El hechizo de Nadia

Siempre eramos los mismos en el club de El Tigre al que yo concurra todos los veranos. Pero ese ao apareci una chica nueva: Nadia. Era morena y tenia el pelo atado en dos colitas. Tal vez porque no la haba visto nunca, me enamor perdidamente. Junt moras para ella y arme un fuego prohibido, de noche, en los fogones del fondo. La saqu a bailar en los asaltos e hice un largo bajo el agua para que se fijara en mi: emerg violeta pero feliz. Cuando todos los conocidos se burlaban diciendo que yo era un "arrastrado", Nadia acept hablar conmigo a solas un sbado a la nochecita, junto a las canchas de vley desiertas. La aguard ansioso y con dos capas de repelente para que no me comieran los mosquitos. El cielo todava estaba celeste, pero ya haba salido la luna y la primera estrella. Nadia lleg y aunque no ola a repelente, los mosquitos no se le acercaban. -No puedo ser tu novia-me dijo mirndome con esos ojos que me recordaban sabores de frutas que nunca haba probado. -Por qu?-pregunt como si ya me le hubiese declarado. -Tengo cincuenta aos-dijo Nadia. Me re y despus la mire enojado. Se estaba burlando de mi. -Tengo cincuenta aos-repiti-.Un brujo me hechiz. -Me voy- le dije. Pero no me poda mover. -Soy hind-me dijo Nadia-. Mis padres me comprometieron con un chamn cuando tena once aos. A los quince aos deba casarme con l. Cuando cumpl quince, me negu a aceptar el compromiso. "Si no quieres aceptar tu adultez", me dijo el chamn, "tendrs once aos toda tu vida". Con un pase de magia me regres a los once aos y con otro se asegur de que nunca ms creciera. -Y pasars el resto de tu vida como una nia?-Excepto que un chico de once aos se enamore de mi: eso rompera el hechizo. Pero los chicos de esa edad no enamoran. Vos tampoco ahora que conocs mi historia. No le contest, pero tampoco le ped que fuera mi novia. El verano continu como si nada y no le cont a nadie aquella absurda historia. Pero no pude dejar de pensar en Nadia. La vea nadar y me pareca una sirena, la vea jugar y me pareca un hada, la vea cantar y quera casarme con ella. Nos comportamos el uno con el otro como tibios amigos. No le pregunt por sus padres ni por el resto de su vida. Cuando acab el verano, desapareci; del mismo modo en que se esfuman las mariposas y los duraznos. Un sbado de invierno, estaba sentado junto a la cancha de handball y se me acerc una seora. Tena el pelo canoso, pero sus ojos me recordaban a todas esas frutas que se van con el verano. -Gracias-me dijo la seora. Ni a ella ni a Nadia las vi nunca ms por el club.