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Viajando Al Lado De La Muerte
Viajando Al Lado De La Muerte
Viajando Al Lado De La Muerte
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Viajando Al Lado De La Muerte

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About this ebook

VIAJANDO AL LADO DE LA MUERTE, es el relato de una serie de viajes que los protagonistas realizan por vacaciones, trabajo o estudio y cuyos destinos son lugares fascinantes.
En cada viaje se suceden uno o ms crmenes, los cuales resultan incomprensibles. Pero la paciencia y astucia de los personajes les lleva a ir deduciendo el quin y el porqu de los siniestros asesinatos.
La lectura los har viajar por lugares mgicos como Luxor o Asun, Jerash o Petra, Capadocia o Estambul, recorrer la Alhambra o el volcn Pas, el Puerto de Manzanillo, el Central Park o la Estatua de la Libertad.
Son historias que le pueden suceder a la gente comn cuando llevan a cabo un viaje de turismo. La descripcin de los sitios visitados resultarn familiares a quienes ya los conozcan y un valioso antecedente para quienes apenas vayan a emprender la aventura a esos lugares frecuentados por lo viajeros.
Sin duda el lector se identificar con alguno de los protagonistas en las calles de Nueva York. Con algn personaje en el crucero por el Nilo. Con la herona de la ciudad rosada de Petra. Con el testigo de un crimen en Granada. Con un turista en las cascadas de Costa Rica. Quizs hasta con el culpable de un asesinato en Turqua.
De cualquier forma, la lectura le llevar a un increble viaje en el que su compaero de tour ser la muerte.
LanguageEspañol
PublisherPalibrio
Release dateNov 28, 2011
ISBN9781463312558
Viajando Al Lado De La Muerte
Author

Jose Luis Vazquez Reynoso

JOSE LUIS VAZQUEZ REYNOSO. Mexicano, médico, con posgrados en epidemiología y en gestión pública, además de estudios en Granada e Israel. Ha visitado más de treinta países en cuatro continentes. La convivencia y la observación de las personas, le han permitido conocer y predecir el comportamiento, las fobias, las historias obscuras y las reacciones de sus compañeros casuales de viaje lográndolas entrelazar magistralmente con la visita a lugares fascinantes. En cada viaje, después de un par de días de instalarse en los hoteles, desayunar, comer o simplemente compartir el traslado en el vehículo turístico, le es fácil identificar quien debería ser asesinado, por quién y los motivos de tan inesperado crimen. Una vez que regresa a su país, el autor escribe las historias. Algunos de sus compañeros de ese tour reciben sorpresivamente la novela de la que sin saber formaron parte. Otros nunca sabrán que dieron vida a ciertos personajes ya sea porque fueron la víctima ficticia o se le asignó el papel de un asesino.

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    Viajando Al Lado De La Muerte - Jose Luis Vazquez Reynoso

    Copyright © 2011 por Jose Luis Vazquez Reynoso.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso

    de los EE. UU.:                                                               2011960768

    ISBN:                      Tapa Dura                               978-1-4633-1254-1

                                   Tapa Blanda                            978-1-4633-1256-5

                                   Libro Electrónico                     978-1-4633-1255-8

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia.

    Este Libro fue impreso en los Estados Unidos de América.

    Para pedidos de copias adicionales de este libro, por favor

    contacte con:

    Palibrio

    1663 Liberty Drive, Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Llamadas desde los EE.UU. 877.407.5847

    Llamadas internacionales +1.812.671.9757

    Fax: +1.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    341766

    INDICE

    HALLAZGO SINIESTRO EN LA CALLE 82

    MUERTE EN LA 5ª AVENIDA

    ASESINATO EN EGIPTO

    VISITA FATAL EN COSTA RICA

    CRIMEN EN GRANADA

    MISTERIO EN LA CASA DE LA PLAYA

    TRAGEDIA EN ASIA MENOR

    SANGRE EN LA CIUDAD ROSADA

    A MAYTÉ Y JOSÉ ANGEL

    CON TODO MI AMOR

    HALLAZGO SINIESTRO

    EN LA CALLE 82

    PERSONAJES

    JOSÉ ANGEL: Turista Mexicano protagonista de la novela.

    DIEGO: Mexicano amigo del anterior.

    SUSAN SMITH: Pasajera en el mismo vuelo que los mexicanos.

    ROGER GARCIA: Detective de Nueva York.

    RICHARD BROWN: Empleado del Hotel New York Home.

    MATEO: Taxista hondureño en Nueva York.

    SRA. REITMAN: Rica propietaria de la casa de la calle 82.

    CAROLYN THOMAS: Hija adoptiva de la anterior.

    SUSAN Y ERNEST: Hijos de la anterior.

    SAM: Esposo actual de Carolyn Thomas.

    ENEDINA: Sirvienta de la Sra. Reitman.

    HENRY: Mayordomo de la Sra. Reitman.

    CAPITULO I

    La llegada al aeropuerto de Newark en Nueva Jersey fue a la hora indicada 13:53 hrs., el vuelo 206 de Continental Airlines se había presentado agradable, excepto por las constantes visitas al baño de la anciana que iba sentada junto a José Angel del lado de la ventanilla y que lo hacía levantarse al igual que a Diego en cada una de sus visitas al sanitario, se le propuso el cambio de asiento para que ocupara el pasillo pero ella prefería la ventanilla.

    La mujer había salido de Houston y su destino era la ciudad de Nueva York, viajaba para ver a su hija que hacía buen tiempo que no visitaba, aprovecharía para pasar con ella la navidad, el año nuevo y conocer a su nuevo yerno.

    José Angel a quien se dirigía la desconocida en su conversación en idioma inglés, había logrado entender lo anterior y ahora se esforzaba por comprender lo que seguía comunicándole, pero al no poder lograrlo satisfactoriamente prefirió darse por vencido y dar por terminada la plática, aunque la mujer insistía parlanchinamente en proporcionarle más información sobre su futura estancia en la gran ciudad.

    Mientras hablaba, movía las manos nerviosa y exageradamente, unas manos muy bien cuidadas, muy blancas, su rostro con demasiado maquillaje pero sin color alguno denotaba posiblemente una vida felíz, ya que los años no le habían surcado su delicada piel, al darse cuenta José Angel de que no pararía su charla, fingió un bostezo y se acomodó para dormir, lo cual al parecer decepcionó a su locuaz vecina pero dio resultado.

    Apenas se detuvo el avión, la anciana volvió a levantarlos y se dirigió hacia la parte delantera de la nave a la puerta de salida, contraviniendo las instrucciones de la azafata de mantenerse en los asientos, pareciera que llevara prisa por bajar, al saturarse el pasillo con las personas que apresuradamente tomaban sus maletas de los compartimentos superiores, los dos mexicanos decidieron permanecer sentados hasta que se despejara.

