Volver al amor
By Susan Fox
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About this ebook
Cuando Selena Keith resultó herida en aquel accidente de coche, no esperaba que Morgan Conroe le ofreciera irse a vivir con él. Selena no había visto a Morgan desde hacía dos largos años, aunque su amor por él no había desaparecido... Él siempre había sido un tipo tranquilo y controlado, pero al cuidar a Selena se dio cuenta de lo que había dejado escapar la última vez... algo que no estaba dispuesto a perder de nuevo.
Susan Fox
Susan Fox grew up with her sister, Janet, and her brother, Steven, on an acreage near Des Moines, Iowa where besides a jillion stray cats and dogs, two horses, and a pony, her favourite pet and confidant was Rex, her brown and white pinto gelding. She has raised two sons, Jeffrey and Patrick, and currently lives in a house that she laughingly refers to as the Landfill and Book Repository. She writes with the help and hindrance of five mischievous shorthair felines: Gabby (a talkative tortoiseshell calico), Buster (a solid lion-yellow with white legs and facial markings) and his sister Pixie (a tri-colour calico), Toonses (a plump black and white), and the cheerily diabolical naughty black tiger Eddie, aka Eduardo de Lover. She is a bookaholic and movie fan who loves cowboys, rodeos, and the American West past and present, and has an intense interest in storytelling of all kinds and politics, which she claims are often interchangeable. Susan loves writing complex characters in emotionally intense situations, and hopes her readers enjoy her ranch stories and are uplifted by their happy endings.
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Volver al amor - Susan Fox
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2004 Susan Fox
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Volver al amor, n.º 5551 - marzo 2017
Título original: A Marriage Worth Waiting For
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2004
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-687-8805-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
Selena Keith no había padecido jamás una lesión hasta que tuvo el accidente. Estaba esperando a girar a la derecha en un cruce cuando otro coche se saltó un semáforo rojo y chocó contra ella, justo detrás de la puerta del conductor. No se había roto ningún hueso, pero tenía el cuerpo y la cabeza llenos de hematomas y contusiones, y cualquier movimiento, por leve que fuera, le provocaba un intenso dolor.
Estaba en el hospital desde la tarde anterior. Hacía apenas media hora se había desplazado con la ayuda de una enfermera de la cama a una silla, y conseguirlo había sido una labor hercúlea.
Acostumbrada a rebosar vitalidad y energía, aquella debilidad la desesperaba. Y estar tan cerca de la muerte había dejado su espíritu igualmente debilitado.
La fragilidad le impedía contener la melancolía que había logrado reprimir durante los dos últimos años y las lágrimas inundaban sus ojos a cada instante. Sin embargo, no podía llorar porque, tal y como ya había comprobado, las sacudidas del llanto arrastraban su cuerpo y su cabeza a una espantosa agonía.
Cerró los ojos unos segundos y oyó abrirse la puerta de la habitación. Estaba tan acostumbrada a las entradas y salidas de las enfermeras y médicos que no se molestó en comprobar quién entraba. Lo que llamó su atención fue el ruido de botas en lugar del sonido de los zuecos del personal médico. Y de pronto su corazón identificó la muda presencia de la única persona que no olvidaría ni aunque viviera cien años.
Las pisadas se detuvieron junto a la cama. El aire se llenó del aroma a cuero, a aire fresco y a after-shave de almizcle y Selena sintió que sus ojos se llenaban automáticamente de lágrimas.
–Estás horrorosa.
Morgan Conroe no se andaba con rodeos ni decía las cosas con sutileza.
Por eso ella había dejado Conroe Ranch. Y el hecho de que él nunca se hubiera puesto en contacto con ella desde el día en que dejó el rancho demostraba que había tomado la decisión correcta. Puesto que sabía que Morgan nunca cambiaría de opinión respecto a ella, y que ella nunca dejaría de sentir lo que sentía por él, la única solución posible era desaparecer.
–Nadie ha pedido tu opinión –dijo, y abrió los ojos. Sabía que parecía tan frágil como se sentía, así que trató de defenderse tras un tono adusto–. Regodéate si quieres. Pero márchate cuanto antes.
Sólo entonces fijó sus ojos en él y creyó que se desmayaría. Para mujeres como ella, Morgan era la esencia de la masculinidad.
Era un texano de la cabeza a los pies, duro, varonil y arrogante. Una combinación perfecta de protector de los débiles y déspota temperamental e impredecible. Y tan increíblemente macho que a veces parecía un hombre de las cavernas.
Su rostro moreno y surcado de arrugas, así como su cabello negro y sus marcados pómulos hacían pensar en sus ancestros españoles. Pero sus ojos eran de un azul intenso que podía resultar frío como el hielo o brillar como una cálida llama. Sólo ocasionalmente miraban con ternura o sonreían. A menudo lanzaban destellos de irritación o incomodidad. Muy de tarde en tarde se mostraban enfadados.
