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Luca de Tena
Con el telón de boca corrido y la sala apagada, se ilumina con uno o dos focos azules el pasillo
central del patio de butacas, que finge ser una calle de Madrid, donde el rey ALFONSO XII
encuentra a un TRANSEÚNTE y se pone a hablar con él. Hablando y andando despacio avanzan
los dos hacia el escenario. Cuando el diálogo esté mediado, se levantará el telón. Detrás de él
habrá una perspectiva de la plaza de Oriente. Cuando el diálogo termina, los dos personajes
están ya en el escenario
El rey va embozado con una airosa capa. El transeúnte llevará abrigo.
ALFONSO.– Usted perdone, caballero. Estoy desde hace pocos días en Madrid, de
donde salí muy pequeño, y esta noche, al volver a mi casa, me he extraviado. ¿Podría
usted indicarme por dónde se va a la plaza de Oriente?
TRANSEÚNTE.– Sí, hombre, sí; está muy cerca. Yo también vivo por allí. Si quiere, le
acompaño.
ALFONSO.– Con mucho gusto. (Echan a andar.)
TRANSEÚNTE.– ¿De modo que es usted forastero?
ALFONSO.– Forastero, no. Yo nací en Madrid, precisamente en la casa donde vivo
ahora, pero he pasado en el extranjero muchos años.
TRANSEÚNTE.– Muchos no serán, porque es usted un chiquillo.
ALFONSO.– No tanto.
TRANSEÚNTE.– ¿No? ¿Pues cuántos tiene usted?
ALFONSO.– Los suficientes.
TRANSEÚNTE.– Los pollos de ahora están ustedes muy pagados de sí mismos. Yo, a
mis hijos, no les dejo salir de noche hasta que cumplen los veinticinco. ¿Usted no tiene
a nadie que le riña?
ALFONSO.– Pues verá usted..., sí. Hay un señor, malagueño por más señas, que me
suele reñir bastante. En cambio hay otro, madrileño este último, que me deja hacer todo
lo que yo quiero.
TRANSEÚNTE.– ¿Y qué son, sus tutores?
ALFONSO.– Algo así...
TRANSEÚNTE.– ¿Y hace pocos días que está usted en Madrid?
ALFONSO.– Sí, señor, muy pocos.
TRANSEÚNTE.– Entonces no habrá visto usted todavía a nuestro rey
ALFONSO.– Pues no, aún no.
TRANSEÚNTE.–– ¡Yo sí!
ALFONSO– Le vería usted de muy lejos.
TRANSEÚNTE– Le aplaudí, el día que llegó, desde un balcón de mi casa. Y grité,
¡Cristo!, "grité más que el día que echamos a la madre".
ALFONSO.– Vaya!
TRANSEÚNTE.– Dicen que por las noches se escapa de palacio y se dedica a pasear
por Madrid, completamente solo.
ALFONSO.– No haga usted caso, ¡habladurías de la gente!...
TRANSEÚNTE.– Y hasta dicen que corre sus aventuras. Se habla de cierta taberna
en... (Le habla al oído.) ¿Eh...? ¿Eh...?
ALFONSO.– ¡Jé! ¿Ah, sí?
TRANSEÚNTE.– Pues ahora sentará la cabeza. Dicen que se casa.
ALFONSO.– ¡No me diga!
TRANSEÚNTE.– ¡Sí, hombre, sí! Con la princesa Mercedes de Orleans; una hija de
aquel mal bicho de Montpensier.
ALFONSO.– Pues no había oído nada. ¿Y a usted, qué le parece esa boda?
TRANSEÚNTE.– Pues, mire usted, la verdad: a mi muy bien, aunque la novia sea hija
de ese franchute ambicioso. Dicen que la muchacha es preciosa.
ALFONSO.– ¿Ah, si? A lo peor no tanto.
TRANSEÚNTE.– ¡Sí, hombre, sí; qué me va a decir usted a mí! Es preciosa. Y
encantadora. Y dicen que es muy inteligente. Y, además, española. ¿No le parece a
usted que es mejor a que nos traigan una reina de extranjis? Y, además, católica. Y
muy piadosa.
ALFONSO.– ¡Vamos, que lo reúne todo!
TRANSEÚNTE.– ¡Todo! Y, además...
ALFONSO.– ¿Todavía tiene más cualidades?
TRANSEÚNTE– Para mí, la mejor. (Dándole con el codo.) Dicen que la reina Isabel
está furiosa con la boda, ¡ja, ja! Y a Cánovas, parece que tampoco le gusta, ¡ja, ja! (Se
dobla de risa.)
ALFONSO.– (Sin poderse contener.) ¡Pepe Alcañices es genial!
TRANSEÚNTE.– ¿Cómo dice usted?
ALFONSO.– Nada, reflexiones mías.
TRANSEÚNTE.– ¡Bueno, caballero, pues ya hemos llegado! Esta es la plaza de
Oriente. He tenido mucho gusto en conocerle...
ALFONSO.– Y yo le quedo muy agradecido por haberme acompañado.
(Presentándose.) Alfonso XII... Aquí, en palacio, tiene usted su casa.
TRANSEÚNTE.– (Sin inmutarse.) ¡Muchas gracias, hombre! Yo, Pío Nono. En el
Vaticano, a su disposición...
