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Gringos,contras y sandinistas
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Gringos,contras y sandinistas

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La revolución sandinista de 1979 no consiguió instaurar un régimen pacífico capaz de redimir a Nicaragua. Muy pronto, después de haber tomado el poder, los sandinistas enajenaron el carácter democrático de la revolución y participaron con los cubanos en conflictos armados como el de El Salvador, hecho que les restó apoyo entre fieles admiradores internacionales.
Luego, con el ascenso de Ronald Reagan a la presidencia de EU, la política de Washington hacia el gobierno revolucionario se tornó intransigente. A ello se sumó el recrudecimiento de la oposición armada antisandinista.
Se produjo, entonces, una polarización interna y externa alrededor de una lucha encarnizada entre la revolución y la contrarrevolución. El largo y complicado proceso queda lúcidamente explicado en este libro, escrito por uno de sus protagonistas. Es un testimonio esencial para entender el devenir centroamericano.

LanguageEspañol
Release dateDec 5, 2017
ISBN9781370838721
Gringos,contras y sandinistas
Author

Donald Castillo Rivas

Donald Castillo Rlvas, economista nicaragüense, ha sido profesor e investigador durante 17 años en las universidades de La Habana, Chile y Nacional Autónoma de México. También fue director de los programas de economía en Chile y México. Es autor y coautor de varios libros, entre ellos Acumulación de capital y empresas transnacionales en Centroamérica, premio internacional de ensayo, Siglo XXI Editores, México, 1980; El capital: contenido, estructura y método, Editorial Universitaria, San Salvador, 1980; Centroamérica, más allá de la crisis, Ediciones SIAP-ONU, México, 1983; Change in Central America: Infernal en External Dimensions, Westview Press, Boulder y London, 1984. Fue un activista internacional contra la dictadura de Somoza y un protagonista de la guerra contra los sandinistas. Trabajó como embajador de Nicaragua en Colombia y ahora encabeza la misión diplomática de su país en Madrid.

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    Gringos,contras y sandinistas - Donald Castillo Rivas

    AGRADECIMIENTOS

    Tengo una deuda con muchas personas que hicieron posible este libro y con otras que generosamente me dedicaron su tiempo y sus conocimientos para mejorar las versiones preliminares. Mi gratitud en primer lugar a los combatientes de la contra, sin cuyo sacrificio no hubiese sido posible el espacio de libertad que se asoma en nuestro atribulado país.

    Los testimonios arrancados a relevantes protagonistas de la historia de Nicaragua fueron posibles por un derroche de paciencia de mis interlocutores a través de horas y días de grabaciones en circunstancias diversas: la jungla, las esperas en los aeropuertos, las horas de vuelo y la intimidad de sus hogares.

    El molesto trabajo de escribir y reescribir ideas, entrevistas, borradores y traducciones, en medio de grandes dificultades, se debe al entusiasmo de mi amiga y asistente Manné González. Mi esposa Lorena tuvo una paciencia infinita con la compulsividad y estados anímicos que el material escrito me imprimía. Marcela, mi hija, siempre me inspiró y estimuló para que terminara la obra.

    Escribir una historia tan desgarradora sobre la guerra civil de Nicaragua, siendo protagonista al mismo tiempo, era un desafío que traté de asumir con honestidad y patriotismo. Alfonso Róbelo, Xavier Zavala y Jorge Cárdenas leyeron el material y me dieron consejos invaluables para mejorarlo. Sin embargo, esto no justifica los errores y omisiones que entraña un trabajo de esta naturaleza y de los cuales soy el único responsable.

    Miami, Florida, Santafé de Bogotá, 1989-1992

    INTRODUCCIÓN

    Último día del despotismo y primero de lo mismo. Anónimo

    El 19 de julio de 1979 entraron a Managua columnas guerrilleras sandinistas, luego de una espectacular victoria popular sobre un ejército represivo de ocho mil hombres entrenados y equipados por los Estados Unidos. Habían pasado cerca de dieciocho años desde que el Frente Sandinista de Liberación Nacional, FSLN, iniciara una resistencia armada ininterrumpida a pesar de condiciones adversas, derrotas prolongadas, descabezamiento de sus principales dirigentes, luchas intestinas, marginalidad notoria en los asuntos políticos del país y persecuciones implacables de la Guardia Nacional y de los ser-vicios de seguridad de la dictadura somocista.

