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Gemelos al reflejo
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Gemelos al reflejo

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About this ebook

Laura Romano, es una mujer entregada a sus creencias, lucha con todas sus fuerzas para ayudar a la gente en situación de calle. Sin saber que esa noble intención le cambiará la vida.
Los gemelos Alan y Mike, llenarán el corazón de Laura, que al mismo tiempo la harán sentir un dolor muy profundo en su corazón al ver que ambos son muy distintos y confunde las vidas de todos a su alrededor al entremezclar sus realidades.
Al conocer a David, un incipiente escritor, logra sentir en parte tranquilidad emocional que se verá alterada por los arranques emocionales de Mike.
Una novela en la que podremos encontrar: Amor, traición, desilusión y angustia. Dos vidas similares, encarnadas en estos gemelos, que luchan por la estabilidad emocional.
LanguageEspañol
Release dateJul 4, 2019
ISBN9788417799632
Gemelos al reflejo

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    Gemelos al reflejo - Reinaldo Marmolejo Zurita

    Agradecimientos

    Hospital

    —¡Me duele demasiado! —grita Laura Romano, sin lograr contener el dolor. Era la primera vez que daba a luz y nunca pensó que fuese algo tan difícil.

    —¿Dónde está Tomas?

    —No alcanzará a llegar, se ha retrasado en el tráfico —dice Anna, su mejor amiga.

    —Ojalá estuviese aquí. Lo necesito.

    —Calma, de todas formas viene en camino.

    —¡Llama a la enfermera! Creo que siento la cabeza entre mis piernas.

    Anna sale al pasillo y de un solo grito, alerta a las enfermeras para que asistan a Laura. Algo no estaba bien.

    Sorprendentemente, Laura había comenzado el trabajo de parto y los bebés estaban a punto de nacer, el primero venía en mala posición. Muy asustada sobre la camilla, Laura pierde el sentido por unos segundos. Anna alcanzó a oír a una enfermera que decía que el riesgo que corrían los dos bebés era altísimo, y por otro lado la madre no estaba exenta de peligro. Así es que era de suma urgencia hacer una intervención. Se la llevaron inmediatamente a pabellón y llamaron al doctor para que comenzara el procedimiento.

    Laura desde niña siempre había vivido en Dust, un pequeño pueblo en Estados Unidos, era un pueblo tranquilo que le permitía llevar una vida sin mayor estrés. A cuatro horas estaba la ciudad de Seattle. Sus edificios tan altos la hacían soñar con el éxito de las personas y las posibilidades de trabajo. Se prometió algún día establecerse en la ciudad para poder ayudar a esa gente que sufría. En su pueblo, comenzó a especializarse para ayudar a la gente más vulnerable y encauzarlos en el mundo, en la vida familiar y laboral. Laura supo que esa era su vocación, desde muy pequeña. Una suerte de psicóloga con los más desvalidos. Por ahora el pueblo era donde estaban todas sus energías. Pero nunca advirtió la maldad que le rondaría a causa de indagar tanto en lugares poco concurridos.

    Una tarde con la intención de entregar alimentos a un viejo testarudo que nunca quería ser ayudado, se encontró con su destino.

    —Hola viejo testarudo. ¿Cómo estas hoy?

    —Bien Laura, qué te trae por estos lados.

    —Vengo a ayudarte, quiero entregarte un poco de comida, estás cada día más flaco y eso no es bueno.

    Laura sacó unos Tupper de su bolso, en los cuales traía sopa de verduras y se lo dio.

    —Gracias por preocuparte por mí, pero no lo merezco. Además deberías estar en otro lado, no aquí —dice aquel mendigo recostado en ese lúgubre callejón.

    —No te preocupes, es mi deber preocuparme.

    —¡Gente como tú no queda!

    —Lo sé, por eso mismo estoy aquí.

    —Dime que me voy a ir al cielo por aceptarte este plato de comida.

    —No le puedo garantizar eso. Eso depende de sus méritos y de que no tenga pecados.

    —En la calle es difícil hacer méritos. Aquí es la ley del más fuerte. El que se duerme, pierde.

    —Créame que eso ocurre en cualquier estrato social. Es algo generalizado.

    Amablemente le limpió las manos con un paño húmedo, antes de que comenzara a comer. No era primera vez que hacía algo así, y para ella resultaba tan reconfortante que al menos ese hombre por una noche pudiese comer como cualquier persona.

    —Prometo volver —dice Laura.

    —Muchas gracias.

