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EL CARÁCTER CHICHA EN LA CULTURA PERUANA

CONTEMPORÁNEA ¿LITERATURA DE LA MISERIA O


MISERIA DE LA LITERATURA?

Por Javier Garvich

¿Existe una cultura chicha en el Perú? ¿O este es un término vano y


denigrativo que no explora a fondo la cultura peruana contemporánea?
¿Hay en verdad el desarrollo de una cultura urbano-migrante popular
masiva y mayoritaria en este país? ¿O lo chicha es un invento conceptual
de la intelectualidad criolla, más ceñida al exotismo de aquella?
¿Hablamos de una sola matriz cultural o de múltiples manifestaciones
diferenciadas? ¿Y qué papel tiene la literatura en todo ello? En este
ensayo intentaremos proponer un modelo de caracterización cultural que
nos pueda ayudar a entender la producción y el consumo de las grandes
masas de las ciudades del Perú. Y de qué manera la literatura se inserta
en todo ello.

I
Pasión, caída y reivindicación del concepto chicha

A comienzo de la década de los ochenta, un nuevo género musical empezó a


hacerse oír. Era una mezcla de huayno serrano y cumbia tropical a la cual
llamaron chicha. Muy rápidamente se hizo de un inmenso auditorio en los
sectores urbano populares del país, nacieron a su alrededor nuevas cadenas
radiales, el nuevo sonido penetró en la televisión, alcanzó al cine y hasta tuvo
repercusión internacional. Pero la chicha trascendió de la mera música:
Representó a un nuevo sujeto social: A los jóvenes descendientes de las
migraciones, ya establecidos en el cinturón de barrios, pueblos jóvenes y
asentamientos humanos que rodeaban Lima. Muy pronto el término chicha se
adaptó para referirse a los gustos culturales y elecciones estéticas de este
segmento social (vestimenta, comida, costumbres).

Pero el término chicha, si bien pudo nacer en los sectores populares que los
caracterizó, muy pronto fue abordada y resemantizada por los agentes
culturales hegemónicos. El término chicha fue adquiriendo un tono denigratorio
e incluso hasta racista. “Chicha” se asociaba con el mal gusto, la huachafería,
lo chirriante, lo grotesco. Pero sobretodo “chicha” era el término con que los
sectores criollos postcoloniales utilizaban para reírse del protagonismo de este
sector emergente refocilándose en su supuesta torpeza estética. La
resemantización del término “chicha” y su posterior difusión por lo circuitos
culturales ha hecho que esta palabra, que bien pudiera ser un sonoro emblema
de los nuevos procesos culturales del Perú, mantenga una carga negativa que
la hace inabordable no solo para buena cantidad de intelectuales y artistas,
sino por muchos de los protagonistas que creen que el uso de la palabra
“chicha” ya, de por sí, caricaturiza y deforma un producto cultural.

Y es que lo chicha está vinculado a la ola de periódicos sensacionalistas que


produjo el servicio de inteligencia del fujimorismo. Lo chicha está vinculado a
los tristes personajes que rondaban en los programas de Laura Bozzo y sus
imitadores, lo chicha eran las nuevas ofertas alimenticias pródigas en mezclar
sabores dispares (la mazamorra con el arroz con leche, los combos
compuestos por papas a la huancaína, cebiche y tallarines). Chicha era no sólo
la nueva industria de reproducir CDs y DVDs sin permiso del autor (actividad
también llamada piratería audiovisual) sino también los ambientes donde estos
productos se distribuyen y consumen. Chicha es la estética chocante de los
afiches que promocionaban antes la música chicha, luego la tecnocumbia y
ahora los conciertos de Dina Páucar o Sonia Morales: Colores violentos,
fosforescente, tipos de letras desproporcionadas. Chicha es la manera de
hablar en las radios chichas: Estridente, atropellada, repetitiva. Chichas fueron
(y son) muchos políticos que, haciendo gala de su incultura, medraron en el
fangal del fujimorismo. Chichas son esas vedettes semianalfabetas que se
blanquean con tintes y siliconas. Chicha es lo deliberadamente informal hasta
la delincuencia, la combinación llamativa por lo exagerada y lo antiestética. Las
connotaciones negativas de lo chicha son infinitas y, lo peor de todo, las hemos
internalizado y las percibimos ya como normales.

