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Antón en la Guerra Civil
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Antón en la Guerra Civil

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Antón en la Guerra Civil narra la guerra a través de los ojos de un muchacho de clase obrera que verá su juventud partida en dos.
El protagonista vive con ilusión los cambios sociales que se producen en los años precedentes al golpe de estado contra la República. Es entonces cuando se alista voluntario para su defensa. Como miliciano del Batallón Baracaldo combate en diferentes puntos del Frente del Norte.
Derrotado el Ejército Vasco por los nacionales, es hecho prisionero en Santander, a partir de ese momento, recorrerá distintos campos de concentración hasta llegar a cumplir el servicio militar en el Batallón de Regulares de Melilla.
LanguageEspañol
Release dateDec 29, 2017
ISBN9788416809493
Antón en la Guerra Civil

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    Antón en la Guerra Civil - Alicia Ayala

    LEGAL

    SINOPSIS

    Antón en la Guerra Civil narra la guerra a través de los ojos de un muchacho de clase obrera que verá su juventud partida en dos.

    El protagonista vive con ilusión los cambios sociales que se producen en los años precedentes al golpe de estado contra la República. Es entonces cuando se alista voluntario para su defensa. Como miliciano del Batallón Baracaldo combate en diferentes puntos del Frente del Norte.

    Derrotado el Ejército Vasco por los nacionales, es hecho prisionero en Santander, a partir de ese momento, recorrerá distintos campos de concentración hasta llegar a cumplir el servicio militar en el Batallón de Regulares de Melilla.

    DEDICATORIA

    A mi padre que con sus relatos llenos de entusiasmo y

    esperanza, me indujo a escribir esta novela.

    CAPÍTULO I

    Se llama Antón, Antonio como su abuelo. Es el hijo mayor y ejerce como tal, es decir, que en muchas ocasiones recibe la reprimenda de su padre por las fechorías de sus hermanos pequeños. Su hermana Aurora tiene la misma edad que él, pero como es una chica se supone que es modosita y sensata, según sus padres, su comportamiento casi siempre recibe la aprobación de todos. Antón parece estar siempre en otro mundo, su mirada se pierde en el horizonte, el suyo, en el que nadie puede adivinar en qué entretiene sus pensamientos. Es un chico de unos 14 años, el pelo rizado, casi castaño, la mirada limpia de unos ojos de tonos verdosos que se manifiestan con los cambios de luz, ¿alguien se ha fijado?, de momento no. Su ropa, es como la de los demás chicos de su edad, pantalón largo de mil rallas, camisa blanca, alpargatas con cintas de tela, como un uniforme. Hoy son las Fiestas Patronales de Baracaldo, el día de la Virgen del Carmen, 16 de julio de 1932.

    ¿Pertenece a una familia católica? No, en absoluto, su padre es un anticlerical convencido, socialista y de la UGT. No obstante hoy no tiene que trabajar en el horno alto, ha salido un buen día de verano y eso es motivo más que suficiente para que, junto con su mujer e hijos, se acerque a las campas en que se va a celebrar la romería y pasar un día de asueto, que no hay muchos. Pablo vino siendo casi un niño, junto a su madre, viuda, a vivir a Baracaldo procedente de un pueblecito de Álava, huyendo de la miseria al morir su padre. Su primer trabajo consistió en limpiar el horno alto después de cada colada, apenas tenía 9 años, le contrataron por la edad, ese trabajo era indicado para que lo realizasen niños. Más de una vez sufrió quemaduras, sobre todo en la planta de los pies, es lo que había. Su madre se preocupó de que por las tardes, después de 10 horas de trabajo, aprendiera a leer y las cuatro reglas. Le gustaba leer y leía todo lo que caía en sus manos, periódicos del Sindicato, del PSOE, El Liberal…, también algún libro, ahora no tiene mucho tiempo, debe atender las necesidades de su familia, cuatro hijos: Aurora y Begoña, Antón e Ignacio. También tiene sueños, alguno cumplido, como su casa, dos plantas, patio trasero con lavadero, caseta para enredar con sus herramientas de carpintero, tierra con plantas, dos hermosos árboles frutales, una higuera y un peral de peras de San Juan y hasta una parra que en septiembre se llena de uvas de pellejo muy grueso que hay que desechar. En fin, tiene su casa y tal vez sea capaz de construir otras…

    –¡Antón, ten cuidado con la cesta!, vas a tirar la comida.