    El éxito insurreccional y las formas en que se decidieron los acontecimientos fueron obra de todo el pueblo nicaragüense, aunque el papel de vanguardia en la insurrección —y en las negociaciones políticas— correspondió al FSLN con el apoyo incondicional de casi todos los demás sectores del país. Por ello, desde los primeros momentos, los sandinistas se convirtieron en una fuerza hegemónica indiscutible.

    Aunque la victoria popular de 1979 constituía el hecho más relevante de la historia de Nicaragua y uno de los episodios trascendentales de los últimos años en América Latina, era evidente que la guerra no había terminado. El futuro de la revolución y la posibilidad de una nueva guerra civil dependía de cuatro variables íntimamente ligadas entre sí:

    1. la evolución de las alianzas entre diversas clases sociales y sectores del país que habían sido decisivas para derrotar a la tiranía;

    2. la capacidad de síntesis del FSLN para amalgamar a toda una sociedad atrasada, atomizada y dispersa, en un proyecto nacional;

    3. la lucha por el poder y el liderazgo entre los dirigentes del FSLN y

    4. Algunos factores externos, especialmente la política de los Estados Unidos hacia Nicaragua.

    Otros hechos significativos en el plano externo iban a producirse con especial intensidad. La revolución de julio de 1979 se dio, por un lado, en un contexto internacional de aislamiento de los Estados Unidos y de reveses a su política exterior bajo la administración del presidente Jimmy Cárter y, por otro, de un crecimiento de sentimientos anti-hegemónicos por parte de gobiernos latinoamericanos y europeos y de la opinión pública. En este marco, una revolución tercermundista —que salía triunfante en el traspatio de los Estados Unidos— contra una dictadura made in USA, resultaba funcional para expresar indirectamente ese resentimiento contra los norteamericanos, aunque para ello muchos líderes extranjeros alentaran un proceso de arbitrariedades en Nicaragua que no estarían dispuestos a admitir en sus propios países.

    La capacidad movilizadora y multiplicadora del proceso nicaragüense indujo a partidos y movimientos políticos locales y extranjeros a examinar sus concepciones sobre la insurrección popular y, entre otras cosas, obligó a los Estados Unidos a adoptar, al menos en los primeros tiempos, una política de cooptación y apoyo al nuevo gobierno (NA1).

    NA1 Incluso en la antigua URSS el entusiasmo por volver a revisar las viejas teorías de la revolución tercermundista se expresó oficialmente de manera destacada. El presidente de la Sociedad de Amigos Soviéticos con América Latina, Viktor Volski, llamó la victoria armada en Nicaragua el 'modelo' a seguir en otros países, mientras que Boris Ponomarev, el director del Departamento Internacional del Partido Comunista Soviético, incluyó a los países de Centroamérica por primera vez entre los del Tercer Mundo en que se operaban cambios de orientación socialista. Henry A. Kissinger, Informe de la Comisión Nacional Bipartita sobre Centroamérica, Mac Millan Publishing Company, New York, enero de 1984, p. 118.

    Por otra parte, la llegada al poder del Frente Sandinista abría la posibilidad de un avance sustancial en los procesos de liberación y democratización de algunos países de Centroamérica. Sin embargo, la política intervencionista de sandinistas y cubanos, en el seno de los movimientos revolucionarios del área, unida a graves y persistentes errores de los comandantes nicaragüenses, no sólo frustraría esas expectativas, sino que sería determinante para prolongar la guerra civil y el derramamiento de sangre en países como El Salvador.

    Desde el primer momento los sandinistas tomaron la decisión de enajenar el carácter democrático de la revolución. En la visión de los comandantes ésta era una opción casi obligatoria porque su ineptitud para hacerse cargo del aparato estatal los empujaba a buscar tutores en el exterior que garantizaran la consolidación del FSLN como partido único de la sociedad y, al mismo tiempo, amortiguaran la lucha por el poder entre los líderes de la organización.

    En esta perspectiva el papel de Cuba era determinante. Los cubanos ejercían una influencia decisiva entre los líderes sandinistas y el triunfo de la revolución nicaragüense era una reivindicación de la línea ortodoxa cubana de lucha armada para la toma del poder político en los países del Tercer Mundo. En síntesis, Nicaragua era un terreno fértil para la articulación de los intereses geopolíticos de Fidel Castro y la vocación totalitaria de los comandantes sandinistas.

    En adición a la simpatía nacional e internacional que disfrutaban los sandinistas, no encontraron competidores locales en la lucha por el poder. La burguesía tradicional y sus organizaciones políticas carecían de prestigio por sus antecedentes de complicidad con la dictadura somocista y sus excesos de arbitrariedad y lucro.

