Ventanas del alma
By Jaleta Clegg
3/5
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About this ebook
Este maravilloso libro de Jaleta Clegg comprende cuentos de ciencia ficción y fantasía que intrigarán al más imaginativo lector y fascinarán a los amantes del género. Con personajes entrañables y discusiones sobre la moralidad, el poder, el amor y el conocimiento, es una lectura amena e interesante.
Jaleta Clegg
I love telling stories ranging from epic space opera to silly horror to anything in between. I've had numerous stories published in anthologies and magazines. Find all the details of my space opera series at http://www.altairanempire.comFor the latest updates on my stories, check out my webpage at http://www.jaletac.comMy current day job involves teaching kids to play the piano. I also love piecing quilts together, crocheting tiny animals, and watching lots of bad 80s movies.
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Ventanas del alma - Jaleta Clegg
Ventanas del alma
¿Qué encontrarías si pudieras ver dentro del alma de una persona?
Los ojos son las ventanas del alma.
Los labios de Blake se torcieron en una sonrisa irónica.
Nuestro filósofo.
Talbot alzó su pequeña taza de café turco en el aire.
¿Exactamente a qué te refieres con eso?
Jim preguntó, ignorando a Talbot y reclinándose aún más sobre la diminuta mesa.
Blake desplazó sus ojos hacia Jim, un hombre viejo que estudiaba la estulticia de la juventud.
Jim lo retó con su mirada, desafiándolo a contestar, demandando un trato de iguales.
Es simplemente algo que escuché hoy en el bazar.
Blake giró su mirada de tedio a la bailarina que, sinuosa, tejía magia en la bochornosa noche.
Blake escucha todos los rumores raros de los nativos,
Talbot dijo. Su problema es que cree lo que dicen. He pasado demasiado tiempo aquí, viejo camarada.
Apuntó a Blake, quien lo ignoró.
Blake le lanzó una mirada molesta que luego tornó hacia Jim. ¿Qué si verdaderamente pudieras ver dentro del alma de alguien? ¿Lo harías?
Relájate, Jimmy-boy.
Talbot le dio un codazo al más joven. Toma algo.
Vertió más del viscoso café en la taza de Jim. Paganos. Sin alcohol,
murmuró con un suspiro.
Blake ignoró a Talbot mientras que miraba el rostro infantil de Jim. ¿Querrías ver la oscuridad que acecha en tu propia alma, o que los demás revelaran la suya?
No hay cosa en mi corazón de la que me avergüence.
Jim se golpeó el pecho con un puño.
¿Estás seguro?
Jim asintió, a pesar del dejo de incomodidad que reptó a través en su cuello.Era como si Blake casi pudiera leer su mente y ver su alma a través del calor y la fragante oscuridad.
Panda de pijos, si me preguntáis, lo cual ninguno de ustedes está haciendo.
Talbot terminó su café y en un arrebato se puso de pie, sus rodillas tronando a la par del movimiento. Sentarse en el suelo a tomar esa basura es para las minas. Me voy a la camita-adiós.
Blake y Jim no se imutaron ante la partida de Talbot . La música pulsaba alrededor de ellos, tejiendo un hechizo seductor, haciendo que la magia se materializara en la profunda noche violácea. El aroma empalagoso de los brotes tropicales se cernía sobre el café. La bailarina se zigzagueó entre las mesas, las delicadas bufandas ondeando alrededor de ella como las polillas que plagaban las mezquinas velas.
No todo el mundo esconde maldad, Blake. Hay gente inocente en este mundo.
¿Las hay?
La sonrisa sardónica regresó y los ojos impenetrables de Blake.
¿Qué dices de los niños?
Jim presionó, ahora defensivo por razones en las que no deseaba indagar. ¿O ella?
apuntó a la bailarina. Su rostro parecía joven a través del velo y sus ojos inocentes como los de un cervatillo. No debe ser mayor que mi hermana. ¿Qué secretos oscuros acecharán en su alma? Yo diría que ninguno.
Jim se reclinó, con la barbilla alzada en un gesto desafiante y obstinado.
Creo que te sorprenderías,
Blake dijo. ¿Si pudieras ver dentro de su alma, tomarías la oportunidad?
Es hipotético, de todas maneras. No hay manera en la que se pueda escudriñar el alma de alguien. ¿Los ojos son ventanas? Estupideces.
Blake sólo sonrió. Una de sus manos se hundió en su bolsillo y extrajo un pendiente, extrañamente elaborado. Brilló a la luz de la vela. Blake lo tendió en la mesa, justo entre ellos. Un amuleto que me dio un hechicero del bazar. Supuestamente abre las ventanas que están en los ojos para ver dentro del alma.
Qué desperdicio. Todos los hechiceros son fraudes.
