You are on page 1of 300
ote nr Titulo original: The Poverty of Theory or an Orrery of Errors, en THE POVERTY OF THEORY AND OTHER ESSAYS Merlin Press, Londres Maqueta: Alberto Corazén. © 1978;| Edward P. Thompson, \Worcester (Inglaterva) © 1981 tee waduccidn a para Espafia y Amési Editorial Critica, S. A., Pedeé de la Creu, 58, Barcefona-34 ISBN: 84-7423-160-4 Depésito legal: B, 36.245-1981" Impreso en Espaita 1981, — Geaficas Salva, Casanova, 140, Barcelona - 36 Dejar el error sin refutacién equivale a esti- mutar la inmoralidad intelectual. Kare Marx Los disctpulos deben a sus maestros sélo una fe temporal y una suspensién del propio juicio basta tanto no han recibido una instruccién com- pleta, pero no una dimisién absoluta ni un cau- tiverio perpetuo de su mente ... Asi pues, deje- mos que los grandes autores reciban el tributo que les corresponda, sin que el tiempo, que es ef autor de todos los autores, se vea privado del suyo, el cual consiste en avanzar ininterrum- pidamente en el descubrimiento de la verdad. Francis Bacon La razén, o la justificacién de todo lo que ya hemos conocido, no seguird siendo la misma cuando conoxcamos mas cosas. WILLIAM BLAKe {. PLANTEAMIENTO DE LA CUESTION * epcidn, ! hi ~el primer retofio intelectual, en el tiern- po, de Marx y Engels— ha venido creciendo segura de si misma. Como practica intelectual Hegada a madurez («materialismo histéri- co») es tal vez Ja disciplina més robusta procedente de la tradicién | ; marxista. Incluso durante el transcurso de mi vida de historiador —y en virtud de la obra de compatriotas mios—, las avances han sido considerables, y uno habja supuesto que sé trataba de avances en lo que ataiie al conocimiento. Esto no equivale a decir que este conocimiento sea finito, ni que esté sujeto a «prueba» alguna de cientificismo positivista. Ni equivale a suponer que el avance ha sido linear y sin problemas. Se dan serios desacuerdos, y subsisten complejos problemas no sdlo_ irresueltos sino, ca muchos casos, apenas desvelados. Es posible que el propio éxito del materialismo histérico como préctica haya fomentado un aletargamienio conceprual que ahora estd desencadenando sobre nuestras cabezas su inevitable venganza, Y esto es sumamente proba- ble ea aquellas partes del mundo de habla inglesa donde una vigore Durante una época, a lo largo de muchas décadas, la_cong materialista de la historia © Bete ensayo es und intervencién polémica y ao he crefdo necesario do- cumentar cada una de sus afixmaciones, Las citas a las dos obras fundamenta- les dle Althusser se hacen segda las ediciones originales francesas siguientes: Pour Marx (PM), Maspero, Paris, 1968, y Lire le Capital (1.C), 2 vols., Maspe- ro, Parts, 1968. Las restantes obras de Althusser se citan segtin ediciones in- glesas: Essays in self-criticism (Ensayos), New Left Books, Jondres, 1976; Lenin and philasopby (LE), New Lett Books, Londres, 1971; Palities and history (PU), New Left Books, Londres, 1977. Entre paréntesis van las abreviaturas usadas para citar: cada obra, {Los titulos de fos capinulos son de ki edicida castellana. N. del 2.) puesta en obra del materialismo histético se ha efectuado en el mar- co de una herencia discursiva «empiricas que viene reproducida por fuertes tradiciones educativas y culturales! Todo esto es posible, ¢ incluso probable. Pero, aun asi, las cosas no deben desorbitarse. Pues lo que un fildsofo con un trato sdlo ocasional con el ejercicio de la historia puede contemplar y, acto seguido, menospreciar con ferocidad de gesto, motejandolo de «em- pirismo», puede que sea, en realidad, el resultado de arduas confron taciones efectuadas tanto en el marco de forcejeos conceptuales (la determinacién de las cuestiones apropiadas, Ja elaboracién de hipé- tesis y la denuncia de contenidos ideoldgicos en la historiogratia preexistente) como en los intersticios del propio método histérico. Y Ja historiografia marxista que ahora tiene una presencia interna- cional ha contribuido significativamente no sélo a su propia auto- critica y a su maduracién (por vias feoréficas), sino también a im- poner (mediante repetidas controversias, una gran cantidad de tra- bajo intelectual y algo de polémica) su presencia a la hiscoriografia ortodoxa: imponiendo su propia «problemdtica» (en el sentido que Je da Althusser) —o Ja de Marx—- sobre dveas significativas de la inves igacién histérica. Al estar metidos en esas confrontaciones, supongo que hemos de-_ jado de lado nuestras vias de abastecimiento tedrico. Pues en el mo- mento en que pareciamos estar en buenas condiciones para ulterio- res “avances, fuimos repentinamente atacados por la retaguardia; y_ no desde una retaguardia de_manifiesta_«ideologia burguesa», sino desde_una_retaguardia que pretendia ser mds marxista que Mark.” Desde los cuarteles generales de Louis Althusser y de sus numerosos seguidores : lanzd un asalto desmedido contra el «historicismo». Los | avances del materialismo histéricé, aT supuesto «conocimiento> han descansado —segtin resulta~- sobre un pilar epistemoldégico endeble y podrido (el «empirismo»); en cuanto Althusser sometié este pilar a un severo andlisis, se tambaled y cayé por los suelos; y el entero edificio del materialismo histérico se deshizo en rainas a su alrede- dor. No sélo resulta que los seres humanos nunca han «hecho su” propia historia» en absoluto (y son sdlo Trager o vectores de deter- 1. He tratado de distinguix «empizismor de «lenguajer empirico en que_€s el necesario didlogo empirico, y en coherencia con ello tergiversa (de las formas més ingenuas) la_préctica_del_materialismo histérico, in- cluyendo el propio trabajo intelectual de Marx. Marx. 4) La critica vesul- tante del «historicismo» es en ciertos puntos idéntica a la critica sefialadamente aatimarxista del historicismo (como la que viene re- presentada por Popper), aunque sus autores infieran de ella conclu- siones opuestas. La argumentacién de los puntos anteriores nos ocupard bastante espacio en nuestro camino. A continuacién propondré otras criticas: 5) El estructuralismo de Althusser es un escructuralismo estdcico, que difiere del método histérico de Marx. 6) De ahf que el universo conceptual de Althusser no tenga categorias adecuadas para explicar la contradiccién, el cambio o la lucha de clases. 7) Estas debilidades cruciales explican por qué Althusser es Wevado a mantenerse silen- cioso (0 evasive) respecto a otras categorias importantes, como las de «economia» y «necesidades», entre otras. 8) De ello se sigue que Althusser (y su progenie) se ven incapaces de tratar, salvo de la forma mds abstracta y teérica, cuestiones referentes a los valores, a la cultura y también a Ja teorfa politica. - Cuando estas proposiciones elementales hayan sido establecidas (0 «probadas», como diria Althusser), podremos contemplar con dis- tanciamiento la elaborada y sofistica estructura en su integridad. Podremos incluso intentar otro tipo de «lectura» de sus palabi ‘Yosi no hemos queclado exhaustos, podremos plantear alyunas cues- tiones de un tipo discinto: gcémo ha Ilegado a producirse esta fra tura extraordinaria en la tradicién marxista? ¢Cémo hay que entender el estructuralismo althusseriano, no en su autoevaluacién como cien- cia, sino en tanto que ideologia? eCudles han sido las condiciones especificas para la génesis y maduraciéa de esta ideologla y para su répica difusién en Occidente? ¥ gcudl es la significacién politica de este desmesurado ataque contra el materialismo histdcico? oo fl. LAS MATERIAS PRIMAS DEL CONOCIMIENTO fnicio mi razonamiento con wna manifesta desventaja. Pocos es- pectdculos serian mas risibles que el ofrecido por un historiador in- glés —por afiadidura convicto y confeso de p tratando de aportar correccién epistemoldgica a un riguroso Wlésofo parisiense. En cuanto contemplo el papel que tengo ante mi, me parece per: cibir los vagos rostros de una audiencia expectante a duras penas capaz de disimular su creciente pibilo. No pretendo darles satisfac- ctén. Yo no comprendo Jas proposiciones de Althusser referemtes a Ja relacién entre el «mundo real» y el «conocimiento», y por lo tanto no puedo arriesgarme a someterlas a discusidn. Ciertamente, he ératado cle comprende. A lo largo de Jas pa- ginas de Pour Marx, la cuestién de cémo estas «malerias primas» del mundo real fegan al laboratorio de la practica tedrica (para ser pro- cesadas segrin las Generalidades I, II y TI) pide a gritos alguna res- puesta. Pero la oportunidad de la revelacién resulta obviada. Al buscar Inego en Lire fe Capital nos enteramos, con creciente excita- cién, de que ahora, por fin, se dard una respuesta. En lugar de ella, lo que nos espera es un anticlimax. Primeramente debemos soportar algo de tedio y algo mds de exasperacién ante Ja conminacién ritual efectuada contra el «empirismo»; ni siquiera alguien carente de rigor filosdfico puede dejar de subestimar el hecho de que Althusser con- funde ¢ identifica continuamente el modo empirico (0 Jas técnicas empiricas) de investigacién con algo completamente distinto, la cons- truccién ideoldgica Hamada empirismo, y de que, ademas, él mismo simplifica la polémica carieaturizando incluso este «empirismo» y adscribiéndole, indiscriminada y err6neamente, procedimientos «esen- | | | i ! i dalistas» de abstraccién.’ Pero al cabo del. tiempo, después de cin- cuenta péginas, Hegamos... ga qué? «Podemos decir, entonces, que el mecanismo de produccién del efecto de conocimiento reside en el mecanismo que sostiene el juego de las formas de orden en el cis- curso cieatilico de la demostracién.» (LC, I, p. 83.) Treinta y dos palabras. Y luego, el silencio. Si comprendo estas palabras, las considero desafortunadas. Por- que se nos ha hecho recorrer tan largo camino sélo para que se hos repica, en ninos distintos, la cuestién del comienzo, Los efectos de conocimiento Megan, bajo forma de «materias primas» (Generalidacles T, que son ya actefactos de cultura, con mds o menos impureza ideoldégica), obedientemente, tal como Jo pide «el discurso cicarifica de Ja demostracién». Debo explicar mi objeciéa; y en pri- mer lugar lo que mi objecién #0 es. No objeto a que Althusser no dé «garantias» en cuanto a una identidad entre el objeto «real» y su representacién conceptual. Es de esperar que cualquier garantia formal de este tipo sea de dudosa sia: incluso un conocimieato meramente ocasional de Ia filosofia hace pensar yue tales garantias tienen un plazo de validez breve y contienen muchas cldusulas en letra pequefia que exoneran al valedor de su credibilicad. Tampoco objeto a que Althusser haya abandonado ef tedioso terreno de tratar de dilucidar una correspondencia biuni- ca entre este hecho u objeto material «real y la percepcidn/incui- cién/sensacién/concepto. Tal vez habria sido més honesto haber cou- fesacdo con franqueza que, con esto, abandonaba también algunas de las peoposiciones de Lenin en Materialismo y empiriocriticismo; ‘pero por la més insignificante silaba de Lenin profesa Althusser un temot religioso.? Y sin duda podtia haber confesado que, al cambiar de te reno, no estaba creanclo una moda filasdfica, sino que la estaba si- guiendo. vo i, Véase Leszek Kolukowski, «Alehusser’s Marx, Socialist Register (1971}, iginas 124- 125, «El lector con wn conocimiento elemental de la historia de Ja en seguida que 10 que Althusser quiere decir con “empirismo” onsidecarse perfectainente como la teoria ariscotélica o tomista de la n, pero que el empirismo maderno —que empezd no con Lacke sino por lo menos con los nominalistas del siglo xiv— significa exactamente Jo opuesto a esta idea». mae 2. Sélo mds tarde (LF, p. 53) reconoci Althusser so/fo voce que las cate- gorfas de Lenin «podian» haber estado «contaminadas por su referencias empi- ristas (por ejemplo, la categoria de reflejo)». 2-2. Pp. THOMPSON Uno se imagina que, en los viejos tiempos, el filésofo, trabajando en su estudio a la Juz de su ldmpara, cuando llegaba a este punto en su razonamiento, dejaba su phima y miraba a su alrededor en busca de un objeto del mundo real que interrogar. Muy frecuentemente este objeto era el que estaba mds a mano: su mesa escritorio. «Mesa cia él-— gcdmo sé yo que th existes, y, si existes, cmo sé que mil concepto, mesa, representa tm existencia real?» La mesa, sin pesta} fear, reflexionaria e interrogaria a su vez al fildsofo. Se trataba de un intercambio exigente, y, segtin cudl fuera el vencedor en Ja con- frontacidn, et fildsofo se consideraria a si mismo idealista o mate-+ rialista. En todo caso, eso cabe stiponer que ocurrfa por la frecuencia con que aparecen las mesas. Hoy, en cambio, el fildsofo interroga la palabra: un artefacto lingiifstico ya dado, con una génesis social oscura y con una historia. Y aqui empiezo a encontrar elementos para mi objecién. En pei mer lugar, se trata de que Althusser interroga demasiado brevemente esta palabra (o esta «materia prima» o este «efecto de conocimien-| to»). Existe sdlo para ser elaborada medianve Ja practica tedrica (Ge-| neralidad TI) hasta aleanzar una conceptualizacisn estructural o cono-| cimiento concreto (Generalidad IT). Althusser es tan rudo con fal lingiifstica y con la sociologia def conocimiento como con la historia i o la antropologia. Su materia prima (el objeto del conocimiento) es un tipo de material sin vida y manejable, carente tanto de ineccia! como de energia propia, que espera pasivamente ser manipulado! hasta su conversién en conocimiento. Puede contener toscas impur zas idevléyicas, con certeza, pero éstas pueden ser purgadas en el alambique de la practica tedrica. En segundo lugar, esta materia prima se presenta a si misma procesada como un conjunio de acontecimientos mentales | etos («hechoss, idées regues, conceptos comunes}; también se| presenca con discrecidn. No es gue quiera hacer chistes con las | dificultades muy serias con que tropiezan fos fildsofos en esta dvea! epistemoldgica tan crucial, Puesto que todos los filésofes wopiezan | con ellas, debo creer que tales dificultades son realmente inmensas. Y, a este nivel, no espero afadir nada a su clarificacién. Pero un historiador pertenéciente a la iradicidn marxista esté autorizado para | i i recordar a un fildsolo marxista que a los historiadores también les atafen, cotidianamente, en su pedctica, la formacién de la conciencia social y las tensiones que se dan en su seno. Nuestra observacién raramente es singular: este objeto de conocimiento, este aconteci- miento, este concepto elaborado. Es mas frecuente que tengamos que habérnoslas con miiltiples datos empiricos, cuya interrelacién es cier- tamente un objeto de auestra investigacidn. O en caso de que aisle- mos el dato empirico singular para su particular examen, este dato no permanece complacientemente inmédvil como una mesa esperando sec interrogacdo: se remueve, en el decurso temporal, ante nuestros ojo: Estas remociones, estos acontecimiencos, si bien forman parte del «ser social», parecen a menudo acometer a la conciencia social asaltarla, chocar contra ella, Plantean nuevos problemas y, sobre todo, dan continuamente lugar a experiencia, categoria que, por imperfecta que pueda ser, es indispensable para el historiador, ya que incluye la respuesta mental y emocional, ya sea de un indi- viduo o de un grupo social, a una pluralidacd de acontecimientos relacionados entre si o a muchas repeticiones del mismo tipo de acontecimiento. Tal vez pueda argilirse que la experiencia es verdaderamente una fase del conocimiento de muy bajo nivel: que no puede dar lugar sino al més grosero «sentido comin», «materia prima» ideoldgica- mente contaminada, apenas apta para entrar en el laboratorio de las Generalidades {, No creo que sea asi; al contrario, considero que la suposicién de que esto sea asf es un error muy tipico de ciertos in- telectuales que suponen que los seres humanos corrientes son es- uipides. En mi opinién la verdad es mds matizada: la expeciencia es valida y efectiva pero dentro de determinados limites; el carpesino «conace» sus estaciones, ¢l marinero «conoce» sus mares, pero arnbos pueden estur engailados en temas como la monaryuia y la cosmo: logia. Ahora bien, lo que se nos plantea ahora en primer plano no son los limites de la experiencia, sino ef moda de su acceso a nuestra mente o de su produccién. La experiencia surge espontdneamence et” el interior del ser social, pero no surge sin pensamiento; surge porque Jos hombres y Jas mujeres (y no sélo los filésofas) son racionales y piensan acerca de lo que les ocurre a ellos y a su mundo. Si optamos por emplear la idea —~de dificultosa inteleccién--- de que el ser so- cial determina la conciencia social, geSmo debemos suponer que ocurre? Ciertamente, no deberemos suponer que a un lado estd «el ser», como basta matecialidad de la que ha sido separada toda idea- lidad, y que «fa conciencia» (como idealidad abstracta) ested al otro lado} Porque no es posible imaginar ningtin tipo de ser social con independencia de sus conceptos organizadores y de sus expectativ: ni tampoco el ser social podtia reproducirse a si mismo ni siquiera un solo dia sin pensamiento, Lo que se quiere decir es que centro del ser social tienen lugar cambios que dan lugar a experiencia trans- formada: y esta experiencia es determinante, en el sentido en que ejerce presiones sobre la conciencia social existente, plantea nuevas cuestiones y proporciona gran pacte cel material de base para los ejercicios intelectuales mas claborados.