    Cuando pudieron recopilar sus equipajes de mano, y justo al abandonar el asiento, José Angel descubrió una pequeña bolsa de piel olvidada en el asiento contiguo, la recogió y buscaron a la anciana entre la gente del pasillo pero fue imposible localizarla, había sido una de los primeros pasajeros en bajar de la aeronave.

    Descendieron por la rampa a los andenes del aeropuerto, siempre pendientes de encontrar a la mujer para entregarle su bolsa, siendo una tarea imposible por el gran volumen de gente que circulaba en la terminal C del puerto aéreo, por lo que decidieron olvidar el asunto de la bolsa y volver a concentrar su atención en el traslado al hotel.

    No era necesario pasar trámites de aduana y migración ya que lo habían hecho en el aeropuerto de Houston, que fue su primer contacto con tierra estadounidense.

    José Angel todavía recordaba la mirada inquisitiva que le dirigió el empleado de migración, un hombre robusto, de color, de aproximadamente cuarenta y cinco años,que no paraba de comparar la fotografía del pasaporte con el original, analizó la visa, preguntando si viajaba solo o acompañado, tiempo en que estaría en la ciudad, lugar donde se mantendría hospedado, motivo del viaje y varias preguntas más, las cuales al ser respondidas acertadamente, dejaron satisfecho al empleado federal que llamó al siguiente de la fila.

    Diego tampoco había tenido problemas con el personal de migración así que se habían dirigido a recoger sus equipajes, siguiendo el trámite de la aduana que fue más ágil, dejaron las maletas posteriormente en un mostrador para que fueran embarcadas en el vuelo Houston-Nueva York.

    Volviendo al momento actual, en el aeropuerto Newark se presentaba la opción de viajar a la isla de Manhattan en autobús colectivo, taxi o en una larga y elegante limousina, al toparse con el mostrador del autobús colectivo les pareció apropiado el costo y el tiempo en que los dejaría a la entrada del hotel New York Home.

    Era un autobús grande, cómodo que en medio de un intenso y lento tráfico los adentró a través de un túnel en la isla de Manhattan, ya de lejos habían podido observar algunos de los edificios famosos, como el Empire State y el Chrysler que con su elegante silueta dibujada sobre un fondo de cielo resultaban inconfundibles.

    El paisaje urbano que los envolvió era emocionante en cada esquina, aunque algunos de estos paisajes resultaban no muy bellos ni mucho menos limpios.

    Después de una hora aproximadamente a bordo del camión, llegaron cerca de la estación central donde los hicieron descender y subir a un camión pequeño, cuyo nuevo grupo de pasajeros llevaba tal número de maletas que les tocó ir de pie, el nuevo transporte inició a repartir a las personas a sus respectivos destinos, el tráfico estaba imposible y entre las vueltas a los demás hoteles el tiempo transcurría.

    Obtuvieron una clara muestra de la forma en que los choferes de camiones se desenvuelven en la Urbe de Hierro, aunque posiblemente todos los conductores de la ciudad se comportan de igual manera frente al volante.

    Un señor de edad avanzada pareció incomodarse por el trayecto y tiempo transcurrido en el camión, se molestó de tal forma con el chofer que llegaron a discutir a gritos, la esposa del anciano preocupada por la alteración de su esposo trataba de calmar la situación, pero la discusión no tuvo ningún resultado.

    Cuando los mexicanos observaban que de acuerdo a la numeración de las calles se iban acercando a la ubicación del hotel, el pequeño camión torcía hacia la dirección contraria alejándose de su objetivo.

    Ya tenían decidido bajarse en la siguiente parada y continuar caminando, pero haciendo acopio de paciencia permanecieron en el pequeño autobús y como era de pronosticarse fueron los últimos en ser llevados a su hotel.

    Siempre permanecerá en ellos la incógnita de si no hubiera sido mejor haber pagado un taxi y llegado a su destino un poco más temprano y menos fastidiados.

    Hasta el momento el viaje había corrido con suerte, pensaba Diego, si tomaba en cuenta que su visa estadounidense había llegado a sus manos a última hora, el vuelo tenía programada su salida a las 6:40 de la mañana del eeropuerto de León, en el Estado mexicano de Guanajuato y aún cuando la visa le debía llegar a su casa la noche del día anterior, ésto no había sucedido y sólo tuvo noticias de ella aproximadamente a las 4:00 de la mañana cuando su chofer se la entregó al llevarlo al aeropuerto.

    Realmente era un viaje afortunado y no había razón para que un pequeño camión atestado, con un salvaje por chofer, les estropeara el día.

    El hotel New York Home es un rascacielos moderno de cristal obscuro que ocupa media manzana, a todo lo largo de su fachada principal hay un gran espacio para autos destinado a ascenso y descenso de los huéspedes, el cual siempre está saturado hasta por tres carriles, sin poder organizarlo el personal encargado de hacerlo.

    Dentro del hotel, los recibió un gran vestíbulo iluminado, pintado y matizado en colores amarillos ocres, el piso de marmól con una cenefa circular en el centro circundada por seis gruesas columnas coronadas por una cúpula bajo la cual hay una estatua de bronce muy moderna, todo da la sensación de elegancia y buen gusto el cual se complementaba con un gran movimiento de personas.

    El mostrador de la recepción se encontraba a la izquierda del vestíbulo, haciendo un ligero semicírculo, forrado de madera café, de una longitud de aproximadamente veinticinco metros donde diez empleados atienden a los huéspedes, se completaba su adorno con seis lámparas negras sobre el mostrador y seis cuadros muy coloridos sobre la pared.

    El New York Home está localizado en la Sexta Avenida o Avenida de las Américas, entre las calles 53 y 54 lo cual lo situaba en una excelente ubicación.

    Mientras Diego esperaba turno en la recepción, José Angel se dirigió al mostrador de venta de boletos de espectáculos, adquiriendo dos entradas para la obra musical El Fantasma de la Opera.

    Cuando les llegó el turno, solicitaron la habitación que fue reservada desde su país por la agencia de viajes, la joven que los atendió amablemente les informó que en la habitación sólo había una cama, al reclamar que la reservación había sido con dos, se les dijo que las reservaciones siempre estaban sujetas a cambio dependiendo de la disponibilidad, por lo que se les dio la opción de que el camarero subiera otra cama, lo cual solucionó el problema.

    Este hotel no había sido su primera opción sino la tercera, ya que se había solicitado una habitación en el hotel Plaza, el cual no contaba con disponibilidad y el hotel Waldorf Astoria estaba en igual situación, por lo que reservaron en el Home.

    Sin duda alguna la ciudad se encontraba llena de turistas que iban de compras decembrinas o a pasar las fiestas de fin de año.

    Siguiendo las instrucciones de su agencia de viajes, al solicitar José Angel la habitación mencionó lleno de seguridad que siempre que visitaba Nueva York y se hospedaba en el hotel, le daban habitación en el séptimo piso, ya que según la amable señora Gema de la agencia de viajes, ése era el mejor piso para ejecutivos, la recepcionista que hablaba un regular español asintió con la cabeza pero no dio ningún resultado, ya que ignoró completamente su solicitud y el cuarto fue asignado en el piso número veintiuno.