    Aquel hombre había perdido a toda su familia en el derrumbe del World Trade Center el 11 de Septiembre de 2001 y desde entonces había renunciado a luchar por su vida. Había decidido abandonarse a sí mismo. Cuando Laura intentaba indagar sobre cómo era su vida antes de la tragedia, el hombre guardaba silencio. Por eso es que Laura consideraba importante ayudarlo en lo que fuese, hasta que aquel hombre aceptara el dolor y pudiese continuar por sí solo. Tenía la secreta esperanza de que algún día vería en él un cambio de actitud.

    Laura se despide amablemente sabiendo que nuevamente había hecho un buen trabajo. Anota en su libreta la fecha y la hora en que había ayudado a aquel hombre. Se preocupaba del estado físico que percibía en él y si lo veía muy débil iría a notificarlo al hospital para que lo fuesen a controlar.

    Lo lúgubre del callejón ya no era tema para Laura, estaba acostumbrada a esas luminarias precarias que colocaban las autoridades. A veces, al pasar se apagaban u otras veces, encendían con mucha intensidad sin ninguna explicación. Pero esa noche fue distinta. En las sombras algo se ocultaba, algo que no era muy común en esos callejones que aunque solitarios y lúgubres eran seguros y tranquilos.

    —¡Quién es usted! —exclama Laura.

    —Soy alguien que necesita ayuda —dice aquel hombre sin mostrarse y respirando de forma extraña.

    Laura queda mirando confusa, tratando de distinguir su rostro en la oscuridad.

    —¿Y por qué no se ha acercado antes para que le ayude?

    —No me he dado cuenta de que usted estaba por aquí.

    —¿Cómo se llama?

    —Acaso mi nombre tiene alguna importancia.

    —Me gustaría saberlo para entablar un buen diálogo —dice Laura.

    —No es necesario.

    —¿Qué es lo que necesita?

    —Pronto lo sabrá.

    Laura presintió la mala intención de aquel hombre que no lograba distinguir, se dio la vuelta y comenzó a caminar más rápido sin siquiera despedirse. Nunca antes había sentido miedo de la oscuridad y de aquel lugar tan particular. Nadie saldría en su ayuda aunque gritase con todas sus fuerzas, pensaba. Así es que se puso a correr. Aquel hombre corrió detrás de ella y dándole alcance la empujo botándola en el suelo.

    —¡Déjeme! ¡Qué se propone usted!

    Pero aquel hombre no respondía. Se acercó hacia Laura y le subió el hábito. Corriéndole los calzones comenzó a violarla sin piedad. Laura no podía creer lo que le estaba pasando. Sentía tanta confusión que ni siquiera tenía fuerzas para contrarrestar la fuerza de aquel sujeto. No le salía el habla. Trató de arañarle el rostro. Pero aquel hombre le apretaba las manos.

    —Quédate tranquila, no tiene caso que te resistas —dice aquel sujeto.

    Cuando aquel hombre terminó su cometido, se sube los pantalones y se despide de ella dándole las gracias con un tono cargado de ironía. Laura quedó tirada en aquel lugar por un tiempo indefinido que no lograba codificar. Se levantó muy dolorida y comenzó a caminar lentamente. Dos cuadras más adelante, pidió ayuda en una estación de gasolina.

    Al llegar la policía, Laura pudo dar aviso de lo que le había sucedido y con los antecedentes que ella dio, fue fácil su captura. La policía dio con él esa misma noche en una plaza, su rostro aún estaba ensangrentado con el rasguño que Laura había logrado hacerle. Se encontraba bebiendo cerveza con los pantalones manchados de sangre. La policía determinó que la sangre en los pantalones era menstrual ya que el sujeto no había realizado heridas visibles a Laura.

    —Esa bestia me ha quitado mi virginidad, la cual pertenecía a Dios.

    —Calma amiga, es terrible, lo sé. Esto es una prueba más. Dios sabe por qué hace las cosas —dice Anna.

    Laura no pudo contener sus lágrimas y se abrazó junto a Anna por largo rato en la habitación del hospital. Dos meses después, Laura, fue a control al mismo hospital donde la recibieron con sus lesiones. Ahí fue que descubrió para su asombro que estaba embarazada. Fue una tragedia para ella esa situación. Al enterarse y ver los exámenes, empalideció.

    Sus padres, muy conservadores y fieles a la religión que profesaban, al enterarse estaban muy acongojados con la situación, y a pesar de lamentar la situación ambos decidieron tomar distancia. Laura se había convertido en una deshonra para ellos. Se planteó la idea de cubrir todo esto con un aborto y así seguir con la vida perfecta, como si nada hubiese pasado. Pero finalmente Laura tenía la última palabra.

