución está cifrado en la participación activa e informada de los
ciudadanos, controlando los actos de sus representantes, para hacer valer
su voluntad. De esta manera el pacto se materializará en las reglas
institucionales.

La oposición a esta acción del pueblo está dada, en principio, por la


imposición a que los someta una mala decisión de los representantes, que
provocará “el odio” de sus representados (MORENO, 1953: 230.), pero
también por las creencias moldeadas por la opresión peninsular que
arrastran desde hace siglos:

“...y en una carrera enteramente nueva cada paso es un precipicio para


hombres que en trescientos años no han disfrutado otro bien que la quieta
molicie de una esclavitud, que aunque pesada, había extinguido hasta el
deseo de romper sus cadenas.” (MORENO, 1953: 237.)

La acción discursiva en la Revolución

Señalamos por un lado la tensión teórica subyacente a la relación entre


revolución y establecimiento de un orden que sigue la línea trazada por la
paradoja de Rousseau: “Pocos se han enfrentado con la sociedad de modo
tan profundo como Rousseau; menos aún se han referido con tanto vigor a
la necesidad de comunidad.” (WOLIN, 1960: 395.) Pero esto no debe
distraernos de la tensión política que generaban las apreciaciones de
Moreno contra el régimen hispánico. Las reacciones desatadas por aquella
“inocente” disertación teórica sobre la ausencia de pacto social y la
necesidad de retrotraerse a un estado de naturaleza, puede descubrirse a
través del análisis de la cadena verbal de acciones sobre la constitución y
una nueva dimensión de oposiciones.

En efecto, cuando la expresión “constitución” se articula como objeto de la


acción, lo hace en función del Congreso que la va a sancionar: “¿Por qué
medios conseguirá el Congreso la felicidad que nos hemos propuesto en su
convocación?” (MORENO, 1953: 238.) Vemos en este caso que la
“felicidad” aparece como un calificativo intercambiable con “constitución”.
Y se pregunta: “¿Pero tocará al Congreso su formación?” (MORENO, 1953:
241.) Entonces se plantea el problema en los términos de si el Congreso
sancionará una constitución o no y las consecuencias de esta última
acción.

Las virtudes del pueblo se asocian a los atributos que posibilitarán una
constitución “feliz y duradera”: “la firmeza, la integridad, el amor a la
patria” (MORENO, 1953: 230.), “la suavidad de nuestras costumbres”
(MORENO, 1953: 232.). Incluso llega a afirmar que “nada hay que pueda
perturbar la libertad y el sosiego de los electores” (Ibídem).

Salvo la sombra de la esclavitud pasada, todo conduce a creer que el


pueblo manifiesta su voluntad libremente y en forma acertada para
producir la “felicidad” buscada. Pero la realidad de las discusiones de la
Junta impone una lectura menos optimista, que se manifiesta agudizando
las diferencias entre el pueblo y sus representantes, cuando éstos tuercen
el rumbo trazado por sus electores. Y eso acontecería si se tomara la
decisión de eludir la constituyente. Está claro que el desarrollo teórico
propuesto por Moreno está atravesado por este problema que impone la
coyuntura política.

Entonces, todos los calificativos negativos se concentrarán en la


eventualidad de que el Congreso no culmine en la sanción de una
constitución:

“Pero si el congreso se redujese al único empeño de elegir personas que


subrogasen el gobierno antiguo, habría puesto un término muy estrecho a
las esperanzas que justamente se han formado de su convocación.”
(MORENO, 1953: 254.)

Esta definición repetida en reiteradas ocasiones en el corpus, nos muestra


la acción producida por el discurso en todo su esplendor. Aquí el debate
filosófico deja paso a la polémica abierta con los diputados que pronto
llegarían a Buenos Aires, pero también con los miembros moderados de la
Junta. En esta instancia la oposición a “constitución” será la
“incorporación a la junta” y la oposición a “pueblo”, los “representantes”
que dejen trunca la obra que deben realizar.

