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Era entre las cosas tan de ir cautivndose entre desiertos, tan a veces entre penas que nada delatara

esta confesin en el revs de la ltima moneda perdida. Y como si venciera en batallas apcrifas iba restregndose los ojos desde la oscuridad meridiana de su cubil a la sutil entereza de ciertas claridades. En desvelo, su ltima pualada, estocada de amanecer y pocas rupias en las alforjas, como si se esperara de repente un certero golpe de las circunstancias y de sus cifras, a medio acabar este juego, entre canicas, entre mal paridos castillos de naipes y escenas repetidas en cientos de fotografas. Y una ausencia como en otras ocasiones al asalto de su espera, inexpugnables eran antes cabales fortalezas, no sta, entre pginas, una de cientos, una entre las palabras y una equivocacin: no olvidar mensurar al enemigo, este olvido entre calles que ya no responden a la traza de su sendero. Sueos, en definitiva: una ciudad que no existe, la del esbozo cabalstico, la de noches de tormenta bajo malos auspicios. Calabozos adentro la cuestin adquiere otro tono, no hay ases para esta partida entre derrotados. Demasiadas soledades para esta extraa disposicin de senderos, ambiguas construcciones. Quedarse a la vera de escasas posibilidades, como si todo fuera una gran negacin, aqu, quedarse, bajo olvidados rboles, bajo su sombra de fantasma irredento. En las manos, el esbozo de un infierno: una ciudad ajada, libros escondidos, una conjura deshacindose en repeticiones de la misma historia: ninguna historia, finales previsibles.

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