    Después de unos minutos de esperar el ascensor subieron a la habitación, debían prepararse para asistir al teatro, el piso veintiuno los recibió a la salida de los elevadores con un pequeño vestíbulo adornado con una consoleta y un espejo, dos ventanas ofrecían una vista al exterior, las paredes del pasillo que conducía a los cuartos continuaban siendo ocres y el piso estaba alfombrado en color vino con rombos.

    La habitación era como la de cualquier otro hotel de buena calidad pero nada extraordinario, la vista no era muy buena ya que sólo se observaban otros edificios fríos muy altos llenos de oficinas, un gran techo de azotea de un edificio más bajo y una hermosa cúpula de ladrillo rojo, probablemente de una sinagoga.

    Como la obra de teatro iniciaba a las ocho de la noche tenían tiempo disponible y decidieron ir al Rockefeller Center que estaba en la Quinta Avenida a aproximadamente tres cuadras de distancia del hotel.

    Las calles rebosaban de aspecto navideño, adornadas con sus árboles cubiertos de lucecitas blancas y brillantes, había vendedores de nueces y almendras en cada esquina que despachaban en bolsas de papel.

    La explanada central del conjunto de rascacielos del Rockefeller Center estaba repleta de gente, Diego y José Angel tomaron algunas fotografias de los brillantes ángeles blancos con trompetas haciendo fila a cada lado de las jardineras y en cuyo fondo se observaba el famoso y enorme árbol de navidad iluminado, justo detrás de la pista de hielo la cual estaba a su máxima capacidad de patinadores deslizándose a los pies del Prometeo dorado.

    Por un momento a José Angel le pareció ver a cierta distancia a la anciana del avión y percibió que ella también lo observaba, pero justo en ese instante una señora chocó con un carrito de bebé contra su pierna, lo cual lo distrajo y al volver la vista al lugar donde estaba la mujer, ésta ya no se encontraba.

    Se dirigieron al teatro caminando, mientras en las calles continuaban los ríos de gente, en algunas esquinas encontraban grupos cantando villancicos, lo cual acentuaba el ambiente decembrino, a ésto se sumaba el frío y la ropa compuesta de abrigos, gorras tejidas y bufandas.

    Habían escuchado de la violencia en las calles de la ciudad durante la noche y aunque estaban concientes de esta situación, la gente que caminaba a su lado les daba confianza.

    Nunca encontraron calles desiertas que les pudiera despertar sospecha o inseguridad, al contrario disfrutaban de los continuos músicos, mimos o malabaristas que daban su espectáculo callejero.

    CAPITULO II

    El teatro Majestic se encontraba en la calle 44 aproximadamente a diez cuadras de su hotel, pero el caminar en ese ambiente lleno de luces y personas les hacia sentir relajados y la distancia era un buen pretexto para conocer la vida noctura que se desarrollaba fuera de los grandes rascacielos.

    Llegaron a Times Square donde se cruzan la Séptima Avenida y la Avenida Broadway, llena de anuncios luminosos, corazón de la ciudad con su animación y vida, después de caminar un par de cuadras encontraron el teatro.

    El Majestic en su aspecto exterior no era nada especial, era un edificio bajo y sencillo comparado con el rascacielos vecino, lo identificaba el letrero luminoso que señalaba su nombre y la obra que presentaba The Phantom of the Opera, una larga fila de personas se prolongaba más allá de la esquina doblando sobre la acera, ellos se dirigieron a la ventanilla de reservaciones y ahí les entregaron los dos boletos al entregar la contraseña que se les proporcionó en el hotel.

    Minutos después inició el ingreso de las personas al teatro, la fila avanzaba rápidamente y entonces entraron al vestíbulo que era un lugar más bien angosto y pequeño para la cantidad de gente, esta área y la sala del teatro tenían un aspecto de elegancia antigua pero en abandono, José Angel no supo si era para darle mejor ambientación a la obra que iban a presenciar o falta de mantenimiento, transcurrido un tiempo entraron en la sala principal del teatro y una vez que encontraron sus asientos se dispusieron a ver la obra.

    El Fantasma de la Opera es un extraordinario montaje musical, la obra clásica de fama mundial con majestuosos escenarios, los efectos especiales y el sonido lograban emocionar al público, realmente valía la pena ir a Broadway sólo para presenciar este musical. José Angel la había visto cinco años atrás en el mismo escenario pero seguía siendo su preferida.

    En el intermedio salieron al bar para tomar una bebida, el lugar estaba atestado, no era posible moverse con facilidad, el ron con refresco de cola estaba frío pero cargado, por lo que José Angel apenas lo probó.

    Mientras subía la escalera para volver a la sala principal del teatro, nuevamente le pareció ver en el otro extremo del vestíbulo, entre la muchedumbre que apenas podían moverse a la anciana del vuelo, pero unos segundos después por la baja iluminación y con el constante movimiento de la gente, la perdió de vista.

    Le comentó a Diego de sus dos misteriosos encuentros, a lo que éste le trató de convencer que en Estados Unidos vivían cientos de miles de señoras como la del vuelo; de cierta edad que pueden parecer casi idénticas, entre cincuenta y sesenta y cinco años, pelo blanco o rubio muy claro, un poco rizado, vestido conservador de dos piezas de colores claros, collar de perlas falsas, bolsa cuadrada con asa, todo lo anterior acompañado de un andar distraído y apresurado pidiendo disculpas a cada paso.

    El argumento de Diego era tan lógico y tan convincente que José Angel estuvo completamente de acuerdo.

    Sin embargo mientras iniciaba la obra, José Angel buscaba a la mujer del vuelo entre la gente que ya ocupaba sus asientos, no obteniendo ningún resultado, así que terminó su investigación cuando las luces de la sala del teatro se apagaron.

    La segunda parte de la obra fue aún mejor, las escenas en la barca en el río subterráneo hizo a José Angel disfrutarla plenamente, la música fascinante le hizo olvidar a la anciana cuyos extraños encuentros le habían inquietado.

    Salieron completamente satisfechos de la obra y camino al hotel se metieron en un restaurante para cenar, la mesera era una señora de buen aspecto, amable pero muy lenta, daba la impresión de tener por lo menos treinta años con la misma actividad lo que no le despertaba al parecer ninguna emoción ni motivación para dar un servicio eficiente.

    El aspecto de la mesera hizo a José Angel imaginársela en el teatro, con pelo rizado rubio claro, con vestido de dos piezas, collar de perlas y bolsa con asa, la única diferencia es que su caminar sería lento y además usaba lentes, pero en general si encajaba en la multitud de mujeres que podrían parecerse a su vecina de asiento en el avión.

    La carne y la ensalada estuvieron regulares, no justificaron la larga espera, pero las varias cervezas y el ambiente nocturno neoyorkino les había hecho efecto, la plática informal de dos amigos les hizo restar importancia a la comida.

