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III.

ABRAHAM, EL HOMBRE DE LA PROMESA


(Prudencio García Pérez)

INTRODUCCIÓN

Hemos visto en el tema anterior que el mundo creado por Dios, bueno en sus
orígenes, se fue corrompiendo sucesivamente por la rebelión del hombre contra el Dios
creador. Esta rebelión se originó por dos motivos fundamentales: 1) el deseo de llegar a
ser como Dios; 2) y el deseo del hombre de ocupar el puesto de Dios, convirtiéndose en
el dueño y señor del mundo y de la vida.
La soberbia y la ambición del hombre no sólo no le convirtieron en un dios, sino
que le llevó a perder la amistad con Dios y a vivir separado de él. Esta separación entre
Dios y el hombre fue el origen de la degeneración, del desorden y de las transgresiones
del género humano (el odio y la muerte del hermano, la venganza, los pecados sexuales,
el deseo de ser famoso, etc.). Esta situación catastrófica colmó la paciencia de Dios, que
se vio obligado a intervenir para castigar tanta injusticia y pecado (vida errante, diluvio y
torre de Babel). Con la confusión de las lenguas y la dispersión de los pueblos por toda la
tierra parecía que se había llegado al final a la separación definitiva entre el hombre y
Dios y, como consecuencia, a la destrucción total del mundo. Sin embargo, Dios sigue
interviniendo en la historia de los hombres y en la persona del patriarca Abraham anuncia
una promesa: gracias a él serán bendecidas todas las familias de a tierra (Gn 12,3).

3.1. ¿QUIÉN ES ABRAHAM?

Abraham es el primer personaje bíblico que podemos encuadrar en el tiempo y en


el espacio. Es una de las figuras más importantes de la historia religiosa de la humanidad.
El AT le coloca en un lugar privilegiado en la historia de la salvación al dedicarle 14
capítulos del Génesis, y el NT le nombra hasta 72 veces.
Los 14 capítulos del Génesis dedicados a Abraham son el resultado de una
combinación de tres tradiciones distintas: el Yavista (Y), que centra la atención en la
promesa hecha a Abraham (cc. 12, 13, 16, 18, 24 y 25); el Elohista (E), que subraya su fe
(cc. 15,20 y 22); el Sacerdotal (P), que destaca la alianza entre Dios y el patriarca. Estas
distintas tradiciones son la explicación de las repeticiones y las divergencias textuales,
pues presentan tres enfoques teológicos sobre el mismo personaje.
Abraham, según el Génesis, nació en Ur (capital de Sumer, cerca de la
desembocadura del río Éufrates con el Golfo Pérsico) hacia el año 1850 a. C. La
civilización sumeria estaba muy desarrollada en aquella época y era uno de los puntos de
referencia para el resto de la humanidad. Por tanto, Abraham nació en un campamento de
seminómadas a las afueras de la ciudad de Ur, cuyo jefe de tribu o clan era su padre,
Téraj. Sabemos que el clan de Téraj adoraba a varios dioses, era politeísta (Jos 24,2; Jdt

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5,6-7), por lo que podemos imaginar al joven Abraham con su familia subiendo las
escaleras de la torre de los dioses Sin y Ningal para presentarles sus ofrendas.
Gracias a los descubrimientos arqueológicos, hoy se sabe que, hacia el 1950 a. C.,
con la caída de la dinastía III de Ur, una serie de invasiones de los pueblos elamitas por el
este y de los amorreos por el oeste devastaron la Mesopotamia Inferior, obligando a sus
habitantes a emigrar hacia la Alta Mesopotamia, en concreto hacia Jarán. Probablemente
el clan de Téraj estaba entre estos grupos de emigrantes, por lo que se dice en Gn 11,31:
“Téraj tomó a su hijo Abram, a su nieto Lot, el hijo de Harán, y a su nuera Saray, la
mujer de su hijo Abram, y salieron juntos de Ur de los Caldeos, para dirigirse a Canaán.
Llegados a Jarán, se establecieron allí”. Jarán se halla a mitad de camino entre Ur y
Canaán. El nombre del lugar significa ‘ruta’, porque era el paso obligado de las caravanas
comerciales que iban a Mesopotamia, a Siria y a Egipto.

En resumen, Abraham era el hijo del jefe de una tribu, por lo tanto rico en ganado,
dinero, esclavos, siervos, etc. Adoraba a los dioses de moda en aquella época, a los que
todos sus compatriotas adoraban. Se convierte en emigrante porque la vida de su familia
estaba en peligro debido a los ataques de los pueblos vecinos. Y reside en un lugar
llamado Jarán hasta la edad de 75 años, donde tras la muerte de su padre ejerce de jefe
del clan y llevando una vida seminómada, de un lado para otro.

3.2. LA VOCACIÓN DE ABRAHAM

1. LA LLAMADA DEL SEÑOR

Fue en Jarán, segunda patria de Abraham, donde tuvo lugar la primera llamada del
Señor: “Yahvé dijo a Abram: Vete de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre, a la
tierra que yo te mostraré” (Gn 12,1). Un Dios desconocido y misterioso (distinto de los
dioses que adoraba en Ur) le habla, probablemente en su interior, y le invita a
abandonarlo todo.
Esta llamada o invitación de Dios subraya lo que Abraham tiene que abandonar
con tres expresiones que indican hasta qué punto ha de llegar esta dolorosa renuncia, algo
que se produce de modo gradual. El abandono de la ‘tierra’ significa la renuncia a sus
propiedades, al paisaje que ha dado hasta el momento sentido a su vida; de este modo se
convierte en un emigrante. El abandono de la ‘patria’ es el abandono del lugar de
nacimiento, del clan donde encuentra afecto y solidaridad, de los usos y las costumbres,
de la lengua; así se convierte en un apátrida. El abandono de la ‘casa de su padre’
expresa el abandono del domicilio familiar, de los miembros de la familia, allí donde es
perfectamente feliz y encuentra tantas razones para vivir; así se convierte en huérfano
voluntario. En cambio, la tierra que se le promete queda en una lejana esperanza. Frente
al imperativo ‘vete’, el futuro ‘te mostraré’ es muy impreciso desde el punto de vista del
lugar al que se refiere y del tiempo en el que va a suceder.
Por tanto, la llamada de Dios a Abraham comporta las más duras renuncias.
Primero, le separa de su país natal, Ur; ahora, en Jarán, le separa de su hermano Najor;
pronto le separará también de su sobrino Lot; más tarde, en Mambré, le separará de su

