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El Sábado

Indice

El Sábado ...................................................................................................................... 01
El Enemigo del Sábado .......................................................................................... 04
El Mandamiento del Sábado .......................................................................................... 08
El Primer Sábado ................................................................................................... 16
El Sábado en el Sinaí ................................................................................................... 21
El Sábado en el Antiguo Testamento ....................................................................... 29
Cristo y la Ley ............................................................................................................. 37
Jesús y la Tradición .................................................................................................... 46
¿Ha Sido Cambiado el Sábado? ................................................................................. 50
El Domingo en el Nuevo Testamento ....................................................................... 57
Algunas Preguntas Respondidas ................................................................................. 65
Bajo la Gracia ............................................................................................................. 75
La Señal y el Sello de Dios .......................................................................................... 82
La Reforma del Sábado .......................................................................................... 88
El Conflicto Final .................................................................................................... 98

El Sábado

El Sábado es uno de los dones escogidos de Dios para el hombre. Fue traído a la tierra por el
propio Dios, como la corona y la gloria de la creación terminada. Debe haber sido maravilloso aquel
primer Sábado cuando Dios, al término de los seis días, descansó de todas Sus obras que había hecho.
Los cielos habían sido salpicado con joyas, y la tierra fue llenada con miles de delicias. La tierra, el mar
y el cielo proclamaron la gloria, y el poder y el amor de Dios. Pareciera ser que el amor no podía hacer
nada más de lo que Dios ya había hecho por Sí mismo.
Y sin embargo Dios no estaba satisfecho. Él le había dado la tierra a los hijos de los hombres;
ahora Él añadió un poquito del cielo. Una vez en la semana el Sábado vendría a la tierra; una vez en la
semana Dios estaría de una manera especial con Sus hijos; una vez en la semana la paz de los cielos
descansaría en toda la creación. Descendiendo de Dios del cielo, el Sábado descendería con sanidad en
sus alas, trayéndole descanso, paz y bendiciones al hombre, si, el propio Dios. Triplemente bendecido,
fue el broche de oro que rodeó la tierra y el cielo juntamente, la cadena dorada que rodeó el alma de
Dios. Así como Dios y el hombre mantuvieron una comunión juntos aquel primer Sábado en la tierra,
las estrellas de la mañana cantaron juntas, y todos los hijos de Dios gritaron de alegría.
Pero el pecado y la tristeza entraron y echaron a perder la perfecta creación de Dios. Por largo
tiempo ha permanecido el mal, y a veces pareciera que Dios se ha olvidado del hombre y lo ha dejado a
su propia suerte y destrucción. De los angustiados corazones de millones de seres humanos ha subido el
llanto a Dios: ¡cuánto, oh Señor, cuánto! Pero Dios no ha abandonado ni a la tierra ni al hombre. Él aun
se reúne con los suyos; Él aun les envía Su santo Sábado con bálsamo para el fatigado, la tranquilidad
para los agotados nervios, confort para los corazones afligidos, paz para las almas ansiosas y apenadas.
Para un mundo lleno de guerras; para los corazones que están desfalleciendo de miedo por las cosas
que han de venir sobre la tierra; para las familias que se lamentan por la pérdida de un ser querido; por
las almas enfermas de pecado que desean tener seguridad y paz, Dios aun tiene un mensaje. La tierra
aun puede resonar con el rugir del cañón y el chillido de las bombas que van cayendo, el zumbido de
los mensajeros destructores puede llenar el aire; pero el sol aun gobierna los cielos; las estrellas, calmas
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y serenas, siguen sus órbitas preestablecidas; y Dios aun está en el trono. En el tiempo determinado Él
hablará, y no guardará silencio. Los hombres aun escucharán Su voz.
Si alguna vez fue necesario el Sábado, eso es ahora. Entre el tumulto de las naciones, entre el
sonido de las armas, se escucha la voz de Dios llamando a los hombres a adorar, a tener comunión en el
descanso Sabático que aun resta para el pueblo de Dios. Ha llegado el tiempo, y está bastante retrasado,
para una restauración y reforma del Sábado. El maligno ha tenido siempre éxito en privar a los hombres
del don del Sábado por parte de Dios, y la iglesia está apática. Es tiempo que los cristianos, la iglesia,
despierte, y salga a batallar por la fe una vez dada a los santos. Es tiempo que todos “recordemos el día
Sábado, para guardarlo santamente”.

Dos Instituciones.-

Dos instituciones han llegado hasta nosotros desde el jardín del Edén: el matrimonio y el Sábado.
Solamente una de éstas, el Sábado, continuará en la nueva tierra. Del matrimonio está escrito: “Cuando
resurjan de la muerte, no se casarán, ni se darán en matrimonio; sino que serán como los ángeles que
están en el cielo”. Mar. 12:25. En forma opuesta, esto es dicho del Sábado: “Así como los nuevos
cielos y la nueva tierra, que Yo haré, permanecerán ante Mí, dice el Señor, así permanecerá tu simiente
y tu nombre. Y será que, desde una luna nueva a otra, y de un Sábado a otro, toda carne vendrá a adorar
ante Mí, dice el Señor”. Isa. 66:22-23.
Esto hace del Sábado algo único. A través de costumbres cambiantes y de diversas
dispensaciones, entre el paso de imperios y de la caída de naciones, sobreviviendo a diluvios,
hambrunas, y aun “el fin de todas las cosas”, el Sábado permanece inmóvil y supremo. De todas las
instituciones, permanece solo. Hecho por Dios y dado al hombre como posesión eterna, permanece
como la propia eternidad.
No tenemos alguna información acerca de la observancia del Sábado entre los ángeles; no
sabemos lo que los habitantes de otros mundos están haciendo en relación con el descanso Sabático;
pero sí sabemos que el Sábado fue hecho y le fue dado al hombre, y que Cristo reclama señorío sobre
él. Mar. 2:27-28. Esto lo vuelve una institución divino-humana, hecha para seres hechos de barro, pero
a la imagen de Dios, participantes de la naturaleza divina.

El Sábado.-

El mandamiento del Sábado, por su misma naturaleza, queda sobre todos los demás
mandamientos; de hecho, es fundamental para la propia religión. Es el único mandamiento que tiene
que ver con un tiempo para adoración, para contemplación, para comunión con la naturaleza y con
Dios.
Donde no hay un Sábado, todos los días serían un día de trabajo, y la vida sería una continua
ronda de cosas seculares. La naturaleza, como tal, no conoce ningún Sábado. El grano crece todos los
días; también la maleza. Las tormentas, las lluvias, el granizo, no observan el Sábado. Los desastres
ocurren, los fuegos destruyen, los accidentes suceden, sin tomar en cuenta el día de la semana. Un
multitud de deberes seculares llaman constantemente la atención, y a veces aun siete días a la semana
no parecen ser suficientes como para hacer todo el trabajo que tiene que ser hecho. Si no fuese por el
Sábado, los hombres trabajarían todos los días y aun así no harían todo lo que tienen que hacer.
Pero Dios reconoce la necesidad de descanso, espiritual y físico. Entre las demandas de la vida,
Él llama para hacer un alto y le pide a los hombres que cesen en sus actividades y le den atención a las
cosas del espíritu. Para su propia sorpresa, los hombres encuentran que tomando tiempo para los
deberes espirituales, no crea dificultades, sino que ayuda a llevar a cabo los asuntos temporales; que el
descanso físico en el Sábado no atrasa sus obras, sino que les da más bríos y fuerza para sus propósitos
comunes en los demás días de la semana. Ellos han encontrado por experiencia propia que descansando
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el Sábado los capacita para hacer más trabajo en seis días que lo que ellos hacían en siete. Pero por
sobre toda ganancia física, es el vigor que le viene al alma a través del tiempo pasado en
contemplación, ya que el hombre se encuentra cara a cara consigo mismo y con su Maestro, y
considera los temas vitales de la vida – muerte, cielo, eternidad, deber y privilegio – y comprueba la
profundidad de su propia existencia en relación al plan de Dios.

Servicio Espiritual.-

El Sábado levanta al hombre del nivel de una existencia terrenal al plano del espíritu. Seis días el
hombre trabaja duro para proveer el necesario alimento, ropas, cobijo y protección contra posibles
contingencias. En el Sábado él es levantado por sobre todas las consideraciones terrenales y comulga
con su Dios. En ese día él toma su justo puesto en la creación, eleva su mente hacia las cosas de lo alto,
deja a un lado todo lo que lo ata a la tierra, y entra en el descanso celestial. Él se encuentra con aquellos
que poseen la misma fe, comparte el pan que desciende del cielo, se sienta a la mesa con su Señor, y
recibe Sus bendiciones cuando nuevamente vuelve a la búsqueda de sus trabajos terrenales por otra
semana.
El Sábado provee la ocasión para un servicio espiritual y para la contemplación. En ese día él
puede considerar las maravillosas cosas de la ley de Dios; puede ver la gloria de Dios en los cielos y en
la cercana tierra; puede comulgar con Dios y con su propia alma. Si no fuese por el tiempo así provisto,
el hombre sufriría una pérdida espiritual irreparable. El Sábado provee el tiempo necesario para la
contemplación de la vida y sus deberes, para Dios, el cielo y la religión. Quitad el Sábado, y el
fundamento de los demás mandamientos será removido; no habría un tiempo determinado para
adoración, ningún tiempo dedicado a la consideración de nuestras responsabilidades para con Dios y el
hombre. Sin el Sábado, la vida sería una vuelta sin fin de deberes y labores, las cosas espirituales serían
negligenciadas, y el propósito más elevado del hombre no sería alcanzado. Si es que tiene que haber
religión, Dios tienen que proveer tiempo para eso. Esto Dios lo ha hecho.

Ataque contra el Sábado.-

A partir de esto, es fácilmente entendible que cualquier ataque contra el Sábado es un ataque
contra la propia religión, una embestida contra la naturaleza espiritual del hombre. No necesitamos
sorprendernos, entonces, que Satanás esté especialmente interesado en la destrucción o en la perversión
del Sábado. Si él puede destruirlo, habrá cortado el vínculo de comunicación con el cielo. Él ha agotado
la savia de la vida de la religión, sin la cual el cristianismo muy luego se hundirá y morirá. Un ataque
contra el Sábado es una puñalada en el corazón de la adoración, en el corazón tanto del hombre como
de Dios.
La naturaleza del Sábado lo hace peculiarmente susceptible a ser atacado por el maligno. Es
inconcebible que Satanás pudiese alguna vez persuadir a la cristiandad que robar o adulterar no traería
ningún daño o que fuese permitido. Pero el mandamiento del Sábado también es una parte de la ley
moral, así como lo son los demás. Es dudoso que Satanás pudiese alguna vez persuadir a los cristianos
que cualquiera de los demás mandamientos pueden ser violados impunemente. Pero él lo ha hecho con
el cuarto. ¿Cómo ha sido esto posible? ¿Cuáles son las razones para su éxito? Esto será analizado a
fondo más adelante.
Ataques contra el Sábado a través de las edades han sido numerosos y persistentes, y todos se han
basado en el raciocinio humano y contra el mandamiento de Dios. Los hombres no pueden ver ninguna
razón, por qué ningún otro día que aquel mandado por Dios, no pueda ser igualmente bueno. Los
hombres no pueden ver por qué un día en siete no es lo mismo que el séptimo día. La respuesta, desde
luego, es que la diferencia radica en el mandamiento de Dios. Es en este punto que el raciocinio
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humano deja a un lado un positivo mandamiento de Dios. No es apenas una cuestión de éste o aquel
día, sino que el asunto es la obediencia al mandamiento de Dios.
Los ataques hechos contra el Sábado no han venido meramente o generalmente desde los
incrédulos o de los oponentes a Dios. La ingenuidad de Satanás y su mente engañadora les muestra su
capacidad para engañar a los cristianos – laicos, predicadores, obispos – en su ataque contra el Sábado.
Hombres estudiosos, hombres de ciencia, se han juntado al fraile, y la disposición de talento mostrado
contra el Sábado es realmente formidable. Pero la verdad finalmente triunfará.
Uno de los más efectivos ataques, y de largo alcance, contra el Sábado ha llegado como un
corolario de la teoría de la evolución, casi universalmente aceptada por los científicos. Nosotros
consideramos este ataque desde el ángulo científico el más insidioso de todos, porque más que
cualquier otra cosa, destruye la fe en la Biblia y el registro de la creación. Aun cuando un análisis
completo de este asunto no hace parte de este volumen, es esencial que le demos por lo menos una
pequeña atención. Esto es lo que haremos.

Un Enemigo del Sábado

El mandamiento, “Acuérdate del día Sábado, para santificarlo”, descansa sobre el hecho de la
creación. “En seis días el Señor hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo lo que en él hay, y descansó en el
séptimo día: por lo que el Señor bendijo el día Sábado, y lo santificó”. Exo. 20:11.
Dios trabajó seis días y descansó el séptimo. Este hecho forma la base y el fundamento del
mandamiento. Como el Sábado es el memorial de la creación, tiene que necesariamente permanecer
tanto cuanto permanece la creación.
La evolución disputa este hecho de la creación por mandato tal como está registrado en Génesis.
La teoría no provee ni admite la creación en el sentido en que aparece en la Biblia. Existen aquellos
entre los creyentes en la evolución que admiten que Dios puede haber creado la primera chispa de vida,
la cual posteriormente creció y se desarrolló en la vida que nos rodea hoy en día, pero que Dios creó el
mundo tal cual lo vemos hoy en día en su forma desarrollada, y que Él lo hizo así en seis días, es
categóricamente negado. Así como la creación fue dividida en seis épocas, los evolucionistas razonan
que estos seis periodos deben haber sido de un tiempo indeterminado, cada uno siendo de
aproximadamente cientos de millones de años.
Está claro que en cualquier esquema así desarrollado, un día de 24 horas como el Sábado no
encuentra ningún lugar. Todos admitirán que si los seis días de la creación son alargados en seis largos
periodos de tiempo, y si Diosa descansó en el séptimo periodo – el cual aún no ha terminado, y en el
nosotros aun estamos viviendo – no puede existir un fundamento para guardar un Sábado semanal
como un memorial del descanso de Dios. Si, por otro lado, nosotros creemos el simple relato de
Génesis de que “en seis días el Señor hizo el cielo y la tierra”, y que Él descansó en el séptimo día,
entonces podemos encontrar una razón para que el hombre, siga Sus pasos y obedezca Su mandamiento
de descansar así como Él descansó. Si la teoría de la evolución es verdadera, entonces la base del
Sábado tal como es presentada en el cuarto mandamiento no es verdadera y es irrelevante. No puede
haber armonía o compromiso en estas dos posiciones opuestas. Si una es verdadera, la otra cae por
tierra. Son los hombres que tienen que escoger qué y a quién van a creerle.

La Alta Crítica.-

Hace unos cien años o más, pocos eran los que desafiaban seriamente la historicidad de la
creación tal como está registrada en la Biblia. Es verdad que algunas voces aquí y allí se han levantado
contra un punto de vista literal de la creación, pero en su totalidad no era un desafío serio.
Entonces ocurrió un cambio. La alta crítica comenzó a hacerse sentir, mientras que al mismo
tiempo un nuevo día amaneció para la ciencia. Sin ninguna necesidad de una confabulación, ambas
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trabajaron lado a lado para producir una nueva era en la religión. ¿O debiéramos decir mejor una nueva
religión? Porque esto es lo que realmente sucedió. La confianza que hasta entonces había reposado en
la Biblia fue transferida a la ciencia. Los hombres no creyeron más que la creación hubiese sido hecha
en seis días tal como lo registra la Biblia. La ciencia dio una versión diferente, y esta versión fue
aceptada por la crítica.
La alta crítica insistió que la creación bíblica era confusa y que no era históricamente verdadera.
Un editor, declararon, trato de poner muchas tradiciones conflictivas juntas para formar una historia
relacionada; pero si su intento fuese hacer aparecer el Génesis como siendo la obra de un autor, no
habría tenido éxito. Los críticos han desenmascarado el torpe intento. Ningún hombre ha escrito el
Génesis, ni dos, ni diez. Si el editor pensó que había engañado a los críticos, estaba engañado. Ellos
procedieron a poner al descubierto toda la historia de la autoría compuesta del Génesis, y pusieron al
editor a trabajar. La historia que los críticos desarrollaron fue que el Génesis era una colección de
fábulas, mitos, leyendas, folclore, tradición, con algunas pequeñas historias añadidas, todo lo cual
probablemente poseía alguna base remota en verdad, pero era tan confuso, que era de muy poco valor
como fuente confiable de información.
Esta conclusión de los críticos bíblicos llegó a las manos de los científicos y los ayudó
poderosamente en su caso. El relato bíblico no podía ser dependiente; esta fue la conclusión de los
críticos, y los científicos concordaron. Ambos estaban en un terreno común. Los científicos dudaron
del relato bíblico de la creación; los críticos admitieron que era folclore y mito y que no debía ser
tomado literalmente. Así el caso fue ganado por los evolucionistas. Los críticos se unieron con los
científicos, y el caso fue resuelto. Ambas partes dijeron que su trabajo era bueno, tan bueno, que “no
existe ninguna hipótesis rival excepto la idea ajada y completamente refutada idea de la creación
especial, que ahora es sostenida apenas por ignorantes, por dogmáticos y por los perjudicados”.
Evolución, Genética y Eugénica:59.

Lo Que Dios Piensa.-

Dios es paciente con las caídas y con la ignorancia de los hombres. Él conoce lo que somos y se
acuerda que somos apenas polvo. Dios perdona y perdona, aun hasta setenta veces siete. Esta es nuestra
salvación y esperanza. Dios es un Dios maravilloso.
Pero hay algunas cosas que prueban Su paciencia, humanamente hablando. No es nuestra
ignorancia. Eso Dios puede sobrellevar y aun excusar. Es nuestra pretendida sabiduría, nuestro “saber
tantas cosas que no son realmente así”, que Lo irritan. Nuestra hipocresía y testarudez, nuestra falta de
inclinación y nuestra falta de voluntad para ser enseñados – esto colma la paciencia de Dios.
No es a menudo que Dios usa el sarcasmo para expresar Sus sentimientos. Existen apenas
algunos lugares en la Biblia donde éste es usado, y parece ser reservado para ocasiones especiales y
grupos. Consideremos un caso.
Job pasó a través de experiencias que lo probaron hasta lo máximo. En medio de sus pruebas él
dijo ciertas cosas de las cuales posteriormente echó pie atrás, y de las cuales él mismo se confesó
ignorante. “Por lo tanto, yo hablaba lo que no entendía; cosas demasiado maravillosas para mí, que yo
no comprendía”. “Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en el polvo y en la ceniza”. Job 42:3, 6.
Dios le había hecho una pregunta simple a Job, y eran estas preguntas las que le causaron la
confesión citada anteriormente. Al hacerle estas preguntas Dios tenía un gran alcance en mente, porque
los principios enunciados permanecieron firmes ante condiciones semejantes.
Job había profesado ser sabio por sobre lo que estaba escrito. Perciba la importancia de las
preguntas pronunciadas por Dios. “¿Quién es ese que oscurece el consejo con palabras sin
conocimiento? Ahora ciñe como varón tus lomos; Yo te preguntaré y tú me contestarás. ¿Dónde
estabas tú cuando Yo ponía los fundamentos de la tierra? Dímelo, si es que tienes entendimiento”. “¿Lo
sabías, ya que entonces ya habías nacido?”. Job 38:2-4, 21.
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Vea en forma especial el verso cuatro: “¿Dónde estabas tú cuando Yo ponía los fundamentos de
la tierra? Dímelo, si es que tienes entendimiento”. ¡Cuán pequeño debe haberse sentido Job al recibir
esa pregunta! Él ciertamente había dicho cosas sabias acerca de lo que ocurrió cuando Dios hizo los
cielos y la tierra; y ahora Dios le preguntó dónde estaba él en ese instante, ya que decía saber tanto
acerca de ello.
Nosotros creemos que esto fue registrado para el beneficio de otros seres humanos, fuera de Job.
Hubiese sido bueno si un moderno incrédulo de Génesis se pusiera a sí mismo en el lugar de Job
cuando Dios haga la desconcertante pregunta: “¿Dónde estabas tú cuando Yo ponía los fundamentos de
la tierra? Esto lo hará mucho menos seguro de su pretendido conocimiento.
La respuesta que dio Job, “Por lo tanto, yo hablaba lo que no entendía; cosas demasiado
maravillosas para mí, que yo no comprendía”, fue una respuesta honesta. Los hombres presumen
conocer y analizan sabiamente acerca de lo que ocurrió hace mucho tiempo atrás, y describen eventos
en los cuales ellos no estuvieron presentes, mientras rechazan el testimonio de aquellos que no
solamente estuvieron allá, sino que además hicieron las mismas cosas sobre las cuales estos hombres
sabios arrojan dudas. Debe ser interesante para Dios escuchar tales declaraciones de sabiduría, cuando
Él sabe – y ellos creen saber – que su pretendida sabiduría es apenas tontería.

Sarcasmo Bíblico.-

“¿Lo sabías, ya que entonces ya habías nacido?” ¿O porque el número de tus días es grande? La
Septuaginta lo coloca así: “Yo se que entonces tú habías nacido, y el número de tus días era grande”.
Una Traducción Americana, editada por la Universidad de Chicago Press, dice: “Tú sabes, porque tú
habías nacido entonces, y el número de tus días es grande”. La Biblia Variorum Reference traduce en el
margen: “Tú lo sabes (irónicamente), porque tú habías nacido ya”. Moffatt lo traduce así:
“¡Ciertamente tú lo sabes! Tú, que habías nacido cuando fue hecho, ¡tú que has vivido tanto!”. La
Versión Revisada concuerda con esta última traducción: “¡Sin duda, tú lo sabes, porque tú ya habías
nacido entonces, y el número de tus días es grande!”.
Esto es un liviano sarcasmo, o ironía, como lo llama la Variorum. Sin duda Dios quiso darle a la
persona la verdadera perspectiva de sí mismo y de su propia importancia.
¡Cuán devastadoras serían esas preguntas si Dios se las dirigiera a los modernos incrédulos en el
Génesis! ¿Dónde estabas tú, pequeño, enclenque, insignificante hombre, que presumes poder corregir
la versión de Dios de lo que Él hizo y cómo lo hizo? “¿Dónde estabas tú cuando Yo ponía los
fundamentos de la tierra?”. Pareciera que el hombre debiera estar capacitado a aprender de esta lección
que Dios trata de darle, y que entonces pueda tomar una actitud humilde.
Debe ser interesante para Dios ver la vida desarrollarse, ver a un pequeñito comenzar a caminar
traqueteando, y al momento siguiente, tal como ha sucedido, ver al mismo individuo listo para asumir
el papel de profesor, discurseando sabiamente acerca de cosas de las cuales él no sabe absolutamente
nada, sin querer escuchar el testimonio de aquellos que estuvieron presentes en la ocasión de la cual él
habla. Sería mucho más sabio aceptar el testimonio de testigos oculares que rechazarlo y substituirlo
por teorías nebulosas. Llamar ese procedimiento de ciencia, es hacer de la ciencia una ridiculez a los
ojos de los hombres pensantes.
La pregunta de Dios, “¿Dónde estabas tú cuando Yo ponía los fundamentos de la tierra?” debiera
silenciar para siempre todo raciocinio profano acerca de la creación que no esté fundado en un
conocimiento personal o en el testimonio de aquellos que estuvieron presentes en la ocasión e hicieron
parte del mismo.

El Evolucionismo Consistente.-
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La Biblia no sabe nada de evolucionismo. Lo que tiene para decir en relación a cómo aparecieron
las cosas está resumido en las palabras: “En seis días el Señor hizo el cielo y la tierra, el mar, y todas
las cosas que en él hay, y descansó en el séptimo día: por lo que el Señor bendijo el día Sábado, y lo
santificó”. Exo. 20:11.
El evolucionismo consistente no puede creer de ninguna manera en el Génesis. Y no solamente
no puede creer en el Génesis. No puede creer en la Biblia como siendo de alguna manera inspirada por
sobre otras grandes piezas de literatura. La Biblia le presenta al hombre un Salvador del pecado. Pero el
evolucionismo consistente no tiene ningún uso para un Salvador, porque no puede aceptar una “caída”;
no encuentra ningún lugar en su programa. El hombre no “cayó” en el significado del término Génesis.
El hombre está mejorando. Él comenzó bien bajo y está constantemente subiendo (escalando). Él está
tan lejos de una “caída”, que algunos declaran que si el hombre “cayó” alguna vez, entonces cayó hacia
arriba. No, el evolucionismo no puede creer en una “caída”. Ellos creen exactamente en lo contrario. La
misma noción de que el hombre cayó, que en muchos casos él está creciendo más y más, es
completamente inconsistente con su doctrina. Ellos pueden creer en una caída solo si desisten de su
creencia en una evolución. Ambas no armonizan. La evolución no provee una “caída”. Por lo tanto no
necesita un Salvador. La evolución aleja a Cristo. En este sentido es definitivamente anticristiana.
Si los días de la creación son largos periodos de tiempo, tal como lo enseña la evolución, se hace
necesario explicar “la tarde y la mañana” de cada día; o, como lo coloca Gen. 1:16, el día y la noche.
No existe ninguna manera en que podamos concebir una noche que dure millones de años, y donde
haya sobrevivido alguna vida. Además, esta alternativa de luz y obscuridad tuvo lugar durante cada uno
de los seis días; por lo tanto, si tratamos de aceptar tanto la evolución como la Biblia, debemos
concebir seis periodos de obscuridad seguidos cada uno por un periodo de luz. En ningún periodo de
obscuridad que dure millones de años, puede subsistir la vida vegetal, animal, ni humana. Solo esta
consideración dejaría de lado cualquier intento de armonizar los seis días de la creación con el concepto
evolucionista de largos periodos de tiempo.
Adán llegó hasta los 930 años de edad. Los primeros dos días de su vida fueron dos de los siete
días originales; por lo tanto debieran haber durado varios millones de años, si es que vamos a creer en
la teoría de “largos periodos de tiempo”. Consecuentemente Adán debiera tener millones de años
cuando muere, y no apenas 930. Los hombres pueden escoger el creer uno u otro relato. No existe
ninguna manera de armonizarlos.
Aquellos que creen que los seis días de la creación fueron largos periodos de tiempo, también
creen – y necesariamente tienen que creer – que el séptimo periodo también es largo y que aun no ha
terminado, y que nosotros aun estamos viviendo en ese periodo. Esto coloca otro dilema para aquellos
que quieren ser “modernos” y creen en la evolución sin desistir de su fe en la Biblia. Adán, de acuerdo
con la Biblia, no murió sino mucho después del primer Sábado. Pero si el Sábado aun no ha terminado,
¿qué ha pasado con Adán? Nadie va a creer que él aun esté viviendo. Dejamos este problema para que
otros lo resuelvan.
Dios bendijo el séptimo día “porque en él descansó de toda Su obra”. Gen. 2:3. ¿Cómo pudo
haber bendecido el día después de haber descansado en él, si ese día fuese de millones de años y que
aun no ha terminado? Dios bendijo el día después de haber descansado en él, solo si esos días eran días
comunes. Si no lo fuesen, todo el registro cae por tierra.
Consideraciones y objeciones como estas pueden extenderse bastante. Hemos presentado estas
con el único propósito de mostrar que no hay ningún medio en que el relato bíblico y la teoría de la
evolución puedan ser armonizados. Los hombres tienen que elegir entre uno y el otro. Ambos no
pueden ser verdaderos.

Nuestra Posición.-
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No debemos suponer que las declaraciones hechas aquí significan que constituyen una total
condenación de los adherentes de la teoría de la evolución. Lejos de eso. Nosotros creemos que existen
miles y aun millones de cristianos sinceros y honestos, que están siendo contaminados con esta
filosofía destructiva. Sin pensar más a fondo las cosas, ellos aceptan algunas creencias, teniendo fe en
que sus líderes saben lo que dicen aun cuando ellos mismos no lo sepan (los que les creen), y que
ciertamente los líderes no los desviarán del camino correcto. Existen multitudes que no son
evolucionistas consistentes, y no entienden las implicaciones de su creencia. Todo esto, sin embargo,
no altera en lo más mínimo el hecho de que la evolución tal como está siendo enseñada y creída hoy,
constituye uno de los desafíos más serios para el cristianismo y para la Biblia, un desafío que tiene que
ser enfrentado, si no queremos que el cristianismo sea condenado. Y esto está íntimamente ligado con
el Sábado. Si la evolución es verdadera, entonces no existe el Sábado, y no necesitamos nada de eso.
Está claro, a través de lo que hemos presentado, que no puede haber un acuerdo entre la creencia
en la Biblia y la creencia en la teoría de la evolución. Una destruye a la otra. Ningún hombre puede
creer en la Palabra de Dios y también creer en la evolución. Son mutuamente exclusivas. Es imposible
no tomar ningún partido en este asunto, como muchos tratan de hacerlo. Tiene que ser una o la otra. No
pueden ser ambas.
Al decir todo esto, no dejamos a un lado la reflexión relacionada con los descubrimientos de la
ciencia como tal. Los hechos son hechos, quienquiera que sea que los haya descubierto y propagado.
Los creyentes en la Biblia no niegan los hechos. Ellos creen en los hechos tal como los evolucionistas
lo hacen. Lo que ellos objetan es el arreglo – y aun la manipulación – de los hechos para apoyar una
teoría anticristiana y antibíblica. La ciencia tiene el derecho y el deber de encontrar y presentar hechos.
Pero cuando entra en el campo de la religión, cuando arregla sus hechos de tal manera que se vuelven
destructores de la fe y de la religión, cuando definitivamente desafían la verdad revelada y la colocan
en oposición a la Biblia, ridiculizando a aquellos que aun se apoyan en un “Así dice el Señor”, entonces
ya no es más ciencia y se vuelve una fuerza y una influencia anticristiana a la cual no se le debiera dar
ningún apoyo y de quien nadie debiera ser preguntado.

El Mandamiento del Sábado

“Acuérdate del día de Sábado, para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra; pero el
séptimo día es el Sábado del Señor tu Dios; en él no harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni
tus sirvientes, ni tus sirvientas, ni tu ganado, ni tus extranjeros que están dentro de tus puertas; porque
en seis días el Señor hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo lo que en él hay, y descansó el séptimo día;
por lo que el Señor bendijo el día Sábado, y lo santificó”. Exo. 20:8-11.
La primera palabra en este mandamiento, “acuérdate”, lo separa de los demás mandamientos y le
da su distinción. Cuando Dios le dio el Sábado al hombre, Él sabía el gran valor de Su don, y también
sabía de la amplia negligencia en la cual caería. Él sabía que Satanás usaría este mandamiento como su
especial punto de ataque contra la iglesia, y que haría cualquier cosa que esté en su poder para hacer
con los hombres se olvidasen del Sábado. Él sabía que durante el tiempo, los hombres perderían el
sentido sagrado del día, e ignorarían sus obligaciones. Por estas razones, Dios llamó especialmente la
atención hacia el Sábado cuando anunció la ley en el Sinaí, y solicitó que fuese guardado especialmente
en la mente. Todos los mandamientos de Dios son vitales, y ninguno puede ser negligenciado. Pero a
ningún otro Él le dio la distinción que le dio a este, pidiéndole a Su pueblo que no lo olvidaran.
Debido a su carácter único, este mandamiento ha sido quebrado – tanto por los santos como por
los pecadores – más que cualquier otro mandamiento. Hombres que nunca pensarían en ser deshonestos
o de decir una falsedad, que conscientemente nunca quebrarían ninguno de los otros mandamientos, no
sienten nada al quebrar el Sábado del Señor. Ignoran completamente el hecho que el Señor bendijo este
día sobre todos los demás días, que lo hizo para el hombre, y que Él nunca ha revocado la bendición
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con la cual lo invistió, ni tampoco ha retirado Su don. Los hombres se olvidan que al rechazar el don,
ellos hieren al Dador.
La observancia del Sábado es vital para el cristianismo. No sin razón escogió Dios un día entre
siete y lo separó para ejercicio espiritual. Él sabía que el hombre necesitaba un tiempo definido para la
adoración, un día donde pudiese dejar a un lado los cuidados de esta vida y volver sus pensamientos
hacia el cielo y al hogar.
Esto, desde luego, sería especialmente así después de la caída del hombre. Separado de su hogar
en el Edén, incapaz de andar en el jardín y de hablar con Dios como lo hacía antes, compelido a ganar
su pan con el sudor de su frente, el hombre necesitaba un día en el cual pudiese cesar de trabajar duro y
preparar su alma para tener una comunión con Dios. Sin el Sábado todo sería trabajo y sudor sin
respiro, todos los días serían iguales, y habría una continua conciencia de separación de Dios. Pero la
llegada del Sábado trajo renovada esperanza, alegría y ánimo. Nos da la oportunidad de comunión con
Dios, y fue profético del tiempo cuando el cielo y la tierra sean unidos nuevamente.
Aquel que deja a un lado el Sábado, deja a un lado la adoración, cierra una de las puertas al cielo,
y empobrece enormemente su vida espiritual. El Sábado permanece para adoración, meditación,
reflexión, estudio, oración, comunión, fraternidad. Si cualquiera de estas características son
negligenciadas o seriamente interferidas, la religión cesa de ser efectiva, y la mundanalidad toma ese
lugar. Por esta razón Satanás considera el alejamiento del Sábado uno de sus mejores medios para
hacer con que los hombres se olviden de Dios, y para bajar el tono espiritual de las personas. A medida
que el hombre se olvida del Sábado, también se olvida de Dios. A medida que se vuelven descuidados
para guardar el Sábado, también se vuelven descuidados en otros deberes religiosos. La guarda del
Sábado es un exacto barómetro de la vida espiritual.

Base del Cuarto Mandamiento.-

El mandamiento del Sábado descansa solamente en un “Así dice el Señor”, y no está apoyado, en
el hombre no regenerado, por una consciencia aprobadora o acusadora. Los mandamientos tales como
“no matarás” y “no robarás” poseen conciencia a su lado. Aun cuando pueden haber tribus e individuos
que poseen poco conocimiento del respeto a estos mandamientos, el individuo normal posee
sentimientos que lo hacen sentir mal cuando los transgrede. Pero esto no es normalmente el caso con la
profanación del Sábado, por lo menos no es así hasta que le sea revelado o hasta que una luz especial le
llegue al individuo. El que no es cristiano encuentra duro entender por qué el trabajo hecho en un día de
la semana es aprobado, mientras que el mismo trabajo hecho en otro día es reprobado; por qué en un
día una cosa está correcta y es recomendable, y en otro día la misma cosa es pecado. Él no ve que la
diferencia no está en la cosa hecha, sino que en el tiempo en que es hecha. Él no encuentra una base
para esa diferencia en la naturaleza o en la ciencia. A él le parece ilógico y arbitrario.
El cristiano igualmente no puede encontrar una base para guardar el Sábado en la naturaleza. Las
estrellas se mueven en sus órbitas sin tomar en cuenta el Sábado; el grano crece; los árboles dan sus
frutos; la creación animal no sabe de ningún día de descanso; viene la lluvia y sale el sol, todo sin una
diferencia discernible en los días. La naturaleza no posee ningún Sábado. ¿Por qué, entonces, el
hombre tiene que guardar el Sábado? Para el cristiano existe apenas una razón y no hay otra; pero esa
razón es suficiente: Dios lo ha dicho. El mandamiento del Sábado descansa definitivamente y
solamente en un “Así dice el Señor”, y no tiene ninguna base en la naturaleza, como tal. Por esta razón
que Dios hizo el Sábado Su señal y prueba. Esto será analizado posteriormente.
Cuando Satanás ataca el Sábado, él ataca un mandamiento que en un sentido especial está basado
en Dios y que afirma la fe en Dios. Si él consigue ganar aquí, la victoria es realmente grande. Si él
puede secularizar este día, ha conseguido alejar del cristianismo la hora de comunión y de oración, la
hora de estudio y de paz, la hora cuando se encuentran con otros de la misma fe para darse mutuamente
ánimo y edificación. Ha dejado a un lado una ligación vital en la cadena que une el cielo con la tierra.
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El Sábado del cuarto mandamiento suple tiempo para la consideración de las cosas del espíritu.
Los hombres no atienden los deberes religiosos a menos que un tiempo específico sea separado para
ese propósito. Existe una multitud de cosas que continuamente llaman la atención, y todos los días de la
semana pueden ser provechosamente usados para asuntos exclusivamente seculares; y esto se hará, si
no fuese por el hecho que Dios llama a los hombres a recordar el día Sábado para santificarlo. El
Sábado es un llamado semanal para volver a Dios, para alejarnos de las cosas del mundo, para darle
atención al espíritu. Satanás conoce el valor del Sábado para la religión, y no es lento para aprovechar
cada oportunidad para destruirlo. Si él puede hacer con que el Sábado sea de ningún efecto, habrá
destruido no solo tiempo santo, sino que habrá frustrado uno de los grandes medios de gracia, y habrá
privado al hombre de la bendición del Sábado.
Quebrantando el cuarto mandamiento no es lo mismo que quebrar alguno de los otros
mandamientos. Un hombre puede matar a otro hombre en una explosión de rabia; él puede tomar
apresuradamente el nombre de Dios en vano; o puede llegar a ser sorpresivamente derrotado por una
gran pasión. Pero no es así con el cuarto mandamiento. La quiebra del Sábado no tiene la excusa de una
pasión repentina o de un deseo inmoderado. No es como un gran pecado o un hábito destructivo. Es
más bien un síntoma de declinio espiritual, de alejamiento de Dios, de enajenación de la promesa, de
una enfermiza experiencia cristiana. Enfaticemos esto: es un síntoma indicativo de enfermedad, y
revela una condición interna de apostasía para con Dios. Sus raíces son más profundas que la aparente
transgresión. Muestran un alejamiento de la vida espiritual y de la vida santa, y presagia la separación
del alma de Dios. La guarda del Sábado es un barómetro espiritual, una señal de santificación, una
indicación de nuestra amistad y camaradería con Dios.
Mientras la transgresión del Sábado es un síntoma, también es una enfermedad. Fomenta la
irreligión y anima la desobediencia en otros puntos. Deja hambrienta el alma y la debilita, priva al
hombre de los medios de sustentación espiritual, y lo hace susceptible a vulgarizar las tentaciones. Es
una de las invenciones más astutas de Satanás. En esto él consigue el apoyo de una gran parte de la
cristiandad, lo cual no sería posible con ningún otro mandamiento. Los hombres no entienden como
debieran, que el Sábado es uno de los canales principales de comunicación con Dios, que quebrando el
Sábado se quiebra la conexión con el cielo y se interrumpe la corriente espiritual de la vida. No
entienden que “el Sábado es un broche de oro que une Dios y Su pueblo”.

El Lugar del Sábado.-

El mandamiento del Sábado ocupa una interesante posición en la ley de Dios. Tres grandes
mandamientos que tienen que ver con Dios lo preceden, y seis que tienen que ver con el hombre lo
siguen. El mandamiento del Sábado pertenece a ambas tablas de la ley, y comparte la naturaleza de
ambas. Posee un aspecto divino y un aspecto humano. Es el Sábado de Dios, pero nosotros, los
hombres, debemos guardarlo. Ordena adoración y también trabajo. Combina de una manera única lo
sacro y lo común, describiendo nuestro deber para con Dios y el hombre. Divide todo el tiempo en
secular y sagrado, y define a cada hombre sus deberes. Ordena trabajar y ordena descansar, dándole a
cada uno su parte compartida en el plan de Dios.
Los hombres necesitan un Sábado. El mundo es demasiado con nosotros. Estamos apurados con
tantas cosas que fallamos en tomar tiempo para pensar. No tenemos tiempo libre, no hay tiempo para
un ejercicio espiritual, no hay tiempo para estudiar, reflexionar, meditar; para hacer eso tenemos que
deliberadamente separar un tiempo. Esto es lo que Dios quiere que nosotros hagamos. Y Él quiere que
escojamos el tiempo que Él ha escogido para esto. Él quiere que nos “acordemos del día Sábado, para
santificarlo”.
Como sería casi imposible para una niña pequeña mantener limpio su vestido si es que comienza
a jugar en el barro y se ensucia las manos, así es casi imposible que nosotros guardemos el día santo, a
menos que nos refrenemos del pecado y de lo malo y de todo lo que contamina. Si sus pequeñas manos
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se ensucian, no pasará mucho tiempo hasta que el vestido también se ensucie. La única esperanza de
mantener su vestido limpio es que se mantuviese alejada de todo lo que ensucia. Solo si ella se
mantiene limpia, podrá mantener sus vestidos limpios.
El paralelismo es claro. El día Sábado de Dios es santo. Es un día santificado. Es el santo
descanso de Dios. No debemos mirarlo livianamente. No debemos pisotearlo. No debemos hacer
nuestra propia voluntad en él. No debemos decir nuestras propias palabras. No debemos contaminarlo.
Debemos mantenerlo santo. Isa. 58:13; Eze. 20:13, 21. Esto puede ser hecho solo si nosotros mismos
somos santos y nos mantenemos lejos de todo lo que profana y contamina.

Los Seis Días.-

“Seis días trabajarás”. Esta declaración hace parte del mandamiento del Sábado, y es vital. El
mandamiento no solamente habla en descanso, sino que también en trabajo. Tan ciertamente como
tenemos que descansar en el día Sábado, también tenemos que trabajar en los otros seis días. El
mandamiento del Sábado cubre todo el tiempo, todos los siete días de la semana.
Algunas personas alargan aquella parte donde el mandamiento habla de descanso, y se olvidan de
la otra parte donde habla de trabajo. Pero ambas partes están interligadas. Ningún hombre puede ser
cristiano y ser también indolente. Ningún hombre puede guardar el Sábado a menos que también esté
dispuesto a trabajar. Ambas ideas van juntas, y tienen que existir ambas para que el Sábado sea un
mandamiento.
El verdadero cristiano es industrioso. No vive innecesariamente con sus amigos o parientes. No
arregla sus visitas para que todas coincidan con las comidas. No da grandes insinuaciones en relación a
sus necesidades, como para hacerse simpático. No espera una recompensa por cada pequeño servicio
que él hace. No le hace fiesta al rico ni desprecia al pobre. No exige concesiones especiales. Paga sus
cuentas, y las paga a tiempo. No necesita de un supervisor para asegurar que hace su trabajo. No se
vuelve industrioso cuando su superior lo observa, y deja inmediatamente de trabajar cuando está solo.
Hace más de lo que se le paga para que haga. No es esquivadizo. No es un experto en excusas. Siempre
está queriendo hacer algo, y cuando una tarea ya está terminada, pregunta si no hay otra para hacer. Él
puede ver trabajo para ser hecho, y lo hace, u ofrece sus servicios. Puede ser encontrado donde la ayuda
es necesaria, y no siempre hace negocios en cualquier parte. Da liberalmente su tiempo y es alegre en
relación con esto. Conoce su negocio, pero está deseoso de aprender. Es tan cuidadoso de su trabajo
como lo es de su religión.
El verdadero cristiano es así. Él es buscado por todos lados. Es difícil encontrarlo sin hacer nada.
Si pierde alguna posición, consigue otra. Si pierde aquella, se hace un lugar para sí mismo. Es
ingenioso y enérgico. Dios y los hombres se enorgullecen de él.

Recreación.-

¿Debe un hombre trabajar seis días todas las semanas? ¿No debe tomar nunca unas vacaciones?
Si el mandamiento dijese solamente, “seis días trabajarás”, la pregunta podría ser analizada. Pero dice:
“y harás toda tu obra”. Tenemos que hacer todo nuestro trabajo. Si nos demoramos todos los seis días
para hacerlo, tenemos que trabajar los seis días. Pero si podemos hacer nuestro trabajo en cinco días, o
cuatro, o tres, no necesitamos trabajar seis días. El asunto es, tenemos que hacer nuestro trabajo. No
debemos esquivar o dejar inconcluso nuestro trabajo, mientras nos dedicamos a buscar placer. “Seis
días trabajarás, y harás toda tu obra”. Pero no trabajaremos en el Sábado. Ese día lo descansaremos.
Pero debemos planificar nuestro trabajo de tal manera que lo ejecutemos en seis días. Esto es lo que
Dios nos pide.
A algunas personas no les gusta el sonido de la palabra “trabajo”. El trabajo les es desagradable,
y las tareas mucho más aun. Les duele trabajar duro. Las tareas pueden ser duras. El trabajo puede ser
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tedioso. La tarea puede ser monótona. Pero fue dada por Dios, y es para nuestro bien. En un mundo
pecaminoso, podemos agradecerle a Dios por el trabajo. En ciertos aspectos, es nuestra salvación. Solo
aquel que ha trabajado puede apreciar el descanso.
Grandes cosas se dicen en la Biblia relacionadas con el trabajo. Así debiera ser. Todos debemos
tener presentes en nuestras mentes que no solo que tenemos que hacer un trabajo, sino que tenemos que
trabajar. Pablo hizo un maravilloso trabajo. Y mientras hacía este trabajo, también hacía su trabajo
diario. No negligenció ninguno de los dos. Esto es un ejemplo para aquellos que piensan que son muy
buenos o muy importantes como para hacer un trabajo común. Muchas niñas que piensan que puede ser
muy romántico trabajar por los impíos en Africa, fruncirían las cejas si se les sugiriera que mientras
tanto debiera ayudar a su madre lavando la loza. No se le ocurre que una cosa la puede preparar para la
otra.

El Descanso Sabático.-

“Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; pero...”. Observe ese “pero”. Es bueno trabajar, pero.
Algunos están tan interesados en trabajar que no pueden parar. El trabajo es su vida. Desde temprano
en la mañana hasta tarde en la noche están trabajando. Apenas toman tiempo para comer o dormir. Con
ellos la cosa es trabajar, trabajar y solamente trabajar. Poseen poca paciencia con cualquiera que no
siga su ejemplo. No poseen tiempo para ir a la iglesia, no tienen tiempo para la adoración, no tienen
tiempo para estudiar o para recrearse; solo saben trabajar, trabajar, trabajar.
A ellos Dios les dice: “Es bueno que trabajes, pero no debes olvidar que Yo tengo otros reclamos
(cosas) para ti. El trabajo no lo es todo. Yo he escogido un día en el cual tú no puedes hacer lo que
quieras. En ese día tienes que descansar y refrescarte a ti mismo. Tienes que alejarte de las cosas
seculares y entrar en comunión con el Cielo. Tienes que acordarte del día Sábado para santificarlo. Es
Mi día, y Yo quiero que tú compartas Mi descanso”.
Con algunos, aun con aquellos que se dicen cristianos, la guarda del Sábado ha caído en
descrédito. La guarda del Sábado está asociada en sus mentes con el “antiguo Sábado Judío”, o tal vez
con el “Sábado Puritano”, o con alguna experiencia desafortunada que ellos tuvieron cuando eran
niños, cuando no se les permitía agitarse mucho en el Sábado. Que ellos se acuerden que cuando el
maligno no puede esconderse, algunas veces empuja demasiado, y que la verdadera guarda del Sábado
es una de las mayores bendiciones que Dios le ha dado a la humanidad. Tal como se dijo anteriormente,
esta es una de las razones por las cuales Satanás está ansioso para destruir el Sábado y a los
guardadores del Sábado; y él ha tenido éxito de una manera impresionante.
La razón dada en el mandamiento para observar el Sábado no es apenas nuestro bienestar físico,
como se supone popularmente. Realmente es verdad que el hombre necesita un descanso físico para
refrescar su cuerpo. Pero aun cuando ese descanso sea necesario, esa no es la razón dada en el
mandamiento. La razón dada ahí es el ejemplo de Dios. Él descansó, y así tenemos que descansar.
Observe las palabras: “Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; pero el séptimo día es el Sábado del
Señor tu Dios... porque en seis días el Señor hizo el cielo y la tierra... y descansó en el séptimo día”.
Esto es: Dios trabajó, y por ello nosotros tenemos que trabajar; Dios descansó y por eso tenemos que
descansar. Es una cuestión de ejemplo; solo después se volvió una cuestión de mandato. El ejemplo es
suficiente; eso es lo que Adán tenía en el jardín del Edén. Después, debido a la flojera (descuido), fue
necesario adicionar el mandato.
El mandato del Sábado es el único mandamiento en cuya observancia Dios podía unir al hombre.
Sería altamente impropio hablar de Dios guardando el primer mandamiento, “no tendrás otros dioses
delante de Mi”. Y lo mismo sucede con el segundo y con el tercero. También, sería altamente
irreverente hablar de Dios guardando los seis últimos mandamientos. Un pequeño momento de
reflexión dejará todo bien claro. Robar, mentir, adulterar, todo esto no tiene cabida en relación con
Dios. Pero hay un mandamiento en cuya observancia Dios puede unirse al hombre: el mandamiento del
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Sábado. El hombre puede guardarlo; Dios puede guardarlo. Así el Sábado es el lugar de unión de Dios
y del hombre. En el jardín del Edén, la divinidad y la humanidad se juntaron en su observancia. Fue el
broche de oro que unió el cielo y la tierra entonces; y nuevamente servirá a ese propósito en la nueva
tierra. Cuando Dios se dignó a venir a esta tierra y se encontró con Adán y Eva, Él instituyó el Sábado,
lo bendijo y lo santificó, y se lo dio como un regalo al hombre. El Sábado es un pedazo del cielo, el
propio regalo de Dios. Hagámosle caso, no vaya a ser cosa que rechacemos este regalo de Dios.
“El Sábado fue hecho para el hombre”, y “es una señal entre Yo y ellos, para que sepan que Yo
soy el Señor que los santifica”. Exo. 20:10; Mar. 2:27; Eze. 20:12. En esa base Él nos convida a
juntarnos con Él en relación con el Sábado, y nos promete que “aquellos que guarden Mi Sábado, y
escojan las cosas que Me agradan, y guarden Mi pacto; aun a ellos les daré en Mi casa y dentro de Mis
murallas un lugar y un nombre mejor que el de hijos e hijas; Yo les daré un nombre eterno, que no les
será quitado”. Isa. 56:4-5. Ninguna promesa podría ser de mayor importancia o de mayor significado.
Indica fuertemente lo que ha sido mencionado antes, que la verdadera guarda del Sábado es indicación
de santidad de vida, de santificación, de comunión con Dios, y que el Señor lo considera una señal de
unión con Él.

La Observancia del Sábado.-

En relación a la observancia externa del Sábado, ¿qué es lo que requiere el Señor? Primero, “no
harás ninguna obra”. Esto tiene relación con nuestra propia obra y placer. “Si retrajeres del día Sábado
tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y lo llamares delicia, santo, glorioso de Jehová; y lo
venerares, no andando en tus propios caminos, ni buscando tu voluntad, ni hablando tus propias
palabras, entonces te deleitarás en Jehová; y yo te haré subir sobre las alturas de la tierra, y te daré a
comer la heredad de Jacob tu padre; porque la boca de Jehová lo ha hablado”. Isa. 58:13-14. Observe
las palabras: “no andando en tus propios caminos, ni buscando tu voluntad, ni hablando tus propias
palabras”. Esto, entonces, prohibe la observancia egoísta de este día: prohibe el uso de este día para
agradarnos a nosotros mismos. Este es el lado negativo del mandamiento.
Para encontrar el lado positivo del día, debemos ir al ejemplo de nuestro Señor y Salvador cuando
estuvo aquí en la tierra. Cristo es “Señor también del Sábado”. Mar. 2:28. “Todas las cosas fueron
hechas por Él; y sin Él nada de lo que fue hecho, fue hecho. Juan 1:3. Si “todas las cosas” fueron
hechas por Cristo, si el Sábado “fue hecho” (Mar. 2:27), entonces Cristo lo hizo. Estando entonces
íntimamente ligado con él, Él sabe cómo debe ser observado, y nosotros podemos seguir con seguridad
Su ejemplo. Él no nos va a descarriar.
¿Cómo observó Cristo el día? “Como era Su costumbre, Él fue a la sinagoga el día Sábado”. Luc.
4:16. Cristo fue a la iglesia el Sábado. Esto no era algo espasmódico u ocasional. Era “Su costumbre”
hacerlo. Él tenía una parte en el servicio. Él “se levantó para leer”. Era costumbre en aquellos días
invitar a aquellos que eran capaces de leer o de hablar en el servicio. Cristo no se echó atrás cuando fue
invitado. Se levantó y leyó.
Pero Cristo hizo algo más que ir a la iglesia el Sábado. Él hizo el bien. Sanó y ayudó a tantos
cuantos pudo. A menudo, al salir de la sinagoga, Él aceptaba una invitación para ir a algún hogar, como
en el caso registrado en Luc. 4:38-39. En aquella ocasión “Él salió de la sinagoga, y entró en la casa de
Simón”. Allí encontró un enfermo, “tomado de gran fiebre”. “Él se colocó delante de él, y reprendió la
fiebre; y ella lo dejó”.
Algunas veces este sanamiento era hecho en la misma sinagoga. En una ocasión había un hombre
con una mano reseca, y sus enemigos “observaban... para ver si lo iba a sanar en día de Sábado”. Mar.
3:1-5. Ellos no tuvieron que esperar mucho tiempo. Al hombre Él le dijo: “Estira tu mano. Y él la
estiró: y su mano fue restaurada completamente, tal como la otra”.
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Los Fariseos.-

Fue en este tiempo que Cristo hizo una pregunta que arroja luz sobre el significado de la guarda
del Sábado. Los Fariseos Lo estaban observando. Él sabía que ellos estaban listos para llevar a cabo un
“consejo con los Herodianos contra Él, para ver cómo podrían destruirlo”. Mar. 3:6. Pero Él tenía una
obra para hacer. Él tenía que ser honesto consigo mismo y con Dios, aun cuando esto significase perder
la vida. Entonces, “Él les dijo, ¿es lícito hacer el bien en los días Sábados o hacer el mal? ¿Salvar la
vida o matar?” Luc. 6:9. Pero ellos mantuvieron su indiferencia.
La guarda del Sábado de los fariseos era muy negativa. Ellos poseían numerosas reglas en
relación a lo que no debía hacerse. Con ellos la cosa siempre era, tu no puedes hacer esto, o tu no
puedes hacer aquello. Cristo fue positivo. Su conclusión fue, es lícito hacer el bien en el día Sábado.
Cristo caminó en los campos en Sábado. En una de estas ocasiones fue acosado por los fariseos
con el cargo de que Él le estaba permitiendo a Sus discípulos lo que no era lícito. Mar. 2:23-28.
Podemos extraer la correcta conclusión de este y de otros incidentes, que Cristo no guardó el Sábado de
acuerdo a la manera en que los fariseos lo hacían. Él anduvo haciendo el bien; Él sanó y ayudó. Él hizo
del Sábado un día de alegría y de felicidad, en vez de volverlo un día triste y de represión.
Que Cristo era un profundo estudiante tanto de las Escrituras como de la naturaleza, es evidente
ya que Su conocimiento se manifestó aun a temprana edad. Luc. 2:41-52. En Sus sermones y
enseñanzas hizo frecuentes referencias a la naturaleza y a las cosas de la naturaleza. Ese conocimiento
puede haberle venido a Él solo a través de un constante estudio, reflexión y observación. ¿Es
demasiado pretender que cuando Su trabajo semanal como carpintero era terminado, Él salía para
mantener una comunión con la naturaleza, para reflexionar, meditar, estudiar y orar? ¿Es demasiado
creer que aquí fue donde Él recibió Su íntima conformación con los pergaminos de los profetas como
también con la naturaleza?
Es significativo que haya “encontrado el lugar” por el cual Él estaba procurando en el libro de
Isaías. Luc. 4:17. Él estaba usando la copia de las Escrituras que había en la sinagoga, pero aun así se
notaba que estaba suficientemente familiarizado con los escritos como para estar capacitado para
encontrar lo que quería. No todos pueden hacer esto, y algunos ministros pueden aun tener dificultades.
Aun cuando no queremos extraer conclusiones incorrectas de este incidente, sabemos que Cristo estaba
familiarizado con las Escrituras de una forma bien definida. Mientras Él trabajaba en Su ocupación día
a día, el Sábado era normalmente el único día en que Él podía realizar ese estudio ininterrumpidamente.
Estamos en lo correcto al asumir que una parte del Sábado era usado por el Señor para familiarizarse
más con los escritos del Antiguo Testamento, y que Él hizo eso a través del trabajo de leer bien.