La voz de Jim tembló con una vacilación traicionera que revelaba sus dudas.
Entonces no te afectará intentarlo.
Jim se acercó y luego titubeó. La música pulsó a través de él, los tambores golpeando y las voces gimiendo. Como un corazón latiendo en secreto, rodeando por tinieblas, pensó. Cosas extrañas le habían pasado desde que había abandonado la fastidiosa seguridad de su vida en casa, por la emoción de las aventuras en las afueras. Blake había experimentado eso mucho antes. Blake, además, creía en lo insólito. Solían burlarse de él en las barracas por ello. Pero ahora, aquí, bajo la magia de la música, la luz intermitente de las velas y las flores fragantes, parecía que repentinamente todo fuera posible y no del todo gentil. La mano de Jim se detuvo vacilante sobre el amuleto.
¿Tienes miedo?
Blake se burló afable. Quizás la inocencia es más evasiva de lo que crees.
Jim tomó el amuleto, asiéndolo firmemente como para sacarse así la duda. Hay más gente inocente de la que crees, Blake.
Quizás, quizás no.
Blake sacudió la cabeza restándole tuviera importancia. Una advertencia: Ya que hayas utilizado el amuleto, nunca podrás ser el mismo.
¿Y eso qué significa?
Blake se encogió de hombros. El hechicero que me vendió el amuleto era un gran filósofo.
Jim giró el pendiente sobre su mano. Lucía corriente, tenía forma de ojo, estaba hecho de estaño y decorado con piedras de río mal pulidas. Lo consideró un ornamento de mal gusto. Bucles de caligrafía se retorcían alrededor del borde exterior y sus letras se sacudían en la luz titilante.
¿Lo has utilizado?
Jim inquirió. Quería dejarlo caer sobre la mesa y olvidar la conversación; pero la idea de que se burlaran de él por cobarde, por estar asustado de hechicería charlatana, hizo que lo sostuviera con más vigor.
He visto suficientes almas,
Blake contestó.
Es un desperdicio, pura palabrería, por supuesto,
Jim manifestó, intentando de sonar valiente.
Por supuesto,
Blake murmuró.
Jim apartó la vista del amuleto y encontró a la bailarina frente a él, en su mesa, arrodillada con elegancia. El ritmo de la música aumentó y el gemido de un nuevo intérprete prevaleció en el aire nocturno.
Voy a probar que no funciona.
Su mano tembló ligeramente mientras sostenía el amuleto más cerca de la vela en la mesa.
Si estás tan seguro de que no funcionará, ¿a qué le tienes miedo?
Blake se reclinó entre las sombras de la noche y una oscuridad más profunda enmascaró su rostro. Sus palabras cobraron un sentido escalofriante en cuanto se mezclaron con con los gemidos palpitantes de la música. El perfume de las flores intensificó su pesadez e el caliente aire nocturno se tornó más sofocante.
Hay gente inocente, Blake,
Jim contestó con terquedad.
Blake no profirió palabra.
Jim apretó el amuleto, desafiándolo a funcionar, a abrir los ojos de la bailarina y revelar las ventanas de su alma.
La chica alzó la mirada. Los anillos de kohl enfatizaban sus ojos oscuros y enternecedores.
Jim estrujó el amuleto, y observó la mirada profunda de la muchacha. Sonrió arrepentido.
No funciona, Blake.
La música palpitante devino en un canto que plagó sus oídos como abejas. El amuleto en su mano zumbó con violencia contra su piel. La bailarina permaneció arrodillada sin moverse, sus amplios ojos absorbiéndolo, bebiendo su alma. Y dándole de regreso la suya.
Jim se escurrió en la mente de ella, en sus memorias.
Ella se puso de cuclillas en en callejón, con miedo martillando en su pecho y ocluyéndole la garganta. Era muy joven, apenas había abandonado la infancia. Afianzó su chal, recordando los ojos del hombre, hambrientos y dominantes. Sólo había ido al mercado a comprar pan para la cena. Mamá le había advertido que no saliera sola después de que hubiera anochecido, pero ella sólo había ido por pan. El hombre la había esperado en el bazar, desnudándola con sus ojos crueles. Ella se había sentido sucia. Lágrimas rodaron por sus mejillas. Ella no había hecho nada, pero seguramente la culparían. Lo único que deseaba era que el hombre no la siguiera a su casa. Se puso el chal sobre la cabeza, recordando muy tarde el código de modestia que dictaba la moda. Se escabulló entre las calles oscuras con el pan abarrotando su pecho, como si fuera un escudo.