    Antón lleva el canasto con la comida que ha preparado su madre para toda la familia. Camina por la linde del camino y la cesta va tropezando con los arbustos. En la mano lleva la cesta y en su cabeza mil ideas importantes. ¿Le prestará su amigo Ramulfo la bicicleta? ¿Verá a Sonia?, es la compañera de la escuela, amiga de su hermana, quizás algo más, una vez la besó durante una excursión del Grupo Infantil. ¿Le dejará su padre acudir al mitin del domingo? Sus hermanos pequeños juegan a pillarse y tropiezan delante de las piernas de Antón, lo que provoca que la cesta balancee, el padre se acerca y se hace cargo de las viandas.

    –¡Dame eso que hoy vamos a comer hostias!

    El chico se queda tan contento libre de la carga. Sus hermanos continúan jugando y él se une a ellos. Pronto se oyen las voces del grupo de amigos de sus padres que para aliviar la caminata avanzan cantando:

    "Cuando llegará el momento que la tortilla se vuelva,

    que los pobres coman carne y los ricos coman mierda"

    –¡Pablo! ¿Irás el domingo al mitin de la plaza de toros? Estará Indalecio Prieto –pregunta alguien a su padre.

    –Seguramente, siempre que no surja un imprevisto.

    –¿Podré ir yo? –pregunta Antón a su padre.

    –Ya veremos –responde.

    Siguen caminando pausadamente, Antón libre del peso de la cesta corre entre sus hermanos, les empuja, sobre todo a su hermano Iñaki que grita y se queja todo el tiempo. Pronto aparece su amigo Ramulfo conduciendo la bicicleta que tanto admira. Es una Lambreta roja, con su manillar e incluso tiene timbre para avisar a los excursionistas que se aparten de su ruta.

    –Te espero en el río –le dice Ramulfo.

    Al oír a su amigo, Antón acelera el paso pero tiene que aflojar al oír la voz de su madre instándole a mantenerse cerca de su familia, juntos han salido de casa y juntos llegarán a su destino.

    –¡Antón! Ayuda a tu hermana a recoger flores, así cuando volvamos a casa podremos llevar unas cuantas y ponerlas en el jarrón del comedor.

    –Son cosas de chicas.

    –No repliques, hazlo, de lo contrario te quedarás sin salir el domingo.

    Antón, se encamina a la campa que en este tiempo está llena de margaritas y se dispone a cortar algunas sin demasiado entusiasmo, pero no quiere exponerse a no poder ir el domingo al mitin. A las margaritas añade algunas amapolas y otras florecillas moradas de las que desconoce el nombre. Cuando tiene unas cuantas se las da a su hermana para que las junte con las que ella ha reunido. Su hermana las coge sin mediar palabra y las va incluyendo entre las suyas. El conjunto queda aceptable, con abundante colorido, lo que merece la aprobación de la madre con un lacónico:

    –Cuando Periquito quiere…

    Llegan a un espacio abierto, cubierto de hierba, en la que se notan las huellas de los que les han precedido. La planicie está rodeada de arbolado que a esa hora del mediodía promete un poco de frescura, la fuerza del sol se hace notar. Se adivina que va a ser un día caluroso, de esos que en Vizcaya no se prodigan mucho, cuatro o cinco al año. La primavera ha sido lluviosa y al llegar el mes de julio se ha producido un cambio agradable, las temperaturas han pasado de 12o a alrededor de 20o. El buen tiempo es novedad y eso hace que la gente se sienta contenta y optimista. Antón desea llegar cuanto antes para reunirse con su amigo, pero todavía tiene que esperar a que la familia se acomode debajo de un roble, especie que se prodiga en la zona, aguanta bien la humedad y en esta ocasión es de agradecer la sombra que proyecta. La cesta con la comida queda apoyada junto al tronco y cerca se sienta Luisa, la madre.