* La experiencia constitaye supuestamente parte de la materia prima ofvecida a los procedimien- tos del discurso cientifico de la demostracién. De hecho, algunos de Jos que desarrollan practicas intelectuales han vivide experienci cllos mismos. La experiencia, pues, no llega obedientemente de la manera que Althusser sugiere. Uno intuye que hay abi una idea de conocimiento may descolorida. Althusser no nos ha ofrecido una epistemologia ‘que tome en consideracién los movimientos formativos reales de Ja conciencia, sino mds bien una descripcién de ciertos procedimientos propios de la vida académica, Hla abandonado el estudio alumbeado. por una lémpara y ba roto el didlogo con una muda mesa: ahora esté en el emplazamiento de la Ticole Normale Supérieure. Lo: datos han llegado, obedientemente procesados por gracuados y ayudantes de investigaciéa a un nivel de desarrollo conceptual bastante bajo (G 1), han sido interrogados y clasificados en categorias por un riguroso seminatio de aspirantes a catedraticos (G IL) y la G III esté a punto de subir a Ja cribuna para proponer las conclusiones del conocimien- to conereto. Pero fuera del recinto universitario se va desarrollando sin in- terrupcidn otro tipo de produccién de conocimiento. Admito que no es siempre un conociniento riguroso. No desestimo los valores inte- fectuales ni ignoro la dificultad de alcanzarlos. Pero debo recordar a 3. Asi se ha supuesto y asf se supone atin en ciertos sectores: los capiar los iniciales de la obra de Raymond Williams, Marxisnr and literature, Oxford, 1977, son en cierto sentide und polémica sostenida contra esta suposicisn. 4, Para los fines de la exposicidn en estas paginas, dejo de lado la cues: tidn de las experiencias diferenciales de clase (y las consiguientes predisposicio- nes ideolégicas), que examino en otro ugar. un fildsofo marxista que se han formado y se siguen formando co- nocimientos al margen de los procedimientos académicos. Y que en la prueba de la practica éstos no han sido en absoluto despreciables. Han ayudado a los hombres y mujeres a cultivar Jos campos, a construir casas, a sostener organizaciones sociales complicadas e incluso, ocasionalmente, a desafiar con eficacia las conclusiones del pensamiento acadésnico. Y esto no es todo ain. La explicacién de Althusser deja también fuera la icrupcién del «mundo real», esponténea y oada decorosa, que plantea a los filésofos cuestiones atin no articuladas. La expe tiencia no espera discretamente a la puerta dle sus despachos, a la expectativa del momento en qu el discurso de la demostracién la invitard a pasar: La experiencia penetra sin llamar a la puerta, anun- ciando muertes, crisis de subsistencias, guerras de trincheras, paro, inllaci6n, genocidio. Hay gente que muere de hambre: Jos supervi- vientes inquieren sobre nuevas maneras de hacer funcionar el mer- cado. Otros son encarcelados: en las carceles meditan sobre auevas maneras de establecer las leyes. Ante experiencias generales de esta clase, los viejos sistemas conceptuales pueden derrumbarse y nuevas problemdticas pueden Megar a immponer su presencia. Tal presenta- cién imperativa de los efectos cognoscitivos no esté autorizada en Ja epistemologfa de Althusser, que es la de un recepticulo, como un fabricante que no se preocupa del origen de sus materias primas con tal que Jleguen a tiempo a sus manos. Lo que Althusser pasa por alto es el didlogo entre el ser social y la conciencia social. Obviamente, este didlogo va en ambos senti- dos, Si el ser social no es una mesa inerte que no puede refutar a un fildsofo con sus patas, tampoco [a conciencia social es un recep- ticulo pasivo de «reflejos» de esta mesa. Obviamente, la conciencia, bajo Ia forma que sea —como cultura no autoconsciente, como mito, coino ciencia, como ley o como ideologia articulada— ¢je aosu vez una accidn retroactiva sobre el ser: del mismo modo que el | ser es pensado, el pensamiento es vivido; los seres humanos, dentro de ciertos Iimites, pueden vivir las expectativas sociales 0 sexuales que las categorias conceptuales dominantes les: imponen. Habia sido habitual entre los marxistas —e incluso en determi- nados momentos se habia creido que eso era una prioricdad metodo- logica caracteristica y distintiva del marxismo— acentuar las presio- nes determinantes del ser sobre la conciencia; pero en afios recientes una gran parte del «marxismo occidental» habia invertido decidida- mente el peso respectivo de uno y otro elemento en el didlogo a favor de la dominacién ideoldgica. Esta dificil cuestidn, que muchos de nosotros a menudo hemos abordado, puede dejarse de lado de mo- mento; en todo caso, se trata de un problema resolable mds fecun- damente mediante el anilisis histérico y cultural que con pronucia- mientos tedricos. Si he subrayado el primer miembro participante de ese didlogo con preferencia al segundo, es porque Althusser no tiene casi nada que decir a prapésito de él, y ademas se niega a aten- der a las explicaciones de los historiadores y antropdlogos que si Henen que decir al respecto. Su silencio al respecto es a la vez un silencio culpable y un silencio necesario para sus propésitos. Es con- secuencia de su previa determinacién de cerrar a cal y canto la me- nor abertura por la cual pueda penetrar el «empirismo» PISTEMOLOGIA IDEALISTA IV. UNA Resumamos. La «epistemologia» de Althusser se funda sobre una relacién de procedimientos teoréticos que en cada punto puede de- rivarse no sdlo de disciplinas incelectuales académicas, sino de una sola disciplina altamente especializada (y a lo sumo tres de ellas).' Esta disciplina es, por supuesto, aquella en la que él es especialista: la filosoffa; pero una filosofia de una particular tradicién cartesiana de exégesis ldégica, sellada en su origen por las presiones de la teologia catélica, modibeada por el monismo de Spinoza (cuya influencia sa- tura la obra de Althusser)? y marcacla en su conclusién por un par- ticular didlogo parisino entre fenomenologfa, existencialismo y mar- xismo. Asi, los procedimientos de los que es inferida una determi- nada «epistemologia» no son los de la «filosoffu» en general, sina los de un momento determinado de su presencia. No hay razén al- guna por ta cual los filésolos debieran identificar necesariamente sus propios procedimientos con los de cualquier otro tipo de produc- cién de conocimientos: y muchos se han tomado el trabajo de hacer distinciones. Se wata de una confusién elemental, de. un caso de I, Las oteas dos son las matemuiticas —invocadas pero sia cecurrir a ellas— y el psicoandlisis, de! que se confiscan algunos conceptos de una manera suma- mente arbitearia, 2. Esta influencia, apenas ceconocida en Pour Marx (aunque véase p. 75, nota 40), es mds pronunciada en Lire le Capital («la Glosofia «le Spinoza intco- dujo ... sin duda Ja mayor revolucién filoséfica de todos los tiempos», T, pa- gina 128) y plenamente reconocida en los Ensayos (pp. 104, 132-141, 187, 190) Véase los provechosas comentarios de Perry Anderson, Considerations on Western Marxism, New Left Books, Londres, 1976, pp. 64-65, 85 Chay traduc- cidn castellana: Consideraciones sobre el marxismo occidental, Siglo XXI, Ma- dsid, 1979). yy we ame weuucuuia bastante facil de corre. gir. Muy a menudo ha sido corregida en este sentido, Pero no por parte de Althusser. Por el contrario, él hace virtud de su imperialismo teérico. La peculiaridad de ciertas ramas de la filosofia y de la matemdtica es que son cerradas y autorreproducto. ras hasta un nivel inhabitual: Ja légica y la ciencia de la cantidad examinan sug propios materiales, sus propios procedimientos. Esto “es lo que Althusser oftece como paradigma de los modos de proce- dec de Ja Teorta por antonomasia: G {1 (la practica tedrica) acuta sobre G I para producie G TLL, La «verdad» potencial de los mate- riales en G I, pese a todas las impurezas ideolégicas, #5 garantizada por un eculto monismo spinoziano: idea vera debet cum sua ideato convenire, una idea ve | | daclera debe estar de acuerdo con su correlate | en la naturaleza, 0, por decirlo con términos althusserianos, G 1 no se presentaria si no cocrespondiera a lo «realo. Es tarea de los pro- cedimientos cientificos de G IL purificar G I de adherencias ideold- gicas y producir conoctmiento (G If), el cual contiene sus prop gacantias en su propia coherencia tedrica (verizas norma sui et falsi: Ja verdad es el ecriterio tanto de si misma como de Ja falsedad). En un breve comentario marginal, Althusser admite que G IT pueda, en ! ciertas disciplinas, seguir procedimientos algo distintos: el discurso } de Ja demostracién puede incluso conducirse bajo la forma de expe- rimenco. Esra es su tinica concesida: la Generalidad £1 ~—admite él—- «merecerfa evidentemente un examen mucho mds profunds, gue yo no puedo abordar aqui»? Asi es, efectivamente. Pues un exa- men de esta clase, de haberse realizado escrupulosamente, habria hecho patente la continua, contumaz y teoréticamente crucial con- } | | fusién de Althusser entre «empirismo» (esto es, el positivismo filosé- } fico y las doctrinas afines) y ef modo empirico de Ja practica intelec- tual. . sta cuestién estd emparentada con Ja del chistoricismo» (asun- to en el cual soy parte interesada), y no la puedo des pris, Generalidades I inclaye los acontecimientos mentales. que sue- Tén ser Wamados «hechos». «Contraciamente a la ilusidn ideoldgica ... del empirismo © sensualismo» —-nos dice Althusser—-, estos «he- chos» no son singulares y concretos: son ya «conceptos ... de natu- 3.” Véase la nada wransparenre nota a pie cle pagina en PM, p. 188, n. 23. har can de. | raleza ideoldgican (PM, p. 187). La labor propia de toda ciencia tf consiste en elaborar sus propios bechos cientificos a través de una critica de los «bechos» ideoldgicus elaborados por Ja practica tedcica ideo- légica anterior, Elaborar sus propios «heclios» especificos es simul ! vineamente elaborar su propia «teoria», puesto que e! hecho cien- tifico —y no un pretendido fenémeno puto-— sélo puede ser iden- | tificado en el campo de uaa practica te6rica (BM, p. 187). Esta labor de «elaborar sus propios hechos» a partir de la mate- | ria prima de los conceptos ideolégicos preexiscentes es obra de la! Generalidad TI, que es el cuerpo operante de conceptos y procedi-| mientos de la distiplina en cuestién, Se reconoce que existen «difi-| cultades» en el modo de operar de G Uf, pero estas dificultades nos se examinan («debernos satisfacernos con estas indicaciones esque. méaticas y no entrar en Ja dialéctica de este trabajo tedrico», PM, pagina 188). Bsto ¢3 sensate, dado que las dificultades son de’ peso. Una de} ellas es la siguiente: gcémo llega a cambiar o a progresar el cono-| 1 cimiento? $i la materia prima, o el dato factual (G 1) que se presenta a la ciencia (G If) ya estd fijada dentro de un campo ideolégico dado, y si G I es el vnico camino (por indelinido que sea) a través del cual el mundo de la realidad material y social puede tener acceso (un acceso timide ¢ ideoldgico) a los laboratorios de la Teoria, en- tonces no es posible entender de qué manera G IT puede efectuar una critica relevante o realista de las impurezas ideoldgicas presen tadas a ella. Dicho brevemente, el esquema de Althusser nos indica o bien de qué manera Jas ilusiones ideolégicas pueden, reproducirse a si mismas inclefinidamente (o pueden evolucionar de maneras abe. rrantes © fortuitas); o bien plantea, con Spinoza, que los proced i mientos tedricos pueden refinar por si mismos las impureza ileo. | Idgicas a partir de sus materiales dados s6lo mediante el discurso } 4. Althusser sigue la nocidn de Bachelard de la constitucidn de una cien- cia mediante una «ruptura epistemolégicay con su prehistoria critica, Althusser retira esta nocién con su mano izquierda y luego la repone con su mano dexecha (mediante el partido); véase Ensayos, pp. 107-125, cientifico de la demostracién; o bien, por ultimo, presupone una Idea marxista inmanente, preexistente desde siempre, externa al mundo material y social (de la cual este mundo seria un «efectow). Althusser argumenta sucesivamente las proposiciones segunda y ter- __ cera, aunque su obra es de hecho una demostraciéu de la primera. ~~ Pero podemos dejar esta dificultad a un lado, puesto que serfa poco cortés interrogar de modo demasiado estricto una Generalidad squeméticase, Es que sélo nos ha sido presentada con «indicaciones posible que Althusser esté describiendo peocedimientos apropiados 4 ciertos tipos de ejercicio de la légica: examinamos —pongamos por caso— el pasaje de un texto de Rousseau (G 1); se examina de- talladamente Jos usos de los términos y Ia consistencia de la légica segtin rigurosos procedimientos filosdficos 0 criticos (G TI); y asi alcanzamos un «conocimiento» (CG TE), que puede ser un conoci- miento util —y, en los términos de su propia disciplina, «verdade- to»—-, pero que es mucho més critico que substantivo. Confundir ste tipo de procedimientos, apropiados dentro de sus propios Iimi- tes, con todos los procedimientos de la produccidn de conocimientos es el tipo de error elemental que uno supone que sdlo podrian co- meter estudiantes en una etapa temprana de su carrera, por la cos. tumbre de asistir a seminarios de critica textual como la mencio- nada, o aprencices de una determinada disciplina, y no profesionales gue todavia no han Ilegado a otros de la misma, Es decir, personas procedimiencos de investigacién, igualmente dificiles, como la expe- i ién, y ce apeopiacién intelectual del mundo real, sin Jos cuales los procedimientos criticos, secundarios aunque importante: ni tendrian sentido ai existirian. Lin el drea de produccién de conocimienio, que, con mucho, es Ja mas extensa, lo que tiene lugar en un tipo de didlogo muy distinto. ' No es verdad que fa evidencia 0 los «hechos» sometidos a investiga- ci6n Ilegan siempre (como G T) ya en una forma ideoldgica. En las * ciencias experimentales existen procedimientos muy elaboracos, apro- piades para cada disciplina, para garantizar que no sea asf. (Isto no “equivale, por supuesto, a sostener que los hechos cientificos «des- velan» sus propios «signilicades» independientemente de toda orga- -nizacién conceptual.) Es fundamental en toda otra disciplina aplicada, en las «ciencias sociales» y en las humanidades, que se elaboren procedimientos semejantes, aunque sean necesariamnente menos exac- tos y mds sujetos a determinaciones ideoldgicas. La diferencia entre una disciplina intelectual madura y una formacién meramente ideo- | logica (la teologéa, 1a astrologia, algunas partes de la sociologia bur- guesa y del marxismo estalinista ortodoxo, y tal vez el estructuralismo althusseriano) ceside exactamente en estos procedimientos y contro- { | les} pues si el objeto del conocimiento consistiera sdlo