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hijo Ismael; finalmente, en Bersheba, le pedirá el supremo sacrificio de renunciar a su
hijo Isaac. Pero la finalidad de la vocación no es aislarse o desentenderse de los demás,
sino ofrecer un servicio mejor. Dios separa a Abraham de su tierra y de su familia para
hacerle instrumento de bendición de todas las familias de la tierra.
La fe-confianza que Dios exige del hombre elegido es radical: debe dejar lo
seguro por algo que es sólo posible, debe abandonarse totalmente en la palabra de Dios.
Esta fe le lleva a la miseria total, con el riesgo de que ese Dios, del que se ha fiado, no
exista y haber perdido todo por nada. Además esa fe debe ser activa: no le pide a
Abraham que se quede esperando la realización de las promesas, sino que se ponga en
camino para buscar esa tierra.

2. LA PROMESA

La promesa de Dios a Abraham es la siguiente: “De ti haré una nación grande y


te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición. Bendeciré a los que te
bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. Por ti se bendecirán todos las familias de la
tierra” (Gn 12,2-3). Esta promesa de bendición se renovará otras cuatro veces: dos al
mismo Abraham (Gn 18,18; 22,18), una a Isaac (26,4), y otra a Jacob (28,14). Es como
una herencia familiar que va pasando de generación en generación, de Abraham a su hijo
Isaac, de Isaac a su hijo Jacob.
Las promesas de bendición de Dios resultan un tanto paradójicas comparadas con
la presente situación vital de Abraham. Existe un profundo conflicto entre la promesa y la
realidad del llamado. Estas promesas se reducen a seis:

• Dios promete hacer salir de Abraham una nación grande, cuando su


mujer, Sara, es estéril (Gn 11,30) y él demasiado viejo para iniciar la
emigración.
• Se le asegura el bienestar cuando su empobrecimiento raya con la
miseria.
• Se promete que el nombre de Abraham será grande como sólo lo es el
del Señor, cuando la realidad dice que es un pobre desgraciado.
• Se afirma que Abraham será una bendición, es decir, todos verán cómo
se porta el Señor con quien cumple su voluntad; sin embargo, Abraham
no tiene tierra, ni patria, ni familia; está solo y abandonado.
• Las promesas de bendición se extienden a los amigos de Abraham,
amigo de Dios. Los que le bendigan recibirán bendiciones y los que le
maldigan, maldiciones. De ahora en adelante nadie podrá permanecer
neutral ante el plan divino y de su postura ante él dependerá su
recompensa.
• Finalmente, el patriarca es la fuente de bendición para todas las familias
de la tierra. La promesa se irá cumpliendo a lo largo de los siglos hasta
llegar a su realización palpable y concreta.

Originalmente, la promesa de Dios a Abraham fue considerada en su aspecto


humano y temporal: una tierra donde habitar y una descendencia numerosa. Era lo más
que podía desear un beduino errante. Pero posteriormente se comenzó a comprender

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como una realización futura de alcance universal y espiritual. En el NT, la tierra
prometida se transforma en el reino de los cielos (Mt 5,4) y la descendencia se concentra
en la persona del Mesías (Mt 1,1; Hch 3,3; Ga 3,8), que dará origen a un pueblo nuevo, el
Israel de Dios, la Iglesia. La promesa es el evangelio en perspectiva de futro y el
evangelio es la promesa realizada.

3. LA RESPUESTA: ABRAHAM SE PONE EN MARCHA

Dios le ha dado a Abraham la orden de partir, de salir, y le ha hecho una promesa.


Ahora espera la libre respuesta, de la que depende que se ponga en marcha el plan divino
de salvación, y Abraham da inicio a esta nueva alianza con una respuesta de fe: “Marchó,
pues, Abram, como se lo había dicho Yahvé” (Gn 12,4). Con un solo verbo, ‘marchar’, lo
dice todo: confianza, aceptación del riesgo, marcha hacia lo desconocido y obediencia a
la palabra de Dios. El texto omite todo tipo de explicaciones, pues lo importante es
descubrir lo que pasa por el interior del héroe de la fe viéndole actuar.
A la edad de 75 años, Abraham, el peregrino de la fe, emprende un largo viaje sin
retorno: un viaje hacia lo nuevo y desconocido, con la fe puesta en la palabra de Dios y la
esperanza en su promesa. Ante este panorama, es fácil imaginar lo que habrá pasado por
la mente de sus conocidos y conciudadanos: “Abraham se ha vuelto loco” porque para la
mayoría de las personas todavía hoy es una locura abandonar todas las comodidades, los
familiares y amigos, para dirigirse a una tierra desconocida y probablemente menos rica y
paradisíaca. Y además dirían: “Abraham se ha vuelto ateo” porque ha abandonado su
religión, los dioses de Ur, para seguir y obedecer a un Dios desconocido, un Dios sin
imágenes, ni sacerdotes, ni ritos, ni templo, un Dios que sólo él conoce.
Pero Abraham no se fue solo. Seguramente la caravana que abandonó Jarán era
muy numerosa (quizás más de 100 personas según la referencia de Gn 14,14). Además de
Abraham y Sara, de Lot y su esposa, le seguirían los siervos con sus familias, los pastores
de sus rebaños de ovejas y de cabras, los asnos y los camellos para el transporte de los
niños, de sus pertenencias, de todo lo necesario para el camino y para empezar una nueva
vida.
Abraham y su caravana, después de haber recorrido unos 700 kilómetros, llegan
finalmente al país de Canaán, a un lugar del norte llamado Siquem. Allí se le aparece
Yahvé y le revela el lugar de la promesa: “A tu descendencia he de dar esta tierra” (Gn
12,7). Abraham levantó en ese mismo lugar un altar a Yahvé como para indicar que
tomaba posesión del país. ¿Cómo es el país prometido a Abraham? Una visión
panorámica del país nos dice que su longitud es de 250 kilómetros de norte a sur y la
anchura de 50 por el norte y de 80 por el sur. La zona central está llena de colinas que
alcanzan una altura media de unos 800 metros. En sus laderas crecen la encina, el ciprés,
la higuera, el olivo y la vid. Los estrechos valles son aptos para el cultivo de cereales,
naranjos y otras hortalizas. El río Jordán (significa ‘el que desciende’) nace al pie del
monte Hermón, pasa por el lago de Genesaret y desemboca en el Mar Muerto. El país
estaba habitado por los cananeos, como su nombre indica, quienes sin abandonar su vida
de pastores, pronto se adaptaron a la vida sedentaria de los agricultores y construyeron
pequeñas ciudades protegidas por murallas. Éstos no formaban una nación, sino un
mosaico de ciudades-estado con su jefe, al que le daban el nombre de rey. Los cananeos
adoraban como dios supremo a El (Allah, en árabe), pero añadieron otras divinidades que