    Un sector democrático minoritario de esa burguesía desempeñó un papel importante para el derrocamiento de Somoza, pero no fue capaz de arrastrar tras de sí a toda la clase capitalista, que carecía de cohesión y de conciencia nacionales. Suplementariamente, había otra restricción fundamental: en Nicaragua: se comenzó a desarrollar tardíamente una sociedad civil (NA2), y por lo tanto, en el lenguaje y la experiencia de los nicaragüenses se daba como un axioma que el que tiene el poder es el que tiene las cañas huecas(NA3), expresión similar a la que en su momento planteara Mao Tse-tung a los revolucionarios de todo el mundo: el poder nace del fusil.

    NA2José Luis Velázquez, Nicaragua, sociedad civil y dictadura, San José, Costa Rica, Editorial Libro Libre, 1986.

    NA3Dicho popular que se refiere a la caña de azúcar que por su forma cilíndrica alargada, se asemeja al cañón de un rifle.

    Muy pronto el papel de Cuba se hizo determinante en la conducción del proceso nicaragüense. Con la participación de la Unión Soviética y otros países del bloque comunista, organizaron el ejército, los aparatos de seguridad y vigilancia, los mecanismos de control social (como los Comités de Defensa Sandinistas, que cumplían la clásica función de vigilancia, distribución de las cartillas de racionamiento, permisos para cambiar de vivienda, trabajo, salir del país, etc.), la estatización de los aparatos productivo y financiero, el control de los medios masivos de comunicación y la política exterior, entre otros.

    Paralelamente los sandinistas dieron rienda suelta a su vocación totalitaria, a través de la ejecución oficial de una política represiva y mimética, que tempranamente daría origen al surgimiento de una oposición político-militar interna. No obstante, a pesar de una marcada evolución despótica y genocida del régimen sandinista (especialmente en la Costa Atlántica del país), los gobernantes nicaragüenses siguieron gozando de amplio apoyo internacional.

    En los años que siguieron a la toma del poder por los sandinistas, se produjo una polémica sin precedentes sobre Nicaragua. El acceso del presidente Ronald Reagan a la Casa Blanca en 1981 y su política intransigente hacia el régimen de Managua, unida a un recrudecimiento de la oposición armada de los nicaragüenses antisandinistas, provocó, como era lógico, una polarización interna y externa alrededor de una lucha encarnizada entre la revolución y la contrarrevolución.

    Los patrones de referencia de esa dialéctica iban a dejar claramente establecido que ni los revolucionarios eran tales, ni la contrarrevolución suponía todo lo malo que de ella se esperaba. Así, mientras el FSLN avanzaba hacia una radicalización ortodoxa de extrema izquierda, los principios por los que habían luchado los nicaragüenses iban quedando relegados para dar paso, dentro de las filas sandinistas, a un auténtico somocismo de izquierda, con un conjunto de valores y principios esenciales de la vieja dictadura: restricción de libertades elementales, especialmente las de expresión, asociación y culto; corrupción administrativa y negación de los preceptos morales que se pretendían establecer en la sociedad nicaragüense; repetición de idénticos patrones y hábitos de conducta de los viejos militares somocistas por los nuevos comandantes de la revolución; entrega de la soberanía a nuevos interventores; mimetismo ridículo de otras experiencias revolucionarias y represión generalizada, incomparablemente más cruel que la del somocismo. En suma, la misma tiranía de la desigualdad.

    Por su parte la oposición antisandinista fue cambiando aceleradamente. Al contingente inicial de antiguos guardias nacionales, (guipados en Fuerza Democrática Nicaragüense, FDN, fueron agregándose campesinos, obreros, sectores de la clase media, burgueses que habían sido anti-somocistas destacados y desertores y disidentes de las mismas filas sandinistas. De esa manera, la estructura política de los contras iba cambiando radicalmente, como lo demuestran su evolución orgánica y ulterior transformación en la Unidad Nicaragüense Opositora, UNO, que reclutaría entre sus filas a personalidades incuestionablemente democráticas.

    Más importante aún, en este proceso, fue el surgimiento de la Alianza Revolucionaria Democrática, ARDE, integrada desde sus inicios por revolucionarios destacados y protagonistas importantes del sandinismo, antes y después del 19 de julio de 1979.

    ARDE fue la expresión de centro-izquierda dentro de la llamada contrarrevolución. Sus filas estaban compuestas por una masa eminentemente campesina y pequeño-burguesa urbana, pero su conducción ideológica oscilaba entre un auténtico sandinismo, que resaltaba el carácter nacional de la revolución, y un socialismo democrático, encabezado por una izquierda creativa, reclutada entre la intelectualidad que el FSLN había marginado y expulsado de sus filas.

