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Vericuetos De La Sangre
Vericuetos De La Sangre
Vericuetos De La Sangre
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Vericuetos De La Sangre

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About this ebook

Los protagonistas de esta novela, los Lpez,
son miembros de una de las familias
originarias de una regin que tiene, un
papel fundamental en la historia del pas en
que viven. El entresijo de los sucesos del
pas con los de sus propias vidas, es la trama
escrita en estas pginas.
La idiosincracia de esta familia, forma el
carcter de sus miembros y es con el cual van
a enfrentar las vicisitudes que les presenta la
vida a lo largo del recorrido de este relato.
La crianza en el entorno familiar, tanto en el
ambiente del campo como en el de la ciudad,
slo se diferencia por la forma y el lenguaje
empleados para transmitir los mismos principios
morales, para enfrentarse al destino que les toca
vivir. Al fi n y al cabo, son los mismos Lpez.
Los momentos mgicos del amor en todas sus
expresiones y el coraje para dar el siguiente
paso ante la incertidumbre, son los detonantes
para la creacin de las ilusiones y las esperanzas
de una realidad, tan latinoamericana como
universal que el autor describe con una prosa
potica.
LanguageEspañol
PublisherPalibrio
Release dateApr 29, 2013
ISBN9781463353711
Vericuetos De La Sangre

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    Vericuetos De La Sangre - JR Sánchez - Salinas

    Vericuetos

    de la Sangre

    JR Sánchez - Salinas

    Copyright © 2013 por JR Sánchez - Salinas.

    Portada de: Carmen Callejas

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 24/05/2013

    Para realizar pedidos de este libro, contacte con:

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

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    Gratis desde México al 01.800.288.2243

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    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    451655

    Contents

    I

    II

    III

    IV

    V

    VI

    VII

    VIII

    IX

    X

    XI

    XII

    XIII

    XIV

    XV

    XVI

    XVII

    XVIII

    XIX

    XX

    XXI

    XXII

    XXIII

    XXIV

    XXV

    XXVI

    Para Carmen

    guardiana de nuestro tesoro:

    nuestros hijos.

    I

    Con el peso de los recuerdos sobre sus años, Migdonio José Parajón López, meciéndose en su destartalada silla abuelita, repetía sin cesar de manera quedita, su nombre completo. Afirmando y reafirmándose a sí mismo al compás del vaivén de su movimiento, su origen. El murmullo de sus palabras se confundía, con el goteo continuo de la lluvia cayendo sobre el techo desvencijado, del cobertizo de su desolada casa hacienda.

    Parajón López, el eco creado por estas palabras, disparaba el artilugio que proyectaba las imágenes de escenas, recorriendo cada etapa de su vida y de acuerdo a la intensidad de la emoción captada por su mente, surtía el efecto acelerando o disminuyendo su ritmo al mecerse, haciendo crujir el tablado.

    Se componían los elementos naturales y humanos, en una sinfonía agreste, durante las mil y una noches del inusitado fenómeno atmosférico de la temporada, el cual no estaba calculado en la cuenta de las menguas de la luna, anunciadas en el almanaque de ese año. Migdonio, lo presentía como una señal de mal agüero, un sortilegio que se desparramaba por toda la comarca.

    Aprovechando adagios esporádicos de la tormenta, desde lo alto del corredor donde se encontraba, lograba fijar la vista en las cárcavas formadas por las correntillas en dirección al río, asemejándose estas, a los vericuetos desparramados también, en que se había tornado su descendencia, sus cinco hijos legítimos: los Parajón Rivera.

    Migdonio, María, Ausberto, Ángel y Angelina o como le llamaban con mucho cariño por ser la menor, Angelita. Todos con el mismo segundo nombre, el del santo venerado de la familia, San José. Hijos de su legítima esposa, María de los Ángeles Rivera López. Pariente suya por ser prima en grado lejano, de la rama de los López del departamento de León, originarios de la región de El Sauce, Mina de Limón, Malpaisillo y sus cercanías. Donde todos son los mismos López leoneses, sin importar el paralelo en que se ubicaban en el mapa territorial.

    Los Parajón Rivera, eran del raudal principal, María de los Ángeles, el río madre bendecido por Dios una tarde de muchos retumbos, anunciando la entrada de un invierno copioso, anegando esa vertiente que apenas afloraba.

    Los nueve hijos restantes, emergidos de otros raudales, fueron corrientes sin posibilidad alguna de desembocar en la misma bocana. Caminos torcidos, originados por una juventud casquivana que de manera impenitente, hoy se revelaba en los recuerdos. Revelación de remordimientos como una exacerbación en el triscar producido por el aceleramiento del ritmo al mecerse.

    María de los Ángeles fue una tierra fértil. Tanto así, que cosechaba antes de tiempo, naciendo los cinco hijos antes de los nueve meses, bien formados, sobrados de tamaño y peso - la calidad de la semilla - se ufanaba Migdonio, en aquel entonces.

    Acerca de los cuatro abortos que sufrió, los achacaron a la acechanza de la envidia de las otras mujeres, que desde lo recóndito de sus aposentos, revolcándose sobre los petates y camastros, conjuraban dolidas por su fertilidad. Pero su vientre era uno bendito por las aguas del río Negro, en el que vertía las placentas malogradas para alimentar su lecho, y así reencarnaran de nuevo en lo engendros vigorosos y sanos, dignos hijos de la agradecida María de los Ángeles, devota por tradición, como su marido, de San José.