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personificaban a las fuerzas de la naturaleza: tenían especial devoción a Baal (dios de las
lluvias y de la fertilidad agrícola) y a Astarté (diosa del amor y de la fecundidad humana).
Sus santuarios estaban en las colinas o montañas y a la sombra de árboles de hoja
perenne. Junto al altar dedicado al dios El, se levantaba una estela, símbolo masculino de
Baal y un tronco de árbol, símbolo femenino de Astarté. En estos ‘lugares altos’ las
multitudes ofrecían sacrificios humanos y se entregaban a la prostitución sagrada. A estos
lugares acudieron con frecuencia los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, pero sólo
adoraban a El, sin hacer ofrendas a los otros dioses.

4. LA TENTACIÓN DE ABRAHAM

Abraham, como buen pastor nómada, fue avanzando continuamente hasta el sur
del país en busca de nuevos pastos para sus rebaños de ovejas y cabras. Pero una gran
sequía le obligó a bajar hasta el delta del Nilo, Egipto, refugio tradicional de los pueblos
vecinos en tiempos de persecución y de hambre. El hambre es la primera gran prueba o
tentación de Abraham. Ante esta tentación, Abraham pierde su confianza en el Dios en
quien creyó incondicionalmente al momento de la llamada. Su pecado se manifiesta en su
forma de actuar: busca la solución de su problema (el hambre) no en el Señor, sino en
Egipto. Además, se sirve de la mentira para mantenerse en vida, provocando así el rapto
de Sara, que fue llevada al harén del Faraón: “Mira, yo se que eres mujer hermosa. En
cuanto te vean los egipcios, dirán: es su mujer, me matarán a mí y a ti te dejarán con
vida. Di, por favor, que eres mi hermana, a fin de que me vaya bien por causa tuya y viva
en gracia a ti” (Gn 12,11-13). Abraham, más que el prototipo de una fe ciega en Yahvé y
en sus promesas, parece un hombre astuto y cobarde que se sirve de la mentira para
salvar su propia vida y obtener todo tipo de beneficios materiales: animales, siervos, etc.
Con su actitud egoísta pone en peligro tres de las promesas de Yahvé:

• La tierra que el Señor le ha prometido, pues la abandona para dirigirse a


Egipto.
• La futura descendencia que saldrá de él, pues está dispuesto a renunciar
a su esposa Sara, madre de la nación venidera.
• Abraham va a ser la causa de maldición para Egipto, pues con su
comportamiento está haciendo vana la promesa de que en él se
bendecirán todos los pueblos de la tierra.

Al juzgar la moralidad de este texto tenemos que colocarnos dentro de la


mentalidad de la época, donde la mujer era una posesión del marido, éste era su dueño.
En esta época, salvar la vida del marido era más importante y valorada que el honor de la
mujer, lo cual significa que en cierto sentido se aceptaba el uso de la mentira para
proteger la vida del interesado. Al mismo tiempo, un hombre era considerado inteligente
si sabía usar de la astucia para salir de una situación complicada.
La finalidad del autor Yavista en este episodio es mostrar algo que se va a repetir
con frecuencia en la historia de la salvación: Dios va a seguir cumpliendo sus promesas a
pesar de la fragilidad y debilidad de los instrumentos elegidos. Y con la descripción que
hace de los patriarcas y de los antepasados de Israel es más fácil confeccionar con sus
vidas un catálogo de defectos que de virtudes. Por tanto, en la realización del plan de

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Dios, se acentúa más la gracia divina que la cooperación del hombre. De hecho, el
Faraón, que había tomado a Sara para sí sin saber el pecado que estaba cometiendo, es
castigado por Dios con unas plagas destructoras; mientras que Abraham, el desconfiado,
el hambriento que temía por su vida, es expulsado del país cargado de riquezas, signo de
una bendición que no merecía por su conducta. Éstas son las ironías de Dios, un Dios que
siempre sale en defensa de su proyecto de salvación en momentos de peligro.

3.3. LAS AVENTURAS DE ABRAHAM Y DE LOT

1. LA SEPARACIÓN FAMILIAR

Abraham y Lot suben de Egipto, cruzando el desierto del Négueb, y llegan a


Betel, donde surgen reyertas entre los pastores de ambos, seguramente por el uso común
de pastizales y pozos de agua: “Dijo, pues, Abram a Lot: Ea, no haya disputas entre
nosotros ni entre mis pastores y tus pastores, pues somos hermanos. ¿No tienes todo el
país por delante? Pues bien, apártate de mi lado. Si tomas por la izquierda, yo iré por la
derecha; y si tú por la derecha, yo por la izquierda” (Gn 13,8-9). En primer lugar, el
texto habla de Abraham y Lot como hermanos cuando ya sabemos que son tío y sobrino,
porque Lot es hijo de su hermano Harán. Este error se debe a que la lengua hebrea no
tiene términos para designar los distintos grados de parentesco, por lo que a los parientes
más o menos cercanos que forman una tribu o clan los designa con la palabra ‘hermano’.
Ya desde del principio, el texto nos deja ver claramente que la bendición alcanza
a aquellos que se asocian a Abraham, como lo testifica la prosperidad material de Lot. Y
el motivo del conflicto y de la división entre ambos clanes tiene su origen en la
prosperidad de ambos, pues sus haciendas se habían multiplicado tanto que no tenían sitio
para los dos.
Abraham, en este conflicto, se comporta con una generosidad ejemplar: invita a
su sobrino Lot a que escoja la región que prefiera, aunque en la tradición semítica le
correspondía a Abraham la elección por ser el más viejo y el jefe del clan. Lot se deja
llevar por lo que ve y escoge la vega del Jordán, una especie de paraíso en el desierto.
Pero se equivoca porque allí le espera la tentación, pues los habitantes de Sodoma vivían
de espaldas a Dios, cometiendo maldades y pecados. Por consiguiente, Lot, al separarse
de Abraham, se aparta del portador de la bendición y se expone a la desgracia. La
tragedia que van a sufrir las ciudades de Sodoma y Gomorra ya se introduce aquí (13,10).
En la escena final, Abraham alcanza su destino y establece su campamento en el
encinar de Mambré, cerca de Hebrón. El Señor le renueva las promesas con un tono
bastante paradójico: a quien se quedó sin compañero, le asegura una gran descendencia; a
quien dejó que el otro escogiera, el Señor le ofrece todo el país que tiene delante de sus
ojos. Lot ha conseguido una tierra muy fértil, pero condenada a la destrucción; a
Abraham le ofrece Dios una tierra abierta que debe recorrer y poseer. Con este pasaje se
dan por concluidos los viajes de Abraham, desde su tierra natal hasta la tierra prometida,
y quedan consagrados a Yahvé los tres santuarios más importantes de Canaán: Siquem
(Gn 12,6-7); Betel (12,8) y Mambré (13,18).