    La señora Luisa es una mujer de aspecto agraciado, de mediana edad, de tez muy pálida, de joven le llamaban la Paloma, seguramente aparenta más edad de la que tiene, viste con ropas de color negro. La falda fruncida le llega hasta el tobillo, la blusa negra cubre los brazos, un pañuelo de cuadros grises le tapa la cabeza. Su atuendo es similar al que llevan todas las mujeres de su edad. No hay mucha oportunidad para la fantasía. El marido le dice que va a tomar unos chiquitos con los compañeros. Antón y su hermana se ponen el traje de baño y se acercan al río para encontrarse con los chicos de su edad. Luisa se queda sentada junto a la cesta en compañía de sus hijos menores que no paran de perseguirse y de alborotar a su alrededor.

    Pablo, acompañado por tres amigos se acerca a un txakoli cercano para charlar y tomar unos vinos antes de la comida. En la entrada hay algunos clientes jugando a la rana. Sobre una mesa de madera, protegida por detrás y los laterales, se encuentra una rana metálica con la boca abierta, a una distancia de unos cuatro metros, los jugadores tratan de introducir fichas de hierro en la boca de la misma, gana el que más veces lo consigue. El premio suele ser una consumición gratis.

    –¿Cómo van las cosas en el trabajo? –pregunta uno de sus amigos a Pablo.

    –Regular, –contesta con desgana–. Hacemos diez horas diarias y bien sabes que el trabajo en el horno alto es un revientahombres. La semana pasada tuvimos un accidente muy grave. Parte de la colada calló sobre un compañero y no se sabe si va a poder contarlo. Si seguimos así no va a quedar más remedio que ir a la huelga. El Sindicato dice que debemos tener un poco de paciencia, el Gobierno de la República no ha hecho más que empezar y dicen que hay que darles un margen de confianza.

    El amigo hace un gesto de comprensión.

    –Ya sabes que mi trabajo no es tan duro, en la oficina el cuerpo no sufre tanto, aunque son muchas horas, de todas maneras si se convoca la huelga, iré como el primero.

    Los otros dos amigos escuchan, al tiempo que toman asiento alrededor de una mesa de piedra.

    –¿Qué va a ser? –pregunta uno de ellos.

    –Saca cuatro blancos y unas aceitunas –contesta Pablo.

    Mientras el aludido se dirige al interior del local para efectuar el encargo, Pablo comenta:

    –¿Sabéis que este infeliz se va a quedar sin trabajo? Cierran la mina. Parece que al patrón no le sale rentable y no quiere invertir en maquinaria nueva para mejorar la producción, dice que no está dispuesto a hacerle el caldo gordo a este Gobierno.

    Todos quedan en silencio mientras aparece Julián con los vasos de vino y las aceitunas.

    –Supongo que ya lo sabéis. Cierran la mina y me quedo sin trabajo –dice Julián como cogiendo carrerilla para reunir el valor de decir a los amigos lo que le pasa–. No le he dicho nada a mi mujer, ahora con lo del embarazo…

    –¿Has vuelto a dejar embarazada a tu mujer? –dice Pablo fingiendo sorpresa.

    –Qué quieres, yo marcha atrás y mi mujer pa’lante.

    –Tendríais que hacer algo. Ya tienes seis hijos.

    –Cualquiera le dice algo a mi mujer, dirá que mejor que la meta en un ladrillo.

    –Parece que en Rusia ya han aprobado el aborto.

    –En Rusia aborto libre, amor libre, pero estamos en España.

    –¿Pensáis ir el domingo al mitin? –pregunta Pablo a sus compañeros.

    –Iré aunque estoy bastante harto de escuchar palabras bonitas que no resuelven nada.

    –Las palabras son un paso. Primero es la idea que surge de la cabeza, después poderla expresar con palabras. De buenas ideas, buenas palabras que nunca hacen daño. Iré al mitin –dice Pablo–. Os parecerá una tontería pero el oír a ciertos oradores hace que me sienta un poco más persona. Me hace pensar que la vida es algo más que trabajar para poder comer.