    Los orgullosos Parajón Rivera, fueron amamantados y criados bajo el manto materno y forjados a raja tabla, hombres y mujeres por igual, con el temple que caracterizaba al padre, lúdico a veces, siempre con mano de hierro.

    * * * *

    Rosa Angelina Dávila López, resentía la polvareda causada por el bus que la envolvía totalmente y mientras se sacudía el cuerpo con la toalla que usaba para cubrirse la cabeza protegiéndose del sol, maldecía, diciendo que ni mierda había cambiado en ese lugar. Si al menos se hubiera educado a los benditos chóferes, no que el bruto ese, me bañó todita de polvo… Y es que le había tocado bajarse a la vera del camino porque el bus en particular que le había llevado, no entraba al pueblo, Santa Rosa, por el que llevaba su nombre y donde al cabo de tantos años, le tocaba volver para recoger su Fe de Bautismo. Allí había nacido por una fatuidad casual de la vida, cuando su madre embarazada seguía a su padre que huía por un percance familiar en la ciudad y se encontraba escondido en este pueblo. Se imaginaba a la madre con la gran panza, viajando en un bus que seguro no sería un facticio automotriz para entonces y a saber con qué clase de chófer. Y no pudo menos que sentir pena y vergüenza consigo misma. La verdad es que también quería volver al lugar donde habían pasado los primeros y felices años de su vida y saludar a algunos parroquianos que crecieron con ella y al cura que lo más seguro es que ya estuviera muerto. Cuando lo pensó, se dijo que debería estar loca, porque, cómo no lo pensó antes. Pero ahora ni modo, y es que no sé, para qué, - decía en voz alta - los muchachos, lo único que tengo - refiriéndose a sus dos vástagos y algo que se repetía cada vez que los mencionaba - quieren ese papel. Dicen que lo están pidiendo en el colegio esos curas, hermanos, yo ya ni sé lo que son, pero bueno, ya estoy aquí, y ni taxi debe haber por estos lados, ¡qué vamos hacer! Divagaba bañada por el sol y el polvo cuando comenzó a caminar con parsimonia por las piedras y por no topar de golpe con algún avieso recuerdo, iba sin prisa hacia el pueblo, tratando de divisar la parroquia.

    Eulogio Manuel y César José Martínez Dávila Pérez López. El primer nombre lo llevaban por los abuelos de ambas familias, el segundo nombre, por tradición de escoger nombres bíblicos y la devoción de los López hacia San José.

    A ninguno se le puso el nombre del padre como artificio para de una vez romper con la maldición que se cernía sobre ese nombre, que sólo desgracia acarreaba al que lo poseyera y que venía aconteciendo desde generaciones atrás en la familia paterna. Rosa Angelina había pagado el precio al quedar viuda durante el segundo embarazo, a pesar del conjuro hecho por el brujo de Subtiava para romper la cadena del hechizo, bañando al recién nacido primogénito a la media noche en su primera luna tierna o creciente, en las aguas del río más cercano. Porque esa era la enjundia del asunto, la primera luna tierna y porque la sangre de ella venía del agua corriente del río madre, el Negro, que no para hasta dar con el mismo mar.

    Sólo al primero tocó bañarlo por ser el primogénito, pero la venganza alcanzó para dejarla viuda tan joven, con un corazón troquelado por la oblación lapidaria que significaba, la libertad de los hijos y su descendencia por el resto de los siglos.

    Cuando la reunión de padres de familia había sido convocada para la seis de la tarde, dando un margen oportuno para aquellos padres que laboraban con horario de oficina, ella, Rosa Angelina, por trabajar de manera independiente como comisionista, buhonera o comerciante, a como se describía y así lo anotaba cuando se lo requerían, ya se encontraba sentada en primera fila desde media hora antes. Los asuntos de sus hijos tenían prioridad en su agenda, mostrando tal empeño, que lograba la admiración de los profesores y hermanos, regentes de la educación de los muchachos. Además que era muy solícita en lo referente a apoyar tanto actividades culturales como deportivas, en las que ellos estuvieran involucrados. Igual se comportaba como una dama o un rudo entrenador, por lo que en muchas ocasiones, los muchachos se sintieron avergonzados, como llenos de admiración por el comportamiento de aquella mujer, padre y madre a la vez. Su entrega se decía ella misma, exigía, y siempre fue correspondida con respeto y responsabilidad. Así fueron criados, sin la injerencia de nadie, de ningún abuelo ni tío, con mucho cariño y firmeza, en unión familiar, como la Santísima Trinidad. Y sonriéndose, esto lo afirmaba poniéndole un poco de picardía a sus pensamientos, como el aceite, Tres en Uno

    II

    Oía las voces, un susurro en los oídos, ¡tirale! ¡tirale! Un blanco perfecto sobre la punta del peñasco con la cabeza erguida, preparada para recibir en pleno día el tiro de gracia, era un hermoso ejemplar de su especie. El garrobo con un gesto de altanería giró hacia Migdonio que embelesado por la belleza grotesca del animal y presionado por los gritos de los otros chavalos, no se

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