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2. ABRAHAM SOCORRE A LOT

Génesis 14 nos presenta ahora al pacífico Abraham convertido en un valiente jefe


guerrero con motivo de la incursión de cuatro reyes de oriente contra los cinco
reyezuelos del valle de Sodoma. Es posible que éstos se negaran a pagar el tributo anual a
los reyes orientales (signo de rebelión) y éstos enviaran fuertes destacamentos de tropas
para someter a los rebeldes. La victoria es para los reyes orientales, que se llevan el botín
de guerra y prisioneros, entre ellos a Lot. Al enterarse Abraham, organiza rápidamente un
ejército de 318 hombres para rescatar a su sobrino. Los persigue hasta Damasco, por la
noche les ataca por sorpresa y rescata a su sobrino con su hacienda, con las mujeres y
demás gente.
La interpretación del pasaje viene dada por la aparición repentina de un personaje
misterioso, Melquisedec. Éste bendice a Abraham y después al Dios Altísimo, porque dio
la victoria a Abraham. Con este gesto confirma que el patriarca posee una fuerza que
procede de lo alto. Además se observa que las promesas divinas siguen cumpliéndose:
dos se evidencian: Maldeciré a quienes te maldigan y engrandeceré tu nombre (Gn 12,2-
3). Abraham ha vencido a reyes poderosos y un rey-sacerdote, Melquisedec, lo ensalza
públicamente.
Esta secuencia pone en evidencia una vez más la actitud ejemplar del patriarca: su
pronta disponibilidad para acudir en ayuda de sus familiares en peligro, arriesgando su
propia vida si era preciso. No contento con liberar a su sobrino prisionero, recuperar su
hacienda y su gente, además rechaza las riquezas que le ofrece el rey de Sodoma, aunque
tenía derecho a ellas por ser botín de guerra. Y la razón para no aceptar estas riquezas es
vital: Abraham no quiere que nadie se atribuya el mérito de su prosperidad, sólo Dios.

3. ABRAHAM REGATEA CON DIOS POR SODOMA Y GOMORRA

El Génesis 18,16-19,29 nos narra la intercesión de Abraham por Sodoma y el


posterior castigo destructor por sus pecados.
El texto, en primer lugar, introduce un soliloquio donde Dios elogia a Abraham su
elegido, su hombre de confianza, futuro maestro de Israel, de cuyas enseñanzas
dependerá el porvenir de su pueblo y a quien Dios revela sus proyectos. En segundo
lugar, otro soliloquio retrata a Dios como a un ‘juez’ divino que quiere cerciorarse de la
culpabilidad y de los crímenes de Sodoma antes de mandar su terrible castigo.
Esta introducción sirve de marco para encuadrar la escena siguiente, una de las
páginas más bellas de la Biblia, donde se superponen dos aspectos maravillosos en
relación con el Señor: 1) La justicia al estilo de Dios y el poder infinito de la oración; 2)
la misión del elegido y la capacidad de cambiar la decisión del Altísimo. Toda la escena
se desarrolla en un diálogo franco y sencillo entre Dios y su amigo Abraham. El diálogo
se centra en la forma de entender la justicia divina frente a la concepción que tenían las
religiones vecinas: la justicia de los dioses vecinos era caprichosa o se castigaba a todos
por el pecado de la mayoría; a ésta se opone la justicia de Dios, que está dispuesto a
perdonar a todos si encuentra un pequeño número de justos (es el tema de siempre, ¿es
que van a sufrir los buenos por culpa de los malvados?). De aquí que Dios acepte la
insistencia de Abraham en buscar el perdón.

