Guadalajara: El Ayer Que Nunca Olvidaré
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About this ebook
cerros verdes y abundantes arroyos, situado
hacia el Oeste de la ciudad de Tepic, Mxico,
fue el lugar que lo vio nacer en 1963.
Corra el ao 1970 cuando Arturo y toda su familia
es conducida a la ciudad de Guadalajara sin
previo aviso ni idea de lo que vendra despus.
En el tierno despertar de sus sentidos, se enfrenta
a una inesperada y cruda realidad, sus padres
viajan al extranjero en busca de un mejor maana
y pasa un tiempo vaco en medio de la selva de
pavimento. Cuando sus padres regresan, al nico
que ve con vida es a su padre, a su madre se la
presentan en un atad.
A partir de all ocurren una serie de eventos que van desde lo trivial a lo extraordinario.
Su Padre, en medio de aquella afl iccin, con siete hijos que mantener, se enfrenta al
destino incierto sin la compaera que antes de partir le diera el ltimo fruto de su amor.
En medio de aquella confusin en la ciudad desconocida, lucha por sobreponerse
ante lo adverso y un ngel aparece en su camino mitigando la afl iccin para formar de
nuevo un digno hogar. No obstante la vida es difcil, dadas las races culturales y el bajo
nivel de educacin, padre e hijos se ven en la necesidad de salir a las calles en busca
de traer soporte econmico.
A travs del laberinto de la vida, Arturo recae en una insatisfaccin de ser y hacer lo
que hace y se fuga de casa a muy temprana edad. La historia se llena de aventuras
produciendo cambios interesantes. En Guadalajara El Ayer Que Nunca Olvidar, se
refl ejan pasajes reales de la vida que afrontan algunos nios cuando son enviados a la
calle desestimando los riesgos.
A travs de sus pginas, Arturo comparte sus experiencias y sus sentimientos, sus fracasos,
sus logros y ese enfoque natural de ilustrar el ambiente cotidiano de su barrio donde se
entrelazan amistades que pactan para siempre. La historia se desenvuelve a travs de
muchos aos de vivencias, entre aventuras y barrios, modas y costumbres de una poca
en la ciudad de Guadalajara. Mientras tanto un hombre visionario, su Padre, llega a la
cumbre de su carrera dejando el mejor de los ejemplos de superacin.
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Guadalajara - Arturo Sandoval
Copyright © 2013 por Arturo Sandoval.
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.
Fecha de revisión: 14/12/2013
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493164
ÍNDICE
DEDICATORIA
ACERCA DEL AUTOR
EL COMENZAR DE LOS DÍAS 1969
GUADALAJARA 1970
LLEGAR PARA IRSE
EL ULTIMO ADIOS
LA VECINDAD
PRIMERA AVENTURA
NUEVA MAMA NUEVO HOGAR
MI PRIMER TRABAJO
HUYENDO DE CASA
RUMBO A MÉXICO
SOLO EN LA CAPITAL
MIS DIAS EN EL COMITÉ
EL ENCUENTRO
VOLVIENDO A CASA
POLANCO
RUMBO A NOGALES
LA PRIMERA FIESTA
MIRAVALLE 1975
VACACIONES
EL NUEVO ENTORNO
EL FLANES
MI BARRIO
FIN DE MI ESCUELA
HACIA EL NORTE
LA CRUZADA
RETORNO A NAYARIT
DE NUEVO AL NORTE
CRUZANDO LA LÍNEA
DE REGRESO AL SUR
DEAMBULAR
OTRO ADIOS
LA CARPINTERÍA
REFLEXIÓN
MI PUEBLO
LA PIEDRA EN EL CAMINO
LA LIMPIA
ENDEREZANDO LOS PASOS
SIPNOSIS
DEDICATORIA
Esta historia está dedicada a todos mis hermanos: Fernando, Emilio, Lupe, Lorena, Manuel, Mary, Rosy, Miguel y a la memoria de Marilyn Sandoval. De igual manera agradezco a todas aquellas personas que me brindaron su apoyo para lograr esto. Un especial reconocimiento a los magníficos pilares de oro que fueron el soporte de mi hogar, Papá y Mamá; Emiliano Sandoval y Carmen Alicia Garibaldo.