    El trayecto de regreso también fue caminando, pero esta vez el paso fue apresurado, ya que el frío era muy intenso y se encontraban a cierta distancia del hotel, en la calle circulaba menos gente pero continuaba la sensación de seguridad en las cuadras que recorrían.

    Una vez en la habitación, mientras José Angel se encontraba en el baño, Diego observó la pequeña bolsa de piel que se encontraba sobre el tocador, ahí la dejaron desde que se instalaron en la habitación y no habían tenido tiempo de prestarle atención, la tomó y aunque se resistía a revisarla, le ganó la curiosidad y se decidió a abrirla justificándose con que tal vez encontraría ahí algún nombre o dirección para devolverla, quizás la bolsa no contenía nada que valiera la pena como para preocuparse la propietaria o ellos mismos.

    La bolsita era de piel no muy fina y de un color vino obscuro, con una pequeña correa delgada de piel de la misma clase, Diego abrió el cierre y vertió el contenido sobre la cama, lo que vio le sorprendió.

    En el baño José Angel recordó los dos encuentros que creyó tener con la mujer del avión y aunque ciertamente pudieran parecer demasiada casualidad, pensándolo bien si eran posibles, ya que cuando la gente acude en diciembre a Nueva York es una visita obligada ir a la pista de patinar del Rockefeller Center, con su gran árbol de navidad y los patinadores deslizándose sobre el hielo iluminado, recordaba que la anciana le platicó que estaría en la ciudad hasta el año nuevo visitando a su hija y como sólo eran unos días, era válido que quisiera aprovechar el tiempo desde el primer momento de su llegada y no tomar descansos como debía corresponder a alguien de su edad.

    Se preguntaba José Angel, cómo es que se las arreglaría para tener a la mano un baño en esos lugares tan llenos de gente, ya que por lo frecuente que tuvo que acudir al sanitario en el vuelo era de presumir que tenía algún padecimiento que le requiriera esas constantes visitas, aunque por otro lado, pudiera haber sido una diarrea pasajera o una simple sensación de náusas motivada por nervios en el vuelo y que al llegar a tierra desapareciera.

    Siguiendo la idea de que la señora actuara como una turista más en la Gran Manzana, era también posible que quisiera asistir al teatro y siendo el Fantasma de la Opera una de las más cotizadas sino es que la mejor obra musical en Broadway, resultaría lógico que al igual que ellos consiguiera boletos y acudiera a ver la función esa noche, así que en conclusión si había posibilidades de que fuera la misma anciana del avión.

    Sin embargo ahora que pensaba en ella, José Angel tenía la impresión de que algo en la mujer no le gustaba o que algo en ella no encajaba, le había parecido demasiado dispuesta a informar cosas que incluso él no preguntó, recordó como movía con exageración las manos, unas manos excesivamente bien cuidadas y tersas, con una cara casi inexpresiva, sin arrugas marcadas como debería corresponder a una mujer de esa edad, pero que edad podría tener, si dejáramos el pelo blanco y ensortijado fuera, al igual que el vestido propio de una mujer mayor, sus manos y su rostro no parecían el de una anciana, claro que existían las cirugías, pero la impresión que tuvo José Angel fue de que ella no era una mujer cuya personalidad se relacionara con tratamientos estéticos, ni parecía lo suficientemente adinerada como para poder pagarlos ya que su ropa no era el de una mujer a la cual le sobraran los recursos.

    Además, era extraño que la mujer mayor no estaba acompañada en ninguno de los dos hipotéticos encuentros, aunque existía la posibilidad de que su amada hija, a la cual no había visto hacía ya tiempo, la hubiera dejado ir sola.

    Tal vez fue casual que en los momentos en que José Angel la vio, estaba sola porque su hija y el nuevo yerno que iba a conocer se hubieran alejado momentáneamente o simplemente estaban a su lado pero como él no los conocía era imposible que los identificara.

    No obstante, la impresión que había tenido era de que la mujer estaba sola, con el tiempo había aprendido a valorar que casi siempre que analizaba una situación cualquiera con varias alternativas, la primera impresión que había llegado a su cabeza invariablemente era la adecuada.

    El lavarse los dientes le distrajo unos momentos de sus reflexiones y le hizo volver a la realidad, era necesario planear las actividades del día siguiente para aprovecharlo bien, ya que sólo estarían tres noches y ésta ya había terminado.

    Repasó mentalmente los muchos lugares que tenía ganas de visitar: la Estatua de la Libertad, el Parque Central, la O.N.U., el Museo Metropolitano, el Museo Guggenheim, el de Arte Moderno, el Puente de Brooklin, Opera House, los edificios como el Wolwoorth, Chrysler, Empire State, Trump Tower y las Torres Gemelas, la Quinta Avenida, la Madison y Park Avenue, incluso barrios como Chinatown, la pequeña Italia, el Soho y Harlem.

    Realmente eran demasiados, si no lograban un buen itinerario y distribucion del tiempo, no sería posible visitarlos todos, aunque algunos de ellos sólo era cuestión de verlos de pasada, por fuera y algunos minutos, tal vez tomarse una fotografía en cuyo fondo estarían estos lugares y listo.

    Además estaban las obras de teatro, tendrían que presenciar por lo menos una por noche y luego cenar en algún restaurante célebre.

    También había oído de los paseos guiados, que mostraban a los turistas los edificios donde vivían personajes famosos, incluyendo el lugar donde asesinaron al beatle John Lennon.

    Se presentaba la posibilidad de encontrarse con alguien famoso en cualquier esquina o tienda, pero lo que si era seguro, dado el modo como iba vestida la gente es que nunca lo reconocerían.

    Diego mientras descansaba en la cama con el televisor encendido, ya tenía planeado el itinerario del día siguiente, pero este plan respondía a lo encontrado en la pequeña bolsa de la anciana.

    Cuando José Angel salió del baño, Diego le enseñó el contenido de la bolsa color vino y le planteó el plan para la visita del día siguiente, asunto con el cual estuvo de acuerdo.

    CAPITULO III

    A la mañana siguiente no se despertaron temprano, eran aproximadamente las 9:30 hrs., cuando se levantaron, depués de tomar un baño y aún sin desayunar salieron a la calle, buscaron una entrada al metro, que no estaba muy retirado del hotel, bajaron y compraron sus respectivos boletos, su plano de rutas les indicaba dirigirse hacia Battery Park.

    El subterráneo estaba bien señalado, ellos caminaron por un pasillo central y esperaron de pie, los andenes se encontraban casi vacíos, probablemente debido al horario.

    Tardó un poco en llegar el tren, lo abordaron sin prisa y una vez dentro observaron que los vagones mostraban muchos años de uso, estaban llenos de anuncios y rayados con algunos grafitis de pandillas o malvivientes, también el metro iba prácticamente vacío y aún así el trayecto se antojaba sin problemas.