Sin embargo, pese a esos referentes peyorativos. Sigo considerando la chicha


como término positivo e incluso acertado como categoría de un proceso
cultural. Lo chicha es también la emergente burguesía de matriz provinciana
cuyo accionar incluso traspasa las fronteras. Chicha también es la voluntad de
modernidad de los descendientes de los migrantes, su permeabilidad a la
innovación, su búsqueda de satisfacer y potenciar el consumo interno. Chicha
han sido muchas iniciativas ciudadanas realizadas frente a la omisión del
Estado y sus instituciones (las medidas extremas y ejemplarizantes que se
toman en los asentamientos humanos contra la impunidad de la delincuencia).
Chicha es la búsqueda experimental de nuevas estéticas, de nuevos gustos, de
nuevos productos que no buscan copiar modelos anteriores pero tampoco
negarlos (el nuevo porno de consumo popular, el desarrollo de una sub-
industria independiente de DVDs que va desde la reproducción de recitales
cómicos callejeros hasta la elaboración espúrea y a retazos de documentales
de corte histórico y político) Chicha son los caminos plurales –aunque muy
contradictorios- por donde recorren las disciplinas y los oficios que han sido
reapropiados por estos nuevos sujetos (véase el abanico simultáneo y
yuxtapuestos de diversos subgéneros de la música andina moderna) Chicha es
también los aportes inéditos que se dan a la cultura contemporánea: Sean los
motivos y colores estéticos del pintor Christian Bendayán, sea los nuevos
discursos cinematográficos (novísimos, bizarros, ¿fundacionales?) del nuevo
cine andino ( el melodrama post-hindú de El Huerfanito, la construcción de un
cine de terror trash peruano en El regreso de los Jarjachas). Chicha es la
aparición de una prensa informal pero que busca conectar con el consumo de
sus pares: Sea la publicación de folletería explicativa de gestiones legales
imprescindibles aunque lejanas, sea el boom de la prensa de medicina natural,
sea la aparición de secciones y titulares en los periódicos que abordan
directamente el tema de la emigración y búsqueda de trabajo en el extranjero.

Por último, el término de chicha es una hermosa metáfora de la chicha misma:


Es un producto nuestro, de elaboración artesanal y consumo masivo. Como la
bebida andina, forma parte de la tradición pero ha persistido con éxito en la
construcción de nuestra oriunda modernidad (la chicha es una bebida con
mucha presencia en fiestas populares, es un recurso habitual para conseguir
dinero extra en alguna actividad pro-fondos, busca asentarse en otros
mercados embotellándose y ofreciéndose en ferias y supermercados).

Y, sobretodo, la chicha es fermentación. Y representa la maceración de


diversas generaciones de pobladores, de experiencias, de aprendizajes. Los
increíbles caminos de la cultura chicha son producto de décadas de desarrollo
continuo, una avenida furiosa de múltiples carriles, cada uno enredándose y
desenredándose con los demás y construidas en un proceso discontinuo, a
veces casi caótico, pero ininterrumpido.

II
Para entender mejor la cultura chicha

Como contrapeso a los reiterados lamentos del pensamiento de izquierda


acerca de la “postración” de los trabajadores y campesinos ante el orden
establecido y etcétera etcétera; hace unos quince años surgió en los ambientes
académicos una nueva visión al afirmarse la cultura chicha como una expresión
de progreso y optimismo. El sujeto chicha era un triunfador, un auténtico
selfmade-men salido de las barriadas de Comas. El cholo moderno que
acumulaba capital, se elevaba socialmente y estaba cambiando el paisaje
urbano y la composición social del país.

El sujeto chicha había traído a Lima nuevas formas de hacer empresa


(aplicando una concepción vertical, autoritaria y orgánica de la familia extensa
como dinamizador productivo, apoyándose en las relaciones de parentesco
para expandir el mercado laboral), había creado una nueva clase media en
inéditos espacios geográficos, las vías de la política ya no le estaban vetadas y,
por el contrario, el sujeto chicha ha potenciado un profundo cambio (más bien,
una profunda involución) de nuestra clase política. El sujeto chicha como
consumidor masivo consolidó las estructuras comérciales de crédito y atrajo
hacia sí costumbres de ocio y consumo impensables hace solo quince años (la
instalación de megacentros comerciales en los conos, idénticos a los de
sectores hegemónicos de la ciudad). Su asertividad y flexibilidad de criterio,
ejercitados repetidas veces en los lances diarios de empresa; le permitieron ser
más pragmático, prudente y aideológico en su conducta política. El sujeto
chicha iba para convertirse en un nuevo modelo de conducta a seguir ¿No eran
Los Añaños el perfecto ejemplo que una pequeña familia andina –aún las
sumidas en el infierno de la guerra interna- pudiera despegar hasta convertirse
en una poderosa transnacional? ¿Quién en su sano juicio llegaría a pensar que
un Marcial Ayaypoma -quien, además del nombre, hacía gala de su
inteligencia supina- presidiría a sus anchas el Congreso, un espacio tradicional
criollo?