    —Qué voy hacer ahora, me siento completamente sola —le decía Laura a su amiga Anna.

    —No estás sola, yo estoy contigo. ¿Has pensado en abortar?

    —Sí, lo pensé. Mis padres me lo propusieron. Pero va contra todos mis principios.

    —Entonces, ¿qué quieres hacer?

    —No lo sé, respeto a las mujeres que desean abortar después de una violación, es legítima su forma de pensar y querer limpiar su cuerpo del recuerdo y de un feto no deseado. Pero yo prefiero seguir adelante con el embarazo y ver qué sucede después. Puede que termine amando a aquella criatura.

    —Creo que todo pasa por algo y si Dios te envió esta prueba, entonces te apoyaré en lo que decidas.

    Veinte semanas después, Laura se enteraba de que estaba esperando gemelos. En su cabeza, mirando frente el monitor mientras hacía la ecografía su mundo se desdibujaba. Sentía una mezcla de felicidad, mezclada con angustia. Tendría que aprender tantas cosas que nunca pensó que viviría. Cómo los diferenciaría, era su gran duda. Enfrentar todo sola, sin un padre, era doblemente más desafiante.

    —Anna, voy a tener gemelos —decía Laura por teléfono.

    —Felicidades, es una gran noticia. Sin duda, vas a tener que aprender a ser madre.

    —No sé por dónde empezar, mi madre no quiere saber nada sobre esto. Dice que he deshonrado a la familia.

    —No pienses en eso, mira que si te estresas y te angustias eso se lo trasmites a los bebés. ¡Ah! y no se te ocurra estar fumando.

    —Sí sé, tranquila. Qué voy hacer, no puedo quedarme aquí en el convento. La madre superiora me quiere fuera. Dice que es inconcebible mi situación.

    —Tú sabías que esto podía pasar, ella es una mujer mayor y viene de un mundo conservador. Es difícil que entre en razón con este tipo de temas.

    —Estás pensando lo que yo…

    —Sí, tienes que dejar el hábito e indumentaria religiosa y buscar dónde vivir.

    —Pero esta es mi vida, siempre se la entregué a Dios como religiosa.

    —Dios te iluminará. Él quiere que ahora seas una madre. ¡Acaso no te das cuenta!

    Frente a la negativa de la madre superiora, Laura tuvo que presentar su dimisión al convento, al cual pertenecía y con la tristeza de sus compañeras, se dijeron adiós.

    La enfermera Isabel, siempre estuvo al lado de Laura desde que la acompañó en los controles periódicos para ver cómo iba el embarazo. Laura como madre primeriza no quería dejar nada al azar. Quedó impresionada al enterarse de que serían gemelos, nunca se lo hubiese imaginado. Doble responsabilidad.

    —¡Me duele!

    —Calma, ahí viene la enfermera Isabel con el doctor.

    —Tranquila Laura, vamos a pasar a pabellón.

    Laura sentía cómo la camilla volaba por los pasillos para comenzar a asistir como corresponde el parto.

    Anna miraba nerviosa tras una vidriera cómo comenzaba el trabajo de parto el cual, el médico determinó que fuese por cesárea en el último minuto.

    —No siento nada de la cintura para abajo.

    —Tranquila eso es normal, no te asustes —dice la enfermera Isabel.

    Anna podía ver cómo el cirujano cubrió entera a Laura con un traje verde oscuro, dejando al descubierto el área donde iba a trabajar. Después de hacerle la incisión correspondiente, una manguera absorbió parte del líquido amniótico. Dos manos, aparte de las del cirujano ayudaban a estirar la piel para que la cabeza del primer niño pudiera salir. El médico la tira con naturalidad desde la cabeza y rápidamente sale el primero. El médico procede a cortar el cordón umbilical y deja que la pediatra se lo lleve. El doctor da un par de indicaciones y vuelven a prepararse para el siguiente bebé en camino. La segunda membrana se rasga y el cirujano toma al segundo bebé desde la cabeza extrayéndolo hacia afuera. La pediatra lo toma con un paño y proceden al corte del cordón umbilical. Liberan a Laura de la placenta acompañada de los dos cordones e inician el proceso de cerrado, cosiendo la piel.

    Una de las pediatras le pregunta a Laura cómo se van a llamar los gemelos, para colocarles las pulseras indicativas ya que nadie tenía la información necesaria para identificarlos.

    —Se llamarán Alan y Mike Romano, llevando solo el apellido mío, debido a las circunstancias. No quiero por nada del mundo tener relación con aquel padre biológico.

    Fue el momento de más alivio para Laura, saber que todo había salido bien y que pronto estaría con sus hijos.