    –Supongo que tienes razón. Yo también tengo sueños y espero ver a mis hijos alegres, jugando, viniendo de la escuela… me gustaría poder ayudarles con los deberes, cuando llego a casa ya están acostados y la verdad es que mis conocimientos son muy limitados.

    –Cuando consigamos trabajar ocho horas diarias tendrás tiempo para ayudarles.

    –De momento tengo que encontrar otro trabajo y no va ser fácil. No creo que me lo proporcione el domingo Prieto –habla Julián.

    –Anímate, te ayudaré. En Altos Hornos siempre se necesitan hombres fuertes, aunque olvídate del sueldo de la mina, se cobra menos. ¿Qué edad tiene tu hijo el mayor?

    –Ha cumplido 13 años.

    –Podría ponerse a trabajar.

    –La verdad es que me gustaría que continuase en la escuela, no se le da mal, tiene un buen maestro, D. Segundo. Lo mejor que se puede hacer por un hijo es darle toda la formación que se pueda, que pueda tener un buen trabajo, otras aspiraciones.

    –Entonces va a la misma clase que Antón, mi hijo el mayor. El también está muy contento en la escuela, trataré de que termine la primaria. Después tendrá que ponerse a trabajar. Vamos a soñar Julián. Hace dos años teníamos un Gobierno de derechas, ahora una República, un socialista ministro de Economía, otro de Educación… lástima que esto no haya ocurrido hace diez años para que nuestros hijos fueran becados y pudieran tener estudios. Tendríamos hijos ingenieros, maestros, médicos. Hijas que dibujasen y tocaran el piano... Nuestras mujeres estarían esperándonos plácidamente en casa cuando volviésemos del trabajo y nunca les dolería la cabeza como ahora. Los niños no pelearían por un trozo de pan más grande para la merienda. Yo leería el periódico los domingos en el patio de mi casa, todas las tardes visitaría la Casa del Pueblo, para asistir a reuniones e incluso vería cine y teatro…

    –¡Alto Pablo!, mi mujer diría que eso parece el cuento de la lechera. Yo no me atrevo ni a figurármelo.

    –¿Por qué no? Hay que usar la imaginación. ¿Para qué la tenemos?

    –No sueño, el despertar es muy doloroso. No digo que en el Gobierno republicano no haya gente de buena voluntad, pero no es suficiente, los enemigos son muchos y eso de pactar con la burguesía no puede traer nada bueno. A fin de cuentas los republicanos proceden de terratenientes y liberales, no creo que nos vayan a facilitar la vida a nosotros.

    –Seguramente no están pensando en nosotros únicamente. Entre ellos hay verdaderos patriotas que se avergüenzan de pertenecer a un país empobrecido y miserable, inculto, a la cola de los países civilizados. Los que descubrimos América ahora tenemos dificultades para alimentar a nuestros hijos. De todas maneras a ti y a mí nos toca seguir luchando por la vida, por nuestros hijos, no queda  otra. La única satisfacción es conseguir algo y seguir adelante.

    –Vaya discurso, serías un buen mitinero. Nunca nos has contado como te fue cuando te detuvieron la última vez, lo menos estuviste un mes en la cárcel.

    –No os lo he contado porque no fue agradable. Nos tuvieron varios días debajo de una gotera, de manera que la gota rebotaba en la frente y a punto estuvo de hacerme un agujero. Pensé mucho, también en abandonar la lucha, pero si no tienes ganas de mejorar la vida de todos, ¿qué queda?...

    –Esos cabrones algún día pagarán todas las perrerías que nos hacen.

    –Los carceleros son tan pobres desgraciados como nosotros. Han aceptado un trabajo más cómodo, pero no les arriendo la ganancia, eso les embrutece mucho más que trabajar en el horno alto y algún día se avergonzarán ante sus hijos.