    De los restos del naufragio político y militar de ARDE surgió el Bloque Opositor del Sur, BOS, y posteriormente la Resistencia Nicaragüense, RN, integrada por todas las fuerzas militares rebeldes y el exilio político que se oponían al FSLN. Fue un largo y complicado proceso que trataremos de explicar en estas páginas con la óptica de los que estuvimos viviéndolo desde adentro.

    Las contradicciones políticas alrededor del conflicto de Nicaragua se reflejaron de manera asombrosa en el mundo entero. Originaron una polarización en todos los países, entre los que por diversas razones defendían y justificaban al FSLN y los que lo detractaban. Al margen de las causas de ese fenómeno, lo cierto es que expresaban una lucha de ideas en el contexto de un mundo en crisis y reproducían la vieja dicotomía histórica entre lo real y lo imaginario.

    Los sandinistas, con una maestría singular, se presentaban como los mejores exponentes de nuestro pueblo y los herederos de las tradiciones revolucionarias del Tercer Mundo, cuando en realidad no eran ni lo uno ni lo otro. Los contras por antonomasia eran exhibidos como la escoria de la sociedad nicaragüense y el brazo armado de la CIA. Cosas que por lo demás tampoco correspondían a la realidad.

    Estos estereotipos impedían apreciar la dinámica de la crisis nicaragüense, en la cual la revolución oficial sandinista se transformaba aceleradamente en su antítesis, o sea en un sistema contrarrevolucionario y donde, simultáneamente, los contras evolucionaban a posiciones incuestionablemente revolucionarias, como era la aceptación casi unánime entre sus filas del llamado Programa original de la revolución de 1979 que derrocó a Somoza.

    En estas circunstancias, la relatividad de los conceptos y la ambigüedad de los contenidos hacían necesario un esfuerzo de precisión no sólo en cuanto al análisis histórico de ese proceso sino también para situar históricamente a cada protagonista en su verdadera dimensión. Por una parte, para reivindicar el carácter democrático de la lucha de los que resistieron al totalitarismo; por otra, para delimitar responsabilidades, sacar enseñanzas, y evitar que nuestra tragedia volviera a repetirse.

    Muchas de las cosas que se dijeron en el marco de una gran campaña propagandística promovida por los amigos de Cuba y la antigua Unión Soviética en todo el mundo, confundieron a la opinión pública y presentaron una falsa imagen de la oposición armada al sandinismo. La mayoría de las veces, simples hechos aislados sirvieron para desacreditar a toda una colectividad motivada por legítimas razones para luchar y exponer su vida en su propio país, en demanda de derechos humanos y libertades básicas.

    Este libro analiza los años turbulentos de la guerra de los contras desde la perspectiva de los que vivieron esa experiencia. Algunas de sus páginas fueron escritas inicialmente en el sitio y en el momento en que se desarrollaban los acontecimientos, porque el autor fue protagonista y cronista al mismo tiempo.

    En la mayoría de los capítulos se ha tratado de combinar la información y el análisis con el testimonio de los que consciente o inconscientemente hacían la historia. Los testimonios son producto de entrevistas que hice a los que tomaron parte en esta guerra, tanto en el orden político como militar. Están escritos en forma de relatos o monólogos y en algunos casos el autor de este libro aparece involucrado en las afirmaciones de los protagonistas.

    Además de la historia de los contras y las confesiones de sus personajes, en esta obra se analizan algunas características del nicaragüense en su dimensión política. Nuestra cultura y herencia políticas son, sin lugar a dudas, un complemento indispensable para entender la raíz de la crisis secular de Nicaragua. En este sentido el testimonio de Pablo Antonio Cuadra es invaluable. Se trata de alguien que sin ser un contra, ha sido una especie de conciencia crítica de la historia que nos tocó vivir.

    ORIGEN Y CAUSAS DEL SURGIMIENTO DE LA CONTRA

    Los primeros contras

    El caos era total y la desmoralización se había apoderado de casi todos. En esas circunstancias no vi más que dos opciones para las tropas que nos quedaban: salir del país a través de sus fronteras o deponer las armas y entregarnos a la Cruz Roja. Una pequeña columna, muy debilitada, quiso abrirse camino por la frontera norte y fue inmediatamente aniquilada. La posibilidad de marchar hacia el sur era nula porque por allí venían avanzando las fuerzas guerrilleras del comandante Edén Pastora. En cuestión de minutos la rendición se volvió lo único sensato (NA1).

