Vórtice: Crónicas de Horror
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About this ebook
Vórtice: Crónicas de Horror nos lleva por escalofriantes narraciones de horror visceral que rasgan el límite de la frontera entre la cordura y el miedo, haciendo sucumbir al lector ante las espeluznantes vivencias de sus desafortunados personajes.
Liberato Tavárez
Técnico en medios audiovisuales, graduado en fotografía para TV, cinefilo, receptor de buena música y cómics. Amante y escritor de horror. En la actualidad trabaja como camarógrafo para varios medios de comunicación. Entre sus libros publicados se encuentran Vórtice: Crónicas de Horror (Libro de relatos) y Reflejos desde las sombras (cuaderno de prosa poética simbolista, maldita, oscura, transgresora, subversiva, beat y bohemia). Audiovisual technician, graduated in photography for TV, cinefilo, receiving good music and comics. Lover and writer of horror. He currently works as a cameraman for various media. Among his published books are Vortex: Chronicles of Horror (Book of stories) and Reflections from the shadows (book of poetic prose symbolist, cursed, dark, transgressive, subversive, beat and bohemian).
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Book preview
Vórtice - Liberato Tavárez
Содержание
Cover Page
INTRODUCCIÓN
LA CHAQUETA
VOCES DE DEVASTACIÓN
EL SECRETO DE LA FOKKEN
HORROR EN LA CASA ALBERTI
LETRAS ROJAS
EL HOMBRE EN EL BORDE
TRAS LAS PUERTAS DE METAL
AUTOR
Vórtice: Crónicas de Horror
Liberato Tavárez
Copyright © 2018 Liberato Tavárez
Correcciones: Vale Saporiti
ISBN-13: 9781977048646
ISBN-10: 1977048641
No está permitido reproducir total o parcialmente este libro, ni la trasmisión de ninguna forma o por cualquier medio mecánico, electrónico, fotocopia, impreso u otros métodos sin el previo permiso del autor.
A Vale Saporiti por ayudarme con estos relatos, las divertidas conversaciones en línea y los continuos Ponte a escribir, boludo
para que no levante el culo de la silla y siga escribiendo más historias.
Al Gmemo César García Muñoz por alentarme a escribir mis historias y adentrarme al mundo de la auto publicación con su trabajo. Lea las historias de este tipo, todas son lo máximo.
INTRODUCCIÓN
DESDE pequeño siempre disfruté con las cosas que podrían dar miedo, aun cuando me causaran pesadillas a la hora de dormir. ¿Por qué no divertirnos con esa aflicción opresiva que nos hace sentir vivos y nos alerta sobre las cosas que perderíamos si no sintiéramos temor? En estos texto yo quiero hablar de miedo. De ese miedo visceral que sentías de niño cuando despertabas en la total oscuridad viendo horrores, fruto de tu imaginación y te orinabas en la cama porque no podías mover un músculo para levantarte e ir al baño. Ese miedo que sentías cuando sufrías pesadillas luego de trasnochar viendo una película de muertos vivientes, vampiros, hombres lobos y demás criaturas que solo cobraban vida de noche. Soy consciente que ya no eres ese niño. Te has convertido en adulto y vives en un mundo racional donde lo que asusta son los altos precios del supermercado, de la gasolina, las cuentas del teléfono, y la factura de la luz que verdaderamente espantan a cualquiera. Aun así, me gustaría mucho que pudieras invertir un poco de tiempo en estas breves narraciones y te diviertas leyéndolas, como me he divertido yo imaginándolas. Ya se ha hecho de noche, las horas pasan rápido y se hace tarde. Aprovecha la atmósfera, no te vayas a la cama todavía. Por lo menos permite que, con este puñado de historias, intente asustarte un poco antes de irte a dormir y sueñes con las cosas agradables con las que ahora estás acostumbrado a soñar.
Liberato Tavárez, 2018.
LA CHAQUETA
A Vale Saporiti
—¡Vamos! ¡Levántate, maldito asesino! —el policía lo pateó para que se pusiera en pie.
—Pero… ¿Qué pasa? —se extrañó Andrés al ser despertado con violencia y ver que estaba en un calabozo. No sabía cómo rayos había llegado allí y tenía una jaqueca terrible que amenazaba con romperle la cabeza.