ACERCA DEL AUTOR
N o podría dejarlo así nomás como si nada hubiera pasado, como si hubiera sido una tarea tan fácil que pudiera repetirla en cualquier otro momento. Esta vez no iba a olvidarlo en las páginas del olvido como lo había hecho antes con otras historias llenas de emocionantes aventuras que había escrito durante mis travesías. Esta vez he decidido dejarlo impreso para siempre y tendrá un lugar exclusivo en las repisas de mi casa y en los estantes de las casas de todos mis amigos, conocidos y familiares que deseen tenerlo. Tuvieron que pasar muchos años para llegar al convencimiento que podía escribir la historia, aunque para decidirme a publicarla tuve que esperar otros dos años más.
La idea llegó acompañada de un gran entusiasmo de compartirla, sacarla a la luz, publicarla, y no por el mero hecho de enaltecerme o hacerme el importante; sino porque la historia es buena, verídica, es emocionante e interesante en muchos aspectos de índole social y cultural.
Aceptar que tuve una introvertida base educacional desde mi niñez, sin títulos ni reconocimientos; ni diplomas, más que un opaco y solitario certificado de primaria, fué algo con lo que tuve que lidiar para convencerme que eso no era un obstáculo para lograr este propósito. Siempre, y por muchos años creí que sólo los condecorados; los enaltecidos, los catedráticos, los titulados y cargados de reconocimientos con un historial académico elevado, eran los únicos que podían escribir libros que pueden leerse en todas partes.
En contrapartida, también tuve esos momentos gratísimos de revivir añoradas anécdotas en donde varios personajes forman parte en el desarrollo de esta emotiva historia y que fue uno de los ingredientes más significativos para concluir este libro.
La mayoría que me conocen saben que mi vocación no es escribir, yo emprendí el oficio de carpintero poco antes de casarme, sin embargo, con el paso de los años, descubrí que de la misma manera como se aprenden técnicas o trucos para ser un buen detallista en la carpintería, también descubrí que en el hábito de escribir se pueden proyectar las ideas y los pensamientos más sublimes del alma, dándoles la virtud de hacer sentir que vives el momento mismo de la escena, bueno, no me considero tan bueno, eso ya queda en el juicio de la opinión pública pero, lo importante, desde mi punto de vista personal, es que concluí mi obra. Deseo que pueda ser del agrado de todo aquel que lo tenga en sus manos y le proporcione algo de satisfacción.
EL COMENZAR DE LOS DÍAS 1969
H abían transcurrido algunas horas cuando desperté. No sabia si aun era tiempo de la mañana o de la tarde, lo cierto es que me había quedado dormido dentro de aquel autobús que había salido muy temprano de la Central de Tepic.
Cuando abrí los ojos descubrí otro mundo, me quedé estupefacto viendo a través de la ventanilla lo que nunca había visto antes; mucho tráfico, mucha gente, puestos de comida y tenderetes a través de la ancha banqueta en donde se vendían tantas cosas nuevas y extrañas a mis ojos que me mantuvieron boquiabierto.
El autobús avanzó lento por esa calle atestada de tráfico mientras observaba los escaparates. La gente iba y venía y se agrupaba en los puestos de cosas extrañas.
Súbitamente sentí una premonición como una descarga eléctrica que me hizo estremecer, como si aquella ventana por la que veía, de pronto me trajera una imagen austera y desalentadora del cercano futuro que me esperaba.
De pronto, aquel autobús ingresó por un estrecho carril y se internó dentro de un edificio abriéndose paso a un ancho estacionamiento en aquella vieja Central de Guadalajara.