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Abraham es el amigo de Dios, y por tanto no le puede ocultar lo que va a realizar.
A pesar de esto, sorprende la osadía del justo quien, humilde y audaz, pretende ser el
mediador de la salvación de Sodoma, en la línea de las promesas. Regatea con Dios por
amor a aquellos que representan a la humanidad pecadora. Con su oración de súplica
desea conseguir la benevolencia de Dios y apela a un tipo de justicia cercana a la
misericordia redentora, que consiste en perdonar a todos por la inocencia o justicia de
unos pocos: Abraham le pregunta a Dios, desde su humildad y pequeñez, si bastarían 50
justos para salvar a la ciudad pecadora. Después sigue regateando hasta 45, 40, 30, 20,
10. Ya no se atreve a rebajar más y Yahvé se compromete a perdonarlos a todos por amor
a 10 justos. La intercesión de Abraham es por amor; un amor que nace de la fe en un Dios
en quien la justicia y la misericordia van de la mano: una justicia que no mezcla a
inocentes y culpables; y una misericordia que perdona a los pecadores por amor a los
justos.
La oración de intercesión de Abraham deja abierta una puerta a la esperanza de
que en la ciudad de Sodoma se encuentren unos cuantos justos que puedan traer la
salvación para todos. Lo cual nos dice que la oración humilde y perseverante ablanda el
corazón de Dios y aplaca la justicia divina; y también que nuestro Dios es misericordioso
antes que justo, que no busca el castigo de los pecadores, sino el perdón de todos por
amor de unos pocos inocentes.
El relato continúa presentando a Lot, al igual que Abraham, como el campeón de
una hospitalidad que llega hasta el heroísmo, pues está dispuesto a entregar a sus hijas a
la voracidad lujuriosa de sus paisanos (querían abusar de ellos) antes que entregar a sus
huéspedes. La sublime hospitalidad de Lot es la que le va a salvar la vida a él y a su
familia, porque además se mantuvo justo entre los pecadores.
¿Cuál fue el pecado de los Sodomitas que les llevó a la destrucción? La maldad
de los sodomitas está muy bien representada en palabras y acciones: la ciudad entera,
formada por todos sus varones, violenta la casa de Lot, despreciando los sacrosantos
derechos de la hospitalidad (pecado social) y los límites del sexo (pecado moral:
homosexualidad).
El desenlace del episodio es de castigo para unos y de salvación para otros. Los
ciudadanos pecadores, los yernos desconfiados y la mujer desobediente de Lot perecen en
el castigo divino. Sin embargo, el justo Lot y sus hijas se salvan por su hospitalidad. Pero
no fue fácil salvar a Lot, pues se ‘negaba a salir de la ciudad’ (Gn 19,15-16), y se resiste a
ser salvado porque esa salvación exige el desprendimiento total de todas las posesiones y
eso no es fácil de abandonar. El texto también nos dice que si Lot se hubiera negado a
salir de la ciudad, Dios no habría podido destruirla (por la justicia de Dios que perdona a
los justos y castiga a los malvados). Así lo dan a entender los enviados divinos: “escápate
allá, porque no puedo hacer nada hasta que no entres allí” (Gn 19,22).

En resumen, esta gran tragedia engrandece la figura de Abraham, quien contempla


el castigo de Sodoma desde el mismo lugar en que intercedió por ella. Abraham quería
salvar la ciudad para salvar a su sobrino Lot, pero es Lot quien se salva por Abraham. El
patriarca consigue el perdón divino.

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3.4. LOS PROYECTOS DE ABRAHAM

1. ELIEZER, EL PRIMER PROYECTO (GN 15)

a. Conflicto entre fe y realidad


Dios prometía: "Abraham, tú serás padre de un gran pueblo". La realidad decía:
"Abraham y Sara ya son mayores. Sara no puede tener hijos, es estéril. ¡Sé realista! Es
una necedad seguir soñando con un futuro imposible. Ese pueblo nunca va a nacer".
La fe le ofrecía un futuro, la realidad se lo negaba. El conflicto es siempre el mismo hasta
ahora: entre fe y realidad, entre el futuro que se espera y el presente que se vive, entre el
ideal que se debe realizar y los pequeños recursos de que se dispone. ¿Qué hacer? Para
creer en el futuro prometido por Dios, Abraham debía fiarse de Dios, creer en sí mismo y
en Sara. Pero no creyó y buscó otra fórmula.

b. La fórmula de Abraham para garantizarse el futuro


Esta fórmula está tomada de una costumbre de la época, garantizada por las leyes
de aquel tiempo. Según esta costumbre, el que no tenía hijos podía adoptar a otra persona
para ser su heredero y administrar sus bienes. Esto es lo que hizo Abraham. Adoptó a su
criado Eliezer y protestó ante Dios diciendo: "Señor, ¿Qué me vas a dar, si muero sin
hijos...? He aquí que no me has dado descendencia, y un criado de casa me va a
heredar" (Gn 15,2-3). Parecía una solución honesta y normal, pero no lo era. Tenía un
defecto: para garantizar su futuro, Abraham tenía más fe y confianza en una costumbre de
la época que en Dios y en Sara. Llegó a esta solución no por mala voluntad, sino porque
no veía otro camino o solución.

c. La respuesta de Dios
La respuesta de Dios fue clara. No aceptó la propuesta de Abraham y dijo: “No te
heredará Eliezer, sino que te heredará uno que saldrá de tus entrañas” (Gn 15,4). Dios
no está en contra de las costumbres de la época, pero tampoco acepta que Abraham
considere más importantes estas costumbres que la fe en Dios y en sus promesas,
convirtiéndolas así en la base de su seguridad. Rechazando la propuesta de Abraham,
Dios le ayuda a descubrir donde está su defecto: tiene que fiarse de Dios y de sus
proyectos.
Con el rechazo de Dios, Abraham se encuentra otra vez en el punto de partida,
pero la promesa sigue teniendo validez e incluso es aumentada: “Abraham mira al cielo y
cuenta las estrellas, si puedes contarlas. Pues bien, así será tu descendencia" (Gn 15,5).

4. La opción de Abraham
Esta era la situación de Abraham: en la promesa lo poseía todo; en realidad no
poseía nada. Tuvo que elegir entre Eliezer, el heredero designado, y un posible hijo que
nacería de sus entrañas; entre una costumbre aceptada en esa época y una promesa sin
garantías; entre su propio proyecto y el de Dios. Para ser fiel a este Dios, tenía que
cambiar lo seguro por lo inseguro, caminar en la oscuridad y navegar contra corriente. El
futuro prometido por Dios tenía que nacer del propio Abraham, no de un sustituto.

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Abraham optó por Dios, puso su confianza en la promesa del nacimiento de un
“hijo de sus entrañas”, en la posesión de la tierra de Canaán y en una descendencia tan
numerosa como las estrellas del cielo. En ese instante es cuando Abraham comenzó a ser
justo, dice la Biblia (Gn 15,6). Pero el camino hacia la meta será largo y fatigoso.
¿Cuándo se cumplirán estas promesas? Cuando Dios lo decida; el momento es de Dios,
no del hombre. Por eso el hombre debe mantenerse firme en la fe y seguir confiando en
Dios, aunque el tiempo siga pasando y no se observen señales concretas y claras de la
inminente realización de las promesas divinas. Es una fe muy exigente para el hombre y,
a veces, esta exigencia de fe llega hasta el absurdo.