Sin embargo, algo fallaba en esa exaltación del cholo moderno y en la


reificación de la ética capitalista en las historias privadas de los migrantes. Y
era la constatación que la pobreza de los barrios populares se mantenía y que
junto a sólidas casas de tres y cuatro pisos, se erigían filas de barracas
construida de material más que precario y cubiertas, en el mejor de los casos,
con una oxidada calamina.

Como de noche todos los gatos son pardos, quizá para muchos científicos
sociales limeños, el proceso chicha fuera visto como un movimiento orgánico,
continuo y homogéneo; cuando quizá lo que ha sucedido es un desarrollo
diferenciado y paralelo, desigual y salpicado, que se mueve a sacudones y
embrollos, y cuyos sitios de partida y llegada son diversos y desordenados.

Porque lo chicha implica al exitoso ejecutivo que produce conciertos de


tecnocumbias como al joven que se recursea como cobrador de combis.
Chichas pueden ser los hijos de una bodeguera que asisten a un modesto pero
ordenado colegio privado en Pamplona Alta y chichas son los escolares que,
mal desayunados, salen de sus cuchitriles de madera y esteras en las alturas
de la misma zona para mataperrear en los desvencijados colegios públicos.

¿Podemos poner en un mismo saco la experiencia de los migrantes que


fundaron Comas o Ciudad de Dios con sus nietos reggaetoneros que manejan
mototaxis en los últimos asentamientos humanos? ¿El desarrollo urbano de los
pueblos jóvenes en Lima ha sido el mismo –mutatis mutandi- que en Arequipa,
Trujillo o Iquitos? Es más ¿La evolución histórica de los conos limeños y de las
conurbaciones de Ate y Huaycán tienen más elementos en común o más
signos difierenciadores? ¿Hay alguna ruptura radical entre las migraciones
clásicas de los sesentas y setentas; y las protagonizadas años después por
nuestra guerra interna?

Todas estas preguntas las digo para hacer énfasis en la tremenda diversidad
del sujeto chicha en la cultura peruana y no encasillarla en estereotipos
televisivos o, peor aún, desbarrancar el término hacia sus connotaciones
peyorativas descritas ya líneas arriba. Ahora bien, tampoco quisiera caer en
una malagua conceptual inmanejable e inútil. Ergo, propondría una lista de
señales de identidad básica del sujeto chicha:

-Ser hijo o nieto de migrantes del campo a la ciudad.


-Nacer y vivir prolongado tiempo en pueblos jóvenes, asentamientos humanos
y extrarradios de la ciudad.
-Formarse en un entorno cultural de matriz andina.
-Trabajar en oficios definitivamente urbanos.
-Haber pertenecido hasta el final de su adolescencia, por lo menos, en los
niveles socioeconómicos C y D.
Esta sería la base –bastante ancha, hay que decirlo- del sujeto chicha y su
producción cultural. De allí diversas circunstancias y entornos le dan esa
variedad trepidante que tiene el sujeto chicha que implica consumir
simultáneamente varios discursos, estéticas y tendencias. Por referirnos
solamente a la música, podemos mencionar a adolescentes de Ventanilla que
ven por la tele Las vírgenes de la cumbia, bailan reggaeton los fines de semana
y el domingo representan una danza tradicional cuzqueña para un concurso de
danzas en su colegio.

Por tanto, hablaremos de lo chicha como de ese proceso de interpelación,


interpretación y reapropiación que los migrantes pobres del mundo andino en
las grandes y caóticas urbes peruanas hacen con los productos occidentales e
incluso híbridos. Un proceso plural, de múltiples rebotes, que hace la cultura
chicha mucho más compleja y sugerente.

III
La lectura desde la cultura chicha

¿Se lee en el entorno chicha? ¿Cómo está la situación de los lectores en los
sectores populares urbanos?

¿Qué peso tiene el libro en los sujetos chicha? Si bien estamos alcanzando
tasas de escolaridad próximas al cien por ciento, estamos en el último puesto
en comprensión de lectura en todo el continente. El libro es un agente externo,
lejano, caro, impuesto, un auténtico extraterrestre en un planeta gobernado por
la escasez, la extrema pobreza y la violencia primaria. Es difícil hablar de
fomento a la lectura y expansión del libro en un entorno de ruina de la
infraestructura educativa, telebasura galopante, pandillaje cotidiano y anomia
social. Pero las condiciones materiales de extrema pobreza y alta precariedad
educativa no son las únicas razones para hablar del poco peso de la ciudad
letrada en los riscos y arenales de la ciudad real. Hay más.