    La mañana del domingo transcurre plácidamente, mientras Pablo conversa con sus amigos, Luisa se ha instalado debajo del roble y está sentada en una silla plegable, muy apropiada para estas ocasiones. Pronto la acompañan otras mujeres dispuestas a charlar mientras disfrutan de la calidez de la mañana. Su amiga y vecina Berta inicia la conversación como otras veces, es de esas personas que hablan continuamente, en ocasiones habla sola, sus pensamientos al momento se convierten en palabras que transmite continuamente. Es difícil que te escuche, a no ser que se reclame su atención, aunque en esas ocasiones se queda mirando y antes de que la otra persona termine de hablar, ella ya está exponiendo sus conclusiones.

    –Pensé que no veníais –dice Berta a Luisa.

    –La verdad es que hasta ayer no me dijo Pablo que fuéramos a venir. Ya sabes como son de despistados estos hombres, he tenido que preparar la comida hoy mismo, antes de venir. No sabía que poner…

    –Yo he puesto lo de siempre, unos filetes empanados, pimientos verdes fritos y tortilla de patata, sin cebolla que en mi familia no le gusta a nadie. De postre he traído un melón que voy a llevar al río para que se mantenga fresco.

    Luisa dice que ella ha preparado lo que tenía previsto para la comida del domingo: ensalada de patata y bacalao. De postre, flan.

    –¿Has preparado bacalao a la vizcaína?

    –No, lo pongo como lo ponía mi madre en el pueblo.

    –¿De dónde eres?

    –Nací en un caserío, en Carranza.

    –Bueno, al grano, ¿cómo has puesto el bacalao?

    –Después de desalarlo, lo he rebozado con harina y huevo, lo he frito en abundante aceite, cuando estaba dorado lo he sacado y colocado en una cazuela de barro. En una sartén a parte he puesto aceite, añadido ajos, cuando estaban dorados he puesto pimientos rojos de bote, los he dejado que hirvieran unos cinco minutos y después se los he añadido al bacalao. Fácil y rápido.

    –Seguro que está bueno. Yo lo suelo poner a la vizcaína, con pimientos choriceros, pero la verdad que da trabajo y si lo pongo al pilpil, ni te cuento. Al pilpil lo suele hacer mi marido, yo no tengo paciencia. Lo de hacer la comida es el trabajo más penoso de la casa, te tiras toda la mañana trabajando y la comida desaparece en un visto y no visto. Aún así tengo que dar gracias a Dios de que mi marido y mis hijos tienen muy buen apetito y de momento están bastante sanos… toco madera porque las cosas pueden cambiar en un momento. Lo peor que le puede pasar a una familia como la nuestra es que el padre enferme, ¿qué hacemos?

    –Tienes razón, no pido otra cosa que salud. Cuando Pablo tuvo el accidente, no me quedó más remedio que mandar a Antón y Aurora con mis padres al caserío, vinieron hechos unos brutos y luego costó que se adaptaran a la vida de aquí. El maestro nos llamó para decirnos que Antón estaba a pelea diaria con los compañeros de clase. A Aurora le daba por no hablar con nadie, se quedaba sola en un rincón durante los recreos. Todo problemas.

    –¿Cómo le va ahora a Antón?

    –Tiene una edad muy mala, ya sabes, parece que siempre está en la inopia. ¿Sabes lo que le pasó en el pie?

    –Comentaron algo en el barrio, a parte que se nota que cojea.

    –Estuvo jugando al fútbol, siempre lo mismo, le había dicho que fuera a la cooperativa para comprar patatas que necesitaba y no se le ocurrió otra cosa que ponerse a jugar con los amigos, mira que le tengo dicho que obedezca, pues nada a lo suyo. Jugando se le salió el tobillo, como sabía que su padre le daría una paliza por no obedecer, no nos dijo nada y tampoco nos dimos cuenta de que tuviera dolor y de que cojeara, cuando fuimos al médico de la empresa quince días después, no había nada que hacer, ahora tenemos un Antón cojo. Además de ser un chico de poca fortaleza, cojo.

    –No parece un chico bruto, parece noble.