en «hechos» ideoldgicos elaborados por los procedimientos propios de esa clisci- plina, encoaces nunca habria ningtin medio para verificar o falsar ninguna proposicidn: no podria haber aingtin ceibuoal de apelacion para la ciencia o para la disciplina. . La absurdidad de Althusser reside en el modo idealista de sus construcciones tedricas. Su pensamiento es hijo del determinismo econdédmico estuprado, por un idealismo teoricista. Da por supuesta la existencia de la realidad material (sin trata de «probarla» o de «garantizarla»): este punto lo aceptaremeos. Da por supuesta también la existencia de un mundo material («externo») de la realidad social, cuya concreta organizacidén es siempre en tiltima instancia «econd- mica»: la prueba de esto no est4 en la obra de Althusser —ni seria razonable exigirla en la obra de un filésofo—, sino en la obra ma- dura de Marx. Esta obra se presenta como un producto acabaclo al comienzo de la investigacién de Althusser, como un conocimiento concreto, aunque no siempre consciente de su propia prdctica tedrica. Es tavea de Althusser clevar su nivel de autoconocimiento, asi como ie rechazar Jas diversas horribles impurezas ideoldgicas que han cre- cido al caloc de los silencios de sus intersticios. Asi, pues, un cono- cimiento dado (la obca de Marx) configura los procedimientos de Althusser en cada uno de los tres niveles de su jecarquia: la obea de Mars llega como «materia primas —por elaborada que esté— a GC, es interrogada y procesada (G TL) segdn principios «cientificos» de- rivaclos de sus percepciones de madurez, de sus presupuestos no formmulados, de sus metodologias implt etc.; y el resultado con siste en confirmar y reforaar el conocimiento conereto (G UT) anun- ciado ya por las partes ratificadas de la obra de Marx. Apenas resulta necesario subrayar que este procedimicato es ple namente tauloldgico. Se mueve en el interior del cfrculo no sole de , sino también de sus propios procedimien- su propia problematic tos de autoperpetuacién y auvoelaboracién. Esta es precisamente (a los ojos de Althusser y de sus seguiclores) la virtud de esa practica tedrica. Es un sistema sellado en cuyo interior los cunceptos circu- lan inacabablemente, se reconocen y se interrogan unos a otros; y la Deu we ot ALpCULVA vida Introvertida se confunde con una «cienciay. Es nciax es Iuego reproyectada de nuevo sobre la obra de Marx: se establece que sus propios procedimientos eran deb mismo tenor, y que tras el milagro de la «ruptura epistemoldgica» (ana inmaculada concepcida que no necesité ninguna burda fecun- dacién empirica), todo lo demés se siguiéd de ahi en cuanto a la ela boracién del pensamiento y a su organizacién estructural. a « ePuedo resumie todo esto en una frase? Fista frase describe un circulo: una lectura filoséfica del Capital sélo ¢s posible como aplicacidn de to que es el objeto mismo de nuestra investigacién, Ja filosoffa de Marx. Este circulo sdlo es epistemoldgicamente po- debido a la existencia de la filosofia de Marx en tas obras del matxismo, (LC, I, p. 37.) Para facilitar el «discurso de la prueba», volvemos a ciertos pa- sajes de Marx, pero esta vez como materia prima (G 1), dejando fuera de consideracién toda la obra «inmaduray de Marx, casi toda la obra de Engels, Jas partes de la obra madura de Marx que ejem- plifican la préctica del materialismo histérico, la correspondencia de Marx y Engels (que nos introducen directamente en su laboratorio y nos muestran sus modos de operar) y la mayor parte del propio Capital (las «ilustraciones»); pero entre los dedos de la mano se pueden atisbar frases de Marx fuera de su contexto, «silencios» y mediaciones subarticuladas, que son castigadas y disciplinadas hasta que corroboran la autosuficiencia de la préctica tedrica. Natutalmen- te, si las cuestiones son planteaclas de esta manera y si se interroga un material que ya ha sido programaclo en sus respuestas y al que sdlo sé permite contestar estas preguntas y no otras, entonces pode- mos estar seguros de que ofrecera al interrogador, obedientemente, lo que éste le pida. ~~ Este modo de pensamiento es exactamente lo que en Ja tradi- cidn marxista se designa habitualmente como idealismo. Esta clase de idealismo consiste no en [a afirmacién o negacién de la prima. cia de un mundo material transcendente, sino en un universo con- “ ceptual que se engendra a si mismo y que impone su propia ideali- _ dad sobre Jos fenémenos de la existencia material y social, en Jugar (de entrar con ellos en una ininterrumpida relacién de didlogo. Si hay algin «marxismo» del mundo contempordneo que Marx o Engels n identificado al instante como una versién del idealismo, ese iano.’ La categoria ha alcan- hobier marxismo es el estructuralismo althusse zado una primacia sobre su referente material; la estructura concep: tual pende sobre el ser social y lo domina. } \ ! 5. Para una demostracién excelente de la incompatibilidad del método de Aluhusser con el de Marx, véase Derek Sayer, «Science as Critique: Marx ver- sus Althusser», en J. Mepham y D. Rubia, eds. Essays i Marxist philosophy, Harvester, Brighton, 1978. He encontrado provechoso en su totalidad este en- sayo, como también el exhaustivo y hicido estudio, ain no publicado, de Simon Clarke, «Althusserian Marxism» (se pueden obtener ejemplaces del autor, De- partamento de Sociologia, Universidad de Wacwick). V. ALTHUSSER (Y POPPER) CONTRA LA HISTORIA COMO CIENCIA No propongo enfrentar al paradigma althusseriana de Ja pro- duccidn de conocimiento otro paradigma, alternativo y universal, de mi cosecha. Pero quiero seguir un poco més sus huellas en el interior de mi propia especialidad. No es facil hacer esto con dnimo apacible, puesto que sus ceiteradas referencias a la historia y al «historicismo» manifiestan su imperialismo teérico con sus acentos més arragantes. Sus comentarios descubren que carece de toda familiaridad y com- prensidn de los peocecimientos de Ja historia: esto es, de los proce- dimientos que hacen de la «historia» una disciplina y no un balbu- ceo de asertos ideoldgicos alternantes; dé los procedimientos que proporcionan su propio relevante discurso de la cemostracién. Sin embargo, procedumos con serenidad. Abordeinos e! proble ou no desde los aledafios (o sea, jo que los historiadoces crcen estar saciobes y formulan razonamientos or haciendo cuaodo hacen cansic sobre los «datos empiricos»), sino desde e] interior misrno de fa fortaleza: la nociéu de Teorfa de Althusser, Si podemos lanzar asal- tos contra esa fortaleza imperial, aislacla y convertida en baluarte (descabetlado), entonces e¢vitaremos malgastar nuestras energias en amuzas sobre el terreno circundanre. La presa caeré en oues- tras Manos. La hiscovia ~ que no sea... como “aplicacién” de una teorfa... que ev eno existes, Las «“apticaciones” de fa teoria de la hi escal ~nos dice Althusser—- «apenas existe de otra manera «ntido toria se efecttian, de alguna manera, tras la espalda de esta teoria ausente, y facitmente son confundidas con ella». Esta «teoria ausente» depen- de de «esbozos més 0 menos ideoldgicos de teorfa»: Debemos tomarnos en serio el hecho de que la teoria de la historia, en el sentido fuerte, no existe, o de qué apenas existe para los historiadores, que por lo tanto los conceptos de la ‘historia existence son casi siempre conceptos «empirices», mas 0 menos en busca de su fundamento tedrico; y al decir «empiricos» se quiere decir mezclados con el vigoroso acento de una ideologia oculta tras sus «evidencias». Este es el caso de los mejores historiadores, que se distinguen de los demés precisamente por su preocupacién ted- rica, pero que buscan la teorfa en un nivel donde no puede encon- trarse, en el nivel de la metodologia histérica, la cual no puede ser definida sin Ja teorfa que la fundamenta. (LC, p. 138.) Hagamos una pausa momenténea para advertir un despropdsito. Durance cincuenta o més aios (y muchos mds si recordamos a Engels y Marx) ha existido una historiografia marxista, que hoy, como ya he sefialado, tiene una presencia internacional. Es curioso, en tal caso, que todos estos historiadores (de los que cabe suponer que inchuirian entre ellus a uno o dos de los que Althusser colocarfa entre «los mejores») hayan venido ejerciendo duranie todas estas décadas sin ninguna teorfa. En realidad han supuesto que su teorfa procedfa parcialmence de Marx, o de lo que Althusser denominaria ‘Teoria. Es decir, los conceptos criticas empleados por estos hiscoriadores dia- tlamente en su practica incluyen entre ellos los de explotacién, lucha de clases, clases sociales, determinismo, ideologia, y los de feucalis- “mo y capttalisme como modos de produccién, eteétera, esto es, con- ceptos derivados de una tradiciéo tedrica marxista: y valicdados por ella. Esto resulta, pues, un despropdsito, Los historiadores no tienen teorfa alguna. Los historiadores marxistas tampoco. La Teorfa his- trica, en consecuencia, debe ser algo distinto de una teoria histérica marxista. : Recapitulemos nuestro examen de Ja fortaleza. Debemos escalar el muro aprovechando sus asperez: Jacima. La teoria no puede enconcrarse «en el plano» de la prictica histdrica, tanto si es marxista como si no. Excelsior! s, una a una, antes de alcanzar La verdad de la historia no puede leerse en su discurso mani- fiesto, porque el texto de la historia no es un texto en el que habla una voz (el Logos), sino la notacién inaudible e iegible de los efectos de una estructura de estructuras. (LC, I, p, 14.) ! No hay demasiados historiadores que sopongan que el «discurso ma- nifiesto» de la historia desvela voluntariamente alguna «verdad», ni que el Logos cuchichee en sus ofdos, Pero aun as la pintiparada antitesis de Althusser est algo descaminada, g«lnaudible ¢ ilegible»? No del todo. g«Notaciédn de los efectos»? Quizd: como metdfora podriamos dejarlo pasar; pero, gno es una metfora que lleva precis mente a aquella nocién de la abstraccidén de una esencia «a partir de lo real que da contiene y la mantiene ceulta» que Althusser, Ade otro takante, estigmatiza como la etiqueta de garancia LC, L pp. 38-40.) g«De los efectos de ard, pues, ubicacda esta ninguna investigacién cuando del cempirisenon? (Véa una estructura de cructurase? eDonde « «estructura de estructuras», si no es! a sujeta aempirivan y si ademas ---recordémoslo—- esta fuera del «plano» de la metodologia histérica? Permilasenos formular una pregunta vul- gar: gest4 esa «estructura cle estructuras» ahi, inmersa en fos aconte- cimientos de Ja historia, o esté en algtin lugar de fuera, por ejemplo como un Logos que hable no desde el resto de la historia sino desde alguna cabeza filoséfica? La pregunta es irrelevante, dice Althusser; peor avin, es impro- pia, es culpable, surge a partir cle una problemdtica burguesa y em- pirista, Decir que una estructura podria ser desvelada con procedli- mientos de investigacién histérica carece de significacién, porque cuan- to podemos saber acerca de la historia consiste en ciertas representa _ciones conceptuales: en impuras Generalidades L. Asi, pues, la «ver- dad» histérica sdlo puede ser desvelada en el interior de la teoria misma, mediante procedimientos tedricos («el proceso que procuce ef concreto-conocimiento se desarrolla enteramente en la prdctica ted- rica», PM, p. 189). El rigor formal de estos procedimientos es la nica prueba de la «verdad» de este procediimiento y de su cocres- pondencia con los fenémenos «reales»: él conocimiento concreto asi establecido acarrea consigo todas las «garantias» que son necesarias, © todas las que puedan jamds obtenerse. «La historia misrna no es una temporalidad, sino una categorfa epistemolégica que designa el objeto de una cierta ciencia, el materialismo histérico.» ' «El conoci- 1. Asi viene definida en el glosario publicado en la edicién inglesa de Lire le Capital (Reading Capital, New Lett Books, Londres, 1970), p. 322; el glosa- rio ha sido elaborado por Ben Brewster y aprobado por Althusser. miento de Ja historia no es histérico en mayor grado que pueda ser dulce el conocimiento del aziicare (LC, f, p. 132). E] Ultimo ascenso a Ja fortaleza debe enfrentarse con una red de asertos de trama tan densa que casi resulta impenetrable. Podemas construir nuestro conocimiento de la historia sélo «ex ef interior det conocimiento, en el proceso del conocimiento, uo en el desarrollo de lo concreto-real» (LC, L, p. 135). Y por supuesto, como que todo cuanto pensamos tiene lugar en el interior del pensamiento-y de sus simbulos, cédigos y representacione es una tautologia. Lo sor: peendente es que haya sido posible a ua fildsofo, a finales de la dé cada de 1960, reicerar tales cantologfas con ranto furor retérico, con intimaciones tan severas a sus adversarios (jamds identificados) y con una tal pretensién de novedad. Pero la retérica y las actitudes severas no son «inocentes»: son artificios para conducir al Jector desde estas tautologias hasta la muy distinta afirmacién de que el co- nocimiento emerge enteramente dentro del. pensamiento, a través de su propia autoextrapolacién tedrica, Asi, con una sola elisién resulta posible descartar a la vez la cuestién de la experiencia (cémo Jas GT son presenradas a la teorfa) y Ja cuestidn de los procedimientos espe- cificos de la investigacidn (experimental u otra) que constituye ese adidlogo» empirico que en breve voy a considecar, Asi se expresa Althusses; , esto Una vez que estdn verdaderamente constituicdas y desarrolladas * [las ciencias] no tienen ninguna necesidad de verificaci6n mediante pricticas externas para declarar «verdaderos» los conocimientos que producen, esto es, para declararlos conocimientos. Ningiin ma- temdtico del mundo espera que la fisica ... haya gerifizado -un teorema para declararlo demostrado; la «verdad» de su teorema viene proporcionada en un cien por cien por criterios puramence | internos a la préctica de la demostracién matemética, o sea por el ctiterio de la préctica matemética, esto es, por las formas reque- ridas por Ja cientificidad matemdatica existente. Podemos decir lo mismo de los resultados de cada una de las ciencias ... (LC, I, paginas 71-72.) 