La Guarda del Sábado de Cristo.-

Cuando sumamos lo que sabemos en relación a la manera en la cual Cristo pasaba el Sábado,
encontramos que Él iba a la iglesia, que predicaba y sanaba, que caminaba por los campos, que
estudiaba, oraba y meditaba. Si quisiésemos aventurar una opinión en relación a cómo dividía el
tiempo, no estaríamos sobre terreno seguro. Evidentemente que hubo algún cambio cuando Él entró en
Su ministerio público. Después de eso, se le da mucho más prominencia a que anduvo haciendo el bien
y sanando. En cada caso, Cristo no era un solitario, que retenía Su presencia y Su servicio del mundo.
Le gustaba mezclarse con las personas. Aun aceptaba invitaciones en el día Sábado para comer con los
fariseos donde otros estaban presentes, y usaba estas ocasiones para mostrarles algunas de sus más
pertinentes lecciones a ellos y a todos.
Necesitamos tener cuidado para no irnos a los extremos. Debemos guardar cuidadosamente el
Sábado, para que no degenere apenas en un día de recreación y relajamiento. El Sábado no es un día
para excursiones ni viajes. No es un día para visitar lugares de interés o de juerga. Es un día de solemne
convocación y adoración, un día de oración y de buscar a Dios. Nadie debiera ausentarse a sí mismo de
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la adoración en ese día. Puede ser que sea necesario viajar cierta distancia para encontrarse con los
miembros de la iglesia, o tal vez sea inconveniente y cansador el llegar hasta el lugar donde se reúne el
pueblo de Dios para adorar, pero aun así creemos que debemos hacer cualquier esfuerzo razonable para
estar allí, y que Dios no solo nos permite hacer esos esfuerzos, sino que se alegra cuando los hacemos.
El Sábado es primero un día de adoración, un día en el cual el pueblo de Dios se reúne para escuchar la
Palabra y para contar sus propias experiencias y ser animados por los testimonios de otras personas.
Tanto cuanto sea posible, todos debieran estar en sus puestos cuando comienza la hora de la adoración.
Después del servicio, no es necesario, para observar el Sábado de acuerdo con el mandamiento,
permanecer dentro del lugar de reunión. Cristo aceptó invitaciones en el día Sábado, y gastó por lo
menos una parte del tiempo en conversaciones y enseñando. Pero aun hizo más que eso. Gastó mucho
tiempo haciendo el bien. Así debemos hacerlo nosotros. No hay ninguna razón para que el Sábado no
sea un día donde visitemos a los enfermos y a los que permanecen encerrados, llevarle cariño a
aquellos que están en el lecho de la enfermedad, visitar hogares donde hay niños lisiados, a los
mayores, a los no privilegiados y desafortunados, de enviar mensajes y flores al solitario, y en general
de hacer aquello que Cristo le gustaba hacer si Él estuviese aquí. Un Sábado gastado de esta manera no
solo será una bendición para la persona que hace la obra, sino que actuará en miles de formas para
apurar la causa del cristianismo, llevando a la práctica aquello que es predicado desde el púlpito, pero
que muy a menudo no se traduce en hechos. Seguir la manera en que Cristo guardaba el Sábado hará
del Sábado un día de bendición y delicia para un gran número de personas que pueden no poseer el
evangelio siéndoles predicado de ninguna otra manera.
Visto desde el ángulo en que Cristo guardaba el Sábado, el día debía ser uno en que se predicara
el evangelio tanto por palabra como por obras. El Sábado debía ser una demostración del evangelio en
operación. Cuando Dios nos ordena que nos acordemos del día Sábado para santificarlo, Él está
proveyendo en esa orden no solo la observancia de un día para nuestro beneficio, sino que también para
darle al mundo una lección objetiva de cristianismo. El Sábado fue dado no solo al hombre, sino que
por el hombre. Observado y usado correctamente, debía ser un poderoso medio para la proclamación
del verdadero evangelio de una manera en que todos pudieran entenderlo. Así como Cristo era la
Palabra hecha carne, así el Sábado es un día transplantado del cielo y dado al hombre como un
recuerdo de lo que una vez fue y de lo que aun va a ser. Vino de Dios, y se le dará a Él nuevamente en
servicio.

Aplicaciones Prácticas.-

El mandato de observar el Sábado se extiende a los niños, siervos y extranjeros que están dentro
de nuestra jurisdicción. La lectura del mandamiento dice: “El séptimo día es el Sábado del Señor tu
Dios; en él no harás ninguna obra, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni
tu extranjero que está dentro de tus puertas”. Exo. 20:10.
Aquí hay un principio vital envuelto. Somos responsables por nosotros mismos, y también por
aquellos que están dentro de nuestras puertas. No solo debemos descansar nosotros mismos, sino que el
mismo privilegio debe ser extendido a los hijos y a los siervos; y aun los extranjeros deben ser
incluidos. Si están dentro de nuestras puertas, deben incluirse dentro de las reglas del mandamiento.
Deben familiarizarse con las costumbres de la casa y con el mandamiento de Dios, y deben ser
convidados a unirse en la observancia del Sábado. Fuera de la cortesía y del respeto, ellos deben unirse,
o ausentarse de tal manera que no causen ningún problema. Dios desea que todos los del hogar tengan
suficiente respeto por la Palabra de Dios de tal manera que no profanen el Sábado. El punto principal,
sin embargo, tal como lo podemos ver, es que Dios quiere que nadie llegue a nuestro hogar sin estar
familiarizado con Sus requerimientos y que se le de una oportunidad de unirse a nuestra adoración.
El mandamiento del Sábado incluye aun el ganado. Aquellos que no tienen la costumbre de ser
bondadosos con los animales, esto puede parecerles extraño. Dios quiere que Su pueblo sea
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considerado con los pobres animales. Él percibe el sufrimiento de todos; ni aun un gorrión cae al suelo
sin que Él lo perciba. Mat. 10:29. Esto demuestra bondad innata, y es un poderoso comentario sobre la
esencia del carácter de Dios. Él es bondadoso por naturaleza. Él es considerado, y quiere que nosotros
también lo seamos.
A medida que recibimos el mandamiento del Sábado, notamos que su principal demanda es la
santidad. “Acuérdate del día Sábado, para santificarlo”. Mientras se ordena la cesación de actividades,
esto de ninguna manera lo es todo. Aquel que se abstiene de trabajar, no por eso será considerado un
guardador del Sábado y un heredero de la promesa. Puede que él no realice ninguna obra en el día del
Señor, pero esto es apenas una virtud negativa. Él tiene que guardar el día de una forma santa. Esto
significa una bondad positiva. Para el escritor de Hebreos significa que el hombre tiene que cesar “de
sus propias obras, así como Dios hizo con las Suyas”. Heb. 4:10. El hombre que cesa de hacer sus
propias obras, cesa de pecar. Solo un hombre así puede guardar el Sábado tal como Dios quiere que sea
guardado. Solamente aquel que es santo puede guardar el Sábado en forma santa (santificarlo).
Esto coloca la cuestión del Sábado de ser apenas la observancia de un día al punto de vivir una
vida. Fuera de la confusión y de la lucha del mundo, lejos de la batalla por el pan de cada día, Dios
toma a Su pueblo, les da Su Sábado, y dice: “Guarden este día para Mi. Cesen de pecar. Hagan justicia.
Encuéntrense con aquellos que tengan la misma fe para adorar. Sigan el ejemplo de vuestro Maestro.
Hagan el bien. Este día es un memorial del Edén, un memorial de la creación. Es un goce anticipado
del Sábado que ha de venir, un goce anticipado del cielo. es Mi señal de santificación. Yo he bendecido
este día. Yo te bendeciré y me encontraré contigo. Cesa de hacer tus propias obras. Entra en Mi
descanso”. Así guardado, el Sábado se vuelve un día realmente bendito.

El Primer Sábado

La primera puesta de sol que Adán vio fue la del Sábado. Han pasado miles de años desde
entonces, y miles de puestas de sol han testimoniado el hecho de que Dios es un amante de la gloria y
de la belleza. Los hombres han testimoniado una y otra vez el milagro de que las noches se transformen
en día, y los días en noches, y se han maravillado con la extraordinaria belleza de la escena. Ellos han
visto, en las puestas de sol, la maravilla, el terror, la majestad del Sinaí; han visto una réplica del
Gólgota cuando densas nubes se han juntado en un claro, y han mostrado la gloria, han visto los cielos
bañados en la seráfica, las maravillosas bellezas del Paraíso mientras los colores armonizan lentamente
de gloria en gloria, registrando en los cielos un cuadro de insuperable ternura y armonía, y en el alma
un toque de aquella paz que sobrepasa el entendimiento. Aun con todo esto es dudoso que haya existido
alguna puesta de sol comparable con aquella primera puesta de sol, cuando Dios y el hombre juntos
testimoniaron la llegada del primer Sábado a la tierra.
Dios pudo haber hecho muchas cosas en forma diferente en la creación, si Su naturaleza y
propósito hubiesen sido apenas utilitarios. Cuando los hombres quieren luz u oscuridad, ellos accionan
un interruptor ligándolo o desligándolo, y el efecto deseado se cumple inmediatamente. Dios pudo
haber hecho lo mismo. Pero Él escogió un camino diferente, el camino más lento, el camino de la
belleza y del asombro. Lentamente Él hizo con que la luz fuese disminuyendo, y el Artista celestial
mostró lo que puede hacerse con el polvo de la tierra, con la neblina celestial, y con la luz de Sus
luminarias escogidas, ya que Él mezcló estos ingredientes en el laboratorio del cielo y le mostró los
resultados al hombre en una puesta de sol. El Dios que hace con que miles de flores florezcan sin
darnos cuenta, que coloca la perla en el océano y la amatista entre las rocas, tiene que ser un amante de
la belleza. Todo lo que Dios hace, Él lo hace de la manera más exquisita y bella. No nos asombra que al
hombre se le pida que Lo adore no solo en santidad, sino que en la belleza de la santidad.
El hombre ha pecado y ha desfigurado la imagen de Dios. La propia tierra está siendo
gradualmente transformada, por la maldad de los hombres, de su belleza original en un caos de horror y
fealdad. Pero aun “los cielos declaran la gloria de Dios; y el firmamento muestra Su obra. Un día le
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habla al siguiente y una noche le muestra a la siguiente sabiduría. No hay palabras ni idioma, ni se
escucha ninguna voz. Su voz salió por toda la tierra, y sus palabras hasta el fin del mundo. En ellos Él
colocó un tabernáculo para el sol”. Salmo 19:1-4.

El Don del Sábado.-

La desolación puede reinar sobre la tierra, la muerte puede acechar en las autopistas, pero Dios
aun habla en y a través de la naturaleza, los cielos aun declaran la gloria de Dios, y las puestas de sol
aun llaman a los hombres a adorar al Dios de la belleza, de la paz y del amor.
Dios ha terminado Su obra. Ha trabajado durante seis días, y ahora se acerca el atardecer, el
atardecer que va a iniciar el Sábado. Dios no está fatigado; pero “en el séptimo día Él cesó y reposó”.
Isa. 40:28; Exo. 31:17. Había terminado la creación, y le había dado al hombre todo lo que un Padre
amoroso pudiese darle. Como un acto supremo le había dado a Adán una ayudadora, y en su nuevo
amor recién encontrado, ambos caminaban a través del jardín, absorbiendo su belleza y regocijándose
en su amor mutuo por su Padre celestial, que había provisto tan abundantemente para ellos, pero quien,
por sobre todo, les había dado vida, belleza, gloria y vida abundante.
Ahora estaba llegando el atardecer, y el propio Dios estaba caminando mientras la temperatura
iba descendiendo, observando Su obra y encontrándola buena. Él había provisto todo lo que el corazón
podía desear; pero aun había una cosa que Él quería hacer, Él quería conceder un regalo más.
Maravillosa como era la tierra, tremendamente amoroso como era el jardín, había aun algo más
glorioso, más maravilloso, y Dios quería darles un anticipo de ello. Entonces Dios decidió darles en el
Sábado un poquito del cielo, un día en el cual pudiesen tener una comunión especial con Él, un día de
fraternidad y de bendiciones especiales.
“El Sábado fue hecho para el hombre”. Mar. 2:27. Fue hecho, sin embargo, de una forma
diferente a como fueron hechas las demás cosas. Del resto de la creación se declara: “Él habló y fue
hecho; Él ordenó y apareció”. Por orden divina el mundo y todas las cosas que en él hay fueron
llamadas a la existencia. Pero no fue así con el Sábado. Dios no dijo: “Que haya un Sábado”, y hubo un
Sábado. El Sábado no fue hecho en un instante, ni por orden divina solamente. Tres hechos diferentes
de Dios están registrados como siendo requisitos para que existiera el Sábado.

El Primer Paso.-

“En el séptimo día Dios terminó Su obra que había hecho; y Él reposó en el séptimo día de toda
Su obra que había hecho. Y Dios bendijo el séptimo día, y lo santificó, porque en él había descansado
de toda Su obra que Él había creado y hecho”. Gen. 2:2-3.
Primero, Dios reposó. Este reposo era una cuestión de ejemplo, porque, tal como ya se ha dicho,
Dios no estaba fatigado. Pero el reposo era una parte necesaria al hacer el Sábado. Como el
reposo de Dios era un ejemplo que el hombre debía seguir, fue necesario que Él reposase de la
misma manera que Él esperaba que el hombre reposase; esto es, que no fuese apenas una parte
del día, sino que durante todo el día. Así, la declaración dice que Dios no apenas reposó en el
séptimo día, sino que Él “reposó el día séptimo”. Exo. 20:11.
Si Dios reposó el día séptimo, ¿cómo debemos nosotros entender la declaración de que “en el
séptimo día Dios terminó Su obra que había hecho”? Gen. 2:2-3. Algunos han pensado que debe haber
un error en esa cita, ya que no parece consistente decir que los cielos y la tierra fueron terminados en
seis días, y que sin embargo Dios terminó Su obra en el séptimo día. ¿No debiera decir que Dios
terminó Su obra en el sexto día en vez de decir que terminó en el séptimo? Nosotros no lo creemos así.
La declaración de que los cielos y la tierra fueron terminados en seis días es verdadera; y también lo es
la declaración de que Dios terminó Su obra en el séptimo día. Los cielos y la tierra fueron realmente
terminados, pero la obra de Dios aun no había terminado. Él aun tenía que hacer el Sábado, y esto Él lo
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podía hacer únicamente en el Sábado. Y así Dios hizo el Sábado en el Sábado, y lo hizo reposando. Eso
fue lo que terminó Su obra. El Sábado fue el toque que terminó todo. Solo cuando Él hubo hecho el
Sábado Su obra estaba totalmente hecha.
Es eminentemente correcto que Dios terminase Su obra en el séptimo día, haciendo así del
Sábado una parte definida de la creación, una parte que no puede ser separada del resto. Si Dios
hubiese terminado Su obra en el sexto día, algunos podrían haber pensado que el Sábado no hacía parte
del plan original de Dios, y que era más seguro ignorarlo. Todo aquel que cree en una creación
terminada tiene que obligatoriamente creer en el Sábado; y también, todo aquel que no cree en el
Sábado no cree en una creación terminada de Dios. A esto se refiere el escritor de Hebreos cuando
habla del séptimo día, y observe que “las obras fueron terminadas desde la fundación del mundo”. Heb.
4:3. Dios completó Su obra en el séptimo día haciendo el Sábado en ese día. El verso dice: “Dios
bendijo el séptimo día y lo santificó”. Gen. 2:3.
Existen aquellos que piensan que hubiese sido mejor si Dios hubiese dicho que Él había
bendecido el día Sábado en vez del séptimo día. Pero el verso dice lo que Dios quería que dijese. Si
dijese apenas que Dios bendijo el día Sábado, algunos podrían pensar que se refería a cualquier día en
que el Sábado llegase, y que si el primer día de la semana podía ser escogido como Sábado, la
bendición se aplicaría a aquel día. Para prevenir cualquier interpretación de ese tipo, Dios declara que
Él bendijo el día séptimo, no el primero, ni el tercero, ni cualquier otro día, sino que el séptimo día. De
tal manera que el séptimo día es un día bendito.
Si algunos protestan contra esta interpretación diciendo que confina la bendición al séptimo día, y
que no está diciendo que este día sea el Sábado, le responderíamos que Dios unió en el cuarto
mandamiento el Sábado con el séptimo día declarando que Dios “reposó el día séptimo; por lo cual el
Señor bendijo el día Sábado y lo santificó”. Exo. 20:11. Aquí el séptimo día y el Sábado están unidos,
y el séptimo día es identificado como siendo el Sábado que Dios bendijo. Esto sella y completa la
evidencia. Dios bendijo el séptimo día y ese día es el Sábado.
Dios no bendijo el Sábado en general, ni tampoco bendijo un Sábado, ni tampoco el Sábado, sino
que el día Sábado, y ese día Sábado es el séptimo día. Sin duda que estas declaraciones son tan precisas
y definidas por alguna razón. Dios quería que no hubiese ningún mal entendido o disputa en relación a
lo que Él dijo o mencionó. Él ha hecho todo lo que se podía hacer para dejar el asunto bien claro. Él no
pudo ser más específico.
Cuando Dios bendijo el día Sábado, ya había bendecido al hombre. Gen. 1:28. Esta bendición
incluyó la fructificación y la promesa de dominio sobre las bestias del campo y sobre cada cosa
viviente. Así como Dios bendijo a Abraham, para que fuese una bendición, así Él bendijo a Adán y
Eva. Ellos debían fructificar y multiplicarse, y ser una bendición para sus descendientes como también
para las bestias del campo, a las cuales debían tratar bondadosamente.

El Segundo Paso.-

Podemos entender cómo Dios puede bendecir a seres humanos. Podemos aun entender cómo Él
bendice a los animales y les da su trabajo para que lleven a cabo el propósito de Dios; ¿pero cómo
puede Dios bendecir un día, una división de tiempo, que no ni animada ni inanimada, ni viva ni muerta,
una cosa sin substancia, un concepto más que una realidad; tiempo, el cual desafía una definición, aun
cuando toda la humanidad está al tanto de su existencia y realidad? ¿Cómo puede ser bendecido el
tiempo de tal manera que sea una bendición para el hombre?
La respuesta es que el tiempo no posee ninguna virtud o poder en sí mismo como para ser una
bendición o una ayuda para otros. El tiempo es tan impersonal como el espacio, e igualmente
inconcebible. Una diferencia entre ambos es notable: el espacio se extiende en todas las direcciones,
mientras que el tiempo puede ser comparado a un camino de un solo sentido, permitiendo el tráfico
solamente en una dirección. El hombre no posee poder sobre el tiempo, no lo puede ni apresurar ni
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retardar. Lo quiera o no, el hombre camina junto con el tiempo, y a despecho de todas las protestas, es
un día más viejo mañana de lo que lo es hoy. Él no puede invertir el proceso, aun cuando desee mucho
que así sea. El tiempo es superior a él, y él obedece su mandamiento.
Existen aquellos que creen que Dios no creó el tiempo, pero que de alguna manera él lo encontró
ya existiendo. Pero esto no puede ser. Tiempo y espacio no son entidades autoexistentes, que puedan
operar en forma separada e independientemente de Dios. Si eso fuese verdadero, serían iguales a Dios,
o aun superiores a Él; para aquello que es coetáneo con Dios o existe antes de Dios tiene que ser por lo
menos igual a Él; y aquello que no es creado por Dios es autoexistente y es Dios. El cristiano cree que
“sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”, y que el tiempo y el espacio fueron creados por Dios
tan ciertamente como cualquier otra cosa que Él hizo. Juan 1:3.
Aun cuando ambos conceptos de tiempo y espacio están más allá de la comprensión humana, el
uno nos ayuda a entender el otro. Nuestro concepto de espacio, por ejemplo, nos ayuda a entender
mejor el tiempo, y cómo es posible que Dios pueda bendecir el tiempo.
Nosotros vamos a la iglesia a adorar a Dios, y entramos al edificio dedicado a Él. El edificio de la
iglesia es apenas una construcción de cuatro paredes que delimitaban un determinado espacio. El
espacio dentro de las paredes no parece ser diferente del espacio que está afuera. Y sin embargo existe
una diferencia. Algo le sucede. Es un espacio santo, espacio dedicado al servicio de Dios. Dios está
presente en el edificio en un sentido en que Él no está presente fuera del edificio. Dios ha dividido el
espacio del espacio; uno es santo; el otro no lo es. Esto no podemos explicarlo. Pero podemos creer que
es así.
Así como Dios puede dejar a un lado algún espacio el cual Él escoge para revelarse a Sí mismo,
así Dios puede colocar a un lado el tiempo. Fuera del vasto océano del tiempo – como también fuera
del espacio – Él escoge una porción, la bendice, y lo constituye en tiempo bendito para que el hombre
lo use. Parece ser el mismo tipo de tiempo que el otro tiempo, y sin embargo es diferente. Es tiempo
bendito, y no debe ser usado para propósitos comunes los cuales en sí mismos pueden ser legítimos.
Así como no usaríamos una catedral dedicada para propósitos comerciales – perfectamente legítimos
en sí mismos – así no debemos usar el tiempo santo de Dios para propósitos comunes, no importa cuán
legítimos pudiesen ser en sí mismos. Cuando el pueblo de Dios se encuentra en el lugar especificado
durante el Sábado para adorar, son triplemente bendecidos: ellos mismos son bendecidos como
personas; el lugar donde se reúnen para adorar es bendecido; el propio tiempo de adoración es
bendecido. Un pueblo santo adora a un Dios santo en un tiempo santo y en un lugar santo. Ciertamente,
bajo tales condiciones se pueden esperar las más ricas bendiciones de Dios.

El Tercer Paso.-

“Dios bendijo el día séptimo y lo santificó”. La santificación del día séptimo es el tercer paso en
la hechura del Sábado, lo cual pasaremos a considerar ahora.
Gen. 2:3 declara que Dios “bendijo el día séptimo y lo santificó: porque en él descansó de todas
Sus obras que Dios había creado y hecho”. Observamos primero que la razón para que Dios bendijese y
santificase el séptimo día es “porque en él descansó”. El hombre no es aquí mencionado. El hombre
aun no había trabajado; había sido traído a la existencia en el sexto día, y no había tenido ninguna
oportunidad de trabajar. Pero Dios había trabajado. Él había trabajado seis días, y descansó el séptimo.
Habiendo terminado tanto Su obra como Su descanso, bendijo y santificó el Sábado. La lectura dice
que Dios bendijo el día “porque en él descansó”.
No existe ninguna razón para que Dios bendiga un día para Su propio uso. Su bendición y
santificación necesariamente tiene que ser para el bien de otra persona. Dios es santo; Él es siempre
santo; Él no es más santo en algún tiempo y menos en otro. Su santidad no admite grados. Pero no
sucede lo mismo con el hombre y los lugares. Ellos son santos en proporción a su cercanía a Dios.
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Fue para impresionar esto ante el pueblo que fue colocada una cortina en el antiguo santuario,
rodeando el atrio. A medida que el hombre se acercaba a la santidad de Dios, había una gradual
eliminación de lo común y de lo profano. En el primer atrio todos los adoradores podían entrar, ya
fuesen israelitas o extranjeros. En el segundo atrio solo los israelitas podían entrar ya que eran el
pueblo escogido de Dios. En el siguiente atrio solo los Levitas y sacerdotes podían entrar, ya que tenía
trabajo que realizar en el tabernáculo. Dentro del propio santuario, en el primer compartimiento, solo
los sacerdotes podía oficiar, ya que habían sido escogido por sorteo para este trabajo. Los sacerdotes no
podían entrar en el santuario solo porque eran sacerdotes. Eso, tal como se ha dicho, estaba reservado
apenas para unos pocos. Y esos no podían entrar en el segundo compartimiento, el lugar santísimo. Eso
estaba reservado apenas para un hombre apenas, el sumo sacerdote; y aun así él podía entrar apenas en
un tiempo determinado, y después de una larga preparación espiritual y física. Dios es santísimo, y solo
se le podía acercar después de una larga preparación del corazón y una profunda humillación del alma.
Todo esto tenía que enseñarle al hombre la santidad de Dios. Dondequiera que Dios se revele a Sí
mismo, el lugar se vuelve santo, ya sea si es un arbusto que arde en el desierto o el lugar santísimo del
santuario. También, si Dios remueve Su presencia, como lo hizo cuando el velo se rasgó en el templo
de Herodes, el lugar inmediatamente se vuelve común. Es la presencia de Dios que hace con que una
cosa o un lugar o una persona sea santa. Esto posee una íntima relación con el Sábado. Dios lo
santificó. Lo hizo santo. Y fue hecho santo a través de Su presencia.
Para santificar, de acuerdo con el Diccionario Webster, significa “hacer sacro o santo; separar
para un oficio sacro o para algún uso religioso; ... venerar”. Como es imposible impartir cualidades
morales a cosas inertes, la santificación, tal como es aplicada al séptimo día, tiene que significar lo
mismo que la santificación que se le aplicaba al tabernáculo y sus muebles. A Moisés se le ordenó en
relación al altar, “siete días harás una expiación por el altar, y lo santificarás; y será un altar santísimo:
cualquier cosa que toque el altar será santo”. Exo. 29:37. De la misma manera todo el santuario, el arca,
los vasos, el candelabro, y todo lo que pertenecía a esto, era santificado, y por lo tanto podía ser usado
solamente en el servicio sacro del ritual del santuario. Exo. 30:26-29.
Así como un edificio religioso es dedicado y es separado para propósitos religiosos, así el Sábado
fue dedicado, santificado y separado para uso santo. La santificación, desde luego, tenía una relación
con el futuro y no con el pasado. La dedicación de un edificio de una iglesia se realiza en un tiempo
determinado, pero su efecto apunta hacia el futuro. Así como la ordenación de un ministro a la sacara
obra de Dios es un acto hecho mirando hacia el uso futuro en la causa de Dios, así la santificación del
Sábado era un acto anticipativo, teniendo en vista el bien de la humanidad.
Enfatizamos esta materia, la cual es evidente por sí sola, por una razón, ya que hay algunos que
insisten que la bendición y la santificación del séptimo día tiene relación con el Sábado original, y
solamente con aquel Sábado, y no con los siguientes. Una declaración de esa naturaleza no me parece
correcta, sino que absurda. También dicen que la dedicación de una iglesia, la santificación de
utensilios santos, el separar a un hombre para la obra santa de ministro, son hechos que se refieren
apenas con ese momento en particular, y que inmediatamente después no tienen más efecto.

El Sábado Hecho para el Hombre.-

“El Sábado fue hecho para el hombre”. Mar. 2:27. No fue hecho para Dios ni para los ángeles,
buenos o malos; no fue hecho para las criaturas inferiores o para la naturaleza; no fue hecho para
ninguna clase o raza en particular, ni fue hecho para los Judíos ni para los Gentiles; fue hecho para el
hombre, para la humanidad, para toda la raza humana. Así como un padre amoroso le da un regalo a su
hijo para su uso y regocijo, así Dios hizo el Sábado para el hombre. Adán y Eva eran toda la humanidad
en el comienzo; para ellos fue hecho el Sábado, para sus hijos, y para los hijos de sus hijos. Solamente
así podemos decir que el Sábado fue hecho para el hombre.
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Si fuese apenas el Sábado original el bendito y santificado, encontraremos que no tendría mucha
importancia la declaración de que el Sábado fue hecho para el hombre; ni tampoco veríamos cómo éste
podría ser una bendición para el hombre. Sería apenas un acontecimiento histórico, un punto en
constante retroceso en el tiempo, cada vez menor, un punto al cual el hombre estaría incapacitado para
volver, un incidente que tendría un pequeño significado o importancia ya que no se relacionaría con
ninguna bendición presente (actual) para la humanidad.
Una vez Cristo y sus discípulos estaban caminando a través del campo en un día Sábado. Los
discípulos estaban hambrientos y arrancaron algunos granos de trigo, un acto que era considerado lícito
en otro día, pero que los fariseos no permitían en un día Sábado. Siempre alertas para encontrar alguna
causa para reclamar contra Cristo, los fariseos fueron inmediatamente a Él, diciendo: “¿por qué hacéis
en el día Sábado lo que no es lícito?”. Mar. 2:24.
Cristo no fue lento en defender lo que ellos habían hecho. Él les dijo a los fariseos que el Sábado
fue hecho para que fuese una bendición para la humanidad, no una carga o un yugo. Era lícito hacer el
bien en el Sábado; era lícito ministrar las necesidades de la humanidad; y, citando a David, Él les dijo
que era lícito hacer lo que los discípulos habían hecho. Entonces Él anunció el verdadero principio de
la guarda del Sábado: “El Sábado fue hecho para el hombre, y no el hombre para el Sábado”. A esto Él
añadió estas significativas palabras: “Por lo tanto el Hijo del hombre es Señor también del Sábado”.
Mar. 2:27-28.
Nosotros creemos que Cristo tenía una razón particular para declararse Él mismo Señor del
Sábado. Esto ya lo analizamos en otro lugar, y no lo repetiremos aquí. Sin embargo, nos gustaría llamar
la atención al hecho de que Cristo consideró el Sábado un factor vital para la religión, dirigiendo su
correcta observancia, y se proclamó a Sí mismo Señor de él. Esto no da la impresión que Cristo creyese
que el Sábado tuviese apenas una importancia histórica. Él lo consideraba una realidad viva, una
institución que debía ser defendida de la invasión de los fariseos, una institución de la cual Él era el
Señor.
La palabra hebrea para “santificar” normalmente es traducida de esa manera en todo el Antiguo
Testamento. Existen apenas algunas excepciones. A dos de ellas llamamos la atención al terminar este
estudio.
Cuando las ciudades de refugio fueron seleccionadas como lugares a los cuales un asesino podía
huir para escapar a la ira del vengador de sangre, ellos escogieron Cedes en Galilea”. Josué 20:7. La
palabra aquí traducida por “escogieron” es la misma palabra que en otras partes es usada para
“santificar”, tal como lo confirma la lectura al margen.
La otra traducción de la palabra se encuentra en 2 Reyes 10:20, donde vemos la palabra
“proclama”. “Jehú dijo, proclamen una asamblea solemne a Baal”.
De estos usos bíblicos de la palabra estamos seguros al afirmar que cuando Dios santificó el
séptimo día, Él lo separó para un uso santo, lo indicó como siendo el Sábado, lo proclamó como un día
santo. Como Señor del Sábado, Cristo anuncia que Él lo hizo para el hombre, para que fuese una
bendición y una ayuda para éste, para que sirviese como un recordativo de la creación y de Su amor por
el hombre. Es Su especial regalo para la humanidad, la cual necesita mucho más que el santo par en el
jardín.

El Sábado en el Sinaí

Génesis, el primer libro de la Biblia, es un relato condensado de los primeros 2.500 años de la
historia de esta tierra, aproximadamente la mitad de todo lo que se ha conseguido registrar. Incluye
grandes hechos como la creación, el paraíso, Adán y Eva, Satanás, la caída, el Diluvio, Noé, Abraham,
Isaac, Jacob, José, los siete años de hambre y la ida de Israel a Egipto. Génesis no es un libro de la ley,
o un compendio de teología, o un tratado científico, sino que un simple registro de lo que ocurrió en el
comienzo de la historia terrestre.
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Los oponentes del Sábado apuntan con aparente satisfacción el hecho de que el Sábado no es
mencionado en el Génesis después de que Dios lo instituyó en el comienzo. Si el Sábado es tan
importante como parece, dicen ellos, debiera habérsele dado un lugar prominente en el relato de
aquellos tiempos.
Este razonamiento, sin embargo, no es ni sano ni seguro. Vimos anteriormente que Génesis no es
un libro sobre la ley o un código de ética. Posee un propósito completamente diferente. En él no hay un
mandamiento sobre el Sábado, ni tampoco se encuentra en él ninguno de los otros mandamientos. El
Génesis no es un libro de mandamientos, tal como lo es el siguiente libro, Exodo. Bajo este raciocinio
Caín hubiese podido desafiar exitosamente a Dios para que le mostrase el mandamiento que dice: “No
matarás”. No existe ese mandamiento registrado en Génesis; pero sería precario afirmar, con esta base,
que ese mandamiento no existía. Sería lo mismo que afirmar que ya que no aparece ningún registro
diciendo que Dios alguna vez le haya prohibido a Adán y Eva adorar otros dioses, pudiesen ellos estar
en libertad para hacer imágenes e inclinarse delante de ellas; o, ya que no aparece ningún mandamiento
en el Génesis prohibiendo el adulterio, que José no habría pecado si hubiese cedido a la tentación. El
Génesis es un relato condensado de un largo periodo de tiempo, y no podemos esperar que contenga
todo aquello que los eruditos reclaman. Debiéramos observar, sin embargo, que el Sábado está en un
lugar bien prominente en este libro. El Génesis registra la institución y la observancia del Sábado por el
propio Creador. En esto él mantiene la preeminencia sobre todos los demás mandamientos. Creo que
sería bastante difícil que se le haya dado más importancia que la que ya se le dio.

Moisés y Aarón.-

El libro de Exodo inicia con el relato de Israel estando en una esclavitud en Egipto. Cuando ellos
fueron por primera vez a Egipto, Israel había sido favorecido por el rey. Pero muy luego surgió un
nuevo rey, el cual no conocía a José, y cuando los hijos de Israel se multiplicaron a tal punto que se
convirtieron en una amenaza política, fueron colocados bajo restricción y severa esclavitud. Al sentir su
problema, clamaron al Señor, y Moisés fue enviado para liberarlos.
Cuando era un bebé Moisés había sido rescatado por la hija del Faraón, y había sido traído a la
corte real. Ahí él fue educado con toda la sabiduría de los egipcios, pero él continuó fiel a la fe de sus
padres. Cuando en cierta ocasión él vio que se cometía injusticia a un israelita, él rápidamente mató al
egipcio que estaba cometiendo esa falta. A causa de esto fue compelido a huir de Egipto, y gastó 40
años en el desierto pastoreando ovejas.
Fue en el desierto que le vino el llamado para que volviese a Egipto y liberase a su pueblo. Él se
sintió despreparado para la tarea, pero Dios le dio un ayudante en Aarón, su hermano. Juntos fueron
hasta el faraón, pidiéndole que liberase a Israel y los dejara ir. El Faraón quedó abismado con su
audacia, y dijo: “¿Quién es el Señor, para que yo le obedezca su voz y deje ir a Israel? No conozco al
Señor, ni tampoco dejaré ir a Israel”. Exo. 5:2.
Durante su estada en Egipto Israel había negligenciado las ordenanzas del Señor, y su adoración
había decaído. Moisés y Aarón estaban preocupados en relación a esto, y le dijeron al Faraón: “Así dice
el Señor... Deja ir a Mi pueblo, para que ellos puedan celebrar una fiesta para Mi en el desierto... Déjalo
ir, te suplicamos, a tres días de viaje en el desierto, para que sacrifiquen ante el Señor nuestro Dios”.
Exo. 5:1-3.
Esto era antes que la ley fuese dada en el Sinaí, y antes que ninguna fiesta hubiese sido dada por
Dios para que fuese observada como haciendo parte del servicio ceremonial del santuario. La Pascua
aun no había sido instituida, ni tampoco cualquier otra fiesta sagrada, con excepción hecha del Sábado,
séptimo día de la semana. No sabemos qué tipo de festival tenía Moisés en mente cuando le pidió que
le diese permiso al pueblo para ir a tres días hacia el desierto para “celebrar una fiesta... en el desierto...
para que sacrifiquemos ante el Señor nuestro Dios”. ¿Era el Sábado, séptimo día de la semana, que
Israel había negligenciado, y que Moisés estaba tratando de restaurar? No se nos informa nada, pero
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existen algunas alusiones significativas, las cuales hacen con que esto sea no solamente posible, sino
que probable.
El Faraón se quejó ante Moisés: “Podéis descansar de vuestras cargas”, puede ser considerada
una correcta traducción, pero no provee el significado especial que tiene en Hebreo, el cual quedaría
mejor traducido si dijera: “Ustedes pueden Sabatizar”. La palabra que se usa en Hebreo es shabbathon,
una alusión definida al Sábado. El escritor de Exodo pudo haber usado otra palabra para expresar
descanso, si así lo hubiese querido, una palabra que no hubiese levantado la cuestión de la guarda del
Sábado. Que haya escogido esta palabra en particular, es muy significativo.
Cuando Israel estaba en Egipto, el único Sábado en existencia era el séptimo día de la semana,
instituido en la creación. No había ninguna otra fiesta, ni siquiera la Pascua. Cuando el faraón, por lo
tanto, se quejó ante Moisés y Aarón diciéndoles que el pueblo “sabatizaba”, la preponderancia de la
evidencia favorece el Sábado. De acuerdo con esto, está la otra queja que decía que “Moisés y Aarón
hacen con que el pueblo no trabaje”. “Hacer” significa aquí esconder, hacer cesar el trabajo. Esto indica
que el Faraón tenía a Moisés y a Aarón como responsables porque el pueblo no trabajase; esto es,
porque el pueblo estuviese “sabatizando”. “Estáis ociosos, estáis ociosos”, dijo el Faraón; “por eso es
que decís, déjanos ir para que hagamos un sacrificio al Señor”. Exo. 5:17. Aun cuando no
contenderemos en relación a que la evidencia aquí presentada sea definitiva, creemos que el hecho de
que no existiese ningún otro Sábado ni ninguna fiesta en aquel tiempo, favorece el punto de vista de
que se trataba del séptimo día de la semana, del Sábado.

El Sábado antes del Sinaí.-

Aun cuando el Faraón al principio declinó en dejar ir a Israel, él consintió en hacerlo cuando las
plagas fueron aumentando más severamente. Con un brazo poderoso y extendido Dios liberó a su
pueblo de Egipto y los llevó al desierto. En honor de su liberación, ellos cantaron el canto de la gloriosa
victoria, registrado en el capítulo 15 de Exodo. Fue solamente a través de la misericordia de Dios que
ellos habían sido salvos del poderoso ejército del Faraón. A Él le rindieron alabanzas.
Habiéndolos sacado de Egipto, ahora Dios les dijo cuáles eran las condiciones para que Él los
continuara protegiendo. Dijo Dios: “Si oyereis atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hiciereis lo
recto delante de sus ojos, y diereis oído a sus mandamientos, y guardareis todos sus estatutos, ninguna
enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador”. Exo.
15:26.
Esta es una promesa muy linda que se les dio a ellos, bajo la condición de que ellos “diesen oídos
a Sus mandamientos y que guardasen todos Sus estatutos”.
El pan que el pueblo había traído consigo desde Egipto, no duró muchos días, y muy luego
comenzaron a tener hambre y comenzaron a murmurar. “Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová
en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta
saciarnos; pues nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud”. Exo.
16:3.
El Señor respondió rápidamente: “He aquí yo os haré llover pan del cielo; y el pueblo saldrá, y
recogerá diariamente la porción de un día, para que yo lo pruebe, si anda en mi ley o no”. Exo. 16:4.
Esto fue antes que la ley hubiese sido proclamada en el Sinaí. Dios iba a hacer de Israel Su
pueblo peculiar, pero antes que lo hiciese, Él quería “probarlos para ver si andan en Mi ley o no”.
Moisés llamó ahora al pueblo para que se reuniese y los instruyera. “Esto es lo que ha dicho
Jehová: Mañana es el santo Sábado, el reposo consagrado a Jehová; lo que habéis de cocer, cocedlo
hoy, y lo que habéis de cocinar, cocinadlo; y todo lo que os sobrare, guardadlo para mañana”. Exo.
16:23.
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Esta instrucción estaba relacionada con la preparación del Sábado. El viernes debían cocinar su
pan y sus alimentos, tanto para aquel día como para el Sábado. Cada día podían recoger el
maná, pero el viernes tenían que recoger una porción doble, porque Moisés les había
anunciado que no caería ningún maná durante el Sábado. El viernes tenían que cocinar todos
sus alimentos, y el Sábado tenían que comer aquello que habían preparado.
El Sábado Moisés les dijo: “Comedlo hoy, porque hoy es Sábado para Jehová; hoy no hallaréis en
el campo”. Exo. 16:25.
A despecho de todo lo que Dios había dicho, “aconteció que algunos del pueblo salieron el día
Sábado a recoger, y no hallaron”. Exo. 16:27.
Ellos habían recibido instrucciones precisas. No podía haber malos entendidos. Ellos sabían
exactamente lo que tenían que hacer y lo que se esperaba de ellos; a pesar de ello “salieron... el Sábado
para cogerlo”. “Y Jehová le dijo a Moisés: ¿Hasta cuándo no querréis guardar mis mandamientos y mis
leyes? Mirad que Jehová os dio el Sábado, y por eso en el sexto día os da pan para dos días. Estése,
pues, cada uno en su lugar, y nadie salga de él en el séptimo día. Exo. 16:28-30.
Este hecho es iluminador. El pueblo había salido recién de Egipto, y muchas de las costumbres y
tradiciones de Egipto, aun les estaban sonando en los oídos. A la menor provocación estaban listos para
murmurar contra Dios y para volverse a sus ídolos. Estaban muy lejos de ser lo que Dios quería que
fuesen. Antes que pudiera aceptarlos y hacer de ellos una gran nación, tuvo que enseñarles Sus
estatutos y probarlos, para que así pudiese saber si iban a caminar en Su ley o no.

El Sábado no es una Nueva Institución.-

El Sábado no es presentado aquí como una nueva institución, que estuviese ahora siendo
presentada por primera vez. En vez de eso, aparece como algo bien conocido. Ni tampoco es la ley algo
nuevo para ellos. Dios les habla familiarmente en relación a la ley, y les promete libertad de las
enfermedades si le diesen “oídos a Sus mandamientos, y guardasen todos Sus estatutos”. Exo. 15:26.
Esta fraseología es prácticamente la misma que aquella usada con Abraham muchos años antes:
“Abraham obedeció mi voz, y guardó mis preceptos, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes”.
Gen. 26:5.
De esto podemos reconocer que los mandamientos de Dios, los estatutos y las leyes le eran
conocidas a Abraham, que él las guardaba, y que él se las enseñaba a sus hijos para que también las
guarden. Gen. 18:19.
Isaac y Jacob eran su hijo y su nieto, siendo respectivamente de 75 y 15 años a la muerte de
Abraham. Fue Jacob el que posteriormente fue a Egipto. Por lo tanto se nos garantiza que los hijos de
Israel en Egipto, conocían las leyes de Dios y Sus estatutos, y que cuando les habló familiarmente para
que guardasen Sus mandamientos, ellos sabían exactamente lo que Él estaba queriendo decir.
Aquellos que afirman que la ley de Dios y el Sábado no eran conocidos antes de Moisés y el
Sinaí, no están bien informados. Abraham conocía los mandamientos de Dios, sus estatutos, sus leyes,
y él se los enseñó a su descendencia. El propio Dios observó el Sábado del séptimo día en el Jardín del
Edén; de tal manera que Adán y Eva estaban acostumbrados con el Sábado. De Caín y Abel se declara
que “al final de los días” ellos fueron a adorar ante el Señor, trayendo sus ofrendas. Gen. 4:3, margen.
La frase, “al final de los días”, la cual es la traducción correcta del hebraico, es una frase
interesante, y levanta naturalmente la pregunta: ¿El final de qué días? Solo puede haber un “final de
días” desde que exista una serie de días envueltos, teniendo un comienzo y un fin.
Cuando Dios trabajó seis días y descansó el séptimo, cuando le dijo al hombre que trabajara los
próximos seis días y que descansara el séptimo, Él creó una semana de siete días, y el término de la
semana vio “el fin de los días”. Sin el Sábado no habría un punto de término; pero cuando fue instituido
el Sábado, fue creado un “fin de los días”, y cuando los hombres llegaron al séptimo, comenzarían a
contar nuevamente. El propio Dios estableció esta división.
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Cuando Caín y Abel, por lo tanto, vinieron para traerle sus ofrendas a Dios “al final de los días”,
ellos vinieron a adorar en el Sábado. Se puede presumir que Abel deseara adorar, porque él era un
seguidor de Dios; pero lo mismo no puede decirse de Caín. Pero él también adoró, y al mismo tiempo
en que Abel adoró. Esto nos lleva a creer que había un tiempo determinado parea adorar, y que no era
una mera coincidencia que hubiesen llegado allí al mismo tiempo. En cualquier evento ellos fueron a
adorar juntos, y esto era “al final de los días”. Los comentaristas normalmente coinciden que esto
puede referirse solamente al Sábado. Nosotros creemos que ellos están en lo correcto.
Adán y Eva tuvieron el ejemplo de Dios para la guarda del Sábado. Caín y Abel adoraron “al
final de los días”. Abraham conocía los mandamientos de Dios, sus estatutos y leyes, y los guardaba, y
se los enseñaba a sus hijos para que los guardasen. Y ahora Dios decidió probar a Israel para ver si
guardaría Su ley o no.
Israel estaba en el desierto, donde no había ninguna oportunidad de cultivar la tierra o de tener
grandes cabezas de ganados, como las habían tenido en Egipto. A menos que les fuese provisto
alimentos de alguna manera sobrenatural, ellos habrían muerto de hambre. Por lo tanto, Dios se
propuso alimentarlos con pan del cielo, mientras que al mismo tiempo les dio una lección objetiva para
la guarda del Sábado.
Dios hizo con que el maná cayese seis días de cada semana. No existe ninguna razón para que
Dios no hubiese hecho llover el maná durante todos los días, si así lo hubiese deseado, o a cada tres
días, o solamente un día en la semana, o durante siete días a la semana. Pero Dios escogió que el maná
cayese durante seis días, y que en el séptimo día no cayese nada. Para compensar esta falta, Él hizo caer
el doble durante el sexto día, de la cantidad que caía normalmente durante los otros días, de tal manera
que hubiese lo suficiente para todas las necesidades durante los siete días. Esto sería una manera
eficiente para enseñarle a Israel dos cosas importantes: trabajar seis días a la semana y descansar el
séptimo.
Pero Dios hizo más que esto. Él condujo las cosas de tal manera, que el maná se mantendría
apenas un día, y después de eso se echaría a perder. Eso haría con que las personas tuviesen que
recogerlo todos los días; esto es, trabajar durante seis días. Dios también podría haber hecho las cosas
de tal manera que el maná durase dos días, o siete días, o cualquier otra cantidad de días. Cuando Él
hizo que durase apenas un día, lo hizo con un propósito, tal como ya se ha dicho.
¿Pero qué pasaba durante el Sábado, cuando no caía el maná? Esto haría con que el Sábado
permaneciese separado de los otros días. ¿Podría Él haber hecho algo más impresionante para las
mentes del pueblo a respecto de la santidad del Sábado? Si, si Dios hubiese preservado milagrosamente
el maná para que no se echara a perder durante el Sábado, eso habría sido una lección adicional para
ellos a respecto de la guarda del Sábado. Y así Dios decidió que el maná durase apenas un día durante
la semana, pero durante el Sábado Él lo mantuvo de tal manera que no se agusanaba. La primera era
una lección para que trabajasen durante seis días; la segunda era una lección para que guardasen el
Sábado en forma santa.
La caída del maná tenía por lo tanto un propósito mayor que el apenas alimentar el pueblo. Eso
podría haber sido hecho de otras maneras. Era más bien una lección nacional sobre la guarda del
Sábado relacionada con el séptimo día. Si esta lección hubiese sido dada una vez, habría tenido un
tremendo significado en relación con la estimación que Dios posee del Sábado. Si hubiese sido repetida
dos veces, no habría habido ninguna duda en relación a la intención que Dios tenía. Si hubiese sido
repetida todas las semanas durante un año, todos habrían sabido que Dios quería impresionarlos con la
lección del Sábado sobre Israel, de una forma tan profunda y plena, que nunca lo habrían olvidado. Qué
podemos decir, entonces, cuando esta lección fue repetida no solo una vez, o dos veces, o diez veces,
sino que más de dos mil veces; esto es, ¡52 veces en el año, durante 40 años! Si Israel no aprendió la
lección durante todo ese tiempo, no había ninguna razón para continuar enseñándosela.
La lección del maná debía ser siempre mantenida en la mente, por lo cual Dios ordenó que un
pote con maná fuese colocado en el arca donde se guardaban los diez mandamientos, para que fuese un
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perpetuo recordatorio del Sábado y del poder sustentador de Dios. Ver Exo. 16:32-36. Este maná no se
echó a perder. Debía mantenerse durante “generaciones”. Era un recuerdo del cuidado de Dios y
apuntaba directamente al mandamiento del Sábado. La verdadera intención del milagro del maná no era
la alimentación del pueblo. Eso era apenas incidental. El propósito principal de Dios era la guarda del
Sábado por parte de Israel. Él los estaba probando. Él los estaba preparando para entrar en una relación
de pacto con Él.

El Sábado en el Sinaí.-

Al tercer mes después de haber partido de Egipto, el pueblo de Israel llegó al desierto del Sinaí.
Nunca había visto un pueblo el poder de Dios manifestado de una manera tan notable, como lo fue ante
el pueblo de Israel durante esos dos meses. Ahora iban a presenciar el clímax. Dios los había ayudado
en una forma maravillosa en Egipto. Mientras miles de egipcios habían sido golpeados duramente con
las plagas, y diez mil habían caído a su mano derecha, las plagas no los habían tocado. Su liberación
había sido maravillosa en el Mar Rojo, arrancándoselos de las manos al ejército de Faraón, y aun más
maravillosa fue la liberación de pasar hambre, al hacerles llover pan del cielo. cuando estaban
sedientos, Dios hizo con que las aguas amargas de Mara fuesen endulzadas; y cuando Amalec los
atacó, Dios desbarató al enemigo, e Israel obtuvo una gloriosa victoria. No les faltó nada, y su
experiencia los llevaría a creer que cualquier cosa que les deparase el futuro, estarían seguros si tan
solo siguieran al Señor. Dios les había dado las condiciones bajo las cuales ellos podían esperar Su
ayuda; Él los había advertido a “prestar oídos a Sus mandamientos, y a guardar todos Sus estatutos”, y
Él les prometió que si así lo hacían, Él los guiaría y los protegería. Les llamó la atención en forma
particular hacia el Sábado; y para ayudarlos a tener esto siempre en mente, semanalmente, ante sus
propios ojos, hizo milagros, de manera que solo el más obstinado podría transgredir el sagrado
mandamiento.
A esta altura Israel entendió muy bien lo que se requería de ellos. La pregunta que aun quedaba
en el aire era si Israel iba a aceptar las condiciones dejadas por Dios, para que pudiese mantenerse su
continua presencia y bendiciones. Dios trató de hacerlos Su propio pueblo. Él podría haber continuado
obrando maravillosamente a favor de ellos, si hubiesen querido colaborar con Él. Pero Él no los
forzaría a hacer Su voluntad. Él tenía una obra que hacer en la tierra, y Él convidó a Israel a compartir
con Él la tarea de llenar la tierra con el conocimiento y con la gloria de Dios.
Para llevar a cabo este objetivo, Dios llamó a Moisés al monte y le pidió que le comunicara a
Israel Su deseo. “Así dirás a la casa de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel: vosotros visteis lo que
hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águila, y os he traído a mí. Ahora, pues, si diereis
oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque
mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y una nación santa. Estas son las
palabras que dirás a los hijos de Israel”. Exo. 19:3-6.
De acuerdo con esto, Moisés llamó a los ancianos del pueblo “y expuso en presencia de ellos
todas estas palabras que Jehová le había mandado. Y todo el pueblo respondió a una y dijeron: todo lo
que el Señor ha dicho, haremos. Y Moisés le dijo al Señor lo que el pueblo había dicho. Y el Señor le
dijo a Moisés: he aquí que yo vengo a ti en una nube espesa, para que el pueblo oiga mientras yo hablo
contigo, y también para que te crean para siempre. Y Moisés le refirió las palabras del pueblo al
Señor”. Exo. 19:7-9.
Dios le pidió ahora a Moisés que el pueblo se preparase para que pudiesen entrar en el pacto con
Él, porque tenían que estar “preparados para el día tercero, porque el tercer día el Señor descenderá a
ojos de todo el pueblo sobre el monte Sinaí”. Exo. 19:11.
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Moisés le comunicó las palabras de Dios al pueblo, y en el tercer día todos se reunieron ante el
monte para escuchar las condiciones del pacto anunciado.
Se debe recordar que Israel ya había presenciado el poderoso poder del Señor de diversas
maneras. Pero a pesar de todo esto, no habían tendido un completo entendimiento de la santidad y de la
majestad de Dios, o de su relación con Él. Es verdad que Dios los había ayudado a derrotar a Amalec,
había destruido al faraón y a su ejército, y había azotado a los egipcios con las plagas. Y había
protegido lo que era suyo. Las plagas no llegaron cerca del pueblo; ellos habían murmurado cuando no
había agua, pero no había venido ningún castigo debido a sus murmuraciones. Cuando se quejaron
debido a la falta de alimentos, Dios les proveyó el maná; y nuevamente no hubo ningún castigo.
Podrían haber fácilmente llegado a la conclusión de que mientras otros pueblos serían castigados, Israel
no lo sería; otros pueblos pueden enfermarse, pero ellos no. Eran de propiedad del Señor; podían hacer
lo que quisieran, y nada les ocurriría.
Israel había entendido mal la bondad del Señor, y era necesario corregirlos. Aun cuando eran o
irían a ser el pueblo de Dios, lo serían solamente bajo la condición de obediencia. Ellos necesitaban
aprender que si desobedecían, no serían mejores que otras naciones, las cuales el Señor había destruido,
debido a su maldad. Dios tenía que darle a Israel una demostración de Su santidad, una demostración
que nunca olvidarían. Ellos habían visto lo que el Señor le había hecho a las otras naciones. Ahora tenía
que mostrarles que Dios no hace acepción de personas; ellos tenían que ser impresionados con la
majestad de la ley, la cual iba a ser proclamada; y la demostración tenía que ser tal, que llegarían a
sentir miedo de transgredir los mandamientos de Dios. Ellos necesitaban mucho recibir esa lección.
En el tiempo adecuado, Israel fue reunido alrededor del monte, el cual estaba protegido, de tal
manera que ningún animal ni ningún hombre fuese a entrar hacia el terreno santo. “Todo el monte Sinaí
humeaba, porque el Señor había descendido sobre él en fuego; y el humo subía como el humo de un
horno, y todo el monte se estremecía en gran manera. Y cuando la voz de la trompeta tocaba
largamente, y aumentaba cada vez más su sonido, Moisés hablaba, y Dios le respondía con una voz”.
Exo. 19:18-19.
Entonces Dios descendió sobre el monte Sinaí y les dio los diez mandamientos, tal como está
registrado en Exodo 20. Ni siquiera Moisés se vio libre de sentirse impresionado con la gloria.
El escritor de Hebreos observa que “tan terrible era la visión, que Moisés dijo, estoy espantado
y temblando”. Heb. 12:21.
La demostración de severidad y de poder que Dios demostró en el monte Sinaí no es Su manera
habitual de trabajar. Dios no es normalmente severo, ni tampoco hace un show de su poder. En vez de
eso, Él se delicia en hacer su trabajo en una forma tranquila, casi siempre en una forma desapercibida,
tal como queda evidente en las silenciosas fuerzas del universo. Pero a veces es necesaria una
demostración. Algunas personas y algunas circunstancias lo demandan. Así como hay niños y personas
adultas cuyo respeto se consigo solamente con una demostración de fuerza física, así también hay
naciones y personas que no consiguen aprender de otra manera. E Israel necesitaba esta lección. Y así
Dios se las dio. La misma lección es necesaria para muchos hoy en día.
Dios habría guiado a Su pueblo alegremente. Una muestra en relación a Su voluntad habría sido
suficiente, y es suficiente, para el cristiano deseoso de hacer Su voluntad. A Dios no le gusta usar ni el
dominio ni la vara, pero a veces eso es necesario. A Dios le gusta mucho más hablar con una voz
mansa y suave; le gusta mucho más susurrarnos algo que hacernos tronar el oído. Pero en cualquier
caso Él quiere que aprendamos la lección. “Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no
escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si
desecháremos al que amonesta desde los cielos, la voz del cual conmovió entonces la tierra, pero ahora
ha prometido, diciendo: aun una vez, y conmoveré no solamente la tierra, sino también el cielo”. Heb.
12:25-26.
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El Mandamiento del Sábado.-

En la ley proclamada en el Sinaí, el mandamiento del Sábado resalta grandemente. Antes de esto
Dios le había dado a Israel una demostración visual de Su gran cuidado para con el Sábado. De hecho,
la misma semana en que fue anunciado el mandamiento desde el monte Sinaí, el maná cayó
copiosamente al sexto día, y durante el Sábado no cayó nada, siendo esto un recordativo por parte de
Dios del deseo de descansar durante ese día. De todos los mandamientos, este fue el único que fue
enfatizado; porque el Sábado era el día en que Israel tendría tiempo para enseñarle a sus hijos en los
caminos de Dios. Si este día no era observado, todos los mandamientos serían negligenciados. La
guarda de este mandamiento afectaría la guarda de todos los demás. Era el único mandamiento que
proveía tiempo para la contemplación de Dios y de Sus obras.
No hay nada en la proclamación de la ley en el Sinaí que lo hiciese a uno sentir que la guarda de
los mandamientos, ninguno de ellos, fuese algo opcional. El mundo nunca ha testimoniado una
demostración como aquella, y nunca testimoniará otra igual, hasta que los hombres vean al Hijo del
hombre viniendo en las nubes del cielo. El propio Dios no pudo hacer más enfática aquella inclusión en
el pacto y el favor de Dios dependía de la fidelidad a los términos anunciados.
Surge ahora una pregunta que merece nuestra consideración: ¿Los diez mandamientos fueron
hechos para que se aplicasen a todo el mundo, o deben aplicarse solamente a Israel, y los cristianos no
tienen ninguna relación con ellos? Esta es una pregunta importante. Existen pocos comentarios con
respecto a los nueve mandamientos; de tal manera que la pregunta se relaciona apenas con el cuarto
mandamiento. ¿Los cristianos deben guardar el cuarto mandamiento?
Aun cuando esta pregunta será analizada más completamente cuando consideremos los aspectos
del Nuevo Testamento sobre el Sábado, podría ser bueno ahora hacer algunas observaciones generales
sobre la ley.
Los diez mandamientos poseen todas las características de una ley universal. De hecho, dudamos
que la pregunta acerca de su universalidad pudiese ser alguna vez levantada, si no fuese por el cuarto
mandamiento. Todos concuerdan que los mandamientos que tienen que ver con robar, jurar, matar,
codiciar y adorar a Dios no se aplican solamente a algunas personas, sino que a todas las clases y
naciones de hombres. Su aplicación universal es admitida; y no nos sentiríamos bajo ninguna
obligación para convencer a un hombre que lo enseñase de otra manera. Consideramos que se punto
está resuelto. Por lo tanto volveremos a la pregunta del mandamiento del Sábado. ¿Pertenece este
mandamiento a la ley moral?
No sabríamos cómo entender la existencia de algo no moral en medio de la ley moral. Esto
parece requerir una explicación por parte de aquellos que mantienen este punto de vista. La
preponderancia de la evidencia está a favor del mandamiento del Sábado, como siendo de la misma
naturaleza que los otros mandamientos. El peso de las pruebas descansa sobre aquellos que piensan en
forma diferente.
Sin embargo, no queremos analizar esta materia en una forma negativa. Creemos que el
mandamiento del Sábado es un mandamiento moral, al mismo nivel que los demás; de hecho, es la base
de todos los demás. Sería fácil desechar algunos de los otros mandamientos, pero no se puede hacer lo
mismo con el mandamiento del Sábado.
Los primeros tres mandamientos tienen que ver con Dios y con Su adoración. No debemos tener
otros dioses delante de Él. No debemos hacer ninguna imagen, ni ninguna semejanza de nada que haya
en el cielo ni en la tierra, para que la adoremos. Debemos ser reverentes y respetuosos y no debemos
tomar el nombre del Señor en vano. Entonces viene el mandamiento del Sábado, el cual define el
tiempo de descanso cuando debemos adorar y atender las cosas del espíritu. Si este mandamiento
hubiese sido dejado a un lado, no habría habido un mandamiento con un tiempo específico, en el cual
debiéramos adorar. En ese caso, habría sido necesario que los hombres hubiesen llegado a algún
acuerdo entre ellos mismos, en relación al mejor tiempo en que esto debiera hacerse. Esto es, si Dios no
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hubiese escogido un día, los hombres habrían necesariamente tenido que suplir esta omisión, porque sin
ese día, no habría habido una adoración corporativa. Si Dios tiene que ser adorado por Su pueblo; si
tiene que existir una adoración unida del Dios altísimo; si tiene que existir un orden y un sistema en la
religión, tiene que definirse imperiosamente un tiempo y tiene que dárselo a ese día. Esto hace del
Sábado una necesidad. Su omisión del decálogo sería fatal para la religión. Repitamos. Si Dios no
señaló un día, los hombres habrían tenido que hacerlo. Un día de adoración pertenece a la religión.
Hemos observado anteriormente y lo queremos enfatizar, que el Sábado es la base para todos los
demás mandamientos, proveyendo así el tiempo necesario para la contemplación de los deberes del
hombre para con su Creador y para con sus semejantes. Dios consideró esto de una importancia tan
grande, que se dignó en dar el ejemplo que el hombre debía seguir. Teniendo esto en vista, ¿cómo
puede alguien pensar que el mandamiento del Sábado no pertenece a la ley moral? Si no hubiese
ninguna otra razón que el hecho de que Dios mandó que el día Sábado se guardase como día santo, esto
sería una razón suficiente como para colocarlo en una base moral. Pero cuando consideramos el plan de
Dios en relación con el Sábado, que es el día sobre el cual Él depende para la instrucción de Sus hijos
en los caminos de Dios; que éste es el tiempo que Él mismo ha separado para esta obra tan importante;
y que sin este tiempo celosamente guardado, Dios sería privado de la adoración que se le debe; cuando
tomamos todo esto en consideración, nos queda claro que no solamente el Sábado posee un lugar en la
ley moral, no solamente es él un mandamiento moral en sí mismo, sino que en cierto sentido es él el
que une a todos los demás mandamientos, el que une a la tierra con el cielo, el que provee unidad entre
el pueblo de Dios, y coloca el sello espiritual sobre todo. Que nadie desprecie o rechace el Sábado de
Dios. Que nadie lo negligencie. En su guarda hay mucha bendición.

