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JULIO HERRERA Y REISSIG POESIA OO) ISR ayy y prosa selecta PROLOGO EsTE HOMBRE de tan breve vida, este poeta de tan corto plazo, esta per- sonalidad de una sola y clara pieza, este escritor que parece meterse en tan francas categorias, este Jutio Herrera y Reissig es casi un desconocido. Se dice que su peca y opaca vida transcurrid sin mayores avatares en el pobre Montevideo de fines, de principios de siglo, protegida, al margen de Ja politica, de Jas guerras civiles, de la pobreza. No habria sido mas gue un simpatico mufieco grande y rubio, que no vivid, que fue poco mas que su agradable presencia, que no sufrid, que no fue desgarrado; que padecié, si, como correspondia, su cuota de hostilidad e incomprensién provincianas. Se diria que, pese a vivir sin trabajar, 2 arremeter violentamente contra las acendradas convicciones politicas de su gente, no padecié serios con- flictos; que, pese a su hija natural y a los varios nombres de mujer que se vinculan con el suya, no tuvo vida sexual ni amorosa, salvo una novia juvenil y luego el neviazgo y la boda a los 33 afics con Julieta. Se diria que no conocié casi mas que las paredes de su hogar, que Ja calle Sarandi a la hora del paseo, que algunas tardes en el café de los intelectuales, cl Polo Bamba. EI resto es poco mas: el colegio, dos afos de trabajo en la Aduana y otros dos en Ja Inspeecién Nacional de Instruccién Primaria; unos meses en las tareas del censo de Buenos Aires; dos breves estadias lejos de la capital —una en Salto y otra en Minas— que habrian enri- quecide sus paisajes. Eso seria todo: para la beateria o para el reproche. Pero nadie es tan sencillo. La verdad es que munca se cscribid la biografia que merecia esta pri- mera figura de Jas letras uruguayas y americanas. Y tal vez nunca se escriba cabalmente, porque amigos devotos y familiares carifosos fabri- caron una estampa cdlida, iluminada y edulcorada, descartando cuanto parecia conflictual o censurable. Y, después, para hacer 1a cosa definitiva, se fueron muricnde. Ni la obra de Herrera ni la mayor parte de sus car- IX tas —a memudoe literarias y excesivas— parecen servir para desmentirlos. Quienes escribieron sus esqueméticas biografias no tenian los instrumen- tos ni cl método necesarios; no hube quien sumara el talento y la pa- ciencia pata rehacer al hombre a partir de las falseadas memorias, de algunos recuerdos disidentes, de lo que el mismo Herrera escribié sobre si, de sus cartas, y de lo poco que dice y todo Jo que no dice en sus verses, consumando una biografia existencial, profunda e intimamente coherente. Lo cierto cs que asi no pudo ser, que no se puede ser tan artista y tan vacio, tan poco interesante. Parece imposible que no dejen huellas et salto familiar de las esferas de gobicrno al ilano y, mas tarde, de la riqueza a la pobreza; que no marquen la invalidez y la muerte de un hermano adclescente, la lecura de otro, el que le era mas allegado, la muerte del padre. No es posible vivir en plena juventud con el tiempo contado, en intimidad con la muerte, robando dias, en esa alianza de juventud y muerte, de amor y muerte, de ambicidn y muerte, y ser, para usar una expresién suya, nada mds que un “loco lindo”. A dos afios de su muerte, dice Dario !: “Como sucede en casos seme- jantcs, su historia me ha legado vestida de su leyenda”. Pero hace suya la leyenda y afirma que Herrera vivid out of the world, que fue una es- pecie de Beat-au-bois-dormant, y hace suyas también las palabras de otro uruguayo, Juan José de Soiza Reilly, que lo definiera como “el poeta mas raro, el lirico mds triste, el pecador mas esteta, el jilguero de sangre mas azul, el loce mas ardiente, mas fogoso, mds bueno y mas encantador que haya tenido el Plata”. Es lindo creérselo, y muchos lo habrdn visto asi, o no hubicra despertado tantas y tan rendidas devociones. Pero tal vez no fue tan asi. ¥ lo cierto es que no podemos hacer mucha fe a Soiza Reilly, porque tampoco era cierta la aficién de Julio Herrera a las drogas —leyen- da que Dario también compra— y que Soiza Reilly, de buena o mala fe, se encargé de propagar con la complicidad evidente del poeta en un articulo que publicé en Buenos Aires y que ilustré con fotos en que éste parece estar inyectandose morfina y entregado a sus cfectos. Tampoco se puede aceptar como bueno su pregonado dandismo. Des- lumbrado el joven poeta por Ia figura de Roberto de las Carreras *, incor- pora, entre otras cosas —y gozoso, aduefidndese de uma forma mas de distanciarse de la aldea—, ademas de unos pocos desplantes famosos, cierto médico refinamiento en el vestir, algunas novedades que parecen haber escandalizado a los paseantes de Ja calle Sarandi que, por otra parte, se escandalizaban con paco. El mismo Io detafla: “unas polainas, un frac o una corbata”. E] dandismo modela Ia vida entcra de un hombre; es una disciplina exigente y total que no se limita a una corbata blanca o a unos guantes de piel de Suecia. Y aun en ese retaceado terreno, Herrera no podia ir muy lejos; no tenia dinero. Su padre le daba Jo necesario para En la conferencia que dicté en Montevideo cn 1912. 2 Ver Cronologia.

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