    NA1 Entrevista a Emilio Echaverry, excoronel de la Guardia Nacional y último jefe de operaciones de la misma, quien desempeñaría un papel relevante en la conexión con el ejército argentino para la formación de los contras. Su testimonio, al igual que el de muchos personajes importantes de esa historia, forma parte de este libro.

    Esta confesión de uno de los protagonistas más destacados de la guerra entre los sandinistas y la antigua Guardia Nacional de Nicaragua expresa con dramático realismo el final de una historia, el comienzo de otra, o la continuidad de la misma, dependiendo del punto de vista de cada observador (NA2).

    NA2 El triunfo del sandinismo en 1979 y la desarticulación de la Guardia Nacional, o a la inversa, son dos aspectos de un proceso que se vio condicionado por un elemento históricamente recurrente: la intervención extranjera en los asuntos internos de Nicaragua.

    Desde julio de 1979 y durante gran parte de 1980, algunos grupos de la extinta Guardia Nacional que permanecían armados en territorio nicaragüense luchaban, mataban y morían, con el único propósito de sobrevivir en medio de una hostilidad generalizada. Eran bandas armadas que merodeaban por poblados y aldeas sin rumbo fijo y sin consignas.

    La mayoría de los exguardias carecían de una elemental visión política de sus acciones. Casi todos aspiraban a reconquistar sus privilegios perdidos, pero algunos integrantes de esos grupos buscaban redimirse históricamente (NA-3). Entre ellos llegarían a estar los Zebras, Sagitarios y Arieles, llamados así por los nombres de sus respectivas bases operacionales enclavadas en la frontera hondureña-nicaragüense.

    NA-³ Bosco Matamoros, Reseña histórica de un ejército rebelde, en Resistencia, N°. 1, San José, Costa Rica, 1987.

    Hacia finales de 1980 y comienzos de 1981, a los destacamentos iniciales de exguardias se unieron miembros de las Milicias Populares Antisomocistas, Milpas, que habían tomado parte en la insurrección contra la dictadura de Somoza y que se habían desencantado con el rumbo que tomaba el nuevo gobierno o simplemente porque no eran parte importante en las nuevas estructuras impulsadas por los sandinistas.

    Los Milpas eran disidentes de una causa por la que habían expuesto sus vidas y que los había defraudado. Sin lugar a dudas puede afirmarse que fueron los pioneros en la crítica social al sandinismo por medio de las armas, o en otras palabras, la primera expresión político-militar de la contra.

    Es muy difícil imaginar la convivencia entre dos segmentos antagónicos de una sociedad polarizada como eran los exguardias y los que los combatieron, pero algunos sobrevivientes sostienen que les tenía sin cuidado si el compañero que tenían al lado era guardia o exsandinista. Lo que importaba era que tuviéramos la disposición de luchar contra el sandinismo, que era el enemigo común. Nuestras relaciones eran muy buenas (NA 4) .

    NA 4Entrevista a Luis Fley González (comandante Johnson), quien participó en la revolución antisomocista y se incorporó a la contra en junio de 1981, cuando ya estaba desencantado del nuevo gobierno nicaragüense. Al preguntarle a Johnson sobre las motivaciones que lo llevaron a tomar nuevamente el camino de las armas, contestó con una serie de razones personales y políticas, en las que el factor ideológico no aparecía suficientemente claro, pero donde la frustración de sus expectativas era evidente.

    Otros testigos recuerdan momentos cruciales de gran contraposición en los inicios. Discusiones cargadas de rencor y recriminaciones eran temas obligados cuando se producían encuentros entre ex-sandinistas y exsomocistas.

    La práctica, el sentido común, o la anarquía de los primeros tiempos hizo más fácil una separación de estos grupos en diversas zonas de una misma región. Así mismo, el descontento con el régimen de Managua —cada vez mayor entre refugiados y exiliados—, fue un factor que relegó a un segundo plano las diferencias entre los contras y les permitió planear pequeñas operaciones conjuntas o coordinadas.

    La lucha entre estos grupos irregulares y las fuerzas oficiales del gobierno de Managua fue creciendo hasta adquirir proporciones de una guerra convencional que arrojaría decenas de miles de cadáveres. Pero en los primeros tiempos, 1979 y gran parte de 1981, los contras eran unos pobres fugitivos que buscaban llegar a la frontera con Honduras para obtener refugio y esporádicamente volver a internarse a territorio nicaragüense donde sostenían algunas escaramuzas con los sandinistas (NA 5).