Buena parte de la cultura –no sólo la chicha, no sólo la peruana, incluso la


mundial- se ha transformado en función de las nuevas tecnologías y la
globalización brutal. Ha producido una cultura del espectáculo, profundamente
audiovisual y multimedia. La palabra escrita está arrinconada, a la defensiva.
Cuando hablamos de literatura, aún en los términos más puerilmente
comerciales, nos referimos a una expresión cultural minoritaria.

Pero aún más. En el Perú, todavía hoy, tenemos una característica que ha
impulsado buena parte de nuestra cultura: La oralidad. Fue el principal soporte
comunicativo de las civilizaciones precolombinas, oralmente depositamos y
transmitimos todo el conocimiento andino, la oralidad fue también recordatorio
de sufrimientos y celebración excepcional, lo oral en se hizo canto, se
convirtieron en décimas de pie quebrada, en ampulosos discursos políticos,
Ricardo Palma la embalsó magistralmente en esa fuente que son las
Tradiciones Peruanas, se convirtió en replana popular, en consignas repetidas
en cárceles, en refranero transgeneracional, en el único canal informativo fiable
dentro de un país cuyos gobiernos siempre contaban mentiras.

La cultura chicha es una cultura oral por excelencia, todos los espacios
cotidianos donde se mueve (la combi, la radio, el vecindario, el lugar de trabajo,
las pollerías, el mercado barrial, los canchones reconvertidos en auditorios
musicales) son intensamente orales. La palabra escrita parece estar
circunscrita a los carteles que anuncian los conciertos, los titulares de los
periódicos sensacionalistas y determinados documentos de instituciones
municipales de obligatoria lectura.

Sin embargo, tampoco hay que caer en el estereotipo de un sujeto chicha


bruto, que trata el libro con la misma extrañeza e irritación que mostró
Atahualpa al cura Valverde. El sujeto chicha también lee y –más allá de la
vitalidad de la prensa mal llamada chicha- tenemos la profusión de periódicos
de tiraje nacional (que significa profusión de distintas corrientes de lectores)
como la aparición de boletines de información regional y local, la energía de la
piratería editorial que no sólo llena las librerías ambulantes de bestsellers, sino
también de un canon literario universal como respuesta a la (insólita pero real)
demanda que exigen los profesores de esa asignatura colegial tan bizarra
llamada “comunicación integral” (Junto al inefable Coehlo podemos ver en
calles y plazas públicas una surtida colección de clásicos de la literatura como
Romeo y Julieta, Los tres mosqueteros, Oliver Twist, La Madre, etc). La
necesidad de sobrevivir en la gestión y trámites con los organismos públicos ha
producido gacetas y semanarios informales que reproducen códigos,
procedimientos y reglamentos que necesitan conocer quien quiera ser chofer
de un microbús o formar una empresa de carpintería. La prensa política no ha
desaparecido –periódicamente aparecen y desaparecen nuevos títulos- y la
lectura de titulares en los kioscos ya es un ritual cotidiano ejercido
masivamente. El sujeto chicha lee cuando lo considera necesario y útil.

IV
Chicha y literatura. Por un maridaje necesario.

¿Existe el personaje chicha en la literatura peruana contemporánea? ¿Hemos


tenido una literatura que hablara de la cotidianidad de los pueblos jóvenes? En
una sugestiva y provocadora ponencia que el conocido crítico y docente Dorian
Espezúa ofreció en Huanuco, se destacó la ausencia del sujeto chicha en la
literatura peruana actual. Incluso otros críticos como Fernando Ampuero o Iván
Thays sugieren que el camino de la literatura de provincias debiera conectar
cultural y empresarialmente con esos amplios sectores urbano-marginales a
imagen y semejanza de Dina Páucar.

El hecho que el personaje chicha haya sido tan poco tratado en la literatura
actual no debe solamente al elitismo intrínseco y falsamente cosmopolita de los
llamados escritores criollos. Hay que reconocer que el sujeto chicha no ha
llamado la atención del resto de los escritores peruanos, incluyendo a muchos
que se consideran “artistas del pueblo”. Sin embargo, aún dentro de quienes
escriben historias ambientadas en pueblos jóvenes, el carácter chicha brilla por
su ausencia.

Por mencionar algunos nombres: Uno piensa en el célebre cuento Los


gallinazos sin plumas de Julio Ramón Ribeyro, la estupenda narrativa de
Cronwell Jara (Montacerdos, para mencionar un título mítico) y las historias que
crea Daniel Alarcón desde los Estados Unidos (y escritas originalmente en
inglés) y advierte que, más que un eco de la cultura chicha, lo que hay allí es la
descripción de la pobreza y sus secuelas, la denuncia de la injusticia y la
degradación a que son sometidos buena parte de peruanos. En suma, una
literatura de la miseria, no solo física, sino moral, existencial.