2. ISMAEL, EL SEGUNDO PROYECTO (GN 16.17)

a. El problema de Sara
Eliezer, que parecía el camino más lógico para asegurarse un futuro, a los ojos de
Dios es un callejón sin salida. Según la promesa renovada por Dios, el pueblo debía nacer
de un hijo natural del propio Abraham, de su carne y de su sangre (Gn 15,4). Pero,
¿Cómo podía Sara, la esposa estéril, dar a luz a ese hijo que Dios prometía y que
Abrahán esperaba? Sara tampoco fue capaz de creer en Dios y en sí misma. Por tanto,
buscó la fórmula para garantizar la promesa de Dios dentro de los límites de la realidad y
de la lógica humana.

b. La solución propuesta por Sara


Sara dijo a Abrahán: “Mira, Dios me ha hecho estéril. Llégate, pues, a mi
esclava.
Quizás podré tener hijos de ella” (Gn 16,2). Para la mentalidad de la época una propuesta
como la de Sara era razonable: según el derecho del Antiguo Oriente, una esposa estéril
podía dar a su marido una sierva como mujer y reconocer como suyos a los hijos nacidos
de esta unión (n. 145 del Código de Hammurabi, siglo XVII a. C.). Para nosotros esta
idea sería escandalosa, pero no lo era para ellos.
En todo caso, Abrahán atendió la petición de su esposa; y Agar, la sierva, quedó
embarazada. Dio a luz un hijo de las entrañas de Abraham, exactamente como Dios había
prometido anteriormente. Al niño le llamaron Ismael, que significa “Dios me ha
escuchado” (Gn 16,15). Los dos creían que Ismael sería el hijo a través del cual Dios
llevaría a cumplimiento la promesa, pero Dios no era de la misma opinión. Tras esta
nueva proposición se escondía el mismo defecto anterior: Abraham y Sara no tuvieron
coraje de creer y confiar totalmente en Dios. El motivo y la razón de su esperanza no
estaban en la promesa divina, sino en la fertilidad de la sirvienta Agar.

c. La respuesta de Dios
Dios ignoró la proposición de Sara y dijo a Abraham: “A Saray, tu mujer, no la
llamarás más Saray, (que significa ‘princesa’), sino que su nombre será Sara. Yo la
bendeciré y de ella también te daré un hijo. La bendeciré y se convertirá en naciones:
reyes de pueblos procederán de ella” (Gn 17,15-16). Abraham, en primer lugar se rió, es
decir, dudó de la palabra de Yahvé; en segundo lugar, se entristeció e suplicó con
lágrimas en los ojos que conservara la vida a Ismael, con eso estaría contento. En efecto,
¿Qué podía espera un hombre, destinado a ser el padre de un pueblo numeroso, de una

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esposa estéril y anciana? El sentido común le decía que no había otra solución posible,
por eso insiste en que Dios realice su promesa por medio de Ismael, el hijo de la
sirvienta, diciendo: “¿A un hombre de cien años va a nacerle un hijo? Y Sara, ¿a los
noventa años va a dar a luz? ¡Si el Señor aceptara al menos a Ismael!” (Gn 17, 17-18).
Abraham demuestra una vez más que no cree en promesas sin fundamento, y por esto
pide que le conserve la seguridad que promete Ismael. Pero Dios va por otro lado y su
respuesta es clara y contundente: “Sí, Sara, tu mujer, te dará a luz un hijo y le pondrás
por nombre Isaac” (Gn 17,19). De nuevo, Dios rechaza la propuesta lógica de Abraham,
pero renueva y amplía la promesa: Su alianza con Isaac será eterna (Gn 17,19.21).
Esto no significa que Dios se manifiesta en contra del sentido común o de los
proyectos humanos. Sin embargo, se niega a aceptar la falta de fe del hombre y que éste
disimule su falta de fe tras proyectos honestos y lógicos, pretendiendo además, que Dios
los acepte como si fuesen el verdadero proyecto de la promesa. Dios no entra en este
juego y tampoco admite que el hombre se adueñe de sus promesas ni le use para sus
propios proyectos. En esto, Dios escapa a las garras del hombre.

d. La opción de Abraham
El conflicto de la descendencia se agiganta y el patriarca se vuelve a encontrar en
un callejón sin salida: la promesa aumentaba cada vez más, pero la realidad (edad
avanzada y esterilidad de Sara) parecía cada vez más contraria a la promesa. Dios sigue
sin aceptar la ayuda que Abraham le propone para solucionar el tema de la promesa.
Abraham debe realizar de nuevo una opción o elección: creen en Dios y en su
proyecto aparentemente absurdo o dejar a Dios a un lado y actuar según su propio
proyecto, más seguro y fiable. De nuevo, el padre de la fe decidió optar por Dios: cambió
lo seguro por lo inseguro y comenzó de nuevo, ¡a los cien años de edad! Desistió de
encajar a Dios en su proyecto y aceptó el proyecto divino, aunque le pareciera imposible
de realizar. Caminaba a oscuras. Su única luz era la promesa divina que le empujaba a
seguir creyendo y fiándose de Dios, sin saber cómo ni por qué.

3. ISAAC, EL PROYECTO DEFINITIVO (GN 18.21)

a. La risa de Sara
A pesar de las crisis y de las dificultades, la vida sigue su curso. Cierto día,
sentado a la puerta de su tienda, Abraham recibió la visita de tres mensajeros de Dios (Gn
18,1-2). Se levantó y los recibió con un hospitalidad ejemplar (Gn 18,2-8). Durante la
comida uno de ellos preguntó: “¿Dónde está Sara, tu mujer? Ahí, en la tienda. Y el
mensajero dijo: Volveré sin falta a ti pasado el tiempo de un embarazo, y para entonces
tu mujer Sara tendrá un hijo. Sara lo estaba oyendo a la entrada de la tienda, a sus
espaldas, se rió para sus adentros y dijo: Ahora que estoy pasada, ¿sentiré el placer, y
además con mi marido viejo?” (Gn 18,9-12). Una vez que Ismael había sido rechazado
para realizar la promesa, Sara debió perder completamente la esperanza dada la edad
avanzada y su estado de esterilidad. Ya no creía en proyectos, se volvió desconfiada y no
debió ser tarea fácil para Abraham el convencerla de que continuase la marcha con él.