El Sábado en el Antiguo Testamento.-

Algunos han objetado que el Sábado sea una institución judía. Ellos dicen que el Sábado le fue
dado a los judíos, y que por lo tanto no es para los cristianos. Admitimos que le fue dado a los Judíos
en el monte Sinaí. Pero así era el mandamiento, “No robarás”. Cada uno es más Judío que el otro. De
hecho, todos los mandamientos les fueron dados a los Judíos. A los Judíos se les dijo que no mataran,
que no cometieran adulterio, que no jurasen en falso y que no codicien. Todos estos mandamientos son
Judíos, así como el Sábado es Judío. Cristo también le fue dado a los Judíos; Él nació de una madre
Judía y fue criado en un hogar Judío. Los profetas eran todos Judíos, los apóstoles eran todos Judíos, el
evangelio fue predicado primero a los Judíos, todos los libros del Nuevo Testamento fueron escritos
por Judíos. Aun cuando lleguemos al cielo, veremos los nombres de los doce discípulos de Cristo,
Judíos, sobre los fundamentos de la Nueva Jerusalén; en las puertas de la ciudad estarán los nombres de
los otros doce Judíos, los doce hijos de Israel. Abraham, Isaac y Jacob, todos Judíos, serán prominentes
en el reino, y Cristo se sentará en el trono de Su Padre David, un Judío.
Bajo estas circunstancias es mejor que los cristianos no hablen despreciativamente del Sábado del
Señor como siendo Judío, como si fuese un término de reproche. “No es Judío aquel que lo es
exteriormente, ni aquel que es circuncidado, el cual lo hace en la carne; sino que es Judío aquel que lo
es interiormente”. Rom. 2:28-29.
Debe ser observado, sin embargo, que el Sábado es menos “Judío”, de lo que es posible, que
algunos de los demás mandamientos; porque el Sábado comparte el honor con el matrimonio desde el
Edén, antes que hubiese cualquier Judío o gentil en la tierra. El matrimonio le fue dado a los Judíos, así
como lo fue el Sábado, pero ambos son posesión de la humanidad, y no de ninguna raza o color en
particular.
“El Sábado fue hecho para el hombre”. Estas palabras son apropiadas cuando la universalidad del
Sábado es considerada. Ellas debieran aclarar para siempre la cuestión del Sábado como siendo una
institución Judía. Cristo hizo el Sábado. Él dice que lo hizo para el hombre. Él lo sabe. Los Judíos son
hombres y por lo tanto el Sábado fue hecho para ellos. Los cristianos son hombres; y por lo tanto el
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Sábado fue hecho para ellos. Cualquiera que posea el título de “hombre”, sabrá que Dios hizo el
Sábado para él. El Sábado no es más Judío que los demás mandamientos.

Apedreando Debido a la Transgresión del Sábado.-

Cada nación posee su camino peculiar de lidiar con los ofensores de sus leyes. Bajo ciertas
condiciones una nación puede sentir que robar un caballo debe ser castigado con la muerte, como el fue
el caso en una nueva región de los Estados Unidos hace algunos años. Israel pudo erigir ciudades de
refugio como asilos para que los asesinos pudiesen huir bajo ciertas condiciones y pudiesen estar
seguros hasta que se hubiese efectuado el juicio. El crimen sexual puede volverse desenfrenado, hasta
el punto en que se haga necesaria la pena de muerte para el transgresor. Israel pudo establecer la pena
de muerte por la violación del Sábado bajo ciertas condiciones peculiares; pero esto no hacía parte del
mandamiento y no afecta la ley en sí misma. Los Judíos que estaban bajo leyes teocráticas, poseían
reglas que no eran aplicables universalmente ni eran obligatorias. Nadie debiera confundir los
reglamentos locales con los principios universales.
¿Acaso no había un reglamento entre los Israelitas en el desierto diciendo que cualquiera que
fuese sorprendido transgrediendo el Sábado conscientemente y con la “mano alzada” sería apedreado?
A esto tenemos que dar una respuesta afirmativa; porque no era apenas contra el Sábado que se
aplicaba esta ley, sino que a la transgresión de cualquiera de los demás mandamientos. La ley general
se encuentra en Num. 15:30-31, y dice, “el alma que actúe presuntuosamente, ya sea que él haya nacido
en el campo, o que sea un extranjero, que haya injuriado al Señor; esa alma será cortada de entre su
pueblo. Porque él ha despreciado la Palabra del Señor, y ha quebrado Su mandamiento, esa alma
ciertamente será cortada; su iniquidad será sobre él”.
“Presuntuosamente” significa, tal como se lee en el margen, con “mano alzada”, esto es,
conscientemente, obstinadamente, desafiantemente. Esta ley se aplicaba a todos los mandamientos.
Siempre que un hombre transgrediese presuntuosamente, había apenas una penalidad, la muerte. Por
eso leemos en Exo. 21:14+, que si un hombre mataba a otro hombre “presuntuosamente”, lo “tomaréis
de Mi altar, para que muera”. Nuevamente, si un hombre golpea a su padre o lo maldice, “ciertamente
será muerto”. Si un hombre le “roba a otro hombre, y lo vende”, “ciertamente morirá”. Estos castigos
eran todos para pecados cometidos “a mano alzada”, y se aplicaban a todos los mandamientos
indistintamente.
La pregunta de si estas reglas se aplicaban al Sábado fue levantada bien temprano en la historia
de Israel. Cometer asesinato era siempre considerado una seria ofensa. ¿Era tan serio como transgredir
el Sábado, o a una transgresión así se le podía hacer la vista gorda?
El asunto fue levantado cuando un hombre salió en día de Sábado para recoger leña. Durante
algún tiempo el maná había llovido del cielo. Israel había reunido su porción cada día, pero había sido
advertido a no salir a buscarlo en el séptimo día. Al comienzo, sin embargo, algunos salieron en
Sábado, pero no hubo ningún castigo especial por su transgresión.
Ahora, sin embargo, había pasado ya bastante tiempo. Todos conocían los requerimientos de
Dios. La ignorancia no podía más ser llevada en consideración como una excusa. Cualquiera que
profanase ahora el Sábado sabía lo que estaba haciendo. Su acto sería considerado como desafiante, y
su castigo no sería primariamente debido a su transgresión, sino que debido a su desafío. La ley había
sido anunciada desde el Sinaí; Dios también había anunciado que cualquiera que la transgrediese
presuntuosamente sería cortado. Aquel que “ha despreciado la Palabra del Señor, y ha quebrado Su
mandamiento, ciertamente será cortado”. Num. 15:31. Si algún hombre transgrede el Sábado, está
despreciando “la Palabra del Señor”, y en ese acto estaría desafiando y ofendiendo a Dios.
Era bajo estas condiciones que el hombre violaba el Sábado. Él conocía la ley y lo que Dios había
dicho. A pesar de todo esto, él salió a buscar leña. ¿Qué debía hacerse ahora? ¿El Sábado estaba unido
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a los demás mandamientos, o debiera hacerse alguna excepción? Ciertamente era peor matar a un
hombre que recoger leña durante el Sábado.
Sin embargo, tal como ya se ha observado, no era la cosa hecha la que contaba; era más bien la
actitud. No fue debido a que salió a juntar leña que él fue castigado; fue “porque había despreciado la
Palabra del Señor”. La recogida de leña fue apenas un medio para demostrar su desafío contra Dios.
Moisés, sin embargo, quería tener completa certeza de lo que tenía que hacer en este caso
particular. Por lo tanto puso al hombre en confinamiento hasta que Dios hiciese conocida Su voluntad.
En esta decisión mucho estaba en juego, porque sería conocido con certeza si el mandamiento del
Sábado tenía su lugar junto a los demás mandamientos y si su transgresión debía ser contado como
igualmente serio. El propio Dios dio la decisión en este caso. Si Moisés hubiese actuado por sí solo,
habría sido interpretado que era apenas su propio juicio.
La decisión vino rápidamente, “el hombre ciertamente morirá”. Num. 15:35. Eso dejaba la
cuestión completamente aclarada. El mandamiento del Sábado tenía su lugar con los demás
mandamientos. Su transgresión era tan seria como la de los otros. Los hombres podrían no considerarlo
así. Pero Dios había hablado. La lección también es para nosotros así como lo fue para ellos. Que nadie
hable livianamente con respecto al Sábado o transgreda desafiantemente su precepto.

La Historia de Ezequiel del Exodo.-

Cuando Moisés escribió la historia del Exodo, no dijo todo lo que debiera haber dicho. Muchos
años más tarde, Dios, a través del profeta Ezequiel, complementó el relato con una información
detallada que es de valor para nuestro estudio presente.
Ezequiel vivió en el tiempo del comienzo de la cautividad babilónica. Algunos del pueblo de
Israel ya habían sido llevados al cautiverio, y otros le seguirían muy luego. Esto se debió a sus pecados,
los mismos pecados por los cuales habían sido culpados en Egipto y en el desierto.
Algunos ancianos fueron donde Ezequiel para preguntarle a respecto del Señor. Esta era una
costumbre común en Israel. Cuando habían materias en las cuales ellos necesitaban una guía especial e
instrucción de Dios, los ancianos aparecían delante del profeta, preguntándole si él tenía alguna luz del
Señor sobre el asunto. En este caso no hubo ninguna duda en la respuesta. “Así como yo vivo, dice el
Señor, no seré consultado por ustedes”. Eze. 20:3.
El Señor procede entonces a explicarles por qué él no sería consultado por ellos. Esto hizo con
que Él entrara en detalles acerca de los que sus padres habían hecho, y por qué Él no pudo ayudarlos.
La suposición era que Él no había podido ayudar a Israel entonces por la misma razón que Él no podía
ayudarlos ahora.
Dios comienza la historia contándoles a respecto del tiempo cuando Israel estaba en cruel
esclavitud en Egipto y oraba por liberación. Como condición para ayudarlos, Dios, a través de Moisés,
les dijo, “lanzad fuera todos vosotros la abominación de vuestros ojos y no os contaminéis con los
ídolos de Egipto”. Eze. 20:7.
Pero Israel no iría a escuchar. Ellos querían ser liberados, pero no a ese costo. Se rebelaron contra
Dios y no lanzaron fuera sus ídolos. Por lo tanto, Dios decidió no solamente que no los ayudaría, sino
que los castigaría en Egipto y los dejaría allí. Pero Dios, en Su misericordia y amor a Su nombre, tuvo
piedad de ellos y los sacó de Egipto, para que Su nombre “no fuese contaminado delante de los
paganos”. Versos 8-9.
A través de la interposición de Dios, Israel experimentó una maravillosa liberación en el Mar
Rojo y llegó al desierto de Sinaí. Se puede pensar que ellos estarían ahora listos para lanzar fuera sus
ídolos y servir al Señor con todo su corazón. Pero aun eran rebeldes. Dios los soportó durante mucho
tiempo y pacientemente los instruyó. “Yo los saqué de la tierra de Egipto”, dice Él, “y los llevé al
desierto. Y les di Mis estatutos, y les mostré Mis juicios, los cuales si un hombre los ejecuta, podrá
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vivir en ellos. También les di Mis Sábados, para que sean una señal entre Yo y ellos, para que pudieran
saber que Yo soy el Señor que los santifico”. Versos 10-12. Esto fue en el Sinaí.
El Sábado en su esencia natural es una señal de santificación. Un hombre puede ser irrespetuoso
con sus padres sin ser culpable de adulterio. Él puede codiciar los bienes de su vecino, pero puede no
hacer ninguna imagen. Puede ser fuertemente tentado en una línea, pero puede no ser tentado tan
fuertemente en otra. Pero no sucede eso con el Sábado.
La violación del mandamiento del Sábado no es un pecado tan grande en sí mismo, como el
síntoma que revela una actitud que toca todos los mandamientos. Transgredir el Sábado, en su
naturaleza esencial, es un rechazo a Dios, una especie de rebelión. No es como matar o robar o cometer
adulterio. Revela un estado interior de desobediencia; y desobediencia es la esencia de todo pecado.
Al contrario, la obediencia al mandamiento del Sábado muestra un deseo de espíritu que va
mucho más allá del mandamiento específico, hasta llegar al verdadero corazón de la religión, el cual en
esencia es obediencia. El hombre, por lo tanto, que guarda el santo Sábado hace más que guardar uno
de los mandamientos de Dios. Él se coloca a sí mismo al lado de la obediencia y de la ley, a despecho
de cualquier otro motivo ulterior, y así está a la altura de la norma de Dios, en relación a lo que todo
hombre debiera ser.
Israel no entendió ni apreció el regalo que Dios les dio en el Sábado. Como ellos se habían
rebelado contra Dios en Egipto, así también se rebelaron contra Él en el desierto. No caminaron en Sus
estatutos, y no guardaron Su ley ni Su Sábado. “Ellos despreciaron Mis juicios, por los cuales el
hombre que los siguiere, él podría aun vivir en ellos; y profanaron grandemente mis Sábados”. Eze.
20:13.
No tenemos ningún registro aquí ni en los libros de Moisés en relación a la manera en que Israel
profanó el Sábado. Ciertamente ellos se contuvieron en no trabajar en aquel día, especialmente después
que vieron el castigo que le cayó a aquel que salió a buscar leña en un Sábado. Pero la guarda del
Sábado es más que abstenerse de trabajar. Un hombre puede abstenerse de trabajar en el séptimo día y
sin embargo puede no entrar en el reposo de Dios.
Un hombre que descanse en el séptimo día, pero cuyas manos no están limpias y cuyo corazón no
es puro, contamina el Sábado del Señor, y comete el mismo error que cometió Israel pensando que el
entrar en la Canaán literal agotaba la promesa de Dios. Muchos de ellos siguieron Egipto cuando
entraron en Canaán, y así frustraron el plan de Dios. Dios les pidió que dejaran a Egipto atrás, y que
cuando entraran en Canaán, entrasen en una nueva experiencia en Dios. Todo lo que Israel hizo fue
entrar en el país; pero al hacerlo no recibieron la promesa ni entraron en el descanso de Dios.
Israel guardó el día, pero la experiencia espiritual que podría haber sido de ellos, la perdieron
completamente. Ellos se abstuvieron de trabajar, pero no entraron en el descanso de Dios; ellos no
dejaron de hacer sus propias obras así como Dios descansó de las suyas. Sus corazones no fueron
transformados.
Esto enfatiza la declaración de que el Sábado es una señal de santificación, y que nadie que no
esté santificado puede guardar el Sábado tal como Dios quiere que sea guardado. Siempre tenemos que
tener en mente que la verdadera guarda del Sábado incluye un corazón puro y una vida santa. Los que
no posean eso, contaminan el Sábado, no importa cuán cuidadosos puedan ser en abstenerse de trabajar
en ese día.

La Rebelión de Israel.-

Dos veces Israel se había rebelado, la primera vez en Egipto y después en el desierto. Dios
protestó, pero ellos no escucharon; ni tampoco eliminaron sus ídolos. Él entonces se propuso eliminar
Israel y derramar Su “furia sobre ellos en el desierto, hasta consumirlos”. Pero nuevamente Dios no
llevó a cabo Su plan, para que Su nombre no fue “contaminado delante de los paganos, a cuya vista Yo
los he sacado”. Eze. 20:14. De tal manera que Dios los salvó una vez más.
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Sin embargo, Israel se apartó tanto del ideal y propósito de Dios, que Él determinó no llevarlos “a
la tierra que Yo les había dado... debido a que ellos despreciaron Mis juicios, y no caminaron en Mis
estatutos, sino que contaminaron Mis Sábados”. Versos 15-16. Como resultado de esta decisión, Israel
fue dejado a vaguear en el desierto hasta que la generación que salió de Egipto murió.
Habiendo lidiado así con los padres que Él había sacado de Egipto, ahora Él dirigió a la nueva
generación, a sus hijos. Ellos habían visto lo que le había sucedido a sus padres, y debieran haber sido
advertidos por su ejemplo. Dios “le dijo a sus hijos en el desierto, no caminéis en los estatutos de
vuestros padres, ni observéis sus juicios, ni os contaminéis con sus ídolos. Yo soy el Señor vuestro
Dios; caminad en Mis estatutos, y guardad Mis juicios, y hacedlos; y guardad Mis Sábados; y ellos
serán una señal entre Yo y vosotros, para que sepáis que Yo soy el Señor vuestro Dios”. Versos 18-20.
Pero los hijos no habían aprendido nada de la experiencia de sus padres. “Ellos no caminaron en
Mis estatutos, ni guardaron Mis juicios para hacerlos, los cuales si un hombre los hiciese, él
aun podría vivir en ellos; ellos contaminaron Mis Sábados; entonces dije, derramaré Mi furia
sobre ellos, para cumplir Mi rabia contra ellos en el desierto”. Verso 21.
La paciencia de Dios ha llegado a su término, y Él proclama que va a dispersar Israel “entre los
impíos, y dispersarlos entre las naciones; porque ellos no han ejecutado Mis juicios, sino que han
despreciado Mis estatutos, y han contaminado Mis Sábados, y sus ojos seguían los ídolos de sus
padres”. Versos 23-24.

Una Lección para el Israel en Cautividad.-

Tal como ha sido observado anteriormente, cuando los ancianos llegaron a preguntarle a
Ezequiel, muchos ya habían sido llevados cautivos a Babilonia, y el resto los seguiría muy luego. Ellos
estaban ansiosos de saber lo que Dios pensaba, y por esta razón le habían enviado una delegación al
profeta para escuchar lo que Dios tenía a decir. Esto le dio al Señor la oportunidad de representar la
historia de la liberación de sus padres de la esclavitud de Egipto, y sus experiencias al entrar en la tierra
prometida.
Israel estaba ahora en una situación paralela. Así como sus padres estuvieron en esclavitud en
Egipto, así Israel iba a ir ahora en cautiverio en Babilonia. Así como Dios antes había libertado a Israel
de Egipto, así Israel ahora pedía para ser libertada de Babilonia. Los pecados que afligieron a Israel en
Egipto eran los mismos pecados que afligían ahora a Israel, y las condiciones de salvación y liberación
también eran las mismas. Lo que Dios pedía del antiguo Israel, Él le pedía ahora al Israel presente. Por
esta razón Dios ensayó cuidadosamente la historia de Israel para beneficio de los ancianos que vinieron
a preguntarle al Señor, y les contó con detalles dónde sus padres habían fallado y dónde habían pecado.
Los cargos que Dios colocó contra Israel pueden ser listados así:
1.- Ellos fallaron en eliminar la abominación de sus ojos, y se habían contaminado con los ídolos
de Egipto. Esto, sin lugar a dudas, se refiere a los sucios y obscenos ritos de la adoración impura del
falo, la cual era en aquellos tiempos prominente en Egipto.
2.- Ellos no habían caminado en los estatutos de Dios, sino que habían despreciado Sus juicios.
Esto es relatado como rebelión, un estado generalizado a no hacer la voluntad de Dios y también se
refiere a una activa oposición.
3.- Ellos habían contaminado en gran manera el Sábado de Dios. Esto es enfatizado cuatro veces,
en Eze. 20:13,16,21,24. Además, el Sábado es mencionado dos veces como una señal de santificación y
de conocimiento de Dios. Versos 12 y 20.
Después que Dios le informó a los ancianos a respecto de la transgresión del antiguo Israel, ahora
Él les dice que ellos no son mejores que sus padres, y que Él no va a ser interrogado por ellos, sino que
los llevará al “desierto del pueblo”, y “que purgará de entre ellos” a los “rebeldes”, y no les permitirá
entrar en Israel. Versos 35 y 38. Por otro lado, aquellos que volvieron al Señor, Él los aceptaría, “y Yo
seré santificado en vosotros delante de los impíos”. Verso 41. La falla del Israel presente fue colocada
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directamente sobre los líderes, los profetas y los sacerdotes. “Sus sacerdotes han violado Mi ley, y han
profanado Mis cosas santas; ellos no han hecho ninguna diferencia entre lo santo y lo profano, ni han
hecho diferencia entre lo impuro y lo puro, y han escondido sus ojos de Mis Sábados, y Yo he sido
profanado entre ellos. Sus príncipes en medio de ellos son como lobos hambrientos, que derraman
sangre, y que destruyen almas, para obtener ganancias deshonestas. Y sus profetas los han cubierto con
una mortaja no temperada, diciendo vanidad, adivinándoles mentira, diciendo, así dice el Señor Dios,
cuando el Señor no ha hablado”. Eze. 22:26-28.
De Ezequiel obtenemos un claro entendimiento de las razones por las cuales el antiguo Israel no
agradó a Dios, por qué murieron en el desierto, y por qué los hijos también fallaron. Ellos abandonaron
al Señor por ídolos egipcios, se rehusaron a caminar en los estatutos de Dios, y despreciaron Sus
juicios, y sobre todo, contaminaron el Sábado, el cual desde el mismo comienzo ha sido la señal de
Dios de santificación.

El Mensaje de Jeremías.-

Israel falló miserablemente en llegar a las expectativas de Dios en el tiempo del éxodo de Egipto.
Ahora habían llegado al tiempo de otra prueba en su inminente esclavitud babilónica. El ejército de
Nabucodonosor ya había llevado a muchos al cautiverio, y su linda ciudad había sido devastada.
Una y otra vez Dios les había, a través de los profetas, enviado palabras diciéndoles que si se
volvían al Señor de todo su corazón y si se arrepentían de su maldad, el Señor sería gracioso con ellos.
Él les llamó su atención al Sábado y a las grandes y maravillosas promesas que se les daban bajo la
condición de obediencia.
Escuchen estas palabras de Jeremías, uno de los últimos mensajes que se les hizo llegar, antes de
que fuesen llevados al cautiverio:
“Así dice el Señor: Guardaos por vuestra vida de llevar carga en el día de Sábado, ni de traerla a
las puertas de Jerusalén; ni saquéis carga de vuestras casas en el día de Sábado, ni hagáis ninguna obra,
sino que santificad el día Sábado, así como se lo mandé a vuestros padres. Pero ellos no obedecieron, ni
inclinaron su oído, sino que endurecieron su cerviz, para no oír, ni recibir instrucción. Y sucederá que
si diligentemente Me escucháis, dice el Señor, en no traer carga a través de las puertas de esta ciudad
en el día de Sábado, sino que santificando el día Sábado, para no hacer trabajo en él; entonces entrarán
por las puertas a esta ciudad reyes y príncipes que se sentarán sobre el trono de David, en carruajes y
cabalgaduras, ellos, y sus príncipes, los hombres de Judá, y los habitantes de Jerusalén; y esta ciudad
permanecerá para siempre. Y ellos vendrán de las ciudades de Judá, y de los lugares cercanos a
Jerusalén, y de la tierra de Benjamín, y de la planicie, y de las montañas, y del Sur, trayendo
holocaustos, y sacrificios, y ofrendas de comida, e incienso, y trayendo sacrificios de alabanza, a la
casa del Señor. Pero si no queréis escucharme para santificar el día de Sábado, y para no llevar carga,
entrando por las puertas de Jerusalén en el día de Sábado; yo haré descender fuego en sus puertas, y
consumirá los palacios de Jerusalén, y no se apagará”. Jer. 17:21-27.
Esto, tal como se ha visto, fue uno de los últimos mensajes enviados a Israel antes que
Nabucodonosor finalmente destruyese la ciudad, el templo y se llevase al remanente de Israel cautivo a
un país extraño, para que allí fuesen siervos de un pueblo pagano, hasta que hayan aprendido a no
profanar el santo Sábado de Dios.

El Mensaje de Nehemías.-

Pareciera que esta vez Israel sabría lo que el Señor les estaba requiriendo, y que habría aprendido
a seguir Su consejo. Sus padres vaguearon 40 años en el desierto y finalmente murieron sin entrar en la
tierra prometida. Ahora Israel fue llevado cautivo a Babilonia por las mismas transgresiones por las
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cuales sus padres habían sido culpables. Ezequiel había representado fielmente la historia de la falla de
Israel; Jeremías había agregado su advertencia; pero de nada sirvió. Y ahora estaban en cautiverio.
Setenta años fueron determinados para este cautiverio, tiempo suficiente como para que murieran
todos los hombres adultos que habían crecido cuando comenzó el cautiverio. Había llegado el tiempo
para traer a Israel de vuelta, y Dios mantuvo Su promesa. Se le permitió a Israel abandonar Babilonia y
volver a su país. Grande fue el regocijo del pueblo cuando pusieron sus pies nuevamente en su propia
tierra y pudieron reanudar la interrumpida adoración en el templo. Ciertamente ahora debieran haber
aprendido la lección.
Pero no la habían aprendido. En Babilonia se habían casado con los babilonios, y habían
aprendido sus costumbres paganas. En particular se habían vuelto descuidados en relación con el
Sábado, el punto en el cual habían sido advertidos una y otra vez. Nehemías, el cual había sido
especialmente seleccionado por Dios para guiar al pueblo, registra la situación con estas palabras:
“En aquellos días vi en Judá algunos que pisaban lagares en sábado, y acarreaban haces de trigo,
y cargaban asnos con vino, uvas, higos y toda suerte de carga. Y la traían a Jerusalén en Sábado. Y los
amonesté que no vendieran provisiones en ese día. También en la ciudad había tirios que traían pescado
y toda mercadería, y vendían en Sábado a los hijos de Judá en Jerusalén. Reprendí a los señores de
Judá. Les dije: "¿Qué mal es éste que hacéis, profanando así el día Sábado? ¿No hicieron así vuestros
padres, y trajo nuestro Dios todo este mal sobre nosotros y sobre esta ciudad? ¿Y vosotros añadís ira
sobre Israel profanando el Sábado? Así, cuando iba oscureciendo a las puertas de Jerusalén antes del
Sábado, ordené que cerrasen las puertas, y no las abrieran hasta después del Sábado. Y puse a las
puertas algunos de mis criados, para que no entrasen carga en Sábado. Y quedaron fuera de Jerusalén
una y dos veces los negociantes que vendían toda especie de mercancía. Los amonesté, y les dije: "¿Por
qué pernoctáis ante la muralla? Si lo hacéis otra vez, os echaré mano". Desde entonces no vinieron en
Sábado.
Y ordené a los levitas que se purificasen, y viniesen a guardar las puertas, para santificar el Sábado.
También por esto acuérdate de mí, Dios mío, y perdóname según la grandeza de tu misericordia”. Neh.
13:15-22.
Algunos de los hijos de Israel “pisaban lagares en sábado, y acarreaban haces de trigo, y cargaban
asnos con vino, uvas, higos y toda suerte de carga”; otros traían sus cargas “en Jerusalén el Sábado”, y
“vendían vituallas”. Nehemías les demostró que éstas eran las cosas que habían traído la ira de Dios
sobre ellos. “No hicieron eso vuestros padres”, les dijo él, “y no trajo Dios todo este mal sobre
nosotros, y sobre esta ciudad? Pero vosotros traéis más ira sobre Israel profanando el Sábado”. Después
de eso él ordenó que las puertas de la ciudad fuesen cerradas el Sábado, y aun los amenazó con
“colocar las manos sobre” aquellos que persistían en la transgresión. Al final los compradores y
vendedores “no vinieron más en Sábado”, y los Levitas fueron convidados a “venir y guardar las
puertas, para santificar el Sábado”.
Es evidente, desde luego, que esta manera forzada de guardar el Sábado no estaba de acuerdo con
la voluntad de Dios. Para Él el Sábado era una señal de santificación, y sin una vida de santidad, el
Sábado se transformaba en una ceremonia vacía que nunca podría substituir la verdadera santificación.

La Historia Subsecuente.-

De la historia subsecuente de los Judíos aparece que el cautiverio babilónico y las declaraciones
de los profetas finalmente causaron alguna impresión en el pueblo. Finalmente parece ser que
entendieron que su falla en guardar el Sábado había sido la causa de sus calamidades desde mucho
tiempo atrás. Ellos leyeron la historia de Dios probando a Israel en el desierto, de cómo Él les hizo
llover maná del cielo durante 40 años, y les enseñó acerca del Sábado. Ellos leyeron el relato de
Ezequiel a medida que él les repetía la historia de la última falla de Israel. Ellos leyeron de Jeremías el
apelo que les hizo para guardar el Sábado y la bendición que les vendría si así lo hiciesen. Ellos
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aprendieron de esto, que la grandeza nacional nunca sería suya a menos que guardasen el Sábado; pero
que si lo hiciesen, reyes y príncipes vendrían hasta ellos, y Jerusalén permanecería para siempre. Ellos
sabían que Dios haría exactamente lo que dijo. ¿No habían sido llevados al cautiverio? ¿No había sido
quemada su ciudad y su templo, y no los había libertado Dios de su cautiverio al final de los 70 años,
tal cual como Él lo había prometido? Ahora Nehemías los había advertido una vez más, y finalmente
ellos despertaron. Desde ahora en adelante ellos harían todo lo que Dios requiriera de ellos, y serían
especialmente cuidadosos con el Sábado.
Y fueron cuidadosos. El cautiverio babilónico marca un cambio definitivo en Israel. Nunca más
volvieron ellos a los ídolos; nunca más hicieron del Sábado un día común de trabajo. Si era tan
importante como se les dijo, ellos lo protegerían con todo tipo de restricciones. Si su existencia
nacional y la bendición de Dios dependía de su fidelidad en la observancia del Sábado, ciertamente lo
guardarían.
El error que ahora estaban haciendo fue tan fatal como el error que ya habían cometido.
Comenzaron a considerar el Sábado como un medio de salvación, tanto personal como nacional, en vez
de una señal de santificación. Dios quería un pueblo santo, y el Sábado fue la señal para esto. Ahora
ellos hicieron hincapié en la señal, la cual podía ser de poco valor sin la realidad acompañante de
santidad.
Cristo hizo lo mejor que puedo para restaurarle a Israel el Sábado tal como Dios originalmente se
los había dado, como siendo una bendición en vez de una carga. Él no tuvo que hacer hincapié en la
escrupulosidad al guardar el Sábado, porque Israel ya había andado bastante lejos en esa dirección. Con
su nuevo punto de vista, el pueblo, y especialmente los fariseos, creyeron que Cristo era relajado en la
observancia del Sábado. Ellos no entendieron que Él estaba tratando de mostrarles su verdadero
propósito; que haciendo el bien, sanando a los enfermos, y haciendo actos de misericordia durante el
Sábado, eran aceptados a la vista de Dios, en vez de observar apenas mecánicamente el día.
Esto hizo con que Israel, en el tiempo de Cristo, fallase tan completamente como lo hizo el
antiguo Israel en entender el verdadero significado del Sábado. Ellos fallaron de una manera diferente,
es verdad, pero fallaron definitivamente. Es a esto que el escritor de Hebreos se refiere cuando él
advierte a sus compañeros creyentes a no caer en la misma forma de incredulidad.

El Mensaje de Hebreos.-

El escritor de Hebreos sigue el mismo método que Ezequiel había seguido anteriormente; esto es,
llamando la atención a la historia de Israel cuando ellos salieron de Egipto. Él menciona el hecho que
Dios había sido provocado y apenado con ellos, aun cuando “vieron Mis obras durante 40 años”.
Debido a su incredulidad, sus “carcasas cayeron en el desierto”, y Dios juró “que ellos no entrarían en
Su descanso”. Heb. 3:9-18.
Habiendo llamado la atención a la falla de los padres y la razón para ello, él dirige una
advertencia a su propia generación. “Temamos pues”, dice, “no sea que permaneciendo la promesa de
entrar en Su reposo, alguno de vosotros parezca no haberla alcanzado”. Heb. 4:1. Israel falló; ahora
vean que ustedes no fallen. Este es el argumento. “Ellos no pudieron entrar debido a la incredulidad”.
Heb. 3:19.
El escritor ahora trata de dejar claro de que entrar en la Canaán terrenal y entrar en el descanso de
Dios no son la misma cosa. Hubieron muchos que entraron en Canaán, pero que no entraron en el
descanso. Josué, en verdad, los llevó a la tierra prometida, pero no los llevó al prometido descanso de
Dios.
Cuando Israel entró en Canaán, ellos pensaron que habían conseguido su objetivo. Pero esta no
era la idea de Dios. El descanso del cual Él hablaba, y al cual Él los quería conducir, era el descanso del
pecado, el descanso de sus propias obras. Canaán era un símbolo de esto, como también lo era el
Sábado. Descansar en el séptimo día de su trabajo era bueno, y entrar en Canaán estaba de acuerdo con
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el mandamiento de Dios; pero bueno como era, eran apenas símbolos de algo superior, del descanso del
pecado, el descanso de nuestras propias obras, descanso en Dios, del cual el Sábado era un símbolo.
“Los que hemos creído entramos en el descanso”; esto es, nosotros que somos convertidos
tenemos el verdadero descanso, el descanso en Dios. Heb. 4:3. Este descanso en Dios, esta libertad y
victoria sobre el pecado, el escritor la conecta íntimamente con las palabras “terminado desde la
fundación del mundo. Porque él dijo en cierto lugar del séptimo día, y Dios descansó en el séptimo día
de toda Su obra”. Heb. 4:3-4.
De una manera más hermosa y efectiva el escritor conecta así el séptimo día Sábado con el
verdadero descanso de Dios. Josué había llevado a Israel a la tierra prometida, pero no les dio descanso,
porque él había verdaderamente entrado en el descanso del que “ha cesado de sus propias obras así
como Dios lo hizo de las suyas”. Este descanso es un descanso espiritual, un descanso de nuestras
“propias obras”, una cesación de pecar. Es a este descanso que Dios llama a Su pueblo, y es de este
descanso que tanto el Sábado como Canaán son símbolos.
La mera entrada en la tierra de Canaán no agotó la promesa de descanso de Dios. Ni tampoco lo
hace la mera guarda del Sábado. El Sábado es, ciertamente, una señal de santificación. Pero la señal
nunca puede substituir la realidad, y por otro lado, tampoco puede ser ignorado. El escritor de Hebreos
está ansioso para que sus lectores no cometan el mismo error que el antiguo Israel había cometido. Él
quería que ellos entraran, y que no “cayeran en la misma incredulidad”.
“Permanece por lo tanto un descanso para el pueblo de Dios”. Heb. 4:9. El original griego, el
margen y la Versión Revisada, lo colocan así: “Por lo tanto queda una guarda de un Sábado para el
pueblo de Dios”. Verso 9.
No puede haber un mal entendido con el argumento del escritor de Hebreos. El antiguo Israel
falló; ellos desatendieron los estatutos y las leyes de Dios, y especialmente contaminaron el Sábado.
Cuando Israel rechazó el Sábado, rechazaron lo que este representaba, santidad de vida. Ellos entraron
en Canaán, pero no entraron en el descanso de Dios, ni en la vida. Por lo tanto el propósito de Dios no
se cumplió. De tal manera que Dios hizo otros llamados, y aun después que Israel había entrado en
Canaán, Él los llamó para que entraran en Su descanso, “diciendo en David, hoy, después de tanto
tiempo, como se dice, hoy si escucháis Su voz, no endurezcáis vuestros corazones”. Verso 7. Ese
mismo llamado ha sonado para cada generación desde entonces, y el escritor de Hebreos estaba ahora
haciendo sonar el último llamado que se le haría a Israel como nación. Poco tiempo después que este
libro fue escrito, el templo fue finalmente destruido, y no fueron hechos más llamados. Israel como
nación, había tenido su último llamado.
En este argumento en hebreos el lector no fallará en observar la introducción del séptimo día
Sábado. “Dios descansó en el séptimo día de todas Sus obras”. Heb. 4:4. “Las obras estaban
terminadas desde la fundación del mundo”. Verso 3. “Por lo tanto permanece la guarda de un Sábado
para el pueblo de Dios”. Verso 9. “Aquel que ha entrado en Su descanso, también ha cesado de sus
propias obras, así como Dios lo hizo con las suyas”. Verso 10. Todo esto nos lleva a un efectivo
argumento para el séptimo día Sábado en el Nuevo Testamento. Debe recordarse, sin embargo, que
decir que este argumento es para el séptimo día, existe un peligro tanto ahora como entonces, de que la
señal sea substituida por aquello a lo cual simboliza. Dios requiere santidad de vida. De esto el Sábado
es una señal. No debemos rechazar la señal, ni rechazar aquello para lo cual fue hecho. Que todos
consideremos esto. Es vital.

Cristo y la Ley

El más precioso documento en posesión de la humanidad es la ley de Dios contenida en los diez
mandamientos. Fue dicha por el propio Dios con toda majestad en el monte Sinaí, confirmada por
Cristo mientras estuvo en la tierra, y le fue dada a la iglesia y al mundo como un guía de vida y como
norma de conducta. Sus claros, precisos y decisivos mandamientos incluyen todo el deber del hombre.
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En su forma original es la constitución del universo; adaptada al hombre define su verdadero deber. Es
el fundamento de toda ley humana, el baluarte de la sociedad y de la civilización, el protector de la
libertad, el guardián de la moralidad, el preservador del hogar, la seguridad del estado. Obedecida, trae
felicidad, prosperidad y paz; desobedecida o ignorada, trae tristeza, desastre y caos. Los hombres y las
naciones la han menospreciado; bancos de iglesia y púlpitos han tratado de anularla; hombres malos y
seductores la han violado; la sociedad se ha burlado de ella; pero aun permanece como la única norma
de conducta; y la humanidad, lo apruebe o no, finge estar de acuerdo con ella. Es un constructor de
carácter, un reprobador del pecado, un guía de vida.

La Ley de Dios.-

“Dios habló todas estas palabras, diciendo, yo soy el Señor tu Dios, que te sacó de Egipto, fuera
de la casa de esclavitud”.
1.- “No tendrás otros dioses delante de Mí”.
2.- No te harás ninguna imagen, ni ninguna semejanza de nada de lo que hay en el cielo, o en la tierra, o
que está en el agua debajo de la tierra; no te inclinarás a ellas, ni las servirás; porque yo el Señor tu
Dios soy un Dios celoso, que visito la iniquidad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta
generación de aquellos que me odian; y muestro misericordia a miles de aquellos que me aman, y
guardan Mis mandamientos”.
3.- No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano; porque el Señor no tendrá por inocente a aquel
que toma Su nombre en vano”.
4.- Acuérdate del día Sábado, para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; pero el
séptimo día es el Sábado del Señor tu Dios; en él no harás ninguna obra, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu
sirviente, ni tu sirvienta, ni tu rebaño, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas; porque en seis días
el Señor hizo el cielo y la tierra, el mar, y todas las cosas en ellos, y descansó el séptimo día; por lo que
el Señor bendijo el día Sábado, y lo santificó”.
5.- “Honra a tu padre y a tu madre; para que los días puedan ser largos sobre la tierra que el Señor tu
Dios te dio”.
6.- “No matarás”.
7.- No cometerás adulterio”.
8.- No robarás”.
9.- “No levantarás falso testimonio contra tu prójimo”.
10.- “No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la esposa de tu prójimo, ni su siervo, ni su
sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada de tu prójimo”. Exo. 20:1-17.
Así dicen las “diez palabras” dichas por el propio Dios entre los truenos y los relámpagos del
Sinaí.

Cristo y la Ley.-

Por muchos de Sus contemporáneos Cristo fue considerado un radical; esto fue especialmente
verdadero por parte de los fariseos, los cuales continuamente seguían obstinadamente Sus pasos, listos
para agarrar cualquier frase de Sus labios que pudiera ser interpretada contra Él mismo.
Los fariseos estaban acostumbrados a que se les tuviese una gran deferencia a ellos y a sus
opiniones, por parte del pueblo. Cristo, sin embargo, no pareció estar impresionado por ellos, y no les
mostró respeto, como ellos creían que era su deber. Ellos habían tratado en diversas oportunidades de
entramparlo en Sus palabras, pero todas las veces fueron derrotados y perdieron prestigio a los ojos del
pueblo. Él tenía una manera desconcertante de colocarle las cosas de vuelta e ellos mismos. Ellos no
eran “capaces de responderle una única palabra, ni osó nadie desde aquel día hacerle ninguna pregunta
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más”. Mat. 22:46. No les gustaba ser humillados, especialmente ante el pueblo. Finalmente decidieron
no hacer más preguntas.
Esta situación no hizo con que los escribas y fariseos amasen a Jesús. Ellos lo odiaban, y estaban
deseosos de hacer cualquier cosa para destruir Su influencia para con el pueblo, porque “el pueblo Lo
recibía alegremente; porque todos estaban esperándolo”. Luc. 8:40. Sin embargo, ellos esperaban que
en relación con la ley, podrían encontrar la ocasión que buscaban. Así como los conspiradores de
antaño dijeron de Daniel, “no encontramos ninguna ocasión contra este Daniel, excepto lo que
encontramos de él contra la ley de su Dios” (Dan. 6:5), de tal manera que esperaban que cuando Cristo
se declarara a Sí mismo por la ley, Él les daría la ocasión que Lo colocaría abiertamente contra los
cargos que ellos estaban ansiosos de colocarle en Su contra.
Cristo nunca fue negativo o neutral. Sus declaraciones eran inequívocas. Ellas no solamente
podían ser entendidas, sino que no podían ser mal entendidas. Él era directo, claro, positivo, dinámico.
Las personas siempre sabían dónde estaba Él pisando. Él no trataba de ganarse el favor popular a través
de halagos o rebajando las normas. El pecado era pecado para Él, y Él lo llamaba por ese nombre. Eran
estos rasgos distintivos de Cristo que los fariseos esperaban que les facilitaría el encontrar alguna
acusación contra Él, la cual podría ayudarlos en relación al pueblo.
Los Judíos eran muy rigurosos con la ley. Los fariseos eran especialmente observadores de la
letra de la ley e intolerantes con aquellos que no la observaban de acuerdo con sus requerimientos u
observancias. Ellos habían adicionado muchas ordenanzas desde que Dios hubo dado originalmente la
ley, y se requería toda una vida para saber lo que se requería. Era imposible que las personas comunes
poseyesen este conocimiento exacto y comprensible; de tal manera que no estaban capacitas para
alcanzar esa norma. Los fariseos decían que “las personas que no conocían la ley eran malditas”. Juan
7:49.
Bajo estas circunstancias era de gran interés para los Judíos y especialmente para los fariseos,
conocer la actitud de Jesús en relación con la ley. Como profesor, Él estaba incumbido de hacer
conocida su posición y decirle a las personas claramente dónde Él estaba posicionado. Fue en esta
declaración que los fariseos esperaban atraparlo, porque sabían que Él era franco y no los dejaría en
dudas en relación a Su posición.
Jesús no los defraudó. En Su primer sermón registrado Él lidió exhaustivamente con la ley, e hizo
con que Su posición quedase clara. Él pronunció nueve bendiciones sobre los pobres, los que lloran, los
mansos, los hambrientos y los sedientos, los misericordiosos, los puros, los pacificadores, los
perseguidos, los insultados; entonces Él dijo:
“Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal ha perdido su sabor, ¿con qué será salada?
Entonces no sirve para nada, sino para ser lanzada fuera, y para ser pisoteada por los hombres.
Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad que es colocada sobre una montaña no puede ser ocultada.
Ni tampoco los hombres pueden encender una luz, y colocarla bajo un almud, sino que sobre el
candelero; y alumbra a todos los que están en la casa. Que vuestra luz ilumine de tal manera a los
hombres, para que puedan ver vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo.
No penséis que he venido a destruir la ley, o los profetas; no he venido a destruir, sino a cumplir.
Porque os digo en verdad, que hasta que el cielo y la tierra pasen, ni una jota ni un tilde de ninguna
manera pasará de la ley, hasta que todo se cumpla. Quienquiera por lo tanto que quiebre uno de estos
mandamientos pequeños, y le enseñe así a los hombres, será llamado el menor en el reino del cielo;
pero quienquiera que los haga y los enseñe, ese será llamado grande en el reino del cielo”. Mat. 5:13-
19.
Jesús sabía lo que estaba en el corazón de los hombres y lo que estaban pensando.
Respondiéndole a sus preguntas no hechas audibles, Él dijo, “no penséis que he venido para destruir la
ley, ni los profetas”. Esto era exactamente lo que los fariseos estaban pensando. ¿No lo habían visto
hacer esas cosas sin precedentes de echar fuera los compradores y los vendedores del templo? ¿No lo
habían visto hacer un látigo de pequeñas cuerdas, volcar las mesas, y desparramar las monedas de los
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cambistas? ¿No había dicho Él que el templo era la casa de Su Padre? Juan 2:13-17. Si Él había
comenzado su obra de esa manera, ¿cuál sería el fin? Evidentemente Él era un radical al cual había que
observarlo. Él parecía tener poco respeto por las cosas del templo. ¿Estaba Él tratando de destruir la ley
y los profetas? Con gran interés todos habían estado esperando Sus pronunciamientos sobre la ley. Y
ahora lo tenían. Él no estaba aboliendo la ley. Él la estaba manteniendo. Ni siquiera un tilde ni una jota
debería ser removido. Él no la estaba destruyendo, como algunos temían. Él la estaba cumpliendo.
“No penséis que he vendido a destruir la ley, ni los profetas. No he vendido a destruir, sino a
cumplir”. La ley aquí mencionada es, hablando en general, los escritos de Moisés, pero específicamente
la ley moral, los diez mandamientos, de los cuales los escritos de Moisés primeramente derivaron su
nombre. Por “los profetas” significa los escritos de los profetas tal como se encuentran en el Antiguo
Testamento.
Algunos dicen que la ley aquí mencionada es solamente el Antiguo Testamento y que no se
refiere específicamente a los diez mandamientos. Pero que se refiere más que meramente a los escritos
de Moisés en general, es evidente de las ilustraciones que Jesús dio.
“"Oísteis que fue dicho a los antiguos: 'No matarás. El que mata será culpado del juicio'. Pero yo
os digo, cualquiera que se enoje con su hermano, será culpado del juicio. Cualquiera que diga a su
hermano: 'Imbécil', será culpado ante el sanedrín. Y cualquiera que le diga: 'Fatuo', estará en peligro del
fuego del infierno. Por tanto, si al llevar tu ofrenda al altar, te acuerdas que tu hermano tiene algo
contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, y ve a reconciliarte primero con tu hermano. Entonces
vuelve, y ofrece tu ofrenda. Reconcíliate pronto con tu adversario mientras estás con él en el camino;
no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez te entregue al guardia, y seas echado en la cárcel.
Te aseguro que no saldrás de allí, hasta que pagues el último centavo.
Oísteis que fue dicho: 'No cometerás adulterio'. Pero yo os digo, el que mira a una mujer para
codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo,
y échalo de ti. Es mejor que pierdas uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al
infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti. Es mejor que pierdas uno de
tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. También fue dicho: 'Cualquiera que se
divorcia de su esposa, dele carta de divorcio'. Pero yo os digo, el que se divorcia de su esposa, a no ser
por fornicación, la expone a cometer adulterio. Y el que se casa con la divorciada, comete adulterio”.
Mat. 5:21-32.
Jesús seleccionó aquí dos de los diez mandamientos para mostrar cómo Él cumplía la ley. El
mandamiento, “no matarás”, explicó, posee un más profundo significado de aquel que meramente
significa quitarle la vida a un hombre. Cualquiera que odie a su hermano ya ha dado el primer paso
para transgredirlo. Al decir esto, Cristo corrige el concepto que algunos tenían de que la guarda de los
mandamientos era meramente un cumplimiento externo que no tocaba el estado interno del corazón. Él
interpreta la ley como siendo definitivamente espiritual, como aplicándose a la mente y al corazón, y no
como siendo apenas una mera regla de conducta externa.
Esto mismo Él lo enfatizó nuevamente en Su interpretación del séptimo mandamiento. “No
cometerás adulterio”. Los hombres pueden transgredir este mandamiento en sus mentes como también
a través de acto abierto; y tanto el uno como el otro son ciertamente una transgresión.
De estas interpretaciones estamos en terreno seguro cuando decimos que la ley aquí mencionada,
en una forma específica y definida, se refiere a los diez mandamientos. De tal manera que lejos de
querer destruir esta ley, Él la magnifica, muestra su carácter altamente abarcante, y anuncia que el que
la transgrede aun en pensamiento “debe estar en peligro del infierno de fuego”. Mat. 5:22, RV. Cristo
no dejó ninguna duda en la mente de nadie en relación a dónde Él estaba posicionado con respecto a la
ley. Él se posicionó firmemente en relación a los diez mandamientos, diciendo que “ni una jota ni un
tilde de ninguna manera pasarán de la ley, hasta que todo sea cumplido”. Cualquiera que quiebre uno
de estos pequeños mandamientos, y los enseñe así a los hombres, será llamado menor en el reino del
cielo; mientras que aquel que los haga y los enseñe será llamado grande.
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Es de incumbencia de cada profesor de religión hacer conocida su posición en relación a la ley.


Los hombres tienen el derecho de saber si la religión que él enseña posee un respaldo de la ley y del
orden, o si pertenece a uno de esos movimientos irresponsable que exigen privilegios pero que rehuyen
las responsabilidades. Especialmente en estos días, donde prevalece la falta de ley, la posición de todo
movimiento religioso en relación a la ley, debiera ser clara. Cristo definió Su posición al comienzo de
Su carrera. Todo profesor de religión debiera hacer lo mismo.

Cristo y los Fariseos.-

Cuando Cristo tomó los dos mandamientos, “no matarás” y “no cometerás adulterio”, y mostró su
aplicación espiritual, Él estaba cumpliendo aquello que había sido profetizado de Él: “El Señor se
complació por amor de Su justicia; Él magnificará la ley, y la hará honorable”. Isa. 42:21. El contexto
muestra que esto es una definida profecía Mesiánica. Cristo por lo tanto cumplió esta profecía. Él
levantó la ley más alto que la masa de mezquinas restricciones con las cuales los escribas y fariseos la
habían sobrecargado, y la restauró a su debido lugar. Nadie necesita temer que Cristo vino a destruir la
ley. Al contrario, Él vino a magnificarla, a hacerla honorable. Los fariseos, a través de sus reglas, la
habían minimizado y la habían ridiculizado.

Los Dos Mandamientos.-

Considere los dos mandamientos que Cristo usó a modo de ilustración, sin duda con algún
propósito.
“No matarás”. Existían entre los fariseos aquellos que habitualmente llevaban una escoba con la
cual se abrían paso delante de ellos, para no tener que pisar algún insecto o algún gusano y así matarlo.
Sus corazones podían llenarse de odio hacia Cristo, aun podían estar en ese mismo momento planeando
cómo quitarle la vida a Aquel que había venido del cielo para mostrarles el camino de la salvación,
pero esto no les impedía llevar ostensivamente su escoba y exhibir así su justicia delante de los
hombres. Al hacer esto le estaban dando a las personas un concepto totalmente errado del significado
de la ley. Ellos, y el pueblo también, necesitaban a alguien que les mostrase su verdadero significado,
que cumpliese sus demandas. Esto hizo Cristo. Todos los que escuchaban las explicaciones de Cristo
del sexto mandamiento, sabía que si quería guardar la ley, tendría que observar sus pensamientos; que
no era suficiente llevar una escoba; que era el corazón el que contaba; y que el odio era una
transgresión de la ley. En el fondo de sus corazones ellos sabían que Cristo estaba en lo correcto y que
los fariseos estaban errados.
“No cometerás adulterio”. Este era el otro mandamiento al cual Cristo llamó la atención y que Él
usó como una ilustración. Los fariseos no ignoraban los valores espirituales de la ley, y este
conocimiento era su condenación. Ellos sabían muy bien que Dios requería “verdad en las partes
internas”, y que los “sacrificios de Dios son un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y un
corazón contrito, oh Dios, no despreciarás”. Salmo 51:6, 17. Pero ellos escogieron ignorar estos
consejos y en confinar sus actividades religiosas en aquello que podía ser visto y apreciado por los
hombres, de los cuales recibían alabanza. Para no ser tentado en codiciar una mujer, algunos se taparían
a sí mismos, y así pensaban que estaban salvos, no importando cuán grande fuese la perversión y el
deseo que hubiese en transgredir la ley. Cristo desenmascaró toda esta hipocresía cuando declaró dijo
que “dentro, del corazón de los hombres, procede todo pensamiento malo, adulterios, fornicaciones,
asesinatos, robos, codicias, impiedades, engaños, lascivia, un ojo malo, blasfemia, orgullo, tonteras;
todas estas cosas vienen de adentro, y contaminan al hombre”. Mar. 7:21-23.
Cuando Cristo interpretó estos dos mandamientos, Él realmente estaba diciendo, “Dios mira el
corazón. La ley es santa, justa y buena. Sean cuidadosos aun con las infracciones más pequeñas. Toda
jota y tilde son llevados en cuenta. No os hagáis la idea de que la obediencia externa es todo lo que la
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ley requiere. Ella exige pureza de pensamiento y de vida. Es espiritual en su fundamento. Yo he venido
a magnificar la ley y a hacerla honorable”. “A menos que vuestra justicia exceda la justicia de los
escribas y de los fariseos, de ninguna manera entraréis en el reino del cielo”.
Las palabras de Cristo deben haber herido en lo más íntimo a los fariseos. Ellos eran orgullosos
de su reputación debido a su exactitud legalista. Ellos pagaban el diezmo de la menta, del anís y del
comino. Alguno de ellos ayunaban dos veces en la semana. Ellos le agradecían a Dios el no ser igual a
los demás pecadores. Ellos hacían grandes filacterias, hacían largas oraciones, y atravesaban el mar y la
tierra para hacer un prosélito. Y ahora Cristo decía en los oídos de la multitud, que a menos que su
justicia excediese la de los fariseos, de ninguna manera entrarían en el reino. Más tarde en Su
ministerio Él les dijo a los sacerdotes y a los ancianos “que los publicanos y las prostitutas entrarían en
el reino antes que ellos”. Mat. 21:31. No nos asombremos que los líderes de Israel mirasen con recelo
al joven Galileo, a quien las personas creían y lo seguían, pero que no reconoció a los oficiales del
templo ni a los líderes religiosos, ni les dio el honor que ellos exigían.
Si los fariseos habían esperado encontrar algún tipo de queja contra Cristo en relación a la ley,
fueron decepcionados. Si pensaron que Él había venido a destruirla, como parecía evidente a partir de
los pronunciamientos de Cristo, o para cambiarla o abrogarla, entonces habían errado totalmente Sus
propósitos. Sus mala intención fue frustrada, y ellos mismos quedaron expuestos. Cristo creía en la ley.
Así como los fariseos eran cuidadosos en las cosas más pequeñas, así Cristo no omitió ni una jota ni un
tilde. Si ellos se apoyaban en la ley y en los profetas, Él también lo hizo. Pero en el concepto de la
naturaleza de la ley, Cristo y los fariseos estaban tan separados como el Este del Oeste. Para los
fariseos la ley era un conjunto de reglas que conducían la conducta externa del hombre, y por la cual
podían juzgar a otros. Para Cristo la ley era un consejero espiritual y un amigo, un guía, una ayuda para
la consciencia, un espejo para el alma, un revelador de la voluntad de Dios, un cercano aliado del
Espíritu Santo para convencer a los hombres de pecado, de justicia y de juicio.

La Ley Moral Espiritual.-

“Sabemos que la ley es espiritual”, dice Pablo. Rom. 7:14. A esto él añade a modo de contraste,
“pero yo soy carnal, vendido al pecado”. Pablo no siempre pensó a respecto de sí mismo como siendo
carnal, ni como si la ley fuese espiritual. Él dio este testimonio relacionado consigo mismo antes de su
conversión, “en cuanto a la ley, fariseo; en relación al celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la
justicia que está en la ley, irreprensible”. Fil. 3:5-6. Esta era la manera en que Pablo se veía a sí mismo.
Él era irreprensible en lo que a la ley se refería, como también todos los fariseos se consideraban a sí
mismos. Su conducta era sin duda correcta en relación al comportamiento externo, y con eso ellos
estaban satisfechos. Pablo era un joven ejemplar, un buen fariseo. Con los jóvenes podía decir, “todas
estas cosas las he guardado desde mi juventud”. Mat. 19:20.