    En determinado momento llegaron a algunas estaciones que según el mapa se encontraban posteriores a su destino, por lo que bajaron del vagón, atravesaron al otro lado de la estación con algunas dificultades por lo confuso de los accesos y de las señales en esa área y tomaron el tren de regreso, al retomar el rumbo otra vez hacia Battery Park se daban cuenta a las pocas estaciones adelante que nuevamente algo andaba mal, indudablemente no hacían el conecte adecuado.

    Algunas de las estaciones del metro se presentaban iluminadas y con gente agradable, pero otras se encontraban sucias, obscuras y con gente de muy mal aspecto.

    Regresaron nuevamente, bajando en una estación donde encontraron a una mujer que admitió hablar español, ya que se habían topado con personas que con todo el aspecto de latinos argumentaban no entender el idioma castellano.

    La mujer resultó ser una maestra que proximamente estaría en México para dar clases de inglés, ella preguntó al empleado de la caseta de venta de boletos y segundos después les dio instrucciones para seguir la ruta correcta hacia Battery Park.

    Así lo hicieron y muy pronto se encontraron en el parque, donde un águila de bronce sobre un pedestal con las alas hacia atrás les daba la bienvenida, ahí tomarían el ferry con destino a la isla de la Estatua de la Libertad y a la isla Ellis.

    Mientras esperaban en la fila, compraron algunas donas para desayunar y observaron a los músicos que con improvisados o muy originales intrumentos hacían su música con buenos resultados, algunos acróbatas daban saltos mortales y vueltas de carro, todos esperando la generosidad de los presentes.

    No hubo mucho que esperar, llegó el ferry y se llenó, se ubicaron en el piso superior para tener una mejor vista, hacía un aire frío que calaba en la cara, pero el paisaje desquitaba la permanencia en esa área del barco.

    Observaron como se alejaban los grandes edificios; uno plateado de formas redondeadas flanqueado por dos cuadrados de color obscuro situados atrás de Battery Park, mientras disfrutaban de la emocionante experiencia de acercarse a la famosa y excitante estatua de la Libertad iluminando al Mundo.

    Una vez desembarcados recorrieron la isla y se tomaron varias fotografías con la estatua de fondo, se mantenían alerta por si encontraban a la mujer del avión, que según la pequeña libreta encontrada en la bolsa extraviada debía de estar esa mañana en la misma isla.

    Para subir a la corona de la estatua los esperaba una larga fila que por lo menos les tomaría unas cuatro horas llegar a la cima, por lo que decidieron no hacerlo.

    Se sentaron a observar la estatua de color verde, bellísima, símbolo de la ciudad que en 1986 cumplió cien años de estar cuidando la entrada a los Estados Unidos.

    Después de permanecer un tiempo razonable, tomaron el ferry hacia la isla vecina, la isla Ellis, famosa por ser el lugar donde pisaban tierra estadounidense por primera vez los viajeros europeos.

    La isla Ellis era ocupada por un gran edificio de fachada de ladrillo rojo, con marcos de cantera café claro y herrería verde seco muy pálido, estaba rodeado de jardines, el edificio ahora está convertido en museo, con diferentes salas de exposiciones, tablas de interesantes datos y una gran cantidad de fotografías históricas, impactantes, bellas y conmovedoras, que ejemplificaban la situación económica, social y de salud de los inmigrantes.

    El estado de ánimo de los viajeros al llegar a América está inmortalizada en las fotos, así como las humillaciones y exámenes a que eran sometidos antes de admitirlos en la tierra de sus ilusiones, que de no ser aprobados eran devueltos a su país de origen.

    Entre 1894 y 1954 doce millones de inmigrantes pisaron esta isla y los rostros en las fotografías color sepia hacen comprender el verdadero significado del lugar.

    José Angel había leído en una publicación meses antes, que la Isla Ellis era una muestra de la asepsia con la que los estadounidenses suelen lavar su conciencia histórica y en efecto el edificio por dentro y fuera lucía impecable.

    Un poco deprimido por lo ahí exhibido Diego concentró su atención en buscar a la anciana, que según sus planes escritos de puño y letra, debía andar por esos mismos lugares.

    Los apuntes de la mujer era lo que ahora determinó el itinerario de los amigos, pero mientras los lugares fueran interesantes y coincidentes con los que ellos pensaban visitar, no había ningún problema, incluso se añadía un poco de interés y misterio en las visitas a lugares mundialmente famosos.

    No hubo resultados en la búsqueda, por lo que tomaron el ferry de vuelta en medio de un clima agradable con un viento frío pero revitalizante, el barco iba con cupo completo nuevamente y al momento de descender la multitud los separó, pero José Angel agradecía que Diego estuviera usando una chamarra roja, lo cual le facilitaba encontrarlo muy fácilmente.

    Cuando llegaron al muelle los dos recurrieron a sus respectivos libros guía y caminando se dirigieron a la legendaria Wall Street, en el camino se toparon con una plaza con un gran árbol de navidad iluminado y la estatua de un enorme toro de bronce.

    Más adelante llegaron a Wall Street, la calle de la bolsa de valores, observaron los clásicos edificios, casi no había gente y los bancos se encontraban cerrados, el movimiento en esa zona evidentemente era por la mañana o era un día no laborable.

    Llegó un autobús rojo estacionándose en un costado de la calle, bajaron unas treinta personas que rápidamente se colocaron en el edificio para una fotografía.

    José Angel observó entre los turistas cuatro o cinco mujeres con aspecto similar a la mujer objeto de su búsqueda, aunque ciertamente no era ninguna de ellas, después de permanecer poco tiempo el grupo en la fachada del edificio, entre ruido y risas volvieron a subir al camión y se marcharon, dejando la calle solitaria y silenciosa como estaba antes de que llegaran.

    Diego y José Angel tambien se tomaron la foto, utilizándo como fondo el edificio gris de altas columnas junto a la estatua de bronce de quién sabe que personaje.

    Había algunas calles estrechas, como callejones, muy diferentes a las anchas avenidas de las cercanías del hotel, muy pocos autos circulando y casi ninguno estacionado, era una sensación extraña que mientras en algunas zonas de Nueva York se ahogan en tráfico y gente, otras parecen un pueblo fantasma.

    El viento intenso, muy fresco y la majestuosidad de los rascacielos, le daban la ambientacion de un Nueva York de los años 30s o tal vez 40s, aunque el vestuario no era el adecuado ya que las pocas personas con las que se cruzaban no usaban los sombreros, las gabardinas y abrigos de moda de aquellos años.

    Si bien la soledad era patente, tampoco había en el ambiente inseguridad o amenaza, las calles se presentaban un poco obscuras porque los edificios impedían que el sol llegara a las aceras.

    Se dirigieron al fondo de la calle donde se encontraba una iglesia que según su guía era la Trinity Church, entraron para descansar un poco, la nave del templo que no era muy grande trasmitía una sacra quietud y belleza, tenía el encanto y tranquilidad que reflejan casi todas los iglesias sin importar el país donde se encuentran, lo cual los invitaba a permanecer en su interior.