    NA 5 Hay diferentes interpretaciones acerca de la posibilidad real de reducir o eliminar la insurrección campesina en esa época. Para algunos autores, como Shirley Christian, la contra era una pequeña molestia que convenía a los sandinistas para representar el papel de víctimas de los norteamericanos. Para los sandinistas, con una lógica dogmática, el enfrentamiento era inevitable hasta llegar a su máxima expresión entre los pequeños herederos de Sandino y el mayor imperio del planeta. Los contras opinaban otra cosa: la guerra con su extensa base social era una forma de autodefensa y rechazo tácito a la intervención de cubanos y soviéticos que pretendían cambiar, por medio de la violencia y el sometimiento, los valores principales de los nicaragüenses.

    Esos grupos a menudo se vinculaban con campesinos independientes que se habían alzado con escopetas y machetes porque el gobierno les había expropiado sus parcelas o bien los obligaba a vender sus animales o entregar sus cosechas.

    A veces se trataba de familias campesinas completas que deambulaban hasta encontrarse con otros grupos armados que bien podían ser exguardias o Milpas. De hecho estos tres grupos sociales integraron los primeros contingentes de los contras, a los que se agregarían más tarde los indígenas de la Costa Atlántica de Nicaragua.

    En una etapa inicial la contra pudo ser una opción descartable si los sandinistas hubiesen aplicado medidas políticas y militares apropiadas, pero cometieron dos grandes errores. Por una parte, hostigaron a los campesinos con un revanchismo inusitado y, por otra, diseñaron una estrategia militar equivocada.

    Influidos por sus asesores cubanos, los comandantes nicaragüenses vivían obsesionados ante una hipotética intervención militar norteamericana en las ciudades. Ese supuesto peligro los obligó a dedicar todos sus recursos a la preparación de un enorme ejército regular, mientras subestimaban la capacidad de la insurgencia campesina.

    Incluso antes de que las fuerzas antisandinistas hubieran lanzado sus ataques durante meses, los sandinistas sólo se quejaron cuando aquello podía serles de utilidad desde un punto de vista político. Si querían ganarse la simpatía tenían que quejarse de que se había puesto en marcha una contrarrevolución. Por otra parte, calificaron los ataques como insignificantes, una ligera molestia para las zonas rurales afectadas. La mayor parte de las acciones de respuesta se dejó en manos de las fuerzas de la milicia local, formadas a principios de 1980 bajo el mando nacional de Edén Pastora(NA 6).

    NA 6 Shirley Christian, Nicaragua: revolución en la familia, Barcelona, Editorial Planeta, 1986, p. 205.

    Simultáneamente, en 1980 la presencia de internacionalistas del bloque soviético-cubano se hizo evidente en la conducción del proceso nicaragüense y comenzaron a exiliarse algunos ex sandinistas relevantes. Como resultado lógico también empezaron a definirse proyectos insurreccionales en el exterior. Sin embargo, el ambiente internacional no era favorable para las acciones antisandinistas y la herencia política de casi medio siglo de dictadura impediría a los contras elaborar una alternativa coherente al régimen de Managua, que para esa época contaba con el asesoramiento más sofisticado del campo soviético en todas las áreas de actividad.

    Enrique Bermúdez, el jefe militar más importante de los rebeldes, diría años más tarde que organizar algo contra una revolución que tenía tantas simpatías a nivel mundial, como la sandinista, parecía entonces una idea descabellada (NA 7).

    NA 7 Xavier Arguello, Entrevista a Enrique Bermúdez, en Resistencia, No. 2, San José, Costa Rica, septiembre-octubre, 1987.

    Un primer experimento de organización político-militar integrado por civiles y oficiales de la antigua Guardia Nacional se intentó infructuosamente a mediados de 1980. En esa época la Legión 15 de Septiembre dirigida por ex coroneles somocistas y civiles que no habían estado asociados a la dictadura, formaron la Alianza Democrática Revolucionaria Nicaragüense, Adren.

    Los líderes militares de la nueva organización eran los ex coroneles Guillermo Mendieta, Enrique Bermúdez y Pablo Emilio Salazar. Los civiles José Francisco Chicano Cardenal, Orlando El Negro Bolaños y los hermanos Edmundo y Fernando Chamorro (este último se había quedado en Nicaragua conspirando contra los sandinistas).

    Muy pronto esta asociación se fracturó. Los civiles desconfiaban de los exguardias y estos últimos de los civiles. Además, las rivalidades personales, las ambiciones de poder y la lucha por el liderazgo, endémica a lo largo de toda la experiencia de la contra, condujeron a la desaparición de Adren en noviembre de 1980.

