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Guerra y paz en El Quijote: El antierasmismo de Cervantes
Guerra y paz en El Quijote: El antierasmismo de Cervantes
Guerra y paz en El Quijote: El antierasmismo de Cervantes
Ebook119 pages1 hour

Guerra y paz en El Quijote: El antierasmismo de Cervantes

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El presente ensayo analiza determinados aspectos doctrinales relativos a las ideas sobre la paz y la guerra sostenidas por Cervantes en El Quijote con una intención polémica: probar el absurdo de aquellas tesis, tan en boga, que defienden el supuesto erasmismo europeísta de Cervantes.

Al mostrar que no existe en el alcalaíno rastro alguno del irenismo tan característico del pensamiento erasmiano, el autor apuesta por la inserción de la obra de Cervantes en otras coordenadas que, desde una genealogía completamente hispánica, beben en fuentes aristotélicas, lo que permite una inteligibilidad más adecuada del texto cervantino.
LanguageEspañol
Release dateFeb 2, 2017
ISBN9788490558294
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    Guerra y paz en El Quijote - Pedro Insua

    Pedro Insua

    Guerra y Paz en El Quijote

    El antierasmismo de Cervantes

    Prólogo de Jesús G. Maestro

    © El autor y Ediciones Encuentro, S. A., Madrid, 2017

    Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

    Colección Nuevo Ensayo, nº 21

    Fotocomposición: Encuentro-Madrid

    ISBN: 978-84-9055-829-4

    Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a:

    Redacción de Ediciones Encuentro

    Ramírez de Arellano, 17-10.a - 28043 Madrid - Tel. 915322607

    www.edicionesencuentro.com

    A José Insua y a Gustavo Bueno

    «Que nunca la lanza embotó la pluma, ni la pluma la lanza» (Cervantes, Quijote I, 18)

    «El Quijote le vale a España muchos Lepantos» (Unamuno)

    PRÓLOGO

    Este libro de Pedro Insua sobre las ideas de Paz y de Guerra en Cervantes, y muy concretamente en El Quijote, es, de entrada, una obra de referencia en el panorama actual de los estudios cervantinos, por dos razones: su autor no es un filólogo, sino un filósofo, y la tesis que sostiene derrumba por completo el mito europeísta del erasmismo de Cervantes.

    Cervantes es superior e irreductible a la Filología. No basta la Filología para interpretar al autor de El Quijote. Es necesaria, imprescindible, la Filosofía. Los filólogos actuales son resultado de planes de estudio de los que la Filosofía ha sido exterminada o idealizada hasta extremos racionalmente intolerables. Las consecuencias —tan negativas en todos los órdenes de la investigación académica— son muy visibles para quien se acerque a la obra cervantina desde criterios filosóficos sistemáticos.

    Pedro Insua se apoya en el Materialismo Filosófico, sistema de pensamiento construido por el filósofo español Gustavo Bueno (1924-2016). Cuando una filosofía sistemática sirve de soporte a una interpretación literaria, los resultados que se obtienen son muy diferentes a los que, por sí sola, una Filología puede alcanzar. A esto ha de añadirse, y lo digo con todo conocimiento de causas y consecuencias, que la mayor parte de los actuales profesionales de la Filología, en particular los más jóvenes, están más preocupados por su actividad curricular, sus papeles y documentos académicos, que por el contenido y los fundamentos de sus propias investigaciones literarias. Si a esto añadimos la inercia a la que fácilmente se entrega el investigador convencional, a fin de evitar estratégicamente disensiones con maestros y patriarcas, resulta comprensible que apenas se hayan impuesto tesis contrarias, y de solidez, a las afincadas en la tradición —idealista y acrítica— del mitificado erasmismo de Cervantes. Pedro Insua escribe exento de estas limitaciones. Ni es un filósofo idealista, ni es un filólogo cegado por la promoción curricular. Y acierta al actuar de este modo. Fortuna ayuda siempre a los valientes. Y no perdona, además, jamás a los cobardes.

    La tesis esencial de este libro de Insua es demostrar, desde la interpretación de las Ideas objetivadas formalmente en los materiales literarios, en este caso en la literatura cervantina, que el autor de El Quijote no sólo no es erasmista en su concepción política de la Paz y de la Guerra, sino que además sus criterios al respecto no se explican desde una presunta tradición europea, que muchos autores han vertido históricamente sobre el propio Cervantes, sino desde una genealogía completamente hispánica, insoluble en ese europeísmo erasmista, y mitificado de forma tan acrítica y obsecuente por buena parte de la filología del siglo XX.

    Insua inquiere al Cervantes filósofo, y no sólo al Cervantes narrador y novelista, dramaturgo o preceptista del teatro, poeta o crítico del Parnaso. Porque la literatura es un sistema de ideas, organizado bajo la apariencia de una fábula que preserva una ficción, indudablemente, pero que siempre objetiva un concepto de mundo, de realidad, de política, de libertad, de derechos y compromisos, de vida y de muerte, y por supuesto de paz y de guerra.