    –No, si cabeza tiene, pero es tozudo como un asno. No para de hacer renegar a sus hermanos.

    Antón se ha acercado al río para encontrarse con sus amigos, su hermana Aurora le acompaña. Encuentran a Ramulfo que les espera junto a su bicicleta.

    –¡Cómo habéis tardado!, llevo media hora esperando.

    –Es mi madre que es una pesada, no me deja en paz.

    –No seas quejica, mamá quiere lo mejor para nosotros.

    –Será para ti que eres su niña bonita.

    –Bueno, ¿qué hacemos? Nos bañamos o damos una vuelta con la bicicleta.

    –Mientras os bañáis vosotros, yo daría una vuelta con la bicicleta… si me la prestas –dice Antón dubitativo.

    Ramulfo agradece la posibilidad de quedarse solo con Aurora, es una chica guapa aunque demasiado modosita para su gusto.

    Antón sube a la bicicleta y se pone a pedalear con entusiasmo, su intención es dar un paseo para localizar a Sonia y la encuentra acompañada de sus hermanos gemelos que no la dejan ni a sol ni a sombra. Los tres están sentados en la hierba, juegan a las tabas. Juego de chicas.

    –¿Qué estáis haciendo? –pregunta Antón, con la intención de iniciar una conversación.

    –Ya lo ves, jugando a las tabas, –contesta uno de los chicos.

    El juego consiste en dar vuelta a las tabas que son los huesos que tienen en la rodilla los corderos. Los niños las obtienen de las escasas veces que en las casas se come cordero. Son de las patas asadas de los mismos, cuando hay una celebración, o cuando la familia del pueblo, que tiene rebaño, manda uno para ayudar a la manutención de los que han tenido que abandonar la hacienda para encontrar un trabajo que les permita sacar adelante a la familia. Generalmente las niñas pintan las tabas con esmalte de tonos  vivos y tirando una canica al aire tratan de dar vuelta a los huesos, los ponen de canto, gana la que primero lo consigue. A Antón no le parece un juego adecuado para un chico, no obstante se sienta junto a ellas y observa la canica que Sonia lanza al aire.

    –¿Quieres jugar? –le pregunta a Antón.

    –No sé jugar. Mi hermana sí sabe –contesta mientras coge al vuelo la canica con la que juega su amiga.

    –¿Qué haces? –Sonia intenta coger la canica que Antón retiene en su mano, de tal manera que trata de sujetarle el brazo lo que provoca que sus caras se junten. Por un momento se miran a los ojos y surge una fuerza invisible que retiene la mirada. El corazón de Antón se dilata, siente que no le cabe en el pecho, se paraliza. La voz de uno de los gemelos les hace volver a la realidad.

    –¿No vamos a seguir jugando?

    –Sí, claro –dice soltando el brazo de Antón, roja como un tomate.

    –¿Quieres que vayamos al río con Ramulfo y mi hermana? –dice Antón.

    –No puedo, mi madre me ha dicho que no me mueva de aquí, vamos a comer pronto y  tengo que ayudarla –contesta la chica.

    –¿Nos veremos después de comer? –insiste Antón.

    –A la tarde tengo que bailar con el grupo de danzas. Si vienes a verme, luego podríamos bailar juntos.

    –Ya sabes que no sé bailar, además con este pie… De todas maneras iré para verte, seguro que lo haces muy bien. ¿Te gusta estar en el grupo de danzas? Mi hermana dice que eso son cosas de nacionalistas, ella prefiere emplear el tiempo en otras cosas. Dibuja muy bien.

    –Fue mi padre el que se empeñó en que me apuntara al grupo de danzas, dice que es necesario mantener las tradiciones, somos un país pequeño y si queremos conservar nuestra identidad hay que aprender euskera, practicar el folclore, la cocina y formar mujeres fuertes que administren la casa y críen hijos fuertes y sanos.

    –Vamos que tu padre es sabinillo. ¿Coméis morokil para desayunar?

    –¿Me estás tomando el pelo? –dice Sonia–, ¿qué es eso?

    –Es maíz con leche, yo lo comía cuando

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