2, Véase In nota 4 del capitulo anterior. El énfasis que se pone al respec: wo en Lire le Capital (1, pp. 71-73) es tal que sugiere que la experimentacién y «otras practicas», si bien aceptables en las ciencias naturales, son signo de Ja prehistoria de una ciencia. J—n. p. THOMPSON ¢Podemos realmente decir lo mismo? Una vez mds, Althusser echa mano de una disciplina que, en la medida en que contempla Ja légica de sus propios objecos, es un caso muy especial cle ciencia: Ja nocidn de que la matematica puede servir como paradigma no sdlo para Ja Iégica sino para la produccién de conocimiento en general ha estado presente de modo obsesivo en la cradicién cartesiana, y dentro de ella, como caso destacado, en el pensamiento herético. de Spinoza. Y Althusser prosigue, declacando con aire ciunfal: Debemos decir fo mismo de la ciencia que nos interesa mas par- ticulacmente: ef materialismo hist6rico. Fla sido posible apticae con Gxito la teoria de Marx porque es «verdaderan; no es que sea verdadera porque se ha aplicado con éxito. (LC, J, p. 72.) a afirmacién proporciona su propia premisa: porgue la teoria de Marx es verdadera (prertisa no demostrada), ha sido aplicada con éxito. Las teorfas verdaderas suelen ser aplicadas con éxito. Pero gcémo vamos a determinar este éxito? gDentro de la propia disci- plina histérica? g¥ qué decir de aquellas ocasiones en que Jas teorfas de Marx han sido aplicadas sin éxito? Si propusiéramos Ja anterior afirmacién de esta orra forma: «Fa sido posible aplicar la teorfa de Marx con éxito en la medida en que ba sido “verdadera”; allt donde la teorfa ha resultado tenec éxito, ha confirmado Ja verdad de Ja teoria», entonces nos encontrarlames en un discurso epistemold- gico distinco Resumiendo. Althusser admite, en una proposicién dicha a la ligera (lo cual es algo que se sittia eviclentemente a muy bajo nivel de teorfa, por cierto) que «sin duda pexsar-sobre-lo-real y esto real, pero se trata de una relacién de cono- cimiento, una relacién de adecuacién o inadecuacién del conocimien. to, no una relacidn real, entencdiendo por esto una relacién inscrita en esto real de lo cual el pensamiento es el correspondiente conocimien- to (ya sea adecuado o inadecuado)», iste una selacién entre el Esta relacién dé conocimiento entre el conocimiento de to ceal y lo real no es una relacién de fo real que ¢s conocido ep ta cela cidn. Esta distincidn entre relacién de conocimiento y relacién de lo real es fundamental: si no la respetamos cacinos inevitablemen- te o bien ... en el idealismo especulativo si, con Hegel, confundi- mos el pensamiento y lo real reduciendo lo real al pensamienio, «concibiendo lo real como resultado del pensamiento» ... ; 0 en el idealismo empirista si confundimos el pensamiento con lo real re- duciendo el pensamiento de fo real a lo real mismo. (LC, I, p. 107.) No pretendo comprender perfectamente estas palabras. A mi no se me ocurtiria definir la relacién entre el conocimiento y su objeto real como si sé tratara de un «intercambio» en el cual hubiera dos tes activas, de tal forma que «lo real» tratara activamente de desvelarse a si mismo a la mente receptora. Lo real, aunque pueda mostrarse activo en otras manifestaciones, es episternoldgicamente nulo e inerte: es decir, sdlo puede convertirse en un objeto de inves- tigaci6n epistemoldgica en el momento co que penetra dentro del ambito de la pereepcién o del conocimiento. Por decirlo con palabras de Caudwell, «el-objeto y el sujeto, tal como son mostrados por Ja relacién mental, surgen al ser simulténeamente», y «el conocer es una relacién mutuamente determinante entre conocer y ser» No puede haber medios para decidir si un conocimiento es «adecuado o inadecuaco» (dejando aparte los casos especiales de la Idgica, la ma- temiitica, etc.) a menos que sé suponga Ja existencia de procedimien- tos (un «didlogo» cde la practica) ideados para establecer la corres- pondencia de este conocimiento con propiedades «inscritas en» lo real, Una vez mds Althusser ba dado un brinco desde una tautologia hasta un solipsismo teoricista. Ha abordado el problema con un lu- gar comtin que no presenta dificultades: «El pensamiento de Jo real, Ja concepcién de lo real y todas tas operaciones del pensamiento me- diante las cuales lo real es pensado y concebido percenecen al orden del pensamiento, al elemento del pensamiento, que no debe contun- ditse con el orden de lo real», (LC, I, p. 106.) gDénde, si no, podria tener fugar el conycimiento? Pero «la relacién de conocimiento entre el conocimiento de to real y lo real» puede atin ser perfectamente bien una relacién real y determinante, esto es, una relacién de la apro- piacién activa por una de las partes (el conocimiento) de la otra parte (los atributos selectivos de lo real), y esta relacién puede tener lugar no en condiciones prescritas por el pensamiento, sino segin vias determinadas por las propiedades de! objeto real: las propiedades de la realidad determinan tanto los procedimientos apropiados del pen- 3, Véase mi ensayo sobre «Caudwell», Socialist Register (1977), p. 241. Voy a ilustrarlo... jAja! Abi veo mi mesa. Ser un objeto, sa «nulo ¢ inerte> no obsta para que este objeto sea parte decerminantd dentro de una relaciéa sujeto-objeto. Nunca se ha sabido de ning pedazo de madera que se haya transformado a si mismo en un mesa; tampoco se ha visto jamds a un carpintero fabricar una mesi a partir del aire, o del serrin, El carpintero coge esta madera y, af trabajarla déndole forma de mesa, es gobetnado tanto por su habili dad (practica tedrica, ella misma procedente de una historia, o «ex, periencia», de fabricar mesas, asi como de una historia de la evolu cia de las herramientas apropiadas) como por las cualidades (tamaito| fibra, su grado de desecacién, etc.) de la madera misma. La imaderd y su «légicay al carpintero como el carpin| tero impone sus herramientas, sus habilidades y su concepcisn idea de cémo son fas mesas a la madera. Fista ilustracién nos puede decir poco sobre la relacién entre ¢ pensamiento y su objeto, ya que el pensamiento no es un carpintero| ni se dedica a tales procesos de fabricacién. Pero puede servir par subrayar una posible forma de relacién entve un sujeto activo y un objeto «inerte» donde el objeto, dentro de ciertos limites, conserva una posicién determinante: Ja madera no puede determinar qué se hace, ni si se kace bien o mal, pero puede sin duda determinar qué} cosas ro pueden hacerse, los limites (en tamafio, fuerza, etc.) de Jo) hecho y las habilidades y herramiencas apropiacas para la operacién, En semejante ecuacién, el «pensamiento» (si es «verdadero») sélo puede representar Jo que es apropiado a las propiedades determina das de su objeto real, y debe operar dentro de este limitado campo. Si rompe los limites, se coloca entonces en un drea de extravagantes chapuzas especulativas, y se convierte en autoextrapolacién de um «conocimiento» de mesas a partir de la bealeria preexistente, Dado que este «conocimiento» no se corresponde a la realidad de la ma dera, pronto pondrd de manifiesto si es «adecuado o inadecuado»; tan pronto como nos sentemos sobre él, es probable que se derrum- be, dejando caer por los suelos toda la masa por él sostenida de ela. borada verborrea epistemoldgica. El objeto real, he dicho antes, es epistemoldgicamente inerte; es decir, no puede imponerse ni desvelarse él mismo al conocimien. to: esto tiene lugar dentro del pensamiento y de sus procedimientos. impone sns propiedad que lo real no esta «ahi fuera», mientras que el pensamiento estaria en la tranquila sala de conferencias de auestras cabezas, «aqui den tro». El pensar y el ser habiran un solo y mismo espacio, y este espa- cio somos nosotros mismos. Asi como pensamos, también tenemos hambre y sentimos odio, enfermamos 0 amamos, y la conciencia esté entremezclada con el ser; asf como contemplamos Io «real», experi- mentamos nuestra propia palpable realidad. De modo que los pro- blemas que las «materias primas» presentan al pensamiento cousis- ten a menudo precisamente en sus mismisimas cualidades activas, in- dicativas & inteusivas. Pues el didlogo entre conciencia y ser va adquiriende mas y mas complejidad ---verdaderamente, aleanza pron- to un orden diferente de complejidad, que ofrece un orden distinto de problemas epistemoldgico: cuando [a conciencia critica actita sobre una materia prima hecha del mismo material que ella misma: los artefactos intelectuales, las relaciones sociales, el acontecimiento histérico. Un historiador --y por supresto un historiador marxista— debe- sia estar muy al corriente de esto. Este o aquel otro texto muerto, inerte, de un determinado documento no es en absoluto «inaudible»; tiene por sf mismo una ensordecedora vitalidad; se trata de voces que irrumpen clamorosas desde el pasado, afirmando sus propios mensa- jes, exponiendo a Ja luz su propio autoconocimicnto como conoci- mienco. Si ofrecemos un «hecho» cualquiera —«el rey Equis murié en 1100 d.C.»—-, con & nos viene oftecido ya un concepto determi- nado de realeza: las relaciones de dominacién y subordinacién, las funciones y el rol de la institucidn, el carisma y los atributos magicos ligados a este rol, etc.; y estos elementos nos vienen ofrecidos no sdlo como objeto de investigacién, como un concepto que desem- peftaba ciertas funciones mediadoras en una sociedad dada, tal vez con acepciones conflictivas de este concepto atribuibles a grupos so- ciales diferentes (los sacerdotes, Jas sirvientas) de esta sociedad; no sdlo ~—-repito— estos elementos tienen que ser rescatados por el historiador con dificultad, sino también ocurre que esta eviclencia es recibida por el historiador dentro de un marco tedrico (la disciplina de la historia, que a su vez tiene ella misma una historia y un pre- sente controvertido) que ha destilado el concepto de realeza a partir del estudio de muchos ejemplos de realeza en sociedades muy dife- rentes, dando como resultaclo conceptos de la realeza muy diferentes de fos conceptos, mucho més inmediatos en la percepcidu. del poder, en el sentido comin o en los mitos, que pudieran tener quienes fueron testigos presenciales de Ja muerte del rey Equis. Estas dificultades son inmensas, Pero las dificultades se multipli- can muchas veces cuando consicderamos no un solo acontecimiento o concepto (la realeza), sino aquellos acontecimientos que la mayoria de historiadores consideran bdsicos para su labor: el. «proceso» his. térico, la interrelacidn entre fendmenos diversos (como hechos eco- némicos ¢ ideologias) o la causacién. La celacién entre el pensamien- to y su objeto adquiere ‘un elevaclisimo nivel de complejicdad y me- diacién; y ademas el conocimiento histérico resultante establece entre los fenémenos relaciones que jamds podian ser percibidas, sentidas 0 experimentadas por los actores, en su momento, de la misma manera, y organiza los hallazgos segiin conceptos y en el marco de categorias desconocidas para los hombres y mujeres cuyas acciones constituyen el objeto de la investigacién; pues bien, todas esas dificulrades son tan inmensas que resulta visible que la historia «real» y el conoci- miento histérico son cosas enteramente distintas. Y, desde luego, lo son. ¢Qué otra cosa podrfan ser? Pero, ¢acaso se sigue de ahi que debemos cortar los puentes que los unen? ¢Acaso no puede todavia mantenerse el objeto (la historia real) en una relacién «objetiva able) con su conocimienta, relacién que, den- , es determinante? “rente a las complejidades de una tal conclasién, ciertas mentes racionales (y en particular ciertas mentes racionales nescientes del co nocimiento practico de los procedimientos histdricos, e¢ impucientes por hallar una via facil hacia lo Absoluto) ceiroceden. Fste retro- erle paca ceso puede tomar varias formas. Es de interés (y deberia los marxistas) observar como, en la fase inicial clel retroceso, tanto el empirisino como el estructuralistao althusseriano Jlegan a un idén- tico rechazo del «historicismo». Las posiciones de Althnsser, lejos de ser originales, significan una capitulacién ante décadas de critica aca- démica convencional de la histotiograffa, cuyo resultado ha sido a veces relativista (la «historia» como expresién de Jas preocupaciones del presente), a veces idealista y teoricista, y a veces de un escepti- cise exturemadamente radical en cuanto a las credenciales epistemo- Idgicas de la historia. Un camino puede haber transcurrido a través de Hussecl y Heidegger; otro a través de Hegel y Lulcécs; otro a teavés de una tradicién mds «empirica» de la filosoffa del Jenguaje «anglosajona»; pero todos los caminos han desembocado en un mismo punto terminal. AL final de su vida activa, a aquel formidable ejercitante del materialismo histérico que fue Mare Bloch le fue posible asumir con firrne confianza el cardcter objetivo y determinante de sus ma- teriales de trabajo: «E] pasado es, por definicién, un dato que nada en el fururo cambiard».’ En la década de 1960 una confianza de este género no se estilaba en una compaiifa intelectual respetable; entoaces era perfectamente posible que un escritor de talento situa- do dentro de Ja tradicién marxista aceptara como verdad de sentido comtin ef relativismo histérico: Para las ciencias humanas, la individualidad histotica se cons- truye con la eleccida de lo que es esencial para nosotros, es decir, en funcidn de nuestros juicios de valor. Ast, la realidad histérica cambia de una a otra época con modificaciones en la jerarquia de Jos valores $ Las razones particulares avanzadas para justificar la falta de credi- bilidad epistemolégica atribuida a la historia han sido, en cada caso, diferentes, como también Jas soluciones propuestas; pero Oakeshott y Althusser, Lucien Goldmann y Raymond Aron, Popper y Eindess/ Hirst han estado todos deambulando por la misma zona con inten- ciones semejantes? Tal vez «la historia» haya atrafdo sobre su cabeza este desquite. 4. Mare Bloch, The bivtorian’s craft, Manchester, 1954, p. 38. Lucien Goldmann, The human sciences and philosophy, Londres, 1969, paginas 1243. 6. Las ei ones de esta congruencia res la epistemologia althus en una enéxgica polémica Radical America, II1, n° 5 (septiembre 1969), que conclufa ast: «Althusser no est al corriente de la historia de} positivismo reciente, de modo que no se da cuenta de que se ha apropiado inudvertidamence de toda su problemitica artum- baa» (pp. 27-28). Para una exacta correspondencia con lis proposiciones de Althusser, véase M. Oakeshott, Experience and its modes, Cambridge, 1935, pagina 168. Paca un resumen de la congruencia, véase H. Gilliam, «The diale tics of realism and idealism in modern historioyraphic theory», History und Theory, XV, 3 (1976). den en la ulterior congrnencia entre riana y la positivista. Esto fue defendido hace tiempo, librada por Paul Piccone, «Steucturalist Marxism?», No pretendo segar que los siglos xix y xx hayan dado lugar -a auténticos, y a veces monstruosos, «historicismos» (esto es, nocio- nes evolucionistas, teleoldgicas o esencialistas de una «historia» que se despliega en virtud de motivaciones propias}; ni pretendo negar tampoco que este mismo historicismo haya impregnado una parte de Ja tradicién marxista, en la idea de una sucesién programada de «es- tadivs» histéricos, impulsada hacia uo fin peedeterminado por la lucha de clases. Todo esto merecia uma severa correccién, Pero Ia correcci6n admiuistrada al marerialismo histérico a menado ha dado in proceder a un examen esceupuloso por supuesta su culpabilidad s de su plasmacién prictica; 0, en caso de identificarse unos u otros cjemplos de culpabilidad (a menuilo en la obra de idedlogos mds que en el tvabajo macuro de historiadores), se ha supuesto entonces que éstos invalidaban toda la actividad intelectual, mis que poner en tela de juicio a quienes Ila desarrollan, o la madurez ce! conocimiento histérico. Y si criticos y fildsofos (con Ja excepcién de Collingwood) han sido en una elevada proporcién culpables de esta elisién para ellos pravechosa, ninguno ha sido mds afrentoso en su_atribucida de «historicismo» al ejercicio del materialismo histérico que Altbus- ser: del principio al fia, la prdéctica de los historiadores (y entre ellos de los marxistas) es supuesta por él pero no sometida a examen. Volvamos de nuevo los focos de la critica hacia los criticos y veamos cémo Althusser y Popper Uegaron a un comin rechazo del chistoricismos, Para Popper sdlo se da un sentido muy limitado eu el cual él estd dispuesto a admitir que ciertos «hechos» de la historia son empiricainente verificables. Pero una vez atravesada una linea fronteriza borrosa, aunque critica, que separa los hechos discretos o Jos datos particulares de cosas como los procesos, las formaciones y velaciones sociales o Ja causacién, al instante penetramos en un reino en el cual o bien somos reos de «historicismo» (que consiste para él, en parte, en atribuir a la historia Teves predictivas o en proponer «in- terpretaciones generales» que se basan en categorfas «holisticas» im- propias impuestas por la mente interpretadora, que son empiricamen- te inverificables y que nosotros mismos introducimos de matute en la historia), o bien estamos ofreciendo declaradamente una interpre- tacidn_como «punto de vista». Los hechos discretos, “én” cualquier caso, estan contaminados por su procedencia fortuita o preseleccio- . nada. Los datos sobre el pasado sobreviven hasta nosotros o bien de maneras arbitrarias o bien de tal manera que imponen presuposi- ciones determinadas al historiaclor que los investiga; y puesto que las Hamadas «fuentes» histéricas sdlo registran los hechos que en su momento parecieron suficientemente interesantes para ser re- gistracos ... lus fuentes, por regla general, sélo contendrén hechos ajustados a una teorfa preconcebida. Y puesto que no hay otros hechos disponibles, por regla general no seré posible coutrastar esa o cualquier otra teovia subsiguiente. La mayorfa de las interpretaciones serin «un cfrewlo vicioso en eb sentido de que deberdn ajustarse a la interpreracién que sirvid de base a Ja seleccién origivaria de los hechos». Asi pues, el conocimien- to histécico, en cualquier sentido amplio o general de la palabra, no es mas que su propia construccién, Mientras que Popper admire que una interpreracidn pucde ser invalidada cuando no se corresponda con hechos discretos empiricamente averiguables (cosa que Althus- ser no puede hacer), en virtud de sus criterios de prueba —criterios derivados de las ciencias naturales—- no pocemos ir més alld. La prue- ba experimental de cualquier interpretacién es imposible: de ahi que la interpretacién pertenezca a una categoria ajena al conocimiento histérico (el «punto de vista»); esto no quita que cada generacién tiene derecho, ¢ incluso «necesidad imperiosa», de oftecer su propia interpretacidn © punto de vista como contribucién a su propia auto- comprensida y autoevaluacién.” sta es la conclusién de Popper: no podemos conocer «la histo ta», 0 a lo sumo podemins conocer sdlo bechos discretos (y tinica- mente los que resultan haber sobrevivido gracias a su propia auto- seleccién o a la seleccién de la historia), La interpretacién consiste en la introduccién de un punto de vista: esto puede ser legitimo (sobre otras bases), pero no constituye ningtin conocimiento histérice verdadero. Althusser arranca de una premisa muy semejante,’ aun cuando la sugerencia de que podemos conocer hechos discretos Je mueve a desprecio, ya que ningin hecho puede alcanzar identidad epistemolégica (ni la atribucién de ningtin sentido) hasta ser colo- cado dentro de un campo teorético (o ideoldgico), siendo el acto 7. K.T. Popper, The open society and its enemies, 1962, IL, pp. 265-268. 