La Experiencia de Pablo.-

Pablo, nacido en Tarsis, había sido traído a los pies del gran profesor, Gamaliel, en Jerusalén.
Ahí, de acuerdo con su propia declaración, él fue “enseñado de acuerdo a la perfecta manera de la ley
de los padres”. Hechos 22:3. Sin embargo, él consideraba su deber perseguir a los santos de Dios. “Yo
llevaba a prisión y castigaba en cada sinagoga a aquellos que creían en Ti”, dice él. Hechos 22:19. “A
muchos santos puse en la prisión, habiendo recibido autoridad de los principales sacerdotes, y cuando
eran muertos, yo daba mi voto contra ellos. Y los castigaba a menudo en todas las sinagogas, y los
compelía a blasfemar; y siendo excesivamente malo contra ellos, los perseguí aun hasta las ciudades
extranjeras”. Hechos 26:10-11. De esto, es fácil ver que aun cuando Pablo había sido “enseñado de
acuerdo a la perfecta manera de la ley”, su entendimiento de la ley no era perfecto. Era necesario que él
obtuviese una opinión completamente diferente de sí mismo y de la ley.
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Este cambio en su experiencia vino mientras él estaba en el camino hacia Damasco, persiguiendo
a los santos de Dios. Al medio día una gran luz repentinamente lo iluminó desde el cielo, y Pablo cayó
ciego al suelo. Él escuchó una voz que reconoció como siendo la de Jesús de Nazaret, y esta voz le
mandó a que siguiese hasta la ciudad, donde se le diría lo que tenía que hacer.
Tres días de tinieblas lo siguieron, pero entonces la luz surgió en su obscurecida alma, y el
antiguo perseguidor se volvió un seguidor del humilde Nazareno. Él pensaba que había sido un buen
hombre. Pero ahora se vio a sí mismo bajo una luz diferente. No fue más el orgullosos fariseo que se
jactaba de la ley. Se vio a sí mismo como un pecador que necesitaba ayuda y perdón. Cayó sobre la
Roca y fue quebrantado. Pablo era un nuevo hombre.
Hasta este momento Pablo se había considerado a sí mismo irreprensible; él creía que había
guardado la ley y que había hecho todo lo que ella mandaba. Ahora se vio a sí mismo bajo una nueva
luz, la cual no era nada halagadora. Él vio los aspectos espirituales de la ley como nunca los había visto
antes, y también se vio a sí mismo como carnal, visión ésta que no tenía antes. Este cambio lo produjo
el Espíritu de Dios, el cual usó como medio los diez mandamientos. Pablo lo expresa así: “yo no había
conocido el pecado, sino a través de la ley; yo no había conocido la codicia, si la ley no dijese, no
codiciarás”. Rom. 7:7.
Toda la fuerza de este mandamiento no la había conocido él antes. Él había sido cuidadoso con su
conducta; él había sido “irreprensible” en la ley. Pero ahora el mandamiento, “no codiciarás”, lo golpeó
con toda su fuerza. Él comprendió que los mandamientos toman conocimiento no apenas de los actos
externos, sino que de los pensamientos e intentos del corazón. Él había sido capaz de controlar su
comportamiento externo, pero sus pensamientos le revelaban un estado de corazón para el cual él no
conocía ningún remedio. La ley ceremonial de los Judíos proveía un sacrificio para todo aquel que
hubiese transgredido la ley inconscientemente. Pero no había ningún remedio provisto para cualquiera
cuyos pensamientos fuesen errados. Un hombre podía ser perdonado por robar si es que él quería
devolver lo que había tomado, y tenía que adicionar un quinto del total, y además tenía que traer el
sacrificio solicitado. Lev. 6:1-7. Pero no había ninguna provisión para el hombre que codiciaba. Él
podía ser perdonado de la misma manera en que nosotros somos perdonados, pero no había ninguna
provisión en la ley de Moisés para esto. Para pecados de esta naturaleza él tenía que ir directamente al
Señor.

Una Ley Espiritual.-

Fue el mandamiento, “no codiciarás”, el que hizo con que Pablo apreciase la naturaleza espiritual
de la ley. Ahora entendió que la ley no lidia apenas con la conducta externa, sino que también con el
corazón. Ahora vio que no había remedio para los pecados de la mente, sino fuese por Cristo. Ahora
podía anunciarle al mundo su gran descubrimiento que había sido tan importante para él: “Que sea por
lo tanto conocido ante vosotros, hombres y hermanos, que a través de este Hombre os es predicado el
perdón de pecados; y por Él todo aquel que cree es justificado de todas las cosas, de las cuales no
podíais ser justificados por la ley de Moisés”. Hechos 13:38-39.
Codiciar no es un acto abierto de pecado. No es hacer algo malo; es pensar mal. La codicia es un
estado de la mente; no es cometer el pecado, sino desear hacerlo. La mente es la última cosa que será
llevada totalmente bajo control. Muchas personas pueden controlar su comportamiento externo; ellos
hasta pueden controlar su manera de hablar; pero sus mentes son malas. En medio de la más solemne
reunión, de repente son llevadas a entender la profunda naturaleza del pecado. Pensamientos por los
cuales ellos se avergonzarían si fuesen conocidos por sus amigos, surgen en sus mentes, y en angustia
de espíritu gritan pidiendo ayuda. Aun cuando saben que ellos no son responsables por estas impías
sugestiones de Satanás, están horrorizados con las posibilidades que estos sugieren. Con un corazón y
un espíritu humilde, ellos envían una petición al Único que puede ayudarlos. Ellos claman por un
corazón limpio; quieren que la fuente sea limpiada. Ellos obtienen una nueva visión de su necesidad de
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ayuda desde lo alto, y entienden como nunca antes, que si el árbol es corrupto, no hay ninguna manera
en que pueda producir buenos frutos.
Fue una experiencia como esta la que le sucedió a Pablo mientras consideraba el mandamiento,
“no codiciarás”. Él vio la abismante profundidad de la iniquidad en su propio corazón. Él pensaba que
había sido irreprensible en la ley; él pensaba que la había guardado; pero cuando el mandamiento vino,
el pecado revivió. Entonces supo que la ley era espiritual, y que él era carnal. Siempre había
considerado el mandamiento como santo, justo y bueno, y también pensaba que él era santo, justo y
bueno. “Pero cuando vino el mandamiento, el pecado revivió, y yo morí. Y el mandamiento, que había
sido ordenado para vida, encontré que era para muerte”. Rom. 7:9-10.
Aquellos que hoy toman la ley superficialmente, nunca han pensado muy profundamente a su
respecto, ni se han visto a sí mismos en su luz como lo hizo Pablo. Pablo aprendió dos cosas en su
conversión: que la ley es espiritual, y que él era carnal. Los hombres precisan esa misma lección hoy en
día. Muchos concuerdan con el autoanálisis que hace Pablo, “en cuanto a la justicia que hay en la ley,
irreprensible”. Esa era la estimación de Pablo, y esa es la estimación de ellos también: “irreprensible”.
Ellos, y todos nosotros, precisamos un entendimiento más profundo de nuestros propios corazones
como también de la abundante gracia de Dios.
Dejemos bien claro de una vez por todas que la ley es espiritual. Nunca debemos pensar que Dios
pudiera estar satisfecho con una justicia externa solamente. Dios mira el corazón. Él está interesado en
el hombre interior, mucho más que en el exterior. De tal manera que su regla de conducta incluye a
todo el hombre, cuerpo, alma y espíritu.
Fue esta concepción de la ley que Cristo estaba deseoso que sus oyentes recibiesen cuando Él les
dirigió su primer importante sermón sobre la ley. Cristo había estado presente cuando la ley fue
anunciada con solemnidad en el monte Sinaí. Él conocía la tremenda importancia espiritual de cada
declaración de la ley. Él sabía cuán completamente inadecuada, a la vista de Dios, es la mera
observancia externa de los requerimientos de la ley, y Él estaba profundamente apenado que los
profesores de Su pueblo tuviesen un tan bajo concepto de la expresa voluntad de Dios. Él sabía que
todo esto tenía que ser cambiado. Por lo tanto no perdió tiempo en declarar Su posición sobre la ley.

El Lugar de la Ley en la Enseñanza de Cristo.-

Cristo no trató la ley como una representación formal, fría y legal. Para Él era el camino de la
vida, y no una serie de prohibiciones. Él creía, tal como lo hizo Pablo, que el “mandamiento... fue
ordenado para vida”. Rom. 7:10. De todo corazón podía decir: “Me deleito en hacer Tu voluntad, Oh
mi Dios; si, Tu ley está escrita en Mi corazón”. Salmo 40:8. Él había inspirado al salmista a decir:
“Amo Tus mandamientos más que el oro; si, más que el puro oro”, “y Tu ley es mi delicia”. “¡Oh
cuánto amo Tu ley! Es mi meditación todo el día”. “Tus testimonios son maravillosos”. “Guardaré los
mandamientos de mi Dios”. Salmo 119:127, 174, 97, 129, 115. Que esta concepción no era un mero
sentimiento en Cristo, sino que una viva realidad, es evidente en la manera en que Él aplicó la ley en
los casos específicos. Consideremos dos de estos casos.

El Hombre Joven y el Abogado.-

En cierta ocasión un hombre joven vino a Jesús “y le dijo, buen Maestro, que buena cosa haré
para, de tal manera que tenga la vida eterna? Y Él le dijo, ¿por qué me llamas bueno? No hay ningún
bueno sino uno, esto es, Dios; pero si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. Él le dijo:
¿cuáles? Jesús dijo, no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio,
honra a tu padre y a tu madre, y, ama a tu prójimo como a ti mismo. El joven le dijo, todas esas cosas
las he guardado desde joven. ¿Qué más me falta? Jesús le dijo, si quieres ser perfecto, anda y vende lo
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que tienes, y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y ven y Sígueme. Pero cuando el joven
oyó eso, se fue apenado, porque tenía grandes posesiones”. Mat. 19:16-22.
Algunos pueden quedarse un poco perplejos con la respuesta que Jesús le dio a este joven cuando
este le pregunta qué debe hacer para tener vida eterna. “Guarda los mandamientos”, le dijo Jesús.
Cuando el joven le pregunta a qué mandamientos se estaba refiriendo, Jesús le dijo que se estaba
refiriendo a la ley de Dios tal como estaba en los diez preceptos. ¿Por qué Jesús le dijo esto, cuando
debiera haberle dicho que tuviese fe, o que le diese su corazón a Dios, o cualquier otra cosa que fuese
apropiado para tal ocasión?
Que esta no fue la única vez en que Jesús respondió de esta manera es evidente tomando en
cuenta el registro. En otra ocasión un abogado se levantó y preguntó: “Maestro, ¿qué haré para tener la
vida eterna?”. Luc. 10:25. A este Jesús le respondió: “¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? Él
respondiendo dijo, amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu
fuerza, y con toda tu mente; y amarás a tu prójimo como a ti mismo. Y Él le dijo, has respondido bien;
haz eso y vivirás”. Luc. 10:26-28.
No puedo suponer que Jesús haya tratado livianamente sus preguntas y que le haya dado
respuestas que no estén en armonía con los hechos. Pero si esta es realmente la respuesta a la pregunta
de cómo se puede ganar la vida eterna, ¿cómo podemos explicar o justificar la respuesta? Parece tan
diferente de la respuesta que los ministros de hoy dan, que se hace necesaria una buena explicación. Si
Jesús estuviese aquí hoy, y si un miembro de alguna asociación ministerial le preguntase cómo se
puede obtener la vida eterna, y Jesús le respondiese ahora como lo hizo entonces, sería considerado
como un evangélico? Creo que sería altamente probable que se le exigiese que explicase Su respuesta.
Nosotros damos por garantizado que Jesús no bromeó con estos hombres en una materia tan vital
como la de la vida eterna. Tenemos que creer que Él les dio una respuesta honesta, porque ciertamente
nada menos que eso se esperaría de Él. ¿Qué es entonces lo que está implicado en la respuesta?
Ciertamente esto es muy importante.
El abogado, en respuesta a la pregunta de Jesús de cómo él leía la ley, había respondido: “Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu fuerza, y con toda tu mente; y a
tu prójimo como a ti mismo”. Verso 27. El abogado entendía que la ley demandaba amor a Dios y
amor al hombre. Cristo le dijo, “has respondido bien; haz eso y vivirás”.
Si tomamos la interpretación de la ley de Jesús como la ley del amor, tal vez no veamos luz en la
respuesta que Jesús le dio. “El amor es el cumplimiento de la ley”. Rom. 13:10. El propio Dios es
amor. Su ley es amor. Cristo dice: “Si guardáis Mis mandamientos, permaneceréis en Mi amor; así
como Yo he guardado los mandamientos de Mi Padre y he permanecido en Su amor”. “Jesús respondió
y le dijo, si un hombre me ama, guardará Mis palabras, y Mí Padre lo amará, y vendremos y haremos
nuestra morada con él”. “Si me amáis, guardad Mis mandamientos”. Juan 15:10; 14:23, 15.

Necesidad de un Nuevo Punto de Vista.-

Aparentemente necesitamos un nuevo punto de vista de la ley de Dios. No es, como algunos
dicen, un yugo de esclavitud; no es un capataz exigente; no es un lazo de restricción. Es una ley
gloriosa de libertad, de amor, de guía amistosa. Es ordenada por Dios, una transcripción de Su propio
carácter, la más preciosa cosa que hay en el santuario celestial, el fundamento de la misericordia y del
glorioso plan de la salvación. Es mantenida en el corazón de Cristo, libre de cualquier posible daño que
pudiera sucederle. Salmo 40:8. Es la perfecta personificación de la voluntad de Dios, la suprema regla
de vida. ¿Por qué debiera ser comparable a cualquier otra cosa? Refleja el mismo corazón y la mente
del Todopoderoso.
La ley de amor es la ley de vida. Ningún hombre que no ame a Dios puede ser salvo. Pero “este
es el amor de Dios, que guardemos Sus mandamientos”. 1 Juan 5:3. Ningún hombre puede ser salvo si
no conoce a Dios. Pero “aquel que dice, yo lo conozco, y no guarda Sus mandamientos, es un
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mentiroso, y la verdad no está en él”. 1 Juan 2:4. Ningún hombre puede ser salvo si continua pecando.
Y “pecado es la transgresión de la ley”. 1 Juan 3:4. Si, por lo tanto, vamos a ser salvos, tenemos que
amar a Dios y guardar Sus mandamientos. Si decimos que amamos a Dios, tenemos que probar que lo
amamos de la manera en que Él lo demanda. T5enemos que parar de transgredir la ley; porque “pecado
es la transgresión de la ley”. Al terminar Su obra en la tierra, Cristo pudo decir: “He guardado los
mandamientos de Mi Padre, y he permanecido en Su amor”. Juan 15:10. Si seguimos Su ejemplo, no
debemos alejarnos de esto.
Con la definición de Cristo en mente de que la ley de Dios es la ley del amor, y que de esto
depende toda la ley y los profetas, aceptamos Su declaración de la ley como siendo el camino de vida.
No hay otro camino. “Aquel que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor”. 1 Juan 4:8. Conocer
a Dios es sinónimo de vida eterna. Juan 17:3. Si, por lo tanto, no conocemos a Dios a menos que Lo
amemos, y que el conocimiento de Dios es vida eterna, y que la única manera que “sabemos que Lo
conocemos es si guardamos Sus mandamientos”, y este guardar de los mandamientos “es el amor de
Dios”, nuevamente estamos encerrados en la proposición de que la ley de Dios juega un papel
preponderante en nuestro relacionamiento con Dios. 1 Juan 2:3; 5:3. Solo colocando en peligro
nuestras almas podemos negligenciarla. Esa fue la enseñanza de Jesús, y, siendo la enseñanza de Jesús,
también es la enseñanza de todos los que Lo siguen.

Jesús y la Tradición

Jesús tuvo continuas dificultades con los Judíos acerca de la tradición. Durante siglos, ellos
habían hecho crecer muchas costumbres, las cuales con el pasar de los años habían cambiado la
naturaleza de la ley. Los padres habían hecho ciertas cosas de cierta manera, y las generaciones
posteriores siguieron la costumbre establecida. Después de un tiempo se volvió un asunto de falta de
respeto el salirse de esa costumbre, la cual en aquellos tiempos ya se había convertido en ley. Los
padres eran considerados buenos hombres, que seguían a Dios, y por lo tanto, seguirlos era en realidad
seguir a Dios. La costumbre podía ser buena o mala, pero una vez que se había convertido en una
costumbre establecida, fue considerado pecado salirse de ella, en cualquiera de sus formas. Era apenas
una tradición, pero había se le había dado toda la fuerza de un mandamiento de Dios.
Contra esto, Jesús protestó, y con buena razón. Porque a menudo las costumbres de los Judíos
contradecían la voluntad de Dios tal como estaba expresada en la ley. Los hombres aceptaron la
tradición y negligenciaron la ley. Para Jesús era de poca importancia si las tradiciones en sí mismas
eran comparativamente inocentes o decididamente malas. Si ellas de alguna manera interferían con o
dejaban sin efecto la ley de Dios, Él rápidamente las dejaba a un lado.

El Lavamiento de las Manos.-

Un ejemplo era la costumbre de lavarse las manos antes de comer. Tal como era practicado por
los Judíos, no era apenas una ordenanza meramente de limpieza, sino que una costumbre ceremonial.
La persona hundía sus manos en el agua, ahuecándolas; entonces él levantaba sus manos dejando con
que el agua escurriese hasta los codos. Esto lo repetiría varias veces, y entonces el rito estaría
terminado. Una ordenanza así, en sí misma, no puede ser considerada muy peligrosa o subversiva para
la fe. Era de uno de los preceptos “adicionados” que los Judíos consideraban muy importante. Los
fariseos decidieron hacerlo una prueba para Jesús para saber si Él concordaba con la tradición, y Jesús
la aceptó.
Los escribas y los fariseos habían descendido de Jerusalén a Galilea con una queja acerca de los
discípulos. Ellos habían omitido la ordenanza del lavamiento de manos, y los fariseos sintieron que el
asunto era de suficiente importancia como para hacérselo saber al Maestro. No era apenas un celo por
la ley lo que los llevaba a hacer esto, aun cuando la queja tenía el efecto de enfatizar sus cuidados en la
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adherencia a la tradición; su queja constituiría en sí misma un reproche indirecto hacia Jesús por
permitir que Sus discípulos transgrediesen la tradición, y Lo compelerían a definirse a favor o en contra
de la ordenanza. Si Él rechazaba la queja, podrían informarle al pueblo que era un violador de la
tradición. Si Él admitía la justicia de la acusación, podrían jactarse de reprenderlo a Él y a Sus
discípulos. Esto, desde luego, probaría que ellos sabían más que Él en relación a la ley, y que ellos eran
más estrictos en su observancia. En cualquier caso ellos ganarían, y su reputación sería aumentada.
Jesús acababa de alimentar a los cinco mil, había cruzado milagrosamente el mar caminando
sobre el agua, y no ahora estaba ocupado sanando al pueblo. Los enfermos estaban botados por cientos
en las calles, y mientras Él pasaba, la oración era que “les dejase tocar apenas el borde de Su manto; y
cuantos Lo tocaban eran sanados”. Mar. 6:56. Miles de personas presionaban para estar cerca del
Maestro.
Jesús sabía por qué los fariseos habían escogido esta ocasión para traer esta pregunta ante Él. Él
sabía que querían exponerlo ante el pueblo y acusarlo de ser un transgresor de sus tradiciones. Pero ni
por un momento Él dudó. Aceptó su desafío, y estaba listo para declararse a favor de la tradición.
Jesús y los Fariseos.-

Fue probablemente a campo abierto que Jesús enfrentó a los fariseos. El pueblo debe haber
estado muy impresionados con el hecho de que solamente un asunto muy importante podría hacer con
que los fariseos descendiesen de Jerusalén. Ellos se amontonaron alrededor de Cristo y los visitantes,
para escuchar el importante mensaje que estos oficiales habían traído. Fue con asombro y perplejidad
que escucharon a los fariseos hacer la aparentemente trivial pregunta: “¿Por qué Tus discípulos no
andan de acuerdo con la tradición de los ancianos, sino que comen pan con las manos sin lavar?”. Mar.
7:5.
¿Era esta la pregunta que los había traído desde tan lejos? Tal vez el asunto era de mayor
importancia que lo que el pueblo pensaba. Cristo estaba haciendo una maravillosa obra sanando a los
enfermos. Si los discípulos se lavaban las manos o no antes de comer, no les parecía algo importante a
ese pueblo de simples pescadores. Pero tal vez ellos estuviesen errados. Los estudiosos escribas sin
duda sabían, que lavarse las manos era más importante. La pregunta ahora era, ¿cuál sería la actitud de
Jesús hacia eso y cuál sería Su respuesta?
Si el pueblo había quedado asombrado y perplejo con la acusación, ahora quedaron pasmados
cuando escucharon la respuesta de Jesús: “Bien profetizó Isaías de vosotros hipócritas, como está
escrito, este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de Mí”. Verso 6. Apenas
podían creer en lo que estaban escuchando.
Guarden esa escena. Un grupo digno y solemne de hombres, delegados de la más alta autoridad
entre los Judíos; un joven profesor acusado por ellos de permitir que Sus discípulos transgrediesen las
tradiciones de los ancianos; miles de personas se arremolinaban para testimoniar la escena; cientos de
enfermos esperando el toque sanador del Maestro, ¡y la obra siendo atrasada hasta que la pregunta del
lavamiento de las manos fuese dada! Y ahora como respuesta a la pregunta salen estas palabras de
Cristo: “¡Hipócritas!”. ¡Qué irreverencia, qué indignidad, qué atrevimiento, la de este joven Galileo!
¿Pedirían los fariseos inmediatamente que Él fuese preso y castigado por haberlos humillado, ya que
ellos eran líderes, a la vista del pueblo? Pero ellos no dijeron una única palabra. Jesús dominó
completamente la situación.
“Hipócritas”. Qué terrorífica acusación. Normalmente cuando una delegación de tales hombres
aparecía de Jerusalén para llamarle la atención a algún falso profesor, el malhechor aparecía temblando
delante de los augustos inquisidores. Nunca antes alguien se había atrevido a enfrentar de esa manera a
los líderes. El pueblo no podía entender por qué los fariseos no habían tomado una pronta acción contra
Jesús. ¿Estaban con miedo de Él? ¿Tenía Él, después de todo, un mensaje del cielo, tal como le habían
oído decir, y estaba Dios realmente con Él? Con tremendo interés ellos el desenlace del encuentro.
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“Isaías profetizó de vosotros hipócritas”. Nunca más irían a leer Isaías, ni el pueblo ni los
fariseos, sin acordarse de estas palabras de Jesús. Los fariseos habían tratado de humillar a Jesús. Él les
había volcado las mesas. Ellos no dijeron nada. No había nada que decir.
Pero Jesús no había terminado. Él había sido desafiado acerca de la tradición, y Él usaría la
ocasión para hacer conocido Su posición. Dirigiéndose al pueblo, dijo: “En vano me adoran, enseñando
doctrinas que son mandamientos de hombres”. Verso 7.
“En vano adoran”. Podemos pensar que lo peor que le puede suceder a un cristiano es adorar en
vano, adoración sin sentido, adoración que no vale nada. Un hombre puede inclinarse delante de Dios;
puede orarle y llamarlo por Su nombre; puede incluirse entre aquellos favorecidos por Dios; pero todo
eso puede ser en vano, si es que él “enseña doctrinas que son mandamientos de hombres”.
Jesús continuó, “porque dejando a un lado el mandamiento de Dios, mantenéis la tradición de los
hombres, como el lavado de vasijas y vasos; y muchas otras cosas como estas. Y les dijo, rechazáis
completamente el mandamiento de Dios, para guardar vuestra propia tradición”. Mar. 7:8-9.
En estas palabras Jesús tocó el centro de la pregunta. Los hombres rechazan los mandamientos de
Dios, para poder guardar las tradiciones de los hombres. Esto es lo que constituye una vana adoración.
Ellos estaban haciendo con que la palabra de Dios fuese de ningún efecto, debido a su tradición.
Jesús nunca respondió la pregunta de por qué Sus discípulos comían sin lavarse las manos. Podría
haberlo hecho, si lo hubiese querido, pero Él consideró el asunto del lavamiento de poca importancia en
sí mismo. Lo que sí consideró importante fue la otra pregunta, aquella de la tradición. Este asunto Él lo
conecta con los mandamientos de la ley de Dios, y debido a esto Él dio un duro golpe, un duro golpe
contra la tradición, un duro golpe a favor de los mandamientos de Dios.
El hecho que Jesús tomó una cuestión relativamente sin importancia y la hizo la ocasión para
dejar un principio, hace con que el asunto y la pregunta sean importantes. No fue el lavamiento de
manos el que Él objetó; esa era una inocente ceremonia. Pero cuando un asunto, aun cuando fuese
pequeño, tocaba los mandamientos de Dios y los dejaba sin ningún efecto, entonces Cristo estaba
interesado. Fueron los mandamientos de Dios los que preocupaban a Jesús.

Corbán.-

Para ilustrar el asunto de dejar a un lado los mandamientos de Dios a favor de la tradición, Jesús
escogió el quinto mandamiento. Los Judíos tenían una costumbre reprensible que les servía como
excusa para no apoyar a sus padres de edad. Era la obligación del hijo proveerles apoyo, pero muchos
dejaban con que sus padres se las arreglasen como pudieran o que fuesen ayudados por la caridad
pública.
Esto último, sin embargo, solo podía ser hecho en el caso en que el hijo estuviese incapacitado
para ayudar a sus padres. Si el hijo tenía propiedades o entradas, el deber de ayudarlos recaía sobre los
hijos, lo cual era un arreglo justo y equitativo. Había un camino, sin embargo, a través del cual podían
escapar de hacer aquello que debió haber sido no apenas un mero deber sino que un privilegio. Un
hombre podía dedicar su propiedad al templo. Él no necesitaba entregar su propiedad inmediatamente
al templo; la podía retener para su propio uso hasta que muriese, y cuando eso sucediese, le sería
entregada al templo. A esta costumbre se le llamaba “corbán”.
Un hombre podría no haber pensado nunca en darle algo al Señor, pero si las autoridades exigían
que él sustentase a sus padres, él podía de repente declarar su propiedad como corbán. Entonces el
gobierno no se la podía quitar, porque estaba dedicada al Señor. Como no tenía que entregarla
inmediatamente al templo, podía usarla hasta que muriese. Cuando muriese podía ser usada o declarada
inservible, y, también, sus padres probablemente ya estaban muertos.
De tal manera que el corbán conseguía lo siguiente: excusaba a un hombre de apoyar a sus
padres; le daban una reputación de liberalidad al dársela al Señor, ya que toda ella era dedicada a Dios;
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y esto él lo conocía sin que tuviese que deshacerse de nada. Él realmente no había dado nada, y sin
embargo recibía crédito por haberlo dado todo.
Contra esta hipocresía Jesús protestó.
“Él les dijo, rechazáis los mandamientos de Dios, para guardar vuestra propia tradición. Porque
Moisés dijo, honra a tu padre y a tu madre; y, aquel que maldiga padre o madre, que muera la muerte;
pero vosotros decís, si un hombre le dice a su padre o a su madre, es corbán, eso es, un regalo, todo
aquello con que pudiera ayudarte, él quedará libre. Y no le dejáis hacer más por su padre o por su
madre; haciendo con que la palabra de Dios sea de ningún efecto debido a vuestra tradición, que habéis
transmitido; y muchas otras cosas como estas”. Mar. 7:9-13.
Con Jesús, las consideraciones humanas y la ley de Dios eran tradiciones que no tenían ningún
peso. Mientras Jesús en esta instancia usó el quinto mandamiento como una ilustración, no debemos
pensar que era solamente con este mandamiento que los fariseos estaban dejando la palabra de Dios sin
ningún efecto. Cristo adiciona significativamente, “y muchas otras cosas como estas”. Verso 13. Un
estudio de la historia de los Judíos revela que no eran apenas uno o dos mandamientos los cuales ellos
dejaban sin ningún efecto a través de su tradición. Todos los diez mandamientos sufrieron. Al decir
Cristo “muchas cosas como estas”, esto es significativo y revelador.
Desde un punto de vista meramente humano, podemos ver poca razón para que Cristo hiciese
toda una cuestión del lavamiento de las manos. Si había una tradición inocente, esta era ciertamente
una. Cristo podría haberle dicho a Sus discípulos, “los fariseos están muy preocupados acerca del
lavamiento de las manos antes de comer. Yo no creo en ninguna ceremonia como esa, pero no veo nada
malo en lavarse las manos. Si les gusta y para no ofenderlos, tal vez fuese mejor que todos nosotros
debiéramos lavarnos las manos. Por lo menos, ningún daño vendrá a causa de esto”.
Repetimos, Cristo podría haber dicho esto, y nosotros habríamos concordado con Él. Pero Cristo
no dijo esto. Algo más estaba envuelto que lo que aparecía en la superficie, y Cristo usó esta
oportunidad para inculcar la lección que tenía en mente. El lector atento observe que Cristo podría
haber fácilmente evitado encontrarse con los fariseos en este punto. El que haya traído este asunto
relacionado con este insignificante punto muestra que Él tenía algo en mente para enseñarle a esa
generación y a las subsiguientes. Cristo estaba definitivamente atacando la tradición. No estaba
evadiendo el asunto. Lo estaba enfrentando. Él tenía algo que decir en relación a la tradición, y lo dijo.
“Hacéis muchas otras cosas como estas”. Esto era verdadero en relación a ellos, y es verdad para
nosotros. Nosotros hacemos muchas cosas que son pura tradición, cosas inocentes, muchas de ellas, y
algunas no tan inocentes. Porque tanto ahora como en aquel entonces, los hombres dejan a un lado los
mandamientos de Dios para seguir sus tradiciones.

Los Fariseos y el Sábado.-

Tal vez los reglamentos de los fariseos en relación a la guarda del Sábado sirvan para poder
ilustrar cómo la ley de Dios ha sido distorsionada con restricciones que no tenían la sanción de Dios.
Eran simples tradiciones que se hicieron venerables con el tiempo, las cuales las personas creían que
hacían parte de la ley de Moisés, y que traían fuerza a la consciencia. Los fariseos lo sabían mejor, pero
querían que las personas creyesen que fuese así.
La guarda del Sábado de los fariseos era muy negativa, como en realidad lo eran muchas cosas de
su religión. Ellos tenían muchas reglas en relación con lo que estaba prohibido el Sábado, reglamentos
que hicieron del Sábado un día de melancolía y depresión. Pocos Judíos en el tiempo de Cristo habrían
pensado en darle a un paciente un vaso de agua el Sábado para bajarle la fiebre, o de darle a nadie un
vaso de agua fría, que lo estuviese necesitando. Si alguien se enfermaba en Sábado, tenía que esperar
hasta que el sol se pusiese antes que pudiese recibir cualquier ayuda. Su hipocresía en este asunto se
muestra en el hecho de que si un buey caía en una zanja durante el Sábado, ellos trabajarían durante
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todo el día para rescatar el buey; por otro lado, no moverían ni un dedo para rescatar a un ser humano
sufriente. No nos admira que Cristo los llamase de hipócritas. Luc. 13:15; 14:5.
Algunas de las ovejas que los Judíos tenían, tenían colas muy pesadas, tan pesadas como la
propia oveja. Siendo pesada, la cola arrastraría por el suelo, la lana se apelotonaría, la piel se ensuciaría
y comenzaría a sangrar. Para aliviar a la oveja, se le fijaban livianos pedazos de madera a las ancas.
Estos pedazos de madera serían arrastrados por el suelo y preservarían la cola de ser dañada y le
traerían alivio a la oveja. Sin embargo, durante el Sábado las tablas eran retiradas; porque no se
permitía, desde luego, que la oveja cargase su carga durante el Sábado. Sin duda la oveja disfrutaba
muchísimo del Sábado.
De una parte de esta legislación era la prohibición contra cargar tanto como una delgada alfombra
para usarla como cama. Una historia de este tipo es registrada en Juan 5:5-16. No se le permitía a un
hombre cargar una muleta durante el Sábado, y si él tenía una pierna de palo, tenía que sacársela.
Aun cuando había una regla en relación a cuán lejos un hombre podía caminar durante el Sábado,
los fariseos enseñaban que si iba a compartir alguna comida al final de la jornada prescrita, entonces
ese lugar en particular donde iba a comer, podía ser considerado como siendo su hogar, y entonces
podía caminar otra jornada de Sábado, a partir de ese punto. Esto él podía repetirlo cuando nuevamente
llegase al final del lugar prescrito, y así podía continuar tan lejos como quisiese. Había, sin embargo,
una dificultad. Si llevaba la comida consigo mismo, sería en sí mismo una quiebra del Sábado; por lo
tanto no podía ser hecho. Entonces tenía que llevar la comida el día anterior hasta donde quería llegar,
o pedirle a alguien que viviese cerca del lugar designado donde quería llegar, para que le diese algo de
comer; entonces la letra de la ley sería cumplida, y él podía continuar su camino.
Con todas esas reglas, Cristo tuvo poca paciencia. Con énfasis Él declaró que el Sábado fue
hecho para el hombre, y no el hombre para el Sábado. Los fariseos, sin embargo, estaban seguros de
que si estas salvaguardas del Sábado eran quebradas, el Sábado en sí mismo también lo sería. Cuando
Cristo lanzó fuera las múltiples reglas con las cuales el Sábado había sido sobre cargado, algunos
pensaron que Él estaba atacando la propia institución del Sábado. Nada estaba más lejos de la mente de
Cristo. Él reverenció, guardó, el Sábado. Pero las innumerables restricciones que las personas pensaban
que Moisés las había ordenado, Cristo las ignoró o deliberadamente las transgredió. Él libertaría el
Sábado de todos esos reglamentos extraños que Dios nunca había ordenado, y le dio a Su pueblo el
Sábado tal como Dios originalmente lo había hecho, una bendición para la humanidad y para toda la
creación.

¿Ha Sido Cambiado el Sábado?

El Antiguo Testamento declara que el séptimo día es el Sábado del Señor. En relación con esto
no hay ninguna diferencia de opinión entre los estudiantes de la Biblia. Dios descansó el séptimo día, lo
bendijo y lo santificó, y le ordenó a los hombres que lo mantuvieran santo. No existe ninguna
revocación del Sábado ni de ninguno de los demás mandamientos en el Antiguo Testamento. Tanto
cuanto sabemos, no hay ninguna disensión en relación a la declaración de que el séptimo día es el
Sábado del Antiguo Testamento.
Cuando llegamos al Nuevo Testamento existe una diferencia de opinión en relación a lo que se
enseña en relación a la ley y al Sábado. Una gran cantidad de miembros de iglesia observan el primer
día de la semana en vez del séptimo, y creen que tienen base para esta observancia en la enseñanza y
ejemplo de Cristo y de los apóstoles. Por lo tanto es nuestro deber saber lo que el Nuevo Testamento
enseña en relación a la observancia del Sábado.
Como cristianos estamos vitalmente preocupados con la enseñanza de Cristo y de los apóstoles.
En último análisis Cristo es nuestro ejemplo y guía en todos los deberes cristianos. Cristo es el
Salvador de todos los hombres, Judíos y gentiles por igual. No hay otro nombre en el cielo o en la tierra
por el cual seamos salvos. Aun cuando Cristo vivió en Judea, Su mensaje no es judío. Su amor y
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salvación es todo abarcante. Seguirlo es vida; rechazarlo es muerte. Él vino a este mundo para que
podamos tener una lección objetiva acerca de cristianismo práctico. Él vino para ser el camino, la
verdad, y la vida. Si Lo seguimos, no nos perderemos. Concordamos con todos los cristianos que no
hay una autoridad mayor que la de Cristo. Su palabra es final en todos los asuntos de vida y doctrina.

La Ley en el Nuevo Testamento.-

Cuando hablamos de la ley en este capítulo, nos estamos refiriendo a los diez mandamientos tal
como fueron proclamados por Dios en el monte Sinaí. Habían otras leyes en existencia en el tiempo de
Cristo, tal como la ley Mosaica de los sacrificios, la cual tenía que ver con el templo y los sacrificios
relacionados con este. Estas leyes ceremoniales y del templo terminaron cuando dejó de ser válido el
servicio del templo, a la muerte de Cristo. Todos los cristianos creen que fueron anuladas y abolidas en
el gran sacrificio del Calvario. Col. 2:14. No es de estas leyes que estamos hablando, sino que de la ley
de Dios contenida en los diez preceptos. Creemos que esta ley tiene más fuerza que nunca, para los
cristianos y para todos los hombres en todas las épocas. Mat. 5:17-19; Luc. 16:17; Rom. 3:31. Es a esta
ley a la cual nos estamos refiriendo.
Ya hemos analizado la actitud de Cristo hacia la ley. Él dejó muy claro que no había venido a
destruir la ley, sino que a cumplirla y a magnificarla. Isa. 42:21; Mat. 5:17-19. Los Judíos y los fariseos
trataron repetidamente de pillarlo en alguna palabra o acto relacionado con la ley, pero no lo
consiguieron. Temprano en Su ministerio él dejó clara su posición. Él enseñó que ni una jota ni un tilde
de la ley debía pasar. Él se mantuvo firme junto a la ley, y se lo dijo a todos. “¿Quién de ustedes me
convence de pecado?”. Fue Su desafío. Juan 8:46. No hubo respuesta. Cristo creía en la ley y la
guardaba. “He guardado los mandamientos de Mí Padre”, dijo Cristo, “y permanezco en Su amor”.
Juan 15:10. No puede haber ninguna disputa en relación a esto.
Los apóstoles tomaron la misma posición que Cristo en relación a la ley. Eso, desde luego, era lo
esperado. Aquellos que sostienen que Pablo habló o escribió contra la ley, ponen a Pablo contra Cristo.
Pablo realmente ignoró la ley ceremonial y enseñó que la circuncisión era de ningún valor, pero cuando
llega a la ley de Dios, él se posicionó exactamente donde Cristo lo había hecho. Observe cuán
indignadamente Pablo repele la acusación de que la fe deja sin valor la ley. “¿Dejaremos nula entonces
la ley a través de la fe?”, exclama. “No lo permita Dios, sino que establecemos la ley”. Rom. 3:31. No
hubo palabras de protesta más fuertes que las que Pablo usó, “No lo permita Dios”. La acusación era
tan absurda, tan fuera de armonía con todo lo que él enseñó y creía, que estalló en una vehemente
protesta con solo pensar en eso. “¿Estoy siendo acusado de enseñar que la ley queda anulada a través
de la fe? No permita Dios que yo enseñe nada de eso. Nada está más lejos de mi manera de pensar. No,
no creo que la ley sea anulada. Al contrario. Es establecida”. Él era de la misma opinión de Cristo
cuando dijo, “es más fácil que el cielo y la tierra pasen, que un tilde de la ley se frustre”. Luc. 16.17.
La idea de que tanto Cristo como los apóstoles tratarían de anular la ley de Dios es tan extraña y
asombrosa, que no podemos creer que los hombres que hablan de esa manera estén al tanto de las
implicaciones de sus palabras. ¡Abolir la ley! ¡Abolir los diez mandamientos! Podemos concebir que el
malo desee que esto suceda, pero no podemos creer que Cristo o los apóstoles tuviesen algo que ver
con esto; ni tampoco creemos que aquellos que apoyan esa doctrina hayan considerado lo que significa
abolir la ley. Listemos la substancia de cada de cada uno de los diez mandamientos, y consideremos los
resultados si fuesen abolidos.

Los Diez Mandamientos Siendo Abolidos.-

1.- “No tendrás otros dioses delante de Mí”. Abolido.


2.- “No te harás ninguna imagen, ni ninguna semejanza de nada de lo que hay en el cielo, o en la tierra,
o que está en el agua debajo de la tierra; no te inclinarás a ellas, ni las servirás; porque yo el Señor tu
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Dios soy un Dios celoso, que visito la iniquidad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta
generación de aquellos que me odian; y muestro misericordia a miles de aquellos que me aman, y
guardan Mis mandamientos”. Abolido.
3.- “No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano; porque el Señor no tendrá por inocente a aquel
que toma Su nombre en vano”. Abolido.
4.- “Acuérdate del día Sábado, para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; pero el
séptimo día es el Sábado del Señor tu Dios; en él no harás ninguna obra, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu
sirviente, ni tu sirvienta, ni tu rebaño, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas; porque en seis días
el Señor hizo el cielo y la tierra, el mar, y todas las cosas en ellos, y descansó el séptimo día; por lo que
el Señor bendijo el día Sábado, y lo santificó”. Abolido.
5.- “Honra a tu padre y a tu madre; para que los días puedan ser largos sobre la tierra que el Señor tu
Dios te dio”. Abolido.
6.- “No matarás”. Abolido.
7.- “No cometerás adulterio”. Abolido.
8.- “No robarás”. Abolido.
9.- “No levantarás falso testimonio contra tu prójimo”. Abolido.
10.- “No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la esposa de tu prójimo, ni su siervo, ni su
sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada de tu prójimo”. Abolido.

Confesamos que quedamos perplejos que alguien pueda pensar que Cristo o los discípulos hayan
alguna vez tratado de abolir estos mandamientos. Con Pablo decimos: “No lo permita Dios”.
Considere estos mandamientos. ¿Puede un cristiano mirarlos y decir que están o que debieran
estar abolidos? ¿Está el mandamiento “no robarás” abolido? O el mandamiento, “no cometerás
adulterio”? O “no tendrás otros dioses delante de Mí”? ¡No lo permita Dios! Esa enseñanza es de abajo
y no del cielo. Que todos los cristianos eliminen para siempre cualquier idea como esa de sus mentes.
Dios no proclamó la ley del cielo y anunció severas penalidades si la transgredían, para meramente
abolirla más tarde. Dios no dejó reglas para la conducta humana, y después envió a Su Hijo para que
muriese por los hombres transgresores de esas reglas, para que inmediatamente después anulase la
misma ley que exigió la muerte de Cristo. Si la ley iba a ser anulada, debería haber sido anulada antes
de que Cristo muriese. Esto lo habría salvado de la agonía y del terror de la cruz. Guardar la ley lo justo
como para ejecutar la pena de muerte, y después anularla, es dejar sin efecto la cruz y hacer de la
muerte de Cristo un fracaso de justicia.
Mire nuevamente la ley. ¿No debemos concordar con Pablo de que “la ley es santa, y el
mandamiento es santo, justo y bueno”? Rom. 7:12. ¿Por qué aquello que es santo, justo y bueno
debiera ser abolido? Es una tontería acusar a Pablo de dejar sin ningún efecto aquello que él tiene en
tan alta estima. ¿No debieran todos concordar con Pablo que “la ley es espiritual”, y que el problema
está con nosotros que somos “carnales, vendidos al pecado”? Rom. 7:14. Estamos seguros de que
ningún cristiano puede señalar estos mandamientos y creer que están abolidos, o querer o desear que lo
sean. Más bien, él “consentirá con la ley que es buena”. Verso 16.
Nuevamente manifestamos nuestra sorpresa que profesores de religión puedan creer en la
abolición de la ley. ¿Qué es lo que ellos quieren decir con eso? Ciertamente no querrán decir que los
hombres son ahora libres para despreciar los mandamientos de Dios, que los hombres pueden robar,
matar, y cometer adulterio impunemente. No puede ser que piensen de esa manera. Pero si no lo fuese,
¿qué quieren ellos decir al proclamar que la ley fue abolida? No creen que cualquier mandamiento haya
sido anulado como tal, y que aun crean que toda la ley fue abolida. En perplejidad aun preguntamos:
¿qué es lo que ellos quieren decir?
Creemos saber lo que algunos de ellos quieren decir. Ellos afirman que el día Sábado ha sido
cambiado del Sábado para el domingo. Esto, desde luego, no puede ser hecho sin que la ley sea
cambiada. Parece ser inconsistente para ellos abolir uno de los diez mandamientos y solamente uno, de
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tal manera que los han abolido todos, y los aprueban de nuevo como ellos piensan que debieran quedar,
lo cual en este caso significa todos menos el cuarto. Esto ellos lo escriben de nuevo de la manera en
que ellos creen que debiera quedar. Ellos no creen que todo lo relacionado con el cuarto mandamiento
deba ser anulado. Ellos dicen que solamente una parte del mandamiento ha sido anulado, la que lidia
con un día específico. Ellos dicen que el Sábado no ha sido abolido, pero que el séptimo día si lo ha
sido.
Esta posición trae consigo la controversia a campo abierto. Es una cuestión entre el séptimo y el
primer día de la semana. La reclamación es que el Sábado ha sido transferido del séptimo al primer día
de la semana; que Cristo hizo esto en virtud de ser Él el Señor del Sábado, o que los discípulos
efectuaron el cambio.

Los Apóstoles y el Sábado.-

Consideremos primero la posibilidad de que los apóstoles hayan cambiado el Sábado de un día
para el otro. Nosotros, desde luego, cuestionamos el derecho de cualquier hombre, no importa cuán
grande sea, de cambiar la ley de Jehová. Cuestionamos que Dios alguna vez haya comisionado a algún
hombre para hacer eso. Nos gustaría poder ver una declaración bien definida al respecto antes de poder
aceptarlo. El propio Dios, en el monte Sinaí, proclamó la ley, prescribiendo severas penalidades por su
transgresión, e hizo cumplir la ley en la historia subsecuente de los Judíos. Fue esta misma ley que Él
usó para hacer Su pacto con Israel, prometiéndoles grandes recompensas bajo la condición de
obediencia. No creemos que algún hombre, no importa cuán grande sea, tenga ningún derecho o
mandato para cambiar los mandamientos de Dios.
Una ley anunciada públicamente no puede ser secretamente anulada. Si se desea un cambio en la
ley, el cambio tiene que hacerse por la misma autoridad que la estableció primero, y la naturaleza del
cambio tiene que ser claramente explicada. Si, como lo es en este caso, la observancia de un día va a
ser discontinuada y la observancia de otro día va a ser ordenada, este cambio tiene que ser dejado bien
claro, más allá de la posibilidad de malos entendidos. También, si el nuevo día va a ser honrado con la
misma reverencia que el antiguo, entonces su institución tiene que ser acompañada con la misma o
mayor manifestación de respeto y honor.
El propio Dios nos dejó el camino en la observancia del séptimo día Sábado. Él mismo lo
proclamó en un fuego ardiente desde el monte. El mismo la escribió en una piedra duradera. Miles de
personas estaban testimoniando y escucharon la proclamación, y miles de ángeles también estaban ahí.
Ninguna de estas condiciones estuvieron presentes en el tiempo en que el primer día de la semana
supuestamente fue instituido. El domingo entró sin ser anunciado, sin ser proclamado, sin ser visto, lo
cual en todas sus formas fue lo contrario a la institución original y a la inauguración del Sábado del
Señor. ¡Si Dios tenía algo que ver con el primer día de la semana, tenemos que concluir que Él quería
hacer todo esto en la forma más secreta e insospechada posible; porque en aquel primer domingo nadie
sabía que algún cambio se había llevado a efecto, ni siquiera los discípulos, los cuales algunos
suponen que lo hayan hecho! Ellos estaban en la misma ignorancia que el resto, habiéndose encerrado
en una pieza por miedo a los Judíos. Juan 20:19.
No conseguimos ver ninguna consistencia en que Dios haya anunciado la ley del cielo ante miles
de seres humanos de este mundo y de los otros mundos, una ley que sirve para juzgar a los vivos y a los
muertos, anunciándola con toda la gloria y majestad a Su mandato, de tal manera que la propia tierra y
las montañas temblaron, para después abolir esa misma ley de la manera menos destacada, dejando que
los hombres descubriesen años más tarde lo que Él había hecho. Uno llega a la conclusión de que Dios
se avergonzó de lo que había hecho. Por lo menos estamos claros que los discípulos no tienen nada que
ver con esto. Ni siquiera sabían que Cristo había resucitado.
Si se objeta diciendo que no es el Sábado el que está abolido, sino que solamente el día del
Sábado, nuevamente llamamos la atención al hecho de que cuando Dios instituyó el Sábado, fue el
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séptimo día el que Él bendijo. En el jardín del Edén todas las estrellas de la mañana cantaron juntas y
todos los hijos de Dios gritaron de alegría. En el monte Sinaí, todo Israel estaba testimoniando su
proclamación. Si todo el pueblo de Dios estaba reunido cuando el séptimo día fue anunciado, ¿no
llamaría Dios a todo Su pueblo cuando Él decidiese honrar otro día en vez de aquel que Él mismo
llamó “el santo del Señor”? ¿Haría Dios algo menos por el primer día de la semana que lo que Él hizo
por el séptimo?
Dios hizo todo lo que pudo para magnificar el séptimo día Sábado. Él lo honró guardándolo Él
mismo. Él descanso en él, Él lo bendijo, Él lo santificó, Él lo proclamó en gloria desde el monte. Él no
hizo nada de esto por el primer día de la semana.
Si Dios hubiese determinado mostrar la diferencia entre el primero y el séptimo día de la semana,
si hubiese decidido mostrar que el séptimo día es el Sábado y que el primer día no lo es, Él no podría
haber hecho nada mejor que mostrar la institución del bendito y santificado séptimo día en esplendor y
gloria en el jardín del Edén y en el monte Sinaí, y a través de un contraste, el no santificado ni bendito
domingo, instituido en la obscuridad, sin ser anunciado, sin ser observado, aun para los más íntimos
seguidores de Cristo, los cuales en aquel tiempo se estaban escondiendo atrás de gruesas puertas con
miedo de los Judíos. Solo este contraste es suficiente para mostrar la estimación que Dios tiene por
ambos días.

¿Cambió Dios o Cristo el Sábado?

Cristo no tiene nada que ver con ningún cambio del día Sábado del séptimo para el primer día de
la semana. Si Él tuviese algo que ver, nunca lo habría hecho de la manera que los defensores de este
cambio dicen que fue hecho. De acuerdo con su punto de vista, en vez de proclamar al mundo la
inauguración de una nueva regla de conducta, diciéndole a todos que el antiguo Sábado había sido
abolido y que un nuevo día había aparecido, un día glorioso, sobrepasando en esplendor al séptimo día
Sábado, sus propios defensores admiten que Cristo no dijo nada a nadie en relación a esto, y que Sus
propios discípulos estaban en completas tinieblas. Creemos que esto no está de acuerdo con Cristo.
Sabemos lo que Dios hizo al anunciar el séptimo día Sábado. ¿No debiera haber avisado por lo menos a
los discípulos más preocupados, de manera que no estuviesen en ignorancia varios años después que el
incidente haya sucedido?
Toda esta concepción no está de acuerdo con Dios. Si vamos a tener un nuevo Sábado, entonces
que el antiguo sea abolido por mandato divino, y que el nuevo sea honorablemente instalado con por lo
menos el mismo respeto que se le manifestó al antiguo. Que esto sea hecho tan abierta y públicamente
como cuando el Sábado fue primeramente mandado y anunciado. Cualquier cosa inferior a esto iría en
detrimento del nuevo día, el cual, de hecho, sería colocado bajo sospecha, y eso se reflejaría sobre el
mismo Dios.
En vista del hecho de que Dios le ha anunciado al mundo y a los ángeles que “el séptimo día es el
Sábado del Señor”, esto es, que es el propio Sábado de Dios; en vista del hecho posterior de que Dios
ha dicho de Sí mismo de que “Yo soy el Señor, yo no cambio”; y en vista del hecho posterior de que Él
es “el padre de las luces, la cual no es variable, ni hay sombra de cambio”, ¿no sería desconcertante
para Él anunciar de que se ha hecho un cambio en el día de Sábado? ¿qué el séptimo día que Él declaró
santo no era más santo? ¿Qué de ahí en adelante no sería conocido como “Mí santo día”, “el santo del
Señor, honorable”?; ¿qué otro día ha sido escogido en su lugar? ¿qué Él ha removido la bendición y la
santificación con que un día había investido el Sábado? ¿qué había sido degradado ahora a un días
común de trabajo? ¿y que mientras los hombres antes habían sido castigados por profanar el Sábado,
ahora podían trabajar todo lo que quisiesen en el séptimo día, y ser inocentes? Mal. 3:6; Santiago 1:17;
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Isa. 58:13. ¿Cómo podría Dios, después de un anuncio así, decir que Él es aquel que no cambia nunca?
¿El “Padre de las luces, en el cual no hay ninguna variación” o “sombra de cambio”?

Dios y los Ángeles.-

Pero si fuese desconcertante para Dios el hacerle un anuncio así a los hombres, ¿no sería
igualmente o aun más desconcertante hacérselo a los ángeles? Ellos estaban presentes en el tiempo en
que se dio la ley en el Sinaí. Ellos estaban presente en el jardín del Edén cuando Dios descansó en el
primer hermoso Sábado. Ellos estaban presente cuando el hombre en el desierto salió a buscar leña en
un Sábado, y ellos vieron lo que le sucedió. Pero ahora, por alguna razón Dios ha cambiado. Los
ángeles están perplejos. Ellos se han asociado y han trabajado con los hombres desde el día de la
creación. Ellos los han pacientemente ayudado e instruido. Ellos los han advertido a no profanar el
Sábado; ellos han asistido las consciencias para traer a los hombres de vuelta al entendimiento de sus
errores; ellos han sido usados por el Espíritu para convencer a los hombres de pecado; y una y otra vez
han instruido a los hombres en la santidad de la ley de Dios. Aun la semana anterior al supuesto cambio
del Sábado, ellos estaban ocupados en enseñarles a los hombres sobre lo sagrado del Sábado de Dios.
Pero ahora, en la semana siguiente a eso, ha venido un cambio. El Sábado no es más el Sábado. Ellos
tendrán ahora que educar las conciencias de los hombres nuevamente; y ellos se preocupan de cómo
irán a justificar a Dios delante de los hombres, cómo irán a justificar la ley. Para ellos esto no es algo
de poca importancia. Están perplejos, y no se sienten en libertad de ir hasta Dios para pedirle ayuda.
Algo le ha sucedido a Dios. Él ha cambiado, aun cuando Él mismo diga que nunca cambia.
Los ángeles, desde luego, no razonaron de esa manera, porque Dios jamás se iría a colocar en
una posición que apoyase tal razonamiento. Todo lo que Dios hace, Él lo hace abiertamente y sobre la
mesa. Si Él hubiese pensado en introducir otro día diferente del Sábado, Él lo habría hecho tan
abiertamente como lo hizo con la presentación del séptimo día Sábado. Él no lo habría hecho
secretamente, subrepticiamente, casi avergonzado; habría instituido el nuevo, y tal como dicen sus
defensores, un día mucho más glorioso que el primer Sábado. ¡No, mil veces no! ¡Un día así merece
una mejor introducción, tanto mayor y más gloriosa como se supone que es mayor y más glorioso el
primer día de la semana que el séptimo! Como Dios una vez le dijo desde el cielo a los hombres en
relación a su deber, así hablaría Él nuevamente si tuviese que cambiar Sus requerimientos. Esto me
parece que sería el único camino justo, y tendría la aprobación de la humanidad.
Si hubo alguna justificación para la venida de Dios sobre el monte Sinaí para anunciarle a los
hombres los diez mandamientos, existe la misma justificación para la venida de Dios una segunda vez
si Él quisiese cambiar Su ley. Dios con su propia voz le dio los diez mandamientos a los hombres y les
dijo que los guardaran. Dios escribió los diez mandamientos en dos tablas de piedra y los grabó para
los hombres, para que pudiesen saber exactamente lo que había dicho. Los hombres tienen el derecho
de esperar que Dios mantenga Su palabra. Con toda justicia, si Dios quiere cambiar las reglas de la
vida, Él debiera pedir que se le devuelvan las dos tablas de piedra; Él debiera clara y definitivamente
declarar los nuevos mandamientos que los hombres debieran observar; y, si se contempla un cambio en
el día de Sábado, Él debiera dar las razones para tal cambio, así como originalmente dio razones para la
guarda del séptimo día Sábado. Él debiera, para su propio bien, dar alguna explicación por qué una vez
le pidió a los hombres que “se acordaran del día Sábado, para santificarlo” y ahora les pide que lo
olviden. En justicia para consigo mismo, Él debiera dejar esto claro, para que los hombres no vengan a
errar. El único pronunciamiento que los hombres poseen es la palabra de Dios pronunciadas en el Sinaí.
Los hombres tienen el derecho de esperar que Dios permanezca firme con sus pronunciamientos hasta
el tiempo en que abiertamente elimine el antiguo y anuncie las nuevas condiciones de vida. El sentido
de justicia de los hombres demanda esto; Dios demanda mucho más.
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Cristo Señor del Sábado.-

Cuando Cristo se proclamó a Sí mismo Señor del Sábado, ¿quería esto decir que Él tenía el
derecho de cambiar el día Sábado, y que así finalmente lo hizo? Consideremos esto.
Los fariseos presumían de hacer reglas para la observancia del Sábado, reglas que Dios no
sancionaba, y se quejaban ante Cristo de que Sus discípulos no las observaban. Esta era la ocasión para
que Cristo dijese que Él era el Señor del Sábado. ¿Qué quiso decir Él con esto?
Cuando Cristo exigió el Señorío sobre el Sábado, Él en efecto dijo, “Yo soy el que hago las
reglas, no tu. Yo soy Señor del Sábado”. Esta declaración, hecha bajo ciertas circunstancias, excluiría
para siempre a los fariseos, a los discípulos, o a cualquier otro de hacer cualquier exigencia de que
tuviesen algún derecho sobre el Sábado. Solamente Cristo tiene ese derecho. Él es Señor del Sábado.
Esto tendría, desde luego, una aplicación directa parea aquellos que creían ser capaces de cambiar o de
abrogar el mandamiento del Sábado. En todas esas palabras Cristo les dijo que el Sábado está bajo Su
jurisdicción, y que ellos jamás tendrían el control sobre él. Él le había dado el Sábado al hombre, pero
Él quería que el hombre supiese que Él es el Señor del Sábado.
Hemos observado en otro lugar que fue Cristo el que en el comienzo hizo el Sábado. Esto está
claro a partir de aquellos pasajes de Juan 1:3, “todas las cosas fueron hechas por Él; y sin Él nada de lo
que ha sido hecho, fue hecho”. Entre las cosas que fueron hechas, “fue hecho el Sábado”. Mar. 2:27.
Por lo tanto queda claro que Cristo hizo el Sábado.
Teniendo esto en vista, la declaración de Cristo de que Él es el Señor del Sábado cobra un nuevo
significado. Cristo es Señor de todo, y Él es Señor también del Sábado. La palabra “también” en esta
frase es significativa. Existen aquellos que están deseando aceptar a Cristo como Señor de muchas
cosas, pero no como el Señor del Sábado. Pero negar Su Señorío en una cosa es negarlo todo. Los
cristianos que aceptan a Cristo como su Señor, también tienen que aceptarlo como Señor del Sábado. Si
hacen esto, lo aceptarán como Señor del séptimo día Sábado, porque ese fue el día observado cuando
Cristo se proclamó a Sí mismo Señor de él. El Sábado era entonces el “pacto en andamiento”. Cristo no
estaría deseoso de proclamarse a Sí mismo Señor de aquello que iba a ser abolido.
Si Cristo era y es Señor del Sábado, podemos entender mejor Su actitud hacia él mientras estuvo
entre los hombres. Podemos creer que Cristo, aun cuando estuvo en esta tierra, estaba totalmente
consciente de la prominencia dada al Sábado en el Antiguo Testamento; cómo él era una prueba y una
señal, y cómo los hombres habían sido castigados por profanarlos conscientemente. Él podía no estar
totalmente consciente del hecho que durante siglos Dios había tratado de enseñarle a Israel la
importancia del Sábado, sino que ellos habían ignorado a Sus profetas y profesores. Ahora finalmente
ellos habían abierto los ojos para su importancia, y habían comenzado a estimarlo como uno de los
mejores regalos de Dios. Pero, ay de mi, el maligno los había empujado al otro extremo, y los fariseos
habían destruido completamente la belleza y el significado del Sábado imponiendo reglamentos no
bíblicos sobre su observancia.
Nosotros creemos que Cristo sabía todo esto, y también el futuro; Él estaba familiarizado con el
hecho de que el domingo sería introducido en la iglesia como sucesor del Sábado, y que Él y Sus
discípulos serían acusados de haber cambiado el día.
En vista de este conocimiento anticipado, nos parece que cuando Cristo habló de la ley o del
Sábado, Él tuvo que ser muy cuidadoso para escoger y medir Sus palabras y Sus actos, para que no
quedase ninguna duda en la mente de nadie en relación a lo que Él quería decir. Sabiendo que Cristo
conocía el futuro y la controversia que surgiría acerca del Sábado, reverentemente le haremos algunas
preguntas y lo familiarizaremos con algunas cosas que nos gustarían que fuesen hechas. Aquí hay
algunas cosas que queremos saber.