Aquel amplio patio donde descansaban los autobuses que llegaban y otros que estaban por partir, era inmenso, cuándo me iba a imaginar que a través de ese concéntrico lugar deambularían mis endebles pasos. Habíamos llegado a nuestro destino.
Han pasado más de cuatro décadas desde aquel día y en mi memoria aun conservo un arsenal de imágenes y recuerdos de lo que fueron aquellos mis primeros días de mi infancia. Apenas unas horas antes estábamos en mi pueblo Jalcocotán, situado a 27 kilómetros al Oeste de la ciudad de Tepic, lugar donde nací y donde nacieron la mayoría de mis hermanos. Mi abuelita Lupe, mamá de mi mamá Chuy, (Maria de Jesus), nos alistaba para el viaje que estábamos a punto de emprender.
Teníamos que alimentarnos muy bien para no marearnos, era la reiterante recomendación de mi abuelita, y yo acabé mi plato sin peros. Al resto de mis hermanos más pequeños
se les tuvo que poner más atención, sobre todo a Manuelito, mi hermano más pequeño de tan solo dos años. Preciso recordar si llegué a preguntar a mis padres hacia donde íbamos pero, no, no lo recuerdo, solo se que nos pusieron nuestra mejor ropita y mi abuela se esmeraba en que luciéramos limpios y bien peinados.
Días atrás la vida parecía estar muy tranquila, bueno, para la mente de un niño de seis años lo era, lo único que hacía era jugar y hacer travesuras. Lejos estaba de imaginar que aquel tipo de vida le quedaban pocos días. Días que disfruté de muchas cosas, como en el temporal de lluvias; cuando llovia, corría por todo aquel amplio corral que para entonces era bastante grande. Había tres casas que compartían el mismo corral, la de mis abuelos que era la más grande, la de mi Padrino Gabino y la de mi padre. Mi Padrino Gabino era hermano mayor que mi papá pero, el más grande de todos era mi tío Jesús quien estaba soltero y dormía en un cuarto amplio al fondo de la casa de mis abuelos. Mi padre tenía otros dos hermanos menores que él los cuales no los conocía aun y radicaban en Estados Unidos.
En una parte del techo donde el tejado formaba un valle, caía un torrente grueso de agua cada que llovía y se aprovechaba para darse un refrescante duchazo. A mi corta edad, trepaba por los árboles frutales que allí había y cortaba mi fruta preferida como el mango, la guayaba, y el arrayán. Un día trepé al árbol de mango y una de las frutas me llamó tanto la atención que no medí el peligro. Fui tras aquella fruta grande y chapetada escalando ramas delgadas cuando de repente perdí el equilibrio y caí. Cuando desperté estaba en la cama y lo primero que me vino a la mente fue la pregunta: ¿cómo es que estoy aquí en la cama si yo andaba cortando mangos?
. Mamá Chuy estaba allí y me dijo que le había causado un gran susto. Que había sido un milagro que estuviera vivo ya que había caído de cabeza.
Imágenes que se difuminan en mi memoria de aquel despertar tan lejano acerca de un pequeño circo que se había instalado en el terreno baldío al final de la calle. Una vez que el sonido chirriante de una bocina anunciaba la primera la función, mi hermano mayor y yo salimos de la casa en puros calzoncitos sin avisar a nadie. Como no teníamos dinero y éramos traviesos, nos metimos levantando la cortina pero, fuimos sorprendidos por un vigilante y nos correteó a punta de chicote. También recuerdo que ya iba a parvulitos y mi hermano mayor a primero, este se enfadaba conmigo porque yo seguido perdía mi cuaderno y el lápiz.
En esos días mi papa tenía una mini empresa de producción del plátano pasado.
Recuerdo esos días en cuanto iba amaneciendo, papá se levantaba al iniciar el programa de la radio entonando una canción muy popular mexicana ya viene amaneciendo
del famoso artista Antonio Aguilar. Varias veces llegué a oír a papá acompañando el canto de su artista favorito y llegaba hasta la cama donde dormíamos Fernando Milio y yo. Era cuando quería que le ayudáramos temprano, y cantaba frente a nuestra cama para levantarnos.