Se sentó aturdida en silencio. Su padre había escogido un esposo para ella. Quiso protestar que era demasiado joven, que ella amaba a otro, pero habría sido una mentira. Hace dos años se había hecho mujer, tenía catorce: era lo suficientemente mayor para casarse con el viejo amigo de su padre. El hombre era gordo, hedía a sudor rancio y no tenía nada en común con su fantasía de un marido joven y apuesto. Se mordió el labio, sabía que protestar conduciría a una paliza y cargos de insubordinación. Inclinó la cabeza, aceptando la voluntad de su padre. No tenía otra opción.
Se agachó en un rincón sollozando muy bajo. Su esposo había ido a emborracharse con sus amigos. Estaba a salvo por algunas horas. Se movió despacio, los huesos le dolían a causa de la última tunda. No había hecho nada para merecerse la furia del hombre. Pero no importaba. Él la golpeaba cada vez que se ponía de mal humor. También se metía en su cama cada vez que le apetecía. Ella era su propiedad y nada más. Se encogía cada vez que la tela rozaba sus moretones recientes. Más lágrimas de miseria resbalaron por sus mejillas.
La muchacha gritó cuando el dolor se propagó a través de su vientre hinchado. La nueva vida luchaba por liberarse. Sollozó temerosa cuando los cólicos se desvanecieron. Se arrastró por el heno del establo, buscando alivio sin encontrarlo. El único burro que estaba ahí parpadeó adormilado sin dejar de rumiar. Se alzó por la media pared del establo clavando las uñas y separando al burro del heno. Sus dedos se aferrarona a la madera cuando los espamos regresaron con más fuerza y violencia. Chilló, asustada y sola. No tenía quien la ayudara, nadie que mitigara el dolor que la partía en dos. Un diluvio de flujo sangrieto manó de entre sus piernas manchando su falda. Gimió humillada cuando el dolor menguó. Se apoyó en la barandilla y se apartó de los ojos el cabello empapado de sudor. El dolor la azotó nuevamente, más fuerte y profundo. Gritó mientras la destruía, una y otra vez, hasta que un infante flácido yació en el piso, tendido entre sus pies. Se agachó y limpió la sangre del diminuto rostro con ternura. El niño, un varón, permaneció inmóvil. No había respiración que agitara sus pequeños pulmones. Lo acunó entre sus brazos y lloró mientras que la sangre encharcaba sus pies.
Bailaba en la noche, tejiendo fantasías para hombres que la usaban y descartaban; sólo para esperar, olvidar, hasta que otra noche llegaba con otra danza y otro hombre. Ella conservaba el dolor dentro de sí, sin dejarlo escapar jamás. Mostraba su fuerza, sinuosa y flexible, en cada momento de cada baile, en cada instancia de abuso y abandono. Ella bailaba por el futuro de las hijas que aún no nacían, que quizás no tendrían que vivir con vergüenza y miedo; sus hijas que podrían reír bajo la luz del sol y conocer la felicidad.
El hechizo se rompió. Blake le tendió una moneda a la bailarina.
Ella se puso el velo sobre los ojos y se desvaneció en la noche.
Lágrimas corrieron a través del rostro de Jim y gotearon de su barbilla, desapercibidas. El amuleto cayó de su mano, ahora sin fuerza. La luz de la vela brilló sobre las runas mágicas.
Un alma inocente menos,
Blake enunció, tomando el amuleto.
Segundas oportunidades
Tayvis y Paltronis son personajes de mi serie El Imperio Altairan
. Esta es la primera vez que publico esta historia
Paltronis caminó de un lado a otro dentro de la celda. Las antiguas rejas se mofaban de ella, encerrándola lejos de sus sueños. Toda la pelea había sido estúpida, podía admitirlo, pero la satisfacción de haberle quitado la sonrisa de superioridad a Jevis y sus amigos a golpes, casi hacía que valiera la pena. Casi, si el Comandante Haywarth no la hubiera expulsado de la Academia. Frotó las mangas de su uniforme de cadete. Había sido la quinta pelea con Jevis en los últimos dos meses, suficiente como para ponerla tras barrotes. O quizás había sido el número de huesos rotos que había dejado tras esta pelea.
Paltronis pateó los barrotes frustrada. El dolor sólo agrió más su humor.
La puerta exterior se abrió con un rechinido. El guardia entró dirigiéndole una mirada fría. Tienes una visita. Compórtate, si tienes algo de juicio.
Se movió a un lado, permitiéndole el acceso al visitante . Última advertencia,
dijo mientras abandonaba el pabellón.
El hombre se detuvo afuera de los barrotes su celda, examinándola con sus ojos oscuros. Su rostro era como una máscara, no revelaba cosa alguna.
Ella se plantó con firmeza, cruzando los brazos sobre el pecho. No pudo evitar la posición beligerante de su barbilla. Pero