    La ruptura del primer proyecto unificado de los que en ese momento formaban la contra, dio origen por un lado a la reactivación de la Legión 15 de Septiembre de los exguardias y por otro, a la creación de la Unión Democrática Nicaragüense, UDN, dirigida por Chicano Cardenal, Edmundo Chamorro, Gastón Lacayo y otros. El brazo militar de la UDN se denominó Fuerzas Armadas Revolucionarias Nicaragüense, FARN, dirigido por Orlando Bolaños y los hermanos Edmundo y Fernando El Negro Chamorro. En el futuro este movimiento contra se conocería como UDN-FARN.

    La UDN-FARN nunca constituyó una amenaza seria para los sandinistas. Se asoció en diversas oportunidades con todas las otras organizaciones de la contra, pero jamás pudo consolidarse. Su prolongada agonía hasta su desaparición sólo fue posible por el prestigio de su máximo dirigente, Fernando El Negro Chamorro (NA 8).

    NA 8 Fernando El Negro Chamorro fue un destacado político conservador antisomocista. Participó en todas las alianzas entre los grupos de la contra, pero nunca pudo liderar a los antisandinistas. Fue un hombre de gran valor personal, pero con ninguna capacidad militar. En la época en que tuvo mayor influencia en la UNO-FDN fue recibido por el presidente Ronalcl Reagan junto con otros líderes contras. Finalmente lo aislaron, enfermó y fue abandonado por sus antiguos aliados y por el gobierno norteamericano en un hospital de Costa Rica.

    Tanto la Legión 15 de Septiembre como la UDN-FARN, hicieron contactos por separado con agentes de la inteligencia militar argentina que ofrecieron ayuda a cambio de información y apoyo para detectar y cazar guerrilleros Montoneros, que desde el triunfo de la revolución tenían en Nicaragua su centro de operaciones (NA 9).

    NA 9 Enrique Bermúdcz, en la entrevista citada con Xavier Arguello dice: Los que andaban en Centroamérica por esa época eran agentes de la Inteligencia argentina, buscando información sobre los 'Montoneros' que se habían trasladado a Nicaragua. Los militares argentinos querían información y nosotros necesitábamos apoyo. De ello resultó una asociación, en la que a cambio de los detalles que les podíamos proporcionar, ellos comenzaron a ayudar. A raíz de esa ayuda pasamos a organizar áreas de acción, que nosotros conocíamos como bases operacionales, de 50 a 70 hombres cada una, equipados con armas semiautomáticas, sobre todo fusiles MINI-14. Desarrollamos 5 Bases Operacionales: 'Zebra', 'Sagitario', 'Pino', 'Nicarao' y 'Ariel'. También estaba el proyecto 'Fénix' de los indios miskitos de la Costa Atlántica.

    Los dos grupos empezaron a preparar acciones militares en pequeña escala en forma separada e iniciaron el reclutamiento de grupos irregulares y otros refugiados y exiliados que llegaban a Honduras. Por su parte los militares argentinos comenzaron a preparar en su país a los primeros cuadros militares de la contra mediante cursos de inteligencia y contrainteligencia.

    El 11 de agosto de 1981, bajo presión de los argentinos, la Legión 15 de Septiembre se convirtió en la Fuerza Democrática Nicaragüense, FDN, en Tegucigalpa, Honduras. Como las divisiones entre los exguardias y la UDN-FARN persistían, los promotores argentinos amenazaron con suspender la ayuda si no se lograba la unidad entre ambos grupos. Debido a esto, antiguos adversarios acordaron trabajar unidos.

    Una vez integradas la UDN-FARN y la FDN, los argentinos intentaron repartir los mandos políticos y militares en forma equilibrada entre exguardias y civiles (NA 10).

    NA 10 Nosotros diseñamos nuestra organización militar hasta el nivel de Estado Mayor, mientras hacíamos esfuerzos para que personalidades y partidos políticos formaran un Directorio. Claro, al comienzo nadie se quería quemar con nosotros. Nos consideraban guardias somocistas (...) A pesar de todo, logramos montar un primer Directorio formado entre otros por Aristides Sánchez, Juan Francisco 'Chicano' Cardenal, un líder sindical llamado Mariano Mendoza, que en lugar de quemarse nos quemó a nosotros, y varios más. Pero con la excepción de Aristides, ninguno aguantó el ácido. Xavier Arguello, op. cit.

    Muy pronto, se frustrarían una vez más esos esfuerzos. A los males intrínsecos de tipo personal entre los líderes nicas se sumaría más tarde la presencia de la CÍA, que confió la administración del proyecto militar a Enrique Bermúdez, quien a su vez logró desplazar a todos sus posibles competidores, incluyendo a sus antiguos camaradas de armas.