    En contra de lo que se ha impuesto desde el Romanticismo alemán, Cervantes no ofrece en El Quijote una exaltación del idealismo, sino todo lo contrario: la obra cervantina, toda ella, es un monumento racionalista que objetiva la más alta condena, crítica y paródica, de cualquier forma de idealismo. El Quijote es una parodia contra el idealismo. Cervantes retrata en esta novela el fracaso humano, ridículo y grotesco, de todos los idealismos, a los que exhibe sin contemplaciones desde la más cruda burla y parodia. Así lo leyeron sus contemporáneos, los españoles, y así lo eclipsaron —pues no quisieron verlo, ni que nadie lo viese— sus futuros lectores románticos, idealistas y alemanes, quienes situaron el núcleo de su admiración cervantina en la locura de Don Quijote, y no en el racionalismo de Cervantes. No quisieron reconocer que la locura, en la literatura, es siempre una obra de diseño racional.

    El autor de El Quijote demuestra que el ser humano sólo sobrevive si es —y sabe ser— compatible con la realidad. Dicho de otro modo, si sabe estar en el mundo. La razón exige al ser humano ser consciente de sus necesidades. Cervantes interpreta el mundo desde la misma tonalidad que Baruch de Spinoza. Su racionalismo le indica, como al judío hispanoluso, expulso entre sus propios expulsos, que la realidad no acepta a quien no es compatible con ella. Y la locura, auténtico uso patológico de la razón, y expresión radicalmente idealista de nuestras situaciones vitales, lejos de hacernos compatibles con la realidad del mundo, nos expone al fracaso, a la derrota y a la anomia incomprendida. Desde la perspectiva del cervantismo, el Elogio de la necedad de Erasmo es sólo eso, una exaltación irresponsable de la anomia individual, en la que el vulgo académico ha querido ver, facilonamente, un presunto Don Quijote que no es el diseñado por Cervantes. El autor de Don Quijote de la Mancha está más cerca de Spinoza que de Erasmo. Reconocer algo así provoca a los filólogos de todos los tiempos una urticaria intolerable. La Filología está secuestrada por el idealismo alemán. Y la Filología Hispánica, afrancesada a más no poder en cuestiones erasmistas, se siente muy preservada, incluso a día de hoy, por un agotado idealismo alemán, cuyo canto del cisne se prolonga —indefinido— hasta un Emilio Lledó aún vivo. No hay que olvidar que fueron los románticos alemanes quienes promocionaron la idea de locura —ese uso patológico de la razón— como forma suprema de racionalismo.

    Frente al Idealismo Filosófico alemán, el Materialismo Filosófico español sostiene tesis muy diferentes. Bueno piensa contra Kant [1]. No podemos ignorar ya esta dialéctica, reinterpretada actualmente desde el Hispanismo filosófico y filológico, en la teoría y en la crítica de la literatura. Porque las consecuencias de tal dialéctica irrumpen en la interpretación literaria y discuten crudamente tradiciones hasta hoy apenas cuestionadas. El presente libro de Pedro Insua emerge precisamente en este contexto. Y contra Erasmo. Y con razón. Con un racionalismo poderosamente fundamentado en la literatura y en la filosofía de Miguel de Cervantes.

    El Roterodamo, como filólogo que se relaciona con la realidad del mundo a través del idealismo del lenguaje, considera que al enemigo turco se le puede vencer con la retórica, con las palabras, con el diálogo. Erasmo, como Heidegger, sobrevalora —obsesionado con ella— a la Filología. Y minusvalora al turco. Como escribe Pedro Insua muy lúcidamente en este libro, «llega a decir Erasmo, ‘prefiero un turco sincero a un cristiano hipócrita’, y lo prefiere sobre todo —escribe Insua—, porque no lo tiene delante». Así es. «Erasmo —prosigo la cita— se permite sostener una idea poética de Paz, hacer poesía con la Paz». Hacer Filología con la paz, nos atreveríamos a añadir, incluso. Una Filología reducida a Retórica, y deturpada por ella. Pero la realidad no está hecha sólo de palabras.

    Cervantes, que combatió en Lepanto, y a quien le duele España mucho más allá de las palabras y de la poesía que interpretan tantos cervantistas obsecuentes, escribe una obra literaria en la que las ideas de Paz y de Guerra, lejos de ser erasmistas, están más bien próximas a un Maquiavelo, a un Suárez, a un Vitoria, a un Sepúlveda, a un Quevedo [2]. Es decir, están más bien en consonancia con el mundo real, y no con el mundo imaginado a través de los papeles de una filología idealista, proluterana y mitificante de una Europa irreal, que se cree a salvo de la amenaza musulmana, a la vez que vive en el disimulo —incluso en la deliberada o cínica ignorancia— de que gracias a España el Islam no ha cruzado los Pirineos ni atravesado los Alpes. De no ser por Trento, la Reforma —esa suerte de pseudoilustración europea del siglo XVI, incoherentemente sobrevalorada— habría sido engullida por el Islam hace cuatro centurias. Sólo España impidió, con sus ejércitos, con la fuerza militar, que algo así hubiera tenido lugar. Europa siempre lo ignoró. Cervantes, no. A donde llegan las armas no llegan las letras. Se ha dicho muchas veces ya: la guerra es una prolongación de la política.

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