Séptima estampa
EDIPO
José María Pemán
La escena representa la plaza de Tebas. A un lado, la escalinata del palacio real; a otro, la
muralla. En ella, la puerta del sepulcro del rey Layo. Ante esta puerta, un altar.
En escena, EDIPO, el CORO y MUCHACHAS llevando procesionalmente cestos de flores y
ánforas de vino.
CORO
¡Dulce palabra del celeste Padre!,
como las cuerdas tensas en el arco
todas las almas a tus pies imploran;
¡sé nuestro amparo!
DONCELLAS
¡Frutos de Tebas, la famosa; vino
de sus lagares; de sus huertos, flores!
Tumba de Layo, nuestro padre, vístete
con nuestros dones.
HOMBRES
¡Gozo y ventura del solar Cadmeo!
MUJERES
¡Rey que quisimos cual la espiga al tallo!
DONCELLAS
¡Dinos tú mismo tu verdad oculta!
MUCHACHOS
¡Sé nuestro amparo!
(EDIPO baja unos escalones y detiene al cortejo con gesto imperativo.)
EDIPO
Detened vuestros pasos... La primera será mi ofrenda...
(Una de las DONCELLAS se ha acercado a él con su ánfora.)
Nadie,
rey Layo, nadie en este mundo
desea, como Edipo, tu venganza.
(Se dirige al sepulcro llevando la cántara.)
Me arranco como el musgo de la peña
del corazón, mi grito y mi deseo.
¡La luz, rey Layo!... ¡ La verdad!... ¡ Un nombre!
¡Juro que entre ese nombre y mi justicia
no habrá más tiempo que hay entre el relámpago
y el trueno!... En prenda, rey, de lo que digo,
verteré en tu sepulcro sangre ardiente
de las cepas cadmeas...
(Levanta el ánfora como para verterla. Vacila con turbación.)
¿Es mi mano
la que tiembla... o, esta ánfora es pesada
como el dolor?
(Resbala de entre sus manos el cántaro. Cae y se vierte el vino. Emoción general.)
¡ Ay, dioses!... ¿Es el numen
que rechaza mi ofrenda?... Rey Layo, ¿no es bastante
lo que hice?... ¿Qué me quieres decir?
(EDIPO se aparta con horror. Todos se han distanciado. Entra CREONTE
conduciendo a TIRESIAS.)
CORO
¡Señor, Tiresias! ¡Es Tiresias!
¡El adivino ciego!
¡Abridle paso!
EDIPO
Llegas a tiempo...
(Toma violentamente la mano de TIRESIAS y la pasa por su túníca. Habla
anhelante.)
¡Toca, Tiresias!... Es el vino
de mi ofrenda. Salpica
mis vestidos. Se ha roto
el ánfora en el suelo... Antes que beba
la tierra el vino derramado, quiero
beber yo de tus labios
una verdad que alegre la justicia.
TIRESIAS
(Frío. Hermético.)
No siempre es alegría, señor, saber las cosas...
EDIPO
¿Pues hay algo más bello que saber?
TIRESIAS
¡El olvido!
EDIPO
¿El olvido?
TIRESIAS
¡El olvido de la verdad inútil!
EDIPO
La verdad de la muerte de Layo no es inútil...
TIRESIAS
Si es útil la desgracia y el horror, te lo admito.
EDIPO
¡Tú sabes algo!
TIRESIAS
Sé que no quisiera
saber nada, señor, si es que sé algo...
Déjame ir a mi casa...
EDIPO
La ciudad que te ha dado
casa y respeto tantos años, tiene
derecho a tu palabra...
TIRESIAS
¡Qué derecho más triste!
EDIPO
Tiresias: tú no puedes
ver el ansia infinita con que pregunta Edipo.
Si me vieras los ojos, se abrirían tus labios.
(Se arrodilla ante él y [e toma la mano para que le toque y compruebe su postura.)
Pero ya que no puedes verme... Ven... que tu mano
toque y sienta, rendida como un junco
por el viento, la espalda
del rey Edipo ante tus pies, Tiresias,
arrodillado... Nunca,
sino ante el dios de Tebas, los mortales
vieron a Edipo de rodillas... ¡ Piensa
que Edipo, el rey, no gusta de humillarse por nada!
TIRESIAS
No sabes humillarte sin cólera, y tu ruego
casi suena a amenaza...
EDIPO
No, Tiresias,
¡oye mi voz, humilde como un río!
Dinos, Tiresias, la verdad... No importa
si es dura... El sol de estío
vale más que las tinieblas de la vendimia... ¡Danos,
por favor, tu sentencia!
(Pausa breve. TIRESIAS está inmóvil, mudo. EDIPO, todavía de rodillas pero con
cólera en la voz.)
¿Por qué callas?
TIRESIAS
Cumplo tu decreto...
EDIPO
¿Qué decreto?
TIRESIAS
Dijiste
que nadie hable al culpable si alguno le conoce.
EDIPO
¿Qué insinúas?... ¿Te callas?
¿Qué insinúas?
TIRESIAS
Dijiste
que nadie le conteste si le pregunta...
EDIPO
(Se pone en pie.)
¡Basta!
¿Qué pretendes decir?
TIRESIAS
Cumplo el decreto.
No le contesto a Edipo.
EDIPO
¿Quieres decir entonces?...
TIRESIAS
Lo que dije...
EDIPO
¿Que soy yo el culpable?
TIRESIAS
¡Tú lo has dicho!
Parte primera