La cosa se complica cuando sabemos que muchos escritores jóvenes,


teóricamente integrantes del sujeto chicha, prefieren otros derroteros literarios
(la temática andina o histórica) y no ven atractivo alguno a rebuscar en los
chichódromos o en las pollerías de barrio. Parecería que hay un rechazo tácito
entre las altas letras y la cultura chicha. Es decir, los modelos tradicionales de
hacer y publicar literatura van por un camino y las dinámicas propias de la
cultura chicha siguen otro completamente distinto. Y, al parecer, no parece
haber esperanza en que alguna vez ambos camino se toquen.

Ahora bien, uno sí puede encontrar literatura chicha: En los cancioneros de las
cumbias, en el estilo de muchas columnas de los periódicos informales, en las
parrafadas de las radios AM de los conos y, me atrevo a decir, en los guiones
de programas y series de televisión producidas por algunos canales. Discursos
que, casi siempre, evidencia un estilo ampuloso de decir conceptos manidos,
un refocilamiento en la sordidez, una conducta ovejuna frente al verdadero
poder (fuerzas armadas, grandes empresario, Iglesia), un sensacionalismo
congénito, una fervorosa redundancia en el uso de la jerga y poco interés en el
manejo adecuado (y no digamos creativo) de la palabra. Pareciera ser solo
miseria de la literatura.

¿Hay alguna manera de salvar esta grieta? Quizá compitiendo en los espacios
de consumo cultural del sujeto chicha. Los kioscos, las ondas, las lozas
deportivas donde el sujeto chicha prodigue su ocio. Pero también aprendiendo
de esa cultura y no desdeñarla per se. ¿Y qué tiene la cultura chicha?: Las
combinaciones atrevidas, los nuevos espacios de ocio, las lógicas de su
estética, sus motivaciones simbólicas, etc. Son expresiones culturales que no
tienen que sernos ajenas.

Sinceramente, no considero un inconveniente en colocar a la cultura chicha


como parte integrante de la cultura popular. Incluso temo que habríamos hablar
de lo chicha como la fracción más importante de la cultura popular ¿Y qué?
¿Podíamos esperar algo mejor después de la victoria de las fuerzas armadas
en nuestra guerra interna, la imposición del fujimorismo en todo el país, el
debilitamiento de las instituciones sindicales, la imposición del silencio bajo
castigo a las organizaciones populares de izquierda y la hegemonía global del
neoliberalismo? Las limitaciones y miserias de la cultura chicha, como la de sus
contribuciones y logros, son el reflejo del tortuoso proceso social que vivió el
país en los últimos quince años.

Prefiero ver el vaso medio lleno a medio vacío. Veamos, pues, en la cultura
chicha un ejemplo más de la creatividad popular, de su vitalidad simbólica, de
su persistencia en aceptar nuevos productos culturales sin perder los propios,
su negativa en copiar directamente y su atrevimiento en apropiarse de
elementos externos. Eso hace la persistencia de géneros musicales propios,
ajenos al menú global de las grandes discográficas. Y su oferta estética ya ha
alcanzado a los artistas plásticos que ven en lo chicha un nuevo referente de
peruanidad. ¿Por qué los escritores no han de hacer lo mismo?

No pido a los escritores de mi país que se dediquen a llenar sus páginas de


asesinatos, pornografía y jerga. Lo chicha no solo es eso. En estas páginas
hemos visto la policromía orgánica de la cultura chicha, su evidente gancho
popular, su contribución al carácter de la cultura y sociedad peruanas ¿No son
títulos suficientes para abordarlos desde la literatura?

Hace casi ochenta años, los intelectuales y artistas peruanos descubrieron las
potencialidades estéticas y creadoras de la herencia andina y bebieron de ellas
para renovar radicalmente la cultura en el Perú. El Indigenismo fue un
poderoso revulsivo que peruanizó nuestro arte y lo salvó de consumirse en la
imitación patética de los productos occidentales. Salvando las distancias, nada
mejor que sumergirse en las enrarecidas aguas de la cultura popular urbana
contemporánea –y más aún, en los remolinos de la cultura chicha- para
encontrar nuevas formas, actitudes, éticas y expectativas que enriquezcan
nuestro arte y nos fortalezcan en la dura tarea de llevar el arete y la cultura a
todos, absolutamente, a todos los peruanos.

Lima, septiembre 2006

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