    —¡Lo hiciste! —exclama Anna, que se encontraba a su lado.

    —¿Cómo los voy a reconocer?

    —Puedes reconocerlos por el ombligo.

    —Buena idea.

    En eso llega Tomás, que después de un arduo viaje está finalmente junto a Laura.

    —Hola hermanita, felicidades por esta nueva etapa en tu vida.

    —¡Tomás! ¡Hermano! Por fin estás acá. Gracias por venir.

    —Sí, el maldito tráfico de Seattle. ¿Y los bebés?

    —Aún no los traen.

    —Me resulta muy extraño verte de mamá ahora, creí que siempre serías una monja.

    —Tú sabes que fue una decisión difícil para mí, todo esto. Además que dicen que después de un sufrimiento tan grande, algo bueno tiene que venir y un niño siempre es una bendición.

    —Sí, tienes razón. Qué lástima que nuestros padres son tan estrechos de mente.

    —No hay cómo hacerlos entrar en razón.

    —Si quieres les puedo enviar una fotografía desde mi móvil.

    —No, no quiero. Si ellos se restaron, entonces que asuman las consecuencias. El interés se demuestra.

    —¡Qué carácter hermanita!

    —Así es, he tenido que cambiar mucho todo este tiempo y tú comprenderás que nunca fuimos una familia muy unida. Todo han sido apariencias y el relucir del dinero que siempre han tenido.

    —Que se han demorado en traer a los bebés.

    —Sí, la enfermera Isabel dijo que estaban haciéndoles exámenes y limpiándolos. Después los traerían —dice Anna.

    —Me alegro mucho por ti, hermana. Y tú, Anna, ¿Cuándo tendrás familia?

    —No lo sé, aún no está en mis planes.

    En eso Anna revisa su móvil, como si la pregunta le hubiese incomodado.

    Tomás prende el televisor de la habitación como un acto reflejo, cuando en eso sienten que viene un pequeño carro con ruedas, especial para bebes. Era Alan, el primer gemelo al encuentro con su madre. Laura lo miraba orgullosa, la enfermera se lo colocó unos minutos en sus brazos, mientras Tomás le saca una fotografía con su móvil. Laura al darle un beso en la frente siente el olor que tiene su hijo e inspira profundamente.

    —¿Qué pasa con el otro niño? —pregunta Laura.

    La enfermera sin saber qué decir, solo se le queda mirando y le dice que va ir a preguntar, porque no le habían dicho nada al respecto.

    —Seguramente le están haciendo exámenes —dice Anna.

    —Esto me parece extraño ¡Por qué no vas a ver!

    —Está bien, iré.

    En eso cuando Tomás se disponía a indagar qué sucedía viene entrando la enfermera Isabel.

    —No tengo buenas noticias —dice Isabel con un rostro muy serio.

    —¿Qué sucede?

    —Tengo algo que decirte.

    —¿Qué ha pasado? ¿Algo le sucedió a Mike?

    —Lo que sucede es que Mike no logró respirar por sus propios medios, lo intentamos estabilizar pero de los dos gemelos, él era el más débil.

    —¡No puede ser! ¡Eso es imposible! —exclama Laura muy afectada con lo sucedido.

    Tomas y Anna, la abrazaron y le dijeron que debía abocar sus fuerzas en cuidar a Alan.

    Laura estaba en un abismo, sentía que a ratos caía en un profundo dolor y al otro en un amor infinito al ver a su hijo Alan al lado de ella.

    —Es difícil de expresar con palabras lo que estoy sintiendo. Pero sé que una vez más Dios me está poniendo pruebas.

    —No sé si es Dios, que permite que todo esto suceda, tengo mis dudas —dice Tomás.

    —Llámalo como quieras: Entidad, fuerza o energía primaria, luz, el principio o simplemente destino. Solo sé que mi intuición me dice que alguien me observa, pero no se involucra.

    —¿Qué voy a hacer ahora? Por favor, dime.

    —Todo estará bien, no pienses más —dice Tomás muy acongojado.

    Anna cruza la mirada con la enfermera Isabel, pero no se dicen nada.

    —Quiero ver a mi hijo Mike —dice Laura.

    —Voy a ver qué puedo hacer —dice la enfermera Isabel y se retira.

    —¿Estás segura de querer verlo? Creo que no es bueno en tu estado —dice Anna.

    —Sí, por lo menos para despedirme.

    Al rato vuelve la enfermera para comunicar que el cuerpo de Mike había desaparecido en la morgue del hospital. Tal vez por error o porque se lo habían llevado a algún centro de estudios de alguna universidad.

    Laura no podía disimular su angustia, y

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