b. La intervención de Dios

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A Dios no le gustó mucho la risa de Sara y dijo a Abraham: “¿Por qué se ha reído
Sara? ¿Por qué ha dicho: Y justamente ahora que soy vieja, voy a dar a luz? ¿Hay algo
imposible para Yahvé? Pues bien, voy a visitarte dentro de un año y Sara tendrá un hijo”
(Gn 18,13-14). Sara tuvo miedo e intentó defenderse: "No me he reído". Pero el
mensajero repitió: "Nada de eso, sí que te has reído" (Gn 18, 15). De nada sirve querer
disculpar la falta de fe, pues Dios la descubre enseguida.
De nuevo, los dos ancianos se encuentran delante de una promesa hermosa, pero
utópica, sin garantías fiables, a no ser la confianza en la palabra de Dios. Tenían que creer
que Dios era capaz de realizar lo imposible, y la única forma razonable era creer que Dios
por medio de Sara, mujer estéril y anciana, podía engendrarles un hijo.

c. La opción de Abraham y Sara


Los dos creyeron en la promesa y lo imposible se cumplió: nace Isaac, final feliz
de una larguísima espera y causa de todas las crisis de la pareja. Abraham tiene un
heredero, hijo de su legítima esposa, cuya esterilidad y ancianidad han sido superadas por
el milagro divino (Gn 21,1-7). La risa y la alegría dominan la secuencia: el nombre de
Isaac es una constatación, pues significa “Dios me ha hecho reír”. Este nombre servirá
para recordar la risa de la esterilidad, la risa de los incrédulos y la risa de aquellos que no
son capaces de comprender los caminos y proyectos de Dios. Por tanto, la risa de
incredulidad y falta de confianza de los padres se ha convertido en la risa del
reconocimiento de que Dios todo lo puede, hasta lo que para la lógica humana parece
imposible.
Gracias a la persistente fe de Abraham y Sara, les nació un hijo. Su nacimiento
fue según el plan de Dios y no el de sus padres. Todos los problemas, las especulaciones
y las crisis de fe se han terminado. Ahora se abre un camino esperanzador hacia el futuro:
la descendencia numerosa y el pueblo del futuro están garantizados. ¡Gran alivio para el
que tanto había sufrido! Abraham tiene en estos momentos en sus manos un proyecto
realista y fiable, tiene a Isaac, el hijo por el que se van a cumplir todas las promesas.
Ahora ya pueden morir en paz, pues su esperanza se ha cumplido.

3.5. EL SACRIFICIO DE ISAAC (GN 22)


LA PRUEBA DE FUEGO A LA FE DE ABRAHAM

a. El sacrificio de Isaac
Esta es una de las páginas más escalofriantes de la Biblia. Cuando la promesa
divina comenzaba a tener sentido con motivo del nacimiento de Isaac, cuando el futuro
estaba garantizado, Dios no contento todavía, le exige más a Abraham: “Después de
todas estas cosas sucedió que Dios tentó a Abraham y le dijo: ¡Abraham! ¡Abraham! Él
respondió: Aquí estoy. Y Dios le dijo: Toma a tu hijo, al único que tienes, al que amas, a
Isaac, vete al monte Moria y ofrécele allí en sacrificio en uno de los montes, el que yo te
diga” (Gn 22,1-2).
Isaac es el hijo de la larga espera de un padre viejo y una madre estéril. Después
de esperarlo muchos años, ahora, apenas destetado, Dios le ordena a Abraham que lo
sacrifique, que lo haga desaparecer. ¡Sacrificar al hijo! Cuando Abraham respondió a la

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llamada de Dios, enterró su pasado; ahora debe renunciar al porvenir. Ese hijo era la
garantía de que el Dios que le llamó existía, de que cumplía sus promesas y, además de
ser su amigo, le amaba. El hijo era el don que sostenía las promesas divinas. Sin el hijo,
la descendencia numerosa se esfuma, la tierra prometida no tiene destinatario, fama y
nombre resultan imposibles; si muere Isaac, todo muere con él. ¡Se acabó todo!
¡Oscuridad total! ¡Adiós pueblo! ¡Adiós tierra! ¡Adiós bendición!
Abraham una vez más se enfrenta a un dilema: ha de escoger entre obedecer a
Dios o agarrarse al hijo de la promesa divina. Si sacrifica a Isaac, destruye por obediencia
la prueba concreta y evidente que sostiene su fe; si acepta la orden de Dios volverá a caer
en la oscuridad más absoluta.

b. ¿Por qué quiso Dios probar a Abraham? ¿No le había probado bastante?
La promesa que Dios había hecho a Abraham se estaba realizando con el
nacimiento de Isaac, pero su fe y confianza en Dios necesitaba de una prueba final y
definitiva para ser perfecta. Abraham podía pensar así: ‘Isaac cumple todas las exigencias
de Dios, así puedo comenzar a construir el futuro, basándome en este hijo’. Si Abraham
hubiera pensado de esta manera, se habría negado a sacrificar a su hijo, a matar la raíz de
un futuro prometedor. Por tanto, su fe no estaría en Dios, sino en el hijo de la promesa.
Así pues, era necesaria esta prueba para purificar la fe de Abraham en ese Dios que todo
lo puede, para hacerla perfecta, de manera que la bendición divina pudiera alcanzar a
todos los hombres.

c. La obediencia de Abraham
Abraham respondió como Dios se esperaba: no se agarró a Isaac, sino a la Palabra
de Dios, que pedía el sacrificio de Isaac. En otras palabras, ¡Abrahán obedeció a Dios!
(Gn 22,18). Sin ver nada con claridad, él lo apostó todo por Dios para ganarlo todo. Fue
una jugada muy arriesgada, pero fue lo más acertado sin duda. Abraham apostó por el
Dios que vence a la muerte y, gracias a esta obediencia, salvó la vida del hijo, salvó el
futuro del pueblo y salvó la bendición para todos. De hecho, cuando Abraham sacó el
cuchillo para sacrificar a Isaac, en ese momento intervino Dios: “Abraham, no alargues
tu mano contra el niño ni le hagas nada, que ahora ya sé que tú eres temeroso de Dios,
ya que no me has negado a tu hijo, tu único... Juro por mí mismo que por haber hecho
esto, por no haberme negado a tu hijo, a tu único, te colmaré de bendiciones y
multiplicaré tanto tu descendencia, que será como las estrellas del cielo y como las
arenas de la playa, y tu descendencia se adueñará de las puertas de sus enemigos. Por tu
descendencia serán bendecidas todas las naciones de la tierra, porque me has
obedecido” (Gn 22,12.15-18).