Algunas Preguntas.-
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1.- Queremos que Cristo nos aclare muy bien si la ley proclamada en el monte Sinaí aun es válida, o si
ha sido abrogada o cambiada de alguna manera. Estamos ansiosos con esto, y queremos una
declaración inequívoca acerca de la ley. Está claro, desde luego, que si la ley del Sinaí aun es válida, si
no ha sido anulada o cambiada, entonces “el séptimo día es el Sábado del Señor tu Dios”. Nos gustaría
tener una declaración de la propia boca de Cristo en relación a si Él considera esta ley como aun
estando válida. ¿Ha sido la ley cambada de alguna manera? ¿Ha sido cambiada alguna jota o un tilde?
Reverentemente le hacemos esta pregunta al maestro, y esperamos que Él la contestará; porque
algunos grandes hombres dicen que la ley ha sido cambiada, mientras otros dicen que no lo ha sido.
Cristo es el único que puede resolver este asunto. Esperamos sinceramente y oramos para que Él así lo
haga.
2.- Nos gustaría saber si algún hombre tiene el derecho a cambiar la ley o el Sábado. Nos gustaría saber
si un gran hombre tiene el derecho para hacerlo. En vista del hecho que el papado reclama el derecho
de poder hacer tal cambio, queremos saber si este derecho le era conocido a Dios de antemano; y si lo
fuese, y si Dios sabía que se iba a producir toda esta confusión debido a este derecho, y que millones
creerían en él, preguntamos humildemente si no hubiese sido mejor que Dios expusiese un plan tan
diabólico de antemano y desenmascarase al engañador, de tal manera que todos los hombres pudiesen
saber que Dios no tiene nada que ver con esta vil empresa. No presumimos ordenarle nada a Dios, pero
si Dios conocía todo esto, podemos pensar que sería bueno que Él lo revelase, de tal manera que todos
los hombres puedan saber la verdad. De tal manera que reverentemente preguntamos, primero, si Dios
sabía todo esto, y, segundo, cuáles fueron las precauciones que Él tomó, si es que tomó alguna,.
Estamos suficientemente decididos como para creer que la respuesta será de ayuda para la humanidad.
3.- Nos gustaría saber si Dios sabía de antemano a respecto de los millones que abandonarían el Sábado
del Señor y que guardarían en su lugar el primer día de la semana; y si Él lo sabía, cuáles fueron los
pasos que Él dio, si es que dio alguno, para informarle al mundo que el domingo no es el Sábado del
Señor, sino que es un día normal de trabajo. No queremos apenas saber que el séptimo día es el Sábado
del Señor; también queremos que Él diga que el primer día no es el Sábado. Queremos que Dios
coloque ambos días lado a lado, y diga, este día es el Sábado, y este día no es el Sábado. No le estamos
ordenando nada a Dios, repetimos esto, pero en el fondo de nuestro corazón queremos que Dios nos
deje esto bien explicado.
4.- Queremos que Dios haga algo más. La Biblia dice que el Sábado es una señal de santificación, pero
nos parece que el mundo no ha tenido una demostración convincente de eso. Es verdad, que los Judíos
observaron el séptimo día, pero no siempre fueron un buen ejemplo del poder santificador de Dios.
Queremos que Dios hiciese otra demostración. Queremos que Él seleccione a un pueblo, común,
personas comunes, y las haga una objetiva lección para el mundo de lo que Él puede hacer con un barro
común; queremos que Él les de el Sábado como antiguamente, que Él los santifique totalmente, y que
entonces haga una demostración como la que fue hecha en el monte Carmelo cuando Elías se paró solo
delante de los falsos profetas de Baal y Astarte. Queremos que Él envíe otro Elías antes del gran y
terrible día del Señor, y que les de a los hombres una oportunidad de escoger a quién van a servir,
teniendo todos los hechos delante de ellos. Nos parece que los reclamos del Sábado y del domingo
deben quedarle claros a todos, y que el conocimiento de Dios y Su Sábado debiera ser diseminado
como hojas de otoño. Nos gustaría ver la tierra siendo iluminada con el conocimiento de Dios, para que
todos los hombres puedan saber cuál es su deber. En otras palabras, nos gustaría ver que la cuestión del
Sábado y del domingo sobresaliese acerca de las preguntas del día, que los méritos de ambos días
fuesen libremente analizados, y que todo el mundo supiese de que hay una controversia en andamiento.
Nos gustaría ver terminada la obra de Dios en un resplandor de gloria y que no permanezca confinada a
una pequeña y humilde secta. Queremos que Dios haga algo a respecto de esto. Para nuestras mentes Él
se debe esto a Sí mismo.
Aquí le hemos preguntado varias buenas cosas a Dios. Esperamos que no hayamos sido
presuntuosos al hacerlo. Podemos aun confidenciarle al lector que las preguntas aquí hechas, Dios ya
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las conocía y las ha respondido, y mucho más aun. Nunca nos habríamos atrevido a preguntarle, si no
hubiésemos sabido que Dios ya tenía la respuesta. Él sabía que tales preguntas surgirían en la mente, y
Él proveyó graciosamente la solución. Eso es lo que ahora estudiaremos.

El Domingo en el Nuevo Testamento

En el capítulo precedente expresamos el deseo de que Dios irá a aclarar la cuestión del Sábado y
del domingo, más allá de cualquier duda. Expresamos la esperanza de que Dios iba a poner ambas días
lado a lado en el Nuevo Testamento, y dirá, este es el Sábado, y este no es el Sábado. Entonces todas
las dudas estarán resueltas para siempre, y todas las incertidumbres estarán aclaradas.
Nos alegramos en saber que Dios ha hecho todo esto. Tanto el Sábado como el domingo son
mencionados en el Nuevo Testamento; son colocados lado a lado, justamente de la manera en que
queremos verlos, y ambos días son contrastados. Eso nos da una justa oportunidad para evaluar cada
uno de ellos, y para sacar las conclusiones garantizadas por la evidencia.
Algunos han pensado que hubiese sido mejor si solamente el domingo hubiese sido mencionado
en el Nuevo Testamento, y que no se dijese nada del Sábado. Otros piensan que hubiese sido mejor si
solamente el Sábado fuese hecho prominente y que no apareciese nada del domingo. El martes no es
mencionado; ¿por qué debiera serlo el domingo? Si Dios no quiso que los hombres guarden el primer
día de la semana, ¿por qué aparecen 8 referencias distintas al domingo en el Nuevo Testamento? ¿Eso
no le da color a la contienda de que el domingo posee un lugar definido en la religión del Nuevo
Testamento?
Este argumento podría ser de peso a menos que se demuestre que Dios colocó el domingo en el
Nuevo Testamento con el específico propósito de decirle a los hombres de que el domingo no es el
Sábado. Esto, creemos, es la esencia de lo que Dios ha hecho.
Tal como lo hemos declarado anteriormente, el primer día de la semana es mencionado 8 veces
en el Nuevo Testamento, pero nunca es llamado de Sábado. Los 8 textos se encuentran en los
siguientes lugares: Mat. 28:1; Mar. 16:1-2; Mar. 16:9; Luc. 24:1; Juan 20:1; Juan 20:19; Hechos 20:7; 1
Cor. 16:2.

El Primer Texto.-

Hechos 20:7 registra la única reunión religiosa del Nuevo Testamento, que se realizó en el primer
día de la semana; por lo tanto lo consideraremos primero. Esta es la lectura del texto:
“En el primer día de la semana, cuando los discípulos se juntaron para partir el pan, Pablo les
predicó, listo para partir al día siguiente; y continuó su prédica hasta media noche”.
Aquí se registra una definida reunión religiosa. Fue realizada en “el primer día de la semana,
cuando los discípulos se juntaron para partir el pan”. Pablo tenía que partir “el día siguiente” a un largo
viaje. Somos informados de que “continuó su prédica hasta medianoche”. Un joven estaba sentado en
una ventana, y “como Pablo se demoró predicando, él se durmió, y se cayó desde el tercer piso, y fue
recogido muerto”. Verso 9. Pablo, sin embargo, le restauró la vida, el pan fue partido, y Pablo continuó
hablando “hasta el alba”. Entonces se fue, y caminó aproximadamente unos 28 Km para tomar el barco
que lo llevaría a su destino.
Hay varias preguntas que nos confrontan en esta cuestión. Primero, ¿cuándo se realizó la
reunión? El registro muestra que fue realizada en la tarde, porque “habían muchas luces en el piso
superior”, y Pablo habló hasta medianoche, y después continuó “hasta el alba”. La pregunta es si la
reunión fue realizada durante el Sábado o en la tarde del domingo. Como sabemos, la Biblia establece
los días de puesta de sol a puesta de sol, mientras que el mundo lo hace de medianoche a medianoche.
Cuando la Biblia habla del primer día de la semana, es el tiempo que va desde la puesta de sol del
Sábado hasta la puesta de sol del domingo. Normalmente una reunión realizada en la tarde del primer
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día de la semana, significa que fue realizada el Sábado en la noche; pero hay indicaciones de que no
siempre fue así, y por lo tanto pudiera ser que esta reunión en particular haya sido realizada en lo que
nosotros llamamos domingo en la noche.
En el caso particular bajo consideración, los comentaristas están divididos, siendo que algunos
sostienen que la reunión ocurrió el Sábado en la noche, otros, el domingo en la noche. No poseemos
una luz especial sobre este punto. Estamos dispuestos a aceptar cualquier punto de vista, ya que para
nuestro propósito, no hace mucha diferencia. Le dejamos este asunto al lector, para que decida por sí
mismo de acuerdo con lo que a él le parezca mejor. De cualquier manera, se realizó una reunión, ya sea
el Sábado o el domingo en la noche. En esa reunión Pablo predicó y fue partido el pan.
¿Fue esta una reunión especial porque Pablo tenía que hacer un largo viaje, y esta era la última
oportunidad que él tendría para reunirse con ellos antes de que partiese el barco? La evidencia parece
estar a favor de esto. No era común en aquellos días hacer reuniones en la noche, excepto en tiempos
de persecución, porque era peligroso estar en la oscuridad. Entonces, también, las puertas de las
ciudades eran cerradas a la puesta de sol, y nadie que viviese fuera de la ciudad podría asistir a una
reunión así. Por lo tanto nos inclinamos a creer que esta era una reunión inusual.
Este es el único registro del Nuevo Testamento donde aparecen los discípulos reuniéndose en el
primer día de la semana para partir el pan. Hechos 2:46 declara que continuaron “perseverando
diariamente en el templo, y partían el pan de casa en casa”. Esta declaración dice que partían el pan
diariamente, lo cual, desde luego, incluye el primer día de la semana; pero no hay ningún registro que
diga que se partía el pan solamente en ese día, excluyendo los otros días.
La pregunta en la cual estamos interesados es si esta reunión en el primer día de la semana
comprueba que este día era el Sábado; esto es, si los discípulos estaban observando el primer día de la
semana como siendo el Sábado en aquel tiempo, y si Pablo estaba observando el primer día con ellos,
reuniéndose con ellos, hablándoles, y partiendo el pan con ellos. Esta es una pregunta importante que
merece ser estudiada.
Debe observarse que el relato de la reunión no dice nada sobre el Sábado. Debe haber sido fácil
para Lucas insertar una palabra, diciendo que esta reunión fue realizada un Sábado. Que no lo haya
hecho es significativo. Parece estar claro que la razón por la cual la reunión es registrada en la Biblia es
debido al hecho de que se realizó un milagro. Un hombre muerto fue traído nuevamente a la vida, y
Lucas registra este acontecimiento inusual. No era a menudo que esto sucedía, y Lucas lo registra.
Los otros eventos de la reunión son mencionados incidentalmente, y aparentemente no era de
mucha preocupación. No se menciona, por ejemplo, de qué estaba hablando Pablo. Por lo tanto,
sabemos que no fue el sermón de Pablo lo que llevó a Lucas a registrar la reunión. Si la reunión tenía
cualquier cosa que ver con la observancia del primer día de la semana, podemos estar seguros que
Lucas habría registrado este hecho importante. También el hecho de que no se diga nada del sermón de
Pablo, prueba que no tenía nada que ver con un nuevo día Sábado. Todo lo que Lucas dice acerca del
discurso es que Pablo “continuó su discurso hasta medianoche”, y que “estaba predicando largamente”,
“habló durante harto tiempo, hasta el alba”. Lucas no estaba impresionado con el contenido del sermón.
Hay otras preguntas que deben ser consideradas. Si la reunión fue realizada un Sábado en la
noche, lo cual parece ser lo más probable, entonces Pablo tenía un largo viaje que hacer durante el
domingo. ¿Haría Pablo un largo viaje durante el nuevo Sábado? Lucas, que es el autor del libro de
Hechos, y también del tercer evangelio, al informar los eventos de la crucifixión y de la resurrección de
Cristo, hacer notar el hecho de que las mujeres no quisieron embalsamar el cuerpo el Sábado, sino que
“descansaron el día Sábado”, y que este descanso estaba “de acuerdo al mandamiento”. El tiempo en el
cual fue escrito el libro de Lucas y el de Hechos no está muy separado. ¿No sería concebible que él
hiciese un fiel relato de un cambio tan drástico como el cambio del Sábado para el domingo, si ese
cambio hubiese realmente sucedido? Si esta reunión en particular fue realizada el Sábado en la noche,
Pablo comenzó su viaje de 28 Km al alba para alcanzar el barco. Esto no sería un buen auspicio para
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introducir el nuevo primer día Sábado, ya sea para la iglesia de entonces o para los lectores del Nuevo
Testamento.
Si, por otro lado, esta reunión fue realizada el domingo en la noche, entonces no fue realizada
durante el primer día de la semana, porque el primer día termina a la puesta de sol del domingo en la
tarde, y esta reunión se realizó después de la puesta de sol. Si aun admitiésemos que es a media noche
que comienza un nuevo día, tal como lo conocemos hoy, aun estaríamos en dificultades, porque la
reunión se alargó hasta el lunes en la mañana, y el pan fue partido después de medianoche. Confesamos
que el registro nos parece insatisfactorio si es que va a ser usado para demostrar la guarda del domingo.
Del registro de la reunión podemos aprender los siguiente:
La reunión era una reunión especial, realizada porque Pablo tenía que viajar y quería partir el pan
con la iglesia una vez más antes de partir.
La reunión fue registrada por Lucas debido a la restauración del joven que cayó y murió.
No había ningún asunto teológico ni nada parecido en pauta, y el sermón de Pablo no nos fue
preservado, lo cual habría sucedido si hubiese sido importante.
Esta última consideración nos muestra que la reunión o el sermón no tenía nada que ver con el
asunto del Sábado. Lucas, que tenía un “perfecto entendimiento de todas las cosas desde el principio”,
habría sido rápido para detectar cualquier variación del procedimiento habitual. Luc. 1:3.
Aun cuando el primer día de la semana es mencionado en este relato, no se dice nada como si
fuese el Sábado. Esta reunión nocturna, si es que tuvo cualquier relación con el asunto del Sábado, le
podría haber proporcionado una excelente oportunidad al historiador, Lucas, para registrar cualquier
nuevo punto de vista con respecto a la enseñanza, desde los días de Cristo. El hecho de que él haya
registrado una reunión realizada en el primer día de la semana, unida al hecho de que él
conspicuamente omite cualquier mención en ella como siendo una reunión hecha el Sábado para honrar
el domingo, es una prueba concluyente que él no consideró que tuviese cualquier relación con el
Sábado. Creemos que la inspiración registró a propósito esta reunión realizada el primer día de la
semana para darle la oportunidad al lector atento para que observase que Dios no reconoce el primer
día de la semana como siendo el Sábado.
Si la realización de una reunión en el primer día de la semana prueba que ese día es el Sábado, o
que tiene alguna relación con el Sábado, ¿qué diríamos de la reunión que Pablo mantuvo en Antioquía
en el séptimo día Sábado? Hechos 13:14. Eso balancearía el argumento, porque ahora tenemos el
registro de una reunión realizada el Sábado y otra realizada el domingo. ¡Pero Pablo realizó también
otra reunión el Sábado siguiente! Verso 44. ¡Eso haría con que este argumento fuese dos veces más
fuerte hacia el Sábado que hacia el domingo! Pero eso no es todo. En Tesalónica él realizó reuniones
durante tres Sábados. Hechos 17:2. Eso hace con que el argumento quede cinco contra uno a favor del
Sábado. Pero aun esto no es todo. En Corinto él permaneció durante “un año y seis meses”, y “él
razonaba en la sinagoga todos los Sábados, y persuadía tanto a Judíos como a Griegos”. Hechos 18:11,
4. Un año y seis meses son 78 semanas y el mismo número de Sábados. Agregando esto a los 5
Sábados anteriores, hace un total de 83 reuniones registradas que fueron realizadas por Pablo durante el
Sábado; y la razón ahora es de 83 a 1 a favor del Sábado y contra el domingo.
Nosotros, sin embargo, rechazamos ese raciocinio. El número de veces que fueron realizadas
reuniones en cierto día no tiene ningún peso en la cuestión del día como siendo Sábado. Pero para
cualquiera que crea de que Hechos registra la realización de una reunión en domingo, tenga alguna
validez para demostrar que ese día era el Sábado, le sometemos el cómputo anterior.
Hemos examinado hasta aquí el único texto del Nuevo Testamento que registra una reunión
religiosa realizada en el primer día de la semana. No hemos encontrado nada que ni siquiera
remotamente esté relacionado con el Sábado. No se hace ninguna mención a él como un día santo ni se
hace ninguna observación de ninguna especie. Ahora consideraremos el segundo texto.
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El Segundo Texto.-

Este texto está registrado en 1 Cor. 16:1-2. “Ahora en relación a la ofrenda para los santos, así
como le ordené a las iglesias de Galacia, así hacedlo. En el primer día de la semana que cada uno de
vosotros deje algo a un lado, de acuerdo a como Dios lo haya prosperado, de manera que no hayan
reuniones (juntar dinero) cuando yo vaya”.
Pablo aquí exhorta a los santos a dejar algo a un lado en el primer día de la semana, una suma
proporcional a la mano prosperadora de Dios. Él había ordenado lo mismo en otras iglesias de Galacia.
Algunos han pensado que esto se refiere a una colecta que debía ser recogida en las iglesias los
domingos, y que Pablo estaba dando indicaciones en relación a cómo debía esto ser hecho. Debe
observarse, sin embargo, que no se menciona ninguna iglesia ni ninguna reunión. Cada hombre tenía
que “dejar algo a un lado”. Tenía que dejar algo a un lado “en su casa”, como también es traducido. “A
un lado” significa que tenía que guardarlo hasta que se le solicitara entregarlo.
Pablo conocía el valor de las ofrendas sistemáticas. Él estaba haciendo una colecta para los santos
pobres, y él sabía que si las personas no dejaban algo a un lado cada semana, no habría mucho que
colectar cuando llegase el tiempo de hacerlo.
¿Cuánto debía dar cada uno? Pablo no lo dijo; pero sugirió que diesen de acuerdo a como “Dios
los había prosperado”, lo cual era una manera razonable de dar. Este es el mismo principio que
gobierna la devolución del diezmo. El hombre que reciba mucho, devolverá proporcionalmente mucho
también, mientras que el que recibió poco, dará de acuerdo con sus entradas.
Este plan ordenado por Dios es muy equitativo. Ellos desde luego necesitaban algún sistema para
llevar algún registro de los ingresos, especialmente en el caso de negociantes; porque si ellos fuesen a
dar semanalmente, tenían que llevar sus cuentas semanalmente, o entonces no sabrían cuánto los había
prosperado Dios. Pablo recomendó que esta obra fuese hecha en domingo.
Estas personas sin duda estaban familiarizadas con este principio; de tal manera que todo lo que
necesitaban era que se les recordase. La sugerencia que la examinación de cuentas fuese hecha en el
primer día de la semana, puede haber sido nueva para ellos, pero el principio de dar proporcionalmente
no era nuevo. Pablo puede haber pensado que alguno de ellos pudiese ser tentado a hacer esta
examinación de cuentas en el Sábado, y entonces sugirió que fuese hecho en el primer día de la
semana. En aquel tiempo irían a ver lo que estaba registrado, y entonces dejarían algo a un lado.
Aquellos que usan este consejo de Pablo como un argumento para la santidad del domingo, un
uso muy curioso entre paréntesis, comenten varios errores.
No se dan cuenta de que esta no es una colecta pública.
No se dan cuenta de que aquí no se trata de un servicio religioso.
No se dan cuenta que este dinero no se da en una colecta para ser recogido aquí y allí, sino que
debe ser “dejado a un lado” hasta que llegue el tiempo para lo cual fue solicitado.
No se dan cuenta que este dejar a un lado fondos tiene que ser hecho por la persona, esto es, por
cada persona, en casa, no en la iglesia, no en compañía, sino que por él mismo.
No se dan cuenta que el regalo de cada uno es proporcional a la prosperidad con que Dios los ha
bendecido, y que esto debe suceder semanalmente, el determinar los ingresos, y un dejar a un lado
semanalmente, de acuerdo con esos ingresos. Esto puede envolver en algunos casos un considerable
trabajo de tesorería, lo cual sería totalmente inapropiado hacerlo en el Sábado, y que Pablo considera
que sería un buen trabajo para hacerlo el domingo.
Una lectura cuidadosa del consejo de Pablo en el texto que estamos analizando, resulta en la
convicción de que el texto constituye un sano argumento para la santidad del séptimo día Sábado, y un
fuerte argumento contra la santidad del domingo.

El Tercer Texto.-
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Haremos ahora una consideración de los seis siguientes textos, todos los cuales lidian con el día
de la resurrección.
Este texto se encuentra en Mat. 28:1. “Al término del Sábado, al amanecer del primer día de la
semana, vino María Magdalena y la otra María para ver la sepultura”. La Revised Version (RV) dice:
“Ya tarde en el día Sábado, cuando comenzaba a amanecer el primer día de la semana, vino María
Magdalena y la otra María para ver la sepultura”.
Hay diferencias de opinión entre los traductores en relación a la versión correcta de este texto,
pero para nuestro propósito presente, estamos dispuestos a aceptar cualquiera de las traducciones dadas
anteriormente. El texto menciona dos días. Uno es llamado el Sábado; el otro es llamado el primer día
de la semana. El Sábado viene antes del primer día, y es definitivamente distinguido de este. No hay
ninguna mezcla o confusión de días, ni se sugiere ningún cambio del día Sábado. Somos simplemente
informados que al término del Sábado, cuando comenzaba a amanecer el primer día de la semana,
María Magdalena y la otra María vinieron a la sepultura.
Es interesante observar lo que dice este texto, y también lo que no dice. El evangelio de Mateo
fue escrito cerca de 30 años después de la muerte de Cristo. En aquel tiempo el Espíritu Santo tuvo
mucho tiempo para impresionar los corazones de los discípulos de que había llegado un nuevo Sábado,
si ese realmente fuese el caso. Sería más correcto si alguna referencia a este supuesto hecho hubiese
sido hecha por Mateo cuando este se refiere a la resurrección. Hubiera sido fácil hacer alguna
observación que indicase que el antiguo Sábado había sido suplantado por el nuevo. Nos parece extraño
que 30 años después de la resurrección, Mateo aun llama el séptimo día de Sábado, y no aprovecha la
oportunidad para colocar ninguna palabra a respecto del domingo.
La inspiración, desde luego, vio de antemano que iría a haber una controversia acerca de ambos
días, la cual podría ser resuelta con el texto que ahora estamos analizando, si Mateo hubiese declarado
que el nuevo Sábado había tomado el lugar del antiguo. Como no lo hizo, ¿no creeremos que él arregló
el asunto llamando el séptimo día Sábado y negligenciando completamente en reconocer o de hacer
cualquier reclamo a favor del domingo como siendo el Sábado?

El Cuarto y el Quinto Texto.-

El cuarto texto dice así: “Cuando hubo pasado el Sábado, María Magdalena, y María la madre de
Jacobo y Salomé, habían traído especies aromáticas, para que pudiesen venir a ungirlo. Y muy
temprano en la mañana del primer día de la semana, vinieron al sepulcro al salir el sol”. Mar. 16:1-2.
A esto vamos a añadirle el sexto texto, que se encuentra en el mismo capítulo. “Habiendo Jesús
resucitado temprano en la mañana del primer día de la semana, se le apareció primero a María
Magdalena, de la cual había expulsado siete demonios”. Mar. 16:9.
El verso 9 se refiere al mismo primer día mencionado en el verso 2. Declara que Jesús se le
apareció primero a María Magdalena cuando resucitó temprano en el primer día de la semana. No dice
que el primer día de la semana es el Sábado; apenas afirma que en ese día Cristo se encontró con María
Magdalena.
El verso 2 declara que las mujeres mencionadas en el verso 1 vinieron a la sepultura en el primer
día de la semana cuando estaba saliendo el sol. Se nos dice que vinieron para ungir al Salvador, y que
trajeron especies aromáticas con ese propósito. También se hace la declaración de que “el Sábado había
pasado” cuando comenzaron su mandado.
Nuevamente aquí tenemos dos días colocados lado a lado, el Sábado y el primer día de la semana.
Se nos dice que el Sábado es el día que precede al primer día de la semana, y que cuando llega el
primer día de la semana, el Sábado pasa. Nuevamente observamos que la inspiración, hablando a través
de Marcos, así como lo hizo a través de Mateo, 30 años después de la resurrección, llama al séptimo día
de Sábado, y que el único nombre dado al domingo es el de primer día de la semana.
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Sugerimos nuevamente que habría sido fácil para el inspirado escritor colocar una palabra para el
domingo en este lugar en particular. Que no lo haya hecho es significativo. Queremos sugerir que, si el
escritor no quería exaltar el domingo, se podría haber mantenido neutral o en silencio acerca de esto.
Pero no fue así. Él nos dice que el día anterior al domingo, esto es, el séptimo día, es el Sábado. Eso es
dejar bien claro el Sábado. Pero él hizo más que eso. Él nos cuenta que las mujeres trabajaron durante
el domingo, lo cual no habrían hecho durante el Sábado, no importa cuán importante haya sido ese
trabajo. Esto es más que neutralidad. Es una definida polarización a favor del Sábado y contra el
domingo. Observe cuidadosamente la situación.
Cristo murió el viernes. En ese día las mujeres trajeron especies y las prepararon, listas para
embalsamar el cuerpo. Luc. 23:56. Cuando pasó el Sábado, ellas fueron al sepulcro temprano, al salir el
sol, para comenzar su trabajo. Esto es, ellas trabajaron el viernes y el domingo, pero no lo hicieron en
el Sábado. Estas eran las mujeres que eran más cercanas a Cristo, sus más cercanas seguidoras. Acerca
de ellas la inspiración nos informa, 30 años después de la muerte de Cristo, que ellas trabajaron en el
domingo. El texto no se alarga más en esto; apenas se refiere a ello como un hecho.
Era necesario embalsamar los cuerpos tan rápido como fuese posible en un clima como el de
Palestina. De Lázaro se declara que su cuerpo, al cuarto día, “hiede”, en el expresivo aun cuando no
elegante lenguaje de la King James. Juan 11:39. El domingo sería el tercer día desde que Cristo
muriese, tal como está registrado. Si alguna hubo alguna excusa para trabajar en el Sábado, creemos
que esta era la ocasión para hacerlo. Pero las mujeres habían estado con Cristo. Habían estudiado con
Él. Sabían cómo Él guardaba el Sábado. Nunca se les ocurrió embalsamar Su cuerpo en ese día, y esto,
a pesar del hecho que el clima así lo demandaba. La inspiración registra que ellas esperaron hasta el
domingo para ejecutar este trabajo.
Este texto contrasta definitivamente el Sábado con el domingo. Dice en efecto: “No trabajéis en
el Sábado. Guarden ese día como siendo santo. Hagan vuestros trabajos en los otros seis días. Aun
parezca muy necesario trabajar en el Sábado, no lo hagáis. El Dios que preservó el maná, de tal manera
que no se echaba a perder, puede fácilmente preservar un cuerpo de la corrupción. Acuérdense del día
Sábado, para santificarlo”.

El Sexto Texto.-

El sexto texto se encuentra en Luc. 24:1. “Ahora en el primer día de la semana, muy temprano en
la mañana, ellas vinieron al sepulcro, trayendo las especies que habían preparado, y otras mujeres con
ellas”.
Este es el mismo evento que los otros evangelistas registran, con algunas informaciones
adicionales. Los versos precedentes dicen: “Ese día era el de preparación, y se acercaba el Sábado. Y
también las mujeres, que vinieron con Él de Galilea, las siguieron, y observaron la sepultura, y cómo
había sido colocado Su cuerpo. Y volvieron, y prepararon especies aromáticas y ungüentos; y
descansaron el día Sábado de acuerdo al mandamiento”. Luc. 23:54-56.
De aquí aprendemos que en el día de la preparación, esto es, en el viernes, Cristo fue crucificado,
y que murió cuando el Sábado estaba por comenzar. También aprendemos que las mujeres en ese
mismo viernes prepararon especies aromáticas para ungirlo, y que al día siguiente, Sábado, ellas
descansaron “de acuerdo con el mandamiento”. Si tomamos estos versos en conexión con Luc. 24:1,
encontramos que se mencionan tres días, el día de la preparación, el Sábado, y el primer día de la
semana. Se nos dice que las mujeres trabajaron en dos de estos días, y que descansaron en el Sábado.
No hay nada en estos textos que diga o que sugiera que el domingo es el Sábado. Al contrario, la
diferencia entre el domingo y el Sábado es dejada bien clara. Las mujeres trabajaron en el día de la
preparación, viernes. El Sábado no trabajaron; ellas descansaron, y esto estaba “de acuerdo con el
mandamiento”. El domingo trajeron su material para ungir a su Señor. Esto hace un definido contraste
entre ambos días, y comprueba enfáticamente de que el día que va entre el viernes y el domingo es “día
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Sábado de acuerdo con el mandamiento”. Esto, entonces, hace que el séptimo día, sea el Sábado del
Señor. No se dice nada de la santidad del domingo. La única mención es que durante el domingo las
mujeres vinieron con su material, listas para trabajar.
Queremos llamar especialmente la atención hacia una palabra que adquiere cierta importancia, y
que es la palabra “ahora”, la primera palabra de la declaración, “ahora en el primer día de la semana”.
Luc. 24:1. La palabra en el original es “pero” y no “ahora”. La Revised Version correctamente lo
coloca así: “Pero en el primer día de la semana”. Si leemos el contexto, se nos advierte a respecto del
contraste que produce la palabra “pero”. Las mujeres “descansaron el Sábado de acuerdo con el
mandamiento, pero en el primer día de la semana...”. el contraste aquí es entre el Sábado y el primer
día de la semana. El Sábado descansaron, pero. La declaración es clara, y también su significado; ellas
descansaron el Sábado, pero en el primer día de la semana ellas trabajaron. Al “pero” se le debe dar
todo el peso que la inspiración puso en él.
El texto declara definitivamente cuál día es el Sábado en el Nuevo Testamento, y también cuál
día no es el Sábado. Declara cuál día es “día Sábado de acuerdo con el mandamiento”, declara que las
mujeres que siguieron a Cristo descansaron en ese día pero que al día siguiente no descansaron. Por lo
tanto tenemos aquí una declaración inspirada de que el día anterior al domingo es “el día Sábado de
acuerdo al mandamiento”, y que por lo tanto el domingo no puede ser el Sábado; y tenemos un
inspirado “pero” para mostrar el contraste entre ambos días. Es el mismo “pero” que está en el propio
mandamiento con el mismo contraste, solo que al contrario. “Seis días trabajarás, y harás toda tu obra;
pero el séptimo día es el Sábado del Señor tu Dios”. Exo. 20:9-10.

El Séptimo y el Octavo Texto.-

Estos dos textos se encuentran en Juan 20:1, 19. “El primer día de la semana vino María
Magdalena temprano, cuando aun estaba obscuro, a la sepultura, y vio la piedra removida de la
sepultura”. “Entonces el mismo día en la tarde, siendo el primer día de la semana, cuando las puertas
estaban cerradas donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los Judíos, vino Jesús y se paró en
el medio, y les dijo, paz sea con vosotros”.
E el primero de estos textos repite lo que el otro evangelista había dicho, y aparentemente no
adiciona nada nuevo o diferente. Es mencionado el primer día, pero no se dice nada de que fuese el
Sábado. Apenas registra que María Magdalena vino temprano el primer día de la semana a la tumba, lo
cual es la misma declaración que hace el otro evangelista.
El segundo texto menciona que los discípulos estaban reunidos ese “mismo día en la tarde, siendo
el primer día de la semana”, esto es, el domingo en la tarde. No se nos comunica el propósito de su
reunión. Las puertas estaban cerradas, con pestillo, “por miedo de los Judíos”.
En ese instante los discípulos ignoraban la resurrección de Jesús. Debido a esta ignorancia
sabemos que no estaban reunidos para celebrar la resurrección. Aun cuando sabían que Cristo no estaba
en la tumba, ellos simplemente no podían creer que había sido resucitado de los muertos. También
sabemos que no estaban reunidos para celebrar un nuevo Sábado en conmemoración de la resurrección,
por la declaración ya citada, que ellos no creían que Cristo había sido resucitado. Todo lo que sabemos
es que estaban juntos, y que estaban con miedo de los Judíos y que le habían puesto pestillo a las
puertas.
No es fácil entender cómo alguien puede ver en este relato un argumento para la santidad del
domingo. Pero la inspiración sabía que llegaría el tiempo cuando los hombres se aferrarían de cualquier
indicio para apoyarse en su contienda a favor del primer día Sábado. A medida de exactitud histórica,
fue necesario hacer un informe de la reunión, porque fue una reunión importante, y la inspiración tiene
que informar la verdad. Pero en este caso la inspiración tomó especial cuidado para que no hubiese
algún mal entendido. Dios sabía que la declaración de que los discípulos estaban reunidos el domingo
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en la noche sería interpretada por algunos para que significase como si fuese una reunión religiosa para
celebrar la resurrección, o el domingo, o algo así. De tal manera que la inspiración dejó claro que los
discípulos no estaban reunidos para celebrar la resurrección, o para celebrar el domingo. Ellos estaban
reunidos por miedo de los Judíos, y no para celebrar algo.
Puede ser observado, además, que mientras esta reunión estaba siendo realizada el domingo en la
noche, en realidad no estaba siendo realizada en el primer día, sino que en el segundo día de la semana,
porque el primer día, de acuerdo con la Biblia, termina con la puesta de sol del domingo. El primer día
de la semana no está completamente sincronizado con el domingo, porque el día civil comienza y
termina a media noche, mientras que bíblicamente el día comienza y termina con la puesta de sol. Los
discípulos estaban reunidos en lo que nosotros llamamos domingo de noche; pero cuando llega el
domingo de noche, el primer día de la semana ya ha terminado, y ha comenzado el segundo día de la
semana. De acuerdo con la manera en que la Biblia cuenta el tiempo, la reunión fue realizada el
segundo día de la semana y no en el primero. Sin embargo, como todos concuerdan que fue hecha en el
domingo en la tarde, no estamos insistiendo en este punto técnico. La inspiración quiere que sepamos
que los discípulos no estaban reunidos para celebrar el primer día de la semana como siendo el Sábado.
Pero es interesante saber que, hablando técnicamente, no hubo ninguna reunión realizada en el primer
día de la semana.

Resumen.-

Hemos considerado cada texto del Nuevo Testamento que menciona el primer día de la semana.
En vez de encontrarlos favorables al primer día de la semana, como siendo el Sábado, encontramos en
ellos fuertes pruebas para la santidad del séptimo día Sábado. Resumamos las enseñanzas de la
inspiración como sigue:
Cuando la inspiración encuentra necesario mencionar el primer día, lo hace contrastando ese día
con el Sábado. La inspiración podría haber usado estas oportunidades para decirnos que el primer día
fuese el Sábado. Pero no lo hizo.
La inspiración podría haber mencionado el primer día de la semana sin contrastarlo con el
Sábado. Pero hizo a propósito el contraste.
La inspiración podría haberse referido al séptimo día sin llamarlo de Sábado. Podría haberlo
llamado del día que precede al primer día de la semana, evitando así de llamarlo de Sábado y al mismo
tiempo hacer con que el domingo fuese destacado. Pero no hizo nada de eso.
La inspiración podría haber evitado declarar que el día que viene entre el viernes y el domingo es
el Sábado de acuerdo al mandamiento, pero no trató de evitarlo. Dejó bien claro ese punto.
La inspiración pudo haber evitado hacer un claro contraste, como lo hizo entre el Sábado y el
domingo, omitiendo el “pero” en Luc. 24:1. Pero la inspiración parece haber estado determinada a
enfatizar ese punto.
La inspiración pudo haber registrado la reunión del domingo en la noche sin mencionar que los
discípulos le habían colocado cerrojo a las puertas por miedo a los Judíos. Si eso hubiese sido omitido,
podría haber quedado la impresión de que en realidad fue una especie de reunión tipo celebración. Tal
como está, se nos dice que ellos no creían en la resurrección, y que, desde luego, esto no sirve para usar
este texto a favor de la santidad del Sábado.
Por lo tanto sostenemos, que las referencias al primer día de la semana en el Nuevo Testamento
fueron puestas allí por el propio Dios, con el propósito específico de afirmar que el séptimo día es el
Sábado de la nueva dispensación, y que el primer día no lo es.
Existe aun otro texto que tal vez pudiese ser considerado en relación con esto, aun cuando no
hable del primer día. Es la declaración encontrada en Apoc. 1:10, “yo estaba en el Espíritu en el día del
Señor”. Algunos creen que esto hace referencia al domingo.
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Se puede declarar con certeza de que en ninguna parte de la Biblia, ni en el Antiguo Testamento
ni en el Nuevo Testamento, haya sido alguna vez declarado que el primer día de la semana sea el día
del Señor; ni nunca ha estado relacionado con él. Existe apenas un día del Señor, y ese es el día que el
Señor llama “Mí santo día”, o el Sábado del cuarto mandamiento. Isa. 58:13; Exo. 20:8-11.
Juan estaba “en la isla... llamada Patmos, por causa de la pala de Dios y del testimonio de
Jesucristo”. Apoc. 1:9. Como prisionero él debió haber sido colocado a trabajar en las minas de cobre
de la isla, de las cuales había muchas, y eran trabajadas por esclavos, a trabajo forzado. Probablemente,
debido a su edad, no se le exigiese que trabajase. De cualquier manera, en el día del Señor, el día
bendito que él había tantas veces disfrutado con el Maestro, el séptimo día de la semana, Dios se le
reveló a Juan, y le dio aquellas visiones que han sido el estudio de los hijos de Dios desde entonces.
Tal como lo hemos declarado, no existe ninguna base bíblica para llamar al domingo de día del
Señor. Esta afirmación descansa en bases extra-bíblicas que ningún verdadero Protestante puede
aceptar. Dejamos el caso hasta ahí.

Algunas Preguntas Respondidas

Nos propusimos en este capítulo considerar algunas de las preguntas hechas en el capítulo
anterior, que tienen que ver con la ley y el Sábado. La primera está relacionada con la abrogación de la
Ley.

¿Ha Sido Abrogada la Ley?

Esta pregunta no necesita mucho tiempo para ser respondida, porque ya la hemos respondido
parcialmente antes. ¿Existe alguna declaración de la boca del propio Cristo que responda la pregunta si
la ley, o parte de ella, ha sido abolida? Esta pregunta es importante, porque tiene que quedar claro para
todos que si la ley ha sido abrogada o cambiada, entonces estamos completamente fuera de orden para
hacer cualquier argumento basado en una ley anulada. Si, por otro lado, la ley no ha sido cambiada, ni
siquiera en lo más mínimo, entonces tenemos razón real para enfatizar los diez mandamientos y
considerarlos unidos. Por lo tanto le preguntamos a Cristo: ¿Ha sido abrogada o cambiada la ley de los
diez mandamientos?
La respuesta es inmediata: “No penséis que he venido a destruir la ley o los profetas; no he
venido a destruir, sino a cumplir. Porque ciertamente os digo, hasta que el cielo y la tierra pasen, ni una
jota ni un tilde no pasarán de la ley, hasta que todo se cumpla. Cualquiera pues que quebrante uno de
estos mandamientos pequeños, y así se los enseñe a los hombres, será llamado el menor en el reino del
cielo; pero cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos”.
Mat. 5:17-19.
Estas son palabras familiares. Son entendibles. Cristo aquí nos dice aquí que ni una jota ni un
tilde, ni la menor palabra o letra, ha sido cambiada. Las palabras no pueden ser más claras.
Con esto concordaban los apóstoles. Citamos de Pablo, Juan y Santiago:
“Hacemos pues vana la ley a través de la fe? No lo permita Dios; si, establecemos la ley”. Rom.
3:31.
“Él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino que también
por los pecados de todo el mundo. Y en esto sabemos que Lo conocemos, si guardamos Sus
mandamientos”. 1 Juan 2:2-3.
“En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos Sus
mandamientos. Pues este es el amor de Dios, que guardemos Sus mandamientos; y Sus mandamientos
no son pesados”. 1 Juan 5:2-3.
“Pero el que mira en la perfecta ley de la libertad, y persevera en ella, no siendo un oidor
olvidadizo, sino que un hacedor de la obra, este hombre será bendito en lo que hace”. Santiago 1:25.
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“Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura, amarás a tu prójimo como a ti mismo,
bien hacéis; pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como
transgresores. Porque todo aquel que guarda toda la ley, pero la ofende en un punto, es culpable de
todos. Porque el que dice, no cometerás adulterio, también dice, no matarás. Ahora bien, si no cometes
adulterio, pero matas, ya te has convertido en transgresor de la ley. Así hablad y así haced, como los
que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad”. Santiago 2:8-12.
De esto queda claro que los apóstoles no sabían nada de ningún cambio de la ley; ellos se
posicionaron en el mismo punto donde se había posicionado Cristo.

El Derecho Para Cambiar el Sábado.-

Aquí está la segunda pregunta que estamos considerando: ¿Sabía Dios que se levantaría un poder
que reclamaría el derecho de cambiar los mandamientos de Dios? Si así fuese, ¿no debiera Dios haber
advertido a Su pueblo? ¿No debiera Dios haber dicho algo sobre esto en la Biblia, de manera que
pudiésemos saber que Él no estaba siendo tomado de sorpresa, sino que sabía lo que iba a venir e hizo
provisión para eso?
Para esto, la respuesta es que Dios sabe el futuro, y que sabía acerca de los reclamos que el
papado haría para cambiar la ley de Dios. Otra respuesta es que Dios reveló este audacioso plan en la
Biblia mucho antes que Cristo viniese a este mundo.
Primero, tal vez, deberíamos arreglar la cuestión de si la Iglesia Católica Romana hizo el reclamo
de que posee el poder de cambiar la ley de Dios, y en particular, el derecho de cambiar el día Sábado.
Esto, desde luego, es un tremendo reclamo, aun una reclamación blasfema. Hemos observado antes que
Cristo dice que Él es el Señor del Sábado, indicando claramente con ello que Él niega el derecho de
cualquiera para entrometerse con el Sábado. Él evidentemente sabía que se levantarían hombres que
reclamarían el poder de cambiar las ordenanzas de Dios. Al decir que Él es el Señor del Sábado, priva a
cualquier hombre del derecho de tocarla de alguna manera.
Se ha levantado la pregunta en muchas mentes de cómo los hombres tienen que observar el
primer día de la semana como siendo el Sábado, en plena contradicción con la declaración de las
Escrituras que dice “el séptimo día es el Sábado del Señor”. Nuestro estudio presente nos ayudará a
aclarar este misterio.
Tal vez no haya un testimonio más convincente en relación a la culpa de una persona que la
confesión de la persona envuelta. Al obtener una confesión así, no debe haber, desde luego, ninguna
compulsión; tiene que ser un acto libre, no pudiendo existir ninguna coerción. Si una persona en su
pleno uso de sus facultades es acusada de crimen, y a través de su propia voluntad confiesa su parte en
la transgresión, existe una razón muy poderosa para aceptar el testimonio como siendo verdadero.
Si aplicamos este principio a la cuestión que estamos analizando, si le preguntamos al acusado en
cuestión si es culpable o no de la acusación que se le hace, si él responde que realmente es culpable y
no solamente está dispuesto a darnos la información requerida, sino que orgulloso por lo que ha hecho
y habiendo publicado su confesión aquí y allí, él estaría inclinado a aceptar una confesión así,
especialmente si concuerda con los hechos conocidos. Por lo tanto vamos a hacerle al acusado, a la
Iglesia Católica Romana, una pregunta bien definida, o mejor aun, dejaremos que la propia iglesia se
haga las preguntas y las responda.

Los Derechos del Papado.-

Pregunta: “¿Cuál es el día Sábado?


Respuesta: “El Sábado es el día Sábado.
Pregunta: “¿Por qué observamos el domingo en vez del Sábado?
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Respuesta: “Observamos el domingo en vez del Sábado debido a que la Iglesia Católica, en el
Concilio de Laodicea (336 d.C.), transfirió la solemnidad del Sábado para el domingo”. Rev. Peter
Geiermann, C.S.S.R., El Catecismo Convertido de la Doctrina Católica, pág. 50, segunda edición,
1910.
Pregunta: ¿Posee la iglesia (Católica) poder para efectuar cualquier alteración en los
mandamientos de Dios?
Respuesta: “... En vez del séptimo día, y otras fiestas señaladas por la antigua ley, la iglesia ha
prescrito los domingos y los días santos para que fuesen separados para la adoración a Dios; y ahora
estamos obligados a guardarlos en vez de los mandamientos de Dios, en vez del antiguo Sábado”. Rt.
Rev. Dr. Challoner, El Cristiano Católico Instruido, pág. 211.
“Nosotros Católicos, entonces, tenemos justamente la misma autoridad de guardar el santo
domingo, en vez del Sábado, como la tenemos para cualquier otro artículo de nuestro credo; esto es, la
autoridad de ‘la iglesia del Dios viviente, el pilar y la base de la verdad’ (1 Tim. 3:15); por lo tanto,
ustedes que son Protestantes en realidad no poseen ninguna autoridad para ello; porque no hay ninguna
autoridad para ello en la Biblia, y no hay ninguna autoridad para ello en ninguna otra parte. Tanto
ustedes como nosotros seguimos, por lo tanto, la tradición en este asunto; pero nosotros la seguimos,
creyendo que es una parte de la palabra de Dios, y que la iglesia es el guardián divinamente apuntado y
el intérprete; ustedes la siguen, denunciándola siempre como un guía falible y traicionero, que a
menudo ‘dejan los mandamientos de Dios sin ningún efecto’”. Tratados de Clifton, Vol. 4, artículo
“Una Pregunta para todos los Cristianos Bíblicos”, pág. 15.
Pregunta: ¿Tienen ustedes cualquier otra manera de probar que la iglesia posee poder para
instituir festivales o preceptos?
Respuesta: “Si no tuviese ese poder, no podría haber hecho aquello en lo cual todos los religiosos
modernos concuerdan con ella; no podría haber substituido la observancia del domingo, el primer día
de la semana, por la observancia del Sábado, el séptimo día, un cambio para el cual no existe una
autoridad Escriturística”. Rev. Stephen Keenan, Un Catecismo Doctrinal, pág. 174. New York; Edward
Dunigan and Brothers, 1851.
Pregunta: ¿Por quién fue cambiado (el Sábado)?
Respuesta: “Por los gobernadores de la iglesia, los apóstoles, que también la guardaron; porque
San Juan estuvo en el Espíritu en el día del Señor (el cual era domingo). Apoc. 1:10.
Pregunta: ¿Cómo prueba usted que la iglesia tiene poder para ordenar fiestas y días santos?
Respuesta: “Por el mismo acto de cambiar el Sábado por el domingo, lo cual los Protestantes
aceptan; y por lo tanto ellos se contradicen a sí mismos, guardando estrictamente el domingo, y
transgrediendo muchas otras fiestas ordenadas por la misma iglesia”.
Pregunta: ¿Cómo comprueba usted eso?
Respuesta: “Porque guardando el domingo, ellos reconocen que la iglesia tiene poder para
ordenar fiestas, y para colocarlos bajo pecado; y por no guardar el resto (de las fiestas) por ella
ordenadas, ellos nuevamente niegan, de hecho, el mismo poder”. Rev. Henry Tuberville, D.D.R.C., Un
Resumen de la Doctrina cristiana, pág. 58. New York; Edward Dunigan and Brothers, aprobado en
1833.
¿Cómo respondería un Protestante a este desafío?
“¡Usted me dirá que el Sábado era el Sábado Judío, pero que el Sábado cristiano ha sido
cambiado para el domingo! ¿Pero por quién? ¿Quién tiene autoridad para cambiar un expreso
mandamiento del Todopoderoso Dios? Cuando Dios ha hablado y ha dicho, guardarás como santo el
séptimo día. ¿Quién se atreverá a decir, no, tú puedes trabajar y hacer todo tipo de negocios en el
séptimo día; pero debéis guardar santo el primer día de la semana? Esta es una cuestión importante, que
yo no veo cómo puedas responderla.
Usted es un Protestante, y usted profesa seguir la Biblia y solamente la Biblia; y sin embargo, en
una materia tan importante como la observancia de un día en siete como siendo un día santo, usted va
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contra la clara palabra de la Biblia, y coloca otro día en el lugar de aquel día que la Biblia ha mandado.
El mandamiento de guardar santo el séptimo día es uno de los diez mandamientos; usted cree que los
otros nueve aun están en vigor; ¿quién le dio la autoridad para entrometerse con el cuarto? Si usted es
consistente con sus propios principios, si usted realmente sigue la Biblia y solamente la Biblia, será
capaz de mostrar alguna porción del Nuevo Testamento en la cual este cuarto mandamiento haya sido
expresamente alterado”. Librería de la Doctrina Cristiana: ¿Por qué no guardáis santo el día Sábado?
Pág. 3-4. Londres, Burns and Oats (R.C.).
Y aquí hay otro desafío:
“La Iglesia Católica por más de mil años antes de la existencia de los Protestantes, en virtud de su
misión divina, cambió el día del Sábado al domingo. Decimos por virtud de su divina misión, porque Él
que se llamó a Sí mismo ‘Señor del Sábado’, la dotó con Su propio poder para enseñar, ‘aquel que te
escucha a ti, me escucha a Mí’; le mandó que todos los que creyesen en Él la escuchasen, bajo pena de
colocarse junto a los ‘paganos y publicanos’; y prometió estar con ella hasta el fin del mundo. Ella
mantiene su cargo de profesora de Él, un cargo tan infalible como perpetuo. El mundo Protestante en su
comienzo (en la Reforma del siglo XVI) encontró el Sábado cristiano fuertemente atrincherado contra
su experiencia; por lo tanto fue colocado bajo la necesidad de concordar con este arreglo, implicando
esto que la iglesia tiene el derecho para cambiar el día, durante más de 300 años. El Sábado cristiano es
por lo tanto el primer conocido de la Iglesia Católica como siendo el esposo del Espíritu Santo, sin una
palabra de protesta del mundo Protestante”. El Espejo Católico (Baltimore), 23 de Septiembre de 1893.
Creemos que estas declaraciones de reconocidas fuentes Católicas son suficientes como para
probar nuestro punto en cuestión, de que la Iglesia Católica Romana no solo reclama haber cambiado la
ley de Dios, en relación al mandamiento del Sábado, sino que está orgullosa del hecho, y reclama que
lo ha hecho por la divina autoridad. La iglesia reprende a los protestantes por guardar el primer día de
la semana, para el cual no hay ninguna autoridad de las Escrituras, sino que solamente el edicto de la
Iglesia Católica, cuando los Protestantes dicen aceptar la Biblia y solamente la Biblia.
Nos parece que la Iglesia Católica es más consistente que los Protestantes en esta materia. ¿Por
qué cómo pueden los Protestantes apoyarse en la Biblia y solamente en la Biblia y sin embargo aceptar
y obedecer la voz de la Iglesia católica en vez de la de Cristo? Al hacerlo, los Protestantes ciertamente
“locamente se contradicen a sí mismos, guardando estrictamente el domingo, y quebrando muchos
otros días de fiestas mandados por la misma iglesia”.
Habiendo escuchado los reclamos de la Iglesia Católica de que tiene el derecho para cambiar la
ley de Dios, y el desafío que se les hace a los Protestantes para que den una razón de su guarda de
cualquier otro día de la semana, menos la del Sábado, consideraremos ahora la siguiente parte de esta
pregunta, esto es, si Dios sabía de antemano de esta apostasía, y qué es lo que Él tiene para decir en
relación a esto.

La Presciencia de Dios.-

No es cosa fácil tratar de cambiar la constitución del universo. Hacerlo representa la más alta
rebelión. Golpea el justo el corazón del gobierno del cielo. no se concibe una traición más grande que
esa. Eso es minar los fundamentos. Es destruir la base de la expiación, y dejar sin ningún efecto la
sangre de Cristo. Un movimiento como este, que eventualmente ganaría tantos adeptos como los que
actualmente posee, ciertamente tenía que ser profetizado. Aun cuando fuese presuntuoso para el
hombre decir lo que Dios tiene que hacer, parece ser razonable suponer que Dios nos dejaría a los
hombres en tinieblas para batallar solo e ignorantemente contra tales fuerzas y tal apostasía.
En esta creencia no estamos errados. Porque Dios ha hablado. No hemos sido dejado en tinieblas,
ni hemos sido dejado solos. Toda la conspiración está claramente revelada en las Escrituras. Su
concepción, progreso, y fin están fielmente delineados. No tenemos por qué errar el camino. Todo está
abierto para Aquel con quien tenemos que andar. Él ha revelado Sus secretos a Sus siervos los profetas.
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Al profeta Daniel le fue revelado el futuro. En visiones de la noche él vio las luchas de los santos,
el curso de la historia del mundo, el juicio, y el fin de todas las cosas. Se le dio una visión del poder que
pensaría que sería capaz de cambiar los tiempos y las leyes, y él vio que este poder tendría éxito en sus
emprendimientos por algún tiempo, hasta que el propio Dios intervenga. Esta visión preocupó mucho a
Daniel. Él dijo, “cambió mi rostro; pero guardé el asunto en mi corazón”. Daniel 7:28.
Como no es el propósito de estos estudios analizar exhaustivamente las profecías del libro de
Daniel, nos contentaremos con un pequeño resumen del capítulo bajo consideración.