8. Hindess y Hirst siguea las mistnas premisas positivistas atin mds servil- mente; véase Pre-capitalist modes of production, pp. 2-3, 310, 311 Sy teorético previo a cualquier cosa que pretenda ser investigacién «em- pitica», y aquello que Jo configura como tal. Segiin el esquema de Althusser, la ideologia (o Teorta) asume Jas funciones que Popper describe como interpretacién o punto de vista. Sélo en sus conclusiones es donde encontramos acentuados de. sacuerdos. Para Popper, «no hay historia de la bumanidad, sino sdlo un ntimero indefinido de historias de todo tipo de aspectos de la vida humana». Estas historias son creadas por los historiadores a partir de un «campo infinito de temas» en funcidn de Jas preocupa- ciones de la Epoca? Fl acento se pone una y otra vez, con Ia mono- tonia de una maquina automiatica, en la incognoscibilidad de cualquier proceso histérico objetivo y en los peligros de Ia atribucién «histo. ricista>. Debemos retroceder a tienras en medio de una oscuridad empirista, descifrando los hechos confusos con que tropezamos, por partes y uno por uno. Pero allf donde Popper vislumbra un peligro, Althusser ve una espléndida oportunidad, un espacio conceptual, un vacio que invita a su imperial ocupacién. El proceso histérico es incognoscible como objeto real: el. conocimiento bistérico es produc- tode Ta teorfa, Ia teoria inventa la historia, ya sea como ideologia 0 como Teoria («cienciay). Lo nico que falla —-recordémoslo— es que «la teorfa de la historia, en sentido fuerte, no existe». Pero Alt. husser puede proporcionar esta teorfa a los historiaclores. No nece- sitamos andar a tieatas en la oscuridad: saltaremos, de un ‘brinco epistenolégico descomunal, cle la oscuridad a la luz del dia. Ya hemos advertido anres este asombroso idealismo. Es cierto que ej idealismo es algo con fo que Althusser es muy severo, inclu. so puarilloso. «E! idealismo especulativos, nos dice, confunde el pensamiento con to real reduciendo To real al pensamiento, y «con- cibiendo lo real como resultado del pensamiento». Pero Althusser no emplea rantas palabras para hacer gestas superfluos. (Negar explici- tamente la existencia previa de un mundo material podtfa incluso suscicar sobre él] miradas de extrafeza por parte de los dirigentes del PCF.) Como concienzuclo «materialista», Althusser afirma que ahi fuera. el mundo real existe en alguna part Para nosotros «lo real» no es una consigna tedrica; lo real es el objeto teal que existe independientemente de su conocimiento, 9, Popner. op. cit.. If. 9. 270. Cf. Hindess y Hirst, op. cit.. p. 311. aunque sdlo puede ser definido por su conocimiento. En esta segun. da relacién, de cardcter tedrico, lo real constituye una sola realidad con los medios de conocerlo ... (PM, p. 257.) De modo idéntico, hace mas de 350 afios, un filésofo que razonaba desde un panto de vista opuesto, declaraba: «Para nosotros Dios no es una consigna ledrica; Dios es la Causa Primera, que existe inde- pendientemente de nuestro conocimiento, etc.», 0, para ser més pre- cisos, «verdad es que Dios no obra nada en la naturaleza que no se: por causas segundas». El razonamiencto no impidis que Francis Ba- con fuera acusaclo de ateismno secreto, y Althusser no deberfa sor- prenderse de ser acusado de disolver Ia realidad en una ficcidn icdea- lista. Porque, uma vez hecho este gesto piadoso y necesario (como una especie de @ priori genético, una estipulacién «en ltima ins- tancia»), lo «real» es rdpidamente desechado. Todo lo que el pensa- miento puede conocer es el pensamiento, y para ello sdlo puede em- plear artefactos de pensar bastante malos, «pues la mente de! hombre es ... como un espejo encantado, Ileno de supersticiédn e impostura, sino se le libra de ello y si no se le sujeta».!® La teoria debe enclerezar las cosas. afi sini Teoria. Esta Teoria yacia en la i inmanencia, esperando la ruptura epis- temoldgica de Marx. Y ef conocimiento entonces apropiado por Marx (aunque seria mds propio decir «revelado») de ningdn modo estaba deterruinado por su objeto. Los histariadoces han leido de un iodo tolalinente erréneo EZ capital: Lo que no han visto es que la historia figura en Et capital como objeto de teorla, y no como objeto real, como objeto «abstracto» (conceptual) y no como objeto concreto-reai; y que los capfrulos en los que Marx aplica el primer grado de un tratamiento histdrico a las tuchas para acortar la jornada de trabajo o a la acumulacién primitiva capicalista se refieren a la teorfa de la historia como a su principio, a la construccién del concepto de historia y de sus «for- mas desarrolladas», de las cuales la téoria del modo de produecidn rancis Bacon, Of the advancement of learning, edicién Everyman, pi ween aplasia LOUSLLUye UL Leto GELCRHMNAG. (UG, 4, page nas 147-148). Y también: Pese‘a fas apariencias, Marx no analiza ninguna «sociedad con- creta», ai siquiera Inglaterra, que inenciona constantemente en el tomo primero, sino el MODO DE PROPUCCION CarrraLista y oada mas ... No debernos imaginar que Marx esta analizanclo la situacién concreta de Inglaterra cuando !a examina. Sdlo la examina con ob- jeto de ailuscear» esia teorfa (abstracta) de! modo de produccién capitalista. (LE, p. 76.) Guarnecido con esta toga escarlaca y forrada de la ‘Teoria, Althus- ser puede ahora partie al asalea de todas las dependencias académicas adyacentes y, en nombre de la filosofia, denunciar a sus titulares y expropiarlos de sus pobres y defectuosas disciplinas que pretenden sec conocimientos. Antes de que estas disciplinas puedan dar ningun paso, deben antes sentarse ante su tribuna y aprender sus lecciones: En particular, Jos especialistas que trabajan en los terrenos de Jas «ciencias humanas» y de las ciencias sociales (um Ambito me- nor), esto es, economistas, historiadores, socidlogos, psicdlogos so- ciales, psicdlogos, historiadores del arte y de la literatura, 0 de las ideologias religiosas u otras, ¢ incluso lingitistas y psicoanal todos ellos deberian saber que no pueden producir conociinientos verdaderamence cientificos en sus especialidacles a menos que ce- conozcan que {a teoria fundada por Marx tes es indispensable, Por- que es, en principio, la teorta que «abre» al conocimiento cientilico ef acontinente» en el que trabajan, en el cual hasta ahora sélo haa producido unes pocos conocimientas preliminares (lingiiistica, psi- coandlisis) 0 unos escasos elementos o rudimentos de conocimie:nto (el ocasional capitulo de historia, sociclogia 0 ecouomia) o puras y simples iusiones, ilegitimamente denominadas conocimientos. (LI, p. 72.) as, No importa si los vasallos de estos continentes o «dmbitos menores» ya habian creido ser marxistas: eran impostores, y ahora tal vez debieran pagar un tributo doble a La «teorfa fundada por Marx» pero que nadie, ni siquiera el propio Marx (el caso sin duda mds destaca- ble), entendié antes de [a anunciacién hecha por Althusser. En lo gue respecta a mi pobre y luboriosa disciplina, la historia, Ja expro- piacién que sufre nuestro pequefio sefiorio —-que constituye sin duaa un feudo realmente muy reducido— es total: Debemos una vez més purificar nuestro concepto de la teorfa de la historia, y purificarlo radicalmente, de toda contaminacién por parte de las evidencias de Ja historia empitica, ya que sabemaos que esta «historia empiricay no es més que la cara desnuda de la ideo- logia empirista de la historia ... Debemos concebir con todo rigot Ja absoluta necesidad de liberar [a teoria de la historia de todo compromiso con la temporalidad «empirica». (LC, I, p. 132.) Sobre todo, debemus superar Ia «fuerza increible» de un prejuicio, «que es la base del historicismo contempordneo y que pretende ba- cernos confundir el objeto del conocimiento con el objeto real, atvi- buyendo al objeto del conocimiento las mismas “cualidades” que al objeto real del cual es conocimiento». (LC, I, p. 132.) Esra claro que Althusser y su mesnada de asistentes tratan de imponer un tri- buto sobre ese sefiorfo mintsculo (y ahora subyugado) de la historia, y de conjurar el peso de auestros pecados subre las cabezas de nues- tros hijos hasta Ja tercera generacién. Uno se queda aténito en este mundo invertido de absurdos. Y sin inte- embargo su magia traspasa las mentes que se aventuran en su rior, a menos que penetxen en él con las armas en ristre y bajo la disciplina de la critica, (EI «sentido comin» no les servird de mucho: todos Jos visitantes son registrados al pasar fa frontera y desprovis- tos de él.) Las mentes encantadas cruzan territorios desprovistos de humor y Henos de visiones, negocian obstéculos imaginarios, abaten monstruos miticos (chumanismo», «moralismo»), practican ritos tri- bales con la recitacién de textos aprobados, Hay-un elemento dra- mético: los iniciados sienten que tienen algo que hacer (estén desa- rrollando una «ciencia») en cuanto descubren en Marx «silencios» imputables a inexperiencia, y extrapolan luego a partir de Jas razones autoextrapoladoras de la Teoria, Y fuego aparecen los dramas més gcaves de los herejes y las herejfas, en cuanto los alumnos y disci- pulos pierden la fe, en cuanto surgen profetas rivales, en cuanto se multiplican los subalthusserismos y los postalthusserismos, asf como otros derivados (lingiiisticos y semidticos). Es natural, puesto que es exactamente en aquellas condiciones en que una teoria (0 una teolo- gia) no se somete a ningin control empitico cuando las disputas sobre la colocaciédn de un término conducen a un parto teorético: el parto de la partenogénesis intelectual. De modo gue este es el punto en que nos hallamos. Un espec- taéculo mds, aberrante y asombroso, se afade a la fantasmnagoria de nuestra época. Estamos pasando un mal momento para los espiri- tus racionales: para un éspicitu cacional formado en la tradicién mar- xista, es una época insoportable. Porque el mundo real cambién hace muecas a la razdn con sus propias inversiones. Pueden verse obsce- nas contradicciones que aparecen, se guasean y luego se clesvane- cen; lo conocido y lo desconocido truccan sus lugares; incluso mien- tras las examinamos, las categorias se disuelven y se transforman en sus opuestos. En Occidente uo alma burguesa suspira por un «mar- xismo» paca curar su propia alienacidn; en el mundo «comunista» uoa base que se proclama «socialista» da origen a una «sobreestruc- tura» hecha de fe cristiana ortodoxa, materialismo corrompido, na- cionalismo eslavo y Solzhenitsyn. En ese mundo, el «marxismno» opera como un «Aparato Ideoldgico de Estado», y los marxistas estan alienados no en su identidad sino en el desprecio hacia el pueblo. Una vieja y ardua tradiciéa cacional se compe en dos parte fcido escolasticismo acacdémico y un beutal pragmatismo del poder. ‘Vodo esto no carece de precedentes. E) mundo ha atravesado auteriormente cambios de decorado semejantes. Tales cambios in dican que algunos problemas hallan solucién (o son dejados de Jado), que otros problemas se plantean, que snueren viejas cuestiones y que sun otras auevas y no formuladas afirman su inyisible presencia a nues- tro alrededor. La wexperiencias —Ja experiencia del fascismo, el estalinismo, del racismo y del fendmeno contradictoria de la «opu- Jencia» de la dase obrera en parte del mundo capitalista~~ ierunpe y reclama que reconstruyamos nuestras categorias. Una vez mas so- mos testigos de que «el ser I> detexrnina «la conciencia social», al precipitarse la experiencia conua el pensamiento y presionar sobre 4: pero esta vex no es la ideologia burguesa, sino la conciencia «cien- car del marxismo lo que se esté quebrando debicdo a Ja tensidn. mos en una época de rechinar de dientes paca la razén. Al cambiar el mundo, debemos aprender a cambiar nuestro lenguaje y nuestras palabras. Pero ounea deberiamos cambiarlos sin que haya razones para ello VL. REITERACION ANTIEMPIRISTA DE ERRORES EMPIRISTAS Para replicae a Althusser, renunciaré a Ja ventaja de librar esta batalla en terreno favorable, a saber, el terreno de los propios. escri- tos de Marx y Engels. Pese a que en una contienda en estos térmi- nos podria ganarse casi cada escuramuza (pues repetidamente Marx y Engels, en los términos mds concretos, establecen la realidad tanto del proceso como de la estructura «inseritos en» la hiszoria, afirman Ja objetividad del conocimiento histérico y ponen en Ja picota moos «idealistas» de pensamiento idénticos a los de Althusser), me niego a arguinentar en este terreno par tres razones. Primeramente, porque si bien cada escaramuza podria ser ganada, la batalla quedaria sin decidir, pues catonces lo que el dogma en retirada deberia hacer serfa «leer» a Marx ce una manera atin mas selectiva, descubric nuevos silencios y repucliar mas textos! Eo segnrido hagat, hace tiempo que fensx del marzisimo como doctrina me ha dejado de interesar la ¢ por este tipo de procedimiento* En tercer lugar, porque si bien co- womco estos textos y quizds incluso sé «leerlos» de wn motte distinto que Alchusser —-es decir, los conozco como aprendiz y como aplica- dor préctico del materialismo histSrico, los he empleado en mi acrivi- 1. facia 1969 Althusser habia reducicdo los textos plenamente aprobados a dos: la Critica del Programa de Gotha (1875) y las Netas marginales sobre el «Lehrbuch der politischen Okonomien de Wagner (1880): sdlo éstas_ «estin definitivaments exentas de toda huella de influencia hegel » (LE, pa gina 90). Véase también Verangois George, «Lire Althusser», Les ups Mo- dernes (mayo 1969). 