Desde muy temprano se iniciaba la tarea de pelar una gran cantidad de plátano.
Había unos muchachos que mi papá había contratado para esto que, dada la práctica que tenían, no se les veían las manos de tan rápido que pelaban el plátano. Luego se tendían uno por uno en unos tapancos de carrizo para que se deshidrataran con el calor del sol. A esto la tradición le llamó el plátano pasado. Una vez que adquiría esa textura arrugada y ese color caoba oscuro, estaba listo para ser embolsado y empacado para su distribución. Recuerdo perfectamente cómo era el proceso de embolsado, eran noches en que se alargaban las horas acomodando el plátano en bolsas de plástico transparente. Para cerrarlas se les hacía un doblés en el borde de esta y se pasaba por la llama de una vela para que fundiera el plástico y la sellara.
Papá tenia algunos entregos en el pueblo y también en la cercana ciudad de Tepic, solo que para entregarlos en esta ciudad a 27 k. de allí, tenía que buscar un aventón. Y lo conseguía. Era trasladado con todo y su bicicleta ya que esta era indispensable para hacer los entregos.
Le había amarrado una jaba de madera en la parrilla para llevarse lo más que podía y de regreso aprovechaba para traernos algunos víveres. Se venía en ella y aunque treinta kilómetros parecen muchos, el los recorrió varias veces para darnos de comer. Afortunadamente el camino de regreso era casi pura bajada entre curvas y cerros verdes.
Recuerdo un paseo a las cercanas playas de Miramar, creo era mi primera vez, a donde fuimos varios parientes en una camioneta de redilas, como es la tradición, todos parados recibiendo el aire fresco de la naturaleza. Ya estando en la playa se me hizo fácil extraer unas monedas de un pantalón que pertenecía a un tío. No sé como fué que me descubrieron. Lo cierto es que ante la presencia de todos, papá me dio con una vara verde en las manos. No sé si esa fue la primera vez que hurtaba pero, se que no fue la última. A mamá le hurtaba moneditas del trastero y también a mi abuelito le agarraba monedas del cajoncito de su tiendita y a veces me robaba hasta los cigarrillos. ¿De dónde o cómo empecé con esa manía? hoy me pregunto, y no sé a qué atribuirlo, pero a esa edad de seis años empecé con problemas. Un día papá me ató de las manos y me colgó de una viga del tejaban por andar con mis fechorías y me dejó allí castigado por algunas horas. Sin embargo no me corregían los castigos y la vagancia imperaba, mas no era el único. Mi hermano mayor y yo solíamos ir a la vuelta de la esquina a la tienda de un tío con el cuento de que mamá quería unos -gansitos Marínela- (pastelillos) y que se los apuntara en su cuenta. El tío no se cabreaba ni se molestaba en investigar, supongo que a él le convenía vender. Pero esa treta no nos duró mucho, el tío investigó y nos cerraron la cuenta.
Así recuerdo el paso de algunos días en mi pueblo natal, cuando aún el arroyo principal llevaba bastante agua limpia y era muy placentero ir a nadar al mentado Palo Chino
y dejarnos llevar corriente abajo montados en salvavidas.
También quedaron en mi memoria algunas de las noches que compartimos la cena juntos en aquella simple casita donde vivíamos, cenas sencillas pero muy deliciosas y nutritivas; donde acompañamos un plato de frijoles con tortillas recién hechas y un trozo de queso o una tira de cecina de venado, sin faltar el chile o la salsa de molcajete. A veces alumbrados únicamente por la frágil luz de las velas bajo la furia de las tormentas y relámpagos.
Apenas si recuerdo la imagen de mi mamá: bajita de estatura y sutil, muy bonita
de cara, morena clara, ojos negros, cabello negro y rizado.
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