La Profecía de Daniel.-

Daniel, en la visión registrada en el capítulo siete de su libro, ve cuatro grandes bestias, las cuales
fueron explicadas por el ángel, diciendo que eran cuatro reyes, o reinos, que surgirían de la tierra. Dan.
7:17. La cuarta bestia que Daniel vio era diferente del resto, en que era extremadamente espantosa, y
tenía dientes de fierro y uñas de bronce. También tenía diez cuernos, de los cuales tres fueron
arrancados. Lo más extraordinario, sin embargo, fue un cuerno pequeño que salió en lugar de estos tres.
Este cuerno tenía ojos como los ojos de un hombre y boca que hablaba grandes cosas. Este cuerno
“hizo guerra con los santos, y prevaleció contra ellos”. Verso 21. Daniel estaba especialmente
interesado en este cuerno, porque de él el ángel dijo que “hablará grandes palabras contra el Altísimo, y
quebrantará a los santos del Altísimo, y pensará en cambiar los tiempos y las leyes”. Verso 25. En esto
él tendría éxito por algún tiempo, pero entonces se sentaría el juicio y los santos tomarían el reino.
Los comentaristas concuerdan en que estos cuatro reinos son los cuatro imperios, Babilonia,
Medo-Persia, Grecia y Roma. “La cuarta bestia será el cuarto reino sobre la tierra... Y los diez cuernos
de su reino son los diez reyes que surgirán; y otro surgirá después de él; y él será diferente del primero,
y subyugará tres reyes”. Versos 23-25. Roma, el cuarto reino, fue dividida en diez partes, en armonía
con la predicción de Dios. Fue después de esta división que otro poder debía surgir, diferente del
primero, el cual subyugaría tres reyes. Esta profecía encuentra su cumplimiento en el papado, el cual
era diferente de los primeros reinos, y que subyugó tres reinos en su surgimiento al poder.
Estamos, en este estudio, especialmente interesados en la declaración de que este poder “pensaría
en cambiar los tiempos y las leyes; y se le darán en sus manos por un tiempo y tiempos y la mitad de un
tiempo”. Verso 25. La Traducción Americana del Antiguo Testamento publicada por la Universidad de
Chicago dice: “Planeará cambiar las estaciones sagradas y la ley”. La Septuaginta dice: “Pensará en
cambiar tiempos y ley”. La Versión de Young dice: “Espera cambiar la estación y la ley”. La Versión
Americana Revisada dice: “Él pensará en cambiar los tiempos y la ley”. Otras traducciones dicen lo
mismo. La palabra “ley” en el Hebraico está en el singular, y sin duda hace referencia a la ley de Dios,
ya que no tendría ningún sentido el decir que cierto poder cambiaría la ley humana, porque esto sucede
todos los días.
Si estamos correctos en esta interpretación, entonces estamos cara a cara delante de un poder que
trataría de cambiar la ley de Dios, escrita y grabada en piedras. Esto es algo totalmente presuntuoso, y
solo puede ser intentado por un poder que presumirá hablar por y actuar en lugar de Cristo. Que tiene
que ser un poder religioso está claro del hecho que solamente un poder así estaría interesado en la ley
de Dios.
Ya hemos dado el testimonio de la Iglesia Romana, diciendo que posee el poder para hacer lo que
la Biblia dice que ese poder haría. Es interesante observar que mientras la iglesia reclama el haber
cambiado la ley y el Sábado, la Biblia no reconoce ese reclamo, sino que apenas dice, “él planea
cambiar”, o “él pensará en cambiar”, o “espera cambiar”. La Biblia por lo tanto afirma que la
declaración de Cristo es que Él es el Señor del Sábado. Los hombres pueden reclamar el derecho para
cambiar, o que han cambiado, el Sábado. Dios observa quietamente lo que los hombres pueden
“planear” o “pensar” o “esperar” en cambiar el Sábado, pero no tienen poder para hacerlo. Las palabras
de esta declaración de Dan. 7:25 es en sí misma un poderoso testimonio del hecho de que el Sábado no
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ha sido cambiado. Los hombres pueden esperar o planear cambiarlo, pero Dios dice que eso no puede
ser hecho.

Lo que Dicen los Protestantes.-

Podría ser interesante en este punto escuchar lo que las denominaciones Protestantes tienen para
decir a respecto de esto. ¿Reconocen ellos la situación tal como es presentada por la Iglesia Católica
Romana? ¿Saben ellos de los reclamos hechos, y los reconocen? En la antigua Reforma Protestante,
esto fue incorporado en la Confesión de Augsburgo:
“Ellos (los Católicos) alegan haber cambiado el Sábado por el domingo, el día del Señor,
contrario al decálogo, tal como aparece; ni tampoco hay ningún ejemplo más jactancioso de aquel de
haber cambiado el día Sábado. Grande, dicen ellos, es el poder y la autoridad de la iglesia, ya que
dispensó uno de los diez mandamientos”. Confesión de Augsburgo, Art. XXVIII.
Ahora podemos agregar citas de escritores que pertenecen a diferentes denominaciones. Todos
ellos presentan el mismo testimonio.
“Está bien claro que, no importa cuán rígido o devotamente podamos pasar el domingo, no
estamos guardando el Sábado... El Sábado fue encontrado en un mandamiento específico y divino. No
podemos tomar ese mandamiento para obligar la observancia del domingo... No hay ninguna sentencia
en el Nuevo Testamento que sugiera que exista alguna penalidad por violar la supuesta santidad del
domingo”. R. W. Dale, M.A. (Congregacionalista), Los Diez mandamientos, pág. 106-107. Londres,
Hodder and Stoughton, 1871.
“No hay ninguna palabra, ni consejo, en el Nuevo Testamento acerca de abstenerse de trabajar el
domingo... En el descanso del domingo no entra ninguna ley divina... La observancia del miércoles de
Cenizas o la Cuaresma están exactamente en el mismo pie que la observancia del domingo”. Canon
Eyton (Iglesia de Inglaterra), Los Diez Mandamientos, pág. 62-63, 65. Londres, Trubner & Co., 1894.
“¿Y dónde se nos dice en las Escrituras que tenemos que guardar el primer día? Se nos dice que
guardemos el séptimo; pero en ninguna parte se nos dice que guardemos el primer día... La razón por la
cual guardamos el primer día de la semana como santo en vez del séptimo, es por la misma razón que
observamos muchas otras cosas, no debido a la Biblia, sino porque la iglesia lo ha encontrado bueno”.
Rev. Isaac Williams, B.D. (Iglesia de Inglaterra), Claro Sermón del catecismo, Vol. 1, pág. 334-336.
Londres, Rivingtons, 1882.
“Es imposible exhortar ese sentido de las palabras del mandamiento; viendo que la razón por la
cual el mandamiento fue originalmente dado, esto es, como un memorial de que Dios había descansado
de la creación del mundo, esto no puede ser transferido del séptimo día para el primero; ni puede ser
ningún motivo nuevo substituido en su lugar, ya sea la resurrección de nuestro Señor o cualquier otra,
sin la sanción de un mandamiento divino”. La Doctrina Cristiana, libro 2, capítulo 7, en Obras de Prosa
de John Milton, Vol. 5, pág. 70. Londres, Henry G. Bohn, 1853.
“Porque si nosotros bajo el evangelio vamos a regular el tiempo de nuestra adoración pública por
las prescripciones del decálogo, ciertamente será mucho más seguro observar el séptimo día, de
acuerdo al expreso mandamiento de Dios, que en una autoridad de mera conjetura humana para adoptar
el primero”. Un Tratado de Doctrina Cristiana, John Milton; citado en La Literatura de la Cuestión del
Sábado, Robert Cox, Vol. 2, pág. 54. Edimburgo, Maclachlan and Stewart, 1865.
“Yo creo que celebración de esta fiesta (la Pascua) fue instituida por la misma autoridad que
cambió el Sábado Judío en el día del Señor o domingo, porque no se encontrará en las Escrituras algo
que diga que el Sábado no tiene más valor, o que fue cambiado por el domingo; por lo tanto tiene que
ser la autoridad de la iglesia la que cambió uno y estableció el otro; por lo tanto, mi opinión es, que
aquellos que no van a celebrar esta fiesta (la Pascua) también pueden volver a la observancia del
Sábado, y pueden rehusar el domingo semanal”. Extracto de la pregunta a los Comisionados del
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Parlamento por el rey Carlos II, 23 de Abril de 1647; citado en Leyes del Sábado y Deberes del
Sábado, Robert Cox, pág. 333. Edimburgo, Maclachlan and Stewart, 1853.
“El Sábado fue escogido en la creación del mundo, y fue santificado, o colocado a un lado con
propósitos santos, ‘para el hombre’, para todos los hombres, y por lo tanto para los cristianos; ya que
nunca ha habido una revocación de la institución original. A esto nosotros le agregamos, que si la ley
moral es la ley de los cristianos, entonces el Sábado es explícitamente tan disfrutado por ellos como por
los Judíos”. Richard Watson, Un Diccionario Bíblico y Teológico, art, “Sábado”, pág. 829, 813. New
York, B. Waugh and T. Mason, 1833.
“El Gran Profesor nunca insinuó que el Sábado era una ordenanza ceremonial que debía cesar
con el ritual Mosaico. Fue instituido cuando nuestros primeros padres estaban en el Paraíso; y el
precepto disfrutando su recuerdo, como siendo una porción del decálogo, es de perpetua obligación.
Por lo tanto, en vez de mirarlo como una mera institución Judía, Cristo declara que ‘fue hecho para el
hombre’, o, en otras palabras, que fue diseñado para el beneficio de toda la familia humana. En vez de
anticipar su extinción junto con la ley ceremonial, Él habla de su existencia después de la caída de
Jerusalén. (Ver Mat. 24:20). Cuando Él anuncia las calamidades relacionadas con la ruina de la santa
ciudad, Él instruye a Sus seguidores para que oren para que la urgencia de la catástrofe no los prive del
consuelo de las ordenanzas del sagrado descanso. ‘Orad’, dijo, ‘que vuestra huida no sea en invierno, ni
tampoco en Sábado’”. William D. Killen, D.D., La Iglesia Primitiva, pág. 188-189. New York, Anson,
D.F. Randolph & Co., 1883.
Todos estos testimonios concuerdan con que no hay ninguna autoridad en las Escrituras para
ningún cambio del Sábado. Ellos también concuerdan con la Biblia en este punto; por lo tanto
aceptamos su testimonio como siendo conclusivo.
Sería bueno ahora preguntar cómo acabó sucediendo el cambio. Algunos quieren hacernos creer
que el cambio sobrevino repentinamente. Esto, sin embargo, no fue así. El cambio fue gradual, y tomó
algunos siglos para su cumplimiento. Farrar dice al respecto: “La iglesia cristiana no hizo un cambio
formal, sino que uno gradual y casi inconsciente, una transferencia de un día para el otro”. Archdeacon
F. W. Farrar, La Voz del Sinaí, pág. 167. El doctor Killen añade esta información: “En el intervalo
entre los días de los apóstoles y la conversión de Constantino, la comunidad cristiana cambió su
aspecto... Ritos y ceremonias de las cuales ni Pablo ni Pedro jamás habían escuchado, se deslizaron
silenciosamente, y después reclamaron el rango de instituciones divinas”. W.D. Killen (Presbiteriano),
La Iglesia Primitiva, prefacio a la edición original, pág. XV-XVI. Londres, James Nesbet & Co., 1883.
La verdad es que durante muchos siglos la observancia del séptimo día continuó. En esto, el Sr.
Morer, un estudioso clérigo de la Iglesia de Inglaterra, dice:
“Los cristianos primitivos tenían una gran veneración por el Sábado, y pasaban el día en
devoción y sermones. Y no podemos dudar que ellos derivaron esta práctica de los propios apóstoles”.
Diálogos del Día del Señor, pág. 189.
El profesor Edward Brerewood, del Colegio Gresham, Londres (Episcopal), dice: “El antiguo
Sábado permaneció y fue observado... por los cristianos y por la Iglesia del Este, por más de 300 años
después de la muerte del Salvador”. Un Tratado Aprendido sobre el Sábado, pág. 77.
Lyman Coleman, un cuidadoso y cándido historiador, dice: “Aun en el siglo V la observancia del
Sábado Judío era mantenida en la iglesia cristiana, pero con un rigor y una solemnidad gradualmente
disminuida hasta que fue totalmente discontinuado”. La Cristiandad Antigua Ejemplificada, capítulo
26, sección 2, página 527.
El historiador Sócrates, el cual escribió aproximadamente a mediados del siglo V, dice: “Casi
todas las iglesias del mundo celebran los santos misterios en el Sábado de cada semana, pero los
cristianos de Alejandría y de Roma, de acuerdo con algunas tradiciones antiguas, se rehusan a hacerlo”.
Historia Eclesiástica, libro 5, capítulo 22, pág. 404.
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Sozomen, otro historiador del mismo periodo, escribe: “El pueblo de Constantinopla, y de varias
otras ciudades, se reúnen el Sábado y también al día siguiente; cuya costumbre nunca es observada en
Roma o en Alejandría”. Ídem, libro 7, capítulo 19, página 355.
El primer acto legal en relación con el domingo tuvo lugar en el siglo IV después de Cristo, y se
conoce como la ley dominical de Constantino.
“El primer reconocimiento de la observancia del domingo como un deber legal es la constitución
de Constantino en el año 321 d.C., estableciendo que todas cortes de justicia, los habitantes de los
pueblos, y los negocios tenían que descansar el domingo (venerabili die Solis), con excepción de
aquellos que están relacionados con las labores agrícolas”. Enciclopedia Británica, novena edición,
artículo “Domingo”.
“Constantino el Grande hizo una ley para todo el imperio (321 d.C.) diciendo que el domingo
debía ser guardado como un día de descanso en todas las ciudades y pueblos; pero él permitió que en el
campo las personas continuasen haciendo sus trabajos”. Enciclopedia Americana, art. “Sábado”.
“Incuestionablemente la primera ley, ya sea eclesiástica o civil, a través de la cual la observancia
sabática de ese día se conoce como habiendo sido ordenada, es el edicto de Constantino, en el año 321
d.C.”. Enciclopedia Chambers, art. “Sábado”.
La ley decía lo siguiente:
“En el venerable día del sol que los magistrados y las personas que residan en las ciudades,
descansen, y que todos los negocios sean cerrados. En el campo, sin embargo, las personas
relacionadas con la agricultura pueden libre y legalmente continuar con sus actividades; porque a
menudo sucede que otro día no es tan conveniente para sembrar o para plantar viñas; ya que debido a la
negligencia en buscar el momento oportuno para tales operaciones, la generosidad del cielo puede
perderse. (Emitido el 7 de Marzo del 321, siendo Crespo y Constantino cónsules, cada uno de ellos, por
la segunda vez)”. Codex Justinianus, lib. 3, tit. 12, 3; traducido en Historia de la Iglesia Cristiana,
Philip Schaff, D.D., Vol. 3, pág. 380. New York, Charles Scribner’s Sons, 1893.
A respecto de esto, el Rev. George Elliot dice:
“Para entender completamente las provisiones de esta legislación, debe ser tomada en cuenta la
peculiar posición de Constantino. Él no estaba libre de todas las supersticiones de los paganos. Parece
ser cierto que antes de su conversión él se había vuelto particularmente devoto de Apolo, el dios del
sol... El problema que él tenía era legislar para la nueva fe de tal manera que no fuese totalmente
inconsistente con sus antiguas prácticas, y no entrar en conflicto con prejuicios de sus asuntos paganos.
Estos hechos sirven para explicar las peculiaridades de este decreto. Él nombra el día santo, no el día
del Señor, sino que el ‘día del sol’, la designación pagana, y al mismo tiempo parece identificarse con
su anterior adoración a Apolo”. Rev. George Elliott, El Permanente Sábado, pág. 229. Sociedad de
Tratados Americana, 1884.
Sin embargo, la iglesia no quería quedar a un lado, y Eusebio, un obispo de la iglesia en el tiempo
de Constantino, alegremente registra:
“Todas las cosas que debían hacerse durante el Sábado, las hemos transferidos al día del Señor”.
Comentario Sobre Salmos, Robert Cox, Vol. 1, pág. 361. Edimburgo, Maclachlan and Stewart, 1865.
No fue sino más tarde, sin embargo, que la iglesia por su propia cuenta dio pasos legales para
abolir el Sábado e instituir el domingo en su lugar.
“El séptimo día Sábado fue... solemnizado por Cristo, por los apóstoles, y por los cristianos
primitivos, hasta que en el Concilio de Laodicea, abolieron su observación... El Concilio de Laodicea
(364 d.C.)... fue el primero que ordenó la observancia del día del Señor”. Prynne’s Disertación del Día
del Señor, pág. 34-324, 44.
El texto, tal como es citado por Hefele, dice así:
“Los cristianos no deben judaizar ni estar ociosos durante el Sábado, sino que deben trabajar en
ese día... Si, sin embargo, son encontrados judaizando, deben ser impedidos de Cristo”. Una Historia de
los Concilios de la Iglesia, Vol. 2, pág. 316.
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Ringgold enumera estas promulgaciones posteriores:


“En el año 386, bajo Graciano, Valentino y Teodosio, fue decretado que todas los litigios y
negocios deben cesar (el domingo)...
Entre las doctrinas colocadas en una carta del Papa Inocencio I, escrita en el último año de su
papado (416), se dice que el domingo debe ser observado como un día de ayuno...
En el año 425, bajo Teodosio el Joven, la abstinencia al teatro y al circo (el domingo) fue
anexada.
En el año 538, en un Concilio en Orleans... fue ordenado que todas las cosas que se permitían
previamente el domingo, aun pueden ser lícitas; pero que el trabajo en el arado, o en la viña, podar,
segar, trillar, labrar, y cortar debiera abstenerse, para que las personas puedan ir más convenientemente
a la iglesia...
Cerca del año 590 el Papa Gregorio, en una carta al pueblo romano, denunció como siendo los
profetas del anticristo a aquellos que decían que esos trabajos no debían hacerse en el séptimo día”.
James T. Ringgold, Ley Dominical, pág. 265-267.
En vista de todas estas declaraciones, la siguiente declaración difícilmente puede ser desafiada:
“Fue la Iglesia Católica la que, por la autoridad de Jesucristo, ha transferido este descanso para el
domingo como conmemoración de la resurrección de nuestro Señor. Así la observancia del domingo
por los Protestantes es un homenaje que ellos pagan, a despecho de ellos mismos, a la autoridad de la
iglesia (católica)”. Mgr. Segur, Enseñanza Clara Acerca del Protestantismo Hoy Día, pág. 213.
El asunto aquí presentado es realmente asombroso. Nos enfrentamos cara a cara con el hecho de
que la Biblia presenta un día como el Sábado, y solamente uno, el séptimo día. Los testimonios de
Católicos y Protestantes han sido aducidos para mostrar que ambos reconocen este hecho. Entonces
hemos encontrado que la Biblia dice que surgiría un poder que se creería capaz de cambiar por sí
mismo la ley. Buscamos este poder y lo encontramos, y para nuestra sorpresa, el poder no solo admite
que es culpable, sino que aun se enorgullece de eso, y dice que el cuerpo Protestante ha apoyado lo que
ha sido hecho.
Fuimos entonces donde los Protestantes, y encontramos que ellos admiten que no poseen ninguna
base bíblica sobre la cual apoyarse, sino que están siguiendo la costumbre en este asunto. Estamos
perplejos, y nos maravillamos cómo los Protestantes pueden decir que se apoyan en la Biblia, y solo en
la Biblia, y sin embargo guardan un día no santificado por Dios. Y no hay ninguna respuesta adecuada
para este acertijo.
Hemos observado que el cambio del Sábado al domingo no sucedió repentinamente, sino que
lenta y gradualmente. Sería en realidad verdad declarar que la observancia del séptimo día nunca fue
totalmente eliminado de la iglesia. Podemos seguir el Sábado a través de los siglos, y encontrar aquí y
allí compañías de cristianos observándolo aun bajo persecución y juicios.
“Aun hasta el quinto siglo la observancia del Sábado Judío continuaba en la iglesia cristiana, pero
con un rigor y solemnidad gradualmente disminuido hasta que fue totalmente discontinuado”. Lyman
Coleman, El Cristianismo Antiguo Ejemplificado”, cap. 26, sec. 2, pág. 527. Filafia, Lippincott,
Grambo & Co., 1852.
Grotius añade aun esta pequeña información:
“Él (Grotius) se refiere a Eusebio como prueba de que Constantino, además de elaborar su bien
conocido edicto diciendo que el trabajo debiera ser suspendido el domingo, dijo que las personas no
debían ser traídas ante las cortes en el séptimo día de la semana, lo cual también, dice él, era
largamente observado por los cristianos primitivos, como un día de reuniones religiosas. Y esto, dice
él, ‘refuta a aquellos que piensan que el día del Señor fue substituido por el Sábado, algo que no es
mencionado en ninguna parte, ni por Cristo ni por Sus apóstoles’”. Hugo Grotius (murió en 1645),
Opera Omnia Theologica, Londres, 1679; citado en La Literatura de la Cuestión del Sábado, de Robert
Cox, Vol. 1, pág. 223. Edimburgo, Maclachlan and Stewart, 1865.
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Las dos citas siguientes muestran que el Sábado era observado por la Iglesia Celta en Escocia en
el siglo 11:
“Ellos trabajaban el domingo, pero guardaban el Sábado de una manera sabática”. Andrew Lang,
Una Historia de Escocia, Vol. 1, pág. 96. Edimburgo, William Blackwood and Sons, 1900.
“Parece ser que ellos habían seguido una costumbre de la cual nosotros encontramos vestigios en
la iglesia monástica primitiva de Irlanda, a través de la cual ellos guardaron el Sábado, en el cual
descansaron de todos sus trabajos”. William F. Skene, Escocia Céltica, Libro 2, cap. 8 (Vol. 2, pág.
349). Edimburgo, David Douglas, 1877.
Los Abisinios recibieron el cristianismo en el siglo IV a través de misioneros de la Iglesia del
Este. En aquel tiempo los cristianos aun no habían abandonado el Sábado; de tal manera que los
Abisinios fueron enseñados a respecto del Sábado y comenzaron a observarlo. Esto lo continuaron
haciendo por más de mil años, cuando sacerdotes jesuitas trataron de persuadirlos para que
abandonasen el Sábado y lo substituyeran por el domingo. Fue realizada una audiencia en la corte de
Lisboa, donde los delegados Abisinios dieron la siguiente explicación:
“Porque Dios, después de haber terminado la creación del mundo, descansó; ese día, Dios lo
llamó santísimo; de tal manera que no celebrarlo con gran honor y devoción parece ser completamente
contrario a la voluntad y a los preceptos de Dios, el cual permitirá que los cielos y la tierra pasen antes
que Su palabra pase; y eso, especialmente, desde que Cristo no vino para disolver la ley, sino que a
cumplirla. Por lo tanto, no es una imitación de los Judíos, sino que es por una obediencia a Cristo y a
Sus santos apóstoles, que observamos ese día... Nosotros observamos el día del Señor tal como lo
hacen todos los otros cristianos en memoria de la resurrección de Cristo”. Razón por la cual se guarda
el Sábado, dada por el delegado Abisinio en la corte de Lisboa (1534); en La Historia de la Iglesia en
Etiopía, por Michael Geddes, pág. 87-88. Londres, R. Chiswell, 1696.
En Noruega, los cristianos guardaron el Sábado en los días de la Pre Reforma, tal como lo
muestra este documento:
“El clero de Nidaros, Oslo, Stavanger, Bergen y Hamar, reunido con nosotros en Bergen en este
concilio provincial, está completamente unido en decidir en armonía con las leyes de la santa iglesia, de
que la guarda del Sábado no sea más permitida a partir de ahora, tal como lo establecen los
mandamientos de la iglesia. Por lo tanto, le aconsejamos a todos los amigos de Dios a través de toda
Noruega, que quieren ser obedientes a la santa iglesia, a abandonar esa guarda del Sábado malo; y al
resto se lo prohibimos bajo pena de severos castigos de la iglesia, para que no guarden el Sábado como
día santo”. De minutas del Concilio Provincial Católico, Bergen, A.D., 1435, en “Dipl. Norveg”, 7,
397; citado en La Historia del Sábado, por Andrews y Conradi, pág. 673, edición de 1912.
La obra citada, La Historia del Sábado, también da ejemplos de la guarda del Sábado en Suecia,
Alemania, Inglaterra y otros países Europeos durante los siglos anteriores y posteriores a la Reforma.
Con los cientos de miles que ahora observan el Sábado en prácticamente toda nación en el mundo,
creemos estar seguros al afirmar que la verdad del Sábado nunca fue totalmente eliminada, sino que
cada generación ha testimoniado la verdad una vez dada a los santos.

Bajo la Gracia

Los Judíos tenían muchos días de fiestas y Sábados, los cuales los cristianos no tienen que
observar. Siete de estas fiestas son mencionadas en Levítico 23. Incluían la Pascua Judía, el
Pentecostés, el Día de la Expiación, y la Fiesta de los Tabernáculos. Estas fiestas eran días santos para
los Judíos, y eran llamados sábados, pero son definitivamente distinguidos del séptimo día Sábado del
Señor, el cual no está de ninguna manera conectado con las observancias ceremoniales.
“En el séptimo mes, en el primer día del mes, tendréis un sábado, un memorial de tocar las
trompetas, una santa convocación”. Lev. 23:24. El primer día del séptimo mes puede caer en cualquier
día de la semana, así como también ocurre con el primer día de cualquier mes hoy en día. Pero tenía
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que ser un sábado. Nuevamente, “En el décimo día de este séptimo mes habrá un Día de Expiación...
Será para vosotros un sábado de descanso”. Versos 27, 32. El primer día del séptimo mes y el décimo
día de cualquier mes siempre caerán en diferentes días de la semana; pero ambos son llamados sábados.
A través del año habían siete fiestas, las cuales caían en diferentes días de la semana, y en diferentes
meses; pero todos eran sábados. Sin embargo, era claramente observado, que “estas son las fiestas del
Señor, las cuales proclamaréis como santas convocaciones, para ofrecer una ofrenda hecha mediante
fuego al Señor, una ofrenda quemada, y una ofrenda de carne, un sacrificio, y ofrendas de bebidas, todo
a su debido tiempo, fuera de los Sábados del Señor”. Versos 37-38. Aquí se hace una distinción entre
las siete fiestas anuales y los Sábados del Señor. Dios no los mezcla.
Es a estos sábados anuales que Pablo hace referencia cuando dice que no deben ser más
observados.
“Que nadie os juzgue por comida, o bebida, o respecto a un día santo, o de la luna nueva, o de los
días sábados, los cuales son una sombra de las cosas venideras, pero el cuerpo es de Cristo”. Col. 2:16-
17.
Compare este texto con el citado anteriormente, y verá que hablan de las mismas cosas, de
comidas y bebidas y días de fiesta. Estas fiestas son “fuera de los Sábados del Señor”, y son separados
de estos. No debemos confundir el séptimo día Sábado del Señor con los sábados anuales de los Judíos.
Tienen que ser cuidadosamente distinguidos. El séptimo día Sábado estaba incluido en los diez
mandamientos escritos en piedra. Los días de fiesta hacían parte de la ley ceremonial abolida por
Cristo.

Una Cuestión Interesante.-

¿No dice Pablo que Cristo eliminó “el acta de los decretos que había contra nosotros, la cual nos
era contraria, quitándola del camino, clavándola en Su cruz”? Si, Pablo dice esto en Col. 2:14.
En este texto el Rev. Thomas Hamilton, en su libro Nuestro Día de Descanso, el cual ganó el
primer premio entre los muchos ensayos sometidos a análisis en relación a la cuestión del domingo en
una reunión efectuada en Escocia, dice lo siguiente:
“Solamente a otro argumento, en esta parte del asunto, creemos necesario analizar. Se dice que
Cristo, habiendo satisfecho a través de Su obra expiatoria la ley de Dios, que esa ley ha sido dejada a
un lado, para nosotros, para siempre. Se cita el texto, ‘habiendo anulado el acta de los decretos que
había contra nosotros’. Ahora, este argumento está simplemente basado en una confusión de
pensamiento. Sufrir la penalidad de una ley no elimina esa ley. Ni tampoco la perfecta obediencia a una
ley la elimina. Pero estas dos cosas constituye lo que Cristo hizo. Él hizo una perfecta obediencia a la
ley, y Él llevó por Su pueblo su mayor penalidad. Ninguna de estas dos obras de Cristo, ni ambas
juntas, ameritan la abolición de la ley. Cuando un criminal sufre en un patíbulo, eso significa algo muy
diferente que la abolición de la ley, la cual él ha ofendido. Significa exactamente lo contrario.
Manifiesta la fuerza de la ley. Su muerte magnifica la ley. No hay ninguna duda de que Cristo ha
‘anulado el acta de los decretos que había contra nosotros, quitándolos del camino, clavándolos en Su
cruz’. La referencia en este fino pasaje es hacia la práctica en Palestina, de un acreedor, cuando su
deuda era eliminada, colocando un clavo sobre la obligación, significando así que estaba cancelada.
Cristo hizo eso. Nuestro rescate ha sido pagado, y no debe ser pagado nuevamente por nosotros. Pero
ese acto Suyo ‘magnifica la ley, y la hace honorable’; y justamente en la proporción en que apreciemos
la grandeza de la obra del Redentor y entremos en su espíritu, continuamente honraremos la ley de Dios
en nuestros corazones y en nuestras vidas, no diciendo que no tenemos nada que ver con ella, sino que
siguiéndolo en Sus pasos en esto y en todas las cosas, y luchando para mantenerla en alto lo mejor que
podamos”. Página 63.
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Este es un excelente testimonio, especialmente en vista del hecho de que el ensayo del Reverendo
Hamilton fue considerado por el comité examinador como siendo el mejor de todos los ensayos
sometidos a favor del domingo, y ganó el primer premio.

Otra Cuestión.-

Hay otro texto que debemos ahora considerar. Vamos a colocar todo el pasaje, para que podamos
entender.
“Recibid al débil en la fe, sin criticar opiniones. Porque uno cree que se puede comer de todo,
otro que es débil, come vegetales. El que come, no menosprecie al que no come; y el que no come, no
condene al que come; porque Dios lo ha recibido. ¿Quién eres tú para juzgar al siervo ajeno? Para su
propio señor está en pie, o cae. Pero se afirmará, porque el Señor tiene poder para sostenerlo. Uno da
preferencia a un día más que a otro. Otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente
convencido en su mente. El que observa cierto día, lo observa en honor del Señor. El que come, come
en honor del Señor, porque da gracias a Dios. El que no come, no come en honor del Señor, y da
gracias a Dios”. Rom. 14:1-6.
Este texto, el mismo que citamos de Col. 2:16-17, lidia con comidas, lo que se debe y no se debe
comer, y también con días. No se refiere al séptimo día Sábado del Señor; de hecho, el Sábado ni
siquiera es mencionado. El argumento, como se verá de la lectura de todo el capítulo, lidia con el
juzgamiento de los hermanos, en relación a lo cual Pablo recomienda, “Por tanto, no nos juzguemos
más unos a otros”. Rom. 14:13. Fue simplemente una fase de la antigua cuestión de “comidas y
bebidas, y diversas abluciones, y ordenanzas carnales, impuestas hasta el día de la reforma”. Heb. 9:10.
No tiene nada que ver con el Sábado del Señor, sino que está relacionado con aquellas cuestiones tales
como la observancia del día del pan ázimo, el día de tocar las trompetas, el Día de la Expiación, etc.
Pablo dice en efecto: “Si quieren observar estos días, háganlo, pero no juzguen a los demás”.

Las Dos Ministraciones.-

Otro pasaje demanda nuestra consideración. Es el famoso pasaje de Pablo en 2 Cor. 3:1-11.
“¿Empezamos otra vez a recomendarnos a nosotros mismos? ¿Necesitamos, como algunos, carta
de recomendación para vosotros, o de parte de vosotros? Nuestra carta sois vosotros, escrita en nuestro
corazón, conocida y leída por todos los hombres. Es manifiesto que sois carta de Cristo, resultado de
nuestro ministerio, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino
en las páginas palpitantes del corazón, Y esa confianza tenemos por medio de Cristo ante Dios. No que
seamos competentes para atribuirnos que algo sea de nosotros mismos, sino que nuestra suficiencia
viene de Dios. El nos capacitó para ser ministros de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu.
Porque la letra mata, pero el espíritu da vida. Y si el ministerio que trajo muerte, escrito y grabado en
piedra, fue con tal gloria, que los israelitas no podían fijar la vista en el rostro de Moisés, a causa de la
gloria de su rostro, a pesar de ser pasajera, ¡cuánto más glorioso no será el ministerio del espíritu! Si el
ministerio de condenación fue con gloria, mucho más glorioso es el ministerio que trae justificación.
Porque lo que fue glorioso, no es glorioso ahora, en comparación de la gloria superior. Porque si lo que
es pasajero tuvo gloria, mucho más glorioso será lo que permanece”.
Las cuatro expresiones que nos interesan especialmente son la “ministración de los muertos,
escrita y grabada en piedras”, en el verso 7, la cual es contrastada con la “ministración del Espíritu” en
el verso 8; y las otras dos expresiones están en el verso 9, la “ministración de la condenación”, de la
cual se dice que fue “gloriosa”, y la “ministración del Espíritu”, de la cual se dice ser “más gloriosa”, y
“excede en gloria”.
Primero, establezcamos que lo que fue escrito y grabado en piedras fue la ley de los diez
mandamientos. Verso 7. Pablo dice en otro lugar que “el mandamiento que fue ordenado para vida, yo
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encontré que fue para muerte. Porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y
por él me mató”. Rom. 7:10-11. Los mandamientos fueron dados para vida. Sin embargo, si alguien los
transgrede, descubrirá que son para muerte. Que todos observen esto. Para el transgresor, la ley de vida
se vuelve ley de muerte.
Sin embargo, no son los mandamientos como tales lo que Pablo analiza en Corintios, sino su
ministración. Es la ministración de la muerte lo que está en consideración. ¿Qué quiere decir esto?
Para enseñar a Israel que significaba muerte el violar los mandamientos, fue instituido todo el
servicio sacrificial. Cuando un hombre había pecado, tenía que traer su ofrenda, colocar sus manos
sobre la ella, y matarla. (Ver Lev. 4:4, 15, 24, 29). Observe la repetición de estos versos, “matar el
buey”, “el buey debe ser matado”, “matarlo”, “matar la ofrenda por el pecado”. Todo esto e4ra para
imprimir la seriedad del pecado sobre Israel. Ellos aprendieron de esto, que el pecado significa muerte.
Es esta ministración de muerte a la cual Pablo llama “gloriosa”. ¿Cómo podía llamarla de esa
manera? Porque todas las ofrendas apuntaban a Cristo y a Su muerte, y en ese sentido eran gloriosas.
Pero más que eso aun. A través de estas ofrendas se obtenía el perdón. Cuando un israelita traía su
ofrenda y confesaba sus pecados, la promesa era, “se les perdonará”, “se le perdonará”, “se le
perdonará”, “se le perdonará”. Lev. 4:20, 26, 31, 35. Estar seguro del perdón del pecado era una
gloriosa experiencia para los hijos de Israel. Aun cuando era una ministración de muerte, porque el
buey o el cordero era matado, pero el hombre se iba perdonado, una clara e impresiva lección en tipo
de Cristo, el cual moriría, y a través de cuya muerte el perdón podría ser obtenido. Esta es la
ministración a la cual Pablo llama de gloriosa.

Ministración del Espíritu.-

Pero esta gloriosa ministración tenía que desaparecer; esto es, todo el sistema sacrificial sería
abolido, y otra ministración tomaría su lugar. Esta nueva ministración es llamada la ministración del
Espíritu y la ministración de la justicia. Es maravilloso ser perdonado; pero hay algo aun mucho más
glorioso. Fue maravilloso en los días antiguos, para una persona que había pecado, traer una ofrenda,
matarla, e irse con la seguridad de tener sus pecados perdonados. Pero eso, después de todo, era apenas
algo en tipo. La sangre de toros y machos cabríos nunca pueden eliminar el pecado. Pero la sangre de
Cristo sí puede. Nosotros, en esta dispensación, no necesitamos traer un cordero para ser matado.
Cristo ha muerto por nosotros. Él es el Cordero de Dios. “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y
justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia”. 1 Juan 1:9. Él es la realidad,
de la cual lo otro era un tipo. Aquello fue glorioso para ellos; esto excede en gloria.
Pero hay más envuelto en esto. La ministración de la muerte funcionaba solamente cuando el
pecado había sido cometido. La ministración del Espíritu es más gloriosa, ya que funciona para
prevenir el pecado. Tal como se ha observado anteriormente, es glorioso ser perdonado, pero más
glorioso aun es ser guardado de pecar. Y esto es lo que significa la ministración del Espíritu. “Caminad
en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne”. Gal. 5:16. Esta promesa es tan definida como
esta otra: “El pecado no tendrá dominio sobre vosotros”. Rom. 6:14. A través de la agencia del Espíritu
“la justicia de la ley puede ser cumplida en nosotros, los que no andamos conforme a la carne, sino que
conforme al Espíritu”. Rom. 8:4. La “ministración de la justicia” es “más gloriosa” en que a través de
ella la ley es cumplida en nosotros en vez de ser quebrada como lo era antiguamente. Y así “el Espíritu
es vida debido a la justicia”.
Por lo tanto tenemos en Corintios contrastadas dos ministraciones, una de muerte, ocasionada por
el quiebre de la ley, y una del Espíritu, debido a la guarda de la ley. Una es un ministerio de perdón,
glorioso en sí mismo, pero no como para ser comparada a la ministración del Espíritu, el cual es vida,
debido a la justicia, al hacer lo correcto.
Estas son las dos ministraciones que Pablo contrasta. No es la ley, sino las ministraciones de la
ley, lo que está siendo analizado. Uno era de muerte, debido a su transgresión; el otro era de vida,
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porque a través del Espíritu la justicia de la ley era cumplida. Este pasaje no tiene nada que ver con la
abolición de la ley, o con su cambio. Analiza apenas las ministraciones.

La Naturaleza del Pecado.-

“El pecado no tendrá dominio sobre vosotros; porque no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia”.
Rom. 6:14.
Existen pocas palabras más reconfortantes que estas en la Biblia, y también pocas que hayan sido
más mal entendidas. Para tener toda la fuerza de estas palabras en su correcto sentido, consideremos el
contexto.
“Por consiguiente, no reine el pecado en vuestro cuerpo mortal, para obedecer a sus malos
deseos. Ni tampoco ofrezcáis más vuestros miembros como armas al servicio del pecado, sino ofreceos
a Dios, como quienes han vuelto de la muerte a la vida; y ofreced vuestros miembros a Dios por
instrumentos de justicia. Porque el pecado no tendrá dominio sobre vosotros, pues no estáis bajo la
Ley, sino bajo la gracia. Pues, ¿qué? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la Ley, sino bajo la gracia?
¡De ninguna manera! ¿No sabéis que al ofreceros a alguien para obedecerle, sois siervos de aquel a
quien obedecéis, o del pecado para muerte, o de la obediencia para justicia? Pero gracias a Dios, que
aunque fuisteis esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquel modelo de enseñanza al cual
estáis entregados; y liberados del pecado, habéis llegado a ser siervos de la justicia”. Rom. 6:12-18.
“El pecado no tendrá dominio sobre vosotros”. ¡Bendita promesa! Que cada cristiano le
agradezca a Dios por estas palabras, y que su pleno significado cale profundamente en la conciencia de
todos.
En todo el idioma inglés no hay una palabra más fea que “pecado”. Su mención trae recuerdos
dolorosos, tristes, que a menudo quebrantan el corazón. El pecado es la causa de todo el sufrimiento
que hay, que ha habido, o que habrá. No hay ninguna tristeza o una lágrima, ni un dolor de corazón o
una angustia, en que el pecado no esté cerca y sea su causa. No respeta a las personas. Ataca y arruina a
todos por igual. Nadie está libre de él. Afecta no solamente a los que ataca. A través de él trae tristeza y
vergüenza a todos los queridos. No tiene virtud redentora. Es malo y solamente malo.

Dios Sufre.-

Uno de los extraños efectos del pecado es que el inocente sufre con el culpable. ¡Cuántas madres
hay que han sufrido debido a sus hijos descarriados! ¡Cuántas esposas e hijos hay que han sufrido
debido a la delincuencia de un esposo y padre! Solamente la eternidad revelará el caos que el pecado ha
traído, y la injusticia que ha causado.
Nadie ha sufrido más que Dios debido al pecado, y nadie ha pagado un precio más alto debido a
él. Una mirada a la cruz del Calvario convence a cualquiera de que el inocente sufre con el culpable, y
que nadie ha sufrido más que Dios. Así es la naturaleza del pecado. Si fuese de otra manera, no sería
pecado.
¿Cómo nos podríamos imaginar que el pecado afectaría a los santos en el cielo? ¿O que podría
afectar a Dios? Y sin embargo eso es lo que ha hecho. El pecado hizo con que el Hijo de Dios bajase
del cielo, para vivir y morir entre los hombres. Lo colgó en una cruz, traspasó Sus manos y pies con
crueles clavos, y quebró Su corazón. La agonía de aquellas espantosas horas es un símbolo de la agonía
que ha pasado por el corazón de Dios debido al pecado. En el Calvario se nos dio un destello de esta
suprema tristeza, y entonces el velo fue retirado. Pero suficiente fue revelado. Sabemos lo que el
pecado hará; sabemos lo que el pecado ha hecho. Si se lo permitiese, el pecado haría con que Cristo
nuevamente fuese sacado de Su trono, Sus espaldas serían laceradas con el látigo, se le pondría una
corona en Su frente, se le escupiría en la cara, y entonces sería clavado en la cruz. Eso fue lo que le
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hizo al Hijo de Dios, y su naturaleza no ha cambiado. El pecado es siempre el mismo. Qué cosa más
maravillosa será que el pecado no exista más.
Podríamos suponer que un monstruo como el pecado siempre aparecería en una forma repulsiva y
prohibitiva. Sin embargo, este no es el caso. El pecado, a menudo, es atractivo, y aun es bonito y
fascinante. A veces es una buena compañía, está bien vestido, es inteligente, vivas, y altamente
artístico. A menudo es bien cultural, exhibe buen gusto, es amante de la música, y se delicia con las
horas sociales. Se codea con obispos y hombres de estado y con los grandes de la tierra, pero al mismo
tiempo está en la casa, en el cuchitril y en el burdel. Generalmente es recibido con placer, y raramente
es rechazado. Es un favorito ampliamente aceptado.
Esto, sin embargo, es verdadero solamente al comienzo de su familiarización. Luego cambia su
actitud. Mientras una vez era congraciado y agradable, después se vuelve repugnante. Donde una vez
prevalecía la belleza, el placer, la cultura, se vuelve espantoso, doloroso, y de gruesa vulgaridad. Se
fueron su atractividad y su encanto físico. La repulsión y la grosería han tomado su lugar.
Vamos a la sala de bailes: elasticidad, cuerpos oscilantes en un movimiento rítmico. Lindos
efectos de luces; música encantadora; conversación vivas. Hombres jóvenes atléticos y encantadoras
niñas, una cita perfecta, un poco más de lo que el corazón pudiera desear. El tiempo pasa rápidamente.
Es un lindo atardecer. Todo es como un sueño.
¿Quién puede imaginar que esto es el comienzo de aquello que viene después? ¿Quién puede
imaginar que esto es el comienzo de una pena, vergüenza, degradación y sufrimiento? Todo parece ser
tan inocente, tan encantador. Pero vamos ahora a otro lugar.
Estamos en un hospital. Hay una niña, la cual un par de años antes, era joven, alegre, brillante.
Ahora ella es loca maniática. Allí está aquel joven prometedor, que era tan fuerte, hábil y ambicioso.
Ahora se está consumiendo con una enfermedad aborrecible. A medida que miramos a nuestro
alrededor, vemos hombres y mujeres que una vez pensaron que apenas un trago no les haría daño, que
una caída en una indulgencia ilegal no tendría resultados indeseables. Ellos aprendieron muy tarde que
la paga del pecado es muerte, muy a menudo, una muerte persistente y horrible, mostrándonos que no
debemos jugar con fuego. Ellos encontraron, tal como todos encontrarán, que el fin del pecado es muy
diferente de sus comienzos, y que las consecuencias de la transgresión son seguras y certeras. Ellos han
aprendido que la única seguridad de no llegar a un fin así, es no comenzar.
¿Qué puede ser hecho con el pecado? ¿No hay esperanza, ayuda? ¿Tiene todo lo que está sujeto a
él que ser destruido? ¿Tiene que reinar el pecado para siempre tanto en el mundo como en nuestros
cuerpos mortales? ¿Estamos todos condenados a una miseria sin esperanza y a una eterna destrucción?
No, gracias al Señor. El pecado no tiene por qué tener dominio sobre nosotros. Porque no estamos bajo
la ley, sino que bajo la gracia.
Separados de Cristo no hay esperanza para la raza humana. Los hombres han batallado contra el
pecado en sus propias fuerzas durante milenios, pero el pecado ha salido victorioso. No hay ayuda para
el pecado de ninguna fuente humana. Hay ayuda y esperanza solamente en Dios. Gracias a Dios que el
pecado será finalmente eliminado, que el pecado no reinará en nuestros cuerpos mortales. La victoria
sobre el mal, total y completamente, va a ser nuestra.

No Bajo la Ley.-

“No estáis bajo la ley, sino que bajo la gracia”. La promesa de que el pecado no tendrá dominio
sobre nosotros es reconfortante, pero la declaración de que no estamos bajo la ley sino que bajo la
gracia, es mal entendido por muchos. Por algún extraño mecanismo de la mente, existen aquellos que
piensan que esta declaración los libera del cumplimiento de los deberes morales que la ley impone.
Ellos creen que el texto les permite aprobar la parte de la ley que ellos aprueban, y despreciar la parte
que ellos no aprueban. En vista de esta situación, podemos preguntar: ¿Cuál es el significado de la
frase, “bajo la ley”? Ilustrémoslo.
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Un hombre ha cometido una seria ofensa. Él huye de la escena del crimen y trata de esconderse
de la ley que ha quebrado. Él está bajo su condenación, tiembla cuando se le acerca un oficial de la ley,
teme ser reconocido, rehuye la luz del día, y se siente inseguro aun en la oscuridad; en general él lleva
una existencia infeliz. Estas condiciones finalmente se le hacen insoportables, y él se entrega
voluntariamente; o, como sucede más a menudo, la ley lo atrapa, y él es colocado en prisión. Él no
solamente está bajo la condenación de la ley, sino que está en su custodia. Su libertad ha llegado a un
fin; no se puede mover más libremente; está en una celda esperando el veredicto. Él está bajo la ley.
Este es el primero significado de estar bajo la ley. Posee dos aspectos, como será visto. El
primero es el de estar bajo la condenación de la ley debido a la transgresión. El segundo es el de estar
realmente en custodia de la ley y privado de la libertad. La experiencia enfatiza el punto de que la
libertad está muy aliada a la obediencia, y que la inscripción que podemos ver en muchas cortes,
“Obediencia a la Ley es Libertad”, es más que una frase cliché. Es la más solemne e importante verdad.
Un hombre que está así bajo la ley puede ser legalmente libertado de dos maneras: él puede
cumplir su sentencia, al término de la cual él será nuevamente un hombre libre; o puede recibir un
perdón oficial o ejecutivo. Ser libertado bajo fianza, o ser libertado condicionalmente, es apenas una
libertad temporaria y condicional y no la vamos a considera en este análisis.
Si aplicamos estos dos caminos a un pecador para que gane la libertad ante Dios por haber
quebrado Su ley, reconocemos inmediatamente que no hay ninguna manera en que un pecador pueda
cumplir su sentencia y pueda continuar vivo, porque el salario del pecado es muerte. El único camino,
por lo tanto, por el cual podemos ser libertados, es el ser perdonados. Este perdón Dios se lo da
libremente a todos aquellos que se lo piden con fe, y que cumplen las condiciones sobre las cuales el
perdón es garantizado.
Estas condiciones pueden ser brevemente resumidas así: 1) tristeza por el pecado; 2) confesión,
incluyendo la restitución donde esto sea posible y necesario; 3) sincero arrepentimiento, incluyendo
una determinación de “anda, y no peques más”; 4) reconocimiento público de Cristo. El cumplimiento
de estas condiciones de ninguna manera hace con que el hombre sea “merecedor” del perdón. Solo
hace posible que Dios extienda Su misericordia sobre él. “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y
justo para perdonarnos nuestros pecados, y para limpiarnos de toda injusticia”. 1 Juan 1:9. Este texto
registra la promesa de Dios de perdón y limpieza, y también anuncia la condición sobre la cual es
hecha.
Estas consideraciones nos llevan a la conclusión de que estar “bajo la ley” significa estar bajo su
condenación y en su custodia, que esta condición es traída debido a la transgresión, y que la única
manera por la cual un pecador puede ser libertado, es a través de la gracia de Dios. Esta gracia es
otorgada libremente a todos aquellos que acepten las condiciones para ser completa y totalmente
perdonados.
El Perdón y la Ley.-

El criminal está bajo la condenación de la ley de Dios; el ciudadano bueno no. Pero ambos,
bueno y malo, están bajo la jurisdicción de la ley. El criminal se enfada bajo tal jurisdicción y se siente
bajo continua restricción; el buen ciudadano no siente ningún constreñimiento. Él está bien consciente
de que existe una ley, pero él no siente ningún dese4o de transgredirla. Uno odia la ley; el otro la ama,
porque él sabe que es su protector y amigo, y que puede apelar a ella en caso de necesidad. uno mira la
ley como un enemigo que lo amenaza de quitarle su libertad; el otro la mira como a un amigo que lo
protegerá y lo guiará, y sin la cual ni la vida ni la propiedad están seguras.
El hombre que ha transgredido la ley civil, ha sido colocado en la cárcel, y después ha sido
graciosamente perdonado, por lo cual no solo debiera estar profundamente agradecido a aquellos que lo
perdonaron, sino que debiera mostrar su agradecimiento siendo escrupulosamente cuidadoso en su
conducta, de tal manera que nunca más venga a caer bajo la condenación de la ley. Él debiera
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considerar que la ley que lo condenó también lo perdonó, y que la ley en realidad es su amigo. Esto
puede requerir una elucidación.
Un gobernador tiene el derecho de perdonar solamente si la ley ha hecho una provisión específica
para ello. No puede perdonar indiscriminadamente, sino que solamente tal como lo prescribe la ley. No
puede libertar ciertos prisioneros apenas porque le gustaría hacer eso. Los puede libertar solamente si la
ley le permite hacer eso.
La ley, sin embargo, no perdona compulsoriamente. Ella no dice que el gobernador tiene que
perdonar, sino que dice que puede perdonar. Esto remueve toda posibilidad de que el hombre alguna
vez merezca el perdón. En realidad, el perdón normalmente se basa en el buen comportamiento, pero el
buen comportamiento no lo hace merecedor del perdón. Todo lo que él hace es crear condiciones que
hagan posible el perdón. Esta distinción es vital, y hace el perdón de Dios, y su base, más entendible.
Un cristiano es un pecador perdonado. Es el colmo de la tontería y de la ingratitud que alguien
“hable mal de la ley” (en la Reina Valera dice “murmura de la ley”) (Santiago 4:11), o la mantenga en
contención. Una conducta así reacciona sobre el cristiano, si es que se le puede llamar así, y levanta
una duda en relación a su elegibilidad para ser perdonado.
Es extraño decirlo, pero existen los así llamados cristianos que hacen exactamente esto. Todo lo
que podemos hacer por ellos es orar con Cristo, “Padre, perdónalos; porque no saben lo que hacen”, y
esperar que sus ojos puedan ser abiertos hacia las cosas maravillosas de Dios al perdonar sus pecados.
Podemos pensar en que no hay mayor ingratitud que aquella de un hombre que ha estado “bajo la ley”
y ha sido perdonado, y que siente en la libertad de violar nuevamente la misma ley por cuya
transgresión ha sido justamente perdonado. Eso hace con que la gracia de Dios sea de ningún efecto
para él. Es justamente esto lo que Pablo temía, cuando, en el verso que sigue, donde él se refiere a no
estar bajo la ley sino bajo la gracia, él exclama: “¿Luego podemos pecar, porque no estamos bajo la
ley, sino que bajo la gracia? No lo permita Dios”. Esto le parece tan irracional, que en horror y en
protesta él usa la misma expresión enfática en Rom. 3:31, “No lo permita Dios”. Rom. 6:15.
Algunos han razonado que si el pecado le dio a Dios una oportunidad para manifestar Su gracia,
entonces sería mejor pecar, de tal manera que Dios pudiera tener una oportunidad de administrar Su
gracia. Pablo dice lo mismo: “¿Qué diremos entonces? ¿Continuaremos en pecado, para que la gracia
abunde? No lo permita Dios. ¿Cómo podríamos nosotros, que estamos muertos para el pecado,
continuar viviendo en él?”. Rom. 6:1-2.
El criminal perdonado está bajo la doble obligación de guardar la ley: primero, la obligación
normal de cualquier ciudadano de colocar su influencia al lado de la ley y del orden; y segundo, la
obligación añadida debido a la misericordia extendida hasta él a través del perdón. Por ninguna otra
razón, a no ser por pura gratitud, él está bajo la más solemne obligación de no ofender más.
El pecador perdonado está bajo la misma obligación. Si, después de haber sido perdonado, él aun
persiste en la transgresión, él peca no solamente contra la ley, sino que contra el amor, la misericordia y
la gracia. Él fue perdonado bajo la condición de “anda y no peques más”. Interpretando este versículo,
dice, “no transgredas más la ley”, porque el “pecado es la transgresión de la ley”. 1 Juan 3:4. Un
hombre en realidad puede fallar y pecar aun después de su conversión. Pero él tiene que asegurarse de
que esta transgresión no sea a sabiendas, hecha a “mano alzada”, y tiene que hacer inmediatamente su
pedido de misericordia. Un pecador perdonado que se jacta de no estar bajo la ley, queriendo decir con
esto de que no está bajo la obligación de guardarla, está cercano a la blasfemia. Para él la gracia de
Dios ha sido otorgada en vano.
El verdadero cristiano no está bajo la condenación de la ley, aun cuando esté bajo su jurisdicción.
Habiéndosele perdonado su transgresión a través de la abundante gracia de Dios, él no anda
menospreciando la ley, llamándola de yugo de esclavitud. Él la ama. Para él ella es santa, justa y buena.
Él toma la misma posición que Cristo tomó en relación a la ley. Él no la destruye ni la quiebra. Él la
guarda. “Yo he guardado los mandamientos de Mí Padre, y permanezco en Su amor”. Juan 15:10.
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La Señal y el Sello de Dios

Cuando Dios libertó a Israel de la esclavitud egipcia para hacer de ellos un pueblo peculiar, Él
colocó definitivamente las condiciones sobre las cuales Él sería su Dios. Ellos tenían que “hacer
aquello que es justo a Sus ojos, y... darle oídos a Sus mandamientos, y guardar todos Sus estatutos”.
Exo. 15:26. Los mandamientos aquí mencionados son los diez mandamientos, registrados en Exodo
20, y los estatutos son las leyes acompañantes registradas en Exodo 21 y 23.
Para probar al pueblo, “para probarlos, para saber si andarían en Mí ley o no”, Dios propuso que
lloviese maná del cielo durante seis días cada semana, pero “en el séptimo día, que es el Sábado, en ese
no habrá”. Exo. 16:4, 26. Dios les ordenó que saliesen todos los días para reunir el maná, pero en el
séptimo día no tenían que salir. Con esto Él quería “probarlos”.
La prueba era simple, tan simple como aquella que se le dio a Adán en el jardín del Edén. Era
claramente un asunto de obediencia. Pero no había nada de penuria en ella. La orden podía fácilmente
ser obedecida; y sin embargo constituía una prueba definitiva de la actitud del hombre hacia Dios y Su
ley.
A despecho del mandato dado, “algunos salieron durante el séptimo día para reunir maná pero no
encontraron”. Verso 27. Ahora Dios desafió al pueblo: “¿Hasta cuándo os rehusaréis a guardar Mis
mandamientos y Mis leyes?”. Tanto cuanto nos revela el registro, el pueblo había quebrado solamente
un mandamiento. Pero Dios los acusaba de haber quebrado Sus mandamientos y leyes. Cuando ellos
quebraron el Sábado, evidentemente había algo más envuelto que el mandamiento en cuestión. Era
verdad entonces, así como lo es ahora, que “todo aquel que guarda toda la ley, y sin embargo la ofende
en un punto, es culpable de todo”. Santiago 2:10. Cuando Israel quebró la ley del Sábado, Dios los
consideró culpables de desobedecer a todos Sus mandamientos y leyes.
Debido a su naturaleza peculiar, el mandamiento del Sábado ha sido la prueba de Dios a través de
todas las edades. De hecho, esta parece haber sido la intención de Dios desde el comienzo. Él aun está
probando al hombre, “si es que ellos van a caminar en Mí ley o no”, probándolos en la cuestión del
Sábado. Escuchen estas palabras de Isaías: “Bendito el hombre que haga esto, y el hijo de hombre que
lo abraza; que guarda el Sábado de contaminarlo, y que guarda su mano de no hacer ningún mal”. Isa.
56:2.
Aquí es enfatizado el mandamiento del Sábado, y una bendición es pronunciada sobre aquellos
que lo guardan. Esta bendición es extendida a “los eunucos que guardan Mis Sábados”, y también a
“los hijos de los extranjeros, que se unen al Señor, para servirle, y para amar el nombre del Señor, para
ser Sus siervos, todo aquel que guarda el Sábado de contaminarlo, y abracen Mí pacto; aun a ellos los
llevaré a Mí montaña, y los alegraré en Mí casa de oración; sus holocaustos y sus sacrificios serán
aceptados sobre Mí altar; porque Mí casa será llamada casa de oración para todos los pueblos”. Isa.
56:4, 6-7.
Los eunucos no eran todos los Judíos, y los extranjeros no eran ni Judíos, sino extraños, gentiles.
Pero para ellos la promesa de la bendición de Dios fue extendida bajo la condición de guardar el
Sábado: “Todo aquel que guarde el Sábado de contaminarlo y abrace Mí pacto, aun a ellos Yo los
llevaré a Mí santo monte, y los alegraré en Mí casa de oración”.
No se puede suponer que Dios ofrecería estas bendiciones a los que guardasen meramente el
mandamiento del Sábado, pero que quebraban los otros nueve. Más bien, Dios estaba siguiendo Su
costumbre de hacer del Sábado una prueba, “para probarlos, si van a caminar en Mí ley o no”. Exo.
16:4. Así como a Adán y Eva en el jardín se les dijo que no comieran del fruto prohibido, y de eso fue
hecha una prueba de obediencia general, así Dios ahora hace de la guarda del Sábado una prueba.
Charles Hodge, en su “Teología Sistemática”, Vol. 2, pág. 119, dice lo siguiente de la tentación
en el jardín:
“El mandamiento específico que le presentado a Adán de no comer de cierto árbol, no era por lo
tanto el único mandamiento que se le pidió que obedeciera. Le fue dado simplemente para que fuese la
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prueba externa visible para determinar si querría obedecerle a Dios en todas las cosas. Creado santo,
con todas sus afecciones puras, era la mayor razón por la cual la prueba de su obediencia tenía que ser
un mandamiento externo y positivo, algo que fuese errado simplemente porque estaba prohibido, y que
no fuese malo en su propia naturaleza. Se vería entonces que Adán obedecía por el placer de obedecer.
Su obediencia era más directa hacia Dios y no a su propia razón”.