2. Véuse mi «Open letter to Leszek Kolatowski», Soctilist Regiiter as 18-33, sentido en deuda con ellos y eventualmente he descumerio vamoen en ellos diversos tipos de «silencio» o de inadecuacién——., si bien todo esto es verdad, pienso que ya no es tiempo de esta clase de exégesis textual. En este punto, y sélo en él, puedo Hegar a un cierto acuerdo con Althusser. Para cualquiera de nosotros, seijalar una congruencia en- tre nuestras posiciones y un determinado texto de Marx no puede probar nada respecto a la validez de la proposicién de que se trate: tan solo puede conliemar ana congruencia, En cien aios el universo intelectual ha cambiado, ¢ incluso las proposiciones de Marx que no requieren ni revision ni dilucidacién fueron formuladas en un contex- to determinacdo, y muy a menue en antagonismo con adversarics determinadas y hoy olvicados; y en nuestro nuevo contexto, y anle objeciones nuevas ~--y tal vez mids sutiles—-, escas proposiciones han de ser totalmente repensadas y formuladas de nuevo. Este es an pro- blema histérico conocido. Cada cosa fia de ser repensada otra vez; cada término ha de ser someticdo a nuevos exdmenes. Debo demorarme un poco més en algunas objeciones prdcticas, que, mientras que a cualqnier historiador que cjerza se le presentan al instante, pueden resultar en cambio triviales, sin duda, a los ojos de un filésofo; con una varita epistemoldégica, puede hacerse que se esfumen. Pero las objeciones deben ser mencionadas. Pues las des- cripciones de procedimientos histdricos propuestas por Popper o por Althusser no se corresponden a lo que la mayoria de historiadores piensan que estén haciendo, o «constatany que hacen en la prdctic Uno comprueba que algunos fildsofos (y un nimero mayor de socis- logos) tienen una nocién tedrica, pero carente de informacién, de Jo que son Jas «fuentes» histéricas. Por esto ano apenas se reconoce en [a afiemacién (Popper) de que «as llamadas “fuentes” histéricas sélo registran los hechos que en stu momento parecieron suficiente- mente interesantes para sey registrados»; ni en esta otra afirmacién (findess/Hirst): «los hechos nunca vienen dados; siempre son pro- ducidos», La afirmacién de Popper parece dirigir su atencién hacia la intencionalidad de los actores histéricos: los datos histéricos com- prenden sdlo aquellos hechos que esos actores se propusieron inten- cionadamente wansmitir a la posteridad, y asi imponen sus intenciones al historiador como regla heuristica. Hindess y Hirst, que reconocen ser en su epistemologia verdaderos althusserianos (aunque mds rigu- atOS EMPILICOS MALIA ou apLopiurene particular) por parte del bistoriador, el cual «produce» hechos a par- tir de algo no «dador. Ambas afirmaciones son medias verdades: lo que equivale a decir que son falsedades. Con mucho, la mayor parte de los datos histé- ricos ha sobrevivido por razones totalmente ajenas a cualquier inten- cién de los actores de proyectar una imagen de si mismos a la pos- teridad: fos registros de Ja administracién, los tributos, Jas leyes, Jas creencias y las prdcticas religiosas, las cuentas de templos y monas- terivs, y los testimonios arqueolégicos de sus emplazamientos. Puede ser verdad que cuanto més presionemos hacia atrds en los mérgenes del ciempo registrado, tanro més los datos estardn sujetos a la atri- bucidn cle intencionulidad que hace Popper. Bsta no es, sin embar g0, una propiedad de los datos empiricos que los historiacdores de a Antigiiedad y los arquedlogos hayan inexplicablemente pasado por alto. En realidacl, cuando examinan los jeroglificos mayas mds anti- guos © las inscripciones cuneiformes de la antigua Babilonia, las in- tenciones de quienes los grabaron constituyen, precisamente, un im- portance objeto del estudio: y, a través de ellas, la recuperacién de su cosmologia, su astrologia y sus calendarios, sus exorcismos y en- cantamientos, en suma, Jos «intereses» de los autores de aquellos mensajes. Los datos empfricos intencionales (los datos intencionadamencte propoccionaclos a la posteridad) pueden ser estudiados, el marco de la disciplina histérica, con tanta objetividad como los datos no intencionales (esto es, la mayor parte de los datos histéricos, que sobreviven por razones incdependientes de los propdésitos “le los ac- tores). En el primer caso, las intenciones son ellas mismas un objeto de.investigaciéa; y en ambos casos los «hechos» histéricos, son «pro- ducidos», por medio de disciplinas apropiadas, a partir de los hechos empiricos. Pero, gacaso confesar que Jos hechos histéricos son «pro- ducidos», en el sentido mencionado de una disciplina, confirma la media verdad de Hindess y Hirst segiin la cual «los bechos nunca vienen dados»? Si no vinieran dados, en alyin sentido, entonces la practica histérica tendréa lugar en un taller vacio, donde Ja historia seria fabricacla (como a Althusser y a Hindess/Hirst les gustaria ha- cer) a partir del aire de La teorfa, ¥ el mismo ser-dados de los bechos, las concretas propiedades que ofrecen a quien practica la historia, 4m. Pp. THOMPSON constituyen una buena mitad de ese didlogo en que consiste la disci plina del historiador. Popper parece considerar que todos los datos histéricos son como las Crénicas de los Reyes. Pocos datos histéricos son «registraclos» de cesta manera tan autoconsciente; y lo que figura en los registros atin puede leerse en el senticlo «infernal», segtin la idea de Blake: esto es, tomandolo al revés y agitindolo hasta que revele lo que sus autores snponian pero no pretendian registrar, o sea, los supuestos implicitos y los atributos inscritos dentro del texto. La mavoria de s fuentes escritas tienen valor sin demasiada relacién con el «inte: que haya movido a registrarlas. Un arreglo matrimonial entre dl vdstago de un terrateniente y la hija de un mercacler de Ja India oriental en el siglo xvitt puede ser origen de una coleccién substan cial de documentos de archivo, de prolongadas negociaciones, escti turas Jegales, acuerdos de propiedad, e incluso —aunque raramente— de un intercambio de cartas de amor. Ninguno de los actores tenia la intencidn de registrar hechos interesantes para la posteridad; su intencidn era unificar y asegurar unas propiedades de unas determi nadas maneras, y quizd también negociar una relacidn humana. EI historiadoc Jeera estos materiales y, a la luz de las cuestiones que é plancea, puede extraer cle ellos datos relativos a las transacciones de propiedades, a los procedimientos jucidicos, a Jas mediaciones ence los grupos terracenientes y mescantiles, a determinadas estructutas familiares y vinculos cle parentesco, a la instirucién del matrimonio burgués 0 a las actitucles sexuales, clatos que los actores en ningtin caso trataban de poner al descubierto y ue en algunos casos J vez les hubiera horrocizado saber que iban a salir a ta luz. Es lo mismo una y otra vez: per toda la duracién temporal. Las genres debian pagar impuestos: las listas tributarias de los fogajes son explotadas no por los historiadores de Jos tributos sino por los que se dedican a la demografia histérica. Las gentes eran sometidas 4 diezmos: las listas decimales son explotadas como material empi- rico por los historiadores agrarios. Las gentes tenian la tierra en régimen de foro o enfiteusis: sus tenencias eran registradas en Jos archivos de la corte sefiorial. Estas fuentes esenciales son inrerroga. das una y orra vez por los historiadores, no sdlo en busca de nuevas formaciones, sino también obedeciendo a un didlogo en el que éstos formulan auevas preguntas. De mado que a un mero historia dor le parece una tonteria —como cnestidn de «hecho», sé posi mente que es una tonterfa— afirmar, con Popper, que «las fuentes, por regla general, slo contendrén hechos ajustados a una teoria preconcebida» “I que los hechos estén ahi, inscritos en el registro histérico, con unas propiedades determinadas, no supone, naturalmente, que estos hechos revelen sus significados y sus relaciones (el conocimiento his- t6rico) por si mismos, ¢ independientemente de todo tratamiento teorético. Pocos empiristas sostendrfan este punto de vista, y Poppet cicrtamente no lo harfa. Pero en la medida en que esta idea sobre- vive, lo hace a un nivel de metodologfa mas que de teorfa: esto es, basta que se establezca el mérodo correcto, que usualmente es cuan- titativo (el positivismo armado de computadoras), para que los he- chos revelen sus significados independientemente de cualquier ejer- cicio conceptual riguroso. He polemizado con el cardcter estético de este tipo de posicidn «empirista», durante muchos afos, a través de mi propia préctica,’ y no voy a repetix mis argumencos. Una peque- fia parte de lo que Althusser tiene que decir sobre el «empirismo» (concebido como ideologia) es justa;‘ y es el reconocimiento sibito de la obviedadl de esta justeza —ranto su «sentido comtin» como su general aceprabilidad académica-— lo que suele actuar como puerta de acceso para los lectores no aclvertidos, y lo que Jes induce por seflas a penecrar en el interior de su absurdo mundo silogistico. Fa lugor de repetir una vez mas esta vieja historia, reformulé. mosla de esta otra manera, Un historiador, en su prdctica como tal, es inducido a hacer una suposicién provisional de cardcter epistemo- ISpico: que Jos datos empiricos que maneja tienen una existencia «aly (determinante) independiente de su existencia en Jas formas del pensamiento; que estos datos empiricos dan testimonio de un proceso histérico real; y que este proceso (o alguna inteleccién apro- ximada del mismo) constituye el objeto del conocimiento histérico. Sin hacer tales suposiciones, no puede dar ningtin paso: debe que- 3. Como, por ejemplo, el capftulo «La explotacién», de The making of the English working class hay trad, cast: La formacin histérica de lu clase obre- 14,3 vols., Laia, Barcelona, 1977). 4. Pero esto es demasiado generoso, dado que Ia «definicidn» que da Ale r del empirismo es por una parte tan desalifiada y carence de ubicaciéa 1 y, por otra, tan onmnicomprensiva («pensamienco rucionalistan, «sensua lista» y «hegeliano»), que proporciona tan sdlo un epitero para asociaclo 4 cual quier punto de vista que a & no le guste. Véase LC, I, pp. 38-39. darse sentado cn una sala de espera fuera del departamnento filosdfico toca su vida. Suponer esto no implica suponer una serie entera de nociones iotelectualmente ignaras, como la de que los hechos reve: Jan involuntariamente sus propios significados, que las cespuestas son dadas con independencia de las preguntas, etc. No estamos hablanda de la prehistoria, aunque en algunos sectores Ja prehistoria sobrevive e incluso se sienta ataviada sobre sillones. Cualquier historiador serio sabe que los «hechos» son mendaces, que arrastran sus propias cargas ideoidgicas, que las preguntas aparentemente sin tapujos ¢ inecentes pueden ser una mascara para ocultar atribuciones exteriores, que inchiso Jas técnicas de investigacida mas sofisticadas, supuestamente neutras y empiricas —-técnicas que oos entregarian «la historia» enr paquetada, sin haber sido tocada poy la mente humana, a través de Ja ingestidn automatica de la computadora—- pueden eneubcir lis inés vulgares intcusiones ideolégicas.’ Es sabido: nosotros los histo tiadores hemos ido a lo nuestro en tanto que fos filésofos han ido a lo suyo, Los datos histéricos estén ahi, en su forma primaria, no pata revelar su propio significado, sino para ser interrogados por individuos adiestrados en una disciplina becha de atenta incredulidad. Los he- chos discretos pueden ser interrogaclos por lo menos de seis mane. ras distinta 1) Antes de que pueda iniciarse cualquicr otra pregunta, debe examinatse sus credenciales como bechos histéricos: gcdmo {ueren registrados? gCon gué finalidad? ¢Pueden ser confirmados por otras pruebas adyacentes? Y asi sucesivamente. Este es el sustento de todo el asunto. 2) Al nivel de su propia aparicida, o de su apacente aurodes- pliegue, pero en los términos de una inyestigacién histdérica disci- plinada, En los casos en gue los hechos sometidos a interrogacién son fendmenos sociales o culturales, encontraremos muchas veces que 5. Bs alentadova Ia critica desde posiciones Ue principio hecha a la obra de Fogel y Engerman Time on the cross, algtin tiempo después, por historiado- res norteamericanos. Los historiadores franceses, a juzgaé por la revisla Anna les E.S.C. en tos Sltimos aus, no han ofrecido siempre la misma defensa de principio contra las pretensiones universalistas de Ja cibernética. 6. Fin su forma secundaria consiste en los «hallazgos» aceptados o en el conocimiento acumulativo de los historiadores, que es sometido (0 deberfa serlo) a vb continuo examen critico. la investigacién aduce datos empiricos portadores de valor, en los que las mismas cualidades de autoevaluacién inherentes a los fenémenos (como, por ejemplo, las actitudes hacia el matrirnonio o hacia las re- laciones intramatrimoniales) se convierten en objeto del estudio. 3) Como datos exrpiricos no portadores de valor, mis 0 menos inertes y «neutrales» (indices de mortalidad, series de salarios, etc.), que son sometidos a investigacién a la luz de las cuestiones particula- tes planteadas (demogrdfica, econdmica, agraria); estas investigaciones ticnen sus propios procedimientos apropiados —por ejemplo, el e: distico--- destinados a limitar la intrusién de factores ideoldgicos, aunque no lo logren siempee de manera satisfactoria. 4) Como eslabones de una serie lineal de acontecimientos, 0 so- cesos contingentes —es decir, la historia «tal como realmente acon- tecid» (sin que nunca pueda ser, no obstante, plenamente conoe! da}, en la construceién de una secuencia narrativa; una recon: truccidn de esta clase ---por mucho que pueda ser desprectada por filésofos, por sociSlogos y por un creciente mimero de historiadores mtempordneos que han sido amilanados por Jos dos grupos ante- tiores— es um componente esencial de la disciplina histérica, un re- quisito previo y una premisa de todo conocimiento histérico, Ja base de toda nocién objetiva de causaci6n —por contraposicién a la no- cién tedrica de ella—- y el antecedente indispensable para la construc. cidn de una explicacién analitica o estructurada (que identifica rela- ciones estructurales y causales), aun cuando en el curso de un andlisis asi la primitiva narracién secuencial pueda sufrir ella misma una trans- formacién cadical. 5) Como eslabones de una serie lateral de relaciones sociales/ ideolbgicas/econédmicas/politicas (como, por ejemplo: este .contrato es un caso especial de Ja forma general de los contratos en tal época; tales contratos estaban regidos por estas y estas formas de la ley; hacfan valer tales formas de obligacién y subordinacién), que nos per- miten vecuperar o inferir, desde machas instancias, un «segmento» por lo menos provisional de una sociedad dada del pasado, con sus caracteristicas relaciones de poder, de dominacién, de parentesco, de servidumbre, de mercado y otras. 