Como el conflicto se dirimió a través de la incorporación de los nueve


diputados de las provincias llegados a Buenos Aires a mediados de
diciembre –luego de la publicación del último artículo- el enfrentamiento
se inscribió como el origen de las disidencias entre la ciudad portuaria y
las provincias. Así lo definía José Luis Romero:

“La Revolución de Mayo exaltó el sentimiento patriótico; pero mientras


Buenos Aires preconizaba una concepción nacional de la patria, los grupos
del interior manifestaron una marcada indiferencia por esa abstracción que
constituía, a sus ojos, la nación todavía indeterminada, y sobrestimaron,
en cambio, su pequeña patria, que penetraba por sus sentidos y a la que
estaban unidos por la existencia cotidiana.” (ROMERO, 1987: 71.)

Sin embargo la mayoría de los miembros de la Junta –que eran porteños-


votó la incorporación de las provincias y el asunto no era entonces la
preponderancia de Buenos Aires sino la decisión de establecer un gobierno
y un régimen político definitivo. Así se manifiesta en nuestro discurso,
aunque instalando el hecho de que hay una oposición entre “el pueblo de
Buenos Aires” y los otros pueblos: “este pueblo, siempre grande, siempre
generoso, siempre justo en sus resoluciones, no quiso usurpar a la más
pequeña aldea la parte que debía tener en la erección del nuevo gobierno”.
(MORENO, 1953: 252).

El discurso se convierte así en la acción defensiva de la proyectada


constituyente, que deberá esperar a 1853 para hallar su concreción. Será,
junto con la orden de Supresión de Honores, la última trinchera de un
proyecto político y de una teoría política que pareció fenecer en aquella
jornada de diciembre. Sin embargo, la primera compilación de la palabra
escrita de Mariano Moreno, elaborada por su hermano Manuel, revivirá el
discurso y lo pondrá nuevamente en acción ante una nueva fase de la
política revolucionaria. Las sucesivas generaciones que irán jalonando la
organización de la Argentina, reproducirán ese discurso y lo reformularán
de acuerdo a su época y a sus particulares ideas. Así el proyecto y la teoría
que lo sustenta continuarán brillando como la llama eterna de la libertad.

Conclusiones: por qué fue el primer politólogo

Si una vida joven dedicada al estudio de una disciplina que veneraba al


punto de definirla como “la sublime ciencia que trata de las naciones” y
entregada a la tarea revolucionaria de materializar la concreción de
aquello que fue su objeto de estudio desde su niñez en el Colegio de San
Carlos, no fuera suficiente argumento para caracterizarlo como primer
politólogo, vamos a la teoría. Eso sí, nada de discusiones sobre el primero
o el segundo. Tomando como punto de partida la Revolución de Mayo
podemos llegar a un acuerdo en ese punto.

El tema es si su “teoría” y su “proyecto” tienen el vigor suficiente para


ungirlo como primer politólogo o no. Afirmamos que la fortaleza de esa
teoría está en la capacidad para enunciar el problema institucional en
articulación con el problema de los sujetos sociales que deben sostener
dichas instituciones, que se convierten en acción política a través de las
órdenes de la Junta y del impulso del grupo moreneano para sostener las
ideas democráticas de la Revolución.

En el cuerpo principal de este trabajo buscamos algunos elementos que


contribuyen a sustentar esta hipótesis, a través de la interpretación de los
campos semánticos de “constitución” y “pueblo(s)” en el corpus de textos
de La Gaceta de Buenos Aires. De ese análisis extraemos las siguientes
conclusiones:

v El problema de las instituciones se plantea desde la perspectiva del


origen del gobierno legítimo fundada en el derecho natural y el
establecimiento autónomo del pacto social.
v La identificación entre pacto social y constitución se resuelve
fortaleciendo el significado del acto legislativo como el verdadero pacto
que producirá la felicidad general.
v Se afirma la importancia decisiva de que el Congreso convocado
establezca una constitución.
v El problema de los sujetos reconoce la distinción entre “el pueblo de
las Américas” que preexiste al pacto –y nunca pactó con los reyes
españoles- y “el pueblo de España” –que sí pactó el establecimiento de
una monarquía.

You might also like