El Sábado y la Creación.-

El Sábado está íntimamente asociado con la creación. Las majestuosas palabras: “En el comienzo
Dios creó”, son una buena introducción para Aquel que “habló y fue hecho”, que “mandó y apareció”.
Como memorial de la creación Dios instituyó el Sábado y les pidió a los hombres que lo observen.
Al negligenciar el memorial de la creación, el Sábado, los hombres están dispuestos a olvidarse
tanto del Dios de la creación como de la misma creación. El criticismo moderno ha tenido éxito en
ocultar al Dios del Génesis, el cual es el Dios tanto de la creación como de la redención. El dios al cual
adoran los críticos adoran, no es el Dios del Génesis, el cual en seis días hizo los cielos y la tierra, y
todo lo que en ella hay. Aun cuando su dios lo creó todo, lo hizo hace millones de años atrás, cuando
hizo una pequeña chispa de vida, la cual tuvo el poder de sobrevivir. A través de limo, fluidos,
suciedad, peleas y oportunidades, esta pequeña chispa finalmente se hizo dominante, hasta que ahora se
considera a sí misma capaz de enseñarle a su Maestro, contradiciendo las declaraciones de Aquel que
en el comienzo hizo todas las cosas. La crítica no tiene un espacio para ninguna “caída” en el sentido
bíblico de la palabra; consecuentemente no hay necesidad de un Salvador, o Cristo. Consistentemente,
hay poca necesidad de una “cruz”, o de un sacrificio, y los hombres no necesitan ser “salvos”. Así, para
los críticos, estos son conceptos primitivos, los cuales ellos han abandonado hace mucho tiempo. La
evolución es altamente no cristiana, si es que no es definitivamente anticristiana.
Para prevenir, si es posible, que cualquiera de estas teorías sin dios, adquieran importancia, Dios
instituyó el Sábado como un memorial de la creación. Si los hombres hubiesen guardado el Sábado,
nunca habría habido una alta crítica, evolucionismo, o ateísmo, porque el Sábado habría sido para ellos
un continuo recordatorio de Dios y de la creación, y cada semana habría provisto el tiempo necesario
para la contemplación y la adoración. Este mandamiento es la base de todos los demás, en el sentido
que le provee la ocasión y el tiempo para orar y estudiar, para tener una comunión con Dios en el alma,
y ser así un incentivo para una vida santa. Así como María, al sentarse a los pies de Jesús, escogió
aquella buena parte, la cual no le sería quitada, de tal manera que los hombres en el Sábado tienen la
oportunidad, como en ningún otro día, de sentarse a los pies del Maestro. Pero esta “buena parte”
Satanás ha tratado de hacerla desaparecer, y casi ha tenido éxito.

El Sábado una Señal de Santificación.-

El Sábado no es apenas un memorial que apunta hacia la creación. También es una señal del
poder vital del cumplimiento presente, una señal del poder de Dios en la transformación de vidas, una
señal de santidad, de santificación.
Dice Dios: “Y les di Mis Sábados, para que sean una señal entre Yo y ellos, para que puedan
saber que Yo soy el Señor que los santifica”. “Santifiquen Mis Sábados, y serán una señal entre Yo y
vosotros, para que sepáis que Yo soy el Señor vuestro Dios”. “Verdaderamente guardaréis Mis
Sábados, porque son una señal entre Yo y vosotros a través de vuestras generaciones; para que sepáis
que Yo soy el Señor que os santifico”. Eze. 20:12, 20; Exo. 31:13. Estos textos definitivamente
relacionan el Sábado con la santificación. Uno es la señal del otro.
Algunos se pueden extrañar de que pueda haber una conexión entre el Sábado y el Espíritu Santo;
entre santificación y la guarda de un día. ¿Cómo puede el Sábado ser una señal de que el Señor “los
santifica”? Consideremos esto.
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La santificación es el poder de Dios en la vida del individuo aplicado de tal manera que todo el
ser se vuelve dedicado a Dios y a Su servicio. Es una vida dirigida por el Espíritu bajo el absoluto
control de Dios, perfectamente entregada y consagrada. Abraza un intenso deseo de tener comunión
con Dios, una búsqueda de las cortes del Señor, un hambre por la divina palabra, la cual es todo
consumidora. Cristo lo expresó en estas palabras: “El celo de Tú casa me ha consumido”. Juan 2:17.
Una vida así no es un accidente, ni tampoco se consigue a través del esfuerzo o del deseo del
hombre. Es toda de Dios, el cual trabaja en nosotros tanto en el querer como en el hacer de acuerdo con
a Su buen placer. Cuando Dios haya terminado Su obra en nosotros, cuando Él haya reproducido Su
propia imagen en el alma, pondrá Su sello de aprobación sobre la vida consagrada. “Aquel que nos ha
establecido con Cristo, y nos ha ungido, es Dios; el que también nos ha sellado, y nos ha dado la
sinceridad del Espíritu en nuestros corazones”. 2 Cor. 1:21-22. Aquellos que son así sellados, son
“sellados con el Espíritu Santo de la promesa”, “sellados hasta el día de la redención”. Efe. 1:13; 4:30.
El Sábado es la señal de esta santificación. “Es una señal entre Yo y vosotros a través de vuestras
generaciones; para que sepáis que Yo soy el Señor que os santifico”. Exo. 31:13. Es el sello de Dios de
aprobación, impreso sobre el corazón por el Espíritu de Dios.
Porque el Sábado es una señal de santificación, debe incluir desde luego más que la mera
abstinencia de trabajar en cierto día. Es en un sentido muy vital verdadero, que ningún hombre no
regenerado puede guardar santamente el Sábado. Él puede cesar de sus deberes comunes, puede aun ir
a un servicio religioso, pero no le asegura su entrada en el descanso de Dios. Solo un cristiano puede
hacerlo. Solo “los que hemos creído entramos en el descanso”. Heb. 4:3. Solamente aquel que es santo
puede guardar santamente el Sábado. La verdadera guarda del Sábado es un servicio espiritual que
puede ser dado solamente por una persona llena del Espíritu.
Dios toma conocimiento de los pensamientos e intenciones del corazón y también de la
apariencia externa. Como el bautismo presupone una preparación y una condición espiritual, para que
no sea apenas el lavado de las manchas de la carne, así la verdadera guarda del Sábado presupone una
preparación y una condición espiritual, para que el Sábado no sea apenas un día de indolencia y de
inactividad inútil. Que siempre tengamos claramente en la mente que la observancia del Sábado no es
primariamente un asunto de descanso del cuerpo. Al contrario, en muchos casos demanda un mayor
ejercicio físico que en los otros días.
Guardar el día Sábado en forma santa significa entrar en el descanso, en el descanso de Dios.
“Aquel que ha entrado en Su descanso, también ha cesado de sus propias obras, así como Dios ha
cesado de las Suyas”. Heb. 4:10. Dios no descansó porque haya estado cansado. “El Dios eterno, el
Señor, el Creador de los límites de la tierra, no desfallece, ni se cansa”. Isa. 40:28. “Dios descansó el
séptimo día de todas Sus obras”, pero el descanso fue primariamente un descanso espiritual. Heb. 4:4.
Aun cuando Adán descansó con Dios en aquel primer Sábado, ese descanso no fue producido por una
exigencia de un agotamiento físico. Fue primariamente un descanso con Dios, una experiencia
espiritual, un día de comunión e instrucción.
Estas consideraciones dejan claro que la verdadera guarda del Sábado envuelve una completa
dedicación a Dios. El Sábado es un pedacito de cielo transferido a esta tierra. Es una pequeña muestra
de lo que el cielo será. El hombre que lo guarda tal como Dios quiere que sea guardado, tiene que estar
en paz con Dios. No solo su cuerpo tiene que descansar. Más bien, toda su alma, cuerpo, y espíritu
tienen que ser usados en ese día para el servicio de Dios, y toda cosa mundana tiene que ser eliminada.
La mente es probablemente la última cosa sobre la cual obtendremos un control total. Muchos
cristianos pueden controlar, algunos más otros menos, en ciertos grados sus cuerpos y sus deseos.
Algunos pueden controlar sus lenguas y sus temperamentos, aun cuando muchos fallan en esto. Son
pocos, si es que hay algunos, que han alcanzado la norma impuesta por el apóstol Pablo, el cual
considera el poder de Dios suficiente como para “derribar argumentos y toda altivez que se levanta
contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”. 2 Cor.
10:5.
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No es cosa fácil llevar nuestros pensamientos a la cautividad. ¿Quién no se ha encontrado en la


iglesia pensando en cosas que no tienen ninguna conexión con la adoración? Es posible que una
persona vaya al servicio religioso en el Sábado, pero su yo, su corazón, su mente, sus pensamientos,
pueden estar muy lejos. Se necesita un tremendo control, mucho mayor de lo que el ser humano puede
hacer en su propia fuerza, para controlar la mente. Si la guarda del Sábado no incluye el corazón ni la
mente, entonces no es realmente una guarda del Sábado.
En perplejidad podemos todos preguntar, ¿cómo se puede lograr esta forma de guardar el
Sábado? ¿No es esta una norma imposible de ser alcanzada? A esto se puede responder que
probablemente hemos estado satisfechos con una norma muy baja en relación a la guarda del Sábado.
Algunos creen que es suficiente ir a la iglesia el Sábado en la mañana, y cuando ya han hecho eso, se
sienten libres para hacer lo que se les de la gana el resto del día. Otros son más conscientes. Ellos no
irían a profanar el día ni siquiera haciendo viajes ni viendo cosas innecesarias, o durmiendo en esas
preciosas horas. A despecho de esto, ellos sienten que sus mentes vagan, y que hay poco Sábado en el
alma. A veces sus mentes corren desbocadamente y tienen que ser llamadas de vuelta a la normalidad,
pero aun con las mejores intenciones, son incapaces de llevar sus pensamientos a la cautividad de
Cristo. Que la guarda del Sábado en su más alto sentido incluya una mente que permanece en Dios, una
mente que guarda el Sábado así como lo hace el cuerpo.
Para ejercitar la mente de tal manera que permanezca en Dios es uno de los propósitos del
Sábado. Es un día que debiera ser usado para ejercitar la santidad, en comunión con Dios, en practicar
la presencia de Dios. El hombre que tenga éxito en esto, que realmente guarda el Sábado
completamente, ha alcanzado el blanco que Dios le ha colocado por delante. Él está santificado, ha
alcanzado la norma de Dios. Dios puede colocar Su sello de aprobación sobre él, puede colocar Su
nombre en su frente, y exhibirlo al mundo como un producto terminado de lo que el cristianismo puede
hacer por el hombre. Un hombre así ha usado el Sábado de acuerdo con el propósito en que este fue
hecho; consiguió cumplir con lo que Dios tenía en mente; se ha vuelto la señal y el sello de la
santificación, y Dios lo considera Suyo.
“Yo les di Mis Sábados, para que sean una señal entre Yo y ellos, para que sepan que Yo soy el
Señor que los santifica”. Eze. 20:12. Así como los hombres son instruidos en justicia en el Sábado
cuando van a adorar; así como Dios graciosamente se acerca en ese día como en ningún otro; así como
los pecados les son revelados, para que puedan renunciar a ellos; así como la santidad es mantenida
delante de ellos como siendo algo posible de ser alcanzado; así como la convicción les viene de que la
guarda del Sábado debe incluir el corazón, la mente, el alma y el cuerpo; así como repentinamente se
les ilumina la mente y llegan a la conclusión de que todo pensamiento tiene que ser llevado a la
cautividad de Cristo; así como la norma es constantemente elevada y ellos gritan a Dios pidiendo
ayuda, los hombres comienzan a entender la tremenda influencia que tiene la guarda del Sábado en el
cristianismo. Muy luego comprenden cuán íntimamente ligados está la santificación y el Sábado, y
cómo el Sábado puede ser una señal de que tienen que conocer que el Señor es su santificador. Para
ellos la guarda del Sábado y la santificación se vuelven sinónimos, porque entienden que solo el
hombre que está completamente santificado puede guardar el Sábado tal como Dios quiere que sea
guardado.
Aun cuando hemos enfatizado el aspecto espiritual del Sábado, y que es una señal entre Dios y
Su pueblo, en otro aspecto el Sábado es una señal para el mundo. Entre Dios y Su pueblo el Sábado es
una señal de santificación; entre en pueblo de Dios y el mundo el Sábado es una señal de separación,
una marca de distinción entre aquellos que le obedecen a Dios, que han salido del mundo para entrar en
el descanso celestial, y aquellos que son descuidados y desobedientes. Tan ciertamente como Dios en
los tiempos antiguos usó el Sábado para “probarlos, para ver si andarían en Mí ley o no”, así Dios usa
el Sábado ahora. Exo. 16:4. Esto se hace evidente a través del estudio de la última iglesia tal como ha
sido caracterizada en el libro de Apocalipsis.
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La Última Iglesia.-

El capítulo 14 de este libro nos trae un pueblo que permanece en pie con el Cordero sobre el
monte Sión. Ellos son sin mancha, sin falta, son totalmente dedicados a Dios, siguen al Cordero
dondequiera que Él vaya. Versos 1-4. Este mismo pueblo es mencionado en el capítulo 7 como
habiendo sido sellado con el sello del Dios viviente en sus frentes, y en el capítulo 14 son vistos con el
nombre del Padre escritos ahí. Apoc. 7:1-4. Evidentemente que existe una íntima conexión entre el
nombre del Padre y el sello.
El Espíritu Santo está íntimamente conectado con el sello de Dios. “Seréis sellados con el
Espíritu Santo de la promesa”. “No contristéis el Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados
hasta el día de la redención”. Efe. 1:13; 4:30.
Debe observarse que mientras estos pasajes no dicen que el Espíritu Santo sea el sello en Sí
mismo, sí afirman que el Espíritu es el medio que Dios usa para imprimir el sello. Somos sellados con
y por el Espíritu de Dios.
El sustantivo griego traducido como “sello” y su verbo, poseen en su raíz el significado de
“cercar”, “encerrar”, con el propósito de proteger contra una mala apropiación, para mantener algo
seguro, para preservarlo. Así, cuando un sello es colocado en algún documento, sirve para proteger ese
documento contra falsificaciones, lo guarda, tal como está, y testifica de su pureza, y hace con que el
fraude sea peligroso, sino imposible. Un sello también es una señal de aprobación, un atestado de
verdad y de genuinidad, una marca de autoridad y de pertenencia, una prueba de calidad.
“A este selló Dios el Padre”. Juan 6:27. Cristo está aquí hablando de Sí mismo. Él declara que Él
ha sido sellado por el Padre. Entendemos que esto quiere decir que Cristo tiene la aprobación del Padre,
que cualquier cosa que el Hijo haya hecho, satisface al Padre y lo complace, y que apoya la obra de
Cristo.
De la misma manera entendemos que los 144.000 mencionados en Apocalipsis poseen el apoyo
del Padre. Ellos son sellados con el sello del Dios viviente; ellos poseen el nombre del Padre en sus
frentes; son aprobados por Él. Son sin falta; guardan los mandamientos de Dios. Apoc. 14:12.

Los Mandamientos de Dios.-

Esto último es importante. Creemos que estamos viviendo en los últimos días, y que la iglesia
mencionada en Apocalipsis 14 es la última iglesia de Dios en la tierra. Esto es evidente a partir de las
declaraciones que siguen a continuación. Se ve una nube blanca, “y sobre la nube Uno parecido al Hijo
del hombre sentado”, tras lo cual viene el fin del mundo. Apoc. 14:14-16. La iglesia que guarda los
mandamientos de Dios es la última iglesia de Dios en la tierra.
Las características distintivas de esta iglesia es que “guardan los mandamientos de Dios, y la fe
de Jesús”. Verso 12. Esta es una declaración extraordinaria, teniendo en vista las condiciones actuales.
Pocas iglesias en este tiempo aprecian los mandamientos de Dios. Están más bien inclinados a
deshacerse de ellos como de aquellos que los guardan y así lo enseñan a los hombres. La principal
distinción entre aquellos que guardan los mandamientos y aquellos que no los guardan, es el Sábado.
Esta distinción está tan clara ahora como cuando Dios hizo del Sábado una señal, para que sepáis que
Yo soy el Señor vuestro Dios”. Eze. 20:20. El Sábado aun es una señal, una marca de distinción, que
hace la diferencia entre aquellos que sirven y obedecen al Señor, y aquellos que obedecen a una
promulgación humana patrocinada por el hombre de pecado. El Sábado es una señal de “que Yo soy el
Señor vuestro Dios”. Es la señal de Dios, Su marca distintiva.
Es interesante observar que el mandamiento del Sábado es el único mandamiento en la ley que
contiene el nombre de Dios a quien servimos, y lo define como siendo el Creador. Otros mandamientos
mencionan a Dios, pero el cuarto es el único que Lo distingue de los así llamados dioses, y Lo señala
como Aquel que en seis días hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay.
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“El Señor es el verdadero Dios, es el Dios viviente, y el Rey eterno... Él ha hecho la tierra por Su
poder, Él ha establecido el mundo por Su sabiduría, y ha hecho los cielos por Su discreción”. Jer.
10:10-12. Por otro lado, “los dioses que no han hecho los cielos ni la tierra, aun ellos perecerán de la
tierra”. Verso 11. Pero, “Yo soy el Señor que hago todas las cosas, que hago el cielo solo; que
distribuyo la tierra por Mí mismo”. Isa. 44:24.
Aquí Dios hace una distinción entre Él mismo y otros así llamados dioses. Y la distinción que Él
hace es que Él es el Creador, Él hizo los cielos y la tierra, y Él lo hizo “solo”. Los otros dioses
que no hicieron los cielos ni la tierra tienen que morir.
Es esta distinción que el cuarto mandamiento hace resaltar. Y es el único mandamiento que lo
hace. Revela al Dios verdadero y viviente dando Su nombre, dando la extensión de Su reino, y
diciéndonos que el Dios del Sábado es el Dios que creó todas las cosas, y que por lo tanto es el justo
gobernante de todo. El Dios “que te formó” es el mismo Dios que “te redimió”. Isa. 43:1. Esto es, Dios
es tanto el Creador como el Redentor. “No hay dios fuera de Mí; un Dios justo y Salvador; no hay
nadie fuera de Mí. Miradme, y sed salvos, todos los confines de la tierra; porque Yo soy Dios y no hay
otro”. Isa. 45:21-22.
En estos textos, como también en otros, la creación y la redención son colocadas juntas. Ambas
son realizadas por el mismo Dios. Como un memorial de la creación Él instituyó el Sábado, y Él hizo
este mismo Sábado una señal de la redención, “una señal entre Yo y vosotros, para que sepáis que Yo
soy el Señor que los santifico”. Eze. 20:12. El Sábado, por lo tanto, se vuelve una señal de toda la
actividad de Dios, de Su poder creador en el universo, y de Su poder recreativo en el alma. Fuera de
este, no hay otros poderes.
El mandamiento del Sábado contiene todos los constituyentes de un sello: el nombre de Dios está
ahí; Su territorio y su extensión son mencionados, cielo y tierra; Su doble obra es registrada: Él es
creador y también es “tú Dios”, esto es, Él es Creador y también Redentor. Estas tres especificaciones,
el nombre, el territorio y la obra o posición de aquel a quien le corresponde la inscripción, constituyen
lo esencial de un sello. Estas características se encuentran todas en el mandamiento del Sábado.
Analizando el sello de Dios, hay otra declaración que también debiéramos llevar en
consideración. Esta se encuentra en 2 Tim. 2:19, y dice así: “Pero el fundamento de Dios está seguro,
teniendo este sello, el Señor conoce a los que Le pertenecen. Y, que todo aquel que invoca el nombre
de Cristo se aparte de iniquidad”.
El sello, tal como ha sido descrito aquí, posee dos aspectos; primero, “el Señor conoce a los que
Le pertenecen”; segundo, “que todo aquel que invoca el nombre de Cristo se aparte de iniquidad”.
La primera inscripción nos informa de que aun cuando el Sábado es una señal de que “tenéis que
conocer que Yo soy el Señor” (Exo. 31:13), de la misma manera “el Señor conoce a los que Le
pertenecen”. El pueblo de Dios sabe que no es a través de ellos mismos que se produjo la santificación.
Ellos saben que es el Señor que los santificó. Y Dios sabe quiénes son.
La segunda inscripción nos informa que todo aquel que invoca el nombre del Señor tiene que
apartarse de la iniquidad; esto es, que todos los que llevan el nombre de Dios, que lo llevan escrito en
sus frentes, han cesado de pecar. Son santos, son sin falta aun delante del trono de Dios. Apoc. 14:5.
Cuando resumimos lo que hemos aprendido en relación a la señal y al sello de Dios, encontramos
lo siguiente: justo antes de la venida del Señor en las nubes del cielo, Dios tendrá un pueblo, una
iglesia, que reflejará Su imagen completamente. Ellos llevarán Su sello de aprobación, serán sellados
con el sello del Dios viviente, tendrán el nombre del Padre en sus frentes, guardarán los mandamientos
de Dios y la fe de Jesús. La marca distintiva entre ellos y los cristianos nominales será la cuestión del
Sábado. Esto, sin embargo, será más que la cuestión de un día, porque para la iglesia de Dios el Sábado
no es apenas el memorial de la creación; también es una señal de santificación. Serán un pueblo santo,
sin mancha ni contaminación, sin siquiera una falta. Conocerán a Dios, y serán conocidos por Él. Se
abstendrán de iniquidad, de pecado, y Dios los aprobará de tal manera que colocará Su nombre en sus
frentes, y así serán sellados hasta el día de la redención, sellados con el Espíritu Santo de la promesa, y
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llevarán la señal o sello de la santificación, todo lo cual está incluido en la guarda de los mandamientos
de Dios y la fe de Jesús. El Sábado será la señal externa, la marca, el sello, que los distinguirá de
aquellos que no obedecen ni reconocen los mandamientos de Dios. Pero para la iglesia el Sábado
tendrá un significado más profundo que el de apenas una marca distintiva. Para ellos significará
santificación, y será la señal entre ellos y Dios, que los marca como siendo de Él.

La Reforma del Sábado

“El séptimo día es el Sábado del Señor tu Dios”. Estas palabras hacen parte del cuarto
mandamiento tal como este está registrado en Exodo 20. Cualquier cosa que los hombres puedan
pensar o hacer en relación al Sábado, estas palabras permanecerán para siempre como un testimonio de
la verdad de Dios. El séptimo día es el Sábado. Ante esta declaración, no es fácil que un cristiano diga
que el séptimo día no es el Sábado. Es demasiado contradecir a Dios.
Si la cuestión del Sábado es tan importante como nuestro estudio de él parece indicar, podremos
esperar que Dios, de alguna manera, llamará la atención del mundo, para que todos sepan y actúen de
acuerdo al conocimiento. No podemos suponer que Dios proclamará el Sábado a Su pueblo como una
parte integral de la ley moral, y entonces permita que esta verdad sea enterrada bajo una masa de
tradición mientras un poder opositor erige otro memorial y lo coloca como si fuese de Dios. Es de la
incumbencia de Dios ver que la basura sea barrida y que las preciosas joyas de Su verdad sean
reveladas. No podemos concebir que Dios le revele la verdad al mundo y después no se importe con lo
que le suceda. El mismo Dios que dio la semilla tiene que ver que sea regada y que produzca frutos.
Al decir esto, no le estamos mandando a Dios ni le estamos diciendo lo que tiene que ser hecho,
sino que apenas estamos razonando desde un punto de vista humano. Cuando entonces entendemos lo
que aquí estamos proponiendo es exactamente lo que Dios va a hacer, nos animamos y vemos que es
posible que los hombres puedan pensar de la manera que Dios piensa.
Dios no permite que Su verdad sea enterrada para siempre. Mucho antes que un evento
acontezca, si es algo que tiene que ver con alguna profecía, Dios le envía palabras al hombre en
relación a eso. “Él le revela Sus secretos a Sus siervos los profetas”. Amós 3:7. Lo que es revelado
puede ser olvidado, mal interpretado y rechazado, pero Dios, que dio la palabra, ve que en el tiempo
apropiado sea proclamada Su palabra al mundo. Cuando se acerca el tiempo, los hombres se levantan
para dar la advertencia, y hasta los extremos de la tierra resuena el llamado de Dios. La obra de Dios no
será hecha, y no será terminada, en una esquina. La tierra será iluminada con la gloria y con el
conocimiento de Dios, “así como las aguas cubren el mar”. Así ha sido, y así será.

La Necesidad del Mundo.-

Los tiempos en los cuales vivimos indican la necesidad de llamar la atención a la ley de Dios.
Prevalece la falta de ley en una extensión sin precedentes. No es suficiente decir que siempre ha habido
crimen. Eso, desde luego, es verdad. Pero a la luz de la educación moderna y de la inteligencia general,
el crimen ha tomado una nueva fuerza, hasta que desafía gobiernos organizados. Si a esto se le añade el
hecho de que los gobiernos en sí mismos le están dando cabida a fuerzas enemigas a los mejores
intereses del estado, vemos que hoy nos enfrentamos cara a cara con una situación que demanda un
retorno a la ley y al orden, y lo presagia.
A menos que tomemos el punto de vista de que Dios ha abandonado el mundo a su suerte,
tenemos que creer que Dios mide Sus mensajes de acuerdo con las necesidades de la hora. Hay tiempos
en que los mensajes de consolidación son necesarios, y Dios en Su gracia les dice a los profetas que
conforten a Su pueblo. Hay tiempos cuando se necesita la reprobación, y Dios habla en forma aguda y
alta y no se calla. Hay tiempos en que algún desastre le sobreviene a una ciudad o a una nación, y Dios
les envía un mensaje de advertencia e instrucción.
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Si tuviéramos que juzgar a través de las condiciones de la tierra hoy, donde la carencia de ley
anda desenfrenada en todas partes, donde la fe desaparece de los corazones de los hombres, y el
escepticismo, el cinismo, y el agnosticismo toman sus lugares, diríamos que la necesidad del mundo
hoy es el evangelio de Jesús, el evangelio de la fe, de la esperanza, y del ánimo hacia una humanidad
desanimada y descorazonada, y que la ley una vez más tiene que tronar desde el Sinaí, con toda su
majestad, para impresionar a los hombres de que Dios está al cuidado, que la ley no puede ser
transgredida impunemente, y que los hombres tienen que volver a respetar la ley de Dios, o perecer.
Diríamos que los hombres necesitan que la ley les sea predicada, para despertarles el sentido del
pecado y de la condenación, y también el evangelio, en su pureza original, como un bálsamo sanador
para almas contusionadas. Ambas cosas, la ley y el evangelio, son los medios señalados por Dios para
sanar los destrozos del pecado, y, correctamente aplicados, curarán no solo las enfermedades del
pecador individualmente, sino que también aquellos del mundo.
Pero, dice uno, no hay nada nuevo en esto. Esto lo admitimos. No hay ningún otro nombre bajo el
cielo dado entre los hombres a través del cual podamos ser salvos. No hay ningún otro remedio a no ser
el evangelio. Así como en la antigüedad, tiene que haber una convicción del pecado; el individuo tiene
que ser traído cara a cara a enfrentarse consigo mismo, en el espejo de la ley, tiene que llorar en agonía
de alma, “¡Oh miserable hombre que soy!”. Y entonces tiene que recibir la preciosa palabra de perdón
y paz.
Esta simple presentación de la ley de Dios y la fe de Jesús es necesaria en el mundo hoy en día,
tanto como antes. Los hombres se están olvidando de la ley. No es predicada desde el púlpito; no es
practicada en el banco de iglesia. Hubo un tiempo en que el ministro tenía una permanente fe en los
mandamientos como siendo la norma de justicia. Como resultado de esta creencia y de su predicación,
los hombres tenían respeto, no solo por la ley de Dios, sino que también por la ley humana. Cuando los
ministros dejaron de predicar la ley, cuando comenzaron a predicar que había sido abolida, los hombres
llegaron a la única conclusión que podían llegar a partir de esa enseñanza; esto es, que la ley no es
importante, y que puede ser transgredida impunemente.
A partir de esto, dieron otro paso lógico. Si la ley de Dios no es importante, si los diez
mandamientos no son más válidos, ¿la ley del hombre tiene que ser respetada? No creemos que al final
de cuentas el ministro de hoy pueda escapar de la responsabilidad de habernos quedado sin ley. No
queremos colocar toda la responsabilidad sobre ellos, pero creemos que en una crisis, cuando todo el
mundo apoya la falta de ley y el crimen, tenemos el derecho a esperar que el ministro de Dios se
levante a favor de la ley y del orden, que levante una poderosa voz de protesta contra el pecado y la
transgresión, y no vemos cómo podrán hacer esto consistentemente, mientras repudian la ley de Dios.
Creemos que la enseñanza de la abrogación de la ley de Dios está trayendo sus frutos de falta de ley
generalizada, y le aconsejamos a todo siervo de Dios que está en alguna posición de responsabilidad a
pesar cuidadosamente su deber al respecto. Si se hace referencia a la ley de Dios en forma irrespetuosa
desde el púlpito, si la guarda de los diez mandamientos es considerada anticuada e incompatible con la
fe en el evangelio, ¿cómo puede la falta de respeto por la ley ser el resultado de esa enseñanza? ¿Cómo
puede el profesor escapar de esa responsabilidad? Desde nuestro punto de vista una gran
responsabilidad descansa sobre el ministro de hoy, para deshacer en la medida de lo posible, el daño
que ya se ha hecho, y que se haga escuchar la voz de Dios desde cada púlpito del país, para que Dios
pueda proteger a Su pueblo y que no de Su herencia al reproche.

La Ley y el Evangelio.-

Pero predicar la ley, importante como eso es, no es suficiente. La verdad, donde ha habido
negligencia, es que necesitamos una diligencia incrementada; y donde la ley ha sido negligenciada, se
necesita un énfasis especial para con ella. Sin embargo, la predicación de la ley no es suficiente. Los
diez mandamientos necesitan ser resonados en los oídos de los pecadores, para despertarlos a un
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sentido de su condición y hacia una necesidad de un Salvador; pero predicar solo la ley, y no el
evangelio, resultará en desespero. La ley y el evangelio son los dos elementos necesarios para la
salvación. Son como las dos alas de un pájaro, ambas son necesarias para volar, una tanto como la otra.
Son como los dos remos de un bote, ambos necesarios para poder avanzar.
El mundo necesita el evangelio hoy más que nunca. Donde abunda el pecado, la gracia tiene que
abundar mucho más. Y el pecado abunda hoy. No está escondiendo la cabeza ni escabulléndose como
en las generaciones anteriores. Es desenfrenado, descarado, agresivo, ostenta sus mercaderías, para que
todos puedan verlas. Ha entrado finamente en la sociedad, es invitado a los palacios de los reyes, es un
convidado de honor en muchos banquetes, es un amigo íntimo en muchos hogares, un profesor popular
en muchos colegios. Cuando es condenado desde el púlpito, camina del brazo con el feligrés fuera de la
iglesia; cuando es deplorado en la corte legislativa, va hasta la casa del oficial en la noche con una
invitación especial; desterrado a través de acuerdos internacionales, preside el concilio armamentista;
predicado en su contra a través de miles de obispos, se complace en unirse a ellos repudiando y
aboliendo la ley. Todo junto, el pecado ocupa un lugar importante en la vida de hoy, y en muchas
partes ha tenido éxito en hacerse a sí mismo respetable. Esto hace con que su influencia sea muy
insidiosa.
No hay ninguna ayuda para esas condiciones que el evangelio en su pureza y poder. Los hombres
han tratado de usar los más diversos remedios, pero no han encontrado ayuda en ellos. Hubo un tiempo
en que se pensaba que la ignorancia era la causa primaria del pecado, y que la educación era el
remedio. Pero esto ha probado ser una vana esperanza. La educación sin el balance de la religión,
puede hacer más mal que bien. Puede hacer con que un hombre bueno sea mejor, pero tiende a hacer un
hombre malo, peor aun. Cuando antes los hombres estaban limitados en su maldad por la falta de
conocimiento, ahora están capacitados para hacer mucho más mal y perpetrar una crueldad mucho más
cruel, debido a las ventajas que les suministra la educación moderna. Un criminal ignorante es una
amenaza; uno educado es una amenaza mucho mayor en proporción a su conocimiento.
Cuando declaramos que el único remedio para las condiciones del mundo hoy en día es el
evangelio, no estamos queriendo decir que deba ser un evangelio de pura leche, un evangelio debilitado
de sentimentalismo enfermizo y trivial, o de algún apelo errático, o algunas veces erótico, hacia una fe
irrazonable en lo sobrenatural. Lo que queremos decir es un evangelio con espina dorsal, una fe robusta
en un Dios personal, una confianza implícita en un Salvador divino, un conocimiento humilde de la
culpa personal y una aceptación del perdón, un reconocimiento del deber como también del privilegio,
y un esfuerzo agresivo para ayudar a diseminar las buenas nuevas de la salvación hasta los confines de
la tierra.
A medida que el pecado toma nuevas formas, las armas del cristiano no deben conformarse al
padrón de la guerra en la cual está inmerso. Una armadura protectora no es suficiente. También
necesitamos armas de ataque. El cristianismo no es neutro ni negativo. No es flemático ni letárgico. Es
positivo, viril, fuerte, agresivo. Como a menudo es el caso en una guerra real, así lo es en la guerra del
cristiano, la mejor defensa es el ataque. Puede haber habido un tiempo en que fuese necesario una
benignidad. No podemos despreciar esto. Pero el tiempo ahora demanda campañas ofensivas, que la
fortaleza de Satanás sea invadida y sus defensas sean derribadas, y que la guerra sea abierta.
Durante mucho tiempo las fuerzas de Cristo han tomado una actitud apologética. Ahora Dios
llama a la acción. Aun necesitamos las virtudes cariñosas que siempre están asociadas con el evangelio,
tal vez ahora más que nunca. Pero a esto hay que añadir la agresiva “fe que no retrocederá”, que
actuará y se atreverá por Cristo, la fe de la lealtad y del optimismo, la fe persistente, la fe victoriosa. La
actitud derrotista tiene que ser derrotada, el medio apologético descartado, y la iglesia de Dios debe
avanzar en la fuerza de un seguro propósito, levantando la bandera: Los Mandamientos de Dios y la Fe
de Jesús.
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Los Mandamientos de Dios.-

Esta última expresión fue tomada del libro de Apocalipsis, y describe exactamente lo que es
necesario hoy en día. El texto completo dice. “Aquí está la paciencia de los santos; aquí están aquellos
que guardan los mandamientos de Dios, y la fe de Jesús”. Apoc. 14:12. En esto es revelado el
evangelio completo, el evangelio para un tiempo como este. Examinemos la declaración.
“Aquí está la paciencia de los santos”. La palabra “santos” es la misma palabra que en otras
partes es traducida como “santo”, la palabra griega hagios. Es usada en expresiones como “Padre
santo”, “el santo niño Jesús”, “el templo de Dios es santo”, “santo y sin mancha”, “preséntate santo y
sin macha”, “aquel que os ha llamado es santo”, “los santos hombres de Dios hablaron”, “santo es Su
nombre”. Juan 17:11; Hechos 4:27; 1 Cor. 3:17; Efe. 5:27; Col. 1:22; 1 Pedro 1:15; 2 Pedro 1:21; Luc.
1:49. Por lo tanto estamos bien en creer que a los que aquí se hace referencia son santos en el verdadero
sentido de la palabra, que son santificados y santos, sin mancha y sin contaminación.
Los santos de los cuales se está hablando guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús.
Para algunos esto puede parecerles una extraña declaración, porque la teología popular no combina la
guarda de los mandamientos con la santidad. Más bien, muchos que reclaman santidad repudian
totalmente los mandamientos de Dios, y parecen mantenerse alejados de todo aquello que tenga sabor a
ley. Pero no sucede eso con Dios. Cuando Él desea definir a aquellos que realmente son santos, cuando
quiere mostrar aquellos que realmente son santos a la vista del cielo, Él dice que guardan los
mandamientos de Dios. La verdadera santificación y los mandamientos siempre van juntos.
El capítulo del cual citamos el texto bajo consideración comienza dando una descripción del
Cordero de Dios en pie en el monte Sión, “y con él 144.000, que tenían el nombre de Su Padre escrito
en sus frentes”. Apoc. 14:1. Se dice de ellos que “no se habían contaminado con mujeres; porque son
vírgenes. Estos son aquellos que siguen al Cordero dondequiera que Él vaya. Estos fueron redimidos de
entre los hombres, siendo las primicias de Dios y del Cordero. Y en sus bocas no se halló macha;
porque están sin falta delante del trono de Dios”. Versos 4-5. Ellos son los mismos que aquellos “que
guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús”. Verso 12. Sin duda son también aquellos que son
mencionados en Apoc. 12:17, como siendo “el remanente de su semilla, los cuales guardan los
mandamientos de Dios, y tienen el testimonio de Jesús”.
Este remanente es generalmente considerado como siendo el último pueblo de Dios en la tierra,
aquellos que viven justo antes del aparecimiento del Hijo de Dios en las nubes del cielo. la palabra
“remanente” parece indicar esto, aun cuando no dependemos de esta única expresión para tener este
punto de vista. Todo el contexto da la misma impresión. Los mensajes de los tres ángeles mencionados
en Apocalipsis 14 son los últimos mensajes enviados a la tierra antes de la venida del Señor.
Inmediatamente después de su proclamación, Juan dice: “Miré, y he aquí una nube blanca, y sobre la
nube uno sentado como Hijo del hombre, teniendo en Su cabeza una corona dorada, y en Su mano una
afilada hoz... Y Aquel que estaba sentado sobre la nube metió Su hoz sobre la tierra; y la tierra fue
segada”. Versos 14-16. Parece estar entonces claro que el remanente del pueblo de Dios, aquellos que
viven justo antes de la venida del Hijo del hombre, la última generación de la tierra, habrán conseguido
una vida santificada, y guardarán los mandamientos de Dios.
Nosotros creemos que estamos viviendo cerca del tiempo cuando debemos esperar ver el Hijo del
hombre viniendo en las nubes del cielo. Es en este tiempo que la marca distintiva de aquellos que son
santificados aparecerá guardando los mandamientos. Por lo tanto es evidente que la ley tiene que volver
a su lugar nuevamente. antes que pueda producirse un pueblo que guarde los mandamientos, debe
haber una predicación sobre los mandamientos, debe haber un despertamiento por parte del pueblo de
Dios en relación a los reclamos de la ley de Dios. Podemos entonces esperar un reavivamiento
mediante el estudio de la ley antes de la venida del Señor, y este reavivamiento será tan difundido que
alcanzará a todas las naciones y pueblos, de los cuales el remanente será sacado.
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Podemos esperar más aun. A medida que el pueblo estudie la ley, naturalmente su atención será
llamada al hecho de que ellos no están santificando el día que el mandamiento les pide que lo guarden
santo. Esto los llevará a profundizar más aun la verdad, y esta búsqueda los llevarán a otras verdades,
las cuales han estado escondidas durante varias generaciones. A medida que la verdad del Sábado
resplandezca sobre ellos, serán llevados naturalmente a considerar la cuestión de la creación, la cual
está íntimamente ligada a esto. Siendo creyentes de la Biblia, ellos permanecerán firmes con el relato
dado en Génesis en relación a la creación, y se opondrán diametralmente a cualquier doctrina que sea
evolucionista en origen o en tendencia.
Un pueblo así se desarrollará creyendo en la Biblia, siendo fundamentalistas, guardan los
mandamientos de Dios y observan el séptimo día Sábado. Este pueblo será sellado con el sello de Dios;
tendrán el nombre del Padre en sus frentes, y serán sin mancha o arruga, o cualquier cosa semejante.
Estarán sin falta delante del trono de Dios.

La Paciencia de los Santos.-

Lea nuevamente la descripción del pueblo que tiene la aprobación de Dios: “Aquí está la
paciencia de los santos; aquí están aquellos que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús”.
Observe: ellos son santos, esto es, son santificados, son santos. Ellos poseen paciencia, o, como lo
expresan las palabras, resistencia, fuerza, tenacidad. Ellos guardan los mandamientos. Poseen fe.
La primera característica aquí mencionada es la de la paciencia. Esta palabra ha sido mal
interpretada, ya que generalmente se piensa que es lo opuesto a impaciencia. No estamos negando que
tenga este significado, pero solo en un sentido secundario. La palabra normalmente posee un
significado más amplio, que tal vez sea mejor traducido como “resistencia”. Young la traduce así y
también Rotherdam. La American Revised Version coloca en el margen “lealtad”. En el texto:
“Corramos con paciencia la carrera que está delante de nosotros” (Heb. 12:1), el significado no es de
no debemos ser impacientes para correr, sino que tenemos que correr con resistencia, con coraje, con
lealtad, no debemos desistir, sino que proseguir, cualesquiera que sean los obstáculos.
La palabra posee el mismo significado en Heb. 10:36, donde dice: “Necesitáis de paciencia, para
que, después de haber hecho la voluntad de Dios, podáis recibir la promesa”. El significado aquí no es
que nos volvamos impacientes, aun cuando esto sea verdad, sino que si es que vamos a recibir la
promesa, tenemos que tener resistencia, no debemos desistir, tenemos que seguir lealmente adelante.
En todo el Nuevo Testamento el significado es el mismo, salvo en dos casos.
Cuando nuestro texto, por lo tanto, habla de la paciencia de los santos, se refiere a su lealtad, a su
perseverancia, a su “constante ánimo”, a su optimismo, a su resistencia. Así, la palabra en una historia
en sí misma a respecto de lo que los santos han pasado. Han sido probados al máximo. Han sido
tentados para que desistan. Han permanecido cara a cara con obstáculos que parecían intransponibles.
Pero no se desanimaron. No desistirán. Cuando la fe se desvanece, y parece que no va a resistir más,
ellos no fallaron. Con Cristo, decidieron que no iban a fallar jamás ni se iban a desanimar.
Los versos que preceden Apoc. 14:12 nos dan cierto indicio de la batalla por la cual han pasado
los santos. Han sido enfrentados con la alternativa de recibir la marca de la bestia en sus frentes o en
sus manos, o de ser matados. Apoc. 14:9; 12:15-17. Han tenido que enfrentar la cuestión de la
adoración de la bestia y de recibir su marca, de ser incapaces de comprar ni vender. Apoc. 12:17. Si no
adoran la bestia, el decreto de la bestia será que deben ser muertos. Si adoran la bestia, Dios decreta
que tendrán que beber de la ira de Dios. Apoc. 14:15, 10. Esto los coloca en un serio dilema. Pero no
titubearon. Cuando terminó la batalla, ellos tenían en sus frentes, no la marca de la bestia, sino que el
nombre de Dios. Apoc. 14:1. Han ganado una victoria completa. No desistieron. Perseveraron. Han
mostrado que pudieron soportar cualquier prueba. Tuvieron la paciencia, la lealtad, la resistencia, de los
santos.
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Hemos analizado la segunda declaración de nuestro texto, de que estas personas son santas, son
santificadas. Ellos han estado en Babilonia, pero han salido de ella. Apoc. 14:8; 18:4-5. En tiempos en
que los hombres y las naciones bebían “del vino de la ira de su fornicación”, ellos “no se contaminaron
con mujeres; porque son vírgenes”. Apoc. 14:8, 4. Bajo una gran tensión y tentación ellos
permanecieron puros, física y espiritualmente. Ellos eran santos, pero no porque hayan sido protegidos
con una coraza contra las tentaciones, porque han sido expuestos a todo tipo de tentaciones, y han sido
amenazados a menos que cedieran. Pero nada pudo moverlos. Ellos conocían en quién habían creído, y
permanecieron firmes.
Estos santos guardan los mandamientos. Tiene que haber un significado especial en esta
declaración. En vista de los tiempos en que ellos viven, solo puede haber un mandamiento al cual se
hace referencia aquí. Ningún cristiano pensará en robar o jurar sin que se avergüence de eso. Es
impensable que un cristiano piense en quebrar el séptimo mandamiento. Pero cuando llegamos al
séptimo día, el asunto es diferente. Ese día algunos lo quiebran y aun piensan que son buenos
cristianos. ¿Cómo puede ser esto? ¿Por qué quebrar un mandamiento y no los demás? Los santos
“guardan los mandamientos”. Uno de estos mandamientos es el cuarto. Ellos guardan ese junto con los
demás. Los guardan todos.

El Sábado Restaurado.-

Encontramos un texto interesante en el capítulo 58 de Isaías, al cual ahora le llamamos la


atención. Todo el capítulo se dirige al pueblo de Dios el cual demuestra un encomiable interés en
muchas cosas, pero fallan en algunos asuntos vitales.
Al profeta se le dice que le muestre el pueblo de Dios “sus transgresiones, y a la casa de Jacob
sus pecados”. Ellos buscan al Señor diariamente, y se alegran en conocer Sus caminos y en acercarse a
Dios. Versos 1-2. Pero están perplejos porque Dios parece no reconocerlos. “¿Para qué hemos
ayunado”, dicen ellos, “y Tú no lo ves? ¿Por lo cual hemos afligido nuestra alma, y Tú no tomas ni
conocimiento?”. Verso 3. Ellos son lo que se podría llamar buenas personas; se alegran en Dios y en
Su servicio; afligen sus almas. Pero hay algo errado, porque Dios no ve ni toma conocimiento de ellos.
El Señor ahora llama la atención hacia sus fallas. Si realmente quieren saber por qué Dios se
mantiene distante, Él se los hará saber. Ellos han disfrutado de sí mismos, mientras otros han sufrido.
Ellos realmente han ayunado, pero no ha sido el tipo de ayuno que le agrada a Dios. El verdadero
ayuno, dice Dios, consiste en hacer el bien, en ayudar al pobre, en aliviar al oprimido, en compartir
nuestro pan con el hambriento, y en vestir al desnudo. Si el pueblo hiciese eso, grandes bendiciones les
sobrevendrían. Les volvería la salud, les llegaría la luz de Dios, justicia y gloria sería su retaguardia, y
Dios oiría nuevamente sus oraciones y se les acercaría. Sus almas estarían satisfechas porque no
estarían en sequía, y el Señor los guiaría continuamente. Versos 6-11.
Ahora viene el texto al cual queremos llamarle la atención. “"Reedificarás las ruinas antiguas,
levantarás los cimientos puestos hace muchas generaciones, y serás llamado reparador de muros caídos,
restaurador de calzadas para andar. Si retiras tu pie de pisotear el Sábado, de hacer tu voluntad en mi
día santo, y si al Sábado llamas delicia, santo, glorioso del Eterno, y lo veneras, no siguiendo tus
caminos, ni buscando tu voluntad, ni hablando palabras vanas, entonces te deleitarás en el Señor, y Yo
te haré subir sobre las alturas de la tierra, y te sustentaré con la herencia de Jacob tu padre; porque la
boca del Eterno lo ha dicho”. Versos 12-14.
Esto nos trae de vuelta al asunto del Sábado. El pueblo mencionado en este capítulo no ha hecho
una aplicación práctica de su cristianidad. No se han interesado del pobre y del infortunado como
debiera ser. El consejo que se les dio es que tienen que tener un interés personal con el pobre y con el
necesitado. No debían apenas dar una moneda o un dólar al hambriento; debían dividir su propia
comida con ellos. No debían enviar a los que no tenían hogar a alguna institución. Tenían que llevarlos
a su propio hogar. Tenían que tener un interés personal en aquellos para quienes trabajaban. Tenían que
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tener un cristianismo práctico, y tenían que tomar parte en el trabajo, y no hacerlo todo por algún
representante (por poder).
También, no tenían que olvidarse del Sábado. Este consejo viene como una amonestación, de
manera que no se les olvidara. Haciéndolo así ellos “levantarían los fundamentos de muchas
generaciones”. Serían llamados, “reparadores de brechas, restauradores de sendas para andar en ellas”.
Esto sería así “si retraes tu pie del Sábado”, esto es, cesar de pisotear el Sábado, “haciendo tú voluntad
en Mí santo día; y llamarás al Sábado delicia, el santo del Señor, honorable”.
Observe cómo el Señor llama aquí el Sábado. Lo llama de “Mí santo día”, “una delicia”. Lo
llama de “el santo del Señor, honorable”. La palabra “santo” usada aquí es la palabra hebraica qadosh,
la misma palabra que los ángeles usan cuando dicen: “Santo, Santo, Santo, es el Señor de los ejércitos”.
Isa. 6:3. La palabra “honorable”, viene del hebraico kabed, y significa hacer pesado o pesadez, colocar
tensión en algo, y así honrarlo. No se le puede dar otras interpretaciones a estas expresiones de que
Dios honra en gran manera el día Sábado y quiere que Su pueblo también lo honre.
“Y lo honres a Él” en vez de “y lo honres”. Esta es la manera como la American Revised, la
Versión de Young, la American Translation, la Variorum, y otras versiones lo han colocado. “Y lo
honrarán”, el Sábado. Ambas traducciones pueden estar correctas, porque cualquiera que honre el
Sábado también honra al Señor del Sábado. Todo aquel que honra el Sábado debe deliciarse a sí mismo
en el Señor y cabalgar en las más grandes alturas de la tierra. “La boca del Señor lo ha dicho”.
Ahora preguntamos muy seriamente: ¿Es razonable suponer que Dios hablaría así del Sábado,
alabándolo en los más altos términos, llamándolo de “Mí santo día”, advirtiéndonos para que no lo
pisoteemos, para que después todo sea anulado? ¿Podemos creer que Él lo llame “honorable”, le ponga
un peso encima, nos pida que nos deliciemos en él; podemos creer que Él le daría el título distintivo de
“el santo del Señor”, y que le prometa grandes bendiciones a aquellos que lo honren, para después
descartarlo completamente? No conseguimos ver cómo esto podría ser así.

La Brecha.-

Pero no nuevamente. los que así honran al Señor restaurando el Sábado a su lugar correcto, serán
llamados “reparadores de brecha, restauradores de caminos para andar en ellos”. Isa. 58:12. Esto
merece alguna consideración.
“Los reparadores de brechas”. En los tiempos antiguos las ciudades estaban rodeadas por
murallas. Al sitiar alguna ciudad, el enemigo trataría de hacer alguna brecha en las murallas a través de
la cual se pudiese llevar a cabo algún ataque. Se colocaban arietes para que estos derribasen una parte
de la muralla, para que así se produjese un hueco, a través del cual los soldados pudiesen entrar y tomar
la ciudad. Cuando se hacía una brecha así, la batalla se encarnizaba en aquel punto específico. El resto
de la muralla quedaba prácticamente desierto, y ambos bandos se concentraban en la brecha. Aquellos
que trataban de reparar la brecha se exponían al peligro, pero si tenían éxito, grande era su recompensa.
Este es el cuadro que se nos presenta en la frase “reparador de brecha”. La declaración está
íntimamente asociada con el Sábado y con la ley de Dios; por lo tanto sería bueno conectarlo con
aquello que dice el profeta Ezequiel sobre el mismo asunto.
“Sus sacerdotes han violado Mí ley, y han profanado Mis cosas santas; no han hecho ninguna
diferencia entre lo santo y lo profano, ni han hecho diferencia entre lo inmundo y lo limpio, y han
escondido sus ojos de Mis Sábados, y Yo he sido profanado en medio de ellos”. Eze. 22:26. Esta es
una seria acusación contra los sacerdotes de Dios. Ellos no han sido fieles. Han violado la ley. Han
ocultado sus ojos del Sábado, y Dios ha sido profanado entre ellos.
Han hecho aun más. Ellos los han “recubierto con lodo suelto, profetizándoles vanidad, y
adivinándoles mentira, diciendo, así dice el Señor Dios, cuando el Señor no lo ha dicho”. Verso 28.
Esta es una acusación muy seria contra el ministerio que Dios hizo. Él los acusa de decir, “así dice el
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Señor Dios, cuando el Señor no lo ha dicho”. Esta acusación debe tener algo que ver con el Sábado,
porque es uno de los asuntos bajo consideración.
“Y busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y que se pusiese en la brecha delante de Mí, a
favor de la tierra, para que Yo no la destruyese; y no lo hallé”. Verso 30. Dios dice que Él buscó a
algún hombre entre ellos que “se parase en la hendidura”. Pero no encontró ninguno. La palabra
“hendidura” es la misma palabra, perets en hebraico, que es traducida por “brecha” en Isaías. En Isaías
Dios llama a aquellos que son fieles, “reparadores de brechas”. En Ezequiel Él busca a algún hombre
entre los sacerdotes que sea capaz de permanecer en la brecha. Pero no encontró a ninguno. Ambas
declaraciones tienen que ver con la cuestión del Sábado. La conexión y la ilustración son muy
apropiadas.
La ley de Dios es una protección para Su pueblo. Es como una muralla alrededor de los santos.
Es la línea divisoria entre el mundo y la iglesia. Adentro está la iglesia; afuera está el mundo. Como la
guarda de los mandamientos es un requisito para entrar en la iglesia, todo está bien. Pero si una brecha
es hecha en la muralla, el enemigo tendrá fácil acceso, y entrará en la iglesia. Esto es en realidad lo que
ha sucedido. La ley ha sido quebrada, se ha hecho una brecha, y ahora hay muy poca diferencia entre
aquellos que están afuera y aquellos que están adentro.
Dios está buscando hombres que sean capaces de permanecer en la hendidura y que la repare. A
medida que busca entre los sacerdotes, encuentra que ellos están violando la ley y están escondiendo
sus ojos del Sábado. En vez de ayudar a reparar la brecha, están tratando de hacer otra muralla por sí
mismos. De ellos Dios dice: “Han seducido a Mí pueblo, diciendo, paz; y no había paz; y uno hace una
muralla, y, otros la recubren con barro suelto”. Eze. 13:10.
Hemos avanzado bastante para poder hacer la aplicación correcta. La muralla es la ley de Dios,
los diez mandamientos. Esta muralla ha sido quebrada por los hombres., y una brecha ha sido hecha en
ella. El lugar donde ha sido hecho el ataque y donde se ha producido la brecha, es el cuarto
mandamiento, el séptimo día Sábado. Durante muchas generaciones ha existido esta brecha, y Dios ha
buscado hombres que pudiesen repararla, pero no ha encontrado a ninguno. Debido a esta brecha en la
ley los hombres han entrado en la iglesia, hombres inconversos, hasta que ahora prácticamente no hay
ninguna diferencia entre la iglesia y el mundo.
Pero esta condición no continuará para siempre. Dios finalmente encontrará a alguien que sea
capaz de permanecer en la brecha y la repare. Serán llamados “reparadores de brecha, restauradores de
sendas para andar en ellas”. Ellos “guardarán los mandamientos de Dios y la fe de Jesús”. Llamarán el
Sábado de “delicia, el santo del Señor, honorable”. Y la hendidura será reparada, la brecha será cerrada.
El pueblo de Dios estará nuevamente adentro de las murallas protectoras de Su santa ley, y los
transgresores afuera. Existe apenas un camino para entrar. Y es a través de la puerta, Jesucristo. Nadie
más que los convertidos pueden entrar. Solamente aquellos llamados santos son admitidos. Los demás
tienen que permanecer afuera.
¿Qué hacen estos otros? Construyen otra muralla, una “muralla más delgada”, tal como se puede
leer al margen de Eze. 13:10. Esta muralla la recubren con lodo suelto, para que se vea mejor. Lodo
suelto es un lodo que no ha sido correctamente preparado, y que no soportará las pruebas cuando venga
la tormenta. Entonces, estos sacerdotes que violan la ley y ocultan sus ojos del Sábado están
construyendo otra muralla, realmente solo un tabique, pero ellos la recubren con lodo suelto, de tal
manera que el incauto será engañado y pensará que eso es lo verdadero. No se necesita una gran
imaginación para entender lo que es esta muralla. Es la ley espuria que los hombres tratan de substituir
por la ley de Dios, mandándoles a los hombres que la guarden, pero no es el Sábado del Señor, el
séptimo día, sino que el domingo, el falso sábado creado por los hombres. El lodo suelto es el
argumento falaz de la santidad del domingo, la cual no soportará la prueba a la cual será sometida.
¿Qué le sucederá a esta muralla que ha sido construida así? Dejemos que Dios hable: "Di a los
cubridores con lodo suelto, que caerá. Vendrá lluvia torrencial, enviaré granizo que la haga caer, y
viento tempestuoso la romperá. Y cuando la pared haya caído, os dirán: ¿Dónde está el revoque con
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que la cubristeis? Por tanto, así dice el Señor, el Eterno: Haré que la rompa viento tempestuoso con mi
ira, lluvia torrencial vendrá con mi furor, y granizo con enojo para consumirla. Así desbarataré la pared
que cubristeis con lodo suelto, y la echaré por tierra. Será descubierto su cimiento, caerá, y seréis
consumidos en medio de ella. Y sabréis que Yo Soy el Eterno. Así cumpliré mi enojo en la pared y en
los que la cubrieron, y os diré: '¡Ya no existe la pared, ni los que la cubrieron!'. Ya no existen esos
profetas de Israel que profetizan a Jerusalén visión de paz, cuando no había paz", dice el Señor, el
Eterno”. Eze. 13:11-16.
Esto es lo que Dios hará con la pared que los hombres construyen: “Yo derribaré la pared”; “Yo...
la derribaré con un viento tempestuoso, y seréis consumidos en medio de ella”; Yo “cumpliré Mi ira
sobre ella, y sobre aquellos que la han recubierto con lodo suelto”. Finalmente “la muralla no existe
más, ni tampoco los que la recubrieron”.
Estos versos retratan los sentimientos de Dios contra aquellos que tratan de hacer una
substitución de la ley de Dios. Dios es celoso de Su Sábado. Él quiere que los hombres lo honren. Él
trata que los hombres reparen la hendidura y permanezcan en ella, pero entre los sacerdotes Él no
encuentra ninguno. En vez de ayudar a reparar la brecha, ellos tratan de construir otra muralla. Esto
levanta la ira de Dios. La tormenta viene, y la muralla cae. Se veía bonita; estaba toda recubierta de
lodo suelto; pero no pudo soportar la tempestad. El fin fue una completa destrucción.