6) De ahi se puede seguir, si Nevamos la cnestién un poco mds allé, que incluso Jos bechos discretos pueden ser interrogados como datos «portadores de estructura». Esta sugerencia es mds polémica. Muchos —quizd la mayoria— de los investigadores en historia asentirfan a mis cinco primeros puntos: estas maneras de interrogar los datos empiricos pertenecen a a disciplina y a su propio «discurso de la demostracién». Un mate- vialista histérico puede avgiiir que la organizacién estructural de unas determinadas sociedades pueden inferirse no slo a partir de intor- maciones més amplias (a Jas que, con el tiempo, {legaremos), sino tarnbién, en alguna de sus partes, a partic de ciertas clases de hechos aparentemente discretos. Asi, una tenencia existe como «hecho» en forma de fSrmula fatina inscrita en algtin registro de corte sefiorial; pero lo que la cenencia «significabay no puede ser entendido indepen. dientemente de una entera estructura dé régimen de la propiedad y de un orden legal correspondiente, esto es, dentro de un sistema de tenencia de la tierra; de ahi que este «hecho» —-y sin duda una serie de hechos del mismo orden (pues ciertos fildsofos de La historia aislan «hechos» para examinarlos epistcemolégicamente y los dejan sobre su mesa de seminario para estudiarlos uno por uno, mientras que los historiadores siempre estdn manejando hechos en manajos o en seri¢s}— lleve consigo algtin «indice» que apunta hacia este sis- tema, 0, por lo menos, deberia plantear al interrogador una pregunta indicativa, Andlogamente, una letra de cambio es un «indice que séfiala un particular sistema de crédito dentro del caal esa lerra puede ser negociada. La puntualizacién tiene un significado no sdlo en relacién con la idea althusseriana de que la «estructura» puede posiblemente no estar winscrita en» lo real (que la teorla «procluce» esta historia), sino tambien en relacién eon el norninalismo de Popper y con el «in- dividualismo merodolégica», que coutempla todas lectividacl y de estructura como ficciones «holisticas» o como abs- tracciones impuestas por el observador. Pero, como ha mostrado Macfntyre, «el ejéccitor es, en el sentido de Popper, un concepra as nociones de co- abstracto, mientras que «el soldado» secia un concepto concreto, un dato empirico disereto que él estaria dispuesto a admitir. No obs- tante, ng se puede caracteri Fun ejército rebrigndose a ios sotdados que pertenecen a 1, Pues para hacerlo hay que identificarlos come sot dados; y proceder asi supone ya introducir el concepto de ejércite Porque wun soldado es justamente un individuo gue pertenece a un ¢jército. Asi, pues, venos que fa cacactecizacién de los indivi: duos y de las clases tiene que hacerse conjuntamente. Ea substan- cia, no son dos taveas separadas.” Un nominalista, si es lo bastante estricto, deberfa describie ef contra- to enfitéutico y Ia letra de cambio como piezas de escritura sobre pergamino o papel; y estaria embarazado incluso para describir Ja escritura independientemente del concepto de lenguaje. Los retoiios de los norinalistus de ayer son hoy los discipulos de Althuss Lo dejuremos correr. He propuesto ciertas maneras de interrogar los hechos, y sin duca pueden proponerse otras igualmente discipli- nadas y apropiadas. Fistos modos tienen dos atributos comunes: 1} presuponen que ef historiador entra en algdn tipo de confroa- cacién con uaos datos empiricos que no son infinitamente maleables ni sujetos a manipulacién arbitraria; que en algiin sentido real y sig- nifcativo los hechos estdn «ali», y que son determinantes, aun cuan- do las preguntas que pueden plantearse son cliversas, y diversas tam- hién las cespuestas posibles; 2) suponen una aplicacién disciplinada y reflexiva, y una disci- plina desarvollada precisamente para detectar cualquier intento de manipulacién arbitraria; los hechos no revelurdn nada espontinea- mente, es el historiador quien tiene que trabajar arduamente para permiticles encontrar «sus voces propias». No [a voz del historiador, acencidn, sino sas voces propias, aunque lo que sean capaces de adecie> y parte de su vocabulario venga determinado por Jas pre- guairas que él historiador formule. No pueden «bablar» hasta que se les «pregunte», En la argumentacién precedente he planteado ciertas «objecianes practicas» ante Jas apatiencias, es decir, anve lo que un historiador cree que esta haciendo, ante e! conocimieato que tiene de sus: propios procedimientos. Mi planteamiento sugiere métodos muy diferentes a los indicados por Popper. ¥ Altbusser encontrarfa en mi exposicidn censurables capitulaciones ante la «ideologia empivista». Pero no pre- tendo prolongar esta linea de defensa; podria ser considerablemente extendida y elaborada, y podrfamos penetrar mds adentro en el taller del histeriador, Pero ofrecer una defensa equivaldria a admicir que la acusacién Janzada es tan seria que merece tal clefensa. Y no es éste 7. Alasdair MacIntyre, «Breuking the chains of reason», en Out of apathy, Londees, 1960, pp. 219-220 el caso. Ni Popper ai Althusser muestran tener el menor conocimien- to inmediato del modo de proceder del historiador; ninguno de Jos dos eotiende Ja navaraleza del conocimiento histérico. Popper mues tra mayor curiosidad, y por esto sus objeciones merecen Ja cortesia de una respuesta;* peru sus reiteradas confusiones entre mérodos en las ciencias experimencales y en la disciplina histrica, y entre las diferentes clases de conocimientos que se dan, echan a perder su re- flexién? Althusser no muestra Ja menor cutiosidad, El producto, o sea el conocimiento histérico, no le gusta, y esta avecsién es quizd tan grande que le impide coalquier clase de trato mas intimo. EL sabe que la Teoria podria escribir mejor la historia, «Zl conoamiento de la historia no es histdcico en mayor grade que pueda ser dulce el conocimienta del aziicar.» Ast habla Althus- ser. Veamos mas de cerca este denodado epigrama. En una mente inadvertida, mueve a la aquiescencia a causa de su «obviow sentico comin, a su mismisima banalidad: ningin conocimiento puede ser lo mismo que su objeto, jCudnta verdad! Hasta podriamos instalar una Casa de !a Moneda epistemoldgica donde acufiar epigramas del mismo estilo. «El conocimiento del partido comunista francés no es comu- nista en mayor grado que pueda ser himedo el conocimiento del agua.» (Se podria recomendar este ejercicio como distraccidn mental para viajes abucridos en tren.) Aun asi, os términos de este banal epigrama ban sido cargacos de sentido para conducirnos tramposa- mente hacia una conclusién falsa. En la primera cléusula («historia ... histérico») somos deliberacamente lanzados en una ambigiiedad, pues «histérico» puede significar perteneciente a los acontecimientos ‘o datas histéricos reales, o perteneciente a la disciplina histdrica (el conocimiento de la historia). Althusser nos induce a confundir ambos significados, ya que un fildsofo siguroso no deberfa cometer inocen- 8. Las objeciones de Popper al cardcter «predictivon de ciectas nociones de “las «leyes» histéricas tienen fuerva y estin argamentadas de una forma obstina- da, Althusser sacaria provecho de su lectura. 9. En un corrosive capitulo (ala necesidad de una filosoffa de Ja histo- tia») de su Autobiography (Pelican, Gretna, 1944, p. 61), R. G. Collingwood exponia, justamente tales confusiones: «Estaba claro paca mi que cualquier filé- solo que ofreciera una teorfa del “método cientifico”, sin estar en condiciones de ofrecer una teoria del método hist6rico, estaba defraudanco a su piblico colo- cando a su mundo encima de un elefante con la esperanza de que nadie pre- _ untara sobre qué se sostiene el elefanten. temente un solecismo de esta especie. Porque si habiera dicho que «el conocimiento histérico no pertenece a la historia en mayor grado que el conocimiento azucarado es dulce», no habriamos reconocido de inmediato una revelaciéa de la verdad. Halriamos sospechado ~~con razén—- que querian hacernos cacr en alguna trampa. Y ha- befamos examinado més criticamente la segunda cldusula. ¢Por qué «dulce»? gDe qué maneras guardan los términos ¢histdrico» y «dlul- ce» alpuna relacién entre si que permita establecer una analogia légi- ca? «bistérico» es una definicién genérica: define de un modo muy general una propiedad comin de su objeto (perteneciente al pasado y n6 al presente o al futuro). «Dulce» separa una sola propiedad de centre un conjunro de otras propiedades que podrian ser predicadas. HI aaicar tiene propiedades quimicas y una composiciSn quimica, color marron o blanco, se presenta en terrones 0 en polvo, pesa tanto y su precio no cesa de subir. La propiedad aislada por Alrhus- ser ~-su sabor dulee—~ afecta no al conocimiento, sino a la percep- cidn sensorial. El aaicar tiene un sabor dulce, pero nadie ha saborea- do jamds la historia, que quizd sabe a amargo. Asi, pues, estas dos cléusulas guardan entre sf una selacidn Unicamente retérica 0 po- lémica. Una homologacién honesta de ambas cldéusulas nos habria dado lo siguiente: «El conocimiento de la historia no es histérico en mayor grado que pueda ser dulce el sabor del azicar». Esto no ha- brfa pasmado a lectores inocentes con el saber de la Teorfa, ni les habefa lanzado a toda prisa a consultar a Bachelard y Lacan. Tam- bién se habrfa podido formular bajo otra forma: «El conocimiento de la historia no es histérico en mayor grado que pueda ser quimico el conocimiento del aaicary. Esto nos habria conducido jms cerca de una analogia; pero entonces no habria servido tan bien a los fines del truco althusseriano, Porque nos harfa reflexionar en que el cono- cimiento de la historia es hist6rico (pertenece a la disciplina de Ja historia) exactamente de la misma maneta gue el conocimiento del azicar es quimico (en el sentido de que halla su defniciéa en el inte- rior de Ja ciencia quimica). Lo que Althusser desea que asimilemos de su epigrama es Jo si- guiente; «El conocimiento de la historia no tiene que ver con Ja histo- ria real mds que Jo que tenga que ver el conocimiento del aziicar con el azicar real», Entonces advertiriamos que no se nos ha presentado ningtin descubrimiento excepcional, sino una tautologia epistemold- gica (el pensamiento no es lo mismo que su objeto) o bien un enun- ciado cuyas dos cldusulas son falsas y cuyas implicaciones son inelu- so cosa de locura. Pero se nos invita a entrar en la sala de funciones althusseciana mediante muchos pequefos artilicios verbales de esta clase: se nos hace «comprar» estas exaltadas proposiciones como billete de entrada. Lo vinico que se nos pide a cambio por ellas es una parccla de nuestra razén. Y una vez dentro de la sala de teatro, nos damos cuenta cde que no hay salidas. Podrfamos examinar otras proposiciones giciadas del mismo modo, pero no voy a exponer al tedio a mis lectores. Ya es hora de plan- tear otra cuestidn mds seria: gcdmo ha sido posible que Alchusser, el arquitecto racional, haya constcuido este textro del absurdo? ¢Con qué problemas peleaba Alchusser, cuyas complejidacles le han condu- cido a tales zozobras de mixtificacién propia? Se puede proponer una respuesta a dos niveles distintos: el ideoldgico y el sedrico. Deje mos de lado, por el momento, el examen ideolégico. Primeramente, tendremos !a considerdéién de situar sus ideas en el mismo plano de validez en que él las sitia: suponcremos que ha alcanzado e} irracio- nalismo a través de vias racionales, aunque crréneas. Hemes visto que la fractura central que recorre todo el pen- samiento de Althusser es una contusidn entre procedimientos em- picicos, controles empiricos y algo que ¢i llama «empirismo». Esta fractura invalida no esa o aquella parte de su pensamiento, sino su pensamieato como un todo, Su posicién epistzmoldgica le impide comprender los dos «didlagos» con fos cuales se constituye nuestro 4 ciencia social, que cla origen a la experiencia; en segundo lugar, ef miento: en primer lugar, el didlogo entre ef ser social y la con- didlogo entre la organizacion teorética (en toda su complejidact) ce los clatos empiricos, por ana parte, y el cardcter determinado ce su objeto por otra. Como consecuencia del segundo fullo, no puede comprender —o debe desfigurar— ef cardcter de Jos procedimientos empiricos que se elaboran, en clistintas disciplinas, no sdlo para inte- rrogar a los «hechos», sino rumbién para asegurar que responden no con Ja voz de quien les interroga sino con la suya propia. Corio cow secuencia del primer fallo, no puede comprender ai la génesis real, existencial, de la ideologfa, oi los carainos por los cuales la praxis humana impugna esta imposicién ideoldgica y forcejea con sus Jimi- tes. Como que ignora ambos didlogos, no puede encender cémo tiene lugar la «egada» (como experiencia) del conocimiento histérico, ni los procedimientos de investigacién y verificacién de Ja disciplina histérica. La «suptura eépisteradlégica», con Althusser, es una rup- tuca respecto al conocimiento disciplinado y un salto hacia la autoge- neracién de «conocimicnto» siguienclo sus propios procedimienros teo- réticos: esto es, unt salto fuera del conocimiento y hacia la teologia. Si da este salto es porque no es capaz de ver otro camino distirito para salirse del compulsive campo ideolégico del genuino empirisino, ‘on su complacencia intelectual y sus técnicas positivistas autocan- firmatovias. «EI positivismo, con su visién encogida de la racionalidad, su aceptacién de la fisica como el puradigma de la actividad intelec- tual, su nominalismo, su atomismo, su falta de hospitalicad hacia todas las concepciones generales del mundo»,' eso no lo inventd Althusser. Esto de lo que desea huir ——la peisién empirista, encecra- da en sf misma, cuyas metodologias patrullan con Ulaves (Maves esta- disticas, lingtifsticas) en sus cinturones, cerrarida todas Jas puertas a la adenisié6n de procesos estructucados— existe sin ninguna duda Alchusser ha escalado sus muros; ha saltado; y ahora construye su propio teatro en un emplazamiento vecino. Prisidn y teatro se repe- len entre si. Pero, cosa curiosa, la prisidn y el teatro estén cons- truidos en gran medida con Jos mismos materiales, aunque Jos ar- quitecros tivales se hayan jurado enemistad. Examinadas desde el punto de vista del materialismo histérico, ambas estructuras mues tran una identidad extraordinaria. Ante ciertos enfoques, las dos estructuras parecen hace mplificar la identidad de los opuestos, Pues ambas son producto dle una immovilidad conceptual, y han siclo erigidas, piedea sobre pie- vias estdticas y abistdric: cidn critica conciemne menos a fa epistemologia en su re- hechos discretos —-aunque hemos notado ya aqui cier- semejauzas que a la legitimidad epistemoldgica del eonoci miento béstdrico, cuando se considera en su aspecto de conocimiento de causas, de estructuras, de las modalidades de las relaciones entre grupos © instituciones sociales, y de la légica (0 las «leyes») del pro- ceso histérico. En este punto es donde Ja prisién y el teatro une sus fuerzus contra él materialismo histérico, pues ambos alirman que este condeimiento (como conucimienta de lu real) es epistemoldgica- sé eco una a otra, fundirse una en orra, dra, con. cat La cu taci6n con los 10. MacIntyze, op. cit, p. 234. mente ilegicimo. Althy r trizas el «empiri modo alguno porque parte de la misma premisa; simplemente «rom- pe» en ua determinado momento hacia una conclusidn idealista. Tanto Popper (4) como Althusser (6) afirman Ja incognoscibilidad de Ja historia como proceso dotado de su propia causaciéa, dado que (a) toda nocién de estructuras y de mediaciones estructurales comporta atibuciones «holisticas» impropias y las nociones «hisloricis causacién y de proceso son inverificables mediante pruebas experi- mentales; 9 dado que (4) la nocién cle que el conocimiento estd «ya realmente presenie en el objeto real que ha de conocers es una ilu sida del empirismio «abstraccionista», que toma errdneamente como propias atribuciones ide Qué “importa que, a partir de agai, Althusser dé un salto hasta concluir que el conocimieato elabora —-y debe elaborar---, con su propia ma- teria tedrica, un «conocimiento» histérico que no es mas que reco. mado shistoricismo», en cl sentide popperiano de la palabra? Un empirista de verdad quedard satisfecho con esto, pues a sus ojos Alt- hasser habraé tan sdlo conlirmado, mediante su agilidad idealista, ¢l cardcter inverificable ¢ ideoldgico de todas las pretensiones tales al conocimiento histérico. Alibnsser ofrece un ejemplo de categoria para Jas discus un epilogo a La pobreza del histori cismo Las objeciones al materialisme histérico que comparten estos dos smo» en » de descubrimientos etapiricos sus ISpicas. jones de seminario: antagonistas soa; los «hechos», aun si son cognoscibles, son discre tos; como «inateria prima», son impuros; por consiguiente —-esto no estd dicho, pero sf implicito—, la multiplicidad de «hechos» multi- plica las impurezas. Los hechos histéricos sobreviven, como textos, de maneras fortuitas o preseleccionadas, Ilegan a nosotros ya ubica- dos en un campo ideoldgico, el de una sociedad dada del pasado y con la carga valarativa de ésta; por Jo tanto, no son en modo alguno «neutrales». Las nociones histéricas de causacién o de estructura son construcciones tedricas altamente claboradas; como tales, son propic- dades de la teoria y no de su objeto, la historia «real». Ningtin pro- cedimiento empirico puede identificar la categoria de clase social; ningtin experimento puede ser real ado para probar el cardcter bur- gués de la ideologia burguesa, como tampoco para despachar esta nocién holistica. El yocabulario puede ser distinto, pero la Iégica de ambas partes converge. Al Hegar a este punto, Jos fildsofos se dan {a mano, se besan en las mejillas y se marchan. Entonces el empi- rista cle verdad dice: «Ios hechos discretos son lo wnico que poae- mos conocer. “La historia” es un concepto holistico impropio desti- nado a recubrir una secuencia de hechos discretos tal como de hecho ccurrieron solapéndose unos a otros. Si intrcducimos conceptos, los introducimos como “modelos” que nos ayudan a investigar y a orga nizar estos hechos; pero debemos tener claro que estos modelos existen en guestras cabezas y no “en” la historia, Y¥ debemos desarro- llar téenicas empiricas cada vez mas refinadas, mds libres ce conno- laciones valorativas y preferiblemente cuantitativas, para permitir que estos hechos s¢ desplieguen tal como efectivamente tuvieron lugar em st. momento. Pase lo que pase, garantizaré que ningtin hecho escape de su discreta celda de prisién, establezca relaciones y electric mitines de masas», 1] exaltado estructuralista marsista dice: «j Acids! ‘us procedimientos me aburren. Me vuelvo a mi teatro a escribir el de otra historia mejor, revolucionarian. Pero lo curioso es que, caminando en sentidos opuestos, desem bocan practicamente en ef mismo lugar. Vamos a ver céro ocurre esto. Las «ciencias», asf lo ba formulado Althusser, «no necesitan verificacién a partir de practicas externas para declarar “verdadero” el conocimiento que producen». Y, recordémoslo, nombra explicita- mente el materialismo histérico como ciencia que cumple esa condi- de Marx es el criterio de Ja “verdad” del cierto que en una ocasién cidn, «La prdctica tede conacimiento producido por Ma dice, en un gesto insdlito hacia un mundo exerafilosdlico, que los éxitos y fracasos de su conocimiento tedrico «constituyen “experi- mnentos” pertinentes para la reflexién de la teoria sobre si misma y su desarrollo internow.'' El gesto es impreciso; los «experimentos» no son identificades; los criterios de éxito y de fracaso-no se especi- fican; el tono sugicre que tules «experimentos» son pertinentes pero no esenciales; y no se apunta en absoluto que puedan determinar, en uno u otro sentido, el «desarrollo interno» de la teorfa. De modo que, I, Véase la nota 2 del cap, V, El razonamiento es poco mis que un gesto hacia una particular rradicion francesa de epistemologia y estruccuralismo idealista: Buchelard, Cavaillés, Canguilhem, y Foucault. Véase Simon Clarke, aAlthusserian Marxisom, 3.