—¿Preguntas qué pasa? Lo que pasa es que eres escoria, pichón. —el policía siempre había querido decir eso imitando al mejor personaje de Black Rock. Agarró al detenido por la nuca antes que protestara y lo sacó a empujones de la celda—. Ya sabrás lo que pasa cuando el teniente te cuente, escoria.
El oficial Caldillo parecía un fideo y su voz de niña no intimidaba a nadie, usaba la violencia para poder asustar a los delincuentes.
Caminaron por los pasillos del destacamento hasta llegar a un cuarto de interrogatorio. Andrés no salía del susto ignorando que sucedía. Lo sentaron en la silla y fue esposado al tubo de la mesa. Una solitaria lámpara lo iluminaba.
—No existe ser más despreciable para mí que los psicópatas asesinos. Agradece a Dios que no tengo una Carlota conmigo, porque si la tuviera, te daría la paliza que una escoria como tú se merece.
Andrés no tenía idea de qué carajo hablaba, cuando otro policía entró en el cuarto y los vio con mala cara. Tenía una fractura en el puente de la nariz, un golpe feo que le amorataba el área de los ojos y parecía que llevara antifaz. Aquel nuevo agente del orden sí sabía atemorizar con su robusta corpulencia y rostro de pocos amigos. Carraspeó con mucha naturalidad y Caldillo entendió la indirecta. Salió del cuarto de interrogación dejándolos a solas.
Andrés seguía asustado y muy confundido, no sabía cómo había terminado tras las rejas. Lo último que recordaba era que estaba trabajando en el bar y luego despertó en la celda. Él era un hombre honrado y tranquilo, nunca le había hecho daño a nadie. Se devanaba el cerebro tratando de descifrar qué sucedía, pero su confusión no lo dejaba pensar con claridad. El policía mal encarado lo miró con ojos ceberos y depositó una carpeta amarilla que contrastó con la oscura superficie de la mesa.
—Soy el teniente Eros Saporiti de homicidios —se identificó el oficial—, y lamento decirle, Señor Delgado, que está usted en un gran problema.
Andrés se encogió en la silla mareado, sin escuchar bien al policía que le hablaba escrutándolo desde el otro costado de la mesa. Le tenía miedo a ese hombre. En la cara del teniente Saporiti se notaba el desprecio que sentía hacia él. Ignoraba qué había hecho para granjearse semejante agresividad y porqué lo tenían en custodia.
—¡Por el amor de Dios! ¿Puede decirme qué sucede aquí? —exigió desesperado.
—Lo mismo que le acabo de contar, mal nacido. Esta usted bajo arresto por el asesinato de siete personas.
Andrés estuvo a punto del infarto al escuchar semejante acusación. Él, que no podía matar una mosca, menos podría haber asesinado a esa gente. Todo era un terrible mal entendido.
—Lo siento —comenzó a disculparse—, pero esto es un error. Yo no…
—¡Claro que sí! Fue un error asesinar a esas personas a sangre fría.
Esto no puede ser cierto, pensó atemorizado, rezando para que alguien escondido saltara de cualquier sitio, cámara de filmación en mano, y prendieran las luces confesando que era una broma, pero nadie salió de ningún lado y solo la lámpara que lo iluminaba siguió encendida.
El teniente Saporiti se inclinó enojado hacia Andrés con ambas manos sobre la mesa, conteniéndose, agotado por todo el ajetreo del día y no estaba de humor para darle largas al asunto. Se notaba que el golpe que tenía en la cara le dolía bastante.
—¿Esta es la parte donde niegas que eres culpable y que no tienes nada que ver con lo que pasó? —dijo mientras habría la carpeta y mostraba unas fotografías sin perder de vista los ojos del detenido—. Porque entonces está será la parte donde te muestro las pruebas y tú te meas en los pantalones de miedo entendiendo que nada te salvará.
Andrés se espantó cuando vio en las fotografías, los cadáveres de varias personas. Sintió como si se le secara el estómago dándole ganas de vomitar. Sufría de hemofobia y, aunque solo estaba viendo la sangre en las imágenes, palideció como una hoja de papel.
—Aquí hay una terrible equivocación, yo no he matado a nadie, solo soy un simple empleado de bar.