Dos Grupos.-

¡Cuán verdadero en relación a los hechos es el cuadro profético de lo que está sucediendo en el
mundo hoy! Los hombres han rechazado el Sábado del Señor y lo han substituido por un sábado
espurio. Esto lo han hecho con diversas especies de argumentos para que parezca substancial y bueno,
pero sin un aval. Al final, todo se derrumbará, y los que han hecho la substitución se derrumbarán
juntamente con todo este sistema.
Al otro lado está el pueblo de Dios. Ellos están restaurando los antiguos caminos, están reparando
las brechas, se están poniendo donde el muro ha sido roto. Se regocijan en el Sábado, guardan los
mandamientos, y los llevan hasta el fin. Son los verdaderos santos de Dios.
Los hombres están ahora decidiendo a qué grupo van a unirse. Por un lado hay un grupo pequeño
que está reparando la brecha en la antigua muralla y restaurando la inscripción en ella. Por otro lado
hay un grupo mucho más grande que están confiando en una endeble partición que se tambalea en el
viento, esperando que los proteja de la tormenta que luego vendrá. Desde el punto de vista ventajoso de
la Palabra de Dios, nosotros sabemos el desenlace. El grupo pequeño “cabalgará sobre los lugares más
altos de la tierra”; el grupo más grande será destruido cuando venga el azote. Isa. 58:14; Eze. 13:13-14.
Nuestras consideraciones nos han llevado a la creencia de que habrá una gran y amplia reforma
del Sábado, antes que el aparezca en las nubes del cielo. así es como debiera ser, y está en armonía con
el plan general de Dios para trabajar. Muy pocas veces Dios interfiere inmediatamente en los planes de
los hombres. Se les da tiempo para que desarrollen sus ideas, para que los resultados puedan aparecer.
Nosotros creemos, sin embargo, que ahora ha llegado el tiempo para que Dios intervenga. “Es tiempo
para que Tú, Señor, obres; porque han hecho nula Tú ley”. Salmo 119:126.
A medida que miramos a nuestro alrededor en el mundo hoy, encontramos definidas indicaciones
de que Dios está haciendo el trabajo descrito por la profecía. Por toda la tierra los hombres y las
mujeres están llamando la atención a los mandamientos de Dios y la fe de Jesús. A pesar de la
oposición y de la penuria, miles y miles se están reuniendo todos los años a las filas de aquellos que en
toda la humanidad siguen los pasos del Maestro. Ellos no poseen una sabiduría especial o alguna
influencia, pero a través de ellos Dios ha hecho y está haciendo una obra que es maravillosa entre ellos.
En cada país podemos encontrarlos. Sus misiones se encuentran en el helado Norte y en las calientes
arenas. La sequía, la depresión, y las penurias no son obstáculos. Su trabajo continua avanzando. Unos
cien mil jóvenes están en sus colegios, preparándose para ir a los lugares que queden vacantes por los
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obreros más antiguos, y para llevar adelante la obra a una victoria aun mayor. Nada puede detener este
movimiento. Posee el sello de la aprobación de Dios. Triunfará.

La Fe de Jesús.-

Los santos mencionados en Apoc. 14:12 no solo guardan los mandamientos de Dios, sino que
también poseen la fe de Jesús. Unas pocas palabras relacionadas con esto no estarán fuera de contexto.
La declaración de que los santos guardan la fe de Jesús tal vez que daría mejor si fuese “la fe en
Jesús”, tal como lo expresa el Griego, o tal vez aun podría significar la fe enseñada por Jesús. Para este
propósito presente mantendremos la lectura “la fe de Jesús”, teniendo en mente que incluye tanto la fe
en Jesús y también la fe enseñada por Él.
El hecho de que la declaración diga que los santos guardan los mandamientos de Dios y también
la fe de Jesús, muestra que no se refiere a la antigua dispensación. Los santos son cristianos del Nuevo
Testamento. Ellos guardan la fe de Jesús; ellos siguen al Cordero dondequiera que Él vaya.
En un tiempo de duda e incredulidad es bueno guardar la fe. Algunos han perdido la fe en casi
todo. Y no sin razón. Ellos tenían fe en los bancos. Estos fallaron. Algunos tenían fe en los gobiernos.
Estos fallaron. Algunos tenían fe en la iglesia. Ella también ha fallado. Algunos tenían fe en sus propio
poder como para salir adelante en cualquier problema. Eso también falló. En todas partes encontramos
fallas. Los hombres han perdido la fe en la humanidad, en el orden procesado en la naturaleza, en ellos
mismos, en Dios. “Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe en la tierra?”. Luc. 18:8. A esta
pregunta, la respuesta es que encontrará fe. Hay algunos que guardan su fe en Jesús.
¿No tienen todos los cristianos fe en Jesús? No, no la tienen, si por cristianos entendemos
aquellos que son miembros de la iglesia. ¿Qué quiere decir tener fe en Jesús? Significa lo mismo que
cuando decimos que tenemos fe en cierta persona; esto es, confiamos en él y creemos en su palabra.
Descansamos en su promesa; aceptamos sus declaraciones como verdaderas. ¿No tienen todos los
cristianos una fe así en Cristo? No, no la tienen. Escuchen la queja de Jesús: “¿Por qué me llamáis,
Señor. Señor, y no hacéis las cosas que Yo os digo?”. Luc. 6:46. No tiene ningún sentido pretender
tener una gran fe en Dios, y no hacer las cosas que Él nos manda hacer. Fe y obediencia están
íntimamente relacionadas, tan cerca que no pueden ser separadas.
La declaración cristiana, tal como es citada por Lucas, golpea la misma raíz de un importante
principio en la religión cristiana. Cristo dice, en efecto: ¿De qué sirve tomar Mi nombre, de llamaros
cristianos, si no hacéis lo que Yo os digo? Existen mucho hoy en día que dicen, Señor, Señor, pero no
hacen nada. Cristo levantó la cuestión del valor de una profesión sin que hayan obras correspondientes.
No creemos que este “hacer” se refiera a algo en especial. Más bien, se refiere a todas nuestros
deberes cristianos. Golpea particularmente en aquello que niega que haya alguna virtud en hacer
cualquier cosa; aquel que levanta sus manos horrorizado cuando se sugiere que los mandamientos de
Dios son una guía para los deberes de la vida, y que deben ser guardados. Esta actitud es común entre
algunos aparentemente devotos, pero mal guiados. El último capítulo del último capítulo de la Biblia
contiene esta amonestación: “Benditos son aquellos que guardan (hacen) Sus mandamientos, para que
puedan tener derecho al árbol de la vida, y puedan entrar por las puertas dentro de la ciudad”. Apoc.
22:14.
La fe no es inconsistente con las obras. Más bien, hacer es una parte de la fe, porque es a través
del hacer que mostramos nuestra fe. Es a esto que Cristo se refiere cuando cuestiona la fe de aquellos
que Lo llaman “Señor, Señor”, pero no hacen. “La fe sin las obras está muerta”, dice Santiago.
Los santos poseen “la fe de Jesús”; esa es la clase de fe que Él tuvo, la fe que Él enseñó. No
puede haber una fe mejor que esa. Si se nos preguntara para que diésemos una regla segura y certera de
fe y práctica, no podríamos dar una respuesta mejor que esta: “Sigan las pisadas del Maestro; acepten y
guarden el tipo de fe que Él tenía”.
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Si miramos nuevamente a las cuatro cosas que son mencionadas en Apoc. 14:12, vemos
claramente lo que Dios espera de Su pueblo en estos últimos días, y también la posibilidad de alcanzar
lo que Dios demanda. El texto dice: “Aquí está la paciencia de los santos; aquí están aquellos que
guardan los mandamientos de Dios, y la fe de Jesús”. Las cuatro cosas que caracterizan al verdadero
pueblo de Dios son: primero, ellos poseen paciencia, ellos soportan, son perseverantes; segundo, son
santos, santificados, santos consagrados; tercero, guardan los mandamientos, lo cual significa que
guardan todos los diez, incluyendo el cuarto, el mandamiento del Sábado; cuarto, poseen la fe de Jesús;
esto es, ellos creen en Él, Lo siguen, no dicen apenas, “Señor, Señor”, sino que hacen lo que Él dice.
Esto describe a los santos de Dios, los cuales constituirán el último pueblo sobre la tierra, el
remanente, aquellos que viven justo antes de la venida del Hijo del hombre en las nubes del
cielo. las palabras del texto responden a la pregunta que hay en las mentes de algunos en
relación a que si es realmente posible guardar la ley de Dios.
Algunos afirman confidencialmente que eso no es posible. Uno siempre puede escuchar las
desafiadoras objeciones: Es imposible guardar la ley de Dios. Muéstreme un hombre que alguna vez lo
haya conseguido. Usted dice que eso es posible. ¿Dónde están los que lo han conseguido? La respuesta
viene sonando claramente: “Aquí están aquellos que guardan los mandamientos de Dios y la fe de
Jesús”.
Dios conoce a aquellos que le pertenecen. Ellos poseen el nombre de Dios en sus frentes; son
sellados con el sello de Dios. Ellos siguen al Cordero; guardan los mandamientos. Sería bueno para
todos que revisasen sus vidas conforme a los requerimientos de Dios, y que estén seguros de que están
siguiendo las demandas de Dios para este tiempo.

El Conflicto Final

Siempre ha habido un conflicto entre el bien y el mal. En la misma naturaleza de esto, podemos
ver que esto tiene que ser así. La primera promesa en la Biblia contiene estas palabras de Dios: “Pondré
enemistad entre ti y la mujer”. Gen. 3:15. Esta enemistad está ordenada por Dios. Mientras exista el
pecado, esta enemistad permanecerá. No puede ser de otra manera.
No sabemos cuando comenzó la controversia original entre el bien y el mal en el cielo, pero tiene
que haber sido antes que Adán y Eva fuesen creados. De cualquier manera, después que Satanás pecó,
“hubo guerra en el cielo; Miguel y Sus ángeles pelearon contra el dragón; y el dragón peleó con sus
ángeles”. Apoc. 12:7. Esta guerra, después de haber sido transferida a la tierra, ha continuado hasta
hoy, y culminará en el último gran conflicto, cuando Satanás “hará guerra contra el remanente de su
semilla, los que guardan los mandamientos de Dios y poseen el testimonio de Jesús”. Verso 17.

Lucifer.-

En relación al comienzo del conflicto, poseemos algunas citas en la Biblia. Satanás, o Lucifer,
como era entonces llamado, tenía una posición muy alta en las cortes celestiales, tal vez la más alta de
todas las criaturas creadas. Él fue uno de los dos querubines ungidos que eran cubridores. La
declaración dice: “Tú eres el querubín ungido que cubre”. Eze. 28:14. En el lugar santísimo en el
santuario terrenal habían dos ángeles hechos de oro que estaban en pie con las alas abiertas cubriendo
el trono de la misericordia, junto al cual estaba la ley de los diez mandamientos. Exo. 25:20; 37:9; 1
Cron. 28:18. Estos dos ángeles representan la hueste angélica que rodea el trono de Dios, y que
permanecen en Su presencia inmediata. La palabra “cubridor” significa aquí encerrar, restringir,
proteger. La Versión Douay lo traduce así: “Tú, un querubín desplegado y protector”. Eze. 28:14.
Lucifer era uno de estos querubines en el santuario celestial. Su trabajo era rondar sobre, proteger, los
oráculos de Dios.
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Queremos llamar la atención a otra declaración que arroja alguna luz sobre la carrera de Lucifer.
Esta es la declaración: “Tú eras el resumen de la perfección, lleno de sabiduría y perfecto en belleza”.
Eze. 28:12. “Tú eras el resumen”. La lectura aquí es realmente difícil. Puede significar, como algunos
creen, que Lucifer en sí mismo selló todo lo que es perfecto, que él era completo, sin falta. Si así fuese,
la declaración estaría en armonía con la que sigue inmediatamente: “Lleno de sabiduría y perfecto en
belleza”.
Hay otra traducción que nos parece más correcta. La palabra hebraica toknith, traducida como
“resumen”, es usada apenas en otra parte, en Eze. 43:10, y allí es traducida como “padrón”. Su
verdadero significado es medida, norma, todo lo que sea exacto o perfecto en naturaleza. La palabra
hebraica para sello, chatam, significa cortar, imprimir con un sello; esto es, atestiguar, confirmar,
verificar. La frase “Tú eras el sello” es una frase participativa en el hebraico, y tiene que traducirse
como “tú eres el sellador de”, aun cuando algunas versiones antiguas y algunos manuscritos hayan
colocado “anillo sellador” o “anillo de signo” en vez de sellador. De cualquier manera, la traducción
podría adecuadamente ser, “Tú eres el sellador de la medida”. Lange sugiere lo siguiente: “Tú
confirmas la medida”; Young dice: “Tú estás sellando una medida”; la American Revised Version dice
al margen: “Tú sellaste el resumen [margen, “medida o padrón”]; la Versión Danesa dice: “Tú
imprimiste el sello sobre toda la medida”.
Estas traducciones diferentes dan la misma idea general, que Lucifer tenía algo que ver con el
sello, que él poseía el anillo sellador, y que aquello que era sellado era algo perfecto, un padrón, una
medida. Nosotros, por lo tanto, con el apoyo de la traducción original, lo traducimos: “Tú eres el
sellador de la medida”. Nosotros tomamos la palabra “medida” queriendo significar ley, un uso común,
y entonces queda: “La legislatura ha pasado una nueva medida”.
El gobierno de Dios es un gobierno organizado. El orden existe en todas partes. Nada es dejado al
acaso. Cada individuo tiene que hacer su parte. Las estrellas en sus órbitas, el ordenado proceso de la
naturaleza, la uniformidad de la ley, todo testifica de la existencia de un Creador, el cual es sistemático,
imparcial, perfecto.
Así como Dios le ha dado a cada hombre su trabajo para evangelizar el mundo, así todas las
criaturas inteligentes en el universo tienen su trabajo que hacer. En su sueño Jacob vio una escalera que
se extendía desde el cielo hasta la tierra, y ángeles subiendo y bajando por ella. Gen. 28:12. Zacarías
vio compañías de ángeles patrullando la tierra e informando sus hallazgos. Zac. 1:8-11. Fueron
enviados ángeles con una espada para guardar el camino hacia el árbol de la vida. Gen. 3:24. Un ángel
cuidó las aguas, otro el fuego. Apoc. 16:5; 14:8. Creemos estar en lo correcto al pensar que a cada
ángel y a cada ser creado se le ha dado un trabajo para hacer, y que en el mundo que viene lo mismo
aun será verdadero.

El Guardador del Sello.-

El más alto funcionario en el gobierno es el guardador del sello. Una posición así ocupaba
Lucifer. Él era uno de los ángeles cubridores, uno de aquellos a los cuales se les dio la tarea de cuidar
la ley, de protegerla. Él era el sellador, o el guardador del anillo sellador que era usado para atestiguar
cualquier ordenanza o medida cuando esta era aprobada. Su posición era la más alta que cualquier ser
creado podía ocupar.
Esto arroja luz acerca de una de las actividades subsecuentes de Lucifer. Habiendo sido privado
de su oficio de guardador del sello, él debiera haber estado naturalmente interesado, como lo estuvo al
instaurar su trono, en todo aquello que tuviera que ver con el sello. Que él se consiguió otro sello
parece ser lo más razonable, y que este sello sería su marca distintiva, así como lo había sido el sello de
Dios para él hasta ese instante, también es obvio. Naturalmente, él trataría de substituir uno por el otro,
y cada sello permanecería respectivamente representando la autoridad de cada gobierno.
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Satanás “fue un asesino desde el comienzo, y no ha permanecido en la verdad”. Juan 8:44. Este
texto lleva consigo la controversia original en el cielo. Satanás era un asesino, y también un mentiroso.
El asesinato encuentra su origen en el odio. Este odio llegó a su máximo en el Calvario, donde Satanás
tuvo una oportunidad de mostrar a quién odiaba. Por lo tanto estamos justificados en nuestra conclusión
de que Satanás odia a Cristo desde el comienzo, y ya traía en su corazón el asesinato desde el cielo.
¿Qué causó este odio? La Biblia nos da alguna luz también en esto. Lucifer no estaba satisfecho
con la posición que tenía. Él quería ser como Dios. Era este honor al cual renunció Cristo. Cristo era
como Dios; Él era Dios. Él “no consideró ser un robo el ser igual con Dios; sino... que se humilló a Sí
mismo”. Fil. 2:6-8. La frase “no consideró ser un robo” puede ser traducida: “no pensó que fuese algo
a que aferrarse”; esto es, no pensó que fuese algo sobre lo cual colocar un pensamiento egoísta. Lucifer
dijo en su corazón: “Subiré al cielo, exaltaré mi trono sobre las estrellas de Dios; también me sentaré
sobre el monte de la congregación, al lado del Norte; subiré sobre las más altas nubes; seré como el
Altísimo”. Isa. 14:13-14.
Esto fue lo que Lucifer “dijo en su corazón”; esto es, él las pensó. Pero fue más lejos. No solo
pensó que sería “como el Altísimo”, sino que trató de llevarla a cabo. Cuán lejos consiguió andar en
este camino, no lo sabemos, pero que trató de establecer un gobierno independiente en el cielo, estando
él mismo a la cabeza, es evidente. No solamente planificó exaltar su “trono sobre las estrellas de Dios”,
sino que vino el tiempo cuando se atrevió a decir: “Yo soy un Dios. Yo me siento en el trono de Dios”.
Eze. 28:2. Esto indica muy fuertemente que Lucifer anda alrededor de sus seguidores en el cielo,
declarándose jefe, y que colocó su trono con la intención de gobernar. Colocó su “corazón como el
corazón de Dios”. Esto es simplemente una rebelión. Y rebelión significa guerra.
“Hubo guerra en el cielo”. Apoc. 12:7. No sabemos cuáles son las armas que se han usado en esta
guerra. Pero sí sabemos que como resultado “el gran dragón fue lanzado fuera, aquella antigua
serpiente, llamada el diablo y Satanás, el cual engaña a todo el mundo; él fue lanzado a la tierra, y sus
ángeles fueron lanzados con él”. Apoc. 12:9. Sabemos aun que “el dragón se enojó con la mujer, y fue
a hacerle guerra al remanente de su semilla, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el
testimonio de Jesucristo”. Verso 17.
La “mujer” aquí mencionada es la iglesia, y el “remanente de su semilla” se refiere a los justos
que están viviendo justo antes del fin. Jer. 6:2; 2 Cor. 11:2. Contra ellos está airado Satanás; esto es, él
los odia. Este odio sin duda está íntimamente relacionado con el hecho de que “guardan los
mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesús”.
Este texto posee un cercano paralelo con la declaración que aparece en el capítulo 14 de
Apocalipsis, la cual menciona a aquellos “que guardan los mandamientos de Dios, y la fe de Jesús”.
Verso 12. En uno de los textos se dice que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús; en el
otro se dice que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesús. La diferencia entre
ambas declaraciones es que en una ellos guardan la fe de Jesús, y en la otra ellos poseen el testimonio
de Jesucristo. El “testimonio de Jesús es el Espíritu de Profecía”. Apoc. 19:10.

El Dragón y la Mujer.-

El dragón que hace guerra con la mujer es “aquella antigua serpiente, llamada el diablo y
Satanás”. Apoc. 12:9. Aquellos contra los cuales él hace guerra son el “remanente de su semilla”. Tal
como lo mencionamos antes, el remanente es la última iglesia en la tierra, la última generación de
cristianos que viven justo antes que el Hijo del hombre aparezca en las nubes del cielo. Entre ellos y
Satanás habrá guerra. Satanás está airado contra ellos, y trata de destruirlos. Si Dios no interviniera, no
habría ayuda para ellos. Pero Cristo viene a salvarlos. Él los traslada al cielo, mientras un gran ángel
“prendió al dragón, aquella antigua serpiente, que es el diablo y Satanás, y la ató por mil años”. Apoc.
20:2. La historia de este conflicto es muy interesante.
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En la historia del jardín del Edén, Satanás y la primera mujer estuvieron cara a cara. En su
inocencia ella fue vencida, y Satanás ganó la victoria. En el último conflicto, Satanás nuevamente le
hace la guerra a la mujer. Pero ahora el resultado es diferente. Satanás será derrotado, y la mujer será
victoriosa.
Ya se ha observado que la mujer simboliza a la iglesia en la visión registrada en el capítulo 12 de
Apocalipsis. Aun cuando no es el propósito de hacer una explicación exhaustiva de ese capítulo, puede
ser bueno observar lo principal.
Un gran milagro sucedió en el cielo: una mujer vestida con el sol, la luna bajo sus pies, y en su
cabeza una corona de 12 estrellas. Verso 1. La mujer estaba a punto de dar a luz un niño, “el cual iba a
gobernar todas las naciones con una vara de fierro”. Verso 5. El dragón estaba delante de ella “para
devorar a su hijo tan luego como naciera”. Verso 4. El niño, sin embargo, “fue llevado hasta Dios y a
Su trono”. Verso 5.
El relato es tan claro que no necesita mucha explicación. El niño es Cristo. Los hombres malos,
guiados por Satanás, estaban listos para herir al niño apenas naciera. Fue necesario que los padres
huyeran a Egipto, y cuando finalmente la obra de Cristo fue terminada, Él fue llevado hasta Dios y a Su
trono.
A primera vista pareciera que de acuerdo con esta interpretación la mujer mencionada debiera ser
la madre de Jesús, María. Esto, sin embargo, parece no ser el caso. Porque después que el niño fue
llevado, “la mujer huyó al desierto, donde ella tenía un lugar preparado por Dios, para que pudieran
alimentarla durante 1260 días”. Verso 6. Generalmente se concuerda en que los 1260 días aquí
mencionados son días proféticos, cada uno representando un año. Esto no podría ser así, si fuese María
la que fuese mencionada anteriormente.
Pero esta no es la única razón para creer que la mujer aquí mencionada es la iglesia y no un
individuo. El verso 13 declara que Satanás “persiguió a la mujer”, y el verso 14 añade que a “la mujer
se le dieron dos alas de una gran águila, para que pudiera volar hacia el desierto, a su lugar, donde es
alimentada por un tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo, de la cara de la serpiente”. La última
declaración del capítulo es que el dragón hizo guerra “con el remanente de su semilla, los que guardan
los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo”. Verso 17. Este remanente, tal como lo
hemos observado anteriormente, está compuesto por los justos de la última generación. Por lo tanto
nosotros sacamos la conclusión de que la mujer es la iglesia de Dios, descrita simbólicamente en estos
versos.
En la guerra entre el dragón y la mujer, entre el bien y el mal, Satanás puede usar medios que le
dan una inmensa ventaja. Él puede usar falsedades, engaño, trapacería, medias verdades,
intimidaciones, lo que nadie del pueblo de Dios puede admitir, ni siquiera por un momento. Y Satanás
es un experto en el uso de todo eso. Con una estrategia astuta sus emisarios acusan al pueblo de Dios de
sus fallas; y estos, no queriendo decir nada más que la verdad, confiesan sus fallas, las cuales son
inmediatamente aumentadas hasta proporciones exageradas por el enemigo. Así ha sido siempre. La
justicia es hecha aparecer como si fuese pecado, y el pecado como si fuese justicia.
Satanás nunca juega limpio, ni tampoco aparece en un combate abierto si así puede hacerlo.
Nunca se enfrenta a un ser humano con las mismas armas, sino que siempre ataca cuando su oponente
está débil, enfermo, desanimado. Ni tampoco usa un ataque frontal. Generalmente es una puñalada por
la espalda, una flecha envenenada lanzada desde una emboscada, un cobarde asesinato en la oscuridad.
Apenas nació el niño Jesús ya Satanás trató de asesinarlo, y tanto la madre como el niño tuvieron que
huir a Egipto. En el desierto, cuando el hambre había debilitado a Cristo, entonces, y no antes, Satanás
lo atacó con sus tentaciones. Y así es con todos aquellos que tratan de resistirle. Aquel que no dudó en
asesinar al niño Jesús, se rebajará a cualquier acto vil y despreciable. Nada le es indigno.

El Conflicto Final.-
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El conflicto final será sin duda el mayor engaño de todos los tiempos. Satanás sabe que será su
última oportunidad, y que si pierde esta batalla, todo estará perdido. El engaño y la sabiduría que él ha
obtenido a través de los siglos del pasado serán usados en un esfuerzo supremo. Él apuesta todo en el
resultado.
¿Qué es lo que está en juego en esta controversia? Para Satanás, todo; para el pueblo de Dios,
todo; para Dios, mucho. Estudiemos esto.
La decisión de Dios de no destruir a Satanás después que hubo pecado, puede ser defendida
solamente bajo la base de que había algo más en juego que apenas la vida de Satanás. Si solamente
hubiese que llevar en cuenta a Satanás, habría habido expediente como para colocarlo fuera del camino,
y cuanto antes mejor. Pero había una multitud de ángeles cuyo bienestar estaba en peligro. También,
Dios iba a crea r al hombre, y el hombre tiene que ser llevado en consideración. Si Dios iba a hacer del
cielo un lugar seguro para toda la eternidad, era necesario que se le diese a Satanás permiso para
desarrollar su teoría de gobierno, la cual él reclamaba ser superior a la de Dios, y que demostrara lo que
iba a hacer si tuviese la oportunidad de hacerlo. Los ángeles no conocían a Lucifer tal como lo conocía
Dios. Para evitar cualquier posible mal entendido en el futuro, Dios tuvo que permitirle a Satanás que
estableciera un gobierno al cual todos se someterían voluntariamente, bajo su supervisión. Si se le
permitía hacer eso, el tiempo demostraría la naturaleza de su gobierno. Los ángeles y los hombres
tendrían una demostración visual de los resultados de seguir a Satanás, y tendrían amplias
oportunidades para compararlo o contrastarlo con el gobierno de Dios. El experimento le daría un
sólido fundamento al hecho de poder escoger, sea cual fuese la elección.
A menudo se ha dicho, y necesita ser repetido para enfatizarlo, que no habría sido sabio por parte
de Dios de disponer de Satanás tan luego como hubo pecado. Los otros ángeles habrían servido a Dios
con cierta aprensión y miedo, porque habrían sabido que así que Lo hayan desagradado, serían
destruidos. También, pudiera ocurrirles que Dios estuviese temeroso de Satanás, de sus planes y
propósitos, porque si no fuese así, les habría dado la oportunidad para demostrarlo. De cualquier
manera, ellos sabían lo que les esperaba si se desviaban de la voluntad de Dios. Si Satanás hubiese sido
muerto inmediatamente, el cielo nunca habría sido el mismo, después de eso. El amor de los ángeles
por Dios habría estado mezclado con aprensión, y en muchas mentes habría permanecido la pregunta
en relación a por qué no se le permitió a Satanás que demostrase lo que tenía en mente.
No queremos dar la impresión, sin embargo, de que Dios fue forzado a hacer lo que hizo. Más
bien, lo que Él hizo fue exactamente lo que quería hacer, sin importar lo que Satanás deseaba. Después
del pecado, aun cuando no era bien recibido, Dios quería que su verdadera naturaleza fuese revelada. Él
no estaba apenas deseándolo, sino que estaba ansioso para que se de una completa oportunidad de
mostrarse. Los ángeles y los hombres tenían que tener un campo libre para decidir, y el escoger, para
que fuese algo decisivo e irrevocable, tenía que estar basado en el pleno conocimiento de todos los
factores envueltos. Dios no es responsable por el pecado; pero desde que apareció el pecado, Dios está
ansioso para que se le de una oportunidad a Satanás para que se demuestre lo que este puede hacer (el
pecado).
El engaño del pecado nunca es aparente en su concepción. El `pecado a menudo parece ser bello
e inocente. Eva no vio nada errado en el árbol, o con la fruta a la cual se le había dicho que no comiera.
De hecho, para ella “era buena”, “era agradable”, era “deseable”. Gen. 3:6.
El fin del pecado es totalmente diferente del comienzo. Eva no pudo entender que la muerte
estuviese presente en el comer de esa fruta que parecía tan apetitosa. Ella no sabía que como resultado
de la entrada del pecado en el mundo, debido a la transgresión de ella y de Adán, uno de sus hijos iba a
matar al otro. Ella no sabía que en siete generaciones el hombre estaría tan corrompido que “toda
imaginación de los pensamientos de sus corazones” sería “solamente mala continuamente”. Gen. 6:5.
La fruta parecía tan “buena”; era “agradable”, “era deseable”. ¿Por qué no probar? Ciertamente no
podría haber tanto daño en eso.
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Lucifer era uno de los mayores ángeles, brillante, perfecto en belleza, tan lleno de sabiduría que
nada se le podía ocultar. Eze. 28:17,12,3. Ciertamente ningún mal podría provenir de él. ¿No eran
acaso sus “caminos” perfectos? Verso 15. Si Dios les hubiese contado a los ángeles lo que Lucifer era
capaz de hacer, después que se separó del camino correcto, habría sido difícil que ellos creyesen que Él
realmente lo sabía. ¿No se había Lucifer unido con ellos cuando las antífonas angelicales ascendían en
alabanza a su Creador? ¿No se había unido con ellos en adoración y al cantar, “Santo, Santo, Santo”?
no había permanecido él en la propia audiencia de Dios como custodio del sello y guardián de la ley?
¿Sería posible que un ser así se rebelara contra Dios sin justa causa? Aun cuando se rebelase,
ciertamente nunca se rebajaría a hacer algo que de alguna manera fuese cuestionable, sino que siempre
levantaría en alto los santos principios que él mismo había ayudado a instilar en su propio ser.
¿Cómo podrían los ángeles creer que Lucifer, a quien habían reverenciado, podría causar daño o
torturar aun a la menor de las criaturas de Dios? ¿Cómo podrían creer que él causaría dolor, tristeza,
enfermedad, agonía o muerte? ¿Cómo podrían creer que siendo que una vez aceptó a Cristo en su
poder, lo azotaría hasta que la sangre corriese por Sus espaldas, le pusiese una corona de espinos en su
frente, y que le clavaría crueles clavos en sus manos y que lo colgaría en una cruz para que sufriera una
muerte demorada? ¿Cómo podrían creer que Lucifer haría con que millones de millones sufriesen dolor
y una insoportable agonía, y muchos torturados hasta la muerte siendo asados a fuego lento?
No, sería difícil que los ángeles creyesen esto. Pero sería difícil solo porque no conocían la
insidiosa naturaleza del pecado. Cuando finalmente vieron a Satanás hacer las cosas aquí descritas,
fueron vencidos con el odioso, pavoroso, revoltante poder del mal, a través de las demostraciones de
Satanás y sus reacciones a esto, y el cielo fue hecho un lugar seguro tanto para los ángeles como para
los santos. Es dudoso que pudiese ser hecho un lugar seguro a través de cualquier otro medio.
La controversia, de acuerdo con los registros humanos, han continuado durante aproximadamente
seis mil años. Estamos en la etapa final. Luego vendrá el momento decisivo sobre el cual tanto
depende. Satanás ha tenido abundante tiempo para demostrar lo que hará si se le da la oportunidad.
Dios también ha estado haciendo una demostración. El clímax final está justo delante de nosotros.
Cuando se menciona el fin del mundo, algunos (y también hay algunos cristianos entre ellos),
reaccionan desfavorablemente, creyendo que si realmente hay algo así como el fin del mundo, eso está
muy lejos, y no les preocupa ni a ellos ni a sus hijos. Nosotros pensamos y creemos que en muchos
casos esto se debe a un mal entendido o tal vez a una falta de información. Algunas pocas
observaciones no debieran estar demás en relación a este importante asunto.
No es nuestra intención entrar en un pleno análisis del asunto de la segunda venida de Cristo y
del fin del mundo. Consideraremos, sin embargo, un privilegio presentar aquella fase que nos preocupa
en este análisis.

El Sufrimiento de Dios.-

Aun cuando tratemos de exonerar a Dios de toda responsabilidad con relación al estado actual del
mundo, existen algunas cosas de las cuales Él no puede escapar de su responsabilidad, y de las cuales
no quiere ser excusado. Ya hemos analizado el asunto de la imprudencia de destruir a Lucifer cuando
recién había pecado. Creemos que cualquier persona que piense en este asunto, concordará con esto. En
cualquier caso, Dios escogió no destruir a Satanás. Pero al escoger no destruirlo, Dios en realidad
escogió permitir el presente estado de cosas en el mundo. Mientras decimos que Dios no es responsable
por el pecado, debemos al mismo tiempo admitir que Dios permite el pecado. La verdad es que Dios
tenía poder para destruir a Satanás, y escoger no hacer lo que hizo. Si Él no lo destruyó, pero permitió
su nefasta obra, Dios tiene que hacerse responsable de Sus acciones. Esto Él lo hizo.
No necesitamos entrar aquí en la cuestión de cómo Dios anuló las intrigas de Satanás. Donde
abunda el pecado, la gracia sobreabunda. Nadie necesita ser engañado o perderse. Dios “alumbra a todo
hombre que viene al mundo”. Juan 1:9. Nadie necesita estar en tinieblas. Dios no solo alumbra a cada
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hombre, sino que hace provisión para aquellos que han sido atrapados en la trampa, de tal manera que
puedan escapar si así lo desean. Y esto Él lo hace no solo una vez. Si un hombre peca cien veces, Dios
lo perdonará. Si peca mil veces, la puerta de la misericordia aun está abierta. Si él peca todos los días
de su vida, y vive mil años, puede encontrar perdón si realmente se arrepiente. Si es clavado en una
cruz como un malhechor y merecidamente va a pagar con su vida los crímenes cometidos, aun hay
esperanza. Dios no puede hacer nada más de lo que ha hecho y aun hace. Si alguien está perdido, lo es
después que Dios haya hecho todo lo que está en Su poder para alejar esa tragedia, aun ofreciéndose Él
mismo para morir en lugar del pecador. Más que esto nadie puede hacer.
Cuando nosotros hablamos de pesar y tragedia que ha causado el pecado, con los consecuentes
sufrimientos, nosotros lo hacemos apenas en términos de sufrimiento humano. Pero, aun cuando la
humanidad haya sufrido mucho, Dios ha sufrido inmensamente más. Fue a un costo infinito para Él
mismo que Dios permitió que Satanás viva en vez de destruirlo inmediatamente. Tiene que haber una
razón para esto, y esta razón se encuentra solamente en el insondable amor de Dios. Dios se podría
haber ahorrado una indecible agonía; podría haber salvado a Su Hijo de los crueles clavos y de las
burlas de los impíos; pudo haber destruido a Satanás y haberse rehusado a crear el hombre; pudo hacer
miles de cosas diferentes de las que hizo, y pudo haberse salvado del terrorífico costo, para Él mismo,
de la salvación. Pero Dios no se salvó a Sí mismo. Él amó tanto al mundo que dio a Su Hijo unigénito;
y el Hijo amó tanto al mundo que se dio a Sí mismo. Aun cuando el pecado le ha costado mucho a la
humanidad, a Dios le ha costado muchísimo más.
Este sufrimiento de Dios debe ser tomado en cuenta cuando computamos el costo tanto del
pecado como de la salvación. Cuando escuchamos hablar descuidadamente a los hombres de todo el
sufrimiento que el pecado le ha causado a la humanidad, sin tomar en cuenta el gran costo que Dios ha
pagado, es bueno recordar esto. Algunos piensan que Dios está muy por debajo de la experiencia de la
humanidad, que Él se sienta en un trono alto y elevado, en eterna alegría y felicidad, mientras los
hombres están sufriendo las punzadas del hambre y de la pena. Que ellos se acuerden que Dios es
tocado con los sentimientos de nuestras enfermedades, que Él “ha llevado nuestras penas y tristezas”;
que “el castigo de nuestra paz estaba sobre Él; y con sus llagas fuimos sanados”; que “Él fue herido por
nuestras transgresiones”; que “en toda sus aflicciones Él fue afligido”; y que “en Su amor y en Su
piedad Él los redimió”; y que debido a “que Él mismo sufrió siendo tentado, es capaz de socorrer a los
que son tentados”; y que “aun cuando era Hijo, aprendió obediencia a través de las cosas que sufrió”.
Isa. 53:4-5; 63:9; Heb. 2:18; 5:8. En vista de estas declaraciones, ¿cómo puede alguien decir que Dios
deja al hombre sufrir mientras Él mismo no ha querido compartir este sufrimiento?

El Señor viene.-

Aun cuando es verdad que Dios sufre más que nosotros, ya que Él es mayor que nosotros,
también es verdad que el hombre sufre y ha sufrido mucho debido al pecado. Esto no debiera continuar.
No debiera continuar ni un minuto más que lo necesario. El reino de Satanás debiera continuar hasta
que haya tenido tiempo suficiente para demostrar lo que hará y que su gobierno es mejor que el de
Dios, pero cuando la demostración se haya completado, debe venir el ajuste de cuentas. Debe haber un
balance de cuentas y en esto están muy preocupados los ángeles y los hombres. El gobierno de Satanás
y sus planes tienen que ser evaluados, y también los de Dios. En esto, los hombres y los ángeles tienen
que tener una participación importante.
No debe haber nada más espantoso que imaginar que el pecado y la iniquidad florezcan para
siempre. Algunos parecen pensar que el mundo está mejorando, pero la evidencia no apoya su
afirmación. Aun en este preciso momento los corazones de los hombres están temerosos por lo que le
sobrevendrá al mundo. A menos que todas las señales terrenales fallen, y también la Palabra de Dios,
estamos al borde de solemnes eventos. El fin de todas las cosas está al alcance de la mano. El Señor
viene y viene luego.
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Un mensaje como este debiera alegrar los corazones cansados. La venida del Señor significa el
fin del pecado. Significa el fin de la gran controversia. Significa que Dios cree que Satanás finalmente
alcanzó el fin de sus demostración, y que los hombres y los ángeles están listos para dar su veredicto.
Significa que los reinos de este mundo deben ser los reinos del Señor y de Su Cristo. Significa que las
condiciones edénicas serán restauradas, que la resurrección tendrá lugar, y que el pecado y la tristeza
serán para siempre del pasado.
¿Cómo puede un cristiano no emocionarse con un mensaje y con un evento como este? A Satanás
se le ha permitido llevar adelante su obra durante mucho tiempo. Tiene que ser detenido. Tiene que
haber un fin para la tristeza y el sufrimiento. Tanto cuanto podemos ver, si los hombres continúan con
esto por mucho tiempo más, no sobrará ningún hombre. Cada nación, por lo menos en la intención, se
está preparando para enfrentar a las demás naciones. Y si una nación por lo menos tiene que quedar
sobre la faz de la tierra, existen suficientes indicaciones de que esa nación no sobrevivirá. Porque los
hombres con ambiciones extravagantes se levantarían en esa nación, y la batalla a muerte surgiría
nuevamente. No, la única solución para los problemas fastidiantes de la tierra es la venida del Hijo del
hombre. Decimos con reverencia que está cerca el tiempo cuando Dios tiene que intervenir.
Sin embargo, el Señor no vendrá hasta que haya habido una demostración final tanto del poder de
Dios como del poder de Satanás. Así es como tiene que ser. Tanto Dios como Satanás tienen que
presentar su producto terminado, para que los hombres puedan ver y juzgar los méritos relativos de
ambos antagonistas. Solo una demostración así satisfará a todo el universo que está observando.
En el primer ataque de Satanás contra la raza humana en el jardín del Edén, él usó una serpiente
como médium. En el último ataque el recurrirá a un poder que en el lenguaje de Apocalipsis es llamado
de “bestia”. Apoc. 13:1. Una “imagen de la bestia” también es mencionada. Verso 14. Esta bestia
“tenía poder para darle vida a la imagen de la bestia, para que la imagen de la bestia hablase e hiciese
que todos los que no adorasen la imagen de la bestia fuesen matados”. Apoc. 13:15. De esto podemos
ver que la guerra es a muerte. “Todos cuantos no adoren la imagen de la bestia serán muertos”.
Esta bestia “hace con que todos, tanto pequeños como grandes, ricos o pobres, libres o esclavos,
reciban la marca en su mano derecha o en sus frentes; y que ningún hombre pueda comprar o vender, a
menos que tenga la marca, o el nombre de la bestia, o el número de su nombre”. Versos 16-17.
Es significativo que en esta última batalla se haga referencia a una marca, y que si un hombre no
recibe la marca, no podrá comprar ni vender. Sabemos que el pueblo de Dios tendrá un sello en sus
frentes. Apoc. 7:3. Este sello es llamado “el sello del Dios viviente”. Verso 2. Se dice que los 144000,
en el capítulo 14, tienen el nombre del Padre escrito en sus frentes. Verso 1. Un sello debe poseer el
nombre del dueño del sello grabado en él, y como este sello es el sello del Dios viviente, aceptamos el
hecho de que el sello y el nombre de Dios sean los mismos; o, más bien, que el sello contenga el
nombre. En otro capítulo ya hemos analizado el sello de Dios, y hemos encontrado que está
íntimamente relacionado con el Sábado del Señor, y que, el Sábado es la marca distintiva de Dios, que
es la señal o el sello de Dios, y que él y la santificación están inseparablemente unidas. El lector hará
bien en refrescar su mente yendo al capítulo “El Sello de la Ley”.

Domingo y Sábado.-

En otro capítulo, “¿Quién Cambió el Sábado?”, llamamos la atención a un poder que reclama no
solo haber cambiado el Sábado para el domingo, sino que también tener autoridad divina para hacer
eso. Y el hecho de que este poder haya cambiado el Sábado, y que el cambio fue aceptado por la iglesia
Protestante, es citado como prueba de su derecho a cambiar los mandamientos de Dios. ¿Puede ser que
este sábado hecho por el hombre sea la marca de la bestia, al oponerse al Sábado del Señor, el cual es el
sello de Dios?
Cuando Satanás haga su última tentativa para oponerse al pueblo de Dios, él va a “hacer la guerra
con el remanente de su semilla, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de
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Jesucristo”. Apoc. 12:17. Aquellos que guardan los mandamientos poseen el sello del Dios viviente en
sus frentes; tienen el nombre del Padre escrito ahí. Los otros también tienen una marca en sus frentes.
No necesitamos de mucha perspicacia para entender que estas dos marcas están relacionadas con la ley
de Dios, una siendo el sello de Dios y la otra siendo la marca del poder apóstata.
La gran diferencia entre los cristianos en relación a la ley de Dios es el Sábado. Algunos
cristianos guardan el séptimo día de la semana de acuerdo con el mandamiento. Otros guardan el
primer día. Estos últimos son la gran mayoría. Para poder justificar su acción en relación a guardar el
primer día, ellos dicen que la ley de Dios fue abrogada y que los cristianos no necesitan guardarla.
Ellos dicen que toda la ley ha sido anulada y no apenas un mandamiento, aun cuando un mandamiento
es todo lo que ellos desean ver anulado, porque parecería extraño sacar un solo mandamiento de la ley
y retener todos los demás. Lo que ellos hacen, sin embargo, es rechazar toda la ley, y entonces vuelven
a insertar los nueve mandamientos, dejando a un lado el que los ofende.
Parece ser una rara maniobra y necesitamos hacer algunas preguntas. Si a alguien que observa el
primer día de la semana se le pregunta qué es lo que él entiende de la declaración que dice que la ley no
es más para los cristianos, él contestaría que tanto cuanto esté relacionado con el mandamiento del
Sábado, significa que él no necesita guardar el séptimo día. El mandamiento no tiene más poder, y no
necesita ser observado. Si se le preguntara si esto se aplica a toda la ley, él contestaría que toda la ley
ha sido eliminada, y que no necesitamos guardarla. Si se le pidiera que fuese más específico en esto, y
que lo aplique a un mandamiento en particular, como por ejemplo: “No robarás”, él no diría que un
cristiano no necesita guardar eso. En vez de eso, diría que un cristiano no debe robar. Tomaría la
misma posición con todos los otros mandamientos, excepto con el cuarto. El cristiano que dice que la
ley fue abrogada, generalmente retrocede de esa posición cuando se le pide que lo aplique a un
mandamiento en particular. Todo lo que él realmente quiere y necesita es que el cuarto mandamiento
sea abolido, y está dispuesto a guardar los demás.
Aquellos que guardan el Sábado del séptimo día dicen guardar la ley. Los otros indignadamente
repudian la idea de que tengan algo que ver con la ley. La observancia del Sábado, por lo tanto, se
transforma en una prueba de la actitud del hombre hacia la ley, y hacia toda ley en general. Así, el
mundo cristiano está dividido entre aquellos que guardan los mandamientos y aquellos que no los
guardan. La observancia del Sábado es la línea divisoria.
Es en este frente de batalla que la última guerra será peleada. Satanás va a hacerle “la guerra al
remanente de su semilla, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de
Jesucristo”. Esto significa que ellos guardan todos los mandamientos, y que esto es lo que enfurece a
Satanás.
No debemos pensar, sin embargo, que la batalla esté confinada apenas a la cuestión de un día;
esto es, si es el séptimo o el primer día el que debe ser guardado. Hay más envuelto en esto. Las raíces
de la controversia están más profundas. Ellas tocan el asunto de la evolución, de la inspiración, de la
integridad de la Palabra de Dios, del modernismo o del fundamentalismo, del plan de la salvación, del
sacrificio en la cruz, del gobierno de Dios en sí mismo. La decisión final, teniendo en cuenta estas
consideraciones, decide el destino del hombre y de la humanidad.

Martín Lutero.-

Hace cuatrocientos años atrás, un joven monje decidió mantenerse fiel a la Palabra de Dios, sin
importarle el costo. La tradición había sido su guía, pero de ahí en adelante sería la Palabra de Dios, y
solamente la Palabra de Dios, la que lo guiaría. Si él realmente dijo las palabras que se le atribuyen, el
sentimiento ciertamente es de él, y el de muchos cristianos hoy en día: “Aquí permanezco, no puedo
hacer nada diferente; que Dios me ayude”. Él dijo “aquí permanezco”, colocando su mano sobre la
Biblia. Y la “Biblia y solamente la Biblia” ha sido desde entonces el grito de los verdaderos
Protestantes. Cuando eso deje de ser verdadero, los Protestantes dejarán de existir.
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Hoy día estamos testimoniando la desintegración del movimiento que tan noblemente comenzó
en Alemania hace 400 años atrás. Muchos de los que han permanecido en la fe una vez dada a los
santos, que dieron el grito “¡Volvamos a la Biblia!”, han desertado a la causa y están entre los que
disecan el precioso volumen de Dios. No son los ateos, no son los infieles, no son los mahometanos, no
son los Católicos, los que llevan la mayor responsabilidad en destruir la reverencia por la Biblia y
hacerla de ningún efecto. Es el clero Protestante.
Es en los seminarios teológicos en los cuales el clero es educado, que la obra traicionera está
siendo hecha. Uno tras otro de estos formadores está desertando de su posición original y está
quebrando aquello que había sido construido. No hay muchos colegas de primera línea que
permanezcan firmes en la fe de sus padres. La mayoría de ellos se ha doblegado al Modernismo, para
no decir escepticismo; y la firme fe de los profesores que una vez enseñaron en sus aulas ya no existe
más. El Protestantismo fue construido en la Biblia como siendo su fundamento. No es posible remover
el fundamento y esperar que la estructura aun sea capaz de permanecer.
Si el siglo XVI necesitó una voz que llamase a los hombres a la Biblia, el siglo XX necesita una
voz mucho más potente aun. El movimiento Protestante, como tal, está condenado. Es difícil encontrar
una iglesia que lleve el nombre de “Protestante” que no posea ministros y profesores que proclamen
abiertamente la falibilidad de la revelación, las equivocaciones de las Escrituras, y la inadecuada
expiación hecha con sangre. Si la iglesia continua durante algunos años más en la dirección en que
ahora está andando, la honradez demandará que el nombre “Protestante” sea borrado, y un nombre más
en armonía con los hechos sea colocado. Qué forma tomará el nuevo movimiento no lo podemos
afirmar, pero no será más Protestante.
¿Significa esto, entonces, que la obra tan noblemente comenzada hace un par de cientos de años
atrás va a quedar en nada? No creemos que así sea. Dios estuvo en ese movimiento. Su falta fue no
poder continuar más allá de la vida de sus fundadores. Ningún hombre conoce toda la verdad. La
revelación de Dios no es comunicada toda de una vez. Es un poquito aquí y un poquito allí, línea tras
línea, precepto sobre precepto. Un continuo caminar en la luz debiera traer nuevas y mayores
revelaciones, y debiera salvar a algunos de las trampas en que ellos cayeron.
No existe manera en que un movimiento fundado sobre la Biblia, y solo sobre la Biblia, pueda
aceptar las tradiciones de los hombres por sobre la Palabra de Dios. Tan luego como lo haga, deja de
ser un movimiento basado en la Biblia, y se separa de la verdad de la Biblia. Cuando esto sucede, Dios
da tiempo para arrepentirse; pero si no hay arrepentimiento, Dios levantará otro pueblo para terminar la
obra comenzada, y para llevarla adelante a un mayor éxito. La iglesia Protestante puede dejar de existir,
pero el Protestantismo continuará.
Dios no ha abandonado este mundo, ni tampoco está satisfecho con medias medidas. Si la iglesia
falla en una hora tal como esta, Dios posee medios a mano que restaurarán la antigua fe. Existen
aquellos que reconstruirán los antiguos lugares, levantarán los fundamentos de muchas generaciones,
repararán las brechas, y restaurarán los caminos para andar en ellos. Dios no permanece sin un testigo.
Los hombres pueden alejarse de la ley, pueden tallar cisternas que no contengan agua, pueden
considerarse sabios por sobre lo que está escrito, pero el brazo de Dios no se acortado. Él posee
instrumentos de reserva, los cuales los hombres pueden despreciar, pero que aun así harán con que el
nombre de Dios sea conocido hasta los confines de la tierra. Dios sabe lo que está haciendo. Y Él
conoce a los Suyos.
Nosotros creemos que ha llegado el tiempo para un nuevo movimiento Protestante, uno que
reunirá a los creyentes en la Biblia de todas las iglesias y sociedades, y los unirá en un cuerpo para
defender la fe. Los hombres han anulado la ley de Dios. Es tiempo para que Él actúe. Desde un extremo
al otro de la tierra debe sonar el llamado. El Protestantismo ha abandonado sus normas. Un nuevo
Protestantismo tiene que surgir.
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Un Rebaño y un Pastor.-

Las palabras de Cristo “habrá un solo rebaño y un Pastor”, se cumplirán antes del fin. Juan 10:16.
Ahora hay muchos rebaños, y creyentes honestos en todos ellos. Esto no continuará así. Sonará el
llamado: “Salid de ella, pueblo Mío, para que no seáis participantes de sus pecados, y para que no
recibáis sus plagas”. Apoc. 18:4. Dios reunirá a los Suyos en un solo rebaño, y cuando venga la última
batalla, no habrán dudas en relación a dónde deberá colocarse cada ser humano. Las personas que sean
llamadas a salir guardarán los mandamientos de Dios y la fe de Jesús. Apoc. 14:12.
Puede surgir la pregunta si acaso es posible unir a todos los verdaderos santos de Dios en un
cuerpo. ¿Qué credo será aceptado? ¿Qué factor unificante habrá que los una a todos? ¿Con las muchas
denominaciones diferentes que ahora existen, no es demasiado creer que pueda existir un llamado que
sea lo suficientemente fuerte como para reunir estos elementos diferentes en un cuerpo?
Cristo dice: “Yo tengo otras ovejas, que no son de este rebaño; también tengo que traerlas, y ellas
oirán Mi voz; y serán un solo rebaño y un solo Pastor”. Juan 10:16. Observe: “Ellas oirán Mi voz”.
Como el Buen Pastor, Cristo va adelante del rebaño. Ellas lo siguen. En estas pocas palabras se resume
el cristianismo. “Él va delante de ellas, y ellas Lo siguen; porque ellas conocen Su voz”. Verso 4.
Cristianismo es tan simple como eso. Seguir a Cristo es toda la teología que todos necesitan para ser
salvos. En esa plataforma todos los cristianos pueden unirse. Y si uno sigue a Cristo y el otro sigue a
Jesús, ambos pueden caminar juntos. Y como todos Lo siguen, habrá un solo rebaño y un solo Pastor.
¿Sucederá esto alguna vez en esta tierra? Nosotros creemos que si. A medida que las iglesias
nominales se apartan más y más de la fe del Dios viviente, habrán aquellos que en cada comunión
desean una consolación en Israel. Ellos verán cientos de iglesias con miles de creyentes, cada iglesia
diferente en la fe a las demás, pero aun con personas que verdaderamente están tratando de servir a
Dios. Ellos quedarán perplejos, y se preguntarán qué deben hacer y en qué deben creer. Un gran
hombre de la iglesia dirá una cosa, y otro igualmente grande dirá otra cosa. En esta perplejidad el
verdadero hijo de Dios se volverá a la Palabra, y de repente encontrará en ella, algo que le parecerá
nuevo, que Cristo es el camino, la verdad y la luz, y que todo lo que él necesita hacer es seguirlo, y
todos los problemas religiosos serán resueltos. Rompiendo toda atadura terrenal, los hombres seguirán
al Cordero dondequiera que Él los guíe, y para su sorpresa, encontrarán que otros están siguiendo el
mismo camino. En el simple programa y credo de seguir al Cordero, se unirán en divina compañía, y
Dios colocará Su sello de aprobación sobre ellos. Ellos siguen al Cordero; ellos tienen el nombre del
Padre escrito en sus frentes; el Señor los reconoce como siendo de Él; ellos son sellados para la
eternidad.
Cuando los hombres sigan este simple programa, aparecerá un pueblo que guardará los
mandamientos de Dios y la fe de Jesús. Jesús declara definitivamente: “Yo he guardado los
mandamientos de Mi Padre”. Juan 15:10. Aquellos que siguen a Jesús guardarán los mandamientos. Si
alguien no guarda los mandamientos, simplemente demuestra que no Lo sigue.
Por lo tanto estamos seguros en creer que habrá un retorno a la fe primitiva y a la piedad antes de
la venida del Hijo del hombre. Los hombres comenzarán a seguir nuevamente al Maestro, haciendo lo
que Él hizo. Con la fe apostólica vendrá el poder apostólico. Todo el mundo se reunirá en dos grupos:
aquellos que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús, y aquellos que no los guardan. No
habrá equivocación entre los santos. Ellos tendrán el sello del Dios viviente en sus frentes.
De todas las experiencias por las cuales tienen que atravesar los santos, el Sábado es una señal.
Creyendo en la simple historia de la creación tal como está registrada en los primeros capítulos de
Génesis, ellos aceptarán naturalmente el relato del Sábado. Ambos van juntos. Creyendo en Cristo, Lo
seguirán y Lo aceptarán como el camino, la verdad y la vida. Aceptando a Cristo como su Señor,
también Lo aceptarán como el Señor del Sábado. Así como Él descansó, así descansarán ellos. Ellos Lo
seguirán dondequiera que Él vaya.
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Es contra esta compañía que la ira de Satanás será dirigida. Es contra ellos que hará guerra. Y la
batalla será fiera en su intensidad. El decreto finalmente saldrá, diciendo que aquel que no adore de
acuerdo al mandamiento de “la bestia” será muerto. Apoc. 13:15. Entonces viene el tiempo de angustia
de Jacob. Satanás está determinado a probar al pueblo de Dios hasta el máximo, y si fuese posible, a
hacerlos pecar. Si él tuviera éxito, habría ganado un punto importante, porque Dios ha decidido mostrar
Su poder en este mismo pueblo. En ellos y a través de ellos Él trata de darle una demostración al
mundo de lo que el evangelio es capaz de hacer por la humanidad.
La última generación de hombres lleva todos los pecados y las debilidades de su padres. Si
alguno fue débil, ellos lo son. Si alguno posee tendencias heredadas o cultivadas hacia el mal, ellos la
tienen. Si es posible que ellos pasen las batallas de los últimos días sin pecar, siempre habrá sido
posible vivir sin pecar. Y esto es justamente lo que Dios trata de demostrar a través de ellos. Esta
demostración también resolverá la cuestión de si es posible que los hombres guarden la ley. Si estas
personas pueden hacerlo, se comprobará concluyentemente que el hombre puede guardar la ley, y que
Dios no es injusto al requerir obediencia.
La última generación del pueblo de Dios, por lo tanto, constituye una compañía especial. Se le da
permiso a Satanás para que los pruebe al máximo. Él les hace la guerra. Los amenaza. Están bajo
sentencia de muerte. Pero todas estas cosas no los mueven. “Aquí está la paciencia de los santos”. Ellos
soportan, continúan firmes, son inamovibles. Las amenazas y los halagos caen en oídos sordos. Todo lo
que Satanás puede hacer no tiene ningún efecto. Ellos, así como lo hizo Cristo, atraviesan el
Getsemaní. Y así como Él salió victorioso, así salen ellos. Cuando la batalla termine, ellos son vistos en
pie en el monte de Sión, con el nombre del Padre escrito en sus frentes. Están sin falta ante el trono de
Dios.
En estos 144000 Dios es justificado. Él ha comprobado, a través de ellos, que la ley puede ser
guardada bajo las circunstancias más adversas. Él ha destruido la aserción de Satanás de que Dios es
injusto al demandar que los hombres guarden la ley. Dios está vindicado. Satanás está derrotado. La
controversia ha terminado. Todo lo que queda es el balance de cuentas. Y entonces, después que ha
terminado el juicio, viene el reino de Dios, sin fin, glorioso. ¡Que Dios pueda acelerar ese día!

Autor: M. L. Andreasen

1942, USA

La mayor parte de las citas son de la KJV, salvo las citas muy grandes, las cuales pertenecen a la
Reina Valera.

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