* parte, ap. 1, y Lire le Capital, 1, pp. 50-53, Es sig: nificarivo que ol Unico historiader recomendado por Alehusser sea Foucault, su antiguo alomno, que en su obra anterior, dominada por el concepto de fa cepistemer, nos oftece también una historig que es como una estructura sin sujeto, en la que los hombres y las mujeres se ven borrados por ideologias. una vez mas, hallamos una notable congruencia entre el estructuta- lismo idealista de Althusser y el «empicismo débil» de Popper. Nuestros dos filésofos han estado caminando por dos senderos distintos, pero paralelos, asintiéndose el uno al otro con la cabeza por encima de los macizos de flores epistemoldgicamente ignaros de los historiadores. Pero ahora los senderos vuelven a converger: EL escepticismo cadical de Popper ha parecido colocarnos bajo la guia de una légica vigilante; la epistemologia de Althusser nos dirige hacia los rigores de la practica tedrica; ambos parecen digniftcar la_teoria © Ja ldgica y colocar éstas por encima’dle ‘las apariencias ilusorias de la @ealidad objétivay. Pero la consecuencia es que ambos se encuen- tran’ho en la fuente del conocimiento, sino contemplando con azora- miento el estanque de peces de colores de la Ambos senderos Idgicos Wevan a la misma articulacién de fa Popper desaprueba lo que no puede percibirse, contrastado me- diante {a experimentacion, verificado; ahora bien, las interconexio- nes entre fendmenos sociales y la causacién dentro de los procesos histécicos parecen residir mds allé de toda prucba experimental: de ahf que un empirismo débil nos lleve a mirar sin pretensién omnia- barcante las manifestaciones més inmediatas del mundo, aceptindolas tal como son f porque eso és lo que parecen ser. ‘Althusser, por el con- wario, “§€ muestra sumamente vigilante contra las apariencias del «sentido comin», Suspecha de toda manifestacién, de fodo signo «exteriors: la préctica teérica es pertrechada de sus propios criterios y de su propio discurso de Ia demostracién, Pero, aqué se sigue de ahi? Dado que fa teorfa cuenta sdlo con medias internos para su propia verificacién, podria desarrollarse, por propia extrapolacidn, a su antojo en cualquier diveccidn. (Y eso es lo que hace, en algunas expresiones altamence teovicistas.) Pera de esta manera, de hecho, no podemos andar por la vicla, como tarmpoco podemos andar por el mundo del pensar substantivo —substantivo en el modo o en el ob- jeto—. Una vez hemos dejado atrds la epistemologia y nos ponemos 4 preguntar sobre nuestros vecinos, o sobre economia, o historia, © prdctica polfcica, entonces debemos hacer algtin tipo de suposiciéa (acerca de lo que pensamos) antes de que podamos siquiera empezar A pensar, Como que la teorfa desaprueba cualquier apcopiacién activa del mundo externo de la nica manera que es posible —a suber, entran- do activamente en liza o en didlogo con sus datos empiricos— en- tonces hay que asumir este mundo en su totalidad. Vas «materias primas» (G I) que flegan son recibidas simplemente como dadas; y por mucho procesamiento puramente interno a que sean sometidas por G If para transformarlas en G IIL, no se puede hacer oro con el barro; siguen siendo, por muy retocadas y sofisticacdas que estén, exactamente Jo que eran al comienzo: suposiciones (prejuicios, visio- nes sumarias de «sentido comédn» de «lo que todo el mundo sabe») que aciertan a estar convenientemente a mano para confirmar (o «ilustrar») los enunciados previos de Ja teoria, No importa realmen- te que Popper y Althusser, inclinados con asombro sobre el mismo estanque, vean peces de distintos colores; no importa que las nocio- nes empfricas burguesas y estructurales marxistas de «lo que todo el mundo sabe» se sostengan sobre presupuestos diferentes. Ambos tienen razones epistemoldgicas inmaculadas para ver exactamente lo que alcanzaron a ver. En el estanque ondean Jas apariencias. Los peces a Althusser se le ancojan rojos, mientras que a Popper le parecen grises: el primero ve sobrenadar un suntuoso Estado Obrero, mientras que el segundo, acechando entre las hierbas, atisba una reticente Sociedad Abierta. Ambos deberdn terminar con apariencias, puesto que ambos empeza- ron negando que las apariencias sean e! signo de una realidad ulte- tior, de relaciones y practicas, cuyo significaclo sdlo se revela tras un arduo esluerzo inquisitivo. Las apariencias no revelardn este significado espontdineamente y por sf mismas: ghace falta repeticlo otra vez? Entre mis intenciones no figura fa de negac la secuctora capacidad de mixtificacién, en base a la «evidenciay, que tienen las apariencias, ni nuestra disposicién a dejarnos aptisionar por categorias no exarminadas. Si. seponemos que ej sol gita en torno a la tierra, Ja «experiencia» nos lo confirraard cada dfa. Si suponemos que una pelora baja rodando por fa lacera de una colina por su energia y su voluntad innatas, no hay nada en la apariencia de la cosa que nos desmienta. Si suponemos que las malas cosechas y las hambrunas son producidas por los castigos que Dios nos envia por nuestros pecacos, entonces na podemos refuta esta explicacién apelando a sequfas o helacas tardias o playas, pu Hios podria haber elegido estos instruamentos para castigarnos. Debe mos quebrantar las viejas categorfas y construir orras nuevas antes de poder «explicar» ¢l dato empirico que siempre ha estado abi. Pero la elaboracidn y destruccién de conceptos, el proponer nue- asta) y vas hipdcesis y reconstruir categorias, no es cosa de invencidn teo- rética, Cualquiera puede proceder asi. ¢Quizds el hambre fue alguna travesura del demonio? ¢O el tizén en Inglaterra la consecuencia de brujerfas hechas en Francia? ¢O acaso es el cumplimiento de al- gana antigua maldicién ligada al adulterio de la reina? La aparien- cia confirmard tanto una como otra de estas hipstesis: ya se sabe que el demonio anda suelto, que los franceses practican Ja brujeria y que la mayoria de [us reinas son achilieras. Y si suponemos que Ja Unidn Sovigtica es un Estado Obrero guiado por una esclarecida feorfa imarxista; o gue las fuerzas del mereado en una sociedad ca- pitalista siempre maximizardn el bicuestar comin; entonces, en uno u otro caso, podemos qnedarnos el dia entero inmdviles en un lugar, contemplando ef radiance sol socialista desplazarse por el cielo azul, o la pelota del Producto Nacional Bruto rodar por la pendiente de Ja colina de la abundancia, juntando més y mas bendiciones a su paso. No necesitamos recitar una vez mds este abecedario. Este abecedario, sin embargo, no es alguin cédigo especial, enten- dido sélo por especialistas en légica. Ps un abecedario comin, cuyo conocimiento debe dominarse al acceder a cualquier disciplina. ‘Tam- poco es una severa leceién que deba ser administrada periddicamente a los «empirisias» (y sdlo a ellos). No hay duda de que existen empi- ristas que necesitan esta correccién, Pero la leccién tiene dos filos en su navaja. Las hipétesis autogeneradas, no sujetas a concrol em. pirico, nos abandonaraén deniro de los limites de la contingencia con la misma rapidez —si no mds-— con que nos rendiran a lo «obvio» y manifesto. Realmente, cada error engendra y reproduce el otro; y a menudo se Jos puede encontrar a ambos dentro de una misma mente, Lo que al parecer hay que repetir una y otra vez es el carde- ter arduo de la confrontacién entre el pensamiento y sus materiales objetivos, esto es, el «didlogo» ---ya sea como praxis, 0 como discipli- nas intelectuales més autoconscientes— a partir del cual se conquis- ta todo conocimiento. VIL LA LOGICA DE LA HISTORIA Ahora tendré lugar un breve intermedio, Pueden ustedes supo- ner que las luces se han encencdido y que los acomodadores avanzan por los pasillos con bandejas enas de helados. Durante este entreac- lo mi propésito es discutir de Idgica histérica, Los filésofos o socié- logos a quienes no guste este tema o que sean profundamence es cépticos a su respect quedan advertidos pata que se retiren al salén de descanso o al bar, Pueden volver a reunirse con nosotros en el capitulo VELL No es facil discutir este tema. No hace mucho, estando en Cam bridge como invitado en un seminario de distinguidos antropslogos, cuando se me pidid que justificara una cierta afirmacidn, respondi que estaba validada por la «légica histérica», Mis atentos huéspedes esta- Maron en una franca hilaridad. Yo participé en la risa, por supuesto; pero también me vi empujado a reflexionar sobre el significado «an- tropoldgico» del inteccambio. Pues es habitual, entre Jos rituales aca démicos para los especialistas de disciplinas diversas, profesar res- pero no tanto por Jos hallazgos de Ja disciplina de Jos demds, cuanto por las auténticas credenciales de Ja disciplina misma. Y si un semi- nario de historiadores se echara a reir por las credenciales mismas de un filésofo o un antropdlogo (esto es, de la Idgica o disciplina central de su trabajo inrelectual), se tomaria como una ofensa. El significado del intercambio aludido consiste en que s¢ da por sentado en muy amplios sectores que la «historia» es una excepcidn a esta regla; que Ja disciplina central de su préctica es una ocasién de rego- cijo; y que, lejos de tomarlo como una olensa, yo mismo, como espe- cialista en esta materia, iba a participar en el regocijo. No es diffcil ver cémo ocurre tal cosa. Las maneras de escribir la historia son tan diversas, las técnicas empleadas por los historia- Si cm ¥. THOMPSON son tan variadas, los temas de investigacién histérica son tan designales, y, por encima de todo, las conclusiones soa tan polémi- cas y tan duramente controvertidas dentro de la propia profesién que resulta dificil aducir una coherencia disciplinaria. Y me doy per- fecta cuenta de que hay cosas en Ja Cambridge School of History sus- ceptibles de provocar carcajadas antrapoldgicas u otras. No obstanee, el estudio de la historia es un empetio muy antiguo, y serfa sorpren- dente que fuera el tinico entre las ciencias y las bumanidades que haya sido incapaz de desarrollar su propia cisciplina durante varies miles de atios, es decic, su propio discursa’ de le demostracién, Y no veo qué pueda ser dicho discurso a menos que adopte fa forma de upa tégica histérica. : Yo argitirfa que se trata de una ldgica diferenciada, apropiads a los materiales del historiador. No puede ser drilmente valorada segtin los mismos criterios que {a fisica, por las cazones aducidas por Popper y por otros muchos; «la hiscoriae no depara laboratorios para la ve- rificacién experimental, proporciona la evide! de causas necesarias pero nunca —a mi juicio—~ de causas suficientes, las «leyes» —o, en términos mas de mi gusto, a légica o las presiones—- del proceso social y econémico son siempre incerferidas por contingenc maneras tales que invalidarian toca regla en las ciencias experimen- tales, y asf sucesivamente. Pero estas razones no son objeciones a la ldgica histérica, ni justifican (come supone Popper) la acusacién de «hiscoricismo» coatra toda nocién ce la historia como registro de un proceso unificada cou su «racionslidads» propia. Simplemente ilustean y ocasionalmente det fo enal reswte mds provechoso—~ fa conclusién de que la jogica histérica no es lo mismo que los precedi- micnos discip| de narius de la fisica. a los mismos criterios ica tampoco puc qne i gica analiticay que es el discurso de ia demostracién propio del filésof67 Tas razones de esto residen no en ta Falta de légica de los historiadores, sino eo su necesicacl de una légica de tipo dis- dito, apropiada fen movin revelan ---ir a fenémenos que estan siemp: iento, que Is en uN mismo MomMeENto-— manif ‘iones contradic silo poeden fallar su defini- res, y sin embargo cuyos términos torias, cuyas rticulares evidenci cién en conrextos parti cales cle analisis (es de preguntas adecuadas par datos empirics) raramente son constantes, sino que mis bien cam bian seytin los movimientos del acontecimiento histrico: en la medi- da en que cambia el objeto de la investigacién, asi cambian también | las peeguritas adecuadas. Como ha comentado Sartre: «La historia no + es orden. Es desorden: un desorden racional. En el momenca mismo de mantener un orden, es decir una estruccura, Ja historia esta ya en camino de deshacerlo».! Ahora bien, un desorden de esta clase rompe todo procedimiento de ldgica analitica, la cual, como primera condicién, debe manejur términos no ambiguos y mantenerlos fuertemente en un solo lugar. Ya hemos: ialado la propensién de los filésofos, cuando examinan las credenciales epistemoldgicas de «la historia», a colocar sobre su mesa «hechos» aislados, en lugar de los materiales acostumbrados de los historiadores: los datos empiricos del comportamiento (incluyen- do el comportamiento mental, cultural) en su acaecer a lo largo del tiempo, Cuando Althusser y muchos otros acusan a Jos historiacdores de «no tener teoria», deberian meditar sobre si fo que ellos toman por inocencia o letargo no es un rechazo explicito y consciente: él rechazo de conceptos analfticos estdticos, propios de una |égica ina- decuacla para Ja historia, Por «légica histdrica» entiendo un método légico de investigacién adecuado a los materiales histéricos, concebido, en el mayor grado posible, para contrastar hipdtesis relativas a estructucas, causaciones, eétera, y para eliminar procedimientos auroconfirmatorios («cjem- plus», eilustraciones»). El discurso de la demostracién de Ia discipli- na histdrica consiste en un didlogo entre concepto y dato empirico, didlogo conducido por hipé.esis sucesivas, por un lado, -e investiga- cid empirica por el otro, EL interrogador es la Isgica hists el instrumento interrogativo una hipétesis (por ejemplo, a manera en que diversos fendmenos hayan podido actuar unos sobre otros); el que contesta es el dato empirico, con sus propiedades coacretas. Llu mar a esto Idgica no equivale, naturalmente, a pretender que siem- pte aparece evidencia en fa prdctica de todos los historiadores o que aparece en todos Jos pasos de Ja actividact de un historiador. (No es exclusivo de la historia, segun creo, el ser incapaz de mantener sus propias profesiones de fe.) Pero supone decir que esta légica no se despliega involuntariamente; que la disciplina requiere una prepaca- cién ardua; y que tres mil ajios de ejercicio nos han ensefiado alyuna 1. eSurtre aujourd’hui», L’Are, n.* 30, trad. al inglés en Telos, 9 (971), paginas 110-116.

You might also like