Podía resultar amable si se lo proponía, pero se notaba que estaba acostumbrado a que las cosas se hicieran a su gusto. Morgan Conroe no era pasivo ni vacilante y no obedecía más leyes que las propias. Selena seguía sin comprender cómo había consentido que viviera con él en el rancho durante cinco años.
Su voz grave y aterciopelada la hizo estremecerse.
–He venido a llevarte a casa –dijo con firmeza.
Selena tardó unos segundos en comprender. Cuando lo hizo, el dolor y la frustración del pasado y del presente se conjugaron en una sacudida de dolor tan intensa que se llevó la mano a la cabeza automáticamente como si con ello pudiera frenarla.
–Márchate –susurró.
Los dedos que se cerraron sobre su muñeca tenían la aspereza de las manos encallecidas. Morgan la obligó a bajar el brazo y le agarró la mano. Con la otra, le acarició suavemente la frente.
–Te duele, ¿verdad pequeña? –la dulzura de aquel comentario fue como una bocanada de aire cálido–. Relájate –continuó Morgan en un susurro–. Estas malditas contusiones…
Súbitamente el dolor comenzó a remitir a medida que aquella mano firme y áspera comenzó a masajearle la cabeza hasta convertir el dolor agudo en una molestia mucho más soportable.
Selena tuvo la visión de Morgan atendiendo a un animal herido. Nadie lo hacía tan bien como él. Su brusquedad con las personas se convertía en delicadeza hacia los animales y los niños. Cuanto más pequeños y débiles eran, más lo buscaban instintivamente. Aquélla era una de las razones por las que se había enamorado de él. A los doce años lo idolatraba. Ella era una niña delgada y frágil de ciudad cuya impredecible madre se casó con el padre de Morgan. Era terriblemente tímida y la ruda vida del rancho la aterrorizaba.
Pero él, bastante mayor que ella, había sido amable y paciente, y ella se acostumbró a seguirlo a todas partes y, finalmente, a venerarlo. Él le enseñó a montar, a pescar y a disparar, y al mismo tiempo la instruyó sobre cómo debía comportarse una señorita en público. Decidía el largo de sus faldas y hablaba con los chicos con los que salía. También le enseñó a bailar. En definitiva, de él había aprendido todo lo que sabía y con él se había sentido segura y protegida.
Pero todo eso cambió cuando, con el paso del tiempo, se enamoró de él. Desde aquel instante, Morgan se distanció y evitó quedarse a solas con ella.
Dolida y sintiéndose abandonada, Selena hizo lo posible por permanecer junto a él. Hasta el espantoso día en el que, ya con diecisiete años, la frustración y la impetuosidad del amor adolescente la llevaron a acorralarlo y a confesar.
Ni siquiera después de tanto tiempo podía soportar el recuerdo de aquella terrible escena. Pero tratar de ahuyentarlo la devolvió al presente y a aquella mano reconfortante que masajeaba con suavidad su dolorida cabeza. Sus sentimientos habían madurado con la edad pero no habían cambiado, y sólo podrían causarle más dolor del que ya había padecido. Hizo un esfuerzo sobrehumano para soltar la mano que él sujetaba y movió débilmente la cabeza.
–Para, por favor.
Habló con más brusquedad de lo que había pretendido, pero prefería ocultar sus sentimientos a arriesgarse a ser rechazada.
–Está bien, pequeña –Morgan retiró la mano pero le acarició la mejilla, y para Selena aquel roce y la dulzura de su voz fueron como un auténtico bálsamo–. Descansa. Yo me ocuparé de todo.
Selena sintió un estremecimiento de felicidad. «Yo me ocuparé de todo» significaba «Yo cuidaré de ti», y por más que su sentido común le advirtió que no debía dar mayor importancia a aquellas palabras, en su estado de debilidad y agotamiento fueron como música para sus oídos.
Plácidamente, la oscuridad la arrastró hacia un lugar al que Morgan Conroe no podía seguirla.
–El señor Conroe ha dispuesto que convalezca en su casa. Me ha asegurado que la atenderán las veinticuatro horas del día –Selena escuchó las palabras del médico desconcertada, pero antes de que pudiera protestar, él continuó–: De otra manera, la obligaría a permanecer en el hospital al menos un día más.
Una de regla de oro con la que siempre había vivido impidió que Selena protestara. Jamás hablaba de problemas familiares. Desde pequeña, el estilo de vida bohemio de su madre la había avergonzado. Y cuando ésta se casó con el padre de Morgan guardó