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Antropología y antropólogos en el Perú
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Antropología y antropólogos en el Perú

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Por su antigüedad, magnitud e influencia, la comunidad académica peruana de antropología es la más consolidada de la región andina. Sus antecedentes se remontan a la temprana institucionalización de las ciencias sociales a partir de mediados de los años cuarenta. Desde entonces hasta la década de 1980 llegó a esbozarse como una comunidad académica antropológica que logró tender puentes entre las diversas brechas de orden regional, étnico y de clase de sus miembros, articulados alrededor del paradigma andinista. ¿Qué ha ocurrido desde entonces? Precisamente este libro se interroga sobre el impacto que la modernización neoliberal de los noventa tuvo sobre esta comunidad académica que por entonces se consolidaba o replegaba en las universidades peruanas. Estudia los impactos generados por la implementación de dichas reformas, así como algunos aspectos específicos, tales como la variación de los contenidos en los planes curriculares, la calidad de la enseñanza, la expansión de los saberes hegemónicos, la tecnocratización de la investigación, las presiones privatizadoras y los intentos de rearticulación de una comunidad antropológica crítica de parte de docentes y estudiantes.

LanguageEspañol
Release dateDec 4, 2015
ISBN9789972515521
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    Antropología y antropólogos en el Perú - Carlos Iván Degregori

    Capítulo 1

    Universidad y neoliberalismo en el Perú

    NOS DICE EL HISTORIADOR CARLOS CONTRERAS (2004: 214) que el siglo veinte peruano ha sido el siglo de la educación en el Perú. Nunca antes se puso un empeño tan vasto en abrir escuelas, colegios y universidades en las diversas regiones del territorio nacional. Iniciativa que corrió más de lado del Estado, que de los sectores privados o la ‘sociedad civil’.

    Y razón no le falta. El acceso a la escuela creció en el Perú desde inicios del siglo XX, pero se aceleró explosivamente desde 1950. Primero, se masificó el acceso a la escuela primaria, lo que dio lugar a la reducción del analfabetismo y la generación de nuevas expectativas en zonas rurales: un camino viable hacia el progreso parecía hacerse realidad para amplios sectores a partir de la expansión de la cobertura educativa.

    La tasa de analfabetismo se redujo drásticamente en el medio siglo que va de 1940 a 1991. Antes en las ciudades, pero luego también en el campo; primero entre los varones, luego también entre las mujeres. Pero la alfabetización de ninguna manera fue el límite. A partir de las décadas de 1950 y 1960, el auge escolar comenzó a tocar las puertas de la educación secundaria. En un principio encontró respuesta a través de la construcción de las llamadas grandes unidades escolares y la asignación de un porcentaje creciente del presupuesto nacional al sector educación.

    Parafraseando a Karl Polanyi, podríamos decir que este proceso significó una gran transformación cultural en el Perú. Los peruanos en general, y en especial los sectores pobres y rurales, depositaron sus esperanzas y dedicaron esfuerzos a hacer realidad el denominado mito de la escuela, es decir, lograr movilidad social —lo que en el lenguaje cotidiano significa superación— a través de la educación (Wilson 2001). La fuerza de ese mito llevó en las décadas siguientes a una masiva presión para ampliar la educación universitaria.

    En poco más de cinco décadas, de 1950 a 2005, las universidades crecieron de 6 a 82, lo cual significa un aumento total de 1367%. Las universidades públicas aumentaron de cinco a 35, incrementándose en un 700%, mientras las universidades privadas se elevaron de 1 a 47, lo cual significa un incremento de 4700%. La población estudiantil pasó de 30.012 en 1960 a 498.502 en el año 2003, habiendo aumentado en un 1656% (MINEDU 2005: 58).[1]

    La expansión de la cobertura universitaria produjo así una recomposición social del rostro estudiantil, que pasó de su expresión tradicional cercana a los sectores oligárquicos y de clases medias urbanas y de provincias, a estar mayoritariamente conformado por migrantes o hijos de migrantes provincianos, mestizos y cholos, tanto en Lima como en las principales ciudades del interior del país. Pero en la medida en que la emergencia de nuevas demandas sociales redefinía la relación tradicional entre universidad y sociedad y recomponía el rostro de los universitarios, la ausencia de un proyecto acorde con estas demandas se expresó en lo que Lynch (1990) denominó masificación sin proyecto, sobre todo a partir de la década de 1970.[2] Lo peculiar del caso peruano fue que a medida que crecía el acceso a la universidad, el fracaso del proyecto nacional enarbolado por el gobierno militar (1968-1975) y la ineficacia del Estado en atender esa marea juvenil terminaron limitando el ascenso y formación de una élite cultural, política y económica que expresara los intereses de estos sectores emergentes.

    Gráfico 1

    Perú: Evolución del número de universidades, 1955-2005

    18770.jpg

    Fuente: ANR 2004

    Elaboración: Oficina de Coordinación Universitaria-MINEDU.