    CAPITULO IV

    En esos momentos en la calle 82 Este, entre Madison y Quinta Avenida, una mujer de incierta edad, volvió la cabeza a ambos lados para asegurase de que nadie la observaba, metió la llave en el cerrojo y abrió lentamente, había permanecido en la esquina hasta que saliera la mujer del servicio y aunque se cruzaron en la banqueta, no había riesgo de ser reconocida, ya que nunca se habían encontrado antes.

    Era el día de descanso del mayordomo, que ya se había retirado y regresaría hasta la mañana siguiente, aún así trató de entrar sin hacer ruido alguno, pero no pudo evitar un agudo chirrido de la puerta al abrirla, se movía con desenvoltura, con claro conocimiento de las áreas de la elegante casa, llena de antigüedades y objetos de arte, se dirigió hacia las escaleras y subiendo cuidadosamente peldaño tras peldaño llegó a la habitación donde frente al televisor dormitaba una anciana.

    Esa mañana había estado muy activa la anciana Sra. Reitman propietaria de la mansión, por lo cual estaba agotada, acudió a la cita con el abogado y entre ambos habían llevado a cabo la modificación de su testamento.

    Todavía un mes antes estaba llena de dudas, sobre sus beneficiarios, pero al saber que su única hija Carolyn de treinta y cinco años de edad, había abandonado a sus hijos para irse a vivir con un hombre que estuvo en prisión en varias ocasiones por diferentes delitos, se le aclaró la mente y la decisión ya estaba tomada, sus dos únicos herederos serían sus dos nietos, Susan y Ernest que eran todavía unos niños con tan sólo diez y doce años de edad.

    Ernest había llamado a la Sra. Reitman para ponerla al tanto, aunque lo acontecido no le había causado sorpresa alguna, conocía bien a su hija, identificaba perfectamente su egoísmo, sabía de lo que era capaz, no en balde ya una vez la había amenazado si interfería en su vida, era una mujer sentimentalmente inestable, era su hija y lo había sobrellevado, pero ahora había abandonado a sus dos hijos sin ningún sentimiento de culpa.

    La Sra. Reitman se sentía impotente, sólo podría hacer justicia de una forma, no dejándole un solo dólar después de su muerte que ya presentía cerca, esos pensamientos le producían una tristeza profunda que la agotaban, que la adormecían.

    La mujer de servicio le subió un té antes de retirarse, al terminar de tomarlo sintió una relajación de los músculos y una intensa sensaciòn de angustia, estaba segura que esas molestias eran pasajeras, así que cerró los ojos durante unos minutos, tiempo en el cual aumentaba su malestar.

    Le fue casi imposible percibir cuando dos manos con guantes de estambre le colocaron una mascada sobre el cuello y apretaron con fuerza, no hubo defensa, no era necesaria, ella ya estaba preparada y sabía perfectamente a quien pertenecían esas manos asesinas, hubiera llorado en silencio si hubiera podido, pero no hubo tiempo suficiente.

    La criminal mujer, se aseguró que la anciana ya no respiraba, le palpó el pulso ya inexistente, le anudó y arregló la mascada en el cuello para que se viera natural, se dedicó a acomodar a su víctima de manera que pareciera que había muerto sin sobresaltos mientras veía la televisión, en realidad no le costó ningún trabajo, la anciana tenía un semblante apacible, había sido una muerte tranquila, salvo por la posición de la boca un poco abierta donde se asomaba la punta de la lengua.

    El televisor proyectaba una vieja película en blanco y negro, filmada muy seguramente en los años cincuentas.

    Nerviosa y sin cerrar la puerta con llave, salió a la calle asegurándose de no ser vista, después de caminar unas cuadras esperó unos quince minutos para cerciorarse de que nadie la seguía, tomó un taxi hacia su hotel de segunda clase ubicado cerca de Times Square.

    No sentía remordimiento alguno, la anciana se lo merecía, había sido siempre un obstáculo para llevar a cabo sus planes, ahora tomaría el vuelo de la noche hacia Houston, ahí recogería su auto y su apariencia real, para dirigirse a San Antonio en el Estado de Texas.

    Estaba satisfecha, todo había salido como lo planeó, los nervios que sintió durante el vuelo hacia Nueva York, le habían hecho hablar de manera impulsiva con un desconocido vecino de asiento, pero la tranquilizaba la impresión que tenía de que el mexicano, porque estaba segura de que era mexicano, no había entendido nada y que para disimular su ignorancia del idioma inglés había fingido sueño para no seguirla escuchando.

    Es cierto que tuvo que levantarse al baño varias veces para asegurarse que su aspecto de mujer mayor era el adecuado, cerciorarse que su maquillaje continuara en su sitio, pero esa actuación había sido perfecta, hubiera sido más cómodo ir en el pasillo y no haber molestado a los dos turistas mexicanos, pero le daban miedo los vuelos, el ir en la ventanilla mientras se observaba en ocasiones la tierra firme o incluso las nubes, le daba cierta tranquilidad.

    Por cierto, ahora que se acordaba de sus vecinos de asiento, recordó que le pareció encontrarlos en la pista de hielo del majestuoso Rockefeller Center y posteriormente verlos en el teatro Majestic la noche de la llegada a la ciudad.

    Que extraordinaria casualidad, fue afortunada de haber conseguido una entrada para la obra, esperó hasta el último momento para obtener un lugar por alguna cancelación, sabía que el estar ocupada la mantenía más tranquila mientras esperaba el momento de llevar a cabo sus planes.

    Sus pensamientos fueron cortados por la voz del taxista anunciándole la llegada al hotel, éste era un egipcio con un inglés pésimo, tal vez tan malo como el del mexicano del vuelo, mientras pagaba lo que marcaba el taxímetro se preguntaba porqué a los extranjeros les costaba tanto trabajo aprender el idioma de su país.

    Al entrar a su habitación se recostó, pensando que haría la hora libre que tenía antes de dirigirse al aeropuerto, no podría hacer mucho, en la mañana había cancelado su planeada visita a la isla de la Estatua de la Libertad y a la isla Ellis, debido al nerviosismo que se apoderó de ella y había preferido salir a hacer algunas compras, la famosa tienda Bloomingdale no le pareció lo sofisticada que ella se imaginaba y sólo había comprado unas chucherías.

    Aunque ella había vivido en esa ciudad toda su infancia y adolescencia, no la recordaba mucho, las pocas veces que la visitó cuando ya no vivía en Nueva York había salido poco y realmente no la conocía, pero no importaba ya que pronto sería millonaria y podría visitarla cuantas veces quisiera, llegaría al hotel Plaza y recorrería todas las tiendas de la avenida Madison adquiriendo todo lo que se le llegara a antojar.

    Sonreía para sus adentros y automáticamente buscó la pequeña bolsa color vino para revisar unos datos de su libretita de apuntes, sus manos revolvían el contenido y de pronto sintió un sudor frío que recorrió su frente para luego extenderse por todo el cuerpo, no encontraba la bolsita de piel.