3.6. LA MUERTE DE SARA Y ABRAHAM

Al morir Sara (Gn 23,1), para poder enterrarla, Abraham quiso comprar un trozo
de tierra que pudiese servir de tumba (Gn 23,3-19). Más tarde, el propio Abrahán fue
enterrado en esta misma tumba, situada en Palestina (ver Gn 25,7-10).

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El sepulcro de Abraham y Sara era de tierra comprada, posesión segura, adquirida
justamente, pagada con dinero propio, con título legítimo de posesión, inscrito en el
registro, a la vista de todos. Efrón, el dueño de la tierra, quería regalársela, pero Abraham
no aceptó el regalo, él quería su propiedad y posesión. Y lo consiguió (Gn 23,3-18). Una
tumba fue la única porción de tierra que Abraham consiguió en vida. Él vivió toda la vida
buscando un pueblo; pero murió sin pueblo, apenas tenía un hijo. Vivió buscando tierra,
pero murió sin tierra; apenas si tenía una tumba.
¿Gastó Abraham toda su vida para no conseguir lo que buscaba? No, no gastó
su vida inútilmente. El hijo era el comienzo del pueblo. La tumba, el comienzo de la
posesión de la tierra. Sin el hijo, jamás habría nacido el pueblo. Sin el título de posesión
de la tumba, sus descendientes no habrían tenido ninguna prueba válida que justificara el
derecho a la propiedad de aquella tierra. Abraham murió sin ver el resultado de su obra,
pero dejó la semilla del futuro enterrada firmemente en el suelo de la vida.

3.7. LA VIDA SIGUE SU CURSO...

Después de la muerte de Abraham, la Biblia nos sigue contando muchas historias


sobre su hijo, sus nietos y sus biznietos, desde el comercio de Isaac (Gn 26) hasta la
muerte de José en Egipto (Gn 50,15-26). Pequeñas historias, cosas de familia:
discusiones e intrigas, casamientos y nacimientos, compras y ventas, muertes y
enfermedades, alegrías y tristezas, un poco de todo, tal como es la vida. En todo ello hay
muchas cosas repetidas e incluso algunas contradicciones. Estas historias son como el
álbum de fotos de una familia. Contiene fotografías de todos los tamaños, repetidas,
rasgadas y hasta retocadas. El álbum lo conserva todo. Así lo quiere la familia. Así es la
Biblia: el álbum de fotos del pueblo de Dios.

3.8. ¿SON LOS PATRIARCAS PERSONAJES HISTÓRICOS?

A principios de siglo, algunos críticos negaban todo valor histórico a las


narraciones patriarcales: Abraham, Isaac y Jacob no eran personas reales, sino figuras de
leyenda. En defensa de éstos críticos hay que decir que hasta entonces no habían
encontrado los arqueólogos unos restos que iluminaran con certeza la época de los
patriarcas, entre los años 1900-1600 a. C.
Los hallazgos arqueológicos encontrados en Mari, Hattusa, Nuzi y Ebla nos
ayudan a conocer mejor la época de los patriarcas. Sin embargo, debemos admitir que
ninguna de las tablillas encontradas menciona directamente a los patriarcas, pues para la
historia general unos jefecillos de clanes no tenían gran trascendencia. Pasaron
desapercibidos, el mundo ni se enteró de su existencia. A pesar de todo, su vida y
costumbres encajan perfectamente en esta época. Concretemos en algunos puntos:

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1. Los nombres de los patriarcas eran comunes en la alta Mesopotamia en esta
época: aparecen Téraj, Abram, Saray, Najor, Jacob, Leví y Benjamín. Sin embargo, siglos
más tarde ya no se usarán para nombrar a la gente de Israel.

2. Los lugares geográficos que aparecen en la Biblia, ya existían en la época de


los patriarcas: Ur, Jarán, Siquem, Betel, Mambré, Hebrón, Bersheba, etc.

3. Las costumbres de los patriarcas se ajustan al ordenamiento social y jurídico


vigente en el segundo milenio antes de Cristo:

• La adopción. Cuando Abraham no tenía hijos adoptó a Eliezer con


pleno derecho a la herencia (Gn 15,2-3). Por la misma razón, adoptó
Sara a Ismael, hijo de su criada Agar (Gn 16,2). Sin embargo, la ley de
Moisés, mucho posterior a esta época, desconoce la adopción, que ya se
practicaba en Asiria y Nuzi.
• La consaguinidad. Najor se casó con su sobrina Melca (Gn 11,29);
Abraham se casó con su hermanastra Sara (Gn 20,12); Isaac y Jacob,
con primas hermanas (Gn 24,15; 29,23.28). Estos casamientos estaban
prohibidos en la ley de Moisés (Lev 18), pero eran legales según el
Código de Hammurabi (artículos 154-158), varios siglos antes.
• El fratriarcado. Eliezer prepara en Jarán el matrimonio de Isaac y
Rebeca no con el padre de ésta, sino con su hermano mayor, Labán,
previo consentimiento de Rebeca (Gn 24,55-58). Costumbre insólita,
comprobada por las tablillas de Nuzi, donde en el acta matrimonial, la
esposa debía declarar en presencia de testigos lo siguiente: ‘con mi
consentimiento, mi hermano me dio por esposa a X’.
• La primogenitura. Nos resulta extraño que Esaú renunciase a su
primogenitura a cambio de un plato de lentejas (Gn 25,29-34). Pero las
tablillas de Nuzi nos cuentan varios casos en los que el primogénito cede
sus derechos a otro hermano; incluso nos habla de un caso parecido al de
la Biblia: un hombre necesitado de alimentos renuncia a su parte en la
herencia a favor de un hermano suyo a cambio de tres ovejas.

En conclusión, la ciencia bíblica se caracteriza por su confianza en las tradiciones


bíblicas. Y su historicidad es admitida comúnmente por todos. Después de los últimos
descubrimientos arqueológicos se considera que las tradiciones patriarcales no son
simples leyendas, sino que están firmemente enraizadas en la historia. Por tanto, puede
afirmarse, aunque no tenemos datos concretos y directos, que Abraham, Isaac y Jacob
fueron verdaderos individuos concretos, que existieron realmente.

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