    En efecto, el gobierno militar del general Velasco Alvarado promulgó en febrero de 1969 el decreto ley 17437, disponiendo cambios en el sistema universitario.[3] Estas medidas, dadas en un contexto de efervescencia nacionalista en el país, fueron el último intento del Estado por responder a la democratización en el acceso a la educación superior y plantear un proyecto de desarrollo universitario en el Perú. La nueva ley tenía como uno de sus objetivos reorientar el crecimiento desmesurado del sistema universitario, así como controlar la amenaza que suponía la emergencia de una revuelta comunista en el contexto de la Guerra Fría.

    Así, el proyecto universitario del gobierno de las fuerzas armadas se ubicaba dentro de un marco nacionalista, aunque con un marcado carácter autoritario y corporativo, que desencadenó resistencias y desconcierto entre los estudiantes, favoreciendo el desarrollo de posiciones radicales. En 1972 se suspendió el decreto ley 17437 y se promulgó la Ley General de la Reforma de la Educación (decreto ley 19326), que restituía la autonomía a la universidad. Sin embargo, al no promulgarse el estatuto que debía normar dicha ley a causa de la inoperancia del Consejo Nacional de la Universidad Peruana (CONUP), los enfrentamientos dentro de las universidades así como entre éstas y el gobierno, el decreto ley 19326 nunca llegó a aplicarse plenamente, acentuándose las deficiencias del sistema universitario estatal. En este escenario, la universidad privada no se vio directamente afectada por las políticas educativas, lo que le permitió mantener mejores estándares educativos.

    1. La crisis de la universidad pública

    De esta forma, cuando el gobierno militar entró en crisis a fines de la década de 1970, el grueso de estudiantes y docentes percibió la crisis universitaria y la crisis del régimen militar —bajo el influjo del lenguaje político del marxismo-leninismo— como parte de la crisis misma del sistema. Es decir, la crisis universitaria fue vista como resultado de las condiciones de desigualdad que vivía el país, más que como efecto de la inadecuación de modelos de universidad a la realidad peruana. Esta situación fue generando una fuerte percepción de exclusión entre docentes y estudiantes universitarios, los cuales irían radicalizando sus discursos y prácticas políticas. Pero es necesario decir algo más del contexto universitario de esos años.

    El proyecto modernizador impulsado entre los años cincuenta y sesenta en el Perú se caracterizó por un conjunto de transformaciones que benefició a grandes grupos sociales, dentro de un amplio proceso de movilidad social. Sin embargo, esta apertura agotó prontamente sus mecanismos de incorporación y terminó reforzando los procesos de diferenciación social. Por ejemplo, el acceso a la educación básica y universitaria, entendido en un principio como un dispositivo de ascenso social y éxito, se convirtió en este contexto en un espacio de reproducción de la exclusión y la desigualdad. Entonces, la desvirtuación del efecto democrático en el acceso a la educación promovió la estratificación del propio sistema educativo en circuitos de desigual calidad.

    Fue así que, desde la década de 1950, asistimos a un rápido e inesperado incremento en el número de estudiantes universitarios, tendencia que se contrapuso a la decreciente inversión estatal en la educación pública, y peor aún, a la limitada capacidad de absorción de profesionales por parte del mercado laboral, el cual ya privilegiaba a aquellos egresados de universidades privadas. Este inestable marco institucional favoreció la producción de discursos antisistémicos que coincidieron históricamente con cambios y procesos internos del propio sistema universitario. Nos referimos a la radicalización ideológica bajo el influjo del vocabulario de la cultura política marxista-leninista, y la consolidación de identidades y prácticas corporativas-gremiales en docentes y estudiantes universitarios, que fueron determinantes para acelerar o retraer la difusión de dichos discursos radicales. A la larga, esto permitió que las aulas universitarias se convirtieran en espacios altamente precarios y politizados, propicios para el establecimiento de relaciones de clientelismo y violentas, proceso que se podría definir —decía en 1961 el entonces rector de la Universidad de San Marcos, Luis Alberto Sánchez— como el de un lento suicidio (Sánchez 1961: 14).

    Ya en la década de 1980, la nueva Ley Universitaria 23733 de 1983, promulgada durante el gobierno de Fernando Belaúnde (1980-1985), anuló el decreto ley 17437 de 1972 pero no logró superar los problemas de carencia de infraestructura, masificación, empobrecimiento académico y radicalización política, presentes en casi todas las universidades públicas. Al contrario, profundizó la brecha entre la calidad educativa del sistema público y la del privado, siendo percibida por los estudiantes de las universidades públicas como una forma de privatización, pues recortaba algunas conquistas de la antigua reforma universitaria, así como otras conquistas de los últimos años. Ofrecía, además, la instauración de un régimen de facultades, preservando los rasgos del sistema de departamentos académicos fomentado por el decreto ley 17437 e impedía la participación estudiantil en el cogobierno universitario y en la formulación de políticas de extensión universitaria y proyección social.

    De esta manera, la masificación sin proyecto, la crisis del sistema de industrialización por sustitución de importaciones (ISI) y la violencia política iniciada en 1980 por Sendero Luminoso (que tuvo uno de sus epicentros en las universidades públicas), terminaron generando el colapso del sistema educativo y en especial del universitario

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