    Pálida, vació el contenido del bolso en la cama y buscó repetidamente sin éxito, golpeó la cama con furia y dentro de su confusión trató de recordar la última vez que había utilizado la pequeña libreta.

    En Nueva York no la había necesitado para nada y la última vez que hizo una anotación fue en el vuelo.

    Se quería convencer de que no era posible que la hubiera olvidado en el avión, pero cada vez más claro recordaba que al estar haciendo una anotación, el molesto vecino mexicano se había puesto a observar detenidamente sus manos o al menos así le pareció a ella y se sintió tan nerviosa que había dejado de escribir en ese momento, no estaba segura si metió la libretita en la pequeña bolsa y dejado ésta en el asiento, pero si se acordaba que se levantó precipitadamente y se dirigió al sanitario.

    No recordaba haberla visto al regresar, es posible que la haya tomado el mexicano y si así fue, probablemente leyó la serie de anotaciones que en ella se encontraban.

    De repente su sudor frío se convirtió en terror, al recordar que se encontró al mexicano en dos ocasiones después del vuelo, seguramente había leído, entendido el plan y por lo tanto la había seguido.

    Sin duda alguna la observó cuando entró a la casa de la calle 82, a estas alturas ya estaría informando a la policía, la cual estaría buscándola por toda la ciudad, su plan de que hasta el día siguiente sería encontrado el cadáver, cuando ella ya no estuviera en Nueva York, estaba fallando.

    Debía hacer algo, era urgente quitarse el disfraz de mujer mayor, ya que la policía a quien buscaría sería a una anciana, pero por el otro lado el recuperar su aspecto real, evidenciaría que ella estuvo en Nueva York el día del crimen, lo que la convertiría en sospechosa, tomó un vaso de agua y decidió calmarse para tener más claridad de pensamiento.

    Intentaba consolarse, el mexicano realmente pudo no haber leído nada o tal vez ni entendió, ya que no se veía muy listo con su inglés deficiente, también era probable que hubiera tirado la bolsa al no haber encontrado dinero.

    Se puso a repasar palabra por palabra la conversación con el molesto estranjero, le preguntó el nombre y él se lo proporcionó, el primero era el tan famoso José, nada original el tipo, el segundo algo así como Santos, no precisamente, pero tenía algo que ver con la religión, tal vez Justo, no, ah ya recordaba su nombre era Angel, la verdad ella no entendía como un mexicano podría ostentar semejante nombre, el muchacho realmente no era feo, pero su piel morena clara y su aire latino no le semejaban precisamente a una especie celestial.

    Tambien recordó que le hizo el comentario de que estarían hospedados en el Home, tal vez lo hizo para producirle envidia, pero como ella no conocía el hotel y sabía que había mejores, el comentario en ese momento le pareció intrascendente, pero ahora era un verdadero tesoro.

    En realidad el vecino de asiento se había mostrado al igual que ella bastante parlanchín y a pesar de su rústico inglés le había dado datos personales, además del hotel le mencionó que tendrían una estancia de solamente tres días en la ciudad.

    El compañero de viaje de José Angel, un muchacho de barba, más alto, pero también con aspecto de mexicano no había cruzado palabra con ella por no ser su vecino contiguo y además durante toda la conversación permaneció dormido.

    Bien, ya todo empezaba a tener una salida, canceló su vuelo a Houston y reservó otro para varias horas después, salió a la calle a tomar un taxi cuyo conductor, ahora un iraní tambien con pésimo inglés, la condujo a la Sexta Avenida esquina con la calle 54.

    CAPITULO V

    Cuando José Angel y Diego salieron del Trinity Church, doblaron a la izquierda y cuadras más adelante se encontraron ante las imponentes torres gemelas, los dos turistas entraron al World Trade Center, recorrieron un amplio pasillo lleno de tiendas, un centro comercial moderno pero muy frío, llegaron a los elevadores para subir al piso mirador y compraron su boleto, estaba presente la clásica fila de gente esperando, pero el avance era rápido, unos segundos dentro del elevador eran suficientes para llegar al piso donde se ubica el mirador.

    No había buena visibilidad, quizás por el horario o por estar nublado, sólo se apreciaban edificios grises por todas partes, de cualquier manera sacaron fotografías, ya que no iban a desperdiciar la oportunidad de hacerlo en el rascacielos de ciento diez pisos.

    Había ahí una agradable cafetería y como no habían comido se formaron ante el pequeño local de los perros calientes, el cual era atendido por un joven de color, bastante lento para atender, ocuparon una mesa y descansaron mientras comían.

    Hablaron sobre las actividades a seguir y discutieron sobre la posibilidad de visitar el domicilio donde según la libretita estaría visitando ese día la anciana del vuelo.

    Ya dudaban de la seguridad de que la mujer siguiera su itinerario ahí anotado, ya que al perder la libreta probablemente se le olvidó el orden de sus visitas o simplemente cambió de planes, ya que al parecer no había visitado la Estatua de la Libertad ni la isla Ellis, a menos que por mala suerte no la hubieran localizado a pesar de su intensa búsqueda o no hubieran coincidido en los horarios, cabía la posibilidad de que en esos momentos ella estuviera en la isla.

    En la torre pasaron a una pequeña sala audiovisual, donde les pasaron un video con imagen virtual, observaron una gran maqueta de la isla de Manhattan y posteriormente entraron al ascensor para volver en segundos a la planta baja donde se encontraba el centro comercial.

    Tomaron el tren subterráneo en el sótano del edificio después de varios intentos, ya que al bajar por algunos accesos, éstos al final se encontraban con puertas de hierro cerradas, volvían al piso del centro comercial y buscaban otro descenso hasta que finalmente hallaron una estación que estaba funcionando, las instalaciones del metro eran modernas y en buen estado, pero el ambiente era lúgubre y de soledad.

    El tren llegó pronto y subieron al vagón, siempre pendientes de la estación en la que debían bajar y que fuera la más cercana al Nueva York Home, la estación en la que descendieron era muy transitada, iluminada y con tiendas como un pequeño centro comercial, emergieron hacia la calle y después de caminar unas dos o tres cuadras llegaron al hotel.

    En el lobby, normalmente no acudían a la recepción porque ellos cargaban cada uno su tarjeta que les daba acceso a la habitación, por lo que se dirigieron directamente hacia los ascensores, había bastantes y especificaban los pisos a los cuales daban servicio, el primer grupo de tres elevadores conducian del 44 al 34, el siguiente del 34 al 24, le seguía del 24 al 15 y el último grupo cubría del lobby al piso 15, aún así iban atestados de gente.

    Al bajar en su piso, ya tenían la decisión de ir al mirador del edificio Empire State para observar la ciudad iluminada de noche y posteriormente al teatro.

    Diego abrió la habitación y notó algo raro en el ambiente, tal vez un tenue perfume o el desodorante del baño, por lo que no entró inmediatamente, al darse cuenta de su reacción también José Angel se detuvo en la entrada y observaron hacia dentro.