Saporiti suspiró, todo era una rutina para él, aunque aquel crimen pudiera ser uno de los más horrorosos y sorprendentes que haya visto. Era increíble que un alfeñique con cara de yo no fui
como Andrés pudiera cometer semejante atrocidad. Si no fuera porque lo había visto, dudaría rotundamente que él hubiera realizado tan sanguinaria hazaña.
—Yo… —trató de explicarse Andrés, pero la voz no le salía de la garganta. Estaba muy aterrado.
El teniente respiró hondo y abrió cuando Caldillo tocó la puerta, a él no le gustaba ese remiendo de policía. Lo consideraba un perfecto idiota. El oficial Caldillo, quien se intimidaba justificadamente ante la presencia del teniente, le entregó una Tablet que esperaba y le contó algo que el detenido no pudo escuchar. Luego se retiró.
Saporiti se acercó a Andrés mostrándole el video donde aparecía en el bar del Thalarion, bregando para dejar todo en orden. Era el cambio de turno y saludó a Tony, su relevo, saliendo de escena por un momento. El video cambió a otra cámara mostrando un pasillo de casilleros donde Andrés examinaba una chaqueta como si se extrañara que estuviera entre sus pertenencias. Se puso la prenda después de vacilar unos momentos y salió del pasillo dejando su casilla abierta sin preocupación alguna. La cámara volvió al bar donde Andrés se vio rondar a una pareja que reía en la barra cuando Tony les servía cerveza. Eran Tomás y Carmela, habituales del bar quienes se habían casado recientemente. El mismo Andrés había servido los tragos en su noche de bodas. En el video, Andrés agarró una botella de tinto de la mesa de otros clientes y golpeo muy fuerte a Tomás en la cabeza. El hombre se desplomó sin sentido y el vino, mezclado con vidrio y sangre, bañaron a la mujer paralizada por la sorpresa.
Andrés se exaltó al ver la escena y casi cae de la silla. No daba crédito a lo que estaba viendo. Aunque eran idénticos, ese hombre no podía ser él, no recordaba nada de aquello. Él no era agresivo como el tipo del vídeo, nunca haría algo como eso, y menos a Tomás que siempre lo había tratado muy bien. Intentó entender qué pasaba, pero no podía.
Saporiti, al otro lado de la mesa, lo observaba con furiosa recriminación. Odiaba a ese hombre y a todos los asesinos iguales que él, no iba a permitir que se saliera con la suya. ¿Una equivocación? Lo dudaba.
Carmela reaccionó gritando aterrorizada, pero Andrés usó el cuello roto de la botella como daga, y la degolló como a un pollo. Su cuerpo resbaló del banquillo chorreando sangre sobre la barra. Tony, que estaba en shock, no reaccionó a tiempo cuando su compañero saltó al otro lado del mostrador, tomó el pica hielo y fríamente lo apuñaló en el corazón. El barman murió en el acto con cara de miedo y asombro.
Los presentes se horrorizaron de lo que había sucedido y un grupo de ellos escaparon del lugar a la carrera haciendo un estancamiento en la puerta. Andrés saltó desde la barra sobre un hombre que intentaba huir y lo apuñaló con el pica hielo varias veces en la cara sacándole los ojos. El cuerpo quedó en el piso convulsionando sobre un creciente charco de sangre. Una señora entrada en edad, que el susto que sentía no la dejaba decidir por donde escapar, corrió en sentido contrario a la salida. Tal vez quería esconderse en el lavabo donde su nieto había ido a descargar la vejiga, pero por confusión, falta de coordinación y miedo, terminó en las manos de Andrés que la agarró brutalmente del pelo y le perforó la tráquea con varias punzadas. Su nieto, que en esos momentos salió del servicio, quedó petrificado al ver a su abuela en el suelo ahogándose en sangre. Él se convirtió en la victima más joven de la tarde. Solo tenía diez años.
Andrés, tranquilo y sin prisa se acercó a Anny, la cajera que en esos momentos llamaba a la policía. Quiso ensartarla con el pica hielo, pero ella lo esquivó y corrió por detrás de la barra que luego intentó trepar antes que Andrés la agarrara y la tirara al suelo. La tenía acorralada y se