    La política norteamericana hacia Nicaragua en los primeros años de la revolución sandinista

    El triunfo popular revolucionario del 19 de julio de 1979 pareció significar el final de una época de guerra, exilio, pobreza y sufrimiento para los nicaragüenses. Las consignas de pluralismo político, no alineamiento y economía mixta parecían axiomas incontrovertibles.

    El respaldo generalizado al nuevo gobierno surgido de la revolución popular fue algo asombroso. Recursos económicos, solidaridad internacional y ayuda tangible en todas sus manifestaciones, fluyeron a Nicaragua como nunca antes en toda su historia.

    En los 18 meses siguientes al triunfo revolucionario, el presidente de los Estados Unidos, Jimmy Cárter, dio muestras de amistad a los nuevos gobernantes de Nicaragua. No los agredió, sino que los apoyó otorgando el voto norteamericano a favor de Nicaragua en todos los organismos multilaterales.

    Durante poco más de dos años, Larry Pezzullo, embajador de los Estados Unidos en Nicaragua desde 1979, hizo todo cuanto estaba a su alcance para mejorar las relaciones entre ambos países y moderar a los nueve comandantes de la cúpula sandinista que hacían gala de un antinorteamericanismo exagerado (NA 11).

    NA 11 Los comandantes sandinistas y sus órganos de propaganda estaban presentando de repente a los Estados Unidos como el principal culpable de todo lo que encontraban mal en el mundo. Esa actitud de odio hacia los norteamericanos que surgió después de la insurrección sorprendió a los funcionarios estadounidenses porque antes habían creído que los jefes del Frente Sandinista no eran especialmente antiyanquis. Shirley Christian, op. cit., p. 149.

    La gestión del embajador de los Estados Unidos fue decisiva para conseguir asistencia y ayuda para Nicaragua en mayor proporción que la que se daba a otros países.

    Había comenzado el 28 de julio cuando Pezzullo llegó con un avión de transporte cargado de víveres y medicinas. Siguieron varios vuelos similares. También les llegó ayuda financiera en los primeros días, en parte reprogramada, en parte como una garantía de emergencia, y parte resucitada de fondos ya concedidos y aprobados pero que no fueron entregados durante la época de Somoza. Conseguir esos fondos fue un tributo a la habilidad de Pezzullo.

    En los 18 meses siguientes al triunfo revolucionario en Nicaragua, los Estados Unidos autorizaron 118 millones de dólares de ayuda bilateral (NA 12).

    NA 12 Véase el artículo de Lawrence E. Harrison We Tried to Live with the Nicaraguan Revolution en The Washington Post del 30 de junio de 1983. Harrison desempeñó el cargo de director de la AID en Nicaragua y administró la ayuda de algo más de 118 millones de dólares.

    Al mismo tiempo los norteamericanos apoyaron un flujo de recursos de 1.552 millones de dólares de instituciones financieras internacionales y el refinanciamiento de la deuda externa nicaragüense con bancos privados extranjeros (NA 13).

    NA13 Información oficial de la División de Planificación, Estudios y Control, Fondo Internacional para la Reconstrucción, Managua, 1982.

    Aunque Nicaragua se convirtió desde el 19 de julio en el cuartel general de varios movimientos guerrilleros latinoamericanos y de los grupos insurreccionales y clandestinos del mundo entero (NA14), las evidencias que requería el gobierno, la prensa y el Congreso norteamericanos para sancionar económicamente a los sandinistas eran insuficientes en 1979 y 1980.

    Los primeros datos del año 1980 sobre la exportación de la revolución sandinista fuera de sus fronteras habían sido bastante discutibles: información de tercera mano no identificada con claridad, nada de fotos, nada de documentos (NA 15).

    NA 14 Los más destacados eran: FMLN de El Salvador, Montoneros de Argentina, ETA de España, MIR de Chile, Organización para la Liberación de Palestina, OLP, y otros. En el caso del FMLN, ni el gobierno sandinista ni los líderes guerrilleros salvadoreños ocultaban el hecho de que tanto su cuartel general como la clandestina Radio Venceremos operaban desde Managua y las inmediaciones del volcán Cosigüina frente a las costas de El Salvador.

    NA 15 Bod Woodward, Veil: Las guerras secretas de la CIA, 1981-1987 Barcelona., Ediciones B., 1987, p. 103

    Tendrían que ocurrir sucesos incontrovertibles acerca del apoyo oficial de

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