    Segundos después entraron con cautela, no había al parecer nada fuera de su lugar pero sin embargo daba la impresión de que todo había sido registrado, aunque la ropa dentro de las maletas estaba en orden, no era precisamente el que ellos recordaban o acostumbraban tener en sus pertenencias.

    Se revisó la caja de seguridad que se encontraba dentro del clóset y cuya clave era el año y mes de nacimiento de Diego, pero al parecer ahí no había sido tocado nada, José Angel tenía la duda de si había dejado abierta o cerrada con la combinación su maleta azul, pero después de una minuciosa revisión nada faltaba.

    Sin darle mayor importancia por no estar seguros, salieron de la habitación y en el pasillo decidieron seguir con sus planes trazados y dirigirse al Empire State.

    Cruzando el lobby, Diego preguntó a José Angel si traía consigo los boletos del teatro, para después de la visita al edificio ya no el más alto pero si el más famoso del mundo, dirigirse al teatro, no los portaba, por lo que mientras Diego esperaba se dirigió al ascensor y luego a la habitación, siempre tenía cierta dificultad para abrir la puerta con esas tarjetas, tenía que hacer de dos a tres intentos para lograrlo.

    Cuando se abrió la puerta, nuevamente sintió el tenue olor a perfume barato que habían detectado hace rato, se detuvo a olfatearlo un momento, parecía venir del clóset, tal vez era una especie de desodorante para darle aroma a la ropa o quizás sería el perfume de la camarera cuando llevó a cabo el aseo de la habitación, si ése era el caso el perfume era muy persistente ya que habían pasado por lo menos unas ocho horas.

    Se acordó que lo estaban esperando y dirigiéndose al cajón del tocador tomó los boletos, aprovechó para tomar su loción y aplicarse generosamente con la intención de bloquear el otro aroma, rápidamente salió de la habitación no pudiendo evitar un portazo.

    CAPITULO VI

    Cuando la mujer bajó del taxi en el Home se dirigió segura al extremo izquierdo del largo mostrador de la recepción y dando el nombre del mexicano compañero de su vuelo preguntó por el número de la habitación, una vez con la información, dejó pasar unos minutos y se dirigió esta vez al extremo derecho del mostrador y solicitó la llave-tarjeta del cuarto, al joven empleado no le despertó ninguna sospecha la anciana y sin dudarlo entregó una copia de la tarjeta de plástico.

    Caminó hacia los ascensores y ahí marcó el número del piso adecuado, encontró la habitación y se introdujo en ella, no había desorden así que tendría mucho cuidado de registrar y dejar todo en su lugar original.

    Se dirigió directamente al buró de entre las dos camas, sólo encontró un ejemplar del Holy Bible, volvió la vista alrededor de la habitación y escogió enseguida el tocador con cajones que estaba frente a las camas, abrió el primero y encontró algunas revistas y folletos, en el segundo encontró su anhelada bolsa color vino, la sujetó con las dos manos y llevándola contra su pecho suspiró largamente, cómo era posible que la pérdida de esa bolsa le hubiera traído tanto problema, por otro lado que fácil fue recuperarla.

    Eso demostraba que los dos mexicanos no le dieron ninguna importancia, probablemente ni siquiera la abrieron y hubieran decidido finalmente abandonarla en ese cajón una vez que se marcharan, ésto si hubiera constituido un problema si el hotel enviara las cosas olvidadas a la oficina de la policía y ésta las revisara.

    Un policía enterado del caso o que analizara la libreta podría encontrar una relación directa entre ella y el crimen de la calle 82.

    Escuchó ruidos de algunos huéspedes que se acercaban hablando alegremente y se apoderó de ella el temor, pero al escuchar que las voces seguían de largo se tranquilizó, abrió la bolsa y descubrió con enojo que no se encontraban todas sus pertenencias; estaba la fotografía, la llave y sus píldoras, pero no la libreta, enfurecida empezó a revisar los demás cajones, el clóset y la maleta grande de color obscuro.

    La ropa estaba bien acomodada, pero después de una minuciosa búsqueda no encontró nada, sólo faltaba la maleta de plástico duro de color azul, pero ésta estaba cerrada y con la combinación puesta, utilizó algunos objetos como herramientas y después de un buen rato logró abrirla ocasionándole un leve daño a las cerraduras, pero tampoco en esa maleta encontró lo que tanto buscaba.

    Sólo faltaba la caja de seguridad que se encontraba cerrada y por supuesto era imposible que ella pudiera abrirla, la clave no debía ser difícil ya que los dos mexicanos le daban la impresión de no ser muy complicados, si supiera las fechas de cumpleaños probablemente tendría una pista, pero no había encontrado los pasaportes de ninguno de los dos, lo cual indicaba que estaban dentro de la caja de seguridad o los traían cargando como identificación.

    Nuevamente algunos ruidos en los pasillos la distrajeron de sus pensamientos, por lo que cuando éstos siguieron adelante, decidió salir de la habitación, y espiar desde el pasillo la llegada de los dos amigos.

    Se ubicó en el área de los elevadores viendo por la ventana hacia el exterior, no habían pasado veinte minutos cuando llegaron los mexicanos y se introdujeron en la habitación, trató de escuchar tras la puerta, pero el constante tráfico de huéspedes le impidió hacerlo por lo que en una cercana máquina despachadora de hielo fingía tratar de servirse un poco, quince minutos después salían y escuchó que se dirigían al Empire State, lo cual le resultaba muy conveniente porque podría calcular el tiempo aproximado en que estarían fuera, esperó que entraran en el ascensor y se dirigió nuevamente a la habitación.

    Abrió la puerta con su llave-tarjeta y decidió que buscaría de nuevo más tranquilamente, empezaría por el armario, revisó los bolsillos de la ropa que se encontraba colgada, de repente sintió un escalofrio al escuchar que la puerta estaba siendo tratada de abrir, con un movimiento ágil, raro para la anciana que representaba, se ocultó dentro del clóset cerrando suavemente la puerta, en ese momento la puerta de la habitación fue abierta, no alcanzó a ver quién era, sólo escuchó que al pasar la persona frente a las puertas donde ella se ocultaba, se detuvo unos segundos como dudando abrir, pero después se siguió de largo, se escuchó el abrir y cerrar de un cajón, le llegó el olor intenso a una loción masculina y unos pasos rápidos hacia la salida que se perdieron con un portazo.

    Fue tal su temor que había dejado de respirar, pero ahora tomaba nuevamente el control y como una melancólica abuela revisando sus recuerdos, durante más de dos horas registró detenidamente cada maleta, cada cajón, cada bolsillo.

    Al terminar su inútil búsqueda, la dulce anciana se convirtió en una mujer furiosa que al salir azotó la puerta sin ningún recato.

    Se dirigió al ascensor empujando a los demás huéspedes y al llegar a la recepción del hotel, solicitó un papel y una pluma, escribió con fuerza hasta casi romper el papel, dejó un mensaje para la habitación